Descripción
El yo de Patios de verano es corpóreo. Se descalza, se embarra en la desesperación casi de intercambiar un poco de frescura húmeda con la tierra inundada a cambio de su calor o cansancio del peso del día (o desde antiguo). Hay poemas que instalan una temporalidad medida en estaciones; otros, arremeten con un tempo de a golpes rápidos de avance, de a borbotones; algunos captan el tiempo en fuga del instante como cuando queremos atrapar (ingenuos) una vaquita de san antonio o en las sierras un bichito de luz. Un aire de religiosidad pagana envuelve a Patios de verano, un culto impío que incluye ritos del cotidiano (la comida, la cama, los momentos del día y la noche y sus puestas en escena en el topos de la casa y articulados por los vínculos familiares), sacrificios –insumisos, si vale la expresión- y ofrendas y un juego bien en serio de acercarse/alejarse del linaje femenino: el yo se sabe, aun en este reniegue, potente en el género y activa en la bisagra generacional. La imposición es mansa por momentos y dentada en otros y el yo filial gana la pulseada, con su “forma de hacer mundo”, en esta “casta de agua”. Elena Berruti
Desde temprano se escuchan
los sonidos del verano.
En últimos brotes los bulbos
explotan bajo la tierra
y se rajan
como el himen de las vírgenes.