El escritor Nicolás Jozami, autor de El brillo gemelo (2016) y La quimera (2009), acaba de publicar La joroba del Edén. Sobre el título, dice: «Gabriel Pantoja, que hizo la contratapa, alude justamente a una posición, otra vez, lectora: ingresar a los cuentos del libro en forma oblicua, agachados, jorobados, porque en algún momento, cambian las reglas». Agrega que en uno de los cuentos hay una clave mínima aunque explícita que le da sentido al título.
En este diálogo con Cartografías, el sello que Jozami eligió para publicar este libro de relatos, revela algunas consideraciones sobre el origen de esta obra y la conexión con sus anteriores. Habla de rupturas y continuidades.
– ¿Cuál es el germen y el proceso de escritura de La joroba del Edén?
– Este libro nació, germinó, de modo similar al de mis dos libros anteriores. Hay un momento en el que descubro que existe la posibilidad de reunir cuentos que, en base a procesos de pulido, devoluciones de lectores, y mi decisión, cuajan; de allí que me permito verlos luego como totalidad, una en la que los textos seleccionados pueden convivir en un mismo volumen, sin más alteraciones, continuidades, disfunciones, que las que cada lector puede hacer en su propio recorrido de lectura.
El proceso de escritura fue variado, y esto viene atado a lo anterior: hay cuentos que están en el libro, como por ejemplo Junto al río, que -escrito en estos últimos meses y tomado de un sueño de mi novia- lo había pensado con otro título y para otro volumen de cuentos, pero que luego de revisarlo y compartirlo, decidí que debía estar. En cambio, hay otros que han sido escritos hace tiempo atrás, como Unicornios, y que decidí integrar para, en este caso, intentar eso tan difícil que es lograr un cuento medianamente “feliz”.
En el caso del cuento más largo, Diáspora, intenté otra cosa, busqué otro efecto: la idea era ver qué pasaba, y qué me salía si condensaba una novela que tengo escrita -casi terminada- en un relato. Salió eso; de ahí tantos nombres de personajes, y como un retardo en las acciones del protagonista; ahí sí, quería demorarme en la escritura de un relato donde por ejemplo los personajes aparecen pero casi como un decorado, porque el argumento pasa por otro lado. De hecho, un amigo escritor que lo leyó me dijo que había muchos personajes nombrados, y que le parecía que no prosperaban, que no sabía hacia dónde iban o para qué estaban; cuando consulté si eso entorpecía la comprensión de la historia, me dijo que no, entonces le comenté lo de la novela condensada y que estaba hecho adrede lo de los nombres. Quizás más adelante, esa novela, cuyo título es Diáspora, pueda ver la luz y se cierren algunas cosas que acá, en el cuento, quedan sin explicación o, mejor, sin lógica.
– Ya venías trabajando con el género cuento, publicaste El brillo gemelo en 2016. Este nuevo libro: ¿cómo se relacionan con los anteriores?
– Lo que diga acá puede ser refutado o no con total libertad y tranquilidad; cada lector carga motivaciones, expectativas y lecturas anteriores que aplica a cada texto que cae en sus manos. El brillo gemelo salió en 2016; La quimera, en 2009. Me considero un cuentista sobre todo; tengo bastante escrito pero por momentos pienso que dentro de temáticas diversas y con elementos y personajes y tramas diferentes; tal vez es lo que uno quisiera hacer o cómo quisiera ser leído, aunque no haga más que estar apresado y repetir siempre lo mismo; como ya dijo alguien, no se puede escribir literatura más que repitiendo obsesiones, disfrazándolas.
Sí, en La joroba del Edén, hay otra vez algunos personajes oblicuos, desplazados, a quienes les suceden cosas que estiran la realidad. El jugador podría leerse como una patología, pero creo que hay escondido un manifiesto sobre la diversidad, las formas del amor, que son tan múltiples como ciertas; en Maniobras se puede ver un reverso del amor; cuánto se conoce al conocido, y cómo se acomoda y entiende la vida de alguien a partir de un acto deleznable. En El aniversario de Artemisa hay un flirteo con el policial, pero lo que me interesaba trabajar ahí es la mente de quien no pudo superar algo tan simple como un rito social.
