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Gastón Malgieri: «La poesía y la fotografía me ayudan a mirar, a preguntarme»

El escritor y fotógrafo habla de los orígenes de Animales poco útiles, que acaba de publicar

-¿Cómo llegaste a la poesía? A la lectura y luego a la escritura…

-Supongo que por necesidad. Creo que la poesía aparece, o me vuelvo permeable a ella, cuando empecé a tomar cierta conciencia del estado de cosas en el mundo. Digamos que fue el modo que encontré para anclar en otro territorio, uno menos hostil, menos doloroso. Casi te diría como si fuera un refugio, un modo de cicatrizar. A esto lo digo pensándome como lectorx.

Mi primer acercamiento a la literatura en tanto alguien que escribe, tuvo que ver con la narrativa, con la necesidad de contar. Cierta pasión temprana por el cine, me llevó a ese intento. Fue instintivo, si es que es posible tal cosa. No provengo de una familia donde se cultivara el placer de la lectura, o donde hubiera una biblioteca frondosa, ni mucho menos.  

Luego, con los años, la escritura. O su tentativa. No sé bien por qué terminé escribiendo. No lo he meditado tanto. Creo que me fue inevitable. Algo que se manifestó sin forma precisa, pero se volvió algo del orden de lo vital, de lo irremediable.

-¿Cómo dirías que se enlaza con tu trabajo como fotógrafo?

-De muchos modos posibles. No creo que las llamadas disciplinas artísticas sean compartimentos estancos, sino dispositivos diversos, con lógicas internas particulares de los que me valgo para acomodar mi estar en el mundo.  A veces, la imagen me ha servido para economizar lenguaje y, otras veces, he necesitado de la palabra para aquello que no logro ver con claridad. Y en ese devenir entre los distintos sistemas expresivos voy encontrando un pulso propio que muta, está siempre en constante cambio. Pero ambos modos, esto es, la poesía y la fotografía, me han ayudado, me siguen ayudando, a mirar, a entender, a preguntarme.

-En la contratapa Eduardo Mattio dice que este libro funciona como un “archivo de sentimientos”. ¿Lo vivís así? ¿Qué es para vos Animales poco útiles?

-A mí me sorprendió gratamente lo que Eduardo Mattio develó en el epílogo. Digo develó, porque no solo siento que lo haya hecho para con lxs posibles lectorxs, en términos de claves de lectura, sino incluso para conmigo. La imagen de ese archivo de sentimientos, o de una cartografía de emociones que nos nombran, estaba ahí, según parece, pero ante mí tomó cuerpo una vez que leí su texto. No antes. Y tengo la intuición de que él supo nombrarlo, no sólo por su condición de Filósofx, sino principalmente, por una narrativa que nos hermana ante ciertos dolores, ante ciertas fugas. Convocarlx a escribir ese texto tiene que ver con esa hermandad.  

En el proceso de escritura de Animales poco útiles me fui tan hacia adentro, tan hacia atrás en la historia, tan a lo primario de mi narración, que cuando volví no pude ver esos signos. O no supe verlos. Supongo que eso sucedió de ese modo, justamente, porque algunos aparecieron ante mí por primera vez. Salieron a la superficie preguntas acerca de quién había sido mi madre, pero también quién era yo, a partir de ellx, o de su ausencia. Animales poco útiles significa un poco volver a nombrarme. Haberme dado ese permiso de habitar lo roto, lo que aún duele. Poder decirme, sí, hay heridas hechas para no cicatrizar nunca. Y salir a buscar también la rotura de esa mujer que muere a los 36 años. No solo su voz, sus aromas, o sus señas, sino, principalmente, su narrativa trunca.

– Este es un tiempo de pensar el género: ¿Qué voz tiene tu madre, que transita todo el libro? ¿Qué creés que viene a decir esta mujer?

