Como en toda obra de Alejandro Schmidt, en Tú las decisiones formales tienen que ver con la búsqueda de efectos poéticos propios de una voz que a esta altura es inconfundible y de una fertilidad inagotable.
Así como hay poetas de lo etéreo o de lo frágil, poetas que susurran figuras imprecisas; los hay, como Schmidt, que consiguen dotar a cada poema de una fuerza y una intensidad difícil de explicar. Ni bajada de línea, ni aforismo previsible, ni imagen manida, nada de eso; pero sin embargo, su poesía es imagen, es sentencia, es apelación directa al lector. Cuando dice: “la vida es una casa destrozada”, por ejemplo, encarna una verdad en una imagen y da la sensación de que está diciendo algo que todos sentimos pero que no sabríamos cómo ponerlo en palabras hasta que nos topamos con ese verso justo. O la decisión de utilizar el vocativo a lo largo de todo el libro para nombrar al poeta (“tú, que escribes”) pero también para nombrar al lector que se siente interpelado desde el vamos, desde el título mismo.
Estos poemas se nos presentan como el fruto del coraje de un escritor que no se otorga concesiones y que como contrapartida lo deja al lector sin excusas ante sí mismo. Así el lector es instado a poner entre paréntesis la hojarasca en la que se esconde y a preguntarse no sólo por su alma o la pureza sino también por las condiciones que han reducido esa pregunta a una retórica vacía, a un “chasco”, como dice el poeta.
Pablo Dema

la noche ha de llegarte
¿qué esperas?
reúne tu luz, dale materia
a la razón le crecen
dolores musicales
enmudecido el cantor
creció la rosa
lejos se peina la belleza
triste concede eternidad
a estas calles.