Monte cuando te oiga. Una lectura de Ciencias Naturales, el último libro de poemas de Camila Vazquez
Por Melisa Gnesutta
Si me apuran, diría que Ciencias Naturales (HD Ediciones) es un libro sobre diluir fronteras o religar. Como una continuidad entre cuerpo, lengua, afectos y paisaje, mejor: monte, porque “monte se dice” (del poema códice). Si me subo al lenguaje naturalista, digo: este libro funciona como un micelio.
Un micelio es una red enorme de filamentos microscópicos individuales, llamados hifas, que nacen a partir de hongos y se van entrelazando progresivamente entre sí, formando una red subterránea que vinculan y comunican a los habitantes de un bosque o de cualquier otro ecosistema. (Pueden buscar esto en enciclopedias o preguntar al chatGPT).
Entonces, pensaba, es como si la lengua Vazquez formara con este libro un “ecosistema”, del que también forman parte Yeguariza y Tautea, aunque más volcado a lo elegíaco que al elogio.
En Yeguariza la voz del canto a la llanura se hace de pura ficcionalización. En Tautea esa voz se vuelca hacia cierto giro autobiográfico (al decir de Giordano) y construye una topofilia del paisaje, los bichos y el verano. Y aquí, en Ciencias Naturales, esos territorios se religan, se religan las búsquedas por una lengua que sea definitivamente otra: dialecto parco, pinchudo…hablar la lengua del monte es inventar una lengua, dice Vazquez. Y dice también a modo de plegaria: Quiero hablar la lengua del monte, escribir en su lengua/ y en su lengua amar. Creo que este deseo, esta búsqueda, puede ser una clave de lectura del micelio.
El libro está organizado en dos partes: Ciencias del valle y Ciencia de Dios. Un sendero, ramal o clave de lectura podría ser el ejercicio permanente del yo poético por arrimar el oficio de la poeta, al oficio de la naturalista. Entonces, en Ciencias Naturales conviven el formato tratado, el ejercicio de traducción, y el deseo de armar ese ecosistema del monte en toda su espesura, nombrando el detalle, evitando la generalización: se nombran arroyos, animales, plantas, calles, se nombra al Guardaparques…la yo poética naturalista se preocupa por observar al detalle esa vida natural y su relación con el tiempo. No hay un afán totalizante, sino de goteo. En un paso más de este ejercicio, la yo poética naturalista se intenta lenguaraz de la mariposa, intérprete, traductora. ¿Es posible esa lengua? En el ecosistema Vazquez, sí.
Otra clave de lectura podría ser la de borrar, diluir, la frontera entre casa y paisaje (monte o llanura): el primer poema ya nos abre al topos: casa-hogar. Casa es otra alimaña, casa está viva, casa es monte. Luego esa brecha se irá haciendo cada vez más ajustada, ya no es tal. Dice el poema siesta: diluye la frontera entre casa y monte y dice, también, hablando del puma: ya no tiene ni monte mismo es decir/ una casa. Monte es casa. No es sólo lengua, es hogar. Y es ahí, profundizando ese giro autobiográfico de Tautea, que se invocan los afectos; porque qué es casa, quién: hermano, padre, madre, puma, amigas, compañera, perro samuel, casa es el amado. Entonces, decía, se diluyen, se borronean, estas fronteras con el paisaje, y casa es una alimaña, y patio puede ser llanura, mar, cordillera, valles, ríos; y el camino a Rodeo Viejo puede ser el que Glauce cruzó en tren. La frontera (nota distintiva de Yeguariza) se vuelve zona de continuidad, es un cosmos de lo continuo, integrado por ese ejercicio permanente de micelio y de fe. En Ciencias Naturales, tiempo y espacio se suceden con naturalidad y conciencia a la vez.
Otra idea para pensar este libro es la de fe, que cuaja en Ciencia de Dios, pero que recorre todo el libro. Camila ha escrito mucho sobre paganismo y literatura. Pero, curiosamente, acá lo sagrado desborda hacia otras direcciones. Por un lado, pienso lo sagrado en el tono elegíaco de Ciencias Naturales, al cual me referí al principio, que se hace con lo imprecatorio de la lengua (suplicar a las plantas, a la montaña, al mar) y en duelar una forma de vida que ya no está (por un modo de habitar los espacios y los tiempos; como una idea del “monte vacío”, jugando con la idea de nido vacío, las amigas no están, la infancia, la adolescencia en retirada, el hermano que vive en la ciudad, el padre que ya no trabaja la madera…hay como un duelo por eso) y también por la destrucción del monte: el extractivismo deforestando, prendiendo fuego todo, implantando especies exóticas, animales en riesgo de morir de hambre o extintos… se duela el hábitat del yo poético y su cosmos.
Y, por otro lado, la idea de fe, de lo sagrado, aparece en elementos del cristianismo/catolicismo (las monjas de Belén, una maestra de catequesis que hace votos de castidad) que son refundados en el corazón del monte. Lo sagrado no se resuelve en lo sobrenatural: el oxímoron ciencia de dios, esa tensión, se recuesta en el terruño. ¿Dónde, la fe? En el salto al vacío, como el del tigre.
Por Melisa Gnesuttta