“La escritura surgió en mí a los 10 años”, dice la poeta Livia Hidalgo. Habla de “Pelusa”, una perrita que extrañó tanto que necesitó narrarlo, como un modo de encontrarse con ella. “Allí sentí por primera vez que me sustraje del mundo, que mi mente ingresó a otra dimensión de la realidad”, dice. Pero como tenía facilidad para los números, tanto sus docentes como su padre –dueño de una financiera- la impulsaron a estudiar Ciencias Económicas: “Del mismo modo que me sustraía del mundo para escribir, la misma sensación vivía a la hora de resolver problemas matemáticos. Me pasaba horas con un sinfín de operaciones en la mente. Quizás por eso digo que la matemática es poesía pura, pues es el más alto grado de abstracción posible”.
En este diálogo con Livia Hidalgo, autora del poemario Glauce, la escritora traza su recorrido desde aquellos años de infancia hasta que conoció a la poeta Glauce Baldovin, que fue su maestra y amiga. “Fue una relación de amistad muy intensa porque compartíamos algo que nos apasionaba y reunía: la poesía”, dice. “De ella aprendí muchísimo (…). Además de los conocimientos técnicos me formó políticamente. En mi libro Glauce, yo escenifico el momento de mi toma de consciencia sobre los hechos de la última dictadura militar”, cuenta.
Livia rescata de Glauce su rebeldía, su cercanía a los jóvenes. Agradece al Colectivo Glauce Baldovin, de Río Cuarto. “Jóvenes como ellxs son a los que yo invitaría para que integren ese partido único por la humanidad”, dice. “Hay que buscar líderes que nos representen, pues sin organización es muy difícil el avance. Y esos líderes tienen que ser lxs jóvenes”.
-Naciste en La Playosa, en Córdoba, pero tu abuelo era de Río Cuarto. ¿Qué recuerdos te conectan con esta ciudad?
-Mi abuelo paterno, José Ambrosio Hidalgo, nació en Río Cuarto en 1881 y pasó su infancia y buena parte de su adolescencia allí. Luego su familia se trasladó a Santa Rosa de Calamuchita, a mi bisabuelo lo habían nombrado juez de paz en ese lugar. En Santa Rosa, mi abuelo se casó y allí nacieron varios de sus hijos. Mi padre tenía cuatro años cuando se trasladaron a La Playosa. A mi abuelo le asignaron el cargo de jefe de la Estafeta de Correos en este pueblo que hacía muy poco se había fundado. Ahora bien, yo no conocí a mi abuelo, no había nacido cuando él murió. Sin embargo, debió haber tenido muy lindos recuerdos de Río Cuarto, puesto que una de sus hijas que vivía en Buenos Aires viajó exclusivamente a esa ciudad para conocer el lugar donde había nacido su padre.
-¿Cómo surgió la escritura en vos? Sos Contadora Pública, aunque cursaste materias en la carrera de Letras Modernas en la Universidad Nacional de Córdoba, también…
-La escritura surgió en mí a los 10 años. Tengo un libro “Pelusa” que con cierto humor cuento cómo empecé a escribir. Lo atribuyo a una composición escolar sobre el día del animal. Esto fue el 29 de abril de 1965. Allí evoqué a “Pelusa” una perrita lanuda que teníamos cuando yo tenía 4 años. Mi madre no soportó que la perrita hiciera sus necesidades adentro de la casa, y en lugar de educarla la fletó. Eso signó mi escritura posterior, pues empecé a escribir seis años después a partir de una ausencia, de un extrañamiento, de una carencia. Allí sentí por primera vez que me sustraje del mundo, que mi mente ingresó a otra dimensión de la realidad para poder encontrarme de algún modo con aquella perrita de la que nunca supe cuál fue su destino. Y la vi. Saltando y brincando, tal como la recordaba. Después de esa composición escolar seguí escribiendo pero no mostraba nada, pues no quería que mis padres se enteraran de lo que me aquejaba, tal vez inconscientemente sintiera que si los fastidiaba mucho, como a Pelusa, me fletarían a mí también.
