Escrito de la poeta y docente Virginia Abello para la presentación del libro La luz herida, de Pablo Mores.
Leí por primera vez un cuento de Pablo hace poco más de un mes cuando participamos en el Mundial de Escritura. Habíamos formado un grupo de nueve personas y todos los días teníamos que llegar a cierto número de caracteres escritos cumpliendo una consigna. Fue una semana de maratón. Al final, teníamos que elegir y votar un cuento de los producidos en el grupo, por lo que leíamos lo que había escrito cada unx. Pablo había elegido para presentar un cuento con un narrador niño en una especie de campamento y el juego o desafío de pescar una mojarrita. Y a pesar de que hay puntas a lo largo del relato que nos hacen imaginar la promesa de un nudo o nudos tremendos, la trama se va desmadejando mansa, pero no por eso menos densa. Me llamó la atención que un cuento no extraordinario (y para redundar en el prefijo, no extravagante) me dejara con la mirada en la nada, sin poderme salir de él. Y esa escritura era un ejercicio de sólo un día. Ahora, al leer los nueve cuentos que componen “La luz herida”, veo que la mecánica narrativa que funciona con la mojarrita no fue un simple azar, sino que es un engranaje estabilizado y particularísimo propio de todos los relatos de este autor. Y dicho esto, creo que ya confesé mi voto.
Hay algunas cosas que puedo contarles de Pablo para quien no lo conozca. Vive en Holmberg, pueblo donde nació y creció, en un boulevard que sube y se choca con el cielo y, como sus cuentos, promete una bajada al mar o una caída al fin del mundo, pero termina en unos lotes donde los chicos juegan cuadreras montados a caballo. Es padre de dos hijos. Esto me lo imagino un poco, pero puedo suponer que escribe en un tiempo robado, breve y preciso; o bien con un niño en upa, como Roberto Bolagno (o como yo, menos famosa, estoy escribiendo). Es músico, aunque se negó en esta presentación de su primer libro a mezclar la música con la literatura, para no quitarle su momento. Y lo último, su relación con la literatura ha sido informal, vital, necesaria. Y con esto quiero decir que su vínculo no ha sido deformado por estudios académicos en letras –perdón, lxs académicxs-. Quizás por esto es que su escritura es fresca y es auténtica.
“La luz herida” es el nombre del cuento que encabeza la serie y que da título al libro. Quizás es de todos los cuentos el que posee un trabajo mayor sobre el lenguaje. En este caso el narrador es un personaje marginal, un viejo supersticioso que husmea en la basura; que está solo, muy solo. Su lengua es la lengua de alguien que habla consigo mismo, que puede pasar de un tema a otro porque no se preocupa por un interlocutor posible. Gracias a que accedemos a su punto de vista, sabemos que el viejo no es malintencionado a pesar de su facha, a pesar de su pasado y de sus comportamientos sospechosos. ¿Pero cómo se ve el viejo de afuera? ¿Cómo lo ven los otros personajes? Sin duda como un “viejo culiado”, como le dice el gendarme cuando ve que ha entrado en su casa con su hija pequeña supuestamente a pedir un vaso de agua. Sin embargo, nosotros sabemos que el viejo quiere salvar a la niña, quiere hacer las cruces en la casa para ahuyentar a la luz herida que allí habita, no sabe por qué. La cosa es esta: el cuento teje una trama ya conocida y no pueden culparnos de mal pensadxs si esperamos encontrar un abuso o crimen o el intento de esconderlo o perpetrarlo. Pero eso no sucede. No hay indicios suficientes para decir que la niña era violentada o que algo malo ha pasado en esa casa. Menos podemos sospechar de las intenciones del protagonista que no hace más que desnudarnos su conciencia a lo largo del relato. Y tampoco, vaya frustración, es defendible la hipótesis de que las cruces produjeron el incendio de la casa. No hay crimen, no hay magia. ¿Qué nos queda? Los cuentos de Pablo nos van a llevar a ese extremo de despojo categorial. Terminan siendo cuentos realistas, pero no sin antes torcernos la lectura, la mirada.
Voy a hablar de otro cuento: “Domar la bestia”. En este caso, el narrador testigo se parece mucho a nuestro Pablo (¿vale decir esto?). Vive en un pueblo, hace dos meses que se mudó allí al boulevard, y es invitado por su vecino Carlos a ver algo en su casa. Hay un objeto imposible de pasar desapercibido: una vela encendida al lado de la foto de la fallecida esposa de Carlos. Pero eso no es lo que él quiere mostrarle, sino su colección de insectos disecados. Carlos se entusiasma contándole al narrador todo el proceso, incluso atrapa una langosta y la encierra en el frasco con acetona que será su cámara letal. Pero hay otra cosa que no pasamos por alto: el mal olor, el olor a carne podrida. Y Carlos que nos invita a la pieza del fondo, a través del largo pasillo, porque hay algo más que quiere mostrarnos. Y esperamos lo peor, al mejor estilo Poe, llegando a lo más profundo de la casa, de la trama, de lo horripilante. ¿Me bancan el spoiler? No hay señora esposa momificada. Sí hay un cráneo de vaca y el entusiasmo de Carlos aprendiz de taxidermia. Y es ahí, cuando no sucede lo extraordinario, que se nos revela lo ínfimo, lo sutil: la alegría de un hombre solo porque lo escuchan. Él ha encontrado cómo domar la bestia y no es sólo con vino, como dice al principio guiñando un ojo al comprar los tetras. Y por haber escuchado, le regala al narrador un escarabajo fascinante, una especie de amuleto contra las bestias del dolor y el duelo.
Un cuento más: “Las fuerzas invisibles”. Es uno de los dos cuentos del libro cuyo narrador protagonista es un niño. En este caso, el escenario es el campo, donde vive el primo Fede y donde trabaja el padre del narrador. Los chicos pasan tiempo juntos, se mienten, inventan historias, se invitan a sus juegos preferidos o sus formas preferidas de pasar el tiempo que son distintas para cada uno. Fede representa una masculinidad dominante, agresiva, dura. Él quiere ser vaquero, coger a su esposa y hacerle muchos hijos. El narrador en cambio dice que tiene una novia, que se dan la mano y caminan por las calles del pueblo. Los chicos salen a andar a caballo. Fede usa el caballo más fuerte e inteligente y va primero, decide a dónde se va. Tinchito, el narrador, le toca seguirlo a Fede y al Polo y no tiene idea de cómo manejar su colorado. Y he allí las fuerzas invisibles que mueven a los caballos y que atemorizan a Tinchito, porque no las puede controlar. Esas fuerzas inexorables en las que vamos montadxs son las que nos llevan –y a veces nos catapultan- a un destino, a un lugar, a una identidad, sin que podamos hacer gran cosa al respecto. El lugar del narrador no es el campo, no es ser el jinete que golpea su caballo caprichosamente, sino ese lugar que ve reflejado en las bolitas de rulemanes, un lugar que imagina, un lugar que habilite lo que él quiere ser.
Muchas más cosas pueden decirse de este libro. Sin dudas, hay una apuesta en la elección de la geografía que se privilegia en los relatos: un pueblo en el sur de Córdoba. Hay una apuesta amorosa en la elección de los personajes marginales e invisibles, como son el viejo de la luz herida, los niños, los vecinos solitarios. Hay una elección sólida de la lengua con la que se narra. Dijo el Joaco Vazquez que Pablo escribe como habla y no es menor lograr eso en la escritura. Y qué lindo que habla. Pero sobre todo, lo que más me llama la atención es la mecánica narrativa que se va replicando en los relatos. Es la promesa de desenlaces deslumbrantes que no llegan y la frustración consecuente. Y luego, torcer la mirada y buscar los sentidos en los pliegues del relato, porque algún sentido debe haber. Algo así como la vida para los que crecimos en los ´90, en el medio de discursos que prometían que todos nuestros sueños eran cumplibles. Los desenlaces deslumbrantes son los menos y los que menos importan. Y estos cuentos nos lo recuerda.
La escritora Norma Matteucci explora y analiza en este libro novelas autobiográficas y autoficciones producidas por mujeres que escriben en español. Considera, a partir de este estudio, que “mediante la escritura cada narradora construye su personal desobediencia, para oponerse al orden social patriarcal”.
Esta intelectual, Magíster en Lingüística aplicada a la Enseñanza de la lengua materna o extranjera, Licenciada y Profesora en Ciencias de la Educación, Profesora en Letras y Diplomada en Género, inicia su libro Mujeres, escritura y vida (Cartografías 2022) con una especial mención a su madre, a quien define como “feminista” sin ella saber sobre ese concepto. “A pesar de haber sido normativizada por una sociedad patriarcal que le dejó escasas posibilidades de insertarse en el afuera social, ella pudo hablarme como mujer-sujeto de cultura y transmitirme, de algún modo, sus deseos de rebelarse contra esa sociedad”.
-Me gustaría empezar por tu madre. La mencionás al inicio en referencia a que cosía para afuera, en una correlación con el “hilvanando género”. ¿Pensaste en tu madre al proyectar este libro, al investigar y escribirlo? ¿Por qué?
Al escribir este libro pensé mucho en mi madre, por diversas razones. Una de ellas es que, a pesar de haber sido normativizada por una sociedad patriarcal que le dejó escasas posibilidades de insertarse en el afuera social, ella pudo hablarme como mujer-sujeto de cultura y transmitirme, de algún modo, sus deseos de rebelarse contra esa sociedad. Sin mencionar ni conocer el feminismo, mi madre fue feminista. Y sus palabras connotaban una crítica velada a la sociedad patriarcal, germen de mi posterior rebeldía. En sus mensajes –conscientes o inconscientes- estaba el origen de una mujer diferente, que ella ansiaba para mí y que yo “leí” e internalicé.
Pero, además, reflexioné sobre la similitud de la costura, el bordado y el tejido, que ella realizaba, con la escritura de los textos- tema tratado por algunas escritoras. Y cómo de mi madre –quien tenía escasa escolarización- que me hablaba, me cantaba y me contaba historias aprendí a “hilvanar palabras”, como la mayoría de las mujeres aprendemos con la interlocución de las mayores que nos precedieron. Porque el origen del lenguaje viene de la madre, por eso se llama lengua materna a la primera lengua.
-¿Por qué te interesó enfocarte en el estudio de las autoficciones y novelas autobiográficas de mujeres? ¿Cómo surgió esa intención?
Mi interés por las autoficciones y novelas autobiográficas femeninas estuvo guiado, por una parte, porque lo considero una manera de posicionarse contra el canon masculino de escritura autobiográfica y la marginación de las escrituras femeninas del yo como “cosa de mujeres”, sin reconocer el valor literario de las mismas. Por otra parte, quería mostrar que, a la par de esas escrituras subjetivas o privadas, hay un posicionamiento político digno de destacar, a lo que se suma, en la mayoría de estas producciones del yo, un proceso estético relevante, en un pacto ambiguo entre vida y literatura.
-Citás a Liliana Heker cuando dice que las mujeres tienen una tendencia a permanecer más cerca de la propia experiencia que los hombres en la escritura: ¿Cómo lo observas vos en general y en el corpus elegido?
En general coincido con esta afirmación de Liliana Heker. Y en cuanto al corpus de mi libro, precisamente por tratarse de novelas autobiográficas y autoficciones, el material narrativo es cercano a la propia experiencia de “las” sujetos que escriben. No obstante, hay que resaltar que en estas producciones los límites entre factualidad y ficción se borran y las mujeres protagonistas dan cuenta de una subjetividad “nómade”, en constante devenir, que rechaza y resiste –de manera implícita o explícita- la esencialidad y la heterodesignación sufrida como mujeres empíricas, durante tanto tiempo, por el discurso patriarcal.
Por lo tanto, como lector/a, hay que comprender que la experiencia propia que se narra no es “la vida” de la escritora, sino literatura y como tal hay que interpretarla y valorarla.
-¿Cómo juega la estructura social patriarcal en la escritura de las mujeres? Me gustaría que nos hables de lo personal y lo social
La estructura social patriarcal marca la vida toda de las mujeres y la escritura no queda al margen de ello. Sabemos que, históricamente, estas han tenido que luchar para lograr visibilidad y, aún hoy, el canon literario prioriza la escritura masculina. No obstante, actualmente existe una gran producción de literatura escrita por mujeres, que se lee y se valora estéticamente. Y eso –creo yo- es un gran logro de los feminismos y los enfoques de género de todo el mundo.
Además, pienso que la literatura es “poder”, que las palabras, el discurso tienen poder y posicionarse desde un yo-mujer que escribe es un “contrapoder”, respecto de la estructura social patriarcal.
Ahora bien, las escritoras del corpus, diversas, no esencializadas, marcadas por experiencias múltiples, se posicionan con miradas personales, de manera explícita o implícita, frente a esa estructura social patriarcal, aunque ninguna la soslaya. Y estos posicionamientos diversos responden –según mi opinión- a que las escritoras analizadas pertenecen a generaciones de la segunda mitad del siglo XX y las dos décadas del presente y sus experiencias personales e históricas intervienen, de alguna manera, en el proceso creador.
Lo que pude comprobar, a través de la lectura y el análisis de las obras del corpus, es que los condicionamientos históricos y sociales, que han limitado la escritura de las mujeres, están cediendo cada día más. Y que las producciones del presente siglo no sólo implican la libertad de nombrar el mundo y transformarlo, de alguna manera, sino que esa literatura se convierte, cada día más, en un acto político. Es decir, más allá de lo particular o subjetivo, hay una validez plural y pública de lo que se narra. Y en esto radica –creo- la resistencia a la estructura social patriarcal.
-¿Lo anterior tiene que ver con lo que llamás “construir la propia desobediencia”?
Así es. Tomo esa expresión de Rita Segato quien sostiene que, para desarticular el orden social patriarcal, las mujeres deben construir su propia desobediencia. Y creo que la escritura –personal y política- es una manera de lograrlo, ya que permite visualizar a quienes por años fueron invisiblizadas, no solamente en la literatura sino, también, en la historia, la ciencia, las artes y en todos los órdenes de la vida social. Y así, mediante la escritura –sostengo- cada narradora construye su personal desobediencia, para oponerse al orden social patriarcal.
-¿Por qué te interesó Black out, de María Moreno?
Black out me interesó porque pone de manifiesto –con un gran trabajo estético- lo que significó para la generación de María Moreno –que es la mía- intentar posicionarse y ocupar un lugar de prestigio, en un mundo social que no habilitaba a las mujeres a querer alcanzarlo. Ella misma sostiene que en ciertos espacios, netamente “de hombres”, había que masculinizarse para “pertenecer”. Y en ese intento, hay que poner el cuerpo, con todo lo que esto implica.
Tal vez Black out no sea una narrativa de fácil lectura –ya que hay microensayos dentro de la narración- pero es un testimonio valioso de una época –muy logrado literariamente- en el que la vida privada y la pública se articulan, en un intento de la narradora de romper con todos los estereotipos de género, desafiando las normas familiares y sociales.
-¿Qué encontraste en Aparecida, de Marta Dillon, que quieras compartirnos?
Aparecida, de Marta Dillon, tiene como eje un tema muy sensible para los argentinos: la desaparición de personas durante la Dictadura cívico-militar de la década del ’70. Y el tratamiento –personal y social- de esa temática se logra, en esta autoficción, a partir del hallazgo de algunos huesos de la madre de la protagonista, desaparecida desde hace muchos años. Esa “aparición” es la que le posibilita a la narradora desandar el camino y buscar en esos huesos y en esa ropa encontrada, los sentidos simbólicos que contienen.
Su lectura para mí fue dolorosa –por la temática- pero grata por la manera de narrar y por el trabajo que la memoria de la autora concreta, en una intersubjetividad, en una interrelación entre lo individual y lo social, con ruptura constante del orden cronológico, en un juego temporal entre presencia y ausencia de la madre.
Así, rescata del olvido a su madre y, con ella, a todos y todas los desaparecidos y desaparecidas de la época. Pero, además, con su historia de vida personal, la protagonista rompe con el orden social hegemónico, y los estereotipos que conlleva, y se posiciona con nuevas maneras de ser, estar y habitar el mundo.
– ¿Qué hallaste de significativo en la obra de Belén López Peiró Por qué volvías cada verano? ¿Hay una cuestión generacional para destacar en el análisis?
