En el corazón del ciclo Multiverso -poesía sub 35– que cada tercer jueves del mes convoca voces en el centro cultural Nuestra América (CABA), se tejió una conversación atravesada por la memoria, el cuerpo del lenguaje y la respiración de las generaciones.
Los poetas Luis Tedesco, Gabriela Raidé, Lucas Adur, María Sevlever, Alejandro Cesario y Pablo Dema —que fue moderador— abrieron un espacio donde la poesía se volvió pregunta: ¿quién habla hoy?, ¿con qué tonos? ¿desde dónde se escribe?, ¿a quién llega un poema? Entre evocaciones del peronismo y la postdictadura, resonancias del tango, el lunfardo y la pandemia, esta mesa redonda ofreció una trama de diferencias y afinidades que cruzan tiempos, tonos y mundos posibles. Fue una conversación viva, entre lo íntimo y lo colectivo, que ensaya futuros desde la palabra.
En este Newsletter reflejamos lo que consideramos esencial de esa conversación intergeneracional que nos capturó a quienes llenamos ese espacio. Queda hecha la invitación para que se sumen cada tercer jueves del mes a escuchar y hablar de poesía.
Pablo Dema: Pensaba en el tono que hay, diferentes en cada generación. En función de lo que escuchamos en las lecturas [de poetas sub-35], por ahí podríamos decir que hay un tono común que me parece parte de un tema: un tono menor, intimista. También, poemas que tratan sobre lo hogareño, sobre los vínculos, las genealogías, los padres, las abuelas, la madre, que están mencionadas.
Hay una alusión al contexto de la pandemia, el clima de trabajo en el encierro, como si hubiera una cuestión de fragilidad, por un lado, de amenaza, y por otro, de búsqueda de algún tipo de conexiones o interconexiones afectivas, sin pasar a una dimensión que podríamos llamar más global, social, política. Y, usando una palabra que mencionó Javier Magistris al principio, sin poder imaginar otro escenario, como si fuera una situación de fragilidad y de intento de establecer unos lazos que atenúen esa fragilidad.
Por otro lado, releyendo uno de los libros de Luis Tedesco, a quien acabamos de editar en Sangre subjetiva, con ediciones la yunta, encontré una filiación con una poesía que tiene, por un lado, mucha potencia en la cuestión de la oralidad, el tango, lo criollo, una lengua literaria tensionada y deformada a propósito para generar una impresión de mucho vitalismo. Por otro lado, un juego —como pudimos descubrir escuchando a Alberto Cisnero— con la métrica clásica. También en los libros de Luis podemos encontrar esa relación, esa recreación del endecasílabo, por ejemplo, en Sangre subjetiva, muy marcadamente.

Luis Tedesco, poeta: Sangre subjetiva (Cartografías-ediciones la yunta) es su último libro.
Entonces, hay por un lado una relación con la tradición de la poesía clásica española y, por otro, una recreación de toda la tradición de la gauchesca, el tango, la poesía coloquial, todo eso en un tono que siempre es muy alto, muy vitalista, muy potente, que contrasta, me parece, con los tonos menores de las nuevas generaciones. Y que está también lanzada esa voz mucho más allá del contexto inmediato, en varios sentidos. Tanto en la cuestión de hablar de otras épocas pasadas, como también de pensar imaginarios, pensar futuros posibles o mundos posibles y comunidades posibles. Como si eso estuviera, para mí, muy vivo. Entonces, ahí encuentro un contraste fuerte entre dos generaciones que están muy lejos una de la otra. Y en el medio tendríamos las primeras escrituras de la postdictadura, de los 80, que todos sabemos de algunas revistas —bueno, fue nombrada acá por Alberto, Último Reino—, que se suele asociar con una estética neorromántica y el neobarroco. Después, la poesía de los 90, que estaría ligada a ese universo también de la postdictadura, donde hay una fijación por lo cotidiano, los objetos, experiencias de corto plazo, reflejos de percepciones, de momentos, de situaciones de la vida cotidiana, sin que aparezca este otro elemento que veo en la poesía de Luis —que me resuena también en la poesía de Leónidas Lamborghini—, ese trabajo como función de lo político, lo popular, en la reinvención de la oralidad y la recreación de la métrica.