En cuanto a las Ciencias Económicas, es difícil resumir la razón de mi elección. Diría que a mí me sucedía algo extraño. Del mismo modo que me sustraía del mundo para escribir, la misma sensación vivía a la hora de resolver problemas matemáticos. Me pasaba horas con un sinfín de operaciones en la mente. Quizás por eso digo que la matemática es poesía pura, pues es el más alto grado de abstracción posible. Eso más adelante me hizo pensar que la poesía está en todos lados, y que el poema, la palabra es sólo una de las formas de capturarla, y no siempre. A veces hacemos el mayor de los esfuerzos y la poesía se nos escapa, pero nadie nos quita el arrobamiento que nos provoca la persecución. Digamos que mis profesores contadores me incentivaron a inscribirme en esa carrera por la facilidad que tenía con los números. Pero además de eso, mi papá con otros socios abrieron una financiera en el pueblo. Mi papá era peluquero, él había elegido ese oficio porque aborrecía cualquier trabajo en relación de dependencia, y su ilusión era abrirse otro camino y dejar ese oficio. Él era el gerente de la S.A. en Comandita que habían constituido, por tanto tenía que atender la financiera y a su vez la peluquería, ya que en ese momento no sabía cómo iba a resultar este nuevo emprendimiento. Esta doble actividad le traía serios problemas, no podía dejar a un cliente en el sillón para atender a otro que venía por la financiera. Entonces, allí fui a parar yo, con 12 años de edad. Salvo de 13 a 17 horas que asistía al secundario, me pasaba el día en una pequeña oficina que se había instalado provisoriamente en el mismo salón de la peluquería, aunque separada por unos paneles. Como en los pueblos la actividad se cortaba al mediodía y la apertura de los negocios era a las 16, se estableció que el horario de la financiera fuera a las 17. Allí me hice experta en matemática financiera, al terminar el secundario fui directo a Ciencias Económicas con el propósito de volver y hacerme cargo de la financiera que por entonces había abierto sucursales en Pozo del Molle y Las Varillas, pero este proyecto se abortó por el Rodrigazo. La financiera se fundió, y también la ilusión de mi padre.
A poco de ingresar en la facultad supe que no era mi vocación, pero no quería frustrar a mi padre y por eso decidí seguir. En 1975 cuando la financiera se fundió, yo ya tenía el tercer año completo de la carrera, estaba trabajando todo el día y la Facultad de Letras no tenía horarios nocturnos. De modo que decidí recibirme, independizarme y empezar Letras. Así lo hice. En Letras cursé y regularicé muchas materias, pero pude rendir muy pocas porque las fechas de los exámenes coincidían con los momentos de mayor trabajo en mi profesión. De modo que me convertí casi en una alumna oyente. No obstante a ello, me sirvió de mucho para la actividad que iba a desplegar bastantes años después como Coordinadora de Talleres de Poesía.
