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¿Lo leíste? Dos cachorros de sicario, de Nicolás Ghigonetto (por José Di Marco)

Dos cachorros de sicario, de Nicolás Ghigonetto; Kintsugi Editora.

Dos cachorros de sicario es el primer libro de cuentos de Nicolás Ghigonetto (Isla verde, 1989). Nos detenemos en uno de sus cuentos, “Par de balas y una coda”, un texto decididamente antológico, una muestra imprescindible de cierta mancha temática y de cierto tratamiento formal que marcan una tendencia en la narrativa argentina contemporánea. El tema se vincula con el desmantelamiento corrosivo del concepto de nación, como soporte político y cultural de una identidad comunitaria. La forma, con un tipo de narración rizomática, fragmentaria y acelerada.

Mariana Komiseroff se refiere al mismo, en el “Prólogo” al libro mencionado, como: “una especie de relato histórico futurista donde se plantea un espejo entre los juegos de los niños con sus soldaditos, o bien los juegos de video y así se reproduce de manera original y desopilante la que fue la conquista más cruenta en nuestro territorio, La Conquista del Desierto y sobre la cual se basa el racismo que se vuelve juego hasta volverse característica de la personalidad en un western irónica. La historia al igual que el juego moldea la personalidad de los niños. La flor del ceibo, gran hallazgo del autor, es la droga que adormece de patriotismo”.

Se trata de una descripción más que acertada de un texto de 38 páginas cuya complejidad radica en el desplazamiento vertiginoso de una narración que atraviesa y la vez reúne, según la modalidad del montaje cinematográfico, registros múltiples, géneros dispares y temporalidades heterogéneas.

Ese uso del montaje se aproxima a la noción con que G. Deleuze se refiere al cine moderno en tanto que imagen-tiempo. Importa menos el encadenamiento lógico de las acciones (y la sucesión cronológica y progresiva de las mismas) que la contigüidad de microacontecimientos singulares, inconexos, deshilvanados, desprendidos de una trama orgánica e integradora.

En “Par de balas y una coda”, la continuación de sucesos causalmente conectados es reemplazada por una miríada de estallidos puntuales, astillas de un presente perpetuo. Así, el devenir precipitado de los sucesos, la profusión de personajes estrafalarios y la genialidad de los diálogos componen escenas de un guion que llevara la firma de Quentin Tarantino (ese “toque tarantinesco” está presente también en el relato que da nombre al volumen, sobre todo en la descripción de los recorridos de Tío Juan, el personaje central, a bordo de su coupé Fuego por las calles y rutas de la Triple Frontera).

Para registrar las huellas de lo real, Ghigonetto elude las convenciones del realismo literario y opta por la matriz iconográfica del cine de aventuras, de las películas de cowboys, lo que produce un efecto de exotismo: la llanura pampeana y el desierto (esa topografía imaginaria, instaurada en el siglo XIX, como si de un espacio vacío se tratase, por los relatos fundadores de la nación) se extrañan y alucinan.

Así, el exotismo se apodera y transfigura las referencias historiográficas, y la narración de la avanzada del ejército regular sobre el territorio habitado por las poblaciones originarias adquiere el aspecto visual y el decurso de un western spaghetti.

La representación de lo bélico (la máquina de guerra que el estado puso en marcha para delimitar el territorio nacional cometiendo un genocidio) deviene lúdica, y lo lúdico es esa otra máquina de guerra con la que Ghigonetto desacopla los símbolos de la identidad nacional y desgasta los discursos que los articulan y legitiman. Lo lúdico constituye un factor cáustico, irónico y paródico; un procedimiento, una mirada y un tono que trazan un territorio delirante y fantasmagórico.

El juego hace de la literatura un dispositivo que deslíe las fronteras entre realidad y ficción, desdibuja los límites entre vigilia y sueño, licua los lindes entre memoria e invención; más aún: los solapa, entremezcla y confunde sin solución de continuidad.

En “Par de balas y una coda”, la Patria se vuelve la visión trastornada un emblema que se deslíe en medio de un bricolaje lisérgico de ruinas y de espectros: las reliquias de un relato épico que se aminora y desperdiga como los restos diurnos de una pesadilla de la que ha sido imposible despertar.

Podés leer poesía de Nicolás Ghigonetto en Los días del desastre (Editorial Cartografías)

Por José Di Marco

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¿Lo leíste? Moscas brillantes del aire, de María Paula Vettorazzi (por Pablo Dema)

