Lengua vegetal
Hagamos la prueba. Antes de leer, digamos: glicina, calendula, portulaca. ¿No florece toda la boca con el nombre de la flor? La voz de este poemario, lo sabe: solo escucho las flores/ que me hablan/ en lengua vegetal, dice. Para oírlas se requiere un pulso humilde, un silencio, una austeridad. Acierta la voz, con toda la sabiduría y la calma de su tono, como si practicara sin saberlo una filosofía zen. Sin alardes ni declaraciones religiosas: la voz resuelve lo sereno sin anunciarlo. Calmo a pesar de la tristeza, calmo contra la ausencia, calmo en la evocación: las raíces de un hogar y el duelo/ todo florece. Este ritmo suave es el mejor que pueden recibir las plantas. La poeta no necesita más ornamento que la música de la flor. Las plantas que le hablan se manifiestan en el recuerdo. Raíces y memoria, movimiento espiralado del poema para hacer brotar lo que nace lento, allá abajo. Sensualidad, potencia y política de la flor: en el barrio de los militares, una casa brotada, ida en vicio en sus geranios. Una revolución sutil: me dispongo a regar/ la montonera de las plantas. Este poemario es orgánico: como su propio nombre, Paz hace crecer un tono delicado, criado en el arte de la poda. Este poemario tiene un saber, no un conocimiento, sino algo anterior. Algo más enraizado, algo que religa gestos complementarios: no solo escuchar, sino cultivar. Germinar en la escritura: Hoy planté-escribí/ caléndulas. Entre las madres y las hijas, la voz de la poeta crece en el doble cuerpo de las plantas: hacia el recuerdo, hacia el futuro.
Camila Vazquez