En el encuentro de poetas sub-35 Multiverso, que se realiza cada tercer jueves del mes en la ciudad de Buenos Aires, en el Centro Cultural Nuestra América, el poeta y editor de Barnacle Alberto Cisnero dialogó con la poeta y traductora María Calviño autora de Tráiler (Cartografías), entre otros libros de poesía, acerca de la experiencia y los desafíos de la traducción. La conversación recorrió su trayectoria como traductora y docente, así como el vínculo con distintas tradiciones literarias. 

A lo largo del intercambio, Calviño reflexionó sobre la traducción como práctica vital del pensamiento y de la escritura, sus aprendizajes con el inglés y el castellano, y el modo en que la lectura de autores como Borges, Wallace Stevens y Philip Larkin marcaron su relación con la poesía. También habló de la traducción como un ejercicio de libertad y herramienta crítica para leer, escribir y enseñar literatura. 

Para este Newsletter trajimos parte de ese diálogo entre ellos. 

María Calviño conversa con Alberto Cisnero en Multiverso

María Calviño conversa con Alberto Cisnero en Multiverso

Alberto Cisnero: – Estuvimos hablando con María antes de estar acá, en el escenario de Multiverso, sobre la traducción. Hablamos del quechua, mi lengua materna. Es una de las primeras situaciones que tienen que ver con el traslado, al menos en mi experiencia. También estuve investigando la obra de María. La referencia constante era su labor como traductora de poetas ingleses del siglo XIX y XX, me preguntaba cuáles; eso dato se escabullía en el ubicuo y difuso internerd.. 

María Calviño: – Es que son unos cuantos, pero yo no traduje para editar (décadas atrás eso no era muy fácil); traduje para poder dictar la materia. Los equipos docentes teníamos que traducir porque, en la Universidad Nacional de Córdoba, en la Facultad de Filosofía, las literaturas europeas escritas en otras lenguas se dan en castellano. Eso es muy argentino; también pasa en la UBA, en La Plata, Tucumán, en Cuyo… En Europa o EE.UU. no es así: Si querés estudiar literatura latinoamericana, por ejemplo, tenés que aprender el idioma y estudiarla en el original. Entonces traducíamos para no tener que dar siempre el mismo programa dependiendo de las traducciones disponibles. Ponerme a enumerar lo siento una pedantería, pero traduje a Coleridge, a Wilde, a Hawthorne; autores incluidos en los programas de literatura de habla inglesa durante muchos años, y por supuesto, alguna bibliografía específica para leerlos, que se conoce mucho menos. 

Alberto: – ¿Por qué te interesó el trabajo de traducción, ser traductora?

María: – Ampliaría un poco la pregunta, porque nosotros vivimos traduciendo todo. Sin el lenguaje no hay pensamiento, pero, además, cuando hablamos con nosotros mismos, también traducimos. Tenemos idiolectos personales: el significado que le damos a las palabras difiere entre personas y hasta en uno mismo, en distintos momentos de la vida. Quienes escribimos y publicamos podemos comprobarlo al revisar qué significados damos a ciertas palabras en un poema. Alguien entre los sub-35 que leyeron recién hablaba de “poemas antiguos” dentro de su propia trayectoria, y son rejóvenes: ahí también hay una dimensión vital de la traducción. 

En cuanto a las dos lenguas —el inglés y el castellano— tuve varias mutaciones. Aprendí inglés de chica porque tengo familia en Estados Unidos, así que aprendí el inglés norteamericano en Córdoba, además de hablarlo y leerlo desde chica. Soy alfabetizada precoz en castellano (antes de los tres años), y como tenía algún método para acceder a elementos de la lengua materna, buscaba aplicarlos en otras, como el inglés, que fue mi primera segunda lengua. 

Después, al entrar en la Facultad y empezar a interesarme por enseñar la literatura inglesa, me di cuenta de que no podía escandir un soneto en inglés: me sobraban o me faltaban sílabas porque el inglés que sabía no me servía para eso. Entonces estudié el inglés británico, cambiando la pronunciación, y terminé manejando las dos variantes. Quienes me enseñaron me advirtieron que eso podía pasar, o no. 

En esa época, al leer las literaturas europeas en traducción en la Facultad, nos beneficiábamos de la última etapa de la gran tradición de traducciones argentinas de mediados del siglo XX, muy visible en la librería Fausto aquí Buenos Aires. 

