En Multi-verso, el ciclo de encuentros que cada tercer jueves del mes pretende reunir voces y miradas diversas en el centro cultural Nuestra América (CABA), se dio una conversación entre poetas jóvenes bajo el título Perspectivas de la poesía contemporánea.
Durante la charla, se abordaron distintos modos de leer y valorar la poesía hoy, con ejes que fueron desde la relación entre poesía y espiritualidad hasta la dimensión performática de los textos. Participaron la escritora, editora y poeta Sofía Castillón; el licenciado en Letras y docente Alan Ojeda; y la escritora y artista Agustina Pérez, que compartieron sus experiencias, cuestionamientos y perspectivas sobre la práctica poética actual.

Multi-verso, un encuentro de poesía en Nuestra América.
En este Newsletter les compartimos gran parte de lo que se vivió en la conversación. Quienes estuvieron pueden revivirla y, quienes no, ir adentrándose en esta propuesta que buscamos sostener con editoriales vinculadas a la poesía.
Sofía: ¿Cómo leen poesía? ¿Qué valoran en el poema que leen?
Alan: ¿Cómo leo? De manera muy dispersa. En general, desde chico, sigo cierta lógica de filiación entre autores que me interesan. En casa no había libros ni biblioteca, así que fui buscando de a poco. En 4º año de la secundaria, viendo literatura hispanoamericana, me divertí mucho con Quevedo. Algunos poemas aún me los acuerdo más o menos de memoria. Desde ahí en adelante, siempre fue todo más bien caótico. Digamos que la universidad no ayudó mucho a ordenar eso, porque se lee bastante poca poesía.
Con respecto a la otra pregunta, valoro que el poema me haga algo. Cualquier cosa salvo identificación. Es decir, valoro, sobre todas las cosas, que me lleve hacia lo que no conozco. En ese sentido, el efecto es casi siempre destructivo, pero no de manera negativa. Pienso que la destrucción es necesaria. La mayoría de los problemas surgen por exceso de auto-preservación. Uno no se auto-preserva para el amor, por ejemplo. Ese instinto patético, que tiene como efecto secundario la identificación, es un impulso de lo que Nietzsche llamaba “último hombre”. Ese vivir sin saber para qué, solo por vivir, negando el dolor, la muerte, todo. Por eso, para mi el arte tiene algo naturalmente violento. Se violenta una sensibilidad, una visión del mundo, un sentido, una identidad. Abrazar esa posibilidad de destrucción es un principio para el arte. A partir de ahí se puede construir otra cosa. La poesía como una forma de éxtasis o encantamiento, eso me interesa mucho.
Hay una poesía que refuerza la cuestión identitaria y no sólo eso, se resigna a este mundo sin oponerle una violencia igual o mayor. Eso me desagrada profundamente. Sobre todo, porque hay un malentendido respecto a lo que implica la palabra “violencia”. En los últimos años se desarrolló una sensibilidad indie que transformó la debilidad en una virtud y se la volvió sinónimo de “ternura”. Nada novedoso, una inversión de valores que sirve para justificar los defectos propios. Como no puedo A, entonces A y sus derivados son malos. Mi incapacidad es tu defecto. Pero es una perversión de la ternura real, que implica una apertura a la afectación. Es fácil de verlo en acción, porque muy pocas personas que hablan de ternura realmente son capaces de vivirla, darla o experimentarla. Es decir, lo que llaman “ternura” en verdad, en su caso, es una especie de posición de defensa continua. No son tiernos, sólo son blandos. En fin, poesía sosa. Poesía de la identificación. Poesía de la defensa del “yo” y sus miserias. La peor poesía.
