Para que lo irrevocable permanezca. Acerca de Calas de papel, de María José Berdullo, por José Di Marco.

1.

“Me gusta decir a veces que leer un libro es considerar a su autor como ya muerto y al libro como póstumo”. La frase citada le pertenece a Paul Ricoeur; con ella, el filósofo belga postulaba un modo de lectura que subraya la autonomía semántica del texto en tanto que una retícula de relaciones, un sistema de signos, una estructura cerrada. Liberado de las intenciones de su autor, suspendidos sus vínculos con las referencias externas, el texto se constituye en una suerte de universo independiente. Interpretarlo equivale a realizar una descripción analítica de sus configuraciones formales y semánticas, a explicar su andamiaje interno con las herramientas conceptuales que proceden de la lingüística y de la semiótica.

Lo que Ricoeur planteaba como una hipótesis, una opción, una posibilidad, trocó en un escenario real, irremediable y triste: intempestivamente (al menos para mí), María José Berdullo murió el útimo enero y Calas de papel, su primera publicación, se convirtió en un libro póstumo. Curiosa, paradójica, dolorosamente, la muerte de su autora confirma, de un modo literal, las pretensiones últimas del texto, esas que ella misma exhibe en el decurso del mismo: la de constituirse en un acto de memoria que recoja y transmita un legado familiar y femenino, que interpele un pasado cumplido, se haga presente y se proyecte hacia un futuro venturoso. En ese pasaje (una metamorfosis) que va del texto (un hecho de escritura, una construcción literaria, un artefacto artístico) al libro (un objeto impreso, un bien cultural, un producto simbólico que es también una mercancía), Calas de papel devino un acontecimiento testamentario, un legado tan fortuito como ejemplar.

Pero acaso, en el envés de las ideas de Ricoeur, se puede leer una consideración acerca del carácter espectral de todo texto literario: al margen de su participación en tal o cual género, de su temática dominante y de sus procedimientos principales, se trata siempre de una producción fantasmática, un orden donde lo imaginario se impone para que lo ausente cobre una presencia insoslayable, para que lo irrevocable retorne y permanezca. De allí, entonces, que la tentativa de ensayar una lectura que dé cuenta de la propuesta literaria, de las cualidades artísticas, de la cosmovisión encarnadas en Calas de papel, el primer (y único) libro que publicó Pepé, resulte inapropiada, tardía e incluso banal. Pero, ¿qué lectura crítica no acaba siendo un anacronismo desafortunado e innecesario con respecto a lo que la literatura hace con las palabras y sus silencios?

2.

En Calas de papel, hablan los fantasmas y sus voces, tan sonoras, tan vivaces, tan cercanas a pesar de la distancia, atraviesan la muerte, se sobreponen al olvido y se hacen escuchar. Y en lo que dicen (en lo que callan) se va develando, de un modo oblicuo, un secreto ominoso y se gesta un acto de emancipación.

En el capítulo primero de Calas de papel, la autora confiesa que con la escritura de este texto quiere llevar a cabo la ficcionalización de la historia de María Manassero (su abuela materna) y, a partir de ese propósito fundante, la recreación del linaje de las mujeres de su familia. Procura: “Armar una narrativa para ellas, para nosotras”. Y se incluye en el despliegue de esa urdimbre (el “ellas” deriva en un “nosotras”) porque, narrando las historias de aquellas, relata también la suya. Así, vida y escritura, biografía y autobiografía, se anudan en un discurso coral en cuyo transitar se suceden y alternan las voces de María, Francisca Santina (la madre), de Catalina (la bisabuela materna) y de María José. Esas voces comandan la narración fragmentaria y episódica.

Calas de papel, de María José Berdullo

Calas de papel, de María José Berdullo

Mientras que el discurso proferido por la autora posee un carácter exterior, público, escrito, y una inflexión reflexiva y más bien ensayística, los restantes no se pronuncian: ensimismados, recogidos en su intimidad, fluyen conforme la prosodia y el léxico inherentes a la oralidad doméstica que el texto reproduce mediante tipografías cuyo uso marca, en términos visuales, la diferencia de los pensamientos y emociones que se expresan y circulan por la superficie de esos soliloquios. En el murmullo de una oralidad mimética (el procedimiento que prevalece y califica al texto), se delinean los perfiles y las identidades de las protagonistas y narradoras y, además, se plantea un contrato de lectura que requiere, de la/os lectora/es, una actitud especial: hay que predisponerse a escuchar con la vista, a leer con el oído las distintas tonalidades que se aúnan (entre las cuales no falta el humor).

Si bien los materiales con que se construye Calas de papel son de procedencia autobiográfica, la ficción se torna en el suplemento indispensable para que las historias de vida de sus personajes centrales alcancen una voz propia. En los capítulos pronunciados por la autora, se formula una teoría de la escritura y de la ficción. La escritura que, en principio, es una actitud lúdica, un juego propiciado por un vínculo imaginario con el lenguaje, se convierte en un acto de sanación: la escritura viene a subsanar los impedimentos de lo real, cura heridas vergonzantes, suplementa carencias ineludibles, produce un conocimiento, enuncia la verdad, enseña. Lo que da a conocer la escritura (lo omitido, lo silenciado) requiere la intrusión de la ficción para corregir y complementar los límites de la memoria (para transformar lo sospechado y probable en un testimonio sensible y verosímil). Por eso, Calas de papel les otorga la dicción a sus protagonistas, las hace hablar, les entrega (les devuelve) la palabra, las conecta con los poderes del lenguaje. Esa estrategia es una operación ideológica (y amorosa).

Así, María José Berdullo se aventura en lo que Mónica Szurmuk y Alejandro Virué, con el propósito de analizar el aporte específico de la literatura en la recuperación y la construcción de la historia de las mujeres, denominan “archivo hospitalario”. La particularidad de ese aporte se vincula con la experiencia como una forma sensible de conocimiento en la que lo afectivo resulta una dimensión indispensable. En tanto que portadoras necesarias de ese modo de saber, las mujeres se constituyen en las protagonistas y en las voces de historias que tensionan y dislocan la hegemonía de la matriz discursiva de cuño patriarcal, de las exclusiones e inequidades que esta conlleva. Calas de papel es un minúsculo y poderoso archivo hospitalario, que se apoya en una serie de fotografías que hacen las veces de evidencia empírica de las historias que se narran y que figura un conjunto de testimonios acallados revelando la potencia inagotable de la literatura para transfigurar en imborrable lo precario y mortal: “Quería inventarles una historia inconclusa, una estación de trenes en la que tenemos un parpadeo de la vida y seguimos adelante. Armar las voces de las mujeres que no pude escuchar y que son quienes sacan una foto…».

Calas de papel, de María José Berdullo

Ediciones del Puente, 2024, 130 páginas.