Conjeturas acerca del tiempo, el amor y otras apariencias
Tratados como apariencias, el amor y el tiempo (pero también el destierro, la muerte y la propia identidad) constituyen un polo de atracción para que la memoria y el sueño proyecten una retícula de hipótesis, la trama, tensa y a la vez volátil, de un juego de posibilidades en el que la presunción, la sospecha y el atisbo se tornan instrumentos indispensables para que una conciencia se indague, continua y vorazmente. Ésa es la materia que el poeta Antonio Tello modela en Conjeturas… Un plexo de entidades y/o situaciones escurridizas y enigmáticas.
Así, lo autobiográfico, antes que un cúmulo de experiencias efectivamente vividas, una retahíla de testimonios concretos y verificables, deviene un campo conjetural, un territorio habitado por veladuras y misteriosos aconteceres, que la escritura recorre con delicada y puntillosa paciencia, internándose, sin lamentaciones ni estruendos, en el vértigo de un abismo que disuelve las certezas y los dogmas.
Lo que Tello imagina y escribe en estos poemas es prioritariamente mental. Un mundo densamente subjetivo que, sin embargo, o tal vez por eso mismo, nos recuerda que la historia es barbarie y miseria, y que la poesía es ese resplandor que ilumina las ruinas del pasado, captura las irradiaciones repentinas del presente y avizora los rastros esquivos del porvenir.
Yo, no aquel príncipe
de la torre derrumbada,
soy el triste, el desterrado,
el hombre que desespera en la distancia,
exiliado de sí, mientras
el día, salarialmente comprometido,
se consume en palabras, y
la noche, herida de mañanas,
lo hace en sueños.