Agustina: Para seguirla con el empezar la payada con Alan, arranco por la infancia, esa patria a la intemperie. Rémoras nomás. Que traía de la casa de mis abuelos paternos (vivían a una casa de distancia) a mi aguantadero. Cómics: Archie y el ómine soez de Condorito (ediciones de c. 1970). La Biblioteca Billiken, con su hermoso aparador de estantes plásticos, dos colecciones, la roja y la azul. Y: lo último (no había más) y lo mejor (más no era necesario) un diccionario español antiquísimo que incluía un apartado de nombres propios célebres. Solo figuraba una Agustina: Agustina de Aragón, la bélica. Bien. Al fin me obsequiaron un libro propio, un libro niñaforme (soporte de espectáculo), de Sarah Kay. Aprendí a leer con él a los tres años. Se lo mostré a la casi maestra (Osvaldo Lamborghini) y no me prestó atención alguna. Todo más o menos igual que ahora. Cómo leo: desprolijo, sin programa, Sí Dios, No Autor/idad —llamémosle Dios a cualquier amor, a cualquier Libro, que es Uno: El Eclesial, que se viene escribiendo desde las cavernas de Lascaux, desde antes del lenguaje articulado, desde el tarabusteo, Libro Eclesial que es también seguidor, Libro de Palabra Santificada, quiero decir: no fija estaca cruz, El Eclesial tendido alfombra Púrpura del Reino para pisoteo con pies felpa, Libro de hojas pergamino, sueltas, madeja, no códex ovillo y su estanque en el que las piedras —en el que el apedreo— ni siquiera produce ondas expansivas —su afán, el de los que siguen El Libro inalterable, es que no se cambie ni una letra, apedrean para hundir todo lo que contra/diga, cualquier dicción en contra, cualquier contra/dicción: digamos, todo lo que es escritura. No leo lo que no invoca ni puede tan siquiera convocar —ahí desdén y descarte al tercer párrafo. Por eso no leo nada o cuasi de lo que la actualidad publica. Leo: Francia, Alemania, ¡Sur y Este!, ¡Oriente, tan querido! Y: ¡Argentrina!, mi ex país… Leo: a partir de afinidades no-electivas, de esas impuestas que arman todo (qué desgracia) en sistema al “elegir”: al decidir coincidir con las cuadrículas impuestas por el dictámen del imperativo del momento. Es tan difícil entender, ¿como si fuera un suicidio?, que las preferencias del gusto son de Dios, bajan de. Y acaso no merezcamos más. No se necesite más. Para: el jubileo. Y: si hay poesía que leer, es como anotó Emily Dickinson: de entrada, sentir (experiencia de desmembre táctil) que te arrancan (es y no es metáfora) la cabeza. No la tonteada de la decapitación. Es un Ascenso que se lleva puesta la vida, pero qué arriba, ese, qué arriba…

Escritora, editora y poeta Sofía Castillón
Sofía: ¿Qué posición tienen con respecto a la poesía contemporánea? ¿Cuáles son los rasgos, los ejes de escritura, las formas, los temas?
Alan: Anecdótica. No toda, obvio. Hay cosas interesantes. Ahora, hay una confusión muy propia de un desvío ideológico que vemos a diario: claridad, igual a eficacia, igual a popular, igual a democrático. Transmiten la fascinación por el sociolecto de su época: sobornados. Como si no se hubiera resuelto el dilema estético del arte comprometido. Entonces se le habla al “pobre” o al “pueblo” o a los “sectores populares” con una lengua “clara”, porque así creen que los van a entender. Como si tuvieran algo interesante para decir ¿no? ¿Qué cosa interesante tendrá para decir alguien que piensa que hay que “bajar al barrio”? Bueno, hay muchos exponentes de eso en la poesía. Si sos negro, marrón, pobre, se te sobredetermina: vas a consumir poesía villera, ficción villera, cine villero, porque tu mundo está ahí. De nuevo, principio de identidad. Cuando no es empalagosa en su militancia naif, en la que creen que basta decir “revolución” para que alguien la sienta, reinciden, una y otra vez, en la narración de una crueldad sin estilo, del tipo: “Un día volví/a mi casa/ y mi padrastro arrastraba/ a mi madre de los pelos”. O derivas por el estilo. Textos que juzgarlos corresponde no a la crítica sino al Poder Judicial. Me parece horrendo, es el pico de la condescendencia y de la idea de clase social como fatalidad. No podés ver, ni vivir otra cosa, tu sensibilidad sólo puede registrar “este poema que bajé a tu lenguaje y mundo precario”. Es posible que sea una cepa del virus chacalermolegiales. Aunque hay algunos oriundos del conurbano que fueron reterritorializados en esa sensibilidad también.