Moscas brillantes del aire, novela, de María Paula Vettorazzi, Río Cuarto: UniRío Editora, 2023, 163 págs.
Si leíste los cuentos del primer libro de María Paula Vettorazzi, Algo que vuele (Cartografías, Colección Tusitala, 2019) ya conocés algunos de los elementos que configuran su universo narrativo: su buen oído para la presentación de distintas voces sociales y etarias, la astucia para tratar la complejidad de los vínculos a partir de escenas y situaciones vívidas (nunca explicativas) y un desacartonamiento que no busca el efecto cómico pero que produce incontables momentos de humor, los cuales distienden el ánimo del lector, a quien luego las situaciones trágicas, apenas aludidas, le llegan insensiblemente hasta lo más profundo.
Para hablar de Moscas brillantes del aire podemos empezar por ponernos en sintonía con Ricardo Piglia, quien en El último lector les rinde homenaje a los formalistas rusos al titular su ensayo sobre Joyce “Cómo está hecho el «Ulysses»”. Piglia reproduce la fórmula que tanto Víctor Sklovski como Boris Eikhembaum utilizaron para sus respectivos trabajos: “Cómo está hecho Don Quijote” y “Cómo está hecho El Capote de Gogol”. Estos viejos trabajos de crítica literaria inauguraron una era que está muy lejos de concluir. De hecho, el profesor David Miall, de la universidad de Alberta, está produciendo hoy los primeros estudios empíricos que ratifican parcialmente algunas de las intuiciones más poderosas de Sklovski sobre el “extrañamiento” del lenguaje literario, la ralentización de la lectura en los pasajes de “foregrounding” (es decir, aquellos en los que el significante es llevado a primer plano), donde la forma del mensaje es el objeto de atención y no el significado captado automáticamente a partir de fórmulas trilladas por el hábito. Así, pues, podemos preguntarnos: ¿Cómo está hecha Moscas brillantes del aire? ¿Cuál es su principio constructivo, su procedimiento dominante, la decisión formal que la singulariza y produce una serie de efectos específicos? Escuchemos el inicio de esta novela:
“La noche antes que explotó la bomba tuve un sueño de esos que tengo yo, pero la mami no me dejó que se lo cuente y yo igual se lo conté a la Cochi y por el sueño me dolió la cabeza un montón, también porque la almohada de la casa de la tía Pati es más dura que no sé qué y les cuento que la Corina esa me robó las colchas toda la noche”.
Si usé el verbo “escuchemos” es porque justamente ese es el efecto que produce la forma compositiva de la novela, la cual se mantiene hasta el final. Vettorazzi construye una prosa que se compone como la reproducción directa del registro oral, en tono coloquial, de una niña de unos ocho años. El léxico, la sintaxis, los giros idiomáticos de los adultos aprendidos y reproducidos y el encadenamiento de los pensamientos infantiles traman un discurso que el lector “oye” y en el que se monta para acompañar la aventura de la narradora. Ya que estamos con los formalistas, demos a este procedimiento su nombre preciso citando al profesor David Loge en su libro El arte de la ficción:
“Skaz es una palabra rusa bastante atractiva que se usa para designar un tipo de narración en primera persona más próxima a la palabra hablada que a la escrita. En este tipo de novela o cuento, el narrador es un personaje que se refiere a sí mismo diciendo yo, y al lector hablándole de tú. Usa el vocabulario y la sintaxis característicos del lenguaje coloquial y da la impresión, no de un relato cuidadosamente construido y pulido, sino de una charla espontánea. Más que leer, escuchamos, como quien escucha a un desconocido que nos hemos encontrado en un bar o en el compartimento de un tren y que habla hasta por los codos”.
Es exactamente lo que pasa en esta novela. A continuación del pasaje ya citado, la narradora nos dice:  “No sé si sabían pero…”, introduciendo, como dice Lodge, la segunda persona, el interlocutor al cual la voz se refiere, un “ustedes” que involucra al lector. Este procedimiento fue inventado por Mark Twain y llevado a la perfección por Salinger en El guardián entre el centeno.
Es una prosa directa, fresca, vital que deja al lector adherido al narrador protagonista para que vea el mundo exterior y sienta su mundo interior junto a él. La narradora de Vettorazzi nos cuenta su viaje junto a su familia a la casa de una tía que vive en Buenos Aires, ya que su madre tiene un problema de salud y necesita ver a un médico. El día de la consulta, en la ciudad se habla de la explosión de una bomba en un edificio y de personas atrapadas bajo los escombros; la narradora describe la dinámica de la gran urbe, el tránsito, las dimensiones inconmensurables de los espacios y los conflictos indeterminados (¿la explosión fue un ataque terrorista, como el que sufrió la AMIA en 1994?) desde la perspectiva modelada por las dimensiones acotadas de su pueblo. Así, más que la ciudad, apreciamos el asombro y el desborde de esa mirada. De vuelta en el pueblo, la enfermedad de la madre se agrava y entonces el matrimonio tiene que volver a la capital mientras que las dos hijas quedan al cuidado de sus abuelas. Es un cambio de vida drástico para la protagonista y su hermana preadolescente, quienes se separan porque cada una vive con una abuela distinta, se mudan de barrio y se alejan de sus amigas. Si los hechos que causan los cambios son profundos y densos, lo que percibe y cuenta la niña (y vemos y escuchamos nosotros) es una ajetreada vida cotidiana plagada de aventuras, juegos, tareas escolares y planes que traducen la ansiedad por el alejamiento de los padres y, en el fondo, el miedo a la pérdida. No se mencionan estas emociones profundas, pero se las ve operando sobre el cuerpo ya sea como dolor de cabeza, nudo en la panza e incluso como alucinaciones pasajeras que se proyectan en los cuerpos o un fantaseo plagado de imágenes visuales de alto vuelo. Este último es el punto más audaz de la apuesta narrativa de Vettorazzi. Se trata de los momentos en los que se produce la transición entre situaciones cotidianas “comunes y corrientes” (como dice ella en algún momento) conectadas con otras en las que las emociones imposibles de ser asimiladas se simbolizan a través de imágenes (hormigas, moscas, bichos con “picos puntudos”, barcos y camiones que surcan los mares). Situaciones en las que una persona guía una visualización, estados de transición entre el sueño y la vigilia o simples desbordes imaginativos e intuitivos operan como enlace entre lo ordinario y las visiones surrealistas que conducen a los temores y anhelos más profundos de la protagonista. Jugando con un epígrafe de la novela que cita a Armonía Somers, podemos llamarlas somatizaciones somernianas:
“Mientras voy patinando por el tobogán pienso que voy a terminar en un lugar muy lejano, pero no porque cuando siento que ya llegué porque ya no me muevo más abro los ojos y me doy cuenta que el tobogán era un pasadizo secreto al camión del inocente, que al final no es un camión es un barco y en esa parte me pongo contenta porque pienso que si estoy en el barco del inocente que ya falta poco para ver de nuevo a mis papás”.
Como dicen los formalistas rusos, hablar sobre los procedimientos compositivos opera como un freno necesario a la tentación interpretativa directa, insensible a la forma, que dictamina sobre el sentido global de un texto sin pasar por un momento descriptivo. Aquí comenzamos por la descripción de una estrategia compositiva y terminamos, inevitablemente, hablando de sus efectos de sentido e interpretando. Pero es apenas un comienzo y una provocación, porque la novela es un festín de juegos de lenguaje y está inteligentemente abierta para los lectores que quieran jugar.
Pablo Dema
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¿Lo leíste? Carmen, de Silvia Barei: una mirada de la poeta Paz Herón Ruiz

Carmen, de Silvia Barei (Editorial Cartografías, colección Archipiélago)

Este libro me llama la atención por su rareza. O rareza es el estado que quedó en mí tras su lectura. ¿Quién escribe este o estos poemarios? ¿Quién es el yo poético? ¿Y las Cármenes?