Por qué volvías cada verano de Belén López Peiró es una novela autobiográfica, de denuncia del abuso que el poder patriarcal hace sentir sobre el cuerpo de una adolescente, objetivizado, cosificado y desvalorizado. Una denuncia que la protagonista-sujeto concreta, con gran fuerza y coraje, no sólo a través de la literatura sino también en la justicia.
Pero, más allá del tema central, de gran actualidad –especialmente a partir del estallido del Me too, de 2017- el aspecto formal de la novela es atrapante, ya que hace uso de la polifonía, mediante la cual diversos emisores dan cuenta de los hechos y tejen una trama narrativa, con distintos puntos de vista, desde apoyos morales a la protagonista hasta revictimizaciones, por defensa al abusador.
La ruptura del orden cronológico y la fragmentación narrativa producen una obra muy lograda estéticamente –más allá de la visibilización del tema- en la que la protagonista se narra y “es narrada” por otros/ as, a la vez que intenta desarticular los estereotipos que pesan sobre las mujeres.
La cuestión generacional a destacar es que se trata de una narradora joven, empoderada, que se posiciona en toda la obra con un marcado enfoque de género, que se constituye como mujer-sujeto social a través de la denuncia y la literatura y que desestructura el poder patriarcal del abusador, demostrando que “lo personal es político”.
-De la obra de Camila Sosa Villada El viaje inútil: ¿Qué encontraste en su experiencia de escritura desde su ser trans?
Camila Sosa Villada intersecta, en esta obra, vida y escritura y afirma el rol que esta última tiene en la construcción de su subjetividad trans. El proceso de transformación genérica, subjetiva, marcha a la par de su ingreso a la palabra escrita. La literatura –esta y otras obras- dan cuenta de sus devenires, que la conducen a la autoafirmación y el empoderamiento. El viaje, al que alude el título, implica un devenir mujer, un devenir actriz y un devenir escritora. Es decir, se trata de una subjetividad múltiple, en constante flujo, que se rebela contra el disciplinamiento de los cuerpos, contra la esencialización, contra el binarismo. Y lo testimonia en la escritura.
-La maternidad, la relación de madres e hijas es un tema recurrente en la literatura de hace años y en la actualidad, con el boom, también: ¿Qué análisis hacés en tu libro sobre este tema?
La maternidad es un hecho biológico reconocido desde sus orígenes, pero, al mismo tiempo, es una construcción social y cultural que durante muchos años ha servido como representación que unifica mujer y madre. Y esas representaciones se transmiten, en mayor o menor medida, de madres a hijas, como se ve en el análisis de algunas obras del corpus.
No obstante, paulatinamente, la maternidad ha pasado de ser una obligación a una elección. Es decir, las generaciones más jóvenes ponen en tensión las representaciones acerca de la maternidad y las reelaboran, según sus elecciones y decisiones personales. Y estos avances se manifiestan en las narraciones analizadas.
Si bien las madres del siglo pasado están más cerca de las representaciones sociales reduccionistas y estereotipadas, las madres de este siglo XXI –que adhieren explícita o implícitamente a los feminismos y enfoques de género- rompen con esos posicionamientos esencialistas de mujer-madre, optan –o no- por la maternidad y, si eligen ser madres, lo hacen desde el deseo personal de serlo, rechazando las regulaciones sociales.
Lo que intento mostrar en el libro respecto de la maternidad, a partir del análisis de las obras, es que existe una multiplicidad de posiciones de madre y diferencias en la asunción personal de la maternidad, más aún en las últimas décadas, cuando las jóvenes crean una nueva imagen de mujer y transgreden los mandatos sociales, en lucha por sus derechos, como puede observarse en algunas obras analizadas.
-¿Para qué público pensaste este libro? ¿Académico, más bien público en general? ¿Qué recorrido imaginás?
Me gustaría que el libro llegue al público en general, que se interese por la lectura desde una perspectiva de género. No obstante, también podría llegar a un público académico, sobre todo por la caracterización de las dos formas narrativas literarias que se analizan, las autoficciones y las novelas autobiográficas.
Lo más significativo de cualquier obra escrita es la recepción, porque en ella se concreta el proceso obra-autor-lector; por lo tanto, lo más importante para mí es que el libro circule y se pueda lograr la comunicación con los lectores.
-¿Querés agregar algo más?
Por una parte, quiero reafirmar que, aunque en este libro se analizan producciones escritas por mujeres –cis y disidentes-, rechazo la caracterización de la literatura según el género de quien la produce, ya que las producciones literarias son aquellas que tienen un fin estético, más allá de toda división binaria.
Por otra parte, insisto en que las escritoras del corpus son sujetos en situación que se narran, que reconstruyen etapas de su vida, tratando de encontrarles un sentido, en un proceso de objetivación-subjetivación. Pero hay que comprender –como ya se ha dicho- que el tiempo del discurso no es igual al tiempo real de la existencia, por lo tanto, el sujeto del enunciado no es nunca igual al sujeto de la enunciación, porque las novelas autobiográficas y las autoficciones son literatura. Y, más allá de la realidad factual, en ellas está siempre la posibilidad de ficcionalizar, como en cualquier otra forma discursiva literaria.
“La escritura surgió en mí a los 10 años”, dice la poeta Livia Hidalgo. Habla de “Pelusa”, una perrita que extrañó tanto que necesitó narrarlo, como un modo de encontrarse con ella. “Allí sentí por primera vez que me sustraje del mundo, que mi mente ingresó a otra dimensión de la realidad”, dice. Pero como tenía facilidad para los números, tanto sus docentes como su padre –dueño de una financiera- la impulsaron a estudiar Ciencias Económicas: “Del mismo modo que me sustraía del mundo para escribir, la misma sensación vivía a la hora de resolver problemas matemáticos. Me pasaba horas con un sinfín de operaciones en la mente. Quizás por eso digo que la matemática es poesía pura, pues es el más alto grado de abstracción posible”.
En este diálogo con Livia Hidalgo, autora del poemario Glauce, la escritora traza su recorrido desde aquellos años de infancia hasta que conoció a la poeta Glauce Baldovin, que fue su maestra y amiga. “Fue una relación de amistad muy intensa porque compartíamos algo que nos apasionaba y reunía: la poesía”, dice. “De ella aprendí muchísimo (…). Además de los conocimientos técnicos me formó políticamente. En mi libro Glauce, yo escenifico el momento de mi toma de consciencia sobre los hechos de la última dictadura militar”, cuenta.
Livia rescata de Glauce su rebeldía, su cercanía a los jóvenes. Agradece al Colectivo Glauce Baldovin, de Río Cuarto. “Jóvenes como ellxs son a los que yo invitaría para que integren ese partido único por la humanidad”, dice. “Hay que buscar líderes que nos representen, pues sin organización es muy difícil el avance. Y esos líderes tienen que ser lxs jóvenes”.
-Naciste en La Playosa, en Córdoba, pero tu abuelo era de Río Cuarto. ¿Qué recuerdos te conectan con esta ciudad?
-Mi abuelo paterno, José Ambrosio Hidalgo, nació en Río Cuarto en 1881 y pasó su infancia y buena parte de su adolescencia allí. Luego su familia se trasladó a Santa Rosa de Calamuchita, a mi bisabuelo lo habían nombrado juez de paz en ese lugar. En Santa Rosa, mi abuelo se casó y allí nacieron varios de sus hijos. Mi padre tenía cuatro años cuando se trasladaron a La Playosa. A mi abuelo le asignaron el cargo de jefe de la Estafeta de Correos en este pueblo que hacía muy poco se había fundado. Ahora bien, yo no conocí a mi abuelo, no había nacido cuando él murió. Sin embargo, debió haber tenido muy lindos recuerdos de Río Cuarto, puesto que una de sus hijas que vivía en Buenos Aires viajó exclusivamente a esa ciudad para conocer el lugar donde había nacido su padre.
-¿Cómo surgió la escritura en vos? Sos Contadora Pública, aunque cursaste materias en la carrera de Letras Modernas en la Universidad Nacional de Córdoba, también…
-La escritura surgió en mí a los 10 años. Tengo un libro “Pelusa” que con cierto humor cuento cómo empecé a escribir. Lo atribuyo a una composición escolar sobre el día del animal. Esto fue el 29 de abril de 1965. Allí evoqué a “Pelusa” una perrita lanuda que teníamos cuando yo tenía 4 años. Mi madre no soportó que la perrita hiciera sus necesidades adentro de la casa, y en lugar de educarla la fletó. Eso signó mi escritura posterior, pues empecé a escribir seis años después a partir de una ausencia, de un extrañamiento, de una carencia. Allí sentí por primera vez que me sustraje del mundo, que mi mente ingresó a otra dimensión de la realidad para poder encontrarme de algún modo con aquella perrita de la que nunca supe cuál fue su destino. Y la vi. Saltando y brincando, tal como la recordaba. Después de esa composición escolar seguí escribiendo pero no mostraba nada, pues no quería que mis padres se enteraran de lo que me aquejaba, tal vez inconscientemente sintiera que si los fastidiaba mucho, como a Pelusa, me fletarían a mí también.
En cuanto a las Ciencias Económicas, es difícil resumir la razón de mi elección. Diría que a mí me sucedía algo extraño. Del mismo modo que me sustraía del mundo para escribir, la misma sensación vivía a la hora de resolver problemas matemáticos. Me pasaba horas con un sinfín de operaciones en la mente. Quizás por eso digo que la matemática es poesía pura, pues es el más alto grado de abstracción posible. Eso más adelante me hizo pensar que la poesía está en todos lados, y que el poema, la palabra es sólo una de las formas de capturarla, y no siempre. A veces hacemos el mayor de los esfuerzos y la poesía se nos escapa, pero nadie nos quita el arrobamiento que nos provoca la persecución. Digamos que mis profesores contadores me incentivaron a inscribirme en esa carrera por la facilidad que tenía con los números. Pero además de eso, mi papá con otros socios abrieron una financiera en el pueblo. Mi papá era peluquero, él había elegido ese oficio porque aborrecía cualquier trabajo en relación de dependencia, y su ilusión era abrirse otro camino y dejar ese oficio. Él era el gerente de la S.A. en Comandita que habían constituido, por tanto tenía que atender la financiera y a su vez la peluquería, ya que en ese momento no sabía cómo iba a resultar este nuevo emprendimiento. Esta doble actividad le traía serios problemas, no podía dejar a un cliente en el sillón para atender a otro que venía por la financiera. Entonces, allí fui a parar yo, con 12 años de edad. Salvo de 13 a 17 horas que asistía al secundario, me pasaba el día en una pequeña oficina que se había instalado provisoriamente en el mismo salón de la peluquería, aunque separada por unos paneles. Como en los pueblos la actividad se cortaba al mediodía y la apertura de los negocios era a las 16, se estableció que el horario de la financiera fuera a las 17. Allí me hice experta en matemática financiera, al terminar el secundario fui directo a Ciencias Económicas con el propósito de volver y hacerme cargo de la financiera que por entonces había abierto sucursales en Pozo del Molle y Las Varillas, pero este proyecto se abortó por el Rodrigazo. La financiera se fundió, y también la ilusión de mi padre.
A poco de ingresar en la facultad supe que no era mi vocación, pero no quería frustrar a mi padre y por eso decidí seguir. En 1975 cuando la financiera se fundió, yo ya tenía el tercer año completo de la carrera, estaba trabajando todo el día y la Facultad de Letras no tenía horarios nocturnos. De modo que decidí recibirme, independizarme y empezar Letras. Así lo hice. En Letras cursé y regularicé muchas materias, pero pude rendir muy pocas porque las fechas de los exámenes coincidían con los momentos de mayor trabajo en mi profesión. De modo que me convertí casi en una alumna oyente. No obstante a ello, me sirvió de mucho para la actividad que iba a desplegar bastantes años después como Coordinadora de Talleres de Poesía.
-Antes de escribir se nos despierta el amor por la lectura. Así que debería empezar por ahí, por preguntarte sobre tus primeras lecturas, tu biblioteca de pequeña, si es que tuviste, o tus maestras referentes…
-Siempre he tenido un gran amor por la lectura, pero me encontraba con un inconveniente, en el pueblo no había librerías, tampoco una biblioteca, ni siquiera en el secundario que tuvo su primera biblioteca cuando yo tenía 15 años, constituida fundamentalmente con libros de textos donados por el Banco de la Provincia de Córdoba que fue el primer banco que arribó al pueblo. El secundario en ese momento sólo tenía ciclo básico, yo había terminado tercer año y debía continuar mis estudios en Las Varillas y ya no podía acceder a esa incipiente biblioteca. Por tanto, diría que hasta esa edad sólo había leído los manuales escolares, las revistas Billiken y Anteojito, y algo de poesía porque la directora del secundario enterada de mis inquietudes literarias me prestó un cuaderno con poemas que ella había transcripto en su juventud, y diría que mi primera biblioteca se armó con el cuaderno que compré para copiar todos esos poemas y devolverle el suyo a la directora. Una de mis tías maternas recitaba poemas al estilo Berta Singerman, pero los tenía en su memoria, pronto los tuve yo en mi memoria, pero cuando quería transcribirlos no sabía dónde cortaba el verso, por tanto los cortaba según el modo de recitar de mi tía. También tenía el ejemplo de otra ávida por la lectura, mi abuela paterna, que por falta de libros coleccionaba los retazos de diarios del envoltorio de las papas y de muchos otros productos. Los limpiaba, los planchaba y a la tarde se sentaba en su sillita de mimbre a leerlos. A esto lo empecé a advertir cuando yo tenía alrededor de 6 años. En ese tiempo, y durante varios años, ella me relataba una gran cantidad de historias que yo las oía como si fueran cuentos. Mucho después supe que todas esas historias estaban en el Antiguo Testamento. Se lo sabía de memoria. Por eso, para mí, la Biblia fue siempre “los cuentos de la abuela”. Una frase de ella que se me fijó a fuego: “El saber no ocupa lugar” y otra frase de mi abuelo que ella repetía a renglón seguido: “El que de servilleta para a mantel ni el diablo puede con él”. Con estas frases, ella sintetizaba dos cosas: tenía que cultivar el apetito de saber, pero tenía que cuidarme de la soberbia. Mi abuela era originaria de Córdoba y había estudiado en Las Adoratrices, lamentaba haber tenido que dejar sus estudios porque en esa época a las mujeres de su familia no les fue permitido seguir una carrera. Se lamentaba de que sus hijos no hubieran tenido, al menos, la misma oportunidad que ella, ya que en la época de mi padre en el pueblo sólo había hasta cuarto grado. También ella fue un incentivo enorme para que yo siguiera estudiando, aunque hubiera querido que siguiera medicina.
Alrededor de mis 16 años, Alfonso Griffoni, lo nombro porque fue alguien muy significativo para mí, abrió un quiosco de diarios, pero no sólo vendía diarios sino también las novelas policiales del Séptimo Círculo, fascículos de Historia, Geografía y Maestros de la Pintura, y poco después los fascículos y libros del Centro Editor de América Latina. Yo ganaba unos pocos pesos y los invertía en la suscripción de todas esas ediciones. Los policiales me fascinaban a tal punto que mi papá se negó a que los siguiera comprando porque me distraían del trabajo en la financiera. Por lo tanto, mi biblioteca personal se fue constituyendo con esos fascículos y con esos libros. Tuve que esperar el arribo a Córdoba para comprar libros. Apenas llegué me suscribí a la Biblioteca Córdoba, sacaba dos libros de poemas por semana y como en esa época no había fotocopiadoras, los transcribía en cuadernos de 200 hojas, llegué a tener más de 20. Sin darme cuenta, estaba haciendo acopio de un vocabulario que luego recomendé a todos los integrantes de mis talleres, porque la poesía es fundamentalmente un trabajo sobre el lenguaje. Uno debe tener incorporadas las palabras para el momento en que aquello, que sigue siendo un enigma para mí, llega a uno como una música perturbadora y nos impele a plasmarla en palabras.