Por otro lado, están aquellos que piensan, como dijo una poeta de los 90 en Twitter, que el poema es “información”. ¿Qué decir? Información, comunicar, cosas de los medios. El mundo de la no experiencia, de la contingencia y la acumulación inútil. ¿La poesía? Todo lo contrario. Como si se pudiera escribir un poema solo sobre la base de la información. La literatura es mediación, es forma. Quizá su declaración era “bait”. No sé. Me cuesta el código de la gente que tiene más de 50 años, pero vive en una eterna adolescencia. Forma errada de la juventud. No se es siempre joven, se encuentra o se está en contacto con la juventud de cada edad, diría, más o menos, Deleuze.
Entre todos ellos están también los poetas criados con malas traducciones. Los que plagian una forma del objetivismo venida a menos, sin epifanía, sin la chispa sintética que genera en la consciencia la imagen que deviene ritmo en el poema. Se nota que predomina una especie de relación incestuosa entre los 90, los 2000 y 2010, etc. Como decía Alberto Cisnero en el encuentro pasado de este ciclo de debates: los 90 intentaron hacer un parricidio y salió mal. Para hacer un parricidio tenés que hacer algo mejor que tus padres, y ellos no lo lograron. Desde ahí, en la mayoría de los casos, progenie degenerada. Hijos de una épica sin entusiasmo, de una ficción de sucesión que no fue así. Rescato a Alejandro Rubio, que era un raro. Su poesía tiene una suciedad y un desborde que muestra la violencia del desencanto. Pero, bueno, hay que hacer algo mejor que Perlongher, Carrera, Orozco, Lamborghini ¿no? Por poner un ejemplo. Tenían la vara alta. No pudieron, y desde ahí, todos enanos en hombros de enanos.
Siquiera hace falta ir al terreno de los poetas puros. Hay casos como la vanguardia de un solo hombre: Laiseca y sus Poemas chinos. Bueno, puede que haya algún tipo de regularidad. Los que se salvan de esa decadencia están, como Rubio, casi siempre “locos”. No necesitan impostar nada. Su desacuerdo con el mundo es de orden ontológico. Parten de ahí.
Para cerrar la idea: un número no menor de poetas sub 30 son hijos del incesto. Es decir, conforme va pasando el tiempo se acumulan los problemas y no las soluciones. Suma de defectos: prosaicos sin saber por qué lo son; anecdóticos sin chance de no serlo, lectores de tradiciones disidentes sobre las que no saben cómo operar sin rebajarlas a la identidad y la derrota.
¿Hay poetas que están fuera de esas líneas? Si, pero no tienen lugar de circulación. Son los poetas a los que hay que encontrarle editorial, son los que hay que ir a buscar por fuera de todo circuito. Un ejemplo es Xoan Luna, que lo editó Agustina en ediciones chinatown y le hicieron un no-libro/libro bolsa en Hubiesen (Anshi Morán y Diazckovic). maruja es un libro anómalo: fantasía, libro infantil, perversión, magia, lenguaje mezcla de Marosa y Bustriazo (otro de los raros de la poesía). ¿De dónde salió? No lo sabemos. Estaba en todos lados, en todos los eventos, leía a todos sus pares. Pero nunca pidió ir a leer a ningún lado. Nunca quiso mostrar. Le tuvimos que sacar la obra con tirabuzón. Lo único que podíamos registrar era que leía mucho, poesía diversa, poesía que no leía el resto de la gente: Reynaldo Jimenez, Bustriazo, Marosa, Delmira, Bayley, Lezama, no sé. Leía y lo hacía con atención. Entonces le propusimos hacer un proyecto e hicimos Poéticas en loop (también nos cruzábamos bastante en las fiestas electrónicas y los eventos que organizábamos con Fabrizzio Alarcón y Miguel Vernes). Así empezamos a ver desplegada su obra. Por suerte otras personas pudieron verla y dijeron: HAY QUE EDITAR. Si hay muchos otros como él (lo que es posible) la mayoría de las editoriales ni salen a buscar eso ni tampoco le dan espacio. Es decir, algunos editores independientes sólo podrían publicar una buena obra por error.