Como tengo familia aquí (mi papá era porteño), se podía viajar por libros y yo accedía a esas ediciones antes de que llegaran a Córdoba. Por ejemplo, las de Enrique Revol, que era cordobés y fue el titular de la cátedra de literatura inglesa donde me formé (yo estudié con Hernán Peirotti -discípulo suyo- quien fue mi titular y dirigió mi tesis doctoral). Leía las traducciones, introducciones y notas críticas de Revol incluso antes de cursar la materia, porque sus libros circulaban y él era brillante, tanto traduciendo como muchas veces, también interpretando la poesía. 

La diferencia entre enseñar literatura escrita en otro idioma pudiendo explicar la traducción —no solo lingüística, también cultural— y depender de otro para eso era enorme a fines del siglo XX, sin las herramientas tecnológicas de hoy. Ahora uno puede elegir traducir o traducir/se con diferentes diccionarios; eso antes no existía sin considerable esfuerzo. Entonces una descubría que la traducción daba libertad en relación con la lectura. Y luego, claro, Borges. Lo leo desde chica, y Borges tenía esa capacidad: a veces inventaba aparatos críticos, y una se preguntaba: “¿Qué está haciendo?”. 

María Calviño conversa con Alberto Cisnero en Multiverso

María Calviño conversa con Alberto Cisnero en Multiverso

Alberto: – Me comentabas que habías indagado mucho la traducción que hizo Borges de la última hoja del Ulises, hay, acaso, demasiadas supresiones en esa sola página.. 

María: – La Argentina es un país donde existen tres traducciones del Ulises de Joyce, eso no es común. Creo que el antecedente de todo eso es esa paginita de Borges. Esa traducción guarda cierta reserva: Borges no podía dejar de admirar a Joyce, pero tampoco podía avalarlo del todo. Me recuerda a Virginia Woolf, que decía de Joyce: “No existe en inglés”, como afirmando que ese tipo no escribía en inglés. Pero ella se preocupó por leerlo bien y aprehenderlo, porque tiene novelas imposibles sin Joyce. Borges vivía algo similar: no podía no admirarlo. (Hasta Pound, siendo amigo suyo, se escandalizaba con partes del Ulises, aunque reconocía su importancia para la literatura moderna). 

Alberto: –De los autores que mencioné al comienzo —fruto de tu trabajo—, tenías una debilidad por Philip Larkin. ¿Por qué te interesa, cuál es el motivo de esa afición?

María: – Larkin es una maravilla. Sentí que cuando lo descubrí iba a cambiarme y que no lo iba a poder dejar. Al principio, cuando me dediqué a la literatura inglesa, lo hacía muy consciente de que habíamos tenido una guerra con ese país: las relaciones estaban cortadas todavía (hablo de antes de los años 90, porque Menem las reconstruyó en el 93). Necesitábamos cartas de gente de allá o que alguien viajara para saber si los poetas contemporáneos estaban vivos, muertos o enfermos; esa información no circulaba. De modo que yo lo leía creyendo que vivía y después… a principios de los 90 supimos que había muerto en 1985. 

En la biblioteca de la Asociación Argentina de Cultura Británica de Córdoba había un ejemplar de la primera edición de The Less Deceived, de Larkin, un título difícil de traducir. Está tomado de un diálogo de Hamlet entre Ofelia y Hamlet: hablan de su supuesto amor; Hamlet lo niega porque sabe que el rey Claudio y Polonio -sus padres- los están escuchando. Ofelia entonces responde: “Bueno, entonces yo fui la más engañada” —the more deceived. Y Larkin escribe un libro titulado The Less Deceived —el menos engañado, o “el menor engaño”, como traduje yo buscando un camino. Ahora no sé si lo traduciría igual. 

Leí ese libro y vi que usaba un lenguaje todavía cercano a los románticos ingleses de la segunda generación, pero con un desengaño que ninguno de ellos habría suscrito. Larkin fue poeta laureado. Es un poeta que después empezó a escribir con una incorrección política muy atractiva, y ahí sí cosechó muchos más lectores. Pero esa primera etapa rara, cuando todavía conservaba algo dulce del romanticismo era muy sutil. A mí me gustaba mucho. Esas traducciones que hice para el aula circularon por editoriales de Buenos Aires, San Luis, Mendoza y Córdoba. No las aceptaban, con el argumento de que ese Larkin no tenía “gracia”: preferían al más terrible, aislado, sospechado incluso de pedofilia (*). Después una lee la gran biografía y se da cuenta de que es muy difícil sostener esas acusaciones, pero esa faceta lo hacía “mediático”, objeto de envidias también. 