Tras los cuadernos visité innumerable librerías de usados y lo sigo haciendo. Cuando ingresé a la facultad de letras me convertí en una clienta vitalicia de Rey Ortega. Siempre estudie leyendo los libros, no me satisfacían los apuntes. Me habitué a ello cuando estudiaba Ciencias Económicas, durante los dos primeros años iba a la biblioteca de la facultad, pero luego comencé a trabajar y allí empecé a comprar libros porque solo podía asistir a los prácticos de 21 a 23 horas; le daba a una compañera un carbónico para que mientras tomaba apuntes para ella me facilitara uno para mí, pero sólo lo utilizaba como guía. Tras el cierre de la librería de Rey, la sustituyó Paideia y más tarde Rubén Libros por el hecho de que en esa librería coordiné talleres de poesía allí durante 16 años. Y por cierto que hay otras, pero mis incursiones por ellas fueron esporádicas.
-¿Cómo conociste a Glauce Baldovin?
-La conocí en 1991. Después de haber asistido accidentalmente a una reunión en sus talleres ella me invitó a coordinar juntas un taller literario. En ese momento yo seguía cursando algunas materias en la Facultad de Letras, y sumado a mi trabajo, no tenía tiempo para eso, pero también porque, como buena contadora, necesitaba algún tipo de planificación. Ella me dijo que armáramos un programa juntas y que dispusiera de su casa. Finalmente acordamos los viernes a la tarde, y si se me complicaba podíamos recuperarlo en cualquier otro momento que tuviera libre. En ese entonces, ella vivía en la calle Arturo M. Bas, muy cerca de Tribunales, por lo tanto era frecuente que tras ir a tribunales (yo hacía peritajes contables) me hiciera una escapada hasta su casa, siempre con la urgencia de volver a mis actividades; pero entre un trámite y otro solía tomarme algún tiempo y lo aprovechaba para verla. Cumplimos ese objetivo a rajatablas. Leímos muchos autores juntas, diría que todos los que aparecen en su libro “De los poetas” y otros que yo aportaba. En ese entonces yo conocía a muchos de sus autores favoritos, pero sentía una especie de hechizo por el modo en que ella los leía, tanto que los viernes cuando queríamos acordar era la hora de la cena, y allí solía invitarla a cenar en Betos, una parrillada que quedaba cerca de su casa o a un bodegón de la Avda. General Paz, que a ella le gustaba especialmente por las milanesas con huevos fritos y papas fritas que allí ofrecían a bajo precio. Tras la cena ella marchaba a su casa y yo a la mía. Pero fue allí donde comenzó nuestra amistad, pues ese rato que compartíamos lo aprovechábamos para confiarnos algunos sucesos de nuestras vidas.
-¿Cómo definirías la relación que las unió?
-Fue una relación de amistad muy intensa porque compartíamos algo que nos apasionaba y reunía: la poesía. Y también por su disposición y flexibilidad, pues su casa siempre fue una casa de puertas abiertas. Uno podía caer a cualquier hora y siempre era bienvenido. Además, pese a tener casi la edad de mi madre, nunca la vi de ese modo. Incluso diría que Glauce era mucho más transgresora que yo, más desprejuiciada, más libre, por lo tanto mucho más joven mentalmente, y por eso mismo adoraba y la adoraban los jóvenes. Establecía una relación de igualdad.
-¿Qué aprendiste de ella?
-De ella aprendí muchísimo. Yo tenía muchas dudas en cuanto a mi capacidad de coordinar un taller de poesía, ella me quitó esas dubitaciones porque me hizo entender que para la coordinación de un taller creativo era más importante la trasmisión de la pasión que los conocimientos técnicos. A los conocimientos técnicos uno lo puede aprender en cualquier libro si los considera imprescindibles para su metiere, y en todo caso uno puede darle al integrante una lista de esos libros si los requiriera. También me enseñó que no es necesario explicar ningún poema, que eso era tarea de los críticos no de los creadores. En todo caso, uno podía hablar de las circunstancias de vida que condujeron al poeta a escribir lo que escribió. Y aún sigo interesada en eso, en la génesis más que en los procedimientos.
Pero además, me formó políticamente. En mi libro Glauce, yo escenifico el momento de mi toma de consciencia sobre los hechos de la última dictadura militar. Estar enterada de los acontecimientos no significa tomar consciencia o comprender los significados profundos. Yo me enteré del genocidio y otras atrocidades de la dictadura durante la campaña de Alfonsín y después de su asunción tras la lectura del libro “Nunca Más”, es decir del Informe de la Conadep. Incluso Recintos de la muerte es un libro escrito bajo ese influjo, pero sin tener clara conciencia de lo sucedido. Yo desconocía las motivaciones. No sabía sobre la existencia del Plan Cóndor elaborado para toda América del Sur con la intención de instaurar los programas económicos del liberalismo o neoliberalismo. Yo veía las consecuencias desastrosas de la implementación de ese plan en mi trabajo, pero no alcanzaba a darme cuenta que todo eso respondía a un plan puntillosamente pergeñado por Estados Unidos y llevado a cabo en forma implacable por las dictaduras del continente cuya función era eliminar despiadadamente a todo opositor a ese propósito. Ella me despertó políticamente para que yo pudiera trascender las fronteras de nuestro país y pudiera buscar la raíz de los males del tercer mundo en las esferas del poder mundial. Es por eso que en la actualidad veo un nuevo Imperio y es el Imperio de la Globalización, constituido ya no por uno o varios países, sino por las grandes corporaciones globales económicas, financieras, comunicacionales, narcos que tienen el 99% de los bienes del mundo (el 1% tiene el 99%). Los que no formamos parte de ese 1%: ¿No podríamos hacer algo para contrarrestar los efectos de un capitalismo salvaje absolutamente inhumano, que genera la pobreza, la violencia, la indignidad? Ya no propongo un levantamiento en armas, porque sabemos que no tienen ningún miramiento a la hora de aplastar lo que se les ponga en frente. Yo aspiro a la creación de un solo partido sin divisiones políticas que se interese por la humanidad. Tenemos que superar esta grieta exacerbada impuesta por los medios hegemónicos de comunicación asociados a las grandes corporaciones. El 99% restante tenemos que oponernos a las políticas de destrucción. Estamos viviendo en el “sálvese quien pueda”. Y con ese slogan estamos destruyendo los valores sociales que nos han sostenido como sociedad. Hay que lograr una distribución más equitativa de los ingresos mundiales para que todos podamos vivir con dignidad.
-Cómo te impactó el hecho de empezar a vincularte con el colectivo Glauce Baldovin, de Río Cuarto, ese grupo de militancia poética al que te acercó tu libro?
-Lo primero que puedo decir es que me sentí enormemente congratulada de que un grupo de jóvenes como Camila Vazquez primero, después Melisa Gnesutta, Rocío Sánchez (y también otros que aún no conozco de ese mismo colectivo) se hayan interesado en mi libro y me hayan invitado al Mitin de Insurgencia Cultural Córdoba que homenajeó a Glauce y que coordinó Silvina Anguinetti el 26 de agosto. Y que tras eso me hayan invitado a la presentación de mi libro en el Aguante Poesía que se llevará a cabo del 8 al 10 de octubre en La Casa de la Poesía. Espero que la pandemia me permita llegar a Río Cuarto. No tengo aún confirmada la fecha, pero creo que será el 8 o 9, ya que el 10 debo estar de regreso.
Jóvenes como ellxs son a los que yo invitaría para que integren ese partido único por la humanidad, y les pediría que se acerquen al espacio Insurgencia Cultural que me parece interesantísimo. Pienso que ese espacio se podría ampliar muchísimo más y que las redes sociales son el medio para lograr un punto de encuentro para quienes tenemos inquietudes similares. Veo en ese espacio una proyección hacia el futuro. Podría extenderse a otras Insurgencias: Políticas, Ecológicas, Derechos Humanos, Educación, Salud, etc… Hay que buscar líderes que nos representen, pues sin organización es muy difícil el avance. Y esos líderes tienen que ser lxs jóvenes.
-¿Cómo surgió este libro: Glauce? ¿En que dirías que se parece y en qué se diferencia con tus otros libros?
-Este libro comenzó a escribirse sin ninguna finalidad, sólo por estar de algún modo con Glauce, o con su espíritu. Pero en 2015 ocurrieron varios sucesos, he contado dos en el libro, ahora cuento otros dos. Se cumplían los 20 años de la muerte de Glauce y Hernán Jaeggi me pidió poemas para el primer número de la revista “Palabra de poeta” y allí le envié los tres primeros textos. Luego me invitaron a un Homenaje a Glauce en el marco de la Feria de Libros en Villa Carlos Paz, allí leí algunos de estos textos como introducción a los poemas de Glauce. En el año 2018, motivada por la edición de Mi Signo es el Fuego,Obra Completa de Glauce que publicó Caballo Negro, retomé el texto y le di la forma que el libro tiene actualmente, salvo el agregado de algunos poemas más de Glauce y de los dos poemas míos que inicialmente no estaban incluidos. Decidí la edición con el propósito de que sirviera como un relanzamiento de la Obra Completa de Glauce, ya que por la pandemia toda posibilidad de difusión se ralentizó, pensando que a esta altura del año ya la tendríamos superada.
Creo que se diferencia de otros libros porque aquí intento una integración de los géneros narrativos, poéticos y dramáticos con mayor decisión o arrojo si se quiere. Ya hay un conato de este procedimiento en otros libros míos como Isadora –jardín de invierno, y también en Fecunda, pero en ninguno de ellos incluí la narrativa casi a secas, para llamarla de algún modo. Sí la escenas dramáticas que me parece que constituyen ya una marca en mi escritura.
-¿Por qué lo definís como de antipoesía?
-Lo de antipoesía me viene de Nicanor Parra. Hay un poema que él dedicó a su hermana Violeta que a mí me conmovió muchísimo. Y creo que de allí puede haberme quedado esa suerte de lenguaje íntimo, espontáneo, como si uno hablara entre pares o entre amigos. Diría que surgió de ese modo y yo no lo inhibí ni lo censuré, dejé que el propio texto buscara su forma y a partir de esa forma le fui agregando o quitando, pero siempre en función de esa estructura surgida. Después de cerrado el libro, pensé que los textos narrados cumplen la función de conformar un marco para el realce de los poemas de Glauce, y que las escenas responden al modo de comunicarse de Glauce. Ella pocas veces contaba un hecho, casi siempre escenificaba, aún en cosas tan cotidianas como era el ir a cobrar su jubilación; hacía una actuación espontánea.
-Contar esta historia y de esta manera, ¿creés que fue un modo de acercarte más a Glauce, su poesía, su vida?
-No. Fue un modo de estar con Glauce, pero Glauce está en mí de un modo tan vívido que ningún texto puede sustituirlo. Lo que sí me ha ocurrido a la hora de seleccionar las escenas que aparecen en el libro, ya que inicialmente el libro era mucho más extenso, es que de alguna manera me he querido desprender de aquello que me perturbó y que se fijó en mi memoria tan obcecadamente que después de 20 (26 años ahora) de su muerte me seguía atormentando. Digamos que quise curarme de los aspectos más dolorosos de Glauce, para quedarme con aquella Glauce vital que también conocí. Algo de esa vitalidad aparece en Fecunda, un libro que publiqué en 2010. Glauce es una de las protagonistas.
-¿Creés que tu libro dialoga con la literatura de género que se está produciendo y difundiendo más en estos últimos años?
-Ya Isadora –jardín de invierno se perfila como una escritura de género. Mi proyecto en ese momento era tomar diez o doce mujeres transgresoras que nos hubieran marcado un camino en lo referente a la lucha por la igualdad de géneros. Cuando me topé con Isadora, fagocitó ese proyecto, ella es a todas luces un prototipo de las mujeres transgresoras. Sin embargo, persistió en mí esa idea y si tengo tiempo seguramente la iré desarrollando. Glauce desde luego es otro paso en esa dirección. Y también lo es Emily al que le estoy dando los ajustes finales, aunque creo que lo terminaré de ajustar en las pruebas de galera como me ocurre generalmente.
Yo no soy una feminista extrema. No estoy en contra de los hombres, ellos fueron, son y seguirán siendo nuestros compañeros. Tengo muchos amigos varones a los que adoro. Y en mi profesión de contadora he encontrado colegas fantásticos que no sólo me han valorado sino que me han enaltecido. Tuve sí inconvenientes en conseguir clientes de mayor envergadura económica porque en términos generales preferían a los contadores hombres, posiblemente por tener más confianza en comentarles sus fechorías. Pero al margen de mi experiencia personal, se trata simplemente de que las mujeres tengamos las mismas oportunidades y el mismo salario o los mismos honorarios por igual trabajo. Que podamos ocupar cargos relevantes en la sociedad y que los varones acepten que puedan ser dirigidos por una mujer. La mujer no puede ser ya Juana de Arco, a la que se la quiera llevar a la hoguera por las mismas acciones que los hombres se han hartado de cometer. Y esto vale tanto para la política, como para la sexualidad, como para las relaciones laborales, comerciales o cualquier otra cuestión.
-¿Por qué seguís eligiendo editoriales independientes, pequeñas, de Córdoba para editar tus libros?
-Porque las editoriales independientes son las únicas editoriales argentinas. Esto quiere decir que todas las grandes editoriales son extranjeras. Empresas sujetas a las leyes del mercado que ellos mismos digitan, orientan y difunden; empresas asociadas a su vez a las grandes corporaciones mundiales que acaparan la industria del libro y que son selectivas a la hora de elegir los contenidos de sus ediciones, sobre todo cuando se trata de autores no tan conocidos. Esto es, asegurarse la ganancia antes de haber invertido.
Y también, porque me gusta el trato ameno y directo con el o la editora, siento que es un trabajo conjunto y tengo en alta estima a quienes ponen tanto esfuerzo para tan poco resultado económico. También ellos son poetas. Siento que los editores independientes hacen un trabajo silencioso, pero sostenido en favor de la cultura y que satisfacen a una parte de la población que elige sus lecturas haciendo oídos sordos a las grandes difusiones comerciales que aparecen en todos los medios, incluso en la misma vidriera de las librerías.
Y por último, diría que aprecio más que nada la libertad de escribir lo que me surge desde mi fuero interno y tener la tranquilidad de poder hacerlo sin que nadie me corra por detrás. Para mí lo sustantivo (en el sentido de sustancia) es escribir, lo otro es secundario aunque sería necia si no admitiera que me gustaría ser leída por el mayor número posible de lectores. Uno escribe siempre para otro.
-¿Cuáles son los proyectos que se vienen? Sé que tenés libros inéditos y otros con ganas de reeditar…
-Me gustaría editar mis obras reunidas, pero encuentro cierto inconveniente en ello; y ese inconveniente es que no podría hacerlo en un solo libro. Pienso que este anhelo debiera concretarse en distintos tomos.
Sí quisiera reeditar Isadora, jardín de invierno un libro totalmente agotado y que está dentro del programa de la cátedra Literatura de Córdoba en la Facultad de Letras de la UNC. Muchos alumnos me han dicho que tienen una fotocopia de ese libro. De hecho, yo misma he sacado muchas fotocopias porque no tengo ejemplares para vender ni para regalar.
Y también tengo dos libros inéditos: un pequeño poemario Pelusa al que hice referencia al comenzar esta entrevista. Emily del que también hablé. Tengo otros textos sueltos y varios en proceso, y mucho en mente a desarrollar.
-¿Querés agregar algo más?
-Quisiera agradecer a Cartografías por la excelente edición de Glauce y por la afabilidad de todos los que han contactado conmigo. A Bibiana Fulchieri por el magnífico retrato fotográfico de la tapa. A María Teresa Andruetto por la contratapa. Y a cuatro lectoras previas que me acompañan, sugieren y opinan en este metiere de la escritura, algunas desde hace años como Susana Arévalo y Susana Romano Sued, y otras más recientes, aunque amigas desde hace mucho tiempo, y muy valiosas como Paula Giglio y Silvia Barei.
Preguntas de mi tamaño es el nombre de la colección infantil que inauguramos en Editorial Cartografías, bajo la dirección del Licenciado en Filosofía y maestro de primaria Juan Andrés Salinero. Porque nos movemos entre el arte, la filosofía y los cuentos y porque nos gusta charlar sobre lo que nos pasa es que queremos introducirnos en el mundo de la literatura infantil.
