En su sexta edición, el Premio Estímulo a la Escritura «Todos los tiempos el tiempo» volvió a reunir a voces jóvenes de todo el país —y también de argentinos en el exterior— en una convocatoria récord que superó los 1500 proyectos. Organizado por la Fundación Bunge y Born, Fundación Proa y LA NACION, el certamen se consolida como un espacio de impulso, acompañamiento y lectura para obras en proceso.
Este año, entre los finalistas de la categoría Narrativa se encuentra Virginia Abello, autora que ya forma parte de nuestro Archipiélago con No todas las tortugas llegan al mar, y que ahora expande su búsqueda hacia la ficción con Todas las fuegas, su primera novela en avanzar públicamente hacia el mundo.
Con una historia situada en un futuro distópico marcado por incendios permanentes, transformaciones ambientales irreversibles y nuevas formas de organización social, la novela de Abello fue reconocida por el jurado entre cientos de postulaciones. Para ella, la noticia llegó como una confirmación íntima y un impulso: escribir lo que necesitaba ser escrito y descubrir que ese gesto resonaba en otros lectores.
En esta conversación con Cartografías, Virginia comparte el detrás de escena del proyecto —sus imágenes iniciales, sus insistencias, su modo de pasar de la poesía a la narrativa— y también las preguntas que la guiaron hasta aquí. Un adelanto del mundo que está construyendo y del tono que empieza a perfilarse entre sus páginas.

Virginia Abello, finalista en la categoría narrativa del Premio Estímulo a la Escritura.
—Vir, ¿cómo recibiste la noticia de que Todas las fuegas había sido finalista del Premio Estímulo a la Escritura? ¿Qué significó para vos este reconocimiento en una convocatoria tan grande y diversa?
—Me dio muchísima alegría, claro. No dormí por dos días. Fue una confirmación. Si bien yo confiaba y confío mucho en mi texto —es donde quiero estar, no tengo dudas—, no estaba tan segura de que sus lectorxs fueran a leer y valorar lo mismo que yo. No es lo primero que escribo en narrativa, pero sí es lo primero que postulo en una convocatoria y casi casi lo primero que doy a leer en el género. De algún modo, ser seleccionada entre tantos escritos me confirma que estoy en sintonía con lo que se escribe y se lee hoy en el campo literario argentino y eso está bueno y empuja.
—Para quienes aún no conocemos Todas las fuegas, ¿cómo describirías la trama, las preguntas o los núcleos de esta novela? Lo que puedas adelantarnos…
—La historia toma lugar en un futuro distópico en el que predominan los incendios, una especie de Piroceno llevado al extremo que ha exterminado prácticamente a toda la biodiversidad, a lo que se le suma una baja importante en la natalidad de los varones de la especie humana. Este escenario me permite ensayar formas posibles de organización, arte y pensamiento predominantemente femeninos en los días del fin del mundo. Es una exploración que necesito hacer frente a la preocupante situación ambiental en que nos encontramos, es una forma de prepararme. La novela es una distopía, entonces funciona como advertencia, sí. Y sin embargo, me resulta esperanzadora. Es un lugar donde quiero estar, en el sentido de que, de todos los fines del mundo, quisiera este, en el que encuentre a estos personajes.
—Vos publicaste tu poemario No todas las tortugas llegan al mar. ¿Qué fue lo más desafiante al pasar de la poesía a la novela? ¿Cómo fue el proceso de construcción del mundo y la voz narrativa? ¿Surgió antes la historia, una imagen, un tono?

