tierra mojada, la última novela, de Federico Lavezzo, Córdoba: Alción Editora, 2024, 116 páginas.
Hace poco más de diez años, de manos del historiador Mario Rufer, nos llegó el manuscrito de una breve novela de Federico Lavezzo. Leer un libro publicado y con una firma ya reconocida opera como un marco, adelanta una cantidad de información que el lector activa: temas posibles, marcas de estilo, el prestigio asignado al autor, en fin, una poética. El manuscrito inédito, en cambio, se lee en un vacío de presuposiciones, es como entrar en una habitación a oscuras cuya forma y mobiliario se va descubriendo a tientas.
El libro se titulaba El oso antártico y la sorpresa que nos causó derivaba del original juego de sus elementos principales: la historia política y social de Córdoba, con énfasis en la urbanística, y una veta fantástica que mostraba el revés insólito, casi mágico, de una ciudad redescubierta a través del rigor histórico y la fantasía. Efectivamente, la Córdoba de Lavezzo se vuelve un espacio cuyas plazas y edificios, cuyos puentes y esculturas nos llaman para contar su fascinante historia. Publicamos la novela en nuestra colección Tusitala en 2013. Desde entonces no ha dejado de expandir, sin prisa y sin pausa, su círculo de lectores, en particular, cordobeses. En El oso antártico un episodio hilarante en el contexto de la inauguración del puente Antártida Argentina en 1950 da pie a la fantástica historia de un animal de una especie fabulosa.
Ahora, en tierra mojada, escrita con minúsculas como todo el texto, Lavezzo muestra por dentro los engranajes del Estado municipal. Alternan epígrafes de pensadores como Max Weber y Michael Taussig, que reflexionan sobre el Estado, el cual adquiere el poder de una entidad metafísica que moldea las vidas, con materiales propios de la burocracia: solicitudes, expedientes, planillas y reclamos. Esos documentos, redactados a partir de fórmulas de hierro, encorsetados en reglas inconmovibles y siguiendo un curso infinito a través de dependencias (el expediente “se mueve”, pero también se estanca) llegan al lector para dejarle conocer el asunto central de la novela: un anónimo denunció a la policía que en internet se ofrece a la venta una estatua que posiblemente pertenece a la Municipalidad. Hay que ubicar la pieza, identificarla, encontrar el documento que certifique que es propiedad municipal, repatrimoniarla.
El inicio de este expediente nos permitirá conocer de cerca una galería de personajes y la dinámica de las relaciones de los trabajadores municipales. La vida de los empleados, monótona y gris, da lugar a vínculos en los que las jerarquías incuban recelos y rencores. Los apodos de algunos, como el de “caballo de lona” para un jefe desgarbado, o “el hombre rata” para un amanuense en extremo solícito, dejan entrever las pasiones que se agitan en el fondo de los actos desarrollados con tedio y parsimonia.
En el centro de la trama, el vínculo entre el empleado Eusebio García y Lalo Prats, encargado de los delitos culturales de la policía de la provincia de Córdoba. Este es un personaje digno de las novelas de Manuel Puig: de joven “loca” en la Córdoba de la década del 1950, amante del cine y del mundo de las bailarinas, a funcionario policial a cargo del caso de la estatua municipal robada. Eusebio, por su parte, es el burócrata que tiene un mundo propio y secreto: despunta el vicio de la escritura emulando a los admirados autores de ciencia ficción que lee desde chico. El curso de la investigación nos permitirá conocer el origen de la pieza robada, seguramente donada a la ciudad por el entonces presidente de la Nación Miguel Juárez Celman en 1898, conocer uno de sus emplazamientos hasta la década de 1970 y enterarnos de la hipótesis sobre las causas del vandalismo a que fue sometida.
Aquí convergen las dos líneas de la poética de Lavezzo. Porque para entender quién y cómo hizo desaparecer esa estatua que remite simbólicamente al núcleo de la clase trabajadora cordobesa y sus líderes sindicales hay que adentrarse en los pormenores del Cordobazo y la reacción que engendró, el Navarrazo, pero también hay que animarse a pensar que el tiempo tal vez no es lineal y que hasta los antiguos dioses griegos como Vulcano siguen agitando las pasiones políticas hasta la actualidad.
Nombré a Puig, pero también, invitando a los lectores a ver por sí mismos, sería justo nombrar a Borges. “los expedientes no siempre terminan. la lentitud que se les infunde los va minando. la mayor parte muere sin llegar a reunir la totalidad de las constancias producidas en las gestiones de aquello que los originara”. El lector escucha los ecos de la prosa que describe “La biblioteca de Babel”, sabe que ese es el tono para presentar un espacio fantástico e infinito, como salido de un sueño. En este caso, es el sueño de una ciudadela igualmente infinita y fabulosa, con sus mitologías y sus dioses, el revés fantástico de la burocracia por la que tramitan nuestras vidas.