El prefacio explica que el libro contiene dos poemarios cuyas autoras se llaman Carmen. Barei recibe ambos textos y ella sólo selecciona, ordena, titula (algunos pocos) , agrega epígrafes y coda. ¿Le creo?

Finaliza el prefacio diciendo “Sólo soy aquella compiladora que ha recibido el regalo o el legado de escritura ajenas. Si en el futuro leen poemas míos semejantes a estos, sepan de dónde provienen”. Entonces no le creo.

Por un lado, creo que este es un poemario apócrifo, quizás me equivoque, pero acaso ¿esto no nos está permitido a lxs lectores?. Por otro lado también me pregunto qué tan “ajena” puede ser la escritura de este libro.

Carmen, de Silvia Barei.

Como sea, son varias las voces aquí presentes, las de Silvia Barei; la de la pintora Carmen P.  del primer poemario del libro titulado por Barei “Escribir/pintar”; las de lxs autorxs leídos por Carmen P. como Clarice Lispector, Tununa Mercado, etc., hasta la de una bruja, que también lee.

…Irrumpe la voz como si ella fuese 

interlocutora a la medida de esta pluma 

que la lleva en red

a otras novelas otras vidas

otros poemas.

En el otro poemario, más voces, titulado “El vado de los tiempos”, es de Carmen B., tía de Barei.

No podemos dudar acerca de la presencia de voces diversas y tonos muy disímiles, hasta de facsímiles de cartas de Carmen P., la pintora, y de Carmen B., la tía. Voces y presencias, escritura de la perduración.

En La pequeña voz del mundo, Diana Bellessi se pregunta: “¿Cuál es la relación entre quién escribe y lo escrito, entre lo escrito y su lector? El poema permanece opaco y cerrado en su incertidumbre hasta que el lector lo abre y resplandece por un instante”.

Esta es una invitación a escuchar voces, a apropiárselas, a recibir, como Silvia, el legado de escrituras ajenas, a pensar en si una, dos o tres son las autoras del libro, cual misterio de la santísima trinidad. Una invitación a embarullarse en la palabra de estas tres mujeres, que pintan, que escriben, que leen, que perduran.

… y ella piensa que tal vez sea real 

                              esto que inventa 

Silvia Barei

Por Paz Herón Ruiz (*)

(*) Autora de Lengua vegetal, publicada en Editorial Cartografías.

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Leandro Surce ganó el primer premio de poesía otorgado por el Fondo Nacional de las Artes (FNA)

El Fondo Nacional de las Artes (FNA), como venimos reivindicando en este espacio, es fundamental para promover el desarrollo de artistas, gestores y organizaciones culturales de nuestro país. Desde hace años se mantiene fiel a su compromiso con la literatura y la promoción de nuevas voces en el ámbito literario a través de sus reconocidos premios. Te contamos en un posteo anterior que Cartografías nació como editorial gracias al apoyo de este fondo.

Como cada año, a fin de 2023, se dieron a conocer los ganadores del Concurso de Letras 2023, del FNA compuesto por categorías como Poesía, Novela, Cuentos, Novela Gráfica y Ensayo/No Ficción. En la categoría de Poesía, el Primer Premio fue otorgado a Leandro Surce por su obra La isla blanca, reconocida por el jurado integrado por Mercedes Roffé, Carlos Battilana y Elena Annibali (esta última autora, publicada por Cartografías hace ya casi 20 años en nuestra colección De bolsillo: Madres remotas).

Leandro Surce, primer premio de Poesía, también nos honra con su presencia en nuestro catálogo de poesía con su libro: In medias res (colección Archipiélago). Esta vez, conversamos con él para que nos cuente acerca de su nuevo libro, el premiado La isla blanca, así como de la realidad actual que vive como editor independiente -está al frente de Kintsugi Editora.

 

– ¿Lean, nos contás en qué consiste La isla blanca? Cómo surgió, tus motivaciones, inspiraciones…

– Empecé a escribir La isla blanca en una época en la que estaba fascinado con la figura del náufrago. Recuerdo que leer Foe, de Coetzee, fue la gota que rebalsó el vaso. Entendí que ponerme en la piel de un náufrago me permitiría trabajar sobre una subjetividad reducida a su mínima expresión; algo así como un Yo puro maldito, es decir un Yo que a la vez que se erige como condición de posibilidad de la experiencia, tiene que manejarse dentro de un campo experiencial sumamente empobrecido: la isla desierta. Temáticamente, los problemas existenciales cayeron como cocos: la soledad, la locura, la angustia, la sociabilidad frustrada, etc. En última instancia, el gran desafío del náufrago es cómo lidiar con su propia interioridad (aunque ésta no sea más que un cronómetro disparado).

En términos formales el poemario tiene una estructura narrativa. Del poema 1 al 50 de despliega así una cronología. También aparecen distintos personajes; personajes que, paradójicamente, no rescatan de su soledad al náufrago: su propia sombra, un mono, una sirena y el fantasma de Robinson Crusoe. Introducir personajes fue muy divertido porque me permitió dotar al libro de cierta polifonía y enmascarar un pequeño homenaje a un gran poeta argentino: Luis Alberto Spinetta. Por suerte La isla blanca se va a publicar este año en la preciosa editorial Salta el Pez.

