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Reseña de “Manual para naufragios: ensayos entre filosofía y psicoanálisis”, de Guillermo Ricca

Escribe Santiago Polop, sobre Manual para naufragios: ensayos entre filosofía y psicoanálisis, de Guillermo Ricca. Río Cuarto: Cartografías Ediciones, 2020. 97 páginas.

En un pequeño cuento de Juan Villoro en el que traza cierto semblante sobre su padre Luis Villoro, (filósofo, uno de los grandes pensadores mexicanos), aparece una frase que hace plena justicia al libro en cuestión aquí. Dice Villoro Jr.: “La integración intelectual a un entorno ajeno tiene algo de naufragio”. Claro, él se refiere a su padre y a cierto paralelismo trazado con Fray Diego de Landa, figura especial de la época de la conquista española, en particular por haber quemado los códices aztecas, para luego arrepentirse y dedicar su vida a intentar restituir ese lenguaje.

La parábola con el libro de Guillermo Ricca retorna con claridad cuando acentuamos no el hecho del naufragio, sino el de “entorno ajeno”. Hay una ajenidad con el mundo, con la experiencia que el mundo hace con nosotrxs (porque tal vez deberíamos pensar que, así como el sujeto experimenta mundo, ese mundo experimenta con el sujeto) y que Ricca se ocupa de desnudar con la cesura que Lacan nos legó. Seríamos siempre sujetos de una ajenidad, que nos es constitutiva, y que desesperadamente buscamos dejar atrás, con la integración, la pertenencia, la seguridad, la relación amorosa. Buscamos instancias que nos alejen de la extranjería en la propia existencia. Y allí vienen las soluciones naturalistas, mistificadoras, religiosas, productivas, sexuales; y, luego, las racionalizaciones patriarcales, coloniales y capitalistas, que abrazan (con abrazo de oso) aquellas ajenidades que tanto teme secretamente (muy secretamente) el sujeto, y les da el confort de la cría de gallinas, para luego pasarlas a degüello.

 

Guillermo Ricca miró dentro del abismo. Y, como había advertido Nietzsche, el abismo miró dentro de él. Aquello que era ajenidad y extranjería secreta, como la de cualquier otrx, emerge durante el libro en una terapéutica filosófica y psicoanalítica de la que somxs testigos sus lectores. Séneca, Spinoza, Lacan, Badiou obran de sparrings (sparring es el nombre en inglés que se le da a aquel boxeador que ayuda a otro en su entrenamiento) en una pelea que, desde el vamos, Guillermo sabe perdida. Pero, para horror de la cultura del éxito del ganador, la pérdida es aquí el dato necesario para poder atravesar las endebles costuras que cosen la cesura del sujeto. Hilos fantasmales que dan la apariencia del cierre, del saber, de la verdad, del ser, y que se revelan espectrales. Claro que dicho así suena lineal, y las páginas del libro nos muestran que lineal no hay nada en la disputa filosófica y psicoanalítica por la existencia del sujeto. En el sparring que atestiguamos, el boxeador queda magullado: las heridas narcisistas, la auto-percepción genérica, el sujeto supuesto saber, el Gran Otro, golpean en todas direcciones, desde todos lados. Pero lo realmente bello del texto es que Ricca reclama esa paliza, la deja hacer. Sabe que va a pasar. No confundirse aquí, no es un acto masoquista: es el acto último y primero de la resistencia del sujeto. Revelar esos fantasmas tiene un costo tremendo. Es un acto de destitución, un concepto central en el libro. Para destituirse a sí mismo, el sujeto debe atravesar aguas que esconden monstruos míticos (la no relación sexual, la meritocracia, el goce del consumo, el discurso académico) que, cuando advierten el nado contracorriente a sus fauces, desatan las tempestades. Allí va él/la/le náufragx, sin corriente ni patria, sin identidad absoluta ni nombre definitivo. Pero queriendo serlo.