-Antes de escribir se nos despierta el amor por la lectura. Así que debería empezar por ahí, por preguntarte sobre tus primeras lecturas, tu biblioteca de pequeña, si es que tuviste, o tus maestras referentes…
-Siempre he tenido un gran amor por la lectura, pero me encontraba con un inconveniente, en el pueblo no había librerías, tampoco una biblioteca, ni siquiera en el secundario que tuvo su primera biblioteca cuando yo tenía 15 años, constituida fundamentalmente con libros de textos donados por el Banco de la Provincia de Córdoba que fue el primer banco que arribó al pueblo. El secundario en ese momento sólo tenía ciclo básico, yo había terminado tercer año y debía continuar mis estudios en Las Varillas y ya no podía acceder a esa incipiente biblioteca. Por tanto, diría que hasta esa edad sólo había leído los manuales escolares, las revistas Billiken y Anteojito, y algo de poesía porque la directora del secundario enterada de mis inquietudes literarias me prestó un cuaderno con poemas que ella había transcripto en su juventud, y diría que mi primera biblioteca se armó con el cuaderno que compré para copiar todos esos poemas y devolverle el suyo a la directora. Una de mis tías maternas recitaba poemas al estilo Berta Singerman, pero los tenía en su memoria, pronto los tuve yo en mi memoria, pero cuando quería transcribirlos no sabía dónde cortaba el verso, por tanto los cortaba según el modo de recitar de mi tía. También tenía el ejemplo de otra ávida por la lectura, mi abuela paterna, que por falta de libros coleccionaba los retazos de diarios del envoltorio de las papas y de muchos otros productos. Los limpiaba, los planchaba y a la tarde se sentaba en su sillita de mimbre a leerlos. A esto lo empecé a advertir cuando yo tenía alrededor de 6 años. En ese tiempo, y durante varios años, ella me relataba una gran cantidad de historias que yo las oía como si fueran cuentos. Mucho después supe que todas esas historias estaban en el Antiguo Testamento. Se lo sabía de memoria. Por eso, para mí, la Biblia fue siempre “los cuentos de la abuela”. Una frase de ella que se me fijó a fuego: “El saber no ocupa lugar” y otra frase de mi abuelo que ella repetía a renglón seguido: “El que de servilleta para a mantel ni el diablo puede con él”. Con estas frases, ella sintetizaba dos cosas: tenía que cultivar el apetito de saber, pero tenía que cuidarme de la soberbia. Mi abuela era originaria de Córdoba y había estudiado en Las Adoratrices, lamentaba haber tenido que dejar sus estudios porque en esa época a las mujeres de su familia no les fue permitido seguir una carrera. Se lamentaba de que sus hijos no hubieran tenido, al menos, la misma oportunidad que ella, ya que en la época de mi padre en el pueblo sólo había hasta cuarto grado. También ella fue un incentivo enorme para que yo siguiera estudiando, aunque hubiera querido que siguiera medicina.
Alrededor de mis 16 años, Alfonso Griffoni, lo nombro porque fue alguien muy significativo para mí, abrió un quiosco de diarios, pero no sólo vendía diarios sino también las novelas policiales del Séptimo Círculo, fascículos de Historia, Geografía y Maestros de la Pintura, y poco después los fascículos y libros del Centro Editor de América Latina. Yo ganaba unos pocos pesos y los invertía en la suscripción de todas esas ediciones. Los policiales me fascinaban a tal punto que mi papá se negó a que los siguiera comprando porque me distraían del trabajo en la financiera. Por lo tanto, mi biblioteca personal se fue constituyendo con esos fascículos y con esos libros. Tuve que esperar el arribo a Córdoba para comprar libros. Apenas llegué me suscribí a la Biblioteca Córdoba, sacaba dos libros de poemas por semana y como en esa época no había fotocopiadoras, los transcribía en cuadernos de 200 hojas, llegué a tener más de 20. Sin darme cuenta, estaba haciendo acopio de un vocabulario que luego recomendé a todos los integrantes de mis talleres, porque la poesía es fundamentalmente un trabajo sobre el lenguaje. Uno debe tener incorporadas las palabras para el momento en que aquello, que sigue siendo un enigma para mí, llega a uno como una música perturbadora y nos impele a plasmarla en palabras.
Tras los cuadernos visité innumerable librerías de usados y lo sigo haciendo. Cuando ingresé a la facultad de letras me convertí en una clienta vitalicia de Rey Ortega. Siempre estudie leyendo los libros, no me satisfacían los apuntes. Me habitué a ello cuando estudiaba Ciencias Económicas, durante los dos primeros años iba a la biblioteca de la facultad, pero luego comencé a trabajar y allí empecé a comprar libros porque solo podía asistir a los prácticos de 21 a 23 horas; le daba a una compañera un carbónico para que mientras tomaba apuntes para ella me facilitara uno para mí, pero sólo lo utilizaba como guía. Tras el cierre de la librería de Rey, la sustituyó Paideia y más tarde Rubén Libros por el hecho de que en esa librería coordiné talleres de poesía allí durante 16 años. Y por cierto que hay otras, pero mis incursiones por ellas fueron esporádicas.