– Estamos viviendo un momento político, con el gobierno de Javier Milei, que pone en riesgo el Fondo Nacional de las Artes: ¿por qué te parece importante que exista este organismo autárquico?

– Estimular las ciencias y las artes es una tarea que todo Estado saludable debe llevar adelante. La cultura es un derecho de los pueblos. En ese sentido, considero que el fortalecimiento del CONICET, el Instituto Nacional del teatro o el Fondo Nacional de las Artes, por ejemplo, es un proceso vital y virtuoso; es decir, con consecuencias positivas tanto para la sociedad como para la economía. Desfinanciar y ningunear a estas instituciones es un ataque directo a la identidad del pueblo argentino y a sus perspectivas de desarrollo inmediato y futuro. Al fomentar las artes, el FNA apuntala, con becas de creación, premios o subsidios, nuestra imaginación colectiva. ¿Qué perspectivas de desarrollo puede tener un país sin imaginación?

– Sos editor independiente en Kintsugi Editora: ¿cómo ves la situación de la edición hoy en argentina? ¿Cómo impactan los costos en la edición de libros y en la venta?

La situación es desoladora. Se corresponde con el modelo económico que intenta imponer a la fuerza el gobierno nacional actual. Los bienes culturales (una película, un libro, una artesanía, etc.) son los primeros en verse afectados cuando la economía entra en recesión. Como el consumo cae, la inversión cae. Todo tiende a paralizarse. La falta de regulación del precio del papel encarece por demás (especulativamente) el costo de producción del libro en un contexto de alta inflación en el que la gente tiene que recortar gastos para sobrevivir. Ante tal escenario, el margen de resistencia de las editoriales independientes es cada vez más acotado.

En Kintsugi Editora, por ejemplo, tenemos varios proyectos listos pero la situación económica nos obliga a pensar dos o tres veces antes de dar cada paso. En un contexto recesivo las editoriales publican menos títulos o reducen las tiradas o ambas cosas.  Antes de que, a 40 años del retorno a la democracia, el anarco-libertario Milei se transformara en la cabeza del Estado (espero que se aprecie la ironía), el mundo del libro se pronunció en redes sociales (bajo el lema “Milei No”) alertando sobre las nefastas consecuencias de la reimplantación de un modelo neoliberal en la Argentina. Yo hice lo mismo. Recuerdo que una usuaria de Instagram que sigue a la editorial comentó: “No mezclen la política con el arte, no me parece”. Me preocupa que personas adultas sigan pensando que la política es un fenómeno aislado. Va en la misma línea de quienes repiten que son “apolíticos”.

– ¿Cuál dirías que es la relevancia de potenciar la literatura en una comunidad?

– Leer es una forma de escuchar, de entablar un diálogo (con vivos y muertos). Potenciar la literatura es una forma de llenar de contenido real a una comunidad; a una comunidad no necesariamente delimitada por fronteras nacionales. Los libros ponen en común experiencias, valores e ideas, fomentan la imaginación, refinan nuestra sensibilidad, nos brindan herramientas para construir o reconstruir nuestra identidad. Sospecho que debe haber alguna correlación entre la creciente falta de lectura y el aumento de la insensibilidad social.

Verónica Dema

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¿Lo leíste? Un acercamiento a Philip Larkin, por Pablo Dema