-Luis Tedesco: En mi época la poesía comprometida estaba vinculada con los hechos políticos y procuraba dar una respuesta a una realidad fascista. Y la poesía libre se situaba en un campo mucho más subjetivo. Pero lo fundamental, en mi modo de ver la poesía, es fundar una lengua que se separe en alguna medida del modo de usar el idioma de los hablantes.
Ese idioma fue, de alguna manera, anulado por el liberalismo político que sobrevivió en la Argentina en los años 2000 y siguió bastante tiempo. Entonces, quedó como un lenguaje prohibido. El lunfardo crea un idioma propio, que además tiene que ver con lo mejor de la tradición española. Porque la mejor tradición española es Quevedo, que usaba prácticamente un 50 % de palabras carcelarias. Es extraordinario. Entonces, mi trabajo es un trabajo fundamentalmente con el idioma.
Pablo Dema: Con la intervención de la editora del libro anterior y escuchándolo ahora en vivo a Luis [leyó varios poemas], también te escucho un poco a vos, Alejandro Cesario. Porque tu poesía es contenida pero tiene muchos elementos de la oralidad, como que hay una fascinación por la lengua viva, por la oralidad, y por esos juegos, esa consonancia.
Alejandro Cesario: A Luis lo conozco hace muchos años. Encontré un libro de él de casualidad, y lo que me llamó poderosamente la atención fue eso: el trabajo fuerte que hacía con la lengua y con el lenguaje. Bueno, después hicimos una amistad. Y sí, como vos decís, recuerdo una reseña que hiciste de uno de sus libros para Corredor Mediterráneo, y una de las cosas que te había llamado la atención era eso, el uso de las palabras. Me preguntaste si algunas eran inventadas. Te dije: “Sí, puede ser alguna, pero muy poquitas”. Casi todas están en el diccionario, hay que ir a buscarlas. Bueno, creo que es eso, es el trabajo. Una de las preguntas que le hiciste a Luis es sobre el lenguaje. Para él el lenguaje es todo. Su poesía… una vez me dijo que no era tan importante el “qué”, pero sí el “cómo”. Cómo se trabajaba con la palabra y con el lenguaje. No me acuerdo exactamente cómo lo dijo, pero fue algo así.
Y esa pregunta también se podría trasladar a los más jóvenes: ¿Qué es para ellos el lenguaje? ¿Dónde lo ubican dentro de la poesía? ¿Y dónde ubican lo social?

Alejandro Cesario, poeta y editor, toma la palabra. A su lado, la poeta Gabriela Raidé.
Gabriela Raidé: Por un lado, creo que hay un sesgo también en lo que trajimos nosotros tres, porque somos amigos y vivimos esa afinidad. También nos leímos, nos pasamos las cosas que íbamos a leer hace un par de días, y nos dimos cuenta de que había mucha coincidencia. Creo que eso habla un poco también de que nos conocemos, de que tenemos una amistad. No sé si es representativo de la poesía sub-35, o si es solo una muestra, en definitiva.
Sí, quizás dice algo sobre nuestra generación, si puedo decir tal cosa. Que es que sí, estamos quizás más ensimismados, miramos más hacia lo próximo. Hablo por mí, pero creo que también le puede haber pasado a otras personas de mi generación. Un evento muy fuerte fue la pandemia, hace relativamente poco, que cambió las reglas del trabajo y, bueno, marca una crisis. La postpandemia que, bueno, todavía vivimos hoy, creo, y de la que aún no terminamos de dimensionar todas las consecuencias. Todo eso hace que la mirada se vea un poco más estrecha, quizás. También está la dificultad de pensar en futuros optimistas. No sé, me parece que son cosas que por ahí tenemos en común.