-La voz de mi madre en el poemario, pero también en el plano de lo real, es una invención. El gesto primero fue darle forma. Intentar imaginar cómo hablaría, no ya de lo que ve, sino principalmente de lo que siente. De lo que sintió en su tiempo, ante el mandato de la “buena” maternidad, del matrimonio, de la ama de casa, etc. Yo no creo que esa voz venga a poner en palabras más que lo propio.  Una cicatriz personalísima.

Quiero decir, no fue un gesto estético hablar en mi poesía en femenino. Esa voz es, ante todo, un gesto vital, casi íntimo que termina, por error, en un libro que leerá otra gente.

Esa voz tiene mucho de soliloquio. No intenta decir nada a otrxs. Se habla a sí misma. Consciente de su rotura.  Transitándola. Cambiándola de lugar para volver a nombrarla.

Si alguna ilación hay entre esto que digo y el momento actual es, intuyo, esa idea de volver a pensarse como construcción social. Volver a pensar la idea de lo materno, de lo que se espera que transite un cuerpo leído madre. Y también, claro, lo que se espera que transite un cuerpo leído hijx.

-El libro transita la diversidad sexual, hay una voz marica: predominan el amor, el desamor. Da la sensación de que hay un desamparado que busca a aquella madre… ¿Fue pensado ese Segundo movimiento del libro como con un enlace a los poemas del primero?

Hay unx desamparadx que busca saber quién fue su madre. Hasta el presente, hasta el momento de escritura de estos poemas, yo sentía nostalgia por unx que no tenía idea cómo era, más allá del relato de otrxs. Entonces salí a su encuentro. El desamparo no lo genera su ausencia, tal como creí durante años, sino precisamente esa desesperación de que lo poco que recuerdo de ellx finalmente se me escape de las manos.

Respecto al Segundo movimiento, sí, así fue pensado. Una vez que la voz de la madre, de mi madre,  tomó cuerpo, necesité empezar a pensar entonces cuál era mi voz ahora. Y esa voz era una voz inevitablemente marica. Una voz que se enlaza a mi madre desde la rotura o la ausencia, pero también desde esos lugares de pertenencia que habitamos por fuera del predominio patriarcal. Ella, en tanto mujer; yo, en tanto marica. Una voz que, además, mi madre tampoco conoció de mí. Por eso, esa intención de diálogo entre el primer movimiento del libro y el segundo.  Como si el conjuro, poético, vital nos diera el permiso de hablarnos desde quienes somos ahora. Desde quienes pudimos ser, a pesar de todo.

-Acerca de la foto de la tapa del libro: ¿Quiénes son esas mujeres?

-En la foto de tapa está, por supuesto, mi madre, que es quien mira a cámara sonriendo, y unx amigx de la que no tengo más datos que el vínculo que lxs unía. Cuando estábamos pensando en la ilustración con Pablo Dema (editor de este libro), sentí que esa era la imagen que quería que funcionara de preludio para esos dos movimientos poéticos. Las razones son varias. Entre ellas porque tiene algo de selfie, tal como la entendemos en la actualidad, pero además porque temporalmente me la da idea de que esa foto pertenece a un período previo a su matrimonio y la maternidad. Y esa Teresa, así se llamaba mi madre, es un misterio para mí.

-¿Qué creés que la aporta el epílogo al libro?

-Creo que sella un pacto. Entre Eduardo, lxs lectorxs y yo. Un pacto que tiene todos los ingredientes de una complicidad tácita. Creo que, como te decía antes, Eduardo encontró signos, rastros, en los versos, que ni siquiera sabía que estaban allí. Y la apuesta fue que su lectura atravesara el cuerpo, su cuerpo. No desde el profundo conocimiento de ciertos ejes que en el libro aparecen, estos signos que él viene rastreando desde la Filosofía, sino desde una emocionalidad, su emocionalidad. Nombrarnos rotxs o heridxs también tiene que ver con reconocernos en esos tajos. Con reconocernos con otrxs. Y siento, muy profundamente, que el epílogo es eso,  una invitación, no a sanar, si es que es posible tal cosa, sino a inventarnos otras narrativas posibles a partir de las heridas con las que fuimos nombradxs.