Philip Larkin, libros
¿Por qué algunas voces nos tocan y tantas otras resbalan por nuestros oídos sin dejar ninguna sensación duradera? Difícil saberlo.
Lo cierto es que a mí, muy de tanto en tanto, una voz me llega con total nitidez y así se inicia un diálogo que difícilmente termine. Incluso cuando se trata, como en este caso, de Philip Larkin, un autor de quien lo desconocía todo. Ni recomendado, ni de moda, ni prestigioso (al menos para mí en ese momento), ni siquiera autor en mi lengua o en una lengua extranjera en la que pudiera leerlo. Nada.
Sin embargo, en una de las ferias de las independientes alcé un libro desconocido titulado Ventanas altas, leí al azar unos versos, como leí al azar otro centenar ese día recorriendo la feria, y eso que leí captó para siempre mi atención. Mentiría si dijera hoy cuál fue el poema de ese libro, tantas veces releído, que leí primero; probablemente el propio “High windows” o “The threes”, uno de los pocos en los que la amargura de Larkin deja pasar  una hendija de luz en el final: “Ha muerto un año, parece que dijeran;/ comienza, comienza tú también de nuevo”. Quien traduce es Marcelo Cohen y la editorial es Gog & Magog (2010).
Tiempo después el poeta Santiago Espel me envió Las bodas de pentecostés y otros poemas, el tercer libro de Larkin publicado en 1964, en versión de Fernando Kofman y publicado en Argentina por La Carta de Olivier en 2014. Del mismo año es la maravillosa Poesía reunida editada por Lumen, en versiones de Cohen y Damiá Alou, que incluye Engaños, Las bodas de pentecostés, Ventanas altas y algunos poemas no traducidos hasta entonces.
Philip Larkin
Foto de Penguin Random House. Autor: John Hedgecoe.
El año pasado descubrí la existencia del pequeño volumen Simular ser uno mismo. Escritos sobre literatura, editado y traducido por Gonzalo Rojo (editorial Hola y chau, 2023). Es un maravilloso librito que incluye ensayos breves, reportajes e intervenciones radiales de Larkin en la BBC entre 1958 y 1973. Es un excelente libro para acercarse al universo de Larkin, a sus ideas sobre la tradición, los autores favoritos y sus ideas sobre el método compositivo.
Su explicación de cómo se escribe un poema es tan limpia y clásica que asusta, a punto tal que nos da la impresión de que gran parte de lo que se dice habitualmente sobre la creación es un intento de confundir a la gente inocente y que Larkin está poniendo ante el gran público una especie de verdad de Perorullo que no tenemos por qué seguir ocultando. Cito a Larkin:
“La escritura de un poema consta de tres etapas: en la primera un hombre se obsesiona con un concepto emotivo hasta el punto de obligarse a hacer algo con él. Lo que ese hombre hace es la segunda etapa, a saber: construir un dispositivo verbal que reproduzca ese concepto emotivo para cualquiera que le interese leerlo, en cualquier lugar y en cualquier momento. La tercera etapa es la situación recurrente de las personas que en diferente tiempo y lugar activan este dispositivo y recrean en sí mismos lo que el poeta sintió al escribirlo. Estas etapas son interdependientes y todas son necesarias. Si no ha habido un sentimiento preliminar, el dispositivo no tendrá nada que reproducir y el lector no experimentará nada. Si la segunda etapa no se ha cumplido correctamente, el dispositivo no dispensará sus bienes, o dispensará unos pocos a pocas personas, o dejará de dispensarlos después de un tiempo absurdamente breve. Y si no hay una tercera etapa, ni una lectura exitosa, será muy difícil afirmar que ese poema existe en sentido práctico” (cito en la versión que Santiago Venturino hizo para Hablar de Poesía 25 (julio 2012).
Además de sus cuatro libros de poemas, Larkin, especialista en jazz, recopiló sus escritos sobre ese género en el libro All What Jazz (1970). La producción del autor, quien trabajó toda su vida como bibliotecario en la universidad de Hull, se completa con dos novelas juveniles, Jill (1946) y Una chica en invierno (1974). Pude leer Jill en la preciosa edición de la editorial Impedimenta (2021, traducción de Marcelo Cohen). Es una novela de iniciación en la que Larkin recrea sus años de estudiante en el college de Oxford, ciudad a la que llega procedente de una localidad del interior. En la reedición de 1963 Larkin cuenta las circunstancias reales en las que que escribió el libro, ¡a los 21 años! Y el contexto en el que conoció a sus amigos, entre ellos al escritor Kingsley Amis, padre del celebrado Martin.
Algunos escritores nos interesan fugazmente, en cambio otros renuevan nuestro interés a medida que vamos conociendo más y más sobre ellos. Si tuviera que dar una razón de mi interés sostenido y creciente en Larkin mencionaría el carácter directo y sin ningún remilgo de su poesía. Es como si Larkin tuviera en sus manos un instrumento muy contundente y diera con él un solo golpe para luego retirarse sin hacer comentaros.
Una muestra:
Ignorancia
Qué raro no saber nada, nunca tener seguridad
de qué es real o correcto o cierto,
pero con obligación de comentar así lo siento,
o Bien, así parece ser:
alguien debe saber.
Qué raro no saber de qué modo funcionan las cosas:
su arte para hallar lo necesario,
y su sentido de las formas y tan puntual propagación,
y su deseo de cambio.
Y sí que es bien raro,
que incluso vistiendo tanto saber –ya que nuestra carne
nos envuelve con sus decisiones- aun
así nos pasamos viviendo en imprecisiones,
y al iniciar nuestra muerte
ni sabemos el porqué.
Por Pablo Dema
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Marya – Marie, de Livia Hidalgo, una biografía poética de Marie Curie (por Rocío Sánchez)

Tenía 11 años la primera vez que supe de Marie Curie. Iba a quinto grado y la maestra nos había propuesto presentar biografías sobre personajes importantes de la historia de la humanidad. La primera actividad consistía en intentar reconocer -a partir de una foto y con la ayuda de nuestras familias-, el nombre de cada una de las figuras seleccionadas por ella y distribuida a cada estudiante en el aula. No sé si fue azar o casualidad lo que nos llevó al encuentro.

Recuerdo que miré esa foto en blanco y negro casi sin esperanzas. Esa mujer que apoyaba la cara en una de sus manos y miraba fijo a la cámara sonriendo apenas, se parecía demasiado a todas las fotos que veíamos en los nichos del cementerio de Alejandro, cuando íbamos de visita y ese era el recorrido familiar obligatorio. ¿Cómo podía llegar a resultarme fascinante esa mujer tan parecida a tantas otras muertas? ¿Qué podía tener de especial?

Sin embargo, el encantamiento no tardó en llegar cuando descubrí que ese rostro, como miles de rostros en blanco y negro, era una vida; una vida, como miles de vidas, pero llena de color, única y magnífica.

Llámese azar o casualidad, hemos vuelto a encontraros ahora a través de las manos y las palabras de Livia Hidalgo en esta especie de biografía “poemada” sobre la vida de Marya Skłodowska, más conocida como Marie Curie.

Conocí a Livia hace algunos años. En un proyecto bastante parecido al de la publicación de este libro, había decidido escribir un poemario sobre Glauce Baldovin y Cartografías había decidido hacerlo realidad. Ese gesto tuvo -y tiene ahora también- un valor especial: más que el renombre de la poeta -o en este caso, de la científica- lo cabal es, en definitiva, cierta memoria que se instala con la escritura de esos textos. Escribir un poemario sobre una figura pública -más o menos conocida- es un movimiento arriesgado en muchos sentidos: implica un recorte, un modo particular de leer una vida, una forma singular de sensibilizarnos sobre la existencia de otro.

Esa manera de escribir de Livia, animándose a asumir el riesgo, es un rasgo particular de su poética: ¿una herencia, acaso? ¿un rescate, un influjo, un deseo de dar continuidad a esas vidas? La poeta cordobesa escribe para encontrarse con estos personajes, para decirles lo que hubiera querido, para crear un espacio/tiempo donde reunirse con la admiración que provocaron esas vidas en la suya. En ese sentido, la segunda persona que aparece en el poemario, hablándole directamente a otra, implica una intensidad emocional que, como lectores, no pasamos inadvertida a la hora de vincularnos con el texto.

