En los últimos días se presentó La tersura del silencio (De todos los mares), el nuevo libro de poemas de Alejandro Cesario, poeta y editor de Ediciones La Yunta, junto a Daniel Riquelme.

Cesario publicó con Cartografías Una hilacha en lo real, y su escritura —rigurosa, sensible y de una densidad verbal poco frecuente— vuelve ahora en este nuevo título que continúa explorando el vínculo entre palabra, pensamiento y experiencia.

Con La Yunta, editorial amiga de la casa, compartimos un camino de lecturas y coediciones. La más reciente es Aunque nada nunca suture, de Diego Filloy, que presentaremos muy pronto tanto en Buenos Aires (en el ciclo Multiverso) como en Río Cuarto, en la Biblioteca Personal Juan Filloy.

Para este Newsletter, compartimos el texto de presentación escrito por el poeta César Bisso, quien ofrece una lectura generosa y lúcida sobre la obra de Cesario.

El texto completo:

Silencio y tersura poética

Alejandro Cesario tiene un compromiso existencial con la palabra. Asume el legado de su admirado Juan Filloy: no dejarse vencer por la banalidad. Trabaja la escritura poética con templanza y rigurosidad. Es indudable que no usa vocablos desconocidos para adoptar la postura de un poeta de hablar complejo; lo hace porque cree en el universo de la palabra que. ante su lectura, nos parece infinito o, mejor dicho, él hizo que fuera infinito. Es un poeta que actúa como un buzo, explorando las profundidades del diccionario en busca de la perla más preciada, esa que se pueda ensamblar en la sintaxis de cada poema.

Cuando escribí el prólogo de su bello poemario anterior, Una hilacha de lo real, me encontré con extrañas palabras que, al leerlas insertas en el texto percibí lo que insinuaban, pero confieso que no podía asegurar el real alcance de sus significados. Busqué una por una en el diccionario. Arduo trabajo para un prologuista, pero quedé muy feliz con el esfuerzo. Lo más importante es que me sentí agradecido y reconfortado. Ese libro me dio una lección de sabiduría y optimismo. No cancelé su poesía, como tal vez hacen muchos lectores que no se animan a descubrir lo nuevo, lo diferente, lo que trasciende más allá de uno mismo. Hice lo contrario, me subí sobre las alas de poesía cesariana y dejé que me llevara a volar por las zonas más recónditas y sensibles de la condición humana.

Tiempo más tarde, Cesario me acercó los originales de este nuevo poemario. Allí pude reencontrarme con otro misterioso enjambre de paradójicos vocablos que meneaban ante mis ojos como abejas alborozadas. Denoté que el poeta continuaba su derrotero por experiencias acopiadas a lo largo del tiempo o percepciones extraídas de lugares y situaciones que lo conmovieron profundamente. Obviamente esa persistencia estaba dada por el ritmo y la intensidad de cada poema. Otra vez me sentía atraído por una escritura que manifestaba tantas emociones.

La tersura del silencio es un libro que no pretende seducir al lector; no está escrito para conformar, habla con un acento íntimo, quizás en voz baja (al decir de Clarice Lispector) pero, a la vez, habla con la contundencia de la verdad y repiquetea con mucha fuerza en la sensibilidad del lector.

También me atrevo a decir que el autor exhibe el drama de vivir al desamparo, como una pintura de van Gogh: deslumbra, pero no describe lo que expone. La interpretación de la escena corre por cuenta de la palabra, más allá del estilo y tonalidades que impone su mirada. Los poemas son resplandores que iluminan los rincones más lejanos de la indolencia y la barbarie. Sorprende el ímpetu de tallar cada página en blanco con un decir poético sobrio, sin contrariedades. En la transparencia del discurso reside una manera de pensar auténtica, que siente y procede al ritmo de una voz serena y lacónica. Y, sobre todo, modelada desde su compromiso irreductible con el buen uso del lenguaje.

Y digo buen uso en el sentido de reivindicar la fortaleza del diccionario de la Real Academia Española, que contiene más de 93 mil palabras y 195.000 acepciones. Samuel Beckett decía que trabajamos con palabras gastadas, en relación a la usanza de nuestro lenguaje. No se refería a palabras que se gastan de tan repetidas, sino a situaciones que se presentan en el devenir de la escritura donde ninguna palabra encaja para explicar lo indecible. Por lo tanto, se necesita traer a la memoria ignotas emanaciones del habla. Un iluminado escritor cordobés hizo el primer esfuerzo como filólogo. ¿Habrá llegado Filloy a conocer en su totalidad el cuantioso volumen de términos y significados? Creo que Cesario, si sigue con este empeño, estará dispuesto a desafiarlo y, al mismo tiempo, honrar su nombre.

Me animo a indagar, en defensa del derecho de pertenencia al trágico destino de responder al mundo con poemas: ¿debemos reinventar la poesía para dar testimonio de esta época robotizada o, por lo contario, sería mejor defenderla con palabras de un sistema que las ha banalizado al extremo?; ¿aceptaremos como sujetos ingresar a la colonia digital que extiende sus redes por todos los vericuetos de la inteligencia vernácula? ¿seremos irremediablemente intérpretes cautivos de esta tecno-cultura avasallante? Realmente no lo sé. Por ahora sólo estoy seguro que ser poeta significa abrirse paso en medio de la hojarasca, mientras los versos resisten a los exabruptos de la violencia verbal, los embates de la mediocridad o la hipocresía de los supuestos formadores de opinión que desde micrófonos, pantallas y teclados representan el simulacro de la esperanza o la desesperanza.

En fin, aún somos parte de la sociedad de los poetas vivos, destinados a socavar todos los muros que se presenten, no sólo desde lo que se descubre, sino también desde el compromiso inquebrantable con el lenguaje. Porque el poeta, en cuanto se considere un creador que está ligado a la necesidad de revelar todo lo que sucede a su alrededor, tiene que usar su poder de imaginación para liberarse de esa piedra inmóvil que representa la pesadez de una realidad que lo abruma. Pero, ¿es posible para él trascender poéticamente más allá de su resistencia cotidiana por no caer vencido? Para Cesario, intuyo, esta necesidad de crear es la libertad misma. En su poesía no hay eufemismos ni dogmas que la enfervoricen. Sólo convencimiento de estar realizando un acto transparente y creíble, que establece su propio límite a través del sentido y el simbolismo de cada palabra.

Asumimos que la poesía es un vicio absurdo, al decir de Cesare Pavese. Ese vicio sigue creciendo sin atajos en la vida literaria de nuestro poeta. Se nota en todos los libros publicados, donde ha construido su propia Odisea, transitando turbulentas noches y esplendentes amaneceres. Pronto nos asombrará con Tierras Altas, un poemario poblado de epifanías. Mientras, disfrutemos hoy de esta tersura y este silencio que nos dejan entrever lo esencial.

Concluyo con una parábola futbolera: deseo que Alejandro Cesario siga escribiendo con el mismo fervor de siempre, como un aguerrido hincha calamar que espera el gol que nunca gritará. Para que el vicio no se apague.

César Bisso

Carapachay, octubre, 2025