El oso antártico
Escribe Sergio Chejfec en la contratapa del libro
Para la memoria urbana de la ciudad de Córdoba, la escultura del oso polar es un misterio que sólo encuentra respuesta adecuada cuando se lo interpreta como error. Más aún si se tiene en cuenta que la misma ciudad que le da albergue, según recuerda esta novela de Federico Lavezzo, se funda también en la equivocación. Córdoba debería haberse levantado en otra región y la escultura del oso polar no debería haber existido. Sin embargo estos dos objetos son ciertos, forman parte del mundo, y si bien responden a muy distintas naturalezas, por eso mismo, por el empecinado error que representan y el espacio que comparten, han tramado un vínculo distraído y fatal a la vez, regido por la casualidad y el avance del tiempo histórico.
La novela indaga el testimonio del lejano responsable del segundo error encarnado en el gran oso. Quiere, a través de su versión, aclarar el origen entre burocrático y político de esa presencia exótica, y revelar el sentido de su deambulación urbana durante décadas, yendo de un punto a otro por distintos parques o plazas de la ciudad. La difícil entidad zoológica del título no anuncia solamente la trama disparatada que busca revelar, sino también el tipo de relato flexible y fuera de todo género que es la misma novela; entre policial, testimonial y ensayístico, la forma múltiple capaz de dar cuenta de eso que este relato también quiere decir: que la ficción puede ser, a veces, una bella y eficaz versión del pasado cultural.
En otras palabras, el lector de El oso antártico se va a encontrar frente a la infrecuente pero definitiva verdad que Lavezzo conoce muy bien: las buenas novelas no resuelven enigmas; los crean.