En Marya – Marie se presenta una estructura particular en relación a la que estamos acostumbramos a leer en los poemarios. Se trata de un texto con continuidad que puede o bien leerse como un gran poema extensísimo -que abarca la totalidad del libro-, o bien como bloques estructurados a partir de los hitos más importantes de la historia de esa vida, ordenados como en una especie de línea del tiempo poética. Como si fueran micro-escenas de una película, Hidalgo nos lleva por esos sucesos que van componiendo la obras, destacando diversos aspectos de la existencia de la científica: sus relaciones familiares, su amor por la ciencia, ciertos rasgos de su personalidad, el modo maduro y precursor de abrirse paso en un mundo obstinadamente patriarcal, sus miedos y sus temores más profundos, su modo de quedar en la historia.

En este libro hay una búsqueda intensa por retornar al sujeto y una escritura que podríamos definir como híbrida en tanto el registro biográfico descansa en una combinación entre la dimensión histórica -anclada en los hechos verídicos- y la dimensión ficticia -teñida por la manera subjetiva de contar esos hechos-. Partiendo de este supuesto, escribir una vida (y escribirla poéticamente) implica, indefectiblemente, recurrir a la imaginación en tanto herramienta fundamental para transitar el género biográfico. Y eso es precisamente lo que hace Hidalgo: se vale del material histórico y, haciendo uso de los recursos de la literatura, construye en este poemario su propia visión sobre la extraordinaria existencia de Curie.

Como un eco se repiten incesantemente unos versos al final de cada poema. La insistencia en esa idea es lo que da unidad y circularidad al poemario: son los hechos que se cuentan allí los que han marcado, como pequeños rasguños, el nombre, la sombra y la sangre de Curie y son, al mismo tiempo, fuente de los legados -pequeños y cotidianos o grandilocuentes y extraordinarios- que esta mujer ha sabido, también, dejar como herencia a la humanidad. Este libro es, entonces, la constatación de lo que no puede -ni debe- ser borrado con el paso del tiempo. 

Por Rocío Sánchez

Nota del editor: Marya – Marie forma parte de la colección Obras Reunidas, donde Livia Hidalgo publicó Emily, una biografía poética de Emily Dickinson.

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Miguel Ángel Toledo en Cosquín: participó del 22° Encuentro Nacional de Poetas con la Gente

Miguel Ángel Toledo, en Cosquín

Entre el 22 y el 28 de enero se desarrolló una la 22° edición del “Encuentro Nacional de Poetas con la Gente”, en Cosquín, escenario del tradicional festival nacional de folclore.

De la mano del poeta Hugo Francisco Rivella y el grupo cordobés vinculado a la revista “Palabra de poeta”, el “Encuentro Nacional de Poetas con la Gente” se fue ganando un lugar en el marco del festival folklórico.

Varios autores vinculados a Editorial Cartografías participaron del encuentro en diferentes ediciones: Antonio Tello, José Di Marco, Marcelo Fagiano y, este año, Pablo Dema y Miguel Ángel Toledo. La novedad es que en esta edición las noches el encuentro de poetas se hizo visible en el escenario mayor del festival.

Los poetas Hugo Rivella, Leandro Calle y César León Vargas estuvieron compartiendo poemas con el público en el escenario mayor. El martes le tocó el turno a Miguel Ángel Toledo, quien compartió el poema “Un grito de ida y vuelta”, de Armando Tejada Gómez.

Con la elección de ese poema Toledo dio una clara señal de identidad, ya que su trayectoria como músico, cantautor y poeta está marcada por los poetas de raíz folclórica como Manuel Castilla, Atahualpa Yupanqui y Hamlet Lima Quintana. Toledo tiene un largo idilio con el festival de Cosquín desde 1975, cuando fue elegido revelación. Esa distinción le abrió el camino para el desarrollo de una carrera que sigue activa hasta el presente y que se condensa en más de cien composiciones poéticas, muchas destinadas al canto y musicalizadas por él mismo (milongas, tonadas y zambas) o por grandes compositores como sus amigos Jorge Jewsbury y Mario Tenreyro.

En la colección Archipiélago de Cartografías, y bajo el título general de Poemas y canciones de una vida publicamos en tres tomos toda su producción poética: Una mañana lejos, Guitarra azul y Volveremos a danzar sobre los vientos. Allí están presentes algunas de las partituras que dan sonido a sus poemas.

Toledo se ha consolidado como un referente de la poesía y la música de Río Cuarto y la reunión de su producción poética en nuestra colección es un motivo de orgullo.

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Editorial Cartografías nació hace 20 años con el apoyo del Fondo Nacional de las Artes

Editorial Cartografías nació en 2004 con el propósito de estudiar, difundir, desarrollar y publicar literatura de Río Cuarto, Córdoba. En el origen obtuvimos una Beca del Fondo Nacional de las Artes (FNA) para proyectos grupales, con sendos avales de los escritores Antonio Tello y María Teresa Andruetto.

En estos veinte años publicamos más de cien títulos de escritoras y escritores de nuestra región y también muchos otros que fuimos conociendo a lo largo de los años en ferias y festivales de los que formamos parte. Muchas de esas actividades culturales se hacen con apoyo económico de municipios, de la provincia de Córdoba o de la Nación. Además, los programas que fomentan la lectura (como el Plan Nacional de Lectura) y las asociaciones de apoyo a las bibliotecas populares (como CONABIP) dinamizan el sector del libro y potencian la diversidad cultural.

Eso que llamamos Cultura no es más que un entramado de acciones humanas y prácticas sociales sostenidas por instituciones públicas y privadas y organizadas por un cuerpo de leyes y normas que la fomentan y protegen.

