En Una hilacha en lo real, Alejandro Cesario escribe desde los márgenes, con la palabra afilada por la experiencia y por una ética de la mirada que no esquiva el dolor ni la intemperie.  

Publicado por nuestra editorial, este libro recorre geografías y heridas con una voz que rehúye toda grandilocuencia para decir desde lo mínimo, desde lo que tiembla. 

El poemario sigue siendo leído y reseñado. Pese a ser publicado en 2022, Fernando Viano realizó en estos días una reseña lúcida y profunda publicada en el diario Nueva Rioja, que reconoce en este libro una poética de la escucha que restituye dignidad y sentido a lo que muchas veces queda fuera de foco. 

El detalla que, a través de más de cien poemas breves, Cesario hilvana escenas cargadas de desamparo, ternura y memoria. Su lenguaje —austero, certero, revelador— se convierte en una forma de resistencia frente a la indiferencia.  

Celebramos esta lectura crítica que se detiene en el espesor humano y político del texto, y que confirma el lugar de este libro dentro de una tradición poética argentina que interpela y alumbra desde el borde. 

Compartimos con ustedes la reseña de Una hilacha en lo real, de Alejandro Cesario. 

LA POÉTICA DE LA INTEMPERIE, por Fernando Viano 

En Una hilacha en lo real (Ediciones Cartografías, 2022), el poeta argentino Alejandro Cesario despliega una cartografía emocional y política de las orillas: los márgenes geográficos, lingüísticos y sociales de una Argentina que se resiste al olvido. Con una obra sostenida en el tiempo, Cesario confirma en este volumen su pertenencia a la tradición de los poetas que escriben con los pies en la tierra y los ojos bien abiertos. Pero no se trata aquí de un realismo directo, sino de una reescritura de lo real desde el temblor de la palabra.  

El libro está compuesto por más de cien poemas breves -en su mayoría de tres a seis versos-, que funcionan como instantáneas de un país desgarrado. La mirada de Cesario recorre estaciones ferroviarias, barrios del conurbano, valles andinos, llanuras pampeanas, residencias de ancianos, hospitales, cárceles, comedores comunitarios, psiquiátricos y rutas olvidadas. En todos estos espacios aparece una figura humana quebrada, despojada, sostenida apenas por la dignidad que la poesía logra restituirle. 

El lenguaje elegido por Cesario es de una precisión quirúrgica: las palabras no se acumulan, no se adornan, no se celebran. Son herramientas que se afilan contra la intemperie. En su texto de presentación, César Bisso advierte que la poética de Cesario está atravesada por una ética del mirar: “No estamos frente a un libro de imaginaciones fantasmales que aparecen a lo largo de un viaje por regiones exóticas. Es el relato que advierte sobre el estado de riesgo de tantos seres indefensos y devastados que registra en el camino”.  

Como si recogiera la consigna de Walter Benjamin sobre “cepillar la historia a contrapelo”, Cesario escribe desde una fenomenología de lo invisible. Sus poemas capturan lo que la sociedad rechaza: el dolor mudo, la pobreza estructural, la orfandad cotidiana, el abandono persistente.  

En “Confesión”, por ejemplo, se lee: Dijo el gurí, en Lozano. -Inhumé, / a mi yayo y a mi tatita / en osarios comunales. No teníamos una moneda / donde apoquinar la propia umbría-.  

La crudeza de esta escena -una familia sin dinero para enterrar a sus muertos- no necesita ser explicada ni dramatizada. El tono seco y contenido del verso convierte el desamparo en fulgor poético. Hay una continuidad con la estética de la poesía objetivista, con ciertas resonancias del Baldomero Fernández Moreno más seco o incluso del Juan Gelman de Gotán, pero sin volverse nunca confesional o autorreferencial. Aquí, el yo poético no se impone, apenas se insinúa, como un testigo que escucha y traduce.  

