En el último Aguante Poesía en Río Cuarto surgió una propuesta distinta: salir del espacio habitual y llevar la escritura al aire libre. Éramos unas veinte personas de edades muy diversas que, una tarde, nos reunimos a orillas del río con una consigna sencilla y profunda: dejar que el paisaje nos inspirara.

Tuvimos algo más de una hora para pensar, observar y escribir. Con mi sobrino Román, de 17 años, decidimos trabajar juntos, nos sentarnos bajo la copa generosa de un árbol y allí conversamos largo rato sobre el río, su paso, su memoria, su ausencia. Imaginamos una familia que crece junto al agua. “De chico el río era el patio de mi casa”, escribimos para empezar, y trazamos el recorrido de ese niño que creía con la compañía de esa corriente, de sus ruidos, sus vientos, sus sombras. Cerramos el poema con estos versos: “Nos quedamos sin río / nos quedamos sin Dios”.

De aquella tarde nacieron varios poemas que también quisimos compartir en este número del Newsletter. Dos de ellos —de Diego Formía y Claudio LoMenzo— dialogan entre sí y, de algún modo, con todos los que estuvimos allí, buscando en el río una forma de decir.

Orilla, de Diego Formía

La ciudad creció
hacia arriba, en cemento
de espaldas al río que la cruza
como una vergüenza, abajo.

La ribera
patio de los pobres
que la ciudad
criminaliza, encarcela.

Río IV, de Claudio LoMenzo
a Diego Formía

Si el río fuera un espejo, reflejaría lo que no me alcanza. Mi sombra.
Que veo correr agua abajo.

Si el río fuera tu nombre, lo demoraría con un dique de palabras,
para que desborde en sus orillas,
como un abrazo.

Pero aún así, si prosiguiese su destino de andar, elevaría velas a favor
del viento y de tu boca
que allá me esperan.
Montaría su cauce, y por la corriente del olvido, buscaría su perfume,
el horizonte de sus ojos marrones
y esa palabra que no pudo nombrarme.

Así cumpliría el deseo del poeta:
fluir por el tiempo como por el río, hasta encontrarte.

(*) Foto de portada de Hugo Pujszo.