Agustina: Contrapongo actualidad a contemporaneidad. Complemento a contraposición Baudelaire de novedad a lo nuevo. Una salvedad (que más que salvar del naufragio que es toda era hunde a todo lo que hay de loable): en nuestra actualidad ni siquiera abunda lo novedoso. Es todo repetición, lora y sin laure, de consignas sociales. Madame Staël sabía bien lo que hacía al iniciar una perspectiva de la Gran Literatura sociológica (¿pleonasmo?): los libros se relacionan con la Historia (dislate de “héroes”) espejándola: reverencial respeto a ir al paso marcial de un ejército que busca invadir, dominar, anular toda posible—. Ocupar cualquier Espacio. Son los que quieren una muerte común. No la propia muerte de Rilke. Tanto orar… Dudo que tengan salvación por fuera del salvajismo de entrar a la logiquita de los premios, las palmaditas en el hombro bajuno, todos esos vivas del Mercado. Da miedo, creo que hasta más miedo que asco. Porque si —Madame Staël— la institución literaria tiene un efecto (¡todas casi maestras!) educativo, lo que hace la Gran Literatura es enseñar a ensañarse con dejar todo igual. Pero no igual a lo T. S. Eliot, de las mismas cosas que suceden siempre y siempre (variación dub, claro). Un lo mismo. Porque —lo dijo Lamborghini menor— lo que no es Lo Mismo / ofende. Qué ofensa para los autores CEOs de eso que llaman cultura (barbaridad toda suya, al barbarismo no se atreven nunca y jamás) la disimilitud que hay (que hay) en todo lo similar.

Alan Ojeda, licenciado en Letras y docente
Sofía: ¿Qué pasa con la relación entre la poesía y la espiritualidad? Hoy en día hay una crisis de la institución religiosa, y una emergencia de modos distintos de espiritualidad. ¿Esta crisis encuentra un correlato en la poesía? ¿Puede verse en su forma, o en su falta de forma?
Alan: A mi me gustan los poetas que tienen algo de místicos: Temperley, Fijman, Rimbaud, René Daumal, Miguel Ángel Bustos… También están los que desarrollan esa intuición o esa intensidad sin llegar al límite de lo místico, pero logran algo similar, a través de una vía “materialista”.
Igual, volviendo al tema, la poesía no es religiosa. Bah, al menos no es interesante si es así. Porque en ese sentido sería dependiente de una institución reguladora externa. La poesía es, de una u otra manera, una forma de herejía. Creo que hay algo de la producción poética que recobra una potencia enorme cuando vuelve a la oración, el himno, el canto, los salmos, los proverbios, etc. Me interesa lo espiritual como un espacio de repliegue, una retaguardia de la vanguardia, una fuente. Es el registro de los que escriben esperando que la palabra perfore la realidad y la modifique. La mayoría de los poetas místicos son un problema para la institución religiosa, porque ellos habitan una experiencia compleja que abraza el claroscuro, la contradicción.
Más allá de eso, hay una crisis de espiritualidad que aparece en dos formas: una “new age”, donde el compromiso con la experiencia no es más que superficial. Una forma Ari Paluch, Chopra, Osho, que no coagulan en una experiencia poética: son temas, formas de enunciación estereotipada y clichés; y hay otra que es totalmente escéptica y de desencanto. Ni vía trascendente, ni inmanente. Atrapados sin salida en este mundo, sin conexión nada, sin desplazamiento posible, sin magia.
Por suerte todavía hay algunos que tienen como proyecto poético el reencantamiento del mundo, la religación.
Yo trabajo con las tradiciones herméticas, la biblia, el tarot, emblemas alquímicos. Parte de mi interés está ahí. Reescribir eso. Experiencias poéticas a través del contacto sensible con un símbolo y su remolino. Para mi es lo que es: una búsqueda. Nada de respuestas. Pregunta, experiencia y transformación interna. La poesía como proceso alquímico. Maduración lenta. Palabra y cuerpo, athanor y alambique. Destilación.
