La escritora cordobesa María del Carmen Marengo aclara en el inicio de esta entrevista que el libro que acaba de publicar Los fantasmas y los niños (Ed. Cartografías) no se trata de cuentos de terror, como el título podría llegar a sugerir. El título de este libro tiene que ver con una recurrencia en sus relatos: encontró que en casi todos los cuentos aparecen niños, o se conjura una memoria infantil. “A la vez, algo que me interesa mucho como materia narrativa es la imposibilidad de establecer exactamente qué pasó, cómo ocurrió determinada situación, la realidad como una materia evanescente, confusa, secreta es como el punto clave en la mayoría de estas historias. Por eso tomé el título de uno de los cuentos, “Los fantasmas y los niños”, que me parece da cuenta de lo más general, lo que atraviesa todo el libro: la realidad como una experiencia fantasmal, llena de interrogantes y de espacios sin cerrar, y los niños, que son quienes mejor pueden representar ese extrañamiento ante el mundo”.
Marengo es Licenciada en Letras Modernas por la Universidad Nacional de Córdoba, donde se desempeña como profesora. Con una extensa trayectoria, publicó los libros de poesía El fuego invisible (2001), El camino de los ángeles (2003), El libro de los jardines y los abismos (2007), La vida numerosa (2014), la nouvelle El legado (2010) y los ensayos Curiosos habitantes. La obra de Bustos Domecq y B. Suárez Lynch como discusión estética y cultural (2014) y Geografías de la poesía. Representación del espacio y formación del campo de la poesía argentina en la década del cincuenta (2006).
-Contame de tu último libro, Los fantasmas y los niños: ¿cómo surgió?
-Es un libro que ha ido formándose con el tiempo, a lo largo de casi un par de décadas. Algunos cuentos tienen muchos años, otros son más recientes. En un momento, incluía mi nouvelle El legado (que luego tomé la decisión de publicar individualmente), y algunos cuentos no estaban escritos todavía. Tampoco tenía este título. Luego, con el ingreso de cuentos más nuevos, decidí quitar algunos muy viejos, que ya no me convencen, hasta incluir un conjunto que me parecía más o menos homogéneo.
-¿De qué dirías que trata? ¿Qué temas abordás?
-Como es un libro que ha ido formándose con el tiempo, las temáticas son diversas. Antes que nada, quiero aclarar que no se trata de cuentos de terror, como el título podría llegar a sugerir (género que está un poco en boga). A la hora de darle un título al libro, busqué una recurrencia, algo que pudiera englobar todo el conjunto, y lo que encontré es que en casi todos los relatos aparecen niños, o se conjura una memoria infantil. A la vez, algo que me interesa mucho como materia narrativa es la imposibilidad de establecer exactamente qué pasó, cómo ocurrió determinada situación, la falta de elementos con que nos encontramos cuando queremos reconstruir un acontecimiento en base a la memoria o en el presente incluso, esos vacíos que al conocimiento nos presenta la realidad; la realidad como una materia evanescente, confusa, secreta, es como el punto clave en la mayoría de estas historias. Por eso tomé el título de uno de los cuentos, “Los fantasmas y los niños”, que me parece da cuenta de lo más general, lo que atraviesa todo el libro: la realidad como una experiencia fantasmal, llena de interrogantes y de espacios sin cerrar, y los niños, que son quienes mejor pueden representar ese extrañamiento ante el mundo.
-¿Cómo fue el proceso de escritura?
-Generalmente cada cuento surge a partir de una anécdota que alguien me cuenta, o de algo que he vivido. De pronto veo que hay ahí un cuento, a veces puede ser inmediatamente después de escuchar la historia. A partir de ahí el relato se va armando casi solo. Suelo tener muy claras desde antes de comenzar a escribir las estructuras externas y narrativas del cuento. Y luego empieza a surgir el lenguaje, las frases, las oraciones, párrafos enteros. Antes de sentarme a escribir tengo que tener claro todo esto, tengo que escuchar en mi cabeza las oraciones que van apareciendo de manera fluida, casi como un dictado. Si esto no pasa así, no hay forma. No se puede luchar contra lo que no sale. Y con los cuentos que son puramente imaginarios es más o menos igual, tengo que tener clara la estructura de la historia y “escuchar” es voz que se va formando. Luego, por supuesto, hay que corregir y corregir. En este punto son importantes las lecturas generosas de los demás. Amigos como Fernando Degiovanni, Jorge Aguilar Mora, Gustavo Giovannini, Fernando Bono leyeron e hicieron importantes sugerencias. También mi esposo, Walter, hizo sus lecturas y me ayudó a definir cuentos como “Franco” o “El diablito”. Luego, ya en pleno proceso de edición, Leopoldo Brizuela, a quien agradezco su generosísimo comentario de contratapa, también hizo sugerencias que denotan su profesionalismo y su oficio.
-¿Cómo trabajás a tus personajes?
– Con respecto a los personajes, tengo que imaginar sus características ya más específicas, elaborar las motivaciones por las que hacen lo que hacen. Hay que tratar de utilizar palabras muy precisas, muy certeras ya que en un cuento no hay tanto espacio para profundizar la psicología de los personajes, como en una novela. Y a la vez, en un cuento que es puramente imaginario, como “Diciembre, 2000”, me inspiré en alguien que conozco para caracterizar al personaje principal. No en su proyecto de rebelión pero sí en algunas características de vida.