Con respecto a la poesía y el lenguaje, bueno, creo que sí, que siempre hay una búsqueda en ese sentido. A veces pasa por la métrica, por cierto ritmo, cierto tono… pero me parece que esa siempre es la búsqueda de un poema. En cuanto a lo social, me parece que la mirada subjetiva siempre trae algo de lo social. Me refiero, en este caso, a esto que decía de cómo esos poemas que quizás trajimos, que hablan más de lo cotidiano, de lo personal, de los vínculos familiares y cercanos, dan cuenta de esta dificultad para relacionarnos con círculos más amplios.
Lucas Adur: Me parece muy lindo lo del «tono menor», Pablo. Sobre todo porque creo que uno escribe lo que puede. Doy clase de literatura latinoamericana y me fascina Darío, me fascinan los alejandrinos, he jugado a escribir así, pero después… uno no puede escribir necesariamente lo que dice querer, ni siquiera en el cómo, que quizás es más importante que el qué. Y me parece interesante eso. Sí, creo que hay algo —por lo menos en lo que leímos acá— de ese tono menor, de esa búsqueda de lo íntimo, de un trabajo que no va tan claramente hacia las métricas clásicas. Me parece que está bueno lo que dice Gaby sobre la pandemia como momento fuerte.
Yo pensaba también en la masificación de internet, de las redes sociales, que quizás generó esa ilusión de… En el librito del que lei no lo dije, pero tiene un epígrafe que dice: “No te creas tan importante”. Y creo que hay algo de eso. Internet generó la ilusión de que todos somos muy importantes, y que lo que nos pasa es digno de ser contado y fotografiado y desplegado. Y algo de eso se ve, me parece, en esta poesía que se vuelve muy intimista.
Yo creo que, si hay una dirección política, tiene que ver a veces más con las pequeñas comunidades, con pensar espacios así, que con programas más amplios. Pero eso tal vez lo digo más nostálgicamente. Pensaba también en las figuras tutelares, como algo que definía una generación… y parece difícil pensarlo hoy. Me parece que hay algo interesante, que es que hoy hay mucha gente que escribe sin haber leído tanto. O sea, mucha gente que se autoriza a escribir. No sé si eso está bien o no. Pero es un fenómeno muy contemporáneo. Tradicionalmente, uno, si escribía poesía, leía mucha poesía —no necesariamente la estudiaba, pero la leía—. Ahora hay mucha gente que puede escribir poesía y considerarse poeta sin casi tener referentes. Eso da cosas quizás lamentables, pero también puede tener alguna potencia. Pensaba en otra cosa generacional, que fue la vuelta de las lecturas de poesía. Estos espacios que, no sé, empiezo a pensar que al principio de los 2000 volvieron a florecer, pero también generaron mucho de esto: que cualquiera puede subirse a un escenario y leer un poema… que puede ser contar una sesión con su astrólogo.
María Sevlever: Me quedo quizás con la pregunta que hiciste sobre el lugar de lo social. Pienso en dos cosas. Por un lado, creo que hay una búsqueda por profundizar a veces en las experiencias subjetivas y personales, que tiene que ver con buscar un nudo… si se quiere, un nudo colectivo, común. Que me parece que, por lo menos para mí, es en parte algo del centro de la literatura: escarbar en esas vivencias y formas de experimentar la realidad que son profundamente subjetivas —porque son las que podemos acceder, mal que mal— con la esperanza de que haya en eso algo común, algo que tenga sentido poner en común y compartir.
Creo que en la escritura poética, en particular —por lo menos en mi experiencia— hay un intento por modificar esas vivencias, esas experiencias, esas maneras de percibir, en un código con la esperanza de que pueda haber un código compartido. Creo que eso es profundamente comunitario, profundamente social, colectivo. Quizás soy demasiado optimista al verlo así, pero me parece que es, por lo menos, mi manera de vivirlo. Y también es un poco en lo que pienso como lectora. Las lecturas que más me conmueven son aquellas en las que siento que el proceso creativo tuvo que ver con eso: con intentar plasmar en un lenguaje común una experiencia profundamente individual. Básicamente, un intento por salir del caparazón.