Agustina: Celebro la crisis de todo lo que sea una institución. Pero si una se ablanda, otra se endurece o una tercera emerge cementicia. Aun en el resquebraje institucional, el aplane pisoteante de toda distinción, el the boot in the face, the brute brute heart of a brute like you (un you que son Todos), reina. Con una locura que ni tan siquiera es heliogabálica, sino meramente el sonidito ridículo del chachareo tras atraque de helio. Es una locura sensata, enteramente racional, en el peor de los sentidos. No pareciera haber esperanza —al menos no para nosotros, Kafka. Ya Bloy (y cuántos antes y cuántos después) decía que pululan purulentos los feligreses tristes, pero no hay ningún cristiano seguidor de Cristo, júbilo de esa resurrección —diaria, indulto. Con este “mundo” (siempre el mismo) es evidente el pacto con cualquier doctrina con un mal minúsculo y banal. Por mi parte (¿por la de quién podría hablar?), si religión es volver a atar, me vuelco más por, Lamborghini, desatar todo lo que estaba bien atado. Por la madeja (Lamborghini menor) en lugar del ovillo (Lamborghini mayor). Cuando puedo leer (jamás) leo el Antiguo y el Nuevo Testamento, los Evangelios “apócrifos”, el Qurán, los cantos ainu, todo lo que sea una Legión. Porque es un cuento la historia. Y esa es, de las historias, una, de las que más me convoca. La enredada. La en-redada. Los desiertos, de cada una. Las largas, de cada, romerías. Y como único raspón en la llanura llana el monte de abulte camélido, redomón. Voy a hablar de cosas viejas. La única poesía, la Dictada por el Espíritu. El loco witz. Cosas viejas que persisten y percuten (¿y por qué persiste lo que persiste? ¿y por qué todas las palabras que Llaman exigen un cuerpo a cambio? ¿y por qué quien se pregunta aquello o esto ya está perdido?). El origen, que está loco de Dios, los escribientes que son nevi’im. Y los autores, que ni siquiera llegan al yirei adonai. Para los nevi’im, el Miedo es por la impudicia cínica de El Otro. No es miedo de Dios. Cosas viejas. El origen. El origen sin uniforme, informado en cambio por el Soplo. Elán vital. Aurático. Informe —el origen embravecido del único mar, el Argentino, el más austral del Mundo. Todo, todo —todo lo que sea el Sur.

Agustina Pérez, escritora y artista
Sofía: No todos los poetas, pero siempre un poeta. Hace un tiempo fui a un ciclo de poesía en donde una poeta empezó a gritar y retorcerse durante una presentación de un guitarrista. Fue un momento “raro”, y es muy frecuente que haya momentos así en los ciclos de poesía. ¿Qué pasa con las “performances”? ¿Por qué algunas expresiones parecen desbordarse? ¿Cuál es el límite, hay uno?
Alan: Acá vamos a disentir con Agustina. A ella le gusta lo inespecífico. A mi, un poco, me cansa. Yo quiero que el texto sostenga la lectura. Si requiere toda esa parafernalia para que el texto “haga” algo, me parece que ya está por fuera. Conozco poca gente que puede hacer algo con eso y hacerlo bien: la poesía de Bejerman como canción pop, por ejemplo. Pero en ese sentido la música tensiona los textos, el texto es en sí mismo una canción pop. También están los textos de Nakhar, que nacen desde la voz, que van de la grabación a la palabra escrita. Bueno, imposible dejar afuera a Urdapilleta. Pero sus textos ya funcionan como poemas. Podemos decir que, lo que hace después el cuerpo en escena es “desenvolver” esa cualidad o encarnarla.
Después, hay muchas performances, acontecimientos, “otras cosas”, pero no sé por qué reclaman el título de “poesía”. Todos quieren ser poetas. Es loco eso. Lo más inútil tiene un prestigio que pocos o casi nadie puede deconstruir. Es todo lo contrario de Becquer: será que, agotado su tesoro, etc. Podrá no haber poesía, pero siempre habrá poetas.