El primer libro de cuentos es: ¿Qué es una criatura?, con texto del escritor, poeta, Licenciado en Filosofía Joaquín Vazquez; y las ilustraciones son de Caterina Barrera, una diseñadora industrial que se fascinó con el mundo de la ilustración editorial.
El director de la colección cuenta que esta propuesta surge del intento de proponer libros destinados a las infancias que tengan una trama que invite a preguntas filosóficas. “Acercar las infancias a la filosofía a través de narraciones que nos permitan preguntarnos sobre diferentes cuestiones esenciales a la filosofía y a nuestras propias existencias”, dice Salinero. “La idea fue hacer un material diferente de lo que circula como literatura infantil, de proponerles a lxs niñxs esta literatura narrativa que tiene que ver con las preguntas específicas de la filosofía, los qué, los por qué, los fundamentos de las cosas, y un intento también de desnaturalizar el mundo de la vida”.
-¿Cómo se vincula la filosofía con la ficción?, le consultamos a Joaquín Vazquez, autor de ¿Qué es una criatura?, alguien con 10 años de experiencia como docente de Filosofía en la escuela primaria
-Es una pregunta hermosa para la que me encantaría tener una respuesta genial, pero lamentablemente no la tengo. A la filosofía solo la puedo pensar desde su encarnación, es decir, la filosofía es sobre todo, para mí, experiencia, y, como tal, nos transforma. Cuando nos damos cuenta ya estamos en ella, atravesados, preguntados por una circunstancia. En ese sentido, lo único que puedo decir es que, al escribir este libro, me encontré con que el nudo de esa trenza ya estaba ahí, hecho.
Siempre me resultó mezquina esa idea deleuziana que dice que la filosofía es creación de conceptos. No digo que eso no sea filosofía, digo que eso es apenas una parte, que me resulta aburrida. En cambio, si la concibiéramos como experiencia, en sentido benjaminiano, no nos sorprendería que nos saliera al cruce en la ficción, en la infancia o en un aula. En todo caso, creo que no se trata de agregarle nada a las cosas, sino de vérselas con ellas. No se trata de hacerse el capo y repetir de memoria y de corrido “cuáleselsentidodelavida/quéesla muerte”. No. Es el encuentro auténtico con las cosas el que enrarece lo evidente. Estar dispuestos a vérnoslas con algo es, quizá, la única garantía para que ese encuentro tenga un sentido único, a veces fugaz, otras veces emotivo.
En eso que se escurre, que se pierde creo que la filosofía se vincula con la ficción. Hacemos ficción para atrapar un sentido, y el reverso de lo que la ficción captura es siempre una pregunta filosófica, porque esas preguntas nos constituyen, son una invariante que define a lo humano. Entonces, para cerrar, me parece que, por debajo de la ficción, por debajo de las historias que nos contamos, por debajo del relato con el que erigimos verdades en pedestales o las destruimos a martillazos hay una inquietud que late, vibra y vive como pregunta filosófica.
-¿Cómo surge la idea de ¿Qué es una criatura?
-Escribí el cuento unos días después de un llamado de Juan Salinero, en el que me invitó a abrir la colección Preguntas de mi tamaño. No demoré mucho en saber qué era lo que quería escribir porque se me vino a la mente una historia que le conté a mi hermana cuando éramos chicos. En realidad le mentí. Ella, en un viaje a Villa Gesell, me preguntó por qué íbamos de vacaciones ahí. Le dije que íbamos ahí para recordar cómo la habíamos encontrado. En esa época yo le decía a mi hermana que era adoptada. Imaginate que yo tenía ocho y, ella, cuatro. También le dije que la habíamos encontrado en la arena. Nunca me creyó, pero todavía nos reímos de la historia. Ese fue el germen del cuento.
-¿Cómo fue el proceso de escritura?
-Creo que fue el proceso de escritura más largo de mi vida. Desde aquella mentira hasta que escribí el cuento pasaron veintidós años. Después cambié varias cosas, saqué y agregué detalles y elementos, pero ya estaba casi todo decidido. La invitación de la editorial fue el catalizador para escribirlo.
-¿Por qué incluir una serie de preguntas para trabajar en clase?
-Lo de las preguntas fue decisión de la editorial. Me parece que está bueno abrir el juego de la interpretación, ampliar las asociaciones con algunas preguntas, a modo de disparadores, pero creo que excede lo áulico. Creo, también, que hay que despedagogizar la inflexión de lectura en la infancia. Un niño, una niña pueden también leer filosofía por placer, por fuera de las aulas, aunque ni siquiera haya un espacio escolar destinado a la filosofía en el primario, salvo honrosas excepciones, y aunque no parezca existir (¿aún?) una opción de mercado que atienda a esa posibilidad.
Que haya preguntas es también una forma de hacer que la colección se diferencie de otras propuestas de literatura infantil. Hay que aclarar que las preguntas que acompañan al libro son preguntas filosóficas, alejadas de cualquier afán aplicacionista. También dan cuenta de que desde este lado de la editorial hay voluntad de entablar un diálogo con lxs lectores y de abrir el espacio para una reflexión compartida entre un lector y su entorno, porque es un mito eso de que la lectura es un acto solitario. Cuando el libro interpela, uno tiende espontáneamente a compartir lo leído con alguien; enseguida mandamos una captura de pantalla, una foto, etc. Cuando leemos pensamos en otras personas, les decimos “cuchá esto”, “mirá”. Quizás sea descabellado pensar esto, pero no sé si alguna vez existió una generación de infancias lectoras de filosofía. ¿Cómo sería la adultez de esas infancias? Creo que esta colección abre la posibilidad de empezar a pensar en esa dirección.
Acerca del trabajo conjunto con la ilustradora, Joaquín dice: “Fue hermoso. Tanto Caterina como yo somos de Merlo. Nos conocemos de allá. Ella es muy talentosa. Siempre me gustaron sus ilustraciones. Cuando tuve el texto definitivo fue la primera persona en la que pensé”. Y agrega: “Después, cuando vi las primeras pruebas que me pasó, reconfirmé aquella intuición. Los colores, las texturas y las técnicas que usa hacen de la experiencia de lectura algo único. Me encantó ver cómo tomaba cuerpo el cruce de lenguajes. Me parece también que hay una identidad artística muy notoria en lo que hace Caterina, no tan fácil de encontrar”.
Caterina Barrera, con 24 años, recién recibida de diseñadora industrial y actualmente cursando una certificación de diseño gráfico, dice que siempre le gustó el mundo de la ilustración, pero esta es su primera experiencia con un libro. “De chiquita me la pasaba dibujando y en el secundario me encantaba tener la cartuchera llena de lápices raros y microfibras de diferentes grosores. Hace unos tres años descubrí la acuarela y me parecieron hermosas las transparencias que se podían lograr y la liviandad de la técnica, así que a partir de ahí empecé a interiorizarme más”, narra. “De a poco fui encontrando lo que me gustaba hacer, que principalmente está ligado con las caras y los cuerpos sin perder la mancha y las imperfecciones de la técnica, que para mí quedan bellísimas”.
En ¿Qué es una criatura? se luce esa técnica que explota Caterina. “Cuando Joaquín me llamó para contarme la idea y proponerme hacerlo juntos le dije que sí sin dudarlo. El mundo de la ilustración editorial me parece fascinante. Así es que me envió su cuento escrito, y me dio total libertad de interpretarlo como yo sintiera”.
Y Caterina experimentó con diferentes texturas y materiales, además de la acuarela, para provocar en los pequeños el mayor estímulo visual posible. Incluso sumó la ilustración digital. “Al leer el cuento por primera vez me dio la sensación de que tenía múltiples niveles de interpretación y un grandísimo trasfondo, según cuánto uno quisiera profundizar. Y si hubo algo de lo que estaba segura fue que no quería influir con la ilustración de manera directa con lo que decía el texto, así que decidí que los dibujos acompañen, pero que, a su vez, también tengan libre interpretación”.
La colección en general y este primer título en particular apuntan a que la niñez tenga espacios que habiliten replantearse, cuestionar y seguir descubriendo el mundo con ojos curiosos. Como dice Vazquez: “Hace milenios que merodeamos las mismas cuestiones y, aunque las respuestas cambien, seguimos compartiendo las mismas inquietudes. No necesitamos agregar conceptos, ya todo está ahí, en la infancia. Lo que necesitamos es aprender a escuchar lo que nos dice esa alteridad”.
Escribe Santiago Polop, sobre Manual para naufragios: ensayos entre filosofía y psicoanálisis, de Guillermo Ricca. Río Cuarto: Cartografías Ediciones, 2020. 97 páginas.
En un pequeño cuento de Juan Villoro en el que traza cierto semblante sobre su padre Luis Villoro, (filósofo, uno de los grandes pensadores mexicanos), aparece una frase que hace plena justicia al libro en cuestión aquí. Dice Villoro Jr.: “La integración intelectual a un entorno ajeno tiene algo de naufragio”. Claro, él se refiere a su padre y a cierto paralelismo trazado con Fray Diego de Landa, figura especial de la época de la conquista española, en particular por haber quemado los códices aztecas, para luego arrepentirse y dedicar su vida a intentar restituir ese lenguaje.
La parábola con el libro de Guillermo Ricca retorna con claridad cuando acentuamos no el hecho del naufragio, sino el de “entorno ajeno”. Hay una ajenidad con el mundo, con la experiencia que el mundo hace con nosotrxs (porque tal vez deberíamos pensar que, así como el sujeto experimenta mundo, ese mundo experimenta con el sujeto) y que Ricca se ocupa de desnudar con la cesura que Lacan nos legó. Seríamos siempre sujetos de una ajenidad, que nos es constitutiva, y que desesperadamente buscamos dejar atrás, con la integración, la pertenencia, la seguridad, la relación amorosa. Buscamos instancias que nos alejen de la extranjería en la propia existencia. Y allí vienen las soluciones naturalistas, mistificadoras, religiosas, productivas, sexuales; y, luego, las racionalizaciones patriarcales, coloniales y capitalistas, que abrazan (con abrazo de oso) aquellas ajenidades que tanto teme secretamente (muy secretamente) el sujeto, y les da el confort de la cría de gallinas, para luego pasarlas a degüello.
Guillermo Ricca miró dentro del abismo. Y, como había advertido Nietzsche, el abismo miró dentro de él. Aquello que era ajenidad y extranjería secreta, como la de cualquier otrx, emerge durante el libro en una terapéutica filosófica y psicoanalítica de la que somxs testigos sus lectores. Séneca, Spinoza, Lacan, Badiou obran de sparrings (sparring es el nombre en inglés que se le da a aquel boxeador que ayuda a otro en su entrenamiento) en una pelea que, desde el vamos, Guillermo sabe perdida. Pero, para horror de la cultura del éxito del ganador, la pérdida es aquí el dato necesario para poder atravesar las endebles costuras que cosen la cesura del sujeto. Hilos fantasmales que dan la apariencia del cierre, del saber, de la verdad, del ser, y que se revelan espectrales. Claro que dicho así suena lineal, y las páginas del libro nos muestran que lineal no hay nada en la disputa filosófica y psicoanalítica por la existencia del sujeto. En el sparring que atestiguamos, el boxeador queda magullado: las heridas narcisistas, la auto-percepción genérica, el sujeto supuesto saber, el Gran Otro, golpean en todas direcciones, desde todos lados. Pero lo realmente bello del texto es que Ricca reclama esa paliza, la deja hacer. Sabe que va a pasar. No confundirse aquí, no es un acto masoquista: es el acto último y primero de la resistencia del sujeto. Revelar esos fantasmas tiene un costo tremendo. Es un acto de destitución, un concepto central en el libro. Para destituirse a sí mismo, el sujeto debe atravesar aguas que esconden monstruos míticos (la no relación sexual, la meritocracia, el goce del consumo, el discurso académico) que, cuando advierten el nado contracorriente a sus fauces, desatan las tempestades. Allí va él/la/le náufragx, sin corriente ni patria, sin identidad absoluta ni nombre definitivo. Pero queriendo serlo.
El Manual para naufragios es para iniciar un camino que lleve a naufragar, que nos saque de los imperativos históricos y epocales que nos hacen creer que sus fijezas son las ciertas, las deseables, las únicas. Nada de eso. El náufrago llegará a costas desconocidas si patea el tablero de su existencia, pero sabiendo dos cosas: que lo que creía que sabía sobre sí en realidad no lo sabe; y que las costas a las que arribe en su naufragio son más verdaderas que las precarias burbujas -de apariencia irrompibles- de las que se soltó el náufrago. Las costas de arribo serán, lo advierte el autor, muchas veces inhóspitas, aterradoras, extrañantes. Darán deseos de volver a esa supuesta tierra firme, al abrazo del SOMA, esas “pastillas para no soñar” que canta Sabina y que ya Huxley había puesto en la distopía más real que se recuerde. El capitalismo sabe cómo encantar con sus goces, tanto en la riqueza como en la pobreza. Su forma neoliberal, uno de los titanes que hacen de suelo ontológico de nuestro tiempo, y que deja la estela de miseria y destrucción del sujeto, de las comunidades, de la naturaleza toda, encuentra incansablemente modos de fuga de sus responsabilidades, encuentra cómplices dispuestos en ventanales con el precio colgado. Nadie quiere estar al frente de ese coloso, nadie puede suponer que se sale indemne tras enfrentarlo. ¿Acaso se cree que será mejor el resultado frente al coloso del patriarcado? Ricca no lo cree. De hecho, enseña en el texto cómo la destitución será femenina o no será, condición del naufragio que lxs lectores deberán descubrir por qué.
El libro, breve en hojas, inmenso en contenido, tiene siete pequeños capítulos que van empujando al naufragio. En mi pequeña opinión, habría puesto de primer capítulo al que aparece penúltimo del libro: “Se va a caer. Si hay destitución”. Pero lo hubiera dejado también en ese lugar. Para que vuelva a ser leído llegando al final, para que se encuentren todas las nuevas cosas que se revelan cuando se han comprendido o atisbado aquellas que debían ser sugeridas. Es un libro profundo, mentado, sufrido por su autor. Es una transposición de su propio sufrimiento en lengua spinociana. Pero, al mismo tiempo, no es un libro escrito para que sepamos de él, sino de nosotrxs. Porque todxs estamos sujetos a la negación de la destitución. No se trata tampoco de un libro de autoayuda, aunque quiere evidentemente hacernos partícipes de algo a través de la filosofía epicúrea y estoica -recuperadas en el texto- que se inscribieron como las primeras terapéuticas del alma, tan alejadas de lo que hoy lleva ese nombre (mindfulness, psicología positiva, etcétera) que ni merecen parangón.
Ricca nos advierte, desde el primer capítulo, que la vida filosófica, como el atravesamiento del fantasma psicoanalítico, tiene el riesgo casi seguro del naufragio, de la revisión de aguas profundas, del baño en estanques nauseabundos. La negación del sujeto es el acto instituyente de esos modos fantasmáticos de suturarlo: es decir, niegan al sujeto al suprimirle, extirparle, su posibilidad de negarse a sí mismo, de negar lo que es, de disputar los mandatos. Somos, como suele decirse en la jerga filosófica crítica, sujetos de “pura positividad”, incapaces de oposición, de conflicto, de irresolubilidad. Eso que justamente nos da humanidad, como bien nos lo advirtieron los trágicos griegos. La institución de ese sujeto clausurado a sí mismo por el capitalismo neoliberal, por el patriarcado, por el colonialismo exige precisamente el borrado de las huellas de la institución. Se niega al ser para dejarlo en ese modo abstracto de ser, lo que Hegel señalaba como el acto más aberrante para la vida y la libertad. Lo que se abstrae, lo que se deja vivir por las formas instituidas que le sustraen su patetismo humano, sigue Hegel, huele a muerte.
El libro de Guillermo Ricca huele a vida. El naufragio llega, retomando a Villoro Jr., por esa integración intelectual al entorno ajeno que es uno mismo, pero un “uno mismo” que no se individualiza como viene a decirnos el autor de la mano de Spinoza y Badiou, sino que se hace común porque es parte de la comunidad de existencia. Comunidad que es también siempre comunidad en la literatura y en la música. ¿Alguien podría concebir un naufragio más aburrido que uno sin Poe, sin Charly, sin las trémulas canciones? Con esas sugerencias se nos van formando en algún lugar las escenas que constituyen la argamasa del libro, para potenciar las imágenes de un naufragio que se desea, con amigues de este tipo. Si, como dice el autor, la destitución es una práctica con la debemos aprender a vernos como los seres deformes, agrietados y desgarrados que somos, hay que prepararse para la soledad, una soledad -como dice Jorge Alemán, muy presente en el libro- común, una comunidad de reconocimiento, un vínculo amoroso, de lxs desgarradxs. Somxs mayoría, aunque no se sepa.