El Manual para naufragios es para iniciar un camino que lleve a naufragar, que nos saque de los imperativos históricos y epocales que nos hacen creer que sus fijezas son las ciertas, las deseables, las únicas. Nada de eso. El náufrago llegará a costas desconocidas si patea el tablero de su existencia, pero sabiendo dos cosas: que lo que creía que sabía sobre sí en realidad no lo sabe; y que las costas a las que arribe en su naufragio son más verdaderas que las precarias burbujas -de apariencia irrompibles- de las que se soltó el náufrago. Las costas de arribo serán, lo advierte el autor, muchas veces inhóspitas, aterradoras, extrañantes. Darán deseos de volver a esa supuesta tierra firme, al abrazo del SOMA, esas “pastillas para no soñar” que canta Sabina y que ya Huxley había puesto en la distopía más real que se recuerde. El capitalismo sabe cómo encantar con sus goces, tanto en la riqueza como en la pobreza. Su forma neoliberal, uno de los titanes que hacen de suelo ontológico de nuestro tiempo, y que deja la estela de miseria y destrucción del sujeto, de las comunidades, de la naturaleza toda, encuentra incansablemente modos de fuga de sus responsabilidades, encuentra cómplices dispuestos en ventanales con el precio colgado. Nadie quiere estar al frente de ese coloso, nadie puede suponer que se sale indemne tras enfrentarlo. ¿Acaso se cree que será mejor el resultado frente al coloso del patriarcado? Ricca no lo cree. De hecho, enseña en el texto cómo la destitución será femenina o no será, condición del naufragio que lxs lectores deberán descubrir por qué.

 

El libro, breve en hojas, inmenso en contenido, tiene siete pequeños capítulos que van empujando al naufragio. En mi pequeña opinión, habría puesto de primer capítulo al que aparece penúltimo del libro: “Se va a caer. Si hay destitución”. Pero lo hubiera dejado también en ese lugar. Para que vuelva a ser leído llegando al final, para que se encuentren todas las nuevas cosas que se revelan cuando se han comprendido o atisbado aquellas que debían ser sugeridas. Es un libro profundo, mentado, sufrido por su autor. Es una transposición de su propio sufrimiento en lengua spinociana. Pero, al mismo tiempo, no es un libro escrito para que sepamos de él, sino de nosotrxs. Porque todxs estamos sujetos a la negación de la destitución. No se trata tampoco de un libro de autoayuda, aunque quiere evidentemente hacernos partícipes de algo a través de la filosofía epicúrea y estoica -recuperadas en el texto- que se inscribieron como las primeras terapéuticas del alma, tan alejadas de lo que hoy lleva ese nombre (mindfulness, psicología positiva, etcétera) que ni merecen parangón.

Ricca nos advierte, desde el primer capítulo, que la vida filosófica, como el atravesamiento del fantasma psicoanalítico, tiene el riesgo casi seguro del naufragio, de la revisión de aguas profundas, del baño en estanques nauseabundos. La negación del sujeto es el acto instituyente de esos modos fantasmáticos de suturarlo: es decir, niegan al sujeto al suprimirle, extirparle, su posibilidad de negarse a sí mismo, de negar lo que es, de disputar los mandatos. Somos, como suele decirse en la jerga filosófica crítica, sujetos de “pura positividad”, incapaces de oposición, de conflicto, de irresolubilidad. Eso que justamente nos da humanidad, como bien nos lo advirtieron los trágicos griegos. La institución de ese sujeto clausurado a sí mismo por el capitalismo neoliberal, por el patriarcado, por el colonialismo exige precisamente el borrado de las huellas de la institución. Se niega al ser para dejarlo en ese modo abstracto de ser, lo que Hegel señalaba como el acto más aberrante para la vida y la libertad. Lo que se abstrae, lo que se deja vivir por las formas instituidas que le sustraen su patetismo humano, sigue Hegel, huele a muerte.

 

El libro de Guillermo Ricca huele a vida. El naufragio llega, retomando a Villoro Jr., por esa integración intelectual al entorno ajeno que es uno mismo, pero un “uno mismo” que no se individualiza como viene a decirnos el autor de la mano de Spinoza y Badiou, sino que se hace común porque es parte de la comunidad de existencia. Comunidad que es también siempre comunidad en la literatura y en la música.  ¿Alguien podría concebir un naufragio más aburrido que uno sin Poe, sin Charly, sin las trémulas canciones? Con esas sugerencias se nos van formando en algún lugar las escenas que constituyen la argamasa del libro, para potenciar las imágenes de un naufragio que se desea, con amigues de este tipo. Si, como dice el autor, la destitución es una práctica con la debemos aprender a vernos como los seres deformes, agrietados y desgarrados que somos, hay que prepararse para la soledad, una soledad -como dice Jorge Alemán, muy presente en el libro- común, una comunidad de reconocimiento, un vínculo amoroso, de lxs desgarradxs. Somxs mayoría, aunque no se sepa.

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