Fuera de eso, no sé cuánto puede uno darse ese título a sí mismo. De nuevo, para poder autodenominarse así, hay que tener coraje o una falta total de pudor. Yo, en general, digo que escribo. No soy quién para decir que “Soy poeta, nací poeta”, como el pequeño Rimbaud. Puedo decir, si: “Escribo para que mis palabras avergüencen a mis acciones”. Con eso me doy por hecho.
Agustina: Acá vengo a coincidir con Alan. Suscribo cada palabra —no cada caso de los que menciona. Es cierto que ha ganado terreno en mí una fuerte adherencia a lo inespecífico, pero no en el sentido performático (palabra tan holgada que ya no creo que diga mucho) sino en la dirección de ablandar una apresurada y apremiante, poco veraz, forzada, falseada separación de estanco (y no de estancamiento y desastre) entre las artes. Manuscritos iluminados. Trovadores. Más atrás, vociferes en las cavernas. Es una cuestión de poder de estado (y no del estado —infraleve— de una potencia cualesquiera) que se conciba a la escritura ligada al códex, al libro impreso, a la homogeneidad de la página, a la cobertura entera de letras y letras concatenadas a hierro hirviendo. Digo: es un invento de la actualidad esta concepción, muy reciente en la historia del arte. Yo creo en cosas viejas: creo que el arte existe y, para peor, estoy segura de que se distingue por el valor. No hay arte sin distinción y valía. Todo el resto es Gran Literatura. Yan Jun, dub: no importa que no sea (Literatura). Que sea escritura es la importancia, el porte —en la “Página Blanca” de Rubén Darío, el porte, la parca, La Muerte, montada a pelo, y entonces la carga de los camellos de verdad, de esos que pisan la arena del desierto de las Últimas Poblaciones de todo Oriente que siempre está más acá. Digo que tiene peso. Shklovski dice que sin la sonda no se puede sacar nada del fondo. Los Lamborghinis tergiversan José Hernández con “zonda”, vendaval oceánico, mar, baja frecuencia. Levantar del hadal algo, una arenilla tal por cual, un grano (si tuvieran fe como un granículo amarillo de verdad las montañas bailarían —las montañas bailan: las podrían ver en vibrancia, mecidas por su propia inquietud, que es el móvil de todos los seres, de todos los seres que son: lo no/quieto, plástico, zig y zag). El libro impreso: un bebé bienformado de esos que Artaud decía que fabricaban en Estados Unidos para la guerra sin aguerrir. No un sietemesino perfecto. El libro impreso como única Autoridad: puro picote en la piel tersa del caballo, pico de cuervo sobre el cuerpo de lo poco que vive. Es un cuento la Historia. Y hay versiones demasiado estatuidas, que se naturalizan: el libro impreso, el estatuto, es lo que digo. En cualquier caso (en todos), lo inespecífico es esa informidad primordial, que prima sin primar, que puro primor de lo blando (duro con lo duro y blando con lo blando). La piedra sí, hacharla sí, mas hasta deshacerse —con las manos. Siempre el arte exige un cuerpo a cambio. El arte exige. Un cuerpo. Y están los retentivos, los que quieren retener, los que no se dejan arrastrar por las bajas frecuencias del mar —frecuencias de sirenas que -Adorno, Link— se callan ante la estupidez del ingenio prepotente de imperar y dominar de Odiseo, sirenas que le cantan a los que saben que entender es un sucidio, que no pueden no saberlo porque no pueden elegir. El que supo saber, irremedio: Ahab. Siempre el Terror: en la ochava aérea, circundante —vuelo no de cuervo, sino de albatros. Batida de alas, arrastrerío de viento del Sur, que desordena todavía más, enmadejaa, lo que por necesidad (y no por urgencia, solo por fundante necesidad) está deshilastrado. La madeja, el arte. El arte, el Terror. El arte, Rilke, ni más ni menos que para una muerte propia. En ningún momento cambié de tema (¿carezco de salud mental? ¿insisto en insistir? ¿me arranco las manos cincelando la misma piedra, para que la que hable sea la piedra, y no Yo?). No hay nada propio en lo que se consolida como Carta Magna Universal. Pintura por un lado, ruido por el otro, literatura y los tres más acá: bien encorsetado cada cual hasta la asfixia. No la que exprime hasta el grito Santa Teresa eclesial. La del mero ahorque con ladina cuerda. Oprimir por impotencia, separar por terror al contagio. Abrirse —tajo— a la plasticidad de lo que es, desangrarse Tokuro en la frontera. Perdón por la jerga: no hay Arte si no se toca (con esas manos demacradas, ergo sensibles hasta la Desesperación) la mejilla de Lo Real. Y Lo Real no concatena: mar oceánico, baja frecuencia. En sangre dejarse ir. Alberto Greco, en la mano, con los barbitúricos incluso reblandeciendo, desconcatenando las redes neuronales todas. Escribe, en su mano: FIN.