La creación del Instituto Nacional del Teatro (INT), del Instituto Nacional de la Música (INAMU) y tantas otras instituciones tienen el objetivo de proteger y potenciar nuestra cultura. Porque vivimos en democracia y somos libres es que nos expresamos, creamos y nos encontramos en una comunidad diversa y plural.

El comunicado de repudio de la Fundación El Libro.

Lamentablemente, iniciamos este año de festejo por nuestro 20° aniversario como editorial en un contexto en el que el Gobierno a cargo del poder ejecutivo nacional está impulsando la derogación de decretos y leyes que crearon y financian los entes culturales que son de la comunidad (entre otros, quiere derogar el Fondo Nacional de las Artes, pretende suprimir la Ley N.º 25.542, más bien conocida como “Ley de Defensa de la Actividad Librera”) es un ataque injustificado contra el patrimonio cultural sostenido en un discurso perverso en el que la palabra libertad obra como aniquilador de todo lo existente. No necesitamos que nos liberen, sino que nos dejen seguir viviendo, creando y compartiendo en libertad como lo hacemos desde hace veinte años.

En esta nota de María Daniela Yaccar, en Página 12,  podés leer los detalles de las medidas que impulsa el Gobierno que preside Javier Milei contra la cultura.
Link a la nota ACÁ.

Pablo Dema, cofundador de Editorial Cartografías, junto a José Di Marco.

 

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En 2023 publicamos 12 libros: poesía, narrativa, ensayos y libros infantiles que nos enorgullecen

Este 2023 que terminó, en las vísperas de cumplir 20 años, publicamos 12 libros.

Fuimos nutriendo nuestro Archipiélago con 5 libros de poesía: Lengua vegetal, de Paz Herón Ruiz; No todas las tortugas llegan al mar, de Virginia Abello; Hasta esa orilla, de Pablo Rosales; Carmen, de Silvia Barei y Asteroides, de Antonio Tello (en coedición con La Yunta).

Seguimos narrando historias en la colección Tusitala: publicamos 3 libros de relatos: La luz herida, de Pablo Mores; Un edificio abandonado, de Marcos Gallardo y Caída de Íaro, de Oscar Tomás Aimar.

Trazamos nuevas Radiografías: nuestra colección de ensayos sumó Pandemia del neoliberalismo: Sintonía filosófica 2, de Santiago J. Polop.

La colección infantil Preguntas de mi tamaño sumó 2 nuevos títulos: ¿En dónde vive el tiempo?, de Mariana Robles y La huerta de Florencia. ¿Cuál es el principio de la vida?, de Micaela Bedano, con ilustraciones de Chalo Irenne.

Obras Reunidas, la colección más nueva de la editorial, que apunta a publicar obras completas sumó Marya – Marie, de Livia Hidalgo, una biografía de Marie Curie.

Como mencionamos en otro posteo, es imprescindible defender políticas públicas activas que fomenten la cultura. En nuestro caso, surgimos gracias al apoyo del Fondo Nacional de las Artes (FNA) y podemos sostener este ritmo de publicaciones debido, en parte, al Programa de Estímulo a las Ediciones Literarias Cordobesas, que tiene el objetivo de fomentar el crecimiento y profesionalización de los autores y editoriales de la provincia de Córdoba, a través de la publicación y difusión de volúmenes literarios, asegurando su distribución en bibliotecas populares y entidades educativas.

Gracias a quienes nos acompañan siempre y forman parte de este proyecto literario: sin ustedes no podríamos sostener esta iniciativa que nació en 2004 y que publicó más de 100 libros, toda una isla literaria que crece en Río Cuarto, Córdoba, y se expande por todo el país.

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Virginia Abello, sobre La luz herida, de Pablo Mores

Escrito de la poeta y docente Virginia Abello para la presentación del libro La luz herida, de Pablo Mores.

Leí por primera vez un cuento de Pablo hace poco más de un mes cuando participamos en el Mundial de Escritura. Habíamos formado un grupo de nueve personas y todos los días teníamos que llegar a cierto número de caracteres escritos cumpliendo una consigna. Fue una semana de maratón. Al final, teníamos que elegir y votar un cuento de los producidos en el grupo, por lo que leíamos lo que había escrito cada unx. Pablo había elegido para presentar un cuento con un narrador niño en una especie de campamento y el juego o desafío de pescar una mojarrita. Y a pesar de que hay puntas a lo largo del relato que nos hacen imaginar la promesa de un nudo o nudos tremendos, la trama se va desmadejando mansa, pero no por eso menos densa. Me llamó la atención que un cuento no extraordinario (y para redundar en el prefijo, no extravagante) me dejara con la mirada en la nada, sin poderme salir de él. Y esa escritura era un ejercicio de sólo un día. Ahora, al leer los nueve cuentos que componen “La luz herida”, veo que la mecánica narrativa que funciona con la mojarrita no fue un simple azar, sino que es un engranaje estabilizado y particularísimo propio de todos los relatos de este autor. Y dicho esto, creo que ya confesé mi voto.

Hay algunas cosas que puedo contarles de Pablo para quien no lo conozca. Vive en Holmberg, pueblo donde nació y creció, en un boulevard que sube y se choca con el cielo y, como sus cuentos, promete una bajada al mar o una caída al fin del mundo, pero termina en unos lotes donde los chicos juegan cuadreras montados a caballo. Es padre de dos hijos. Esto me lo imagino un poco, pero puedo suponer que escribe en un tiempo robado, breve y preciso; o bien con un niño en upa, como Roberto Bolagno (o como yo, menos famosa, estoy escribiendo). Es músico, aunque se negó en esta presentación de su primer libro a mezclar la música con la literatura, para no quitarle su momento. Y lo último, su relación con la literatura ha sido informal, vital, necesaria. Y con esto quiero decir que su vínculo no ha sido deformado por estudios académicos en letras –perdón, lxs académicxs-. Quizás por esto es que su escritura es fresca y es auténtica.