Multiverso, un espacio para celebrar la poesía.

Multiverso, un espacio para celebrar la poesía.

Alberto: – Cada generación busca sus traducciones, es casi una exigencia etaria y editorial. ¿Cómo te ves frente a las diferentes versiones de Larkin?

María: – He leído algunas, pero creo que en Buenos Aires tienen acceso a las traducciones de Miguel Ángel Montezanti, y esas son las traducciones para mí. Ahí está Larkin, uno lo siente. Leí otras, pero ocurre que Montezanti conoce profundamente la vida inglesa, la Inglaterra interior, que es fundamental. Larkin nació en Coventry, un pueblo borrado por la Segunda Guerra tras un bombardeo feroz, y eso está en el lenguaje de los ingleses contemporáneos. Para percibirlo hay que tener cierta familiaridad con esa Inglaterra interior. La poesía inglesa es muy caudalosa y, cuando uno quiere acercarse, a veces se hacen trasposiciones hacia lo que es Londres ahora o hacia el sueño de los años 60 evocado hoy. Eso también está en Larkin, pero visto a través de un cristal astillado. 

Alberto: – ¿Qué otros autores tradujiste? ¿Alguna vez tradujiste con alguien más? 

María: – Sí, Traduje el Prefacio a las Baladas Líricas de Wordsworth y Coleridge (la versión de 1800) con Hernán Peirotti, y una antología de Ezra Pound con Elisa Molina cuando estudiábamos Letras. Con Pablo Anadón tradujimos Domingo a la mañana, de Wallace Stevens. Lo habían traducido Borges y Bioy. Hay algo muy cierto y maravilloso que me enseñó el Profesor Oscar Caeiro, con quien cursé literatura alemana. Él decía: “Las traducciones envejecen. Los originales no.” Nosotros teníamos críticas para la traducción de Borges y Bioy, pero no eran a la traducción en sí, sino al castellano que ellos usaron en 1947, que ya no era el nuestro a mediados de los años 80. Esa versión se publicó aquí en una revista llamada El lenguaje de la tribu, que dirigía Celina Garay y también en la revista Poesía de Caracas. 

Feria de libros y revistas de poesía en Multiverso.

Feria de libros y revistas de poesía en Multiverso.

Alberto: – ¿Es posible leer otras traducciones tuyas, dónde? 

María: – No muchas, yo traducía con el propósito, digamos “inmediato” del aula. Le dí esa función práctica porque tampoco había demasiado margen para otros proyectos. Y fueron útiles porque traducir siempre enriquece el lenguaje que usás, pero quedaron como algo que circula principalmente en el ámbito de la Facultad. 

Sí, publiqué una de John Burnside en Buenos Aires Poetry, y recientemente en Versiones: un poema inédito de Larkin que me regaló Jacopo Masi (un colega italiano que estaba preparando su tesis doctoral sobre él). Lo conocí una vez en Córdoba. El poema se llama Nos encontramos al final de la fiesta y es hermoso. Hubo algún ruido en relación con los criterios según los cuales Anthony Thwaite editó los poemas completos. Jacopo discutía esos criterios en su tesis y me dijo: “Mi directora en la Universidad de Bolonia me regaló un poema inédito de Larkin, y lo traduje” (al italiano). Y yo me contagié e hice lo mismo al castellano. 

Alberto: – Vamos a convenir que toda palabra es la mejor equivocación de una palabra, tanto en la propia lengua como en otra reversionada. Hemos tenido esta posibilidad del diálogo, que es una forma amable de participar en el mundo. Estemos agradecidos por ello. 

(*) Leyendo la versión escrita de la charla que tuvimos con Alberto, me parece que no debería dejar pasar esto que recordé más tarde esa noche: Cartografías sí. Pablo Dema y José Di Marco quisieron publicar esos textos y la economía de nuestro país complicaba un poco la gestión de los derechos. MC.