POÉTICA DEL FRAGMENTO  

Desde una mirada formal, “Una hilacha en lo real” puede pensarse como un libro de micro-poemas o incluso de “poemas-noticia”, si se acepta la categoría que alguna vez propuso Osvaldo Lamborghini: textos que condensan en pocos versos un acontecimiento mínimo, pero de una potencia emocional y simbólica altísima. Cesario logra esta condensación a través de un lenguaje que parece escarbar en el habla popular, en regionalismos, en términos en desuso, que actualiza con una potencia que recuerda, por momentos, a la densidad significante de Hugo Gola o al desgarramiento contenido de Juan José Saer:  

Cerquita / del enjuto riacho, sobre un tronquito, manduca pan de escanda, pimpla el tintorro. Lo demás es desamparo. (Solo queda)  

La escena -de una simpleza demoledora- podría pertenecer a una pintura de Castagnino o a un cuadro de Berni: hay hambre, hay sombra, hay una resignación que se vuelve símbolo. La fuerza del texto está en lo que no dice, en lo que deja temblando en el borde.  

LA MIRADA COMO RESISTENCIA  

Cesario escribe desde una sensibilidad política, no en el sentido panfletario, sino en el sentido profundo que le da Jacques Rancière cuando define la política como “una redistribución de lo sensible”. En este libro, la poesía hace visible lo que estaba marginado. Escribe Rancière: “hay política cuando lo que no tenía nombre encuentra un nombre, cuando lo que no tenía lugar ocupa un lugar”. Cesario nombra a quienes no suelen tener nombre, y les da lugar en la escritura.  

En “Semáforo”, por ejemplo, la escena urbana es mínima pero devastadora:  

Canturrea una baguala, estira su enjuto bracito, depreca una limosna. Algunos le dan, pero nadie le fisga sus ojos.  

El poema no requiere más que eso. El dato punzante está en el cierre: nadie le mira los ojos. Esa omisión es la herida que el poema denuncia sin necesidad de gritar.  

LENGUAJE Y REVELACIÓN  

Desde un punto de vista lingüístico, Cesario construye una lengua poética que dialoga con lo arcaico, lo rural, lo rioplatense, y a veces incluso con lo bíblico o lo salmódico. Hay ecos de copla, de baguala, de canto popular. En ese sentido, puede pensarse su trabajo como una forma de resistencia a la homogeneización del lenguaje que impone el mercado o las redes sociales. El poeta, como planteó Paul Celan, va en busca de su “lengua madre herida”.  

A la vez, y en línea con Heidegger -a quien Cesario recupera explícitamente en el prólogo-, la poesía es entendida como el acto originario del lenguaje: “El poeta tiene por deber, por vocación, poblar con la Palabra la tierra”. Ese poblar no es colonizar el mundo con significados, sino restituir el sentido a aquello que ha sido vaciado de él.  

En el funesto jardín cabezas bajas, sin proferir. Pasos mielgos. Círculos mermados al vergel. (Psiquiátrico de Villa Adelina)  

Los cuerpos, las escenas, los gestos de quienes habitan los márgenes, aparecen siempre desde una ternura dura: la poesía no los embellece, pero los dignifica.  

UNA POÉTICA CONTRA LA INDIFERENCIA  

En definitiva, “Una hilacha en lo real” es un libro que interroga el presente argentino desde sus grietas más hondas. Pero no lo hace desde la victimización ni desde el espectáculo de la miseria. Cesario se aleja del miserabilismo al apostar por una poesía que trabaja con el respeto del silencio, la mirada y la escucha. El suyo es un decir que sabe que el lenguaje es frágil, pero también necesario. Y que en la hilacha de la palabra puede estar el inicio de una comunidad posible.  

En tiempos donde la literatura suele rendirse a los dictados del marketing o de la autoexposición narcisista, Alejandro Cesario reafirma el lugar de la poesía como espacio de resistencia, de ética y de memoria. Sus poemas no buscan a la Musa, sino que, como escribió Robert Graves y recupera Bisso en el prólogo, son “un brutal reconocimiento del mundo que lo rodea”.  

Poesía sin concesiones. Poesía que observa, recuerda y nombra. Poesía que, como escribió Cesario, “alumbra la lobreguez” con el simple gesto de una hija, de una mano, de un pan compartido.  

Link a la nota del diario Nueva Rioja