-¿Cómo conociste a Glauce Baldovin?
-La conocí en 1991. Después de haber asistido accidentalmente a una reunión en sus talleres ella me invitó a coordinar juntas un taller literario. En ese momento yo seguía cursando algunas materias en la Facultad de Letras, y sumado a mi trabajo, no tenía tiempo para eso, pero también porque, como buena contadora, necesitaba algún tipo de planificación. Ella me dijo que armáramos un programa juntas y que dispusiera de su casa. Finalmente acordamos los viernes a la tarde, y si se me complicaba podíamos recuperarlo en cualquier otro momento que tuviera libre. En ese entonces, ella vivía en la calle Arturo M. Bas, muy cerca de Tribunales, por lo tanto era frecuente que tras ir a tribunales (yo hacía peritajes contables) me hiciera una escapada hasta su casa, siempre con la urgencia de volver a mis actividades; pero entre un trámite y otro solía tomarme algún tiempo y lo aprovechaba para verla. Cumplimos ese objetivo a rajatablas. Leímos muchos autores juntas, diría que todos los que aparecen en su libro “De los poetas” y otros que yo aportaba. En ese entonces yo conocía a muchos de sus autores favoritos, pero sentía una especie de hechizo por el modo en que ella los leía, tanto que los viernes cuando queríamos acordar era la hora de la cena, y allí solía invitarla a cenar en Betos, una parrillada que quedaba cerca de su casa o a un bodegón de la Avda. General Paz, que a ella le gustaba especialmente por las milanesas con huevos fritos y papas fritas que allí ofrecían a bajo precio. Tras la cena ella marchaba a su casa y yo a la mía. Pero fue allí donde comenzó nuestra amistad, pues ese rato que compartíamos lo aprovechábamos para confiarnos algunos sucesos de nuestras vidas.
-¿Cómo definirías la relación que las unió?
-Fue una relación de amistad muy intensa porque compartíamos algo que nos apasionaba y reunía: la poesía. Y también por su disposición y flexibilidad, pues su casa siempre fue una casa de puertas abiertas. Uno podía caer a cualquier hora y siempre era bienvenido. Además, pese a tener casi la edad de mi madre, nunca la vi de ese modo. Incluso diría que Glauce era mucho más transgresora que yo, más desprejuiciada, más libre, por lo tanto mucho más joven mentalmente, y por eso mismo adoraba y la adoraban los jóvenes. Establecía una relación de igualdad.
-¿Qué aprendiste de ella?
-De ella aprendí muchísimo. Yo tenía muchas dudas en cuanto a mi capacidad de coordinar un taller de poesía, ella me quitó esas dubitaciones porque me hizo entender que para la coordinación de un taller creativo era más importante la trasmisión de la pasión que los conocimientos técnicos. A los conocimientos técnicos uno lo puede aprender en cualquier libro si los considera imprescindibles para su metiere, y en todo caso uno puede darle al integrante una lista de esos libros si los requiriera. También me enseñó que no es necesario explicar ningún poema, que eso era tarea de los críticos no de los creadores. En todo caso, uno podía hablar de las circunstancias de vida que condujeron al poeta a escribir lo que escribió. Y aún sigo interesada en eso, en la génesis más que en los procedimientos.