Sofía: Para terminar, ¿la mala poesía es como el mal aliento, que sólo lo perciben los demás?
Alan: creo que eso pasa por una especie de “disonancia cognitiva”. Gente que no es capaz de decir “no es lo mío” (ni tiene por qué serlo) y se comió el verso de la vanguardia de que todos pueden/deben ser artistas/poetas. Como consecuencia, está ese vicio de la imposibilidad de la autocrítica. Lo que hacen no puede ser malo, porque eso sería el principio del fin. Ergo: todo debe ser arte y poesía, así no existe ningún principio a través del cual ejercer el juicio. Hay que asumir esa exposición. Siempre estamos expuestos al ojo del otro. Más si decidimos pasar al ámbito de lo público. Es el riesgo de asumir la palabra en esa dimensión. Posiblemente no sea “mala poesía” para todos. Pero, bueno, todo tiene su límite, como la democracia. La decisión de la mayoría está bien, hasta que la decisión de la mayoría es “esto”, y es una mierda. Entonces, se nos presenta un quiebre en esa realidad consensual. Ese consenso es una ficción que nos mantiene seguros hasta el momento en el que esa seguridad no es otra cosa que el germen de la autodestrucción. Lo mismo, creo, pasa en el arte. Es circular la cosa: el principio de todo mal es el exceso de autopreservación. La discusión que no das, te come.
Agustina: Aquí con Alan disentir sí. La vanguardia es así, no asá. Las cosas son de muchas maneras, no de “todas”, menos de las que se imponen —y no a fuerza de trabajo, sino a fuerza de hacer trabajar (¡los hará libres!) a los demás. La vanguardia (desde las cavernas), cómo entonces “históricas” —palabra horrísona por su afán de ceñir, congelar, atar, c. 1910-1930. La vanguardia, mal leída. Con franquicie adrede. Sin ningún “sin querer”. Están los que eligen, lo dije, y siempre el que puede elegir elige imponer. Para guardar/se. Retentivos. Para guardarse de lo que pasa (pasaría, nunca, está pasando, siempre) con el desmontar (el origen, chocho, loco) y escribir, entonces, que de eso, siempre, se trata. La vanguardia está leída adrede, con saña, como democratización —es decir, desde el aplane —qué mentira mentira yo quise decirle y esto es lo que digo— de todo lo desigual. La vanguardia (llamémosle así al arte, es decir, a cualquier amor) no habilita (¿con qué autoridad?) a que todos sean artistas. La vanguardia ni permite ni deja de permitir. No es de altavoz ronda policial, es de Voz Altísima, del Cielo o del Infierno (Baudelaire: ¿qué importa?). La vanguardia invita (como a una copa de Hibiscus del Reino en el estío) (todo arte) (como todo Llamado) a no estancar (siempre estoy hablando de lo mismo, no me corro ni un ápice, cierto será eso de que no puedo desplazarme), a refundar, fundiéndose, la experiencia (táctil) del arte perdiéndose en la vida. No es un hipérbaton: es un craso error. Es la vida la que se pierde en el arte. Tokuro, Fierro, Tsvetáeiva en la frontera. Marina: elegir es corromperse. No-poder-hacer de otra manera. Es decir: poder hacer. Lo único que se puede, cuando no se puede otra cosa. Escribir nada, esta espuma. Rala.