Melisa Gnesutta recuerda que empezó a leer y a escribir con el impulso de lo lúdico y lo afectivo. “Aprendí a leer mientras jugábamos con mi hermana a la maestra”, dice. Sintió y siente ese aprendizaje como un poder. No lo soltaría jamás. Y su infancia transcurrió haciendo uso de esa potencia, leyendo y escribiendo muy estimulada por sus maestras.
Y los patios de su casa de la infancia, el de su abuela, pero también el de sus amistades fueron escenarios “luminosos” de lectura, juego, deseo. “El patio es un espacio de juego, de contacto con la naturaleza, de disfrute. A la vez tiene su propio pulso dentro del universo de lo doméstico”, dice. “Eran de nuestra soberanía, en cierta forma un espacio libre del deber y más cerca del goce”.
Su primer libro, un poemario titulado Patios de verano,es como si recuperara un halo de aquel espíritu de la niñez, la naturaleza, el juego. Pero, a la vez, con la pulsión madura de quien ha explorado su decir poético hasta dar con su propia voz.
“La escritura de este libro significó una forma singular de habitar el lenguaje, como ingresar a una conversación más extendida entre ciertas experiencias domésticas, pequeñas, como la del patio, y una pulsión más ligada a lo natural, lo universal y lo ancestral”, reflexiona Gnesutta. “En ese punto los poemas comenzaron a convocar con insistencia a las mujeres, sobre todo, desde la experiencia de ‘las madres’. Creo que ahí se completó el ciclo”.
-Cuál es tu recorrido, tu acercamiento a la lectura y la escritura?
-Es muy nítido para mí ese momento y la experiencia completa de encontrarme con la lectura y la escritura. Fue un universo que me alcanzó con su fuerza más lúdica y afectiva porque aprendí a leer mientras jugábamos con mi hermana a la maestra. Yo tenía casi cuatro años y me acuerdo de que comprender, decodificar por primera vez una palabra me abrió a un asombro tan grande que, en cierto modo, sentía que tenía una especie de poder.
En mi infancia era muy lectora, leía todo lo que tenía a mano, gracias al esfuerzo de mis viejos que compraban colecciones de libros en el canillita del barrio. También mis maestras me alentaron mucho a la lectura y la escritura: siempre me veían escribiendo mis cuadernos con historias y poemas a mi gata (que vivió veinte años, así que recibió muchas dedicatorias), así que me animaban a seguir haciéndolo de distintas formas. Cuando tenía ocho años tuvimos que alquilar nuestra casa e irnos a vivir a la casa de mis abuelos, también en barrio Alberdi, pero muy cerca de la Biblioteca Popular Faustino Sarmiento. La difícil situación económica que atravesábamos y el hecho de haber tenido que dejar mi casa y mis amigos, me llevaron, en cierta forma, a refugiarme en la lectura. Me hice socia de la Biblio y ahí empecé a leer los libros de la colección Robin Hood, que tenían una propuesta editorial bellísima. Louisa May Alcott fue, sin duda, la autora de mi infancia. Me fascinó y me leí sin parar todos sus títulos publicados en esta colección.
En mi adolescencia, y gracias a una profe de Lengua y Literatura, comencé a leer poesía, sobre todo modernismo latinoamericano. En esa época me compré mi primer libro con mis ahorros, que era una selección de poemas de Alfonsina Storni. Después abandoné un poco la poesía y me interesé más por la narrativa argentina, también por la influencia de otra profe. Ya en la Universidad, en el profesorado de Letras, volví a reencontrarme con la poesía, siempre de la mano de mis docentes (como Elena Berruti).
Ahora que voy armando este recorrido como lectora, y también como escritora, descubro con agradecimiento que la literatura me ha salido al cruce a través de grandes maestras, que he sido muy acompañada en este camino. Por eso creo que es clave la mediación, el poder acercar siempre a las niñas y los niños y jóvenes (y no tan jóvenes) a la lectura y acompañar en esas búsquedas.
-¿Cómo vas tramando tu vida profesional, tu familia, la escritura? ¿Podés tenés rutinas para escribir?
-Es bastante complicado porque suelo hacer muchas cosas a la vez y eso no siempre me sale bien. Actualmente, por todo lo que estamos viviendo y esta sobredosis de virtualidad es muy difícil organizarme en lo profesional, con mi familia, en un mismo espacio y tiempo. Es como si los límites se diluyeran porque todo transcurre en el espacio doméstico. A veces, al límite lo pone el propio cuerpo y tengo que bajar. La verdad es que no tengo rutinas para la escritura (a lo mejor debería tenerlas), pero trato siempre de estar conectada con la experiencia del taller para mantener activa la escritura y la lectura por fuera de lo laboral.
-¿Qué valor le das al taller de escritura? Sé que formas parte de uno coordinado por Elena Berruti…
-Sí, participé y participo de Verso Raíz (VR), este taller de lectura y escritura que coordina Elena desde 2017. Antes nos reuníamos en el quincho de su casa y ahora lo hacemos de manera virtual. Pero creo que además de la dinámica del taller, el espacio se ha constituido en una comunidad: leemos y escribimos juntas. Verso Raíz se sostiene desde esta impronta tan valiosa que Elena ha sabido construir, que es lo colectivo. Esta dimensión me parece fundamental porque la palabra nunca es sola, sino que forma parte de una constelación, una red. En ese sentido creo que nunca escribo ni leo sola, sino que lo hago siempre con otras, con otros y con otres. He participado de varios talleres, lo sigo haciendo. Es un espacio que me reconecta con lo lúdico de la escritura, que me desafía en mis formas más naturalizadas del decir poético. Para mí el taller nos permite alimentar la vitalidad de nuestro lenguaje y reconocer la singularidad de cada quien, la propia voz.
-¿Cómo surgió Patios de verano? Tengo entendido que es un trabajo de años…
-Sí, Patios de verano se fue haciendo en etapas, digamos. Nace en unas vacaciones con mi familia en Traslasierras. Ahí se comenzó a gestar, a partir de ingresar a un pulso y a una temperatura, como las del verano, que me llegaban a través de la naturaleza, de la observación sensible de ciertas escenas y de sentirme convocada por un lenguaje más autóctono. En esa oportunidad escribí un puñado de poemas. Luego fueron ingresando otras “fuerzas”, ligadas a lo animal y a los cuerpos, que traían un tono y una atmósfera más cercana a lo ritual. Creo que recién en este momento de la escritura empecé a considerar que esos poemas se atraían y podían llegar a ser un libro, porque hasta ahora nunca lo había hecho.
Para mí escribir siempre había sido una experiencia de redención, digamos, escribía un poema y, si me gustaba, listo, ya “había salvado mi día”, no tenía la intención de publicar. Pero la escritura de este libro significó una forma singular de habitar el lenguaje, como ingresar a una conversación más extendida entre ciertas experiencias domésticas, pequeñas, como la del patio, y una pulsión más ligada a lo natural, lo universal y lo ancestral. En ese punto los poemas comenzaron a convocar con insistencia a las mujeres, sobre todo, desde la experiencia de “las madres”. Creo que ahí se completó el ciclo.
-¿Qué fueron/son los patios para vos? Siento que es una palabra que abre un mundo narrativo y emotivo inmenso…
-Sí, es así, creo que los patios están vinculados a momentos luminosos, como la infancia, y muy íntimos. El patio es un espacio de juego, de contacto con la naturaleza, de disfrute. A la vez tiene su propio pulso dentro del universo de lo doméstico: la forma en la que percibimos el tiempo, incluso nuestro propio cuerpo, es diferente en el patio. Nos convoca a habitarlo de una manera distinta al resto de los espacios de la casa porque allí creamos nuestras propias reglas; es como que hacemos nuestro propio pacto con el patio. Yo tuve el privilegio de tener varios patios, el de mi casa, el de la casa de mi abuela, también los patios de mis amigas y amigos de la infancia, y eran de nuestra soberanía, en cierta forma un espacio libre del “deber” y más cerca del goce y el deseo.
-¿Qué significa para vos este primer libro?
–Patios de verano llega en el momento menos esperado, por el contexto que estamos viviendo y el gran esfuerzo que deben hacer las editoriales independientes, como Cartografías, para publicar, sobre todo a autores inéditos, como es mi caso. En este sentido lo vivo con mucho agradecimiento y, volviendo a la construcción de lo colectivo que te comentaba recién, creo que el libro está muy apuntalado por una red amorosa que desde ya reciben y hacen circular la voz de estos poemas. Para mí Patios es el inicio de una conversación, es poder decir: “En este momento elijo este lenguaje para hablar de una experiencia”: mi primer lenguaje está en lo minúsculo, pero también en lo universal o lo compartido.
-¿Cómo juega lo intergeneracional en tu voz de narradora?
-Es muy importante porque esa variación hace que el yo poético esté en movimiento, a veces más cerca de la infancia, a veces más cerca de lo materno, o de la marcha histórica de las mujeres. En el proceso de escritura he tenido momentos en los que intenté auscultar ciertas experiencias que me antecedieron, de mujeres que me antecedieron y que me convocan de manera particular, ya sea por el vínculo familiar o por su decir poético. Y también hice lo propio hacia adelante, desde este lugar de acompañar las infancias de mis hijas, que me interpela y me desafía de manera permanente a hacer juntas nuestro propio camino.
-Siento que a tus poemas los cruza la perspectiva de género: ¿trabajaste en particular para que tuvieran esa mirada?
-Sin duda sí hay una perspectiva de género, pero no creo eso haya formado parte de una decisión inicial, sino que la escritura fue encontrando su cauce en la mujer, en una maternidad y un cuerpo que son políticos, y que a la vez están muy cerca de la naturaleza. Como dos linajes, ¿no?: la mujer y la tierra. Son dos genealogías femeninas que se despliegan en casi todos los poemas.
-¿Por qué te interesó traer voces como Glauce Baldovin, Sharon Olds, María Negroni, Mirta Rosenberg, Adelia Prado?
-Son autoras muy importantes para mí. Sobre todo, en estos últimos siete años me siento convocada de manera especial por su poesía, aunque son poéticas diferentes. A cada una de ellas las fui conociendo en distintos momentos de mi vida y la energía subjetiva de sus poemas me movilizó de una manera arrasadora. Para este libro en particular las he llamado a todas a través de epígrafes y siento que me han acompañado muchísimo en el proceso de comprender a través del lenguaje algunas experiencias. Un hecho curioso que descubrí es que todas ellas publicaron por primera vez después de los treinta años; si bien es algo “anecdótico”, si se quiere, me pareció llamativo para pensar mi propio vínculo con la escritura.
-Son tiempos tristes de quema de bosques en varias provincias del país, en Córdoba en particular: ¿Tenés alguna reflexión sobre esto?
-Gracias por esta pregunta, porque creo que tenemos una gran responsabilidad en acercar el lenguaje al bosque, al monte. No sólo el lenguaje, claro, pero esto es urgente. Nuestro imaginario no puede desapegarse de la naturaleza. Lo que hemos vivido estos días es muy desolador, sobre todo teniendo en cuenta lo sistemático de las quemas y los intereses inmobiliarios que hay detrás. Pero también es esperanzador ver la sensibilidad y el compromiso que toda una generación está asumiendo con el medio ambiente. Cuando comenzaron los incendios en Traslasierras, Maxi Ibáñez, un poeta cordobés, publicó un poema terriblemente hermoso que se viralizó en las redes. El poema se llama “Hablar los bosques” y recupera este llamado a traerlos a nuestra conversación, a nuestro día a día, sustraerlos del olvido a través del lenguaje. Es tiempo, me parece, como dice Ibáñez, de regresar la palabra al follaje.
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Melisa Gnesutta nació en Río Cuarto (Córdoba) en 1984. Es profesora de Lengua y Literatura y trabaja como docente en distintas instituciones públicas de esta ciudad. Algunos de sus poemas fueron publicados en la plaqueta (M)araña de Recortes (UniRío Editora) y en VersoRaíz, hojas de poesía (Elena Berruti y José Luis Ammann editores). Ha participado de diferentes ciclos y festivales de poesía (AltaVoz, Aguante Poesía y Festival Internacional de Poesía de Córdoba).
Se abre el micrófono de la radio y el profesor Santiago Polop sabe que son sus quince minutos para plantear una discusión filosófica, una conexión, una interpelación directa a sus oyentes. “La filosofía tiene una relación especial con la transmisión. Hubo, y sigue habiendo, una filosofía que no se deja ‘atrapar’ en la letra impresa y que sólo quiere circular en la palabra hablada”. Se dice encantado con esa experiencia oral, con su potencia. “Ese es nuestro papel desde la filosofía en la radio: darles forma a preguntas que están por todos lados, sólo que se resisten a ser enunciadas”, dice. “La filosofía es un campo en donde la cotidianeidad se vuelve siempre rara y eso está bueno”.
A ese desafío que asume en el programa de Gillermo Geremía, Así son las cosas, en la frecuencia de FM Gospel, suma el de trasladarlo a Sintonía filosófica, un libro que surge, en parte, por el pedido de quienes siguen sus reflexiones radiales. “La letra escrita tiene la posibilidad de la transmisión, de la permanencia, de la circulación y del silencio. El encuentro silencioso con una página que interpela puede ser una experiencia desestabilizadora, transformadora, extasiante”, dice. Por eso se dispuso a la tarea de transcribir, sin perder la frescura de la conversación en radio. Sobre este libro, dice: “No imagino recorrido mejor que abrir una fisura, y que ya no pueda volver a cerrarse”.
Polop es docente e investigador en la Universidad Nacional de Río Cuarto. En ninguno de los espacios que habita pierde de vista la intención de “perforar la coraza del sentido común”.
-¿Cómo surge la idea de hacer filosofía en radio?
-Surge por la inquietud del conductor, Guillermo Geremía. Es él quien propuso dar ese espacio para la reflexión en un ámbito que, en términos generales, es reacio a detenerse, como es el día a día de las noticias en la lógica de los programas destinados a eso. Correr detrás de la información tiene el riesgo de que sea la misma información la que conduzca el medio, las noticias, la comunicación. El espacio fue, en sus inicios, ocupado por José San Martín, un enorme profe del Departamento. Cuando él decidió que se había cumplido su ciclo, nos preguntaron a Guillermo Ricca, Pablo Olmedo y a mí si nos gustaría continuarlo. Nos pareció un desafío, y un espacio que había que cuidar porque no hay muchos así. De hecho, no hay otros así. Y tiene que ver, creo, con que la discusión filosófica demanda un tiempo y un esfuerzo genuino del oyente, una interpelación directa. Es un trabajo común entre quien habla y quien escucha, alejado de las opiniones ya hechas que se trasladan como productos para ser incorporados como vienen. Habla de la tónica del propio programa más que de nosotros. Creo que hay un acto genuino de provocación en el periodismo cuando no pretende convertirse en dictador de verdades, sino de preguntas. Ese es nuestro papel desde la filosofía en la radio: darles forma a preguntas que están por todos lados sólo que se resisten a ser enunciadas.
-¿Cómo van surgiendo los temas que decidís abordar? ¿Cómo es ese abordaje para un medio radial?