“La luz herida” es el nombre del cuento que encabeza la serie y que da título al libro. Quizás es de todos los cuentos el que posee un trabajo mayor sobre el lenguaje. En este caso el narrador es un personaje marginal, un viejo supersticioso que husmea en la basura; que está solo, muy solo. Su lengua es la lengua de alguien que habla consigo mismo, que puede pasar de un tema a otro porque no se preocupa por un interlocutor posible. Gracias a que accedemos a su punto de vista, sabemos que el viejo no es malintencionado a pesar de su facha, a pesar de su pasado y de sus comportamientos sospechosos. ¿Pero cómo se ve el viejo de afuera? ¿Cómo lo ven los otros personajes? Sin duda como un “viejo culiado”, como le dice el gendarme cuando ve que ha entrado en su casa con su hija pequeña supuestamente a pedir un vaso de agua. Sin embargo, nosotros sabemos que el viejo quiere salvar a la niña, quiere hacer las cruces en la casa para ahuyentar a la luz herida que allí habita, no sabe por qué. La cosa es esta: el cuento teje una trama ya conocida y no pueden culparnos de mal pensadxs si esperamos encontrar un abuso o crimen o el intento de esconderlo o perpetrarlo. Pero eso no sucede. No hay indicios suficientes para decir que la niña era violentada o que algo malo ha pasado en esa casa. Menos podemos sospechar de las intenciones del protagonista que no hace más que desnudarnos su conciencia a lo largo del relato. Y tampoco, vaya frustración, es defendible la hipótesis de que las cruces produjeron el incendio de la casa. No hay crimen, no hay magia. ¿Qué nos queda? Los cuentos de Pablo nos van a llevar a ese extremo de despojo categorial. Terminan siendo cuentos realistas, pero no sin antes torcernos la lectura, la mirada.

Virginia Abello, junto a Pablo Mores, autor de La luz herida

Voy a hablar de otro cuento: “Domar la bestia”. En este caso, el  narrador testigo se parece mucho a nuestro Pablo (¿vale decir esto?). Vive en un pueblo, hace dos meses que se mudó allí al boulevard, y es invitado por su vecino Carlos a ver algo en su casa. Hay un objeto imposible de pasar desapercibido: una vela encendida al lado de la foto de la fallecida esposa de Carlos. Pero eso no es lo que él quiere mostrarle, sino su colección de insectos disecados. Carlos se entusiasma contándole al narrador todo el proceso, incluso atrapa una langosta y la encierra en el frasco con acetona que será su cámara letal. Pero hay otra cosa que no pasamos por alto: el mal olor, el olor a carne podrida. Y Carlos que nos invita a la pieza del fondo, a través del largo pasillo, porque hay algo más que quiere mostrarnos. Y esperamos lo peor, al mejor estilo Poe, llegando a lo más profundo de la casa, de la trama, de lo horripilante. ¿Me bancan el spoiler? No hay señora esposa momificada. Sí hay un cráneo de vaca y el entusiasmo de Carlos aprendiz de taxidermia. Y es ahí, cuando no sucede lo extraordinario, que se nos revela lo ínfimo, lo sutil: la alegría de un hombre solo porque lo escuchan. Él ha encontrado cómo domar la bestia y no es sólo con vino, como dice al principio guiñando un ojo al comprar los tetras. Y por haber escuchado, le regala al narrador un escarabajo fascinante, una especie de amuleto contra las bestias del dolor y el duelo.

Un cuento más: “Las fuerzas invisibles”. Es uno de los dos cuentos del libro cuyo narrador protagonista es un niño. En este caso, el escenario es el campo, donde vive el primo Fede y donde trabaja el padre del narrador. Los chicos pasan tiempo juntos, se mienten, inventan historias, se invitan a sus juegos preferidos o sus formas preferidas de pasar el tiempo que son distintas para cada uno. Fede representa una masculinidad dominante, agresiva, dura. Él quiere ser vaquero, coger a su esposa y hacerle muchos hijos. El narrador en cambio dice que tiene una novia, que se dan la mano y caminan por las calles del pueblo. Los chicos salen a andar a caballo. Fede usa el caballo más fuerte e inteligente y va primero, decide a dónde se va. Tinchito, el narrador, le toca seguirlo a Fede y al Polo y no tiene idea de cómo manejar su colorado. Y he allí las fuerzas invisibles que mueven a los caballos y que atemorizan a Tinchito, porque no las puede controlar. Esas fuerzas inexorables en las que vamos montadxs son las que nos llevan –y a veces nos catapultan- a un destino, a un lugar, a una identidad, sin que podamos hacer gran cosa al respecto. El lugar del narrador no es el campo, no es ser el jinete que golpea su caballo caprichosamente, sino ese lugar que ve reflejado en las bolitas de rulemanes, un lugar que imagina, un lugar que habilite lo que él quiere ser.

Muchas más cosas pueden decirse de este libro. Sin dudas, hay una apuesta en la elección de la geografía que se privilegia en los relatos: un pueblo en el sur de Córdoba. Hay una apuesta amorosa en la elección de los personajes marginales e invisibles, como son el viejo de la luz herida, los niños, los vecinos solitarios. Hay una elección sólida de la lengua con la que se narra. Dijo el Joaco Vazquez que Pablo escribe como habla y no es menor lograr eso en la escritura. Y qué lindo que habla. Pero sobre todo, lo que más me llama la atención es la mecánica narrativa que se va replicando en los relatos. Es la promesa de desenlaces deslumbrantes que no llegan y la frustración consecuente. Y luego, torcer la mirada y buscar los sentidos en los pliegues del relato, porque algún sentido debe haber. Algo así como la vida para los que crecimos en los ´90, en el medio de discursos que prometían que todos nuestros sueños eran cumplibles. Los desenlaces deslumbrantes son los menos y los que menos importan. Y estos cuentos nos lo recuerda.