El mismo día que me llega la noticia del cierre de la librería “Punto de encuentro”, de Buenos Aires, me entero de que la Fundación catalana Finestres le otorgó su premio de narrativa en castellano a la mejor novela publicada a «En El pensamiento», de César Aira. En el mensaje de agradecimiento, el escritor argentino habla del amor por los libros: “Este es un premio que tiene por nombre el nombre de una librería. Quizás por haberme criado en un pueblo en el que no había librerías, la existencia de las librerías para mí ha tenido siempre algo de milagroso. Toparme con una de ellas al dar vuelta una esquina siempre me pareció y me sigue pareciendo un golpe de suerte, un azar de lujo. Y ahora que la suerte ha querido dejarme varado, lo ha hecho en Buenos Aires, la ciudad de las mil librerías”.
Por la crisis económica, a muchas de estas librerías de Buenos Aires y de todo el país les cuesta subsistir. Nos pesa esa información y nos lleva a hacer cálculos apocalípticos.
Además, ¿cuántos de estos cierres tienen que ver con lo económico y cuántos más con los cambios de hábito de los consumidores capturados por las pantallas? Aunque, pensándolo bien, quizás no todo sea tan lineal. Como comentan algunos de los lectores de la nota que cuenta sobre el cierre de “Punto de lectura”, hemos visto cerrar casi todas las disquerías y, sin embargo, seguimos escuchando música. Entonces, no sabemos si la gente no sólo no puede, sino que quizás tampoco quiere ya comprar libros y, si no lo hace, no sabemos tampoco claramente si es porque lee en los nuevos soportes electrónicos o porque no lee de ninguna manera, o lee mucho menos que antes.
Ahora bien, la lectura de libros físicos como la que nosotros practicamos a diario y promovemos desde Cartografías puede sostenerse aun en medio de la crisis de las librerías tradicionales porque los libros que amamos tienen más vidas que la de la mercancía.
El mismo Aira nos hace ver en su comentario que el cierre de las librerías (o su ausencia en su Coronel Pringles natal de la década de 1950) no implica la ausencia de libros y de lectores. El deseo de leer y la práctica de la lectura se sostiene en prácticas comunitarias instituidas que funcionan con bastante autonomía de la finalidad de lucro. Efectivamente, el libro que compramos (cuando podemos) es tan solo uno de los medios para la vivencia del placer de la lectura; porque están los libros recibidos a préstamo de la biblioteca pública o de amigos, los libros compartidos en todos los espacios educativos, los de segunda mano ofrecidos a un valor casi simbólico, los de las ferias de editoriales independientes cuyo precio de venta apenas sobrepasa el costo de impresión. Y si luego de revisar todas estas posibilidades en algún lector empedernido subsiste el temor a quedarse sin libros siempre quedará la posibilidad de cometer el acto heroico y romántico de robarlos, acompañado por los personajes de Arlt, de David Viñas y Roberto Bolaño.
Y Aira, el niño lector en un pueblo rural sin librerías, apadrina esas aventuras desde El Pensamiento, vale decir, el reino maravilloso de la imaginación donde todo puede pasar, incluso las calamidades de este presente aciago para los libreros.
Por Pablo Dema