En relación a lo social, creo que si pensamos en términos de generación probablemente tenga que ver la forma en que escribimos, o las cosas que escribimos, con cierta caída de los relatos totalizantes. Es un poco general decirlo así, pero creo que sin duda estamos en un momento histórico que tiene que ver con eso. Es difícil generar relatos que compartamos de forma más amplia. Creo que tiene que ver con las comunidades, como decían antes, con la posibilidad —más limitada, quizás— de formar comunidades pequeñas donde compartamos o intentemos compartir un código común. Y por ahora creo que es la manera que encontramos de volver a buscar algunos relatos políticos que nos convoquen.
También pensaba, mientras los escuchaba, en lo difícil y problemático que es —y que también trajiste— pensar en términos de generaciones. Cuántos procedimientos teóricos hacen falta para definir qué es una generación literaria. A algunos se les va la vida en eso, en la academia y en los estudios literarios, tratando de definir desde dónde y hasta dónde va una generación, con qué referencias tiene que ver, cómo se constituye la escena… y, bueno, siempre es un poco arbitrario, en el fondo. Como las significaciones que uno les quiere atribuir a distintos momentos de creación literaria.
En relación a eso, nosotros mismos tenemos diferencias de algunos años entre nosotros, que sin duda tienen relación con diferentes acontecimientos históricos que vivimos y que nos marcarán de distintas formas. De la misma manera que a ustedes. También me parece interesante indagar qué operaciones de lectura se hacen en relación con la obra de cada uno, asignando diferentes sentidos históricos y políticos en relación con tal o cual acontecimiento social. Eso siempre es complejo, y requiere procesos largos. Y muchas veces —creo que la gran mayoría de las veces— se hace muy a posteriori. Solo con la perspectiva histórica se puede leer de forma retrospectiva.
Pablo Dema: Sí, interesante. La cuestión de las generaciones muchas veces implica una hegemonía, como que en un momento dado se construye, se periodiza por décadas. Y se periodiza la poesía de los 90, y se habla del libro, de una estética dominante. Y después, a posteriori, también se describen estéticas que son divergentes y que quedaron invisibilizadas en ese momento. Hace unos días leí un trabajo sobre Estela Figueroa, la poeta de Santa Fe, y un poco había algo de eso, porque hay como un «rescate», entre comillas. Todo el mundo está como diciendo: «Hay que leer a Estela Figueroa». Y en el momento en que publicó sus libros había otra estética dominante, que era tal vez más ligada a lo que dijimos del barroco. Entonces, ese tono menor de lo que ella escribía en los 80 pasó desapercibido. A la luz de lo que se escribió después, se vuelve a leer. Así que hay como esas genealogías que se van rearmando.
Una pregunta que se me ocurre también, en relación con la escritura poética y con las diferencias generacionales, tiene que ver con la cuestión de cómo se sintoniza con un público, con un lector. Vos Luis decías, en un momento, la palabra «compromiso»… Ahí había, me parece, una recepción, un ida y vuelta. O gente, un público para la poesía. Y, a lo mejor, un sentido para la escritura que… no sé hoy en día qué piensa alguien que está escribiendo un poema, si piensa que hay un otro social, digamos, que pueda estar leyendo eso y siendo tocado por esa poesía. Y no digo cambiar algo, pero sí que haya algo más que «mi poema».
Porque a veces pasa un poco eso. Cuando se habla del reducido círculo de los lectores de poesía, cuando presentamos el libro… somos pocos. Y las ferias y talleres independientes, como que terminan siendo un reducto. Me parece que en algún momento la poesía fue de la comunidad, de toda la comunidad, como que resonaba en ese todo. No sé si eso vos lo ves como algo que cambió mucho. Si antes un poeta era alguien que llegaba, y ahora el poeta perdió esa llegada. Incluso vos mismo, Luis… si te desconectaste, de alguna manera, de los lectores.
Luis Tedesco: Una de las situaciones que planteo en el tarrer literario que doy es: ¿cuál es la importancia, en el mundo en que vivimos hoy, de un libro de poemas? ¿Qué sentido tiene un libro de poemas en este mundo? ¿Modifica algo el mundo? ¿Tiene alguna injerencia en lo que va a suceder? Es un problema. Porque si no podemos responder a esa pregunta constructivamente, entonces nos tenemos que entregar a lo que estamos haciendo, que es manifestar nuestra voz personal del modo más educado posible. Y, digamos, la cuestión se reduce al círculo que rodea a cada uno.
Cuando apareció el surrealismo, en plena Primera Guerra Mundial, tuvo un efecto contundente. Porque los poetas surrealistas, en medio de su invención loca, hablaban de los problemas reales del mundo. Y eso tuvo mucha repercusión. La Segunda Guerra Mundial no tuvo tantas situaciones así. Fue más complejo el tema. En la Argentina… bueno, el peronismo trajo una voz nueva, una voz popular, que, de alguna manera, se oponía al mundo tan ordenado de Jorge Luis Borges. O sea, Borges representaba de alguna manera la tradición liberal argentina, porque hablaba el idioma de sus antepasados ilustres.
Para mí, siempre fue necesario oponer a esa voz otra. Ojo: no oponerle una voz vulgar. Oponerle una voz que, manejando el idioma tradicional y la métrica, manejando el idioma en cuestión formal del mejor modo posible, proponga otro mundo, otra realidad.
Pablo Dema: No sé si quieren decir unas líneas sobre este tema de «¿para quién se escribe?» o qué cualidades tiene que tener esa llegada. A veces, por ahí, me parece que es un tópico decir: «Ahora se ve poca poesía, antes se leía más». Pero uno siempre encuentra algo que lo contradice, digamos. Que los escritores de poesía muchas veces se sintieron que estaban hablando para nadie. Y nosotros ahora inventamos que los poetas anteriores hablaban «para todos». Me acordaba de esa conferencia de Heidegger, “¿Para qué poetas?”, o “¿Para qué poetas en tiempos de miseria?” La escribe pocos meses después de que se lanza la bomba atómica en Hiroshima. En tiempos de desgracia, de miseria, la poesía no la lee nadie; estamos en un mundo ganado por la técnica, por la avidez de recursos materiales; no hay lugar para el lenguaje, dice. ¿Qué piensan ustedes? ¿A quién llega lo que escriben? ¿Antes tenía que llegar a un público más amplio que ahora?
Lucas Adur: Yo quiero decir dos cosas: una muy general y otra personal. Le preguntaban a Alejandro Crotto algo parecido a esto. Y él decía: “Para los que entienden de esas cosas, la poesía siempre es el corazón del campo literario”. Y me parece que eso es verdad. No importa tanto cuántos lectores tenga, pero la poesía tiene cualitativamente un lugar que siempre es central. Yo no sé cuánta gente leyó Trilce en el momento en que César Vallejo lo publicó, pero Trilce empujó el castellano hacia otro lado. Y algo de eso es la poesía: el trabajo con la lengua. Ese trabajo con la lengua repercute en el resto de la literatura y, en última instancia, en el habla de los argentinos. Borges —con todo esto que se ha hablado— también cambió el habla de los argentinos. Como la cambió González Tuñón, como la cambiaron otros, y como seguramente algunos poetas que ahora no podemos detectar están también inventando el castellano. Quizás olvidados por la academia, pero dejan huellas en la lengua.
Entonces, creo que en ese sentido no es cuantitativo cuánta gente lo lee. Porque hay un montón de gente que lee poesía sin saberlo. Digo, los modernistas después llegan al tango, y el tango… eso, por un lado. Creo que, cuando un poeta es verdaderamente bueno, hace algo con el lenguaje que termina repercutiendo en toda la lengua.
Y después… tengo acá a Luis, que me emociona. Me acuerdo de haberlo escuchado hace ya muchos años en una lectura, en una librería de Palermo. Leyó un poema, La casa ideal… Fue un poema muy importante para mí, personalmente. Lo escuché y me tocó algo que, para mí, resultó. Y quizás eso pasa. Entonces, insisto: no es cuantitativo. A lo mejor, hay un libro que le mandás por mail a un amigo, y no lo lee mucha gente. Pero a esa persona puede significarle algo. Entonces, en general, creo que ahí sí vamos a contratiempo: en un momento donde todo parece querer ser mesurable, en términos de éxito y de éxito cuantificable, me parece que la poesía no lo es. Quizás nunca lo fue.