No todas las tortugas llegan al mar, poemario de Virginia Abello.
—La necesidad de escribir sobre ese posible escenario futuro vino a mí hace un año con los incendios en el norte de Córdoba. Imágenes, frases, que aparecían en los medios me quedaban resonando y no se iban. Todo el verano le estuve dando vueltas a la cosa, se me venían ideas, personajes, imágenes. Realmente eran muy insistentes. A fines de febrero, me decidí y empecé a escribir lo que saliera. El primer escrito apareció en la voz de un personaje, la vieja Suyai. Me dejé llevar por el ritmo, por las imágenes, sin saber bien para dónde quería ir. La dejé hablar, digamos. Luego, elegí otro personaje, me pareció bien que la narración alternara entre estas dos mujeres, la vieja y la adolescente, como una nieta y una abuela (que no lo son). Para Rayita elegí un narrador en tercera persona y ya no me sentí tan cómoda con esta voz narradora, se parecía demasiado a mi voz poética. Quería simplemente describir lo que se veía y las metáforas se me escapaban, las metáforas y cierto tono solemne demasiado pesado para una narración. Cuando pude retomar lo escrito en vacaciones de julio (porque cuatrimestre docente es implacable), tomé la decisión de no intentar más la tercera persona. Le puse voz a Rayita y me lo agradeció. Y después me tenté y le puse voz a otros personajes.
Otro desafío grande para mí es la construcción de la trama. Tengo una negligencia peligrosa con la trama y creo que eso viene de la poesía. Ahora escribo poniendo gran parte de mi atención en eso, porque es lo que más me cuesta.
—En un proyecto en proceso, ¿cómo trabajás la revisión? ¿Sos de reescribir mucho, de dejar reposar el texto, de avanzar sin mirar atrás?
—Además de esa reescritura importante en la que transformé la voz narradora de todo el texto escrito hasta el momento, en general no modifico mucho. Soy consciente de que hay variedad de procesos, pero el mío es bastante lineal, casi se diría que escribo de un tirón. Con la diversidad de voces, tiempos y niveles narrativos, me ayuda mucho ser lineal porque voy considerando los posibles efectos en quienes lean. De todos modos, aún nunca terminé una novela, por lo que no descarto todavía realizar modificaciones importantes una vez listo el primer borrador, sobre todo, después de escuchar devoluciones. Me interesa mucho cómo sea recibida la obra.
—¿Qué lecturas, poéticas o narrativas, sentís que dialogan de algún modo con Todas las fuegas?
—Indudablemente, mi obra desciende de muchos textos de ciencia ficción, distopías clásicas y, sobre todo, feminista (Úrsula Le Güin, Monique Wittig, Joanna Russ, Octavia Butler) en cuanto al argumento. En relación al lenguaje, me gustaría lograr algo entre Liliana Bodoc y Gabriela Cabezón Cámara. No sé. Es mi deseo.

Jurado del Premio Estímulo a la Escritura «Todos los tiempos el tiempo»: Mariana Chaud, Héctor Guyot, Lucrecia Martel y Luis Sagasti. Seleccionarton los proyectos más destacados entre cuatro categorías: Dramaturgia, Guion, Narrativa y Narrativa Breve. Foto LA NACION
—¿En qué etapa está hoy la novela y qué te gustaría que encuentre el lector cuando llegue al libro concluido?
—La novela está escrita a la mitad, pero creo que las bases ya están plantadas, el mundo nació, respiró, largó el llanto y ahora sólo queda alimentarlo día a día.
El final es aún la noche, diría Duras, pero sí puedo decir que mi pulsión escritora no es pesimista. Escribo de lo que más me duele y de lo que más me importa, pero nunca me quedo con lo desesperado, no busco contagiar desesperación. Escribo para buscar alternativas de mundos más vivibles. Algo de eso habrá seguro en el final.
—Pensando en el título, en “las fuegas”, ¿qué ilumina o enciende esta novela en vos?
—Pienso que representa lo que más me interesa y preocupa hoy: el futuro, la relación con los otros no humanos y con la naturaleza, la posibilidad aún encendida de formas alternativas de organización no capitalista ni patriarcal, la reflexión sobre los derechos y las obligaciones de los seres humanos para con el mundo, el lugar de los cuidados, el conflicto de la depredación.
—Después de este impulso, ¿cómo imaginás lo que viene en tu escritura?
—Lo más difícil de la escritura en mi situación (mamá, docente), que es la situación de otras muchas escritoras y escritores, es el tiempo. La construcción de la soledad para la escritura es lo que debe venir, lo que tiene que venir. Ahora la prioridad es la novela. Pero tengo otros proyectos bastante avanzados de poesía y de cuentos que me gustaría más adelante retomar.
Queda la sensación de que Todas las fuegas no es solo un proyecto en marcha, sino un territorio creativo que Virginia sigue descubriendo mientras escribe. Entre intuiciones, relecturas y escenas que se imponen antes que cualquier plan, su novela avanza con la misma mezcla de paciencia y riesgo que define a quienes encuentran en la escritura una forma de mirar el mundo. El reconocimiento del premio funciona como un impulso, sí, pero también como una confirmación: la historia que está contando pide ser escuchada, y este es apenas el comienzo de ese recorrido.
Por Verónica Dema