-Las temáticas para abordar llegan también de una práctica de escucha que se hace en la cotidianeidad: en mi trabajo como docente, en mi vida familiar, en la forma de vida social con la que coexisto. La filosofía no es un plano alejado de la existencia cotidiana, sino que, por el contrario, habita en cada sujeto. Gramsci decía que, lo queramos o no, todxs participamos de la filosofía. Nuestras prácticas, nuestras creencias, nuestro lenguaje o nuestro sentido común tienen todo de “filosóficas”, aunque no lo veamos. ¿Por qué? Porque en cada una hay concepciones del mundo, de las otredades, de lo que está bien o mal, lo correcto o incorrecto, lo que se indica como “saber y como “ignorancia”. Las sociedades se construyen en esa disputa de y por esas ideas. Hacer filosofía no es resolver verdades eternas, no es dar respuestas definitivas, sino desplazar preguntas que no están formuladas, o que su formulación cambia con el tiempo. Conservamos las preguntas de Platón o de Kant o de Martí, no por erudición ni por conservadurismo, sino porque nos siguen hablando en la interpelación de nuestra historia particular. Con esa premisa, creo que en cierto modo hacer filosofía es remontarse desde esa cotidianeidad y poder ubicarla, explicarla a partir de las líneas que ordenan nuestra realidad. No podemos escapar a esa trama de nuestra existencia, siempre está ahí, siempre hay un “gran Otro”, como dice Lacan. Lo que sí podemos es hacernos conscientes de esas líneas, de las lógicas que nos acomodan a rutinas, a saberes, a prácticas. Siempre hay un sujeto al cual hablarle.
Cuando el flaco Luis Alberto Spinetta dice: “De la tribuna se puede regresar, sólo hay que ser de masa gris”, creo que piensa en cómo las tribunas (que son las culturas, los sentidos comunes, las lógicas que parecen “naturales”) tienen eso de suspender la reflexión. A veces está bueno, pero quedarse allí es nocivo para la liberación y la democratización. De masa gris es cualquier ser humano. Es el paso necesario para transformar esa recepción acrítica del mundo cotidiano en una práctica liberadora y democratizadora. Los temas están en esa tensión que tenemos todxs entre la vida social y la individual. No hay que escarbar demasiado. Hay que escuchar. La filosofía, la reflexión aportan esos mecanismos de escucha en medio de tanto ruido. A veces se cree que quien filosofa está abstraído del mundo. Es al revés, está poniendo la oreja sobre la tierra.
El medio radial demanda mucha síntesis. No simplificación, eso sería subestimar a quien escucha. Se trata de encontrar modos, mensajes, referencias con los que vincular un diálogo. Son traducciones. Creo que siempre hay un modo de vincularse en el diálogo y la reflexión si quienes quieren hablar están dispuestos a abandonar rigidices, dogmas y, sobre todo, a asumir que tal vez las cosas no son como se creían, que las certezas pueden no ser definitivas, de que la realidad no es tan evidente, ni dice toda su verdad. El abordaje en el medio radial tiene la intención, al igual que en cualquier clase de filosofía, de introducir una sospecha. Si donde había una certeza, queda flotando una pregunta es un montón. Eso, en quince minutos, hablando con un sujeto supuesto que estaría escuchando. Saltos al vacío. Pero que se hacen con el optimismo de la voluntad.
-¿Hay en esas columnas un deseo de devolver de alguna forma a la sociedad lo aprendido en la universidad pública?
-La universidad pública es un derecho humano. Tiene derecho cualquiera a poder asistir, y a que la comunidad toda le garantice poder hacerlo. Siempre es una cuenta pendiente, siempre es un horizonte a mejorar. Pero, además, como ha sostenido entre otros Eduardo Rinesi, hay un derecho de la comunidad a ser receptora de todo lo que la universidad pública piensa, produce, mejora. Es un derecho al goce colectivo de lo que la comunidad habilita. Nunca debería ser de otra manera. Todxs quienes han pasado por esa universidad tienen la obligación frente a ese derecho. No creo poder saldar semejante cuenta con un micro radial. De hecho, creo que nunca en mi vida podría devolver la posibilidad de haberme formado en grado y posgrado gracias a esa inmensidad que es tener universidades públicas en nuestro país, algo único en el mundo y que a veces (las más de las veces) no valoramos lo suficiente. La universidad pública es un hecho político en sí mismo, y debería ser un acto político de todxs quienes la atraviesan no refugiarse en el egoísmo individual con lo que es resultado de un esfuerzo colectivo, de millones que seguramente nunca irán a esa universidad. Entonces, no creo poder devolver esa donación que la comunidad me ha hecho, pero tomo eso como una interpelación a construir, aunque sea en un lugar tan pequeño como un micro radial, un espacio de liberación y democratización. Dichos como verbos, no como sustantivos.
-¿Qué devoluciones recibís de los y las oyentes? ¿Y académicas, de colegas, docentes?
-Siempre hay de todo, la verdad es que los mensajes han sido de apoyo, de alegría por el espacio. La mejor devolución siempre es la sorpresa. Alguien que dice: “Nunca había pensado en eso”, o “qué mirada más extraña”, o “me hiciste repensar lo que entendía de X”; son mensajes que me han llegado y que dan cuenta de que siempre hay alguien del otro lado que escucha. Y que alguna palabra, un concepto, un ejemplo abrieron una fisura en lo que se creía cerrado. La cuadratura del círculo en lo que los humanos hacemos y vivimos del mundo no va. Los mensajes de sorpresa son mensajes que indican que la sospecha se instaló en el espíritu. Es difícil, porque vivimos en tiempos y en lógicas en que se nos quiere convencer de muchas cuadraturas: ser mujer es ser esto y a bancársela, laburar tiene que ser romperte el lomo toda la vida sin levantar la cabeza para quejarte, el mundo es así y no hay nada que hacer, la única medida válida de éxito es la económica y por la que hay que convertirnos en nuestro propio empresario, etcétera, etcétera. La sospecha es el único camino que nos puede alejar de esos dogmas. Reconocerse en esos lugares sólo es posible si se sospecha que existen, que están ahí y, tal vez, no deberían estarlo. Los mensajes de sorpresa son mensajes de descubrimientos. Me alegran muchísimo. Lxs colegas que lo escuchan siempre han sido muy amables con sus devoluciones, incluso en la disidencia con lo dicho. Nunca, por suerte, han faltado sugerencias de abordajes o de lecturas para complementar lo que se dijo. Es un espacio en el que aprendo mucho más de lo que he devuelto.
-¿Cómo llega la idea de este libro: Sintonía filosófica? ¿Por qué atrapar eso que se va en el aire y plasmarlo en un libro impreso?
-La filosofía tiene una relación especial con la transmisión. Hubo, y sigue habiendo, una filosofía que no se deja “atrapar” en la letra y que sólo quiere circular en la palabra hablada. Eso es bellísimo y me encanta. Por otro lado, la letra escrita tiene la posibilidad de la transmisión, de la permanencia, de la circulación y del silencio. El encuentro silencioso con una página que interpela puede ser una experiencia desestabilizadora, transformadora, extasiante. Pensé mucho en si lo que decía al éter tenía sentido de dejarlo en algún lugar, si con eso podía llegar a intervenir en medio de tanto y tanto ruido con el que coexistimos. La verdad es que fueron algunxs oyentes quienes me animaron a hacerlo, que me pedían “eso que dijiste hoy en la radio”. Algunxs por interés propio, otrxs para ponerlo en discusión en un aula, etcétera. Tenía todo escrito en el “cuaderno naranja” (ya completé sus hojas), así que me propuse ver si en la transcripción podía conservar algo de la frescura que le quise poner siempre a esa charla en radio. Vamos a ver qué sucede, porque siempre hay algo que se pierde cuando la voz de escribe, pero también hay una potencia en la traducción y en la resignificación que le dará quien eventualmente lo lea, que es única.
Cuando lo estaba escribiendo, aún sin pensar en publicarlo, me crucé con un amigo, Pablo Dema, en una librería (obvio). Le conté la idea y le gustó. Y, si le gustaba a él, para mí significaba un montón. El desafío era que fuera un libro de acceso a la problematización desde la filosofía, que no perdiera ese vuelo de lo etéreo que da la radio. La filosofía puede introducirse, creo, mucho mejor a través de la problematización de nuestra existencia, y de allí remontarnos a las preguntas que se despliegan. Hay otros “tipos” de introducción a la filosofía, pero hacerlo de este modo me parece un acto genuino al alcance de cualquier persona.
-¿Qué recorrido imaginás para este libro?
-El “sujeto supuesto lector”, parafraseando al psicoanálisis, no tiene en el libro una imagen, como no la tiene el escucha. No está escrito para nadie en particular, y al mismo tiempo para todos en general, abusando mucho de esa imagen que Nietzsche instala en el Zarathustra. Sí tiene una vocación militante en la liberación y la democratización de nuestras prácticas de sujeto, de las lógicas del neoliberalismo, del patriarcado, del colonialismo. Este es nuestro tiempo, y nos debemos a pensarlo, a transformarlo. No es, ni quiere ser, un libro de autoayuda. Toda filosofía es política. En las palabras y los conceptos que en el libro se dicen hay una historia, hay una cotidianeidad atravesada de las injusticias de nuestro tiempo, de los dolores que nos quedan, de las angustias que nos acosan. Se quiere pensar y hacer pensar sobre esas cuestiones, con la intención de que quien escuche se sienta interpeladx y que eso se traslade a nuevas prácticas. Ojalá que pase eso en alguien. No imagino recorrido mejor que abrir una fisura, y que ya no pueda volver a cerrarse.
-Como Profesor de Filosofía: ¿Qué les pedís a los medios de comunicación?
-Que tengan compromiso con la ética y con la verdad. Dos ámbitos con los que, en general, se han separado. Han sido cambiados por la lógica empresarial y por el dogmatismo. Los medios, si son empresas de comunicación, debieran ceñirse a una ética que sea establecida por la comunidad, y no al revés. Hoy muchos medios instalan sus intereses comerciales como la forma de ser y pensar en el mundo, sin aviso. Las opiniones particulares de periodistas se transmiten como verdades de hecho, aunque no haya verdades ni hechos que acompañen a sus opiniones. Hay una sobre (y mala) interpretación del concepto de libertad de expresión, en tanto parece que el periodismo no tiene por qué tener compromiso (ni mucho menos nadie parece poder pedírselo) con la verdad de lo que enuncia. Eso me parece terrible para nuestra era, como para cualquier era. Pero en la nuestra, en la que la información producida ha alcanzado niveles descomunales, creo que los medios de comunicación deberían dar herramientas para que quienes escuchen puedan “trabajar” con la información, sopesarla, decidir por su cuenta. No es la norma. Los medios de comunicación, en general, no invitan a pensar, sino que transfieren el interés y la opinión del medio a un sujeto como si de un recipiente se tratara. Es la zombificación del otro. Allí no hay escucha, sólo mandatos, señalamientos. Lo viralizado por los medios (o redes), ya por ese mismo hecho de ser viral tiene valor de verdad. En esa lógica, la democracia es mucho más difícil, sino una utopía. Nos debemos, nos merecemos que los medios de comunicación tengan un compromiso con la ética y con la verdad. Los intereses empresariales no pueden suspender la vida en común, ni la vida más allá de su lógica.
-¿En qué creés que ayuda la filosofía en la vida cotidiana?
-Hegel sostenía que la experiencia más grande de la conciencia era alcanzar la “autoconciencia”, lo cual significaba comprender nuestra experiencia común en y del mundo. Es decir, dar cuenta de qué y por qué somos este sujeto, tenemos este mundo, estas relaciones, estos modos. Siempre sabiendo que es un acceso “fallado”, otro modo de decir “siempre incompleto”, nunca llegando a verdades definitivas. La filosofía es un campo en donde la cotidianeidad se vuelve siempre rara y eso está bueno, porque lo que se hace cotidiano se vuelve conservador, fija cosas. Y a veces fijamos cosas muy buenas, como por ejemplo tener empatía. Pero a veces fijamos cosas muy malas, como la discriminación racial, sexual, económica. Quiero decir, ninguno de esos procesos es ajeno a nosotros, lo sepamos o no. La filosofía ayuda a ver en esos pliegues de nuestra existencia. Eso no nos hace más sabios, ni mejores, al contrario, muchas veces genera angustia y dificultad de sobrellevar. Pero creo que también debe generar una responsabilidad con uno mismo y, siempre mejor, con las otredades. La filosofía cuestiona la cotidianeidad, no como parte de un gesto de desprecio a ella, sino por la vocación de hacerla más libre. Siempre se puede ser más libre. No hay mejor cotidianeidad que la que se libera, y eso siempre es un acto individual y colectivo a la vez.
-Dedicás un apartado a pensar “la grieta”: ¿Cuál es tu intención?
-La cuestión es que en problemáticas filosóficas no tenemos respuestas absolutas. Las preguntas “ontológicas”, esas que tematizan lo que somos no pueden ser definidas absolutamente. Eso ocurre, ha ocurrido, y siempre termina mal en la práctica humana. ¿Quién es el que le pone la cara al “ser humano”? Hace no mucho tiempo, la apropiación de esa respuesta por una cultura (la de una parte de Europa) llevó a un genocidio en nuestro continente. Hace menos tiempo, la jerarquización de esa definición sobre qué es humano llevó a los horrores de Auschwitz. La ideologización de la moral y la supuesta certeza de quiénes están bien y quiénes mal hicieron que en nuestro país se avalara la persecución, tortura, muerte o desaparición de personas. Lo mismo sucede con el género en disputa, como dice Judith Butler: hay culturas, prácticas, religiones que se empeñan en darle una respuesta definitiva, como si lo humano fuera definitivo. Cuando esas supuestas certezas y respuestas se trasladan a nuestra cotidianeidad generan exclusión, muerte, violencia, porque las subjetividades se forman en el intercambio con “esas verdades”. El cóctel es el que vemos a diario.
Con nuestra “grieta” sucede algo parecido. Yo no tengo problema en decir que tengo una grieta ineliminable con alguien que cree que por ser hombre tiene algún tipo de derecho ancestral para matar a una mujer, o que por ser blanco y con plata merece una vida mejor que el negro pobre. Hay un abismo entre esa gente y yo, porque es un abismo ético. No hay comunidad, ni humanidad posible si no hay apertura a que la otredad se despliegue, se democratice. Eso no tiene un nombre definitivo -no puede tenerlo- es un hacer. Allí, sobre eso, es que podemos dar las discusiones sobre cómo democratizar y liberar, qué hay que hacer, cómo. Pero no sobre lo que ES. Eso es lo que se quiere hacer muchas veces cuando se discute mal en nuestro país sobre la grieta. Hay ciertos discursos, conservadores, reaccionarios que quieren poner de un lado todo lo que estaría bien, por lo tanto todxs los que serían buenos frente a la maldad que queda del otro lado. Ese maniqueísmo es tan berreta como peligroso, porque “se lee” fácil, no hay que pensarlo demasiado, alguien ya lo pensó y nosotrxs simplemente debemos elegir, aunque si “allá” están los buenos, sanos, “gente bien”, etcétera, no hay mucho para pensar. Esa simplificación es seductora para la pereza del pensamiento, y es infinitamente peligrosa para tener una discusión política seria, humana, liberadora.
-¿Por qué te interesó abordar “la filosofía del sentido común”?
-Porque es la gran batalla. El sentido común es siempre conservador, decía Gramsci, porque allí hay un sedimento que va dejando el paso de la historia. Fue de sentido común la esclavitud, es de sentido común que el/la trabajador/a sea explotado, que la mujer tenga una jerarquía inferior al varón, que el rosa sea de las nenas y el celeste de los nenes, que si los militares se llevaban a alguien en la noche era porque “algo habrá hecho”. Auscultar el sentido común es siempre revelar esa sedimentación, y dar cuenta de cómo allí se disputan modos de ser, de existir, de relacionarnos. Es un campo de diagnóstico inmenso, fabuloso, porque lo tenemos en la punta de la lengua todo el tiempo. Es una existencia inmediata de cualquiera, y allí pasa desapercibida cualquier cosa también. Lo que llamamos sentido común sirve para legitimar cualquier cosa, a veces (muchas, demasiadas) independientemente de si son verdad o no. Por eso creo que la filosofía tiene una disputa fundamental para dar allí, en tanto esa idea es la que rige nuestras vidas. Y si la avalamos sin más se nos cuelan elefantes por todos lados. Hay que remontarse desde ese sentido común y ponerlo bajo la lupa siempre.
-Usás el lenguaje inclusivo en tus columnas y en el libro: ¿Por qué?
