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¿Lo leíste? Carmen, de Silvia Barei: una mirada de la poeta Paz Herón Ruiz

Carmen, de Silvia Barei (Editorial Cartografías, colección Archipiélago)

Este libro me llama la atención por su rareza. O rareza es el estado que quedó en mí tras su lectura. ¿Quién escribe este o estos poemarios? ¿Quién es el yo poético? ¿Y las Cármenes?

El prefacio explica que el libro contiene dos poemarios cuyas autoras se llaman Carmen. Barei recibe ambos textos y ella sólo selecciona, ordena, titula (algunos pocos) , agrega epígrafes y coda. ¿Le creo?

Finaliza el prefacio diciendo “Sólo soy aquella compiladora que ha recibido el regalo o el legado de escritura ajenas. Si en el futuro leen poemas míos semejantes a estos, sepan de dónde provienen”. Entonces no le creo.

Por un lado, creo que este es un poemario apócrifo, quizás me equivoque, pero acaso ¿esto no nos está permitido a lxs lectores?. Por otro lado también me pregunto qué tan “ajena” puede ser la escritura de este libro.

Carmen, de Silvia Barei.

Como sea, son varias las voces aquí presentes, las de Silvia Barei; la de la pintora Carmen P.  del primer poemario del libro titulado por Barei “Escribir/pintar”; las de lxs autorxs leídos por Carmen P. como Clarice Lispector, Tununa Mercado, etc., hasta la de una bruja, que también lee.

…Irrumpe la voz como si ella fuese 

interlocutora a la medida de esta pluma 

que la lleva en red

a otras novelas otras vidas

otros poemas.

En el otro poemario, más voces, titulado “El vado de los tiempos”, es de Carmen B., tía de Barei.

No podemos dudar acerca de la presencia de voces diversas y tonos muy disímiles, hasta de facsímiles de cartas de Carmen P., la pintora, y de Carmen B., la tía. Voces y presencias, escritura de la perduración.

En La pequeña voz del mundo, Diana Bellessi se pregunta: “¿Cuál es la relación entre quién escribe y lo escrito, entre lo escrito y su lector? El poema permanece opaco y cerrado en su incertidumbre hasta que el lector lo abre y resplandece por un instante”.

Esta es una invitación a escuchar voces, a apropiárselas, a recibir, como Silvia, el legado de escrituras ajenas, a pensar en si una, dos o tres son las autoras del libro, cual misterio de la santísima trinidad. Una invitación a embarullarse en la palabra de estas tres mujeres, que pintan, que escriben, que leen, que perduran.

… y ella piensa que tal vez sea real 

                              esto que inventa 

Silvia Barei

Por Paz Herón Ruiz (*)

(*) Autora de Lengua vegetal, publicada en Editorial Cartografías.

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Leandro Surce ganó el primer premio de poesía otorgado por el Fondo Nacional de las Artes (FNA)

El Fondo Nacional de las Artes (FNA), como venimos reivindicando en este espacio, es fundamental para promover el desarrollo de artistas, gestores y organizaciones culturales de nuestro país. Desde hace años se mantiene fiel a su compromiso con la literatura y la promoción de nuevas voces en el ámbito literario a través de sus reconocidos premios. Te contamos en un posteo anterior que Cartografías nació como editorial gracias al apoyo de este fondo.

Como cada año, a fin de 2023, se dieron a conocer los ganadores del Concurso de Letras 2023, del FNA compuesto por categorías como Poesía, Novela, Cuentos, Novela Gráfica y Ensayo/No Ficción. En la categoría de Poesía, el Primer Premio fue otorgado a Leandro Surce por su obra La isla blanca, reconocida por el jurado integrado por Mercedes Roffé, Carlos Battilana y Elena Annibali (esta última autora, publicada por Cartografías hace ya casi 20 años en nuestra colección De bolsillo: Madres remotas).

Leandro Surce, primer premio de Poesía, también nos honra con su presencia en nuestro catálogo de poesía con su libro: In medias res (colección Archipiélago). Esta vez, conversamos con él para que nos cuente acerca de su nuevo libro, el premiado La isla blanca, así como de la realidad actual que vive como editor independiente -está al frente de Kintsugi Editora.

 

– ¿Lean, nos contás en qué consiste La isla blanca? Cómo surgió, tus motivaciones, inspiraciones…

– Empecé a escribir La isla blanca en una época en la que estaba fascinado con la figura del náufrago. Recuerdo que leer Foe, de Coetzee, fue la gota que rebalsó el vaso. Entendí que ponerme en la piel de un náufrago me permitiría trabajar sobre una subjetividad reducida a su mínima expresión; algo así como un Yo puro maldito, es decir un Yo que a la vez que se erige como condición de posibilidad de la experiencia, tiene que manejarse dentro de un campo experiencial sumamente empobrecido: la isla desierta. Temáticamente, los problemas existenciales cayeron como cocos: la soledad, la locura, la angustia, la sociabilidad frustrada, etc. En última instancia, el gran desafío del náufrago es cómo lidiar con su propia interioridad (aunque ésta no sea más que un cronómetro disparado).

En términos formales el poemario tiene una estructura narrativa. Del poema 1 al 50 de despliega así una cronología. También aparecen distintos personajes; personajes que, paradójicamente, no rescatan de su soledad al náufrago: su propia sombra, un mono, una sirena y el fantasma de Robinson Crusoe. Introducir personajes fue muy divertido porque me permitió dotar al libro de cierta polifonía y enmascarar un pequeño homenaje a un gran poeta argentino: Luis Alberto Spinetta. Por suerte La isla blanca se va a publicar este año en la preciosa editorial Salta el Pez.

– Estamos viviendo un momento político, con el gobierno de Javier Milei, que pone en riesgo el Fondo Nacional de las Artes: ¿por qué te parece importante que exista este organismo autárquico?

– Estimular las ciencias y las artes es una tarea que todo Estado saludable debe llevar adelante. La cultura es un derecho de los pueblos. En ese sentido, considero que el fortalecimiento del CONICET, el Instituto Nacional del teatro o el Fondo Nacional de las Artes, por ejemplo, es un proceso vital y virtuoso; es decir, con consecuencias positivas tanto para la sociedad como para la economía. Desfinanciar y ningunear a estas instituciones es un ataque directo a la identidad del pueblo argentino y a sus perspectivas de desarrollo inmediato y futuro. Al fomentar las artes, el FNA apuntala, con becas de creación, premios o subsidios, nuestra imaginación colectiva. ¿Qué perspectivas de desarrollo puede tener un país sin imaginación?

– Sos editor independiente en Kintsugi Editora: ¿cómo ves la situación de la edición hoy en argentina? ¿Cómo impactan los costos en la edición de libros y en la venta?

La situación es desoladora. Se corresponde con el modelo económico que intenta imponer a la fuerza el gobierno nacional actual. Los bienes culturales (una película, un libro, una artesanía, etc.) son los primeros en verse afectados cuando la economía entra en recesión. Como el consumo cae, la inversión cae. Todo tiende a paralizarse. La falta de regulación del precio del papel encarece por demás (especulativamente) el costo de producción del libro en un contexto de alta inflación