Pero además, me formó políticamente. En mi libro Glauce, yo escenifico el momento de mi toma de consciencia sobre los hechos de la última dictadura militar. Estar enterada de los acontecimientos no significa tomar consciencia o comprender los significados profundos. Yo me enteré del genocidio y otras atrocidades de la dictadura durante la campaña de Alfonsín y después de su asunción tras la lectura del libro “Nunca Más”, es decir del Informe de la Conadep. Incluso Recintos de la muerte es un libro escrito bajo ese influjo, pero sin tener clara conciencia de lo sucedido. Yo desconocía las motivaciones. No sabía sobre la existencia del Plan Cóndor elaborado para toda América del Sur con la intención de instaurar los programas económicos del liberalismo o neoliberalismo. Yo veía las consecuencias desastrosas de la implementación de ese plan en mi trabajo, pero no alcanzaba a darme cuenta que todo eso respondía a un plan puntillosamente pergeñado por Estados Unidos y llevado a cabo en forma implacable por las dictaduras del continente cuya función era eliminar despiadadamente a todo opositor a ese propósito. Ella me despertó políticamente para que yo pudiera trascender las fronteras de nuestro país y pudiera buscar la raíz de los males del tercer mundo en las esferas del poder mundial. Es por eso que en la actualidad veo un nuevo Imperio y es el Imperio de la Globalización, constituido ya no por uno o varios países, sino por las grandes corporaciones globales económicas, financieras, comunicacionales, narcos que tienen el 99% de los bienes del mundo (el 1% tiene el 99%). Los que no formamos parte de ese 1%: ¿No podríamos hacer algo para contrarrestar los efectos de un capitalismo salvaje absolutamente inhumano, que genera la pobreza, la violencia, la indignidad? Ya no propongo un levantamiento en armas, porque sabemos que no tienen ningún miramiento a la hora de aplastar lo que se les ponga en frente. Yo aspiro a la creación de un solo partido sin divisiones políticas que se interese por la humanidad. Tenemos que superar esta grieta exacerbada impuesta por los medios hegemónicos de comunicación asociados a las grandes corporaciones. El 99% restante tenemos que oponernos a las políticas de destrucción. Estamos viviendo en el “sálvese quien pueda”. Y con ese slogan estamos destruyendo los valores sociales que nos han sostenido como sociedad. Hay que lograr una distribución más equitativa de los ingresos mundiales para que todos podamos vivir con dignidad.
-Cómo te impactó el hecho de empezar a vincularte con el colectivo Glauce Baldovin, de Río Cuarto, ese grupo de militancia poética al que te acercó tu libro?
-Lo primero que puedo decir es que me sentí enormemente congratulada de que un grupo de jóvenes como Camila Vazquez primero, después Melisa Gnesutta, Rocío Sánchez (y también otros que aún no conozco de ese mismo colectivo) se hayan interesado en mi libro y me hayan invitado al Mitin de Insurgencia Cultural Córdoba que homenajeó a Glauce y que coordinó Silvina Anguinetti el 26 de agosto. Y que tras eso me hayan invitado a la presentación de mi libro en el Aguante Poesía que se llevará a cabo del 8 al 10 de octubre en La Casa de la Poesía. Espero que la pandemia me permita llegar a Río Cuarto. No tengo aún confirmada la fecha, pero creo que será el 8 o 9, ya que el 10 debo estar de regreso.
Jóvenes como ellxs son a los que yo invitaría para que integren ese partido único por la humanidad, y les pediría que se acerquen al espacio Insurgencia Cultural que me parece interesantísimo. Pienso que ese espacio se podría ampliar muchísimo más y que las redes sociales son el medio para lograr un punto de encuentro para quienes tenemos inquietudes similares. Veo en ese espacio una proyección hacia el futuro. Podría extenderse a otras Insurgencias: Políticas, Ecológicas, Derechos Humanos, Educación, Salud, etc… Hay que buscar líderes que nos representen, pues sin organización es muy difícil el avance. Y esos líderes tienen que ser lxs jóvenes.
-¿Cómo surgió este libro: Glauce? ¿En que dirías que se parece y en qué se diferencia con tus otros libros?
-Este libro comenzó a escribirse sin ninguna finalidad, sólo por estar de algún modo con Glauce, o con su espíritu. Pero en 2015 ocurrieron varios sucesos, he contado dos en el libro, ahora cuento otros dos. Se cumplían los 20 años de la muerte de Glauce y Hernán Jaeggi me pidió poemas para el primer número de la revista “Palabra de poeta” y allí le envié los tres primeros textos. Luego me invitaron a un Homenaje a Glauce en el marco de la Feria de Libros en Villa Carlos Paz, allí leí algunos de estos textos como introducción a los poemas de Glauce. En el año 2018, motivada por la edición de Mi Signo es el Fuego, Obra Completa de Glauce que publicó Caballo Negro, retomé el texto y le di la forma que el libro tiene actualmente, salvo el agregado de algunos poemas más de Glauce y de los dos poemas míos que inicialmente no estaban incluidos. Decidí la edición con el propósito de que sirviera como un relanzamiento de la Obra Completa de Glauce, ya que por la pandemia toda posibilidad de difusión se ralentizó, pensando que a esta altura del año ya la tendríamos superada.
Creo que se diferencia de otros libros porque aquí intento una integración de los géneros narrativos, poéticos y dramáticos con mayor decisión o arrojo si se quiere. Ya hay un conato de este procedimiento en otros libros míos como Isadora –jardín de invierno, y también en Fecunda, pero en ninguno de ellos incluí la narrativa casi a secas, para llamarla de algún modo. Sí la escenas dramáticas que me parece que constituyen ya una marca en mi escritura.
-¿Por qué lo definís como de antipoesía?
-Lo de antipoesía me viene de Nicanor Parra. Hay un poema que él dedicó a su hermana Violeta que a mí me conmovió muchísimo. Y creo que de allí puede haberme quedado esa suerte de lenguaje íntimo, espontáneo, como si uno hablara entre pares o entre amigos. Diría que surgió de ese modo y yo no lo inhibí ni lo censuré, dejé que el propio texto buscara su forma y a partir de esa forma le fui agregando o quitando, pero siempre en función de esa estructura surgida. Después de cerrado el libro, pensé que los textos narrados cumplen la función de conformar un marco para el realce de los poemas de Glauce, y que las escenas responden al modo de comunicarse de Glauce. Ella pocas veces contaba un hecho, casi siempre escenificaba, aún en cosas tan cotidianas como era el ir a cobrar su jubilación; hacía una actuación espontánea.
-Contar esta historia y de esta manera, ¿creés que fue un modo de acercarte más a Glauce, su poesía, su vida?
-No. Fue un modo de estar con Glauce, pero Glauce está en mí de un modo tan vívido que ningún texto puede sustituirlo. Lo que sí me ha ocurrido a la hora de seleccionar las escenas que aparecen en el libro, ya que inicialmente el libro era mucho más extenso, es que de alguna manera me he querido desprender de aquello que me perturbó y que se fijó en mi memoria tan obcecadamente que después de 20 (26 años ahora) de su muerte me seguía atormentando. Digamos que quise curarme de los aspectos más dolorosos de Glauce, para quedarme con aquella Glauce vital que también conocí. Algo de esa vitalidad aparece en Fecunda, un libro que publiqué en 2010. Glauce es una de las protagonistas.
-¿Creés que tu libro dialoga con la literatura de género que se está produciendo y difundiendo más en estos últimos años?
-Ya Isadora –jardín de invierno se perfila como una escritura de género. Mi proyecto en ese momento era tomar diez o doce mujeres transgresoras que nos hubieran marcado un camino en lo referente a la lucha por la igualdad de géneros. Cuando me topé con Isadora, fagocitó ese proyecto, ella es a todas luces un prototipo de las mujeres transgresoras. Sin embargo, persistió en mí esa idea y si tengo tiempo seguramente la iré desarrollando. Glauce desde luego es otro paso en esa dirección. Y también lo es Emily al que le estoy dando los ajustes finales, aunque creo que lo terminaré de ajustar en las pruebas de galera como me ocurre generalmente.
