La voz de los maderos

Una voz vuelve sobre el relato de La Pasión del Hijo. Pero se trata de una voz que no se pliega en una mística gozosa ante el “cuerpo tan herido” (como reza el anónimo soneto “No me mueve mi Dios para quererte”), ni tampoco asume el tono firme en el ejercicio espiritual del “quebranto con Cristo quebrantado” (Ignacio de Loyola). Estos poemas buscan darle materia sonora a eso que crepita en el fondo de una cruz; de allí que volver a la Pasión no implica un retor­no a los Evangelios (aunque se los cita) sino que supone la exposición de la voz asumida ahora por esa madera donde el cuerpo queda impreso como un tatuaje. Así, en estos poemas habla una primera persona con una voz que no pa­rece ser emitida por la boca de alguien sino que parece salir del madero de uno que dejó allí su piel y su hálito en el eco gastado de las palabras escritas. Pero no se trata simplemen­te de un yo sino de un eso que habla, madero que soporta, que resiste, que cruje y así suena. Es un madero que hace eco en aquella zarza ardiendo que dice “yo” pronunciando “Él” (Éxodo 3, 14); zarza que reaparece en aquel-otro-hijo-a-punto-de-ser-degollado (Isaac) a quien, aquí, el-hijo-sí-sacrificado interroga en un diálogo imposible, demasiado humano. Esta voz está hecha de madera tatuada en la carne y de carne tapizada de madera, voz que traza la cartogra­fía divina de un cuerpo que sabe de su carne por el dolor pero que desconoce su alma por no haberse probado en la desobediencia. En la pura afirmación del sacrificio, en la apertura y el vértigo de todas las noches oscuras y mudas de Dios, esta voz es el eco de un crujido. Lo que habla es la materia, la densidad y el peso del cuerpo doblemente negado por la muerte y por la resurrección. La crucifixión es el trasfondo de estos poemas; los maderos en cruz, su escenario; la voz, un crepitar que imprime con savia sacra el gesto extendido de las manos desgarradas, la sed infinita, el abrazo asfixiado, el anuncio de la niebla, la noche de la siesta, la espesura quieta del abandono.
Gabriela Milone

Sobre el autor
Joaquín Vazquez nació Rosario en 1990. Es profesor y licenciado en filosofía por la UNRC. Trabaja como docente de filosofía en los niveles primario y universitario. Publicó cuentos y relatos en las revistas Fuelle (Cba) y Destiempos Modernos (Río Cuarto) y en El Corredor Mediterráneo, el suplemento de cultura del diario Puntal (Río Cuarto). Su relato “Alteridad” forma parte de la antología Ciudad Ficcional (Cartografías/Puntal 2015). En 2016 publicó un libro sobre la filosofía de Plotino (UniRío Editora). Es editor, junto con dos amigos, del blog filosófico-literario El dedo deicida (eldedodeicida.wordpress.com).