Para responder la última parte de la pregunta, creo que hay rupturas en cuanto al abandono, en este último libro, de lo que algunos lectores y escritores mencionaron como cuento ensayístico, como podía ser La respuesta y El prólogo o la sinceridad de una indagación, de El brillo gemelo, o La quimera y Los traductores, del libro La quimera.
– ¿Hay algún elemento que funciona como clave de unidad en La joroba del Edén? Además, nos da curiosidad el título del libro: ¿hay una clave de lectura en el título?
– En un cuento, que no develaré cuál, hay una clave mínima aunque explícita que define, da sentido al título. Gabriel Pantoja, que hizo la contratapa, alude justamente a una posición, otra vez, lectora: ingresar a los cuentos del libro en forma oblicua, agachados, jorobados, porque en algún momento, cambian las reglas; hay que detenerse en los detalles, o en el mismo suelo, contorsionado, mientras se lee, sigue Pantoja, y esa imagen me pareció muy ilustrativa como crítica. Me hace acordar a los dibujos endebles y a uno o dos trazos de los hombrecitos de Kafka.
Creo que no hay un género que unifique; hay algo de policial, de extraño, de realista, de hecho uno se topa con La educación sentimental, cuento de argumento pedagógico, realista, luego de atravesar El jugador; ahí se le queman las previsiones al lector, y creo que busqué -no sé con qué grado de certeza y exactitud- un libro desparejo, heterodoxo, donde cada cuento te saque y haga olvidar del anterior. Diáspora podría concentrar ese tono apelmazado, lento, realista, pero al mismo tiempo quiere ingresar en lo extraño, en la posibilidad liminal de algo entre imposible y veraz. No me gusta lo que leí de César Aira, pero, como sucede a veces, tal vez he mezclado algunas cuestiones que él mismo hace en sus novelitas; olvidarse de las tramas o de algún personaje, poner embudos de sentido que luego no prosiguen, atar una cosa con otra en algo desopilante; quizás hasta podría gustarle Diáspora que, en el fondo, es un homenaje al pasado y a la vez un cuento melancólico.
El efecto de lectura que busco acá es el del libro de cuentos que te desampara en tus previsiones, te desajusta; pienso en Cuentos de amor de locura y de muerte, de Quiroga, en Los padres de Sherezade, de Guebel, y hasta en La luz de un nuevo día, de Hebe Uhart; en ellos te topas con historias tremendamente bien contadas, trompadas psíquicas, pero otras te bajan la adrenalina, y te parecen historias no hechas para esos libros; esa oscilación, en esta etapa, me gusta, son como empujones o advertencias para que la experiencia lectora prosiga; luego uno saca la conclusión del conjunto, de cuentos, pero el viaje ya está hecho. Después claro, hay también otros autores que no pueden dejar de dominar su propio pulso, y uno ve en cada párrafo el estigma de su profundidad y alma; pienso en los últimos libros de cuentos de Onetti, o en Kafka mismo, hasta el truculento sabor que no puede abandonar Silvina Ocampo.
– ¿Nos podés decir algo del arte de tapa? ¿Participás en el diseño o es algo que te resulta ajeno?
– Me gusta participar -en lo posible- en el arte de tapa de mis libros. Suelo pensar al libro con la portada. Pasó con La quimera, donde la tapa es la foto de un actor con ese engendro sobre su cabeza, que remite a la cita de Baudelaire al principio y dan algunas orientaciones de lectura; con El brillo gemelo intervine para dar mi opinión sobre lo hecho por el editor, ante su consulta; en La Joroba del Edén sí tuve presente la tapa del libro cuando vi una fotografía de mi viejo, que es fotógrafo de fuste aunque él se considere un amateur. Cuando vi esa imagen, que es más incógnita que el propio libro de cuentos completo, dije “ésta será la tapa”; encima encontré una joroba blanca y negra, o yo quise ver eso. Ya no había excusas para dejar el título y terminar de cerrar el libro.