-¿Por qué te interesa el mundo de las familias?
-No sé si me interesa tanto literariamente el tema de las familias. Me interesa la relación padres-hijos, eso sí. Aunque no es algo que haya tenido en cuenta concientemente en la confección del libro, creo que está en algunos relatos. Como por ejemplo el tema de la adopción, al que hay dedicados dos cuentos, “Franco” y “La caja madre”.
-¿Qué encontrás de atractivo en los paisajes rurales, en el tono de otros tiempos?
-Por un lado, yo nunca viví en el campo, pero mis abuelos, mi padre mismo cuando era chico sí, de modo que siempre escuché hablar del campo, de gente que había vivido en el ámbito rural. Por otro lado, más que los espacios rurales, me interesan los pueblos en tanto que presentan un modo de socialización de la vida privada que nos pone ante la incertidumbre, o ante la casi imposibilidad de reconstruir una verdad. Porque todo el mundo habla de lo que le pasó a todo el mundo, pero todos aseguran cosas diferentes, muchas versiones tiene su contra versión. Eso me parece muy interesante. La vida de los pueblos nos pone ante un problema esencialmente filosófico: ¿cuál es la verdad? Hay una conformación de la episteme allí, donde cada uno elige qué o a quién creer. Bueno, allí donde cada uno elige qué o a quién creer a mí me queda siempre un gran margen de incertidumbre. No me parece casual que muchos de los escritores que trabajan con la problemática de las versiones, que construyen sus obras en esa polifonía o ese collage, sean gente que ha vivido en pueblos (como Puig, Saer, Piglia, Andruetto).
Y luego hay quizá una razón más personal y más profunda: mi familia no es de intelectuales o de profesionales. Provengo de una familia de clase trabajadora, mi papá era empleado de la usina y mi mamá es ama de casa. Ellos me educaron para que estudiara, para que tuviera una profesión, siempre me compraron libros. Indudablemente no era Letras la profesión que esperaban, pero aun así respetaron y apoyaron mi elección. De todos modos, es raro para mí esto de escribir, de dedicarse a escribir y a leer. Entonces, quizá sea un modo de vencer esa extrañeza, esa ajenidad de clase, el volver a los relatos, los espacios, los tonos del lenguaje conocidos, los que formaron parte de mi infancia, de mi historia y la de mi familia. Porque creo que lo que gravita aquí, en los relatos del libro, es el lenguaje de esa región tan particular que es la Pampa Gringa. No todos los relatos del libro se ubican espacialmente en un pueblo o en el campo, algunos presentan un espacio urbano. Pero creo que es el tono, el lenguaje de la clase media baja en la llanura lo que les da ese marco aparentemente pueblerino o rural.
-¿Cómo se vincula con tus otros libros?
-Los niños aparecen, aunque de una manera más simbólica, en El camino de los ángeles. Creo que en general hay un tono pueril en ese libro y en el anterior, El fuego invisible, que es mi primer libro publicado. Luego, los temas de la maternidad y de la prematurez están en La vida numerosa (Editorial Cartografías), y aquí reaparecen en “La caja madre”.
-¿Sentís que tu libro dialoga con el de alguna otra escritora cordobesa?
– Autoras como María Teresa Andruetto en sus novelas o Lilia Lardone en Puertas adentro, trabajan sobre la zona cultural de la Pampa Gringa. En el caso de Andruetto también hay una indagación sobre los vacíos, los puntos oscuros que pueden presentar las distintas historias. Luego, Eugenia Almeida, en El colectivo, también logra una representación muy eficaz de las relaciones, los tipos de personajes y los modos de resolver situaciones en un espacio pueblerino de la llanura ubicado entre las décadas del 60 y 70, espacio-tiempo que es afín a mis relatos. En este caso, hay una afinidad más profunda, y es el modo de representar la tragedia social, la tragedia de la Historia como algo subsumido bajo las capas de lo cotidiano y de la vida personal pero que en un punto emerge de una manera rotunda o secreta. Ese peso de la Historia en lo insignificante de la vida es algo que me interesa mucho, más aun que la grandeza de la Historia en sí.
-¿Por qué elegiste a Cartografías para editarlo?
– Conozco a la gente de Cartografías desde hace mucho tiempo y sé de su seriedad, profesionalismo y lo buenas personas que son. Yo ya había publicado mi libro de poemas La vida numerosa en este sello y fue una muy buena experiencia. Con los cuentos sucedió que le envié uno de ellos, “¿Te acordás de Gustavo Sanmarino?”, a Jorge Esteban Musolini, por bromear con la temática de las telenovelas del pasado, y él a su vez, sin decirme nada, se lo envió a Pablo Dema, quien lo publicó en el suplemento cultural del diario Puntal el 26 de marzo de 2017. A partir de ahí comenzamos a conversar sobre la publicación del libro en la editorial. Y verdaderamente se trabajó muy bien con la edición, con mucho cuidado, paciencia y esfuerzo para que todo saliera bien.