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¿Lo leíste? nina nombre de guerra / la herida móvil, de Maite Esquerré (por Pablo Dema)

nina nombre de guerra / la herida móvil
¿Lo leíste? nina nombre de guerra / la herida móvil
de Maite Esquerré (elandamio ediciones, San Juan: 2022, 77 págs).
Maite Esquerré nació en la ciudad de Buenos Aires en 1984. Estudió Teatro en la UNCUYO y vive en Villa Mercedes. Da talleres de poesía en su casa, que es también una boutique de libros de literatura elegidos de los mejores sellos independientes. Además es docente de teatro en el IFDC y poeta.
Recuerdo que cuando leí por primera vez su primer libro nina nombre de guerra, publicado por la editorial mercedina Deacá en 2016, pensé con asombro que pocas veces había leído un primer libro tan bueno y que sería difícil para Maite escribir algo así de bueno con posterioridad.
El libro fue reeditado por elandamio ediciones junto a otro breve poemario, la herida móvil, en este bello tomito del que reproducimos la tapa diseñada por Damián C. López, su editor. Al leerlo pensé que me había equivocado y al mismo tiempo que no me había equivocado la primera vez. La herida móvil era tan bueno como nina nombra de guerra, ¿pero es otro libro? Cuando leí su tercer poemario, Los gestos inéditos (Mendoza: Grito manso, 2022) asumí que acá así había otro libro, que nina nombre de guerra / la herida móvil funciona como un solo libro y que difícilmente Maite pueda escribir un poemario tan bueno como este.
De muestra, este tríptico:
Vals
ausencia de sueños
como una segunda casa
los gestos que amamos
se aproximan
mandarse a mudar
cuando llueve
sólo la lluvia canta
suena jacques brel
para mamá que escucha
en una nube
o en el hueco de un árbol
novela negra
paloma
dónde andarás
era liviano tu corazón
un capullito de espuma
y la vida un viento
hastío
escribiste estoy repodrida
tres veces más o menos
estabas corrida en el espejo
preguntaste quién era
la que a tus pies te veía irte
siempre vienen visitas
dudaste de vos y te viste pasar
ángel de fuego entre mortajas
plegaria
de cada pecho
que se parte caen
huevos de palomas
o chocolate
vine a ver los juguetes
y las ramas
en casa sobraban
los rincones
las penumbras
dejame tocar esos ojos
sellarlos besar tu anillo
cerrar mi vida
en la tuya
Completamente integrados, los poemas surgen de la voz de una hija que le habla a una madre ausente. Cada breve poema es la pincelada de un retrato y el rastro de una biografía fulgurante iniciada en Villa Mercedes en 1944 y finalizada en la misma ciudad en 1989 tras un lapso de tiempo de residencia en Buenos Aires. Adriana, la mamá que cuidaba a sus dos pequeños hijos, la lectora y amante de la música (Piazzolla, Jacques Brel, Nina Simone, Sinatra), la militante de las FAP que estuvo detenida cuando usaba el nombre de guerra Nina, la trabajadora fabril, la enferma de cáncer, la joven muerta pálida, el fantasma con el que se inició en la infancia un diálogo que perdura.
Los poemas trabajan con rastros físicos, con destellos de recuerdos y con testimonios. Lo que la madre leía, una frase marcada en un libro, una anécdota contada por alguien que la conoció disparan cada inscripción poética, casi siempre con un vocativo: “mamá cuando eras nina/ cuando eras niña jugabas/ cuando eras nina con un arma”. Al cabo de la lectura y las relecturas los poemas operan en la memoria como haces de luz sobre una vida intensa y fulgurante que lejos de desvanecerse crece en la memoria alimentada por la imaginación poética. De hecho, en uno de los poemas de la herida móvil la enunciadora alude tanto al acto de iluminación como al imaginativo: “viste hermano/ que las palabras funcionan/ a la manera de los relámpagos/ sí la tormenta pero/ después/ lluvia y el cielo limpio y fresco”. Y más adelante, en el mismo poema: “¿te acordás? estoy mintiendo/ pero la veo a mamá…” Memoria, memorias, versiones familiares, imaginación pero sobre todo los recursos poéticos amalgamados con la emoción le dan cuerpo y vida en el mundo del arte a Adriana/Nina. De este modo, la poesía está al servicio de un amor filial que salva del olvido, porque como enseñó Deleuze “el arte es lo único en el mundo que se conserva”.
Así, Maite le da un cuerpo poético a esos materiales que motivan su palabra y lo hace, al principio de cada poema, tirando como al descuido algunas frases frágiles que traen una frase coloquial de la madre, una imagen cualquiera, un detalle de un recuerdo y después, sobre el final, con una pericia casi mágica, integra esos materiales embebidos en un afecto que siempre es también el nuestro, el de toda criatura que vive a partir del amor-alimento primordial. Releamos el final de Plegaria: “dejame tocar esos ojos/ sellarlos besar tu anillo/ cerrar mi vida/ en la tuya”. O miremos el final de otro poema (pido gancho): “si encuentro las palabras/ voy a escribir/ una ternura que te descubra”. Siempre el último verso recoge, mediante la música de la aliteración, lo disperso. Releamos, tengamos el oído sutil como dice Juan L.: “ternura que te descubra”, “y la vida un viento”, “paso la mano por tu pelo/ hasta hacerte dormir”.
Lectores jubilosos y agradecidos, te recomendamos en este Newsletter que leas a Maite, que busques este libro que es lo más lindo que vas a leer en mucho tiempo. Como si hiciera falta algo más para convencerte, un poema más de la herida móvil:
la primera imagen /la fibra
para mi último cumpleaños
me regaló 6 fibras de colores
dibujé un río con peces
y un dinosaurio
una casa quieta un camino
van gogh inventó
un sombrero con bujías
y salía de noche a pintar
el alma de las cosas
quiero un sombrero así
para dibujar
el movimiento de una madre
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