-Porque me parece una disputa política y conceptual que hay que dar. Es una disputa que uno también tiene consigo mismo. Soy un hecho de mi tiempo y de la historia de ese tiempo, por lo cual no es algo que tenga naturalizado el lenguaje inclusivo. De hecho, no lo tengo plenamente incorporado en mi cotidianeidad, pero voy abriendo espacios. De eso se trata, de abrir los espacios conceptuales en uno y en sus prácticas, porque son las prácticas que compartimos. Y en donde siempre puede haber una otredad que, por un uso de “sentido común” de las palabras, estemos inferiorizando, excluyendo, rechazando. Hay que estar en ese lugar… El lenguaje es parte constitutiva e instituyente de su tiempo, de todos los tiempos, y el nuestro es justamente uno en el que las identidades han sido puestas en cuestión. ¿Quién soy yo para no dar espacio para que alguien que no se sienta representado en la binarización del género se sienta incluidx, contenidx? ¿Quién es el mundo para decirle a alguien que no existe porque no pertenece a una “o” o a una “a”? Me pasa mucho lo de chocarme leyendo a autores clásicos y sus referencias “el hombre” como una categoría que todo lo incluía, cuando a priori excluía a todo lo que no le perteneciera. Es parte de ese sentido común que decía antes, y de una práctica de liberación y democratización que hay que darla en muchos frentes al mismo tiempo.
-Los dibujos que acompañan el libro, en la tapa y los interiores, ¿cómo se articulan con los textos?
-Eso es efecto de la genialidad de Matías Tejeda. Él es un escritor con pincel, o lo que sea que use para dibujar. Tiene una sensibilidad para ver cosas que a la mayoría se nos escapan, para sintetizar una idea, pero sin cerrarla, sino para seguir abriendo inquietudes, preguntas. Justamente eso es una filosofía en la imagen. No responden sus dibujos, no dan formas hechas, sino que generan preguntas. Generan el deseo de inquietarse, de sentirse interpelado. Matías es un gran amigo, y tuvo el gesto de donar lo más importante que podemos donar: tiempo. El tiempo es un “bien” escaso en nuestro tiempo, se lo hace escaso, y nosotrxs nos encargamos de hacérnoslo aún más escaso. Bueno, el Mati donó su tiempo para leer el libro, y trabajó para crear imágenes que fueran síntesis de preguntas por hacer. El articulado con los textos es un acto sui generis suyo, y atraviesa todos los textos: romper las certezas con dudas, saber preguntar, acarrear la crítica frente a tantos escenarios de respuestas fáciles que vienen de supuestos saberes absolutos: la economía, las culturas, las religiones, etcétera. Digamos que el libro es un todo con esas imágenes, hace un trabajo conjunto que busca perforar la coraza del sentido común, de las prácticas naturalizadas, de la simplificación banalizada de lo que existe y lo que no existe. Remontarse de la existencia con la pregunta, esa es la imagen de la filosofía. ¿Qué vuelve después de ese remontar? No se sale indemne, eso seguro. Pero no hay transformación posible sin conmoción de lo que somos.
La artista riocuartense Carla Barbero es coordinadora del área de Curaduría del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, un espacio único en el país; en una conversación para El Corredor Mediterráneo, traza el recorrido de una vida atravesada por la imagen
Por Verónica Dema
La fotografía familiar es una marca fundante en la infancia de Carla Barbero. Esa niña inquieta, con pecas y lunares, de tez muy blanca, observa después de cada viaje de Río Cuarto a las sierras cómo su mamá y su papá archivan las fotos, consignan el lugar de esas vacaciones, la fecha. En ese ritual hay algo constitutivo, identitario.
Son cuatro hermanas. Carla no es la mayor, pero sí la que más insiste: a los nueve la dejaron usar la cámara. Para su familia de clase media en los ‘80, la cámara de fotos y la videocasetera eran objetos de valor a los que los niños no accedían. “Si había un rollo de 12 o 24, podía hacer tres disparos”, dice. Atesora esos “episodios” excepcionales de su infancia. “A esa edad yo ya flasheaba con la imagen para acceder a otra cosa. Para mí la imagen representaba un espacio de exploración del mundo”, dice Carla, más de 30 años después, una tarde soleada de domingo en el departamento antiguo que alquila en el barrio porteño de Boedo.
La ventana alargada que da al balcón trae al living una luz mansa de invierno, que aprovecha Amanda, la gata gris plata que acompaña las mudanzas de su ama desde hace más de 14 años. Este es su espacio de trabajo en estos meses de confinamiento por la pandemia de coronavirus: sobre la mesa hay una Mac, algunos libros de crítica de arte, flores amarillas en agua; atrás, una biblioteca con ensayos, narrativa, poesía, donde también se posan pequeñas obras de arte: una pintura sobre un minicaballete, una pieza del fotógrafo peruano de origen quechua Martín Chambi intervenida por ella, un dibujo enmarcado de uno de sus sobrinos. También, unas cartas de Tarot: “Lo estudio porque siento que es un conocimiento que tiene que ver con la cultura, con la imagen, con la condición humana”, dice sobre esta práctica, que combina con la del I-Ching.
El lugar, al que la cuarentena no le permitió aun acondicionar con todos los muebles que imagina, es sin embargo un hogar, esas casas donde dan ganas de quedarse. ¿Serán las plantas, el café, el aroma del pan horneado, el vino, el orden, el pequeño sillón mullido, la música?
“No me dejes no, tienes que olvidar. Vuelve, por favor, no te acuerdes más, de lo que pasó o lo que hice yo y me hiciste tú…”, cantan Alfonso Barbieri y Liliana Felipe, en la lista de Spotify que suena de fondo y crece en los silencios.
“Me mudé tres veces en tres años”. Las palabras salen con delicada autoridad de esa boca suya de semisonrisa que sintoniza con sus ojos verdes de perspicacia felina. Carla vive en la Capital desde que le ofrecieron sumarse al equipo de curadores del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, un espacio único en el país, que hoy coordina. Los curadores –simplifica para acercar su hacer cotidiano- son profesionales que investigan sobre arte, elaboran ensayos en función de hipótesis propias, trabajan con artistas en sus talleres, desarrollan una puesta para exponer en una sala o al aire libre. Investigar, crear, experimentar.
Después de 10 años de trabajar en museos públicos de la ciudad de Córdoba, donde en los últimos dos vivió experiencias que describe como de violencia institucional propias de la cultura estatal, le llegó la propuesta de Buenos Aires. Dio una entrevista y le pidieron que se incorpore lo antes que pueda: Carla aceptó y en dos meses desarmó su vida en Córdoba.
Ese es el currículum abreviado que justifica su arribo a Buenos Aires. ¿Pero cuál es el recorrido de esa niña magnetizada por la imagen? ¿Cuántas invenciones, o se debería decir explosiones la trajeron hasta la Capital?
“No creo mucho en las vocaciones en tanto esta idea estructural de una esencia que somos. Me parece que sí somos algo que puede tomar formas distintas”, dice. Sus movimientos se enlazan con sus búsquedas y eso va más allá de su profesión, es su modo de vivir.
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Mientras Carlos Menem empezaba a trazar una década neoliberal de opulencia para pocos Carla cursaba el colegio secundario en Río Cuarto. En los apáticos ’90 fue parte de esa minoría de adolescentes que participaba en política: crearon el primer Centro de Estudiantes en el colegio público al que asistía, Dr. Juan Bautista Dicchiara, y armaron la Unión de Centros de Estudiantes de la ciudad, articulada con los de la provincia. Se debatía la nueva Ley Federal de Educación, aprobada en 1993, derogada en 2006 por considerársela un fracaso.
Fueron tiempos de educación formal, que despertaron en Carla el interés por la historia, la filosofía y los medios de comunicación. Pero también fue el comienzo de la militancia y de explorar la imagen, ya sin necesidad del permiso de sus padres para poder disparar. “Por entonces, estaba descubriendo cómo, a través de la imagen, podés decir cosas; la imagen como propaganda de una idea”.
Llegó el momento de la universidad y se anotó en Ciencias Políticas, Filosofía y Ciencias de la Comunicación, en la Universidad Nacional de Río Cuarto. Cursó materias e hizo amigos –algunos de los cuales aún conserva- en las tres carreras, pero se recibió de licenciada en Ciencias de la Comunicación. “No llegó ahí el despertar del arte, pero me dio herramientas de una cultura macro, cierta historia conceptual como para entender algo de psicoanálisis, sociología, filosofía, semiótica”, dice, y aclara que es una formación que valora y respeta.
También se afianzó en la militancia estudiantil: “Tampoco era la megatroska, para nada. Es parte de mi educación cívica, sentimental, de imaginario. Para mí la universidad no es solo las materias que estudié, sino que es el lugar donde encontrar interlocutores”. En el campus, en asambleas, en barrios populares era frecuente verla en grupo y con su equipo al hombro para testimoniar.
Por entonces fue generando contactos que le permitieron empezar a “parar la olla”, como dice, desde joven. Ser independiente: “Tengo una relación adulta con mis padres desde que soy niña, tuve siempre una relación muy emancipada”, aclara en un momento de la conversación. “Eso hace que yo me sienta querida, valorada por lo que hago”. Amanda se acomoda en sus faldas.
A los 19 sacó el monotributo, empezó a hacer fotos freelance; luego entró a trabajar en prensa de la Municipalidad; dio talleres de fotografía; hizo fotos para el diario La Mañana de Córdoba, que tenía una sede en Río Cuarto; estuvo en la creación del periódico cooperativo El Megáfono; también colaboró para La Voz del Interior.
En la casa familiar de siempre –a diferencia de Carla, sus padres nunca se mudaron- guardan intacto aquel archivo analógico de negativos: desde publicaciones estudiantiles y vecinales hasta de Rolling Stone o Playboy. Todo está por fecha y por tema, como lo vio hacer de chica. “Creo que podemos tener muchas vidas en una. No es nostalgia, sí es una lejanía. Reconozco algo de mí en todo eso, pero si me preguntás cuándo fue te digo: en otra vida”.
Se va hacia la cocina a buscar café, un ristretto recién salido de la Volturno. Suena una guitarra y Chico Trujillo canta: “Yo no vengo a buscar y tampoco a pedir una excusa ni nada. Vengo a decirte que estaba escrito…”
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Las cámaras digitales llegaron a Río Cuarto a principios de los 2000 y Carla fue de las primeras que aprendió a usarlas. Durante años combinó lo analógico y lo digital. Cuando la llamaron para cubrir vacaciones de verano en La Voz del Interior y luego la incorporaron al staff de fotorreporteros valoraron ese saber digital que le permitía sacar y editar fotos con la nueva tecnología. Con el paso del tiempo, Carla empezó a especializarse en coberturas de shows, de eventos culturales que le interesaban. “La fotografía periodística se volvió un oficio del que viví muchos años, hasta que algunas cosas me empezaron a aburrir muchísimo, otras me indignaron”, dice.
Recuerda una película imborrable. Ese colectivo, el 29, que la llevaba a la zona del aeropuerto donde está La Voz. Ese domingo de calor cordobés, de los que derriten el asfalto. Esa certeza: ‘Ya no creo más en el periodismo, por qué participo de esto’. No era la joven de 17, en medio de la pampa gringa, encandilada con todo lo que podía denunciar a través de la imagen. “Tenía 20 y pocos cuando me di cuenta de que el periodismo es un blef total”, dice.
Dejó de interesarle, dejó de hacerlo. “Ese año empecé a ordenar todos esos intereses intelectuales que tenía. El interés por la imagen, que no dejaba de estar vivo, y la muerte y el duelo de que yo de eso no quería vivir más, pero no sabía qué iba a hacer”.
Fue su año sabático, de estudio y lecturas. Filosofía, historia, arte. Volver a conectar con su deseo.
“No sé qué tienen las flores, llorona, las flores del camposanto, que cuando las mueve el viento, llorona, parece que están llorado…”, canta Natalia Lafurcade, una versión de La llorona.
En ese momento la ciudad de Córdoba vivió una coyuntura muy particular: en 2005 se inauguró la “Ciudad de las Artes”, un complejo donde se centralizaban las escuelas de arte; un par de años después ampliaron el Museo E. Caraffa y crearon por expropiación en el Palacio Ferreyra el Museo Superior de Bellas Artes Evita. “Como ciudadana que le interesa la cultura me generó mucho entusiasmo estar en esa ciudad en ese momento. Había algo del orden de la intuición, no tenía nombre todavía”, dice Carla. Al conocer el recorrido que siguió su vida, se destaca lo trascendental de esa época para ella. Sus presentimientos no fallaban.
Córdoba crecía en infraestructura cultural, y aparecía una oportunidad. Carla elaboró un plan de comunicación y contenidos para trabajar en los museos públicos de la ciudad -no existían los curadores como tales-. Pidió una audiencia con quien era Secretario de Cultura de ese momento (“algunos lo llaman audacia; otros, fuerza; otros psicosis”) y logró el puesto. “Ahí se cristalizó mi interés por la imagen, el arte y, al mismo tiempo, volvió esto de ocupar los espacios, algo que me había dado la militancia”, dice. Trabajó diez años con esa convicción en los museos por los que fue transitando.
En 2016 convocó a Emilia Casiva, investigadora y crítica de arte, para gestar Unidad Básica (UB), un museo de arte contemporáneo autogestionado, por fuera de la estructura estatal. La intención fue armar una institución con lo mínimo necesario: un monoambiente alquilado, el domicilio de Carla de entonces en barrio Güemes; en el pasillo por donde se ingresaba sucedían las muestras, que eran específicamente pensadas para ese espacio. Ahí desplegó la curaduría como historización y experimentación.
La vocación docente también acompaña a Carla desde siempre. Llega otro recuerdo de la infancia: “Era chica y en los veranos invitaba a todos los que estaban por empezar primer grado en mi cuadra y les enseñaba los números, las letras, tenía fichas: el uno con sombrero, me acuerdo. Los hacía yo”. Recorre esa otra vida.
Cuando piensa en el primer taller de fotografía que dio en Río Cuarto, exclama: “¡Qué caradura!”. Y ríe. Después estuvieron los talleres en Córdoba y ahora en Buenos Aires. Tuvo que explorar para descubrir que lo que le interesa es ese vínculo uno a uno con un artista, esa instancia de clínica de obra. “La intensidad del seguimiento de un proceso, el desafío y la adrenalina que me genera con cada uno poder servir en algo me resulta creativo y estimulante. Es una escala de intimidad donde el otro se muestra con una fragilidad que no es distinta a la tuya”. Y sigue: “Ahora que estoy más grande empiezo a creer que esas son las formas que adoptan en mí ciertas condiciones de maternidad, de hogar, son las formas en las que yo entiendo que puedo cuidar a otros”.
Carla no espera amparo de los lugares. “Cuando me di cuenta de que yo puedo ser artífice del cuidado para mí y para otros, me sentí grande”, dice. Buenos Aires, las sierras de Córdoba –prefiere siempre el río antes que el mar- el destino que vaya eligiendo es una circunstancia.
“Cruzas solo puentes, puentes entre ti, las flores y el silencio son cosas de tu amor, has dejado un río para atravesarlo a la vez allí…”, se alcanza a escuchar Fuji, de Spinetta en la voz de Loli Molina antes de que Amanda dé un salto y reclame salir a la terraza.
La publicación de su nuevo libro de poemas –“Prendas”- es el punto de partida de una conversación para El Corredor Mediterráneo sobre las pulsiones de la creación, los géneros y los fundamentos éticos sobre los que se edifica un poema
Por Antonio Tello
Pablo Dema es una de las personalidades poéticas e intelectuales más sólidas de la joven literatura argentina. Compagina su trabajo como docente universitario y como editor de Cartografías, editorial que fundó en 2005 junto al también poeta José Di Marco. Ha publicado cuatro libros de cuentos – Fotos (Cartografías, Río Cuarto, 2005), Si nada permanece (Ed. Fundación Octubre, Buenos Aires, 2007), Hoteles (Cartografías, 2010) y La canción de las máquinas (Editorial Recovecos, Córdoba, 2014)-, la novela De piedra o de fuego (Editorial de la UNRC, Río Cuarto, 2009) y los libros de poemas Filos (Ediciones Del Dock, Buenos Aires, 2014) y ahora Prendas (Editorial Deacá, Villa Mercedes).
Su imagen es la de un hombre que transmite serenidad ¿debo decir a pesar de su juventud?
Me reconozco en la caracterización de la serenidad que está en la pregunta, diría que desde siempre. Es lo que me dicen a menudo. Y podría decir que si estoy nervioso o ansioso estoy un poco fuera de eje. Intento mantener la serenidad.
La pregunta viene a cuento porque observando su trayectoria literaria parece tener muy pensado y planificado su camino hacia la poesía. Antes de “Filos”, su primer libro de poemas, publicó tres libros de cuentos y una novela… ¿Es para usted la narrativa una forma de aprendizaje de la expresión poética?
No lo siento así. En el mismo período de los poemas de Prendas escribí cuentos. Y hay un libro de cuentos que está al salir. Con el tiempo me da la sensación de que la diferencia entre esos géneros se acota. En verdad muchas veces lo primero que tengo en mente es una especie de núcleo, una situación o una imagen que me resulta atractiva, y no sé si va a ser una prosa o un poema. Es común que pruebe en verso y, si veo que por alguna razón necesito desarrollar demasiado, suelo pasar a la prosa. No pienso en principio en historias completas que contar, más bien en escenas, en un momento significativo que está al final del poema. El problema de la composición es cómo preparar ese momento que relumbra por su potencia significativa y emotiva.
Dice usted “no pienso en historias completas” ¿cree que se pueden contar historias completas o todo lo narrable o poetizable es siempre fragmentario?
Es claro que la narración es un dispositivo cultural antiquísimo y con enormes desarrollos en los campos de la historia y la literatura. Y sabemos que la ficción literaria, a partir de finales del siglo XIX, dejó de lado las estructuras narrativas clásicas. La introspección y el monólogo interior, los finales abiertos y el montaje de fragmentos son algunos de los procedimientos que comenzaron a dominar el género narrativo. Lo que a mí me sucede es que lo que me lleva a escribir generalmente es una escena, una situación fija, por decirlo así, que es el punto de llegada de una acción breve: una padre y una hija sembrando las semillas. Lo que hago a nivel de la composición es crear un amplio contexto, una preparación para esa imagen que me gustaría captar y transmitir porque confío en su poder. Y me sucede que pruebo en prosa o en verso. En ese sentido, en el fondo para mí lo que escribo es todo poesía.
“Prendas” representa, respecto de su libro anterior, un gran salto cualitativo tanto en el fondo como en la expresión; tanto en la concepción visual de las metáforas como en la hondura de su viaje interior. ¿Cree que esta es o puede ser su voz?
Bueno, primero, me alegra el juicio de valor, mucho más viniendo de un poeta tan consciente de la forma y del peso de cada palabra en la poesía. Estos son poemas leídos y revisados muchas veces a lo largo de dos o tres años. Darles tiempo y volver a ellos es parte de un proceso que, espero, da buenos resultados. Leer otros poemas, libros que llegan, y volver a los propios a ver si funcionan. Creo que en un momento uno logra crear una distancia, cierta objetividad, y siente que algo está logrado. Siempre desde un gusto propio, desde una idea de la poesía. Y sabiendo también que estos poemas no son para todos los lectores, que pueden no ser del gusto de mucha gente que lee otro tipo de poesía. Pero cuando uno está conforme y convencido los da a leer, intenta llegar a los lectores y a los poemas como una suerte de afirmación: la poesía para mí es esto. Es un modo, sí, de intervenir en la conversación cultural con una voz que se afianza.
Una de las cosas que llaman la atención en este libro es la recurrencia a ciertas películas y también, más allá de las referenciadas, a la lectura de grandes poetas a algunos de los cuales, tal el caso de Bertold Brecht y Juan L. Ortiz, confronta y complementa. De aquí se me ocurren dos preguntas ¿es posible escribir sin adentrarse en la tradición? ¿Cuál fue su propósito al referenciar explícitamente a determinados poetas?
La tradición es el aire que respiramos. Me tengo que contener con las referencias y los epígrafes, con las alusiones, que son casi un vicio. En ese sentido, los poemas son muy engañosos porque parecen referir a una biografía o dar cuenta de vivencias pero en realidad ante todo son expresión de mi diálogo con lo que leo. Lo biográfico, la experiencia y mi cotidianidad son como un bastidor. Me interesa la forma, la música, la posibilidad de captar el momento en que las palabras se integran de una manera inesperada para producir belleza y sorpresa.
Con respecto a Juan L. Ortiz, es una figura que gravita mucho en mi imaginario. Y ese poema que cito siempre me ronda, es un poema utópico, un núcleo de amor fraternal que habita en su mundo. Solo que normalmente lo expresa hacia lo natural, pero es ese mismo amor hacia todas las criaturas, los animales, las plantas, todo lo que su poesía celebra. Y Brecht es un poeta mucho más vitalista, directo, casi rudo diría. Y en él la cuestión de luchar contra la injusticia es un centro más obvio. Estos epígrafes fueron también una forma de afirmarme en un momento político de nuestro país en el que los derechos sociales estaban siendo vapuleados. Entonces invocar las utopías colectivas era una forma de decir que hay cosas absolutamente irrenunciables.
En “Cielo” usted parece intentar una poética cuando dice que “para la poesía el amor y el trabajo son lo que la luz y el agua para los árboles” ¿o nos habla de otra cosa?
Sí, es una poética y un mensaje a los lectores que se encasillan y encasillan. Cuando publiqué Filos recibí varios comentarios de lectores y de escritores que tienen una identidad muy fuerte en relación con el género narrativo expresando su sorpresa. En general ellos no “se pasan” de un género a otro. Lo que pasa es que yo no me pasé, sino que no fue hasta ese momento que sentí que había material como para un libro que a mí me resultara aceptable. Muchos pos poetas conocidos míos, por su parte, no le prestaron atención, entre otras razones, porque también me tenían en el lugar de los “narradores”. Es entendible. A mí me pasa. A veces conozco un autor que escribe teoría o ensayos y si veo una novela de ese autor es como que no lo registro, como si no fuera la misma persona. Por eso ese poema que menciona dice que no hay que confinarse en una camarilla, no hay por qué entrar en el círculo de los “poetas 100% poetas”, pagar los tributos culturales, conocer todas las contraseñas para pertenecer. La poesía sola, si la hay, si se la cultivó honestamente, llega por su propia fuerza a algunos lectores que la sienten más allá de la etiqueta previa que se le haya asignado al autor.
“Cultivar honestamente la poesía” ¿significa esto, como decía Camus, que toda escritura prefigura un posicionamiento ético?
Hay modas, tendencias, maneras de hacer que son de cada época. Hoy se habla mucho de la literatura de terror, se premia eso, los lectores quieren terror, distopías, etc. Hay cosas muy bien hechas, por su puesto. Ese auge gravita sobre los que estamos escribiendo. Entonces en función de lo que uno quiere decir y lo que quiere producir opta: o se sube a una tendencia o sigue un camino propio según lo que entiende que es más acorde a un proyecto personal y, por qué no, a una ética. La honestidad de la que hablo es más que nada intelectual. No puedo remedar un tono que no es propio, no puedo asumir un afecto ajeno (por ejemplo, no soy un ironista, ni un nihilista, ni un cínico ni un satírico). Entonces no voy a impostar una voz para concordar con el tono de una época. Lo que me llega como lector en este tiempo tiene que ver con temas clásicos de lo que a veces se llama la literatura sapiencial: ¿cómo hacemos para vivir juntos, para aguantarnos? Es muy difícil soportar a los otros. ¿Cómo actuamos ante la comprensión racional (muchas veces negada y bloqueada emocionalmente) de que todo nos ha sido dado en prenda, es decir, ante el aprendizaje de que, como dijo Borges, “nadie pierde si no lo que no tiene y no ha tenido nunca”? Es el mismo tema del “si nada permanece” pero desde un lugar, el de hoy, menos desesperado y más sosegado.
Ya en “Filos” se anuncia que la poesía no se nutre sólo del dolor sino también del amor, la amistad, la bondad y del gozo tranquilo de la vida…
Es un proceso personal o existencial absolutamente honesto e indisimulable, imposible de impostar. Si ve los cuentos de Si nada permanece, sobre todo verá el sufrimiento y la búsqueda desesperada de sentido. De hecho ese título es un verso de José Emilio Pacheco de un poema que habla de una sombra que nos cava y nos hiere, de cómo afrontar la vida si nada permanece. Son los años de mis lecturas de La náusea de Sartre, del Pessoa de El libro del desasosiego. Fui saliendo de ahí. Hice todo lo que pude por superar la sensación de separación con el mundo y me fui reconectando con algo mucho más vital. Pasé de Pizarnik, a Juan L. Estaba también atrapado en un imaginario del escritor atormentado. Un mito muy infantil y dañino. Ser padre lo pone a uno también en una gran encrucijada. En un poema de Filos anoté que cuando tuve que cuidar a un bebé, cuando sentí el amor ante una criatura tan frágil, acabaron de un saque los problemas existenciales.
El desarrollo de las redes sociales parece haber “democratizado” la poesía, pero ¿la creación poética y la creación artística en general tienen que ver con la política, los derechos sociales o con el talento y la capacidad de cada uno para este cometido?
Es un tema que da para un largo debate. Pienso que todos nos sentimos en algún momento tocados por la poesía y que cualquier lector que la disfrute asiduamente tiene el impulso y el deseo de escribir y mostrar lo que hace. Confío en el libro y en la figura de los editores como agentes eficaces para resguardar lo mejor que una comunidad produce y lega a las generaciones venideras. De ahí la importancia de los espacios de lectura, las bibliotecas públicas, las ferias del libros, las revistas de difusión, una ley del libro, etc, etc.
Quien lea su poesía observará que su escritura es limpia, transparente y, si se quiere, económica, quiero decir sin adjetivos, adverbios ni repeticiones innecesarios: ¿es difícil escribir así en tiempos de tanto ruido, eufemismo y reclamo identitario en la lengua?
La poesía es, como se sabe, el lugar en el que la lengua está sometida a las máximas exigencias porque allí es donde se aprecia todo su esplendor. Tengamos el oído sutil, dice Juan L., así que tenemos que poner atención a lo que hacemos. Como dije, para mí hacer un poema es jugar el juego (muy serio pero juego al fin) de poner una línea más en una tradición extensa y riquísima. Uno trata de estar a la altura de los maestros. Claro que sé que es muy probable que lo que yo estoy escribiendo no va a resistir el paso del tiempo. Pero andar en ese juego, como diría Gelman, ya es un premio, un gozo enorme.
Para vivir siempre damos algo en prenda: ¿cuál es la prenda que da el poeta para serlo?
Creo que el tiempo y la atención a la riqueza del lenguaje, a su poder para sostener un mundo común. Hoy, más que nunca, la poesía es un pulso vital con el que necesitamos conectar.
Alejandro Schmidt nació en Villa María, Córdoba, en 1955. Cuenta que escribe desde los 13 años, época en que también empezó a trabajar. Escribe en un poema de su último libro, Problemas con la vida, de próxima aparición: “Escribo de 5 a 10 poemas por día/algunos los posteo/algunos los guardo en el hotel o en el viento”. Nunca dejó de escribir ni de publicar: publicó 55 libros de poemas; también durante más de 20 años dirigió una editorial de poesía y, además, siempre que puede es puente con poetas que no encuentran una editorial donde publicar su obra. “Siempre tuve la vocación de difundir. Todo lo que se haga por la poesía es poco”, dice.
Cuando se le pregunta si cree que hay cuestiones dichas desde la poesía “del interior” que de otro modo no circularían, no duda en responder: “Por supuesto: todo el arte del interior y más el nuestro, que es del interior del interior, es desconocido y menospreciado por Buenos Aires y las respectivas capitales provinciales”.
Militante de la poesía de toda la vida está atento en particular a la escrita por mujeres: le dedica el libro a la poeta Eda Nicola, y en un momento de la conversación dice: “La poesía escrita por mujeres me parece la más importante de este siglo”.
-¿Qué significa para vos publicar un nuevo libro?
-Hace un tiempo que siento lo que publico como parte de un río, de un fluir de mi demencia por una tierra poco amable. No cuento los libros. Es algo que va…
-¿Cómo surgió el título Problemas con la vida?
-Porque es eso: Problemas con la vida; no problemas con mi vida, sino con la representación de lo que convenimos en llamar la realidad. Mis últimos cuatro libros han trabajado con eso.
-Si mirás hacia atrás, ¿qué recorrido ves de tus primeros poemas a estos? ¿Sentís, como dice Javier Magistris en la contratapa, que hay ahora un tono más personal?
-No podría asegurarlo. O sea, desde En un puño oscuro me parece que hay un tono más personal. Quizá Javier lo dijo en el sentido de que permito que el yo se entrometa más.
-Decís en un poema: “Escribo de 5 a 10 poemas por día/algunos los posteo/algunos los guardo en el hotel o en el viento”. ¿Te sentís identificado con esto de “vivir en estado de poesía”?
-Vivir en poesía es solo el momento de escribirla, por lo demás llevo una vida absolutamente ordinaria y modesta.
-¿Cómo juegan en vos tus condiciones de producción: escribir desde un hotel (de hecho “Hotel” agrupa la primera parte de los poemas de este libro), en una ciudad que elegiste hace relativamente poco (Río Cuarto), en pandemia?
-No juegan: desde los 13 escribí con todos los medios y en todos los lugares que puedas imaginar. Solo o con gente. Rico o pobre. Me formé así. No tengo rituales, condiciones, necesidades a la hora de escribir.
-¿Qué son los bares para vos, que siempre están en tus libros? Decís en unos versos de El espacio intermedio: A veces me pregunto(…) Por qué hice de los bares/ Mi casa y mi desierto…
-Voy a los bares desde los 13, que es cuando comencé a trabajar y disponer de mi dinero. Toda la vida. Sí, son un lugar amable para mí. Leí y escribí en los bares siempre, también es el lugar de la amistad.
-Sos muy activo en redes Facebook, de hecho uno de tus poemas se llama Facebook. ¿Qué encontrás en ese espacio virtual?
-Es estimulante, como lo fueron los 14 blogs que sostuve durante años. O antes los medios gráficos y las revistas.
-¿Sentís que en tu poesía puede leerse entrelíneas la historia de la Argentina?
-Específicamente en Videla, fragmentariamente en toda la obra.
-¿Cómo es tu rutina como lector, cómo detectás libros que te interesan y cómo te las arreglás para dar con ellos? Incluso en algunos poemas reconocés que perdiste ya cuatro bibliotecas…
-Compro nuevos y usados, canjeo, voy a bibliotecas, me prestan libros. Leo entre 5 y 7 horas por día de enero a enero, de lunes a lunes. De muchos modos, perder las bibliotecas, que sumarían unos 20.000 libros, fue una liberación. Las lecturas que importan, bien o mal ya están en el ser. Ahora tengo un poco más de un centenar de libros.
-Hace poco nos recomendaste editar a la poeta Soledad Vargas. ¿Por qué te parece importante colaborar, ser ese puente con otros y otras poetas de nuestro medio?
-Siempre tuve la vocación de difundir. Todo lo que se haga por la poesía es poco.
-¿Sentís que hay cuestiones dichas desde la poesía “del interior” que de otro modo no circularían?
-Por supuesto todo el arte del interior y más el nuestro, que es del interior del interior, es desconocido y menospreciado por Buenos Aires y las respectivas capitales provinciales.
-Noto que estás atento a la escritura de poetas mujeres. ¿Esto es así? ¿Tenés una conexión en particular con la mirada poética cruzada desde el género?
-La poesía escrita por mujeres me parece la más importante de este siglo.
-Le dedicás el libro a la poeta Eda Nicola: ¿Quién es Eda para vos?
-Eda Nicola es una gran poeta, gran persona y es mi amiga. Muy buena lectora y tenemos muchas coincidencias en lo espiritual.
-¿Qué poetas admirás? Clásicos, contemporáneos… los imprescindibles para vos hoy
-Me gustan Molinari, Juan Ele, Madariaga, Bailey, Gelman, Fijman, Arlt, Piglia. Todo el romanticismo alemán, las literaturas colombianas, alemanas y norteamericanas en su totalidad. Leo mucha teología y filosofía clásica y contemporánea hasta Heidegger.
-Fuiste traducido a once idiomas. ¿Qué te ocurre cuando te leés en otro idioma?