En estos días el Colectivo Cultural Glauce Baldovin publicó No reconoce patrón, su sexto libro por la editorial Guadal. Esta vez, la poeta invitada fue Elena Berruti y, la artista plástica, Romina Gonella. Sobre esta artista, que se ocupó del arte de tapa de los libros, escribió Rocío Sánchez, de la Glauce, para la presentación del libro. Hoy lo comparte en este newsletter.
«Bordados sin patrón», por Rocío Sánchez
Romina Gonella es el otro pie de este libro, la que hace que cada uno sea una obra, un objeto único, irrepetible.
Romi es maestra de arte y ejerce esa tarea con enorme alegría y creatividad. Romi es inquieta, curiosa, activa: siempre está haciendo algo, o pensando algo para hacer. Es artista visual y experimenta con todas las técnicas que le producen interés. Juega, prueba, juega, prueba porque sabe que en la experimentación, en la búsqueda, siempre se encuentra algo.
Romi aceptó el desafío enorme que representa hacer un libro con otra, dejarse impactar por las palabras, ser atravesada, crear a partir de las resonancias que un texto deja, con ese halo que el lenguaje nos regala cuando lo que dice no nos es indiferente.
Mientras pensaba esta presentación estaba leyendo La primera materia, de Cynthia Edul. Me pareció que esto que les voy a compartir reflejaba bien el cruce, el sentido de estos lenguajes que se hablan mutuamente.
“Dicen que los textiles nos ayudan a dar sentido, dicen que los textiles ayudan a narrar. Se habla del hilo de la vida, de seguir la trama, desenredar el ovillo, mover los hilos, conocer el paño; se dice hilar fino, no hilvana una idea, se pregunta ¿qué están tramando?; se dice siempre hay un roto para un descosido, se afirma: no da puntada sin hilo.
Se habla del nudo de la historia, del nudo gordiano, del nudo en la garganta. Se habla del hilo de la memoria. Se dice que esos dos están cortados por la misma tijera, también se dice hay tela para cortar.
Se atan cabos, se tejen alianzas. Se dice que la vida depende de un hilo y que el hilo se corta por lo más fino.
Ariadna le dio el hilo a Teseo para que lograra salir del laberinto. Platón, en el Político, describe el arte de tejer como un paradigma de la política y compara al buen tejedor de lana con el buen político. En ese texto que sentó las bases de la ciencia política, dice que el buen político debe saber entretejer los asuntos de la ciudad. Roland Barthes dice que el texto significa tejido y que hay que recordar siempre que por naturaleza “un texto es un tejido de detalles”. Barthes se representa la novela como una “vasta y larga tela pintada de ilusiones, de señuelos, de cosas inventadas, tela brillante, coloreada, tela de la Maya, vestimenta bordada, complicada, compleja”. Marcel Proust compara la novela que se escribe con el vestido que le costurera corta, arma, hilvana.
Al igual que escribir, hilar y tejer exigen tiempo y paciencia.
“Al cavilar en la vida, al cavilar -dice César Vallejo-, tejo; de haber hilado, heme tejiendo”
Escribir, hilar y tejer (bordar, podríamos agregar aquí a la secuencia de acciones) se parecen por sus exigencias: tiempo y paciencia. Sin ellas, ningún relato sería posible: trabajar el lenguaje y trabajar la puntada requieren una mirada y un corazón atentos, requieren crear una imagen del mundo a partir de esa observación, requieren un detenimiento del tiempo, una ciencia de la paz que viene con el detenerse, una confianza en la belleza que pueden producir nuestras manos.
Relatos y bordados han hecho el hilo de la historia, de nuestras historias, las individuales y las colectivas. Sobre todo de la historia de las mujeres.
Sobre todo de las mujeres que no reconocen patrón. Se escribe, se borda como gesto de subversión, ya lo dijo Virginia Abello en su texto de presentación de este libro. Se espera encontrar en ese gesto, en ese tiempo detenido y dedicado a la paciencia de estar, un modo de ser más libre, una forma de urdir redes, de encontrar nuevos sentidos que no estén atados a lo que se espera, a lo que se impone, a lo que se nos obliga. Y esos sentidos, en este caso, no se construyen en soledad. “Cree que escribe sola. Se equivoca también en eso», dice la Ele y replica la Romi en su bordado. Lo que hacemos es siempre la reverberación de lo que han hecho otres antes, no es ego sino eco, lo que nos habita por una presencia anterior. Entonces nada se hace en solitario. Entonces todo se vuelve colectivo.
El lenguaje de la aguja habla desde tiempos remotos: ha sabido salvar la vida de los esclavos africanos, ha sabido contar la historia de los desaparecidos de éste y otros territorios, ha servido para administrar el alimento de los pueblos, ha servido para organizar las sociedades. El lenguaje de la aguja de Romi no escapa a esa historia. En este arte de tapa se borda sin reconocer patrón, se borda desde una máquina, sí, pero dejando al azar que dibuje en la tela lo que los movimientos del cuerpo va pulsando. Se borda “como cuando hay tanto desorden que/no sabés por dónde arrancar./Ahí./En estado de presente profundo”, al decir de Elena.
Por eso cada imagen es diferente. Por eso le penden hilos que siguen dibujando infinito. Por eso nunca es igual la silueta que se forma tras los pasos de la aguja. Quienes no reconocen patrón, quienes no siguen las reglas saben que puede haber errores, pifies, desorden, caos. Pero están dispuestas a la magia que puede acontecer en los márgenes. Desde ahí se escribe. Desde ahí se borda.
Gracias, Elena. Gracias, Romina, por regalarnos este nuevo Guadal que completa ya la media docena. Gracias por confiar en el proyecto, en el proceso y en la idea editorial de este colectivo.
Por Rocío Sánchez
*El texto citado pertenece al libro La primera materia, de Cynthia Edul. Editado por Tenemos las máquinas, 2024. Páginas 57, 58.