Yo no soy una feminista extrema. No estoy en contra de los hombres, ellos fueron, son y seguirán siendo nuestros compañeros. Tengo muchos amigos varones a los que adoro. Y en mi profesión de contadora he encontrado colegas fantásticos que no sólo me han valorado sino que me han enaltecido. Tuve sí inconvenientes en conseguir clientes de mayor envergadura económica porque en términos generales preferían a los contadores hombres, posiblemente por tener más confianza en comentarles sus fechorías. Pero al margen de mi experiencia personal, se trata simplemente de que las mujeres tengamos las mismas oportunidades y el mismo salario o los mismos honorarios por igual trabajo. Que podamos ocupar cargos relevantes en la sociedad y que los varones acepten que puedan ser dirigidos por una mujer. La mujer no puede ser ya Juana de Arco, a la que se la quiera llevar a la hoguera por las mismas acciones que los hombres se han hartado de cometer. Y esto vale tanto para la política, como para la sexualidad, como para las relaciones laborales, comerciales o cualquier otra cuestión.
-¿Por qué seguís eligiendo editoriales independientes, pequeñas, de Córdoba para editar tus libros?
-Porque las editoriales independientes son las únicas editoriales argentinas. Esto quiere decir que todas las grandes editoriales son extranjeras. Empresas sujetas a las leyes del mercado que ellos mismos digitan, orientan y difunden; empresas asociadas a su vez a las grandes corporaciones mundiales que acaparan la industria del libro y que son selectivas a la hora de elegir los contenidos de sus ediciones, sobre todo cuando se trata de autores no tan conocidos. Esto es, asegurarse la ganancia antes de haber invertido.
Y también, porque me gusta el trato ameno y directo con el o la editora, siento que es un trabajo conjunto y tengo en alta estima a quienes ponen tanto esfuerzo para tan poco resultado económico. También ellos son poetas. Siento que los editores independientes hacen un trabajo silencioso, pero sostenido en favor de la cultura y que satisfacen a una parte de la población que elige sus lecturas haciendo oídos sordos a las grandes difusiones comerciales que aparecen en todos los medios, incluso en la misma vidriera de las librerías.
Y por último, diría que aprecio más que nada la libertad de escribir lo que me surge desde mi fuero interno y tener la tranquilidad de poder hacerlo sin que nadie me corra por detrás. Para mí lo sustantivo (en el sentido de sustancia) es escribir, lo otro es secundario aunque sería necia si no admitiera que me gustaría ser leída por el mayor número posible de lectores. Uno escribe siempre para otro.
-¿Cuáles son los proyectos que se vienen? Sé que tenés libros inéditos y otros con ganas de reeditar…
-Me gustaría editar mis obras reunidas, pero encuentro cierto inconveniente en ello; y ese inconveniente es que no podría hacerlo en un solo libro. Pienso que este anhelo debiera concretarse en distintos tomos.
Sí quisiera reeditar Isadora, jardín de invierno un libro totalmente agotado y que está dentro del programa de la cátedra Literatura de Córdoba en la Facultad de Letras de la UNC. Muchos alumnos me han dicho que tienen una fotocopia de ese libro. De hecho, yo misma he sacado muchas fotocopias porque no tengo ejemplares para vender ni para regalar.
Y también tengo dos libros inéditos: un pequeño poemario Pelusa al que hice referencia al comenzar esta entrevista. Emily del que también hablé. Tengo otros textos sueltos y varios en proceso, y mucho en mente a desarrollar.
-¿Querés agregar algo más?
-Quisiera agradecer a Cartografías por la excelente edición de Glauce y por la afabilidad de todos los que han contactado conmigo. A Bibiana Fulchieri por el magnífico retrato fotográfico de la tapa. A María Teresa Andruetto por la contratapa. Y a cuatro lectoras previas que me acompañan, sugieren y opinan en este metiere de la escritura, algunas desde hace años como Susana Arévalo y Susana Romano Sued, y otras más recientes, aunque amigas desde hace mucho tiempo, y muy valiosas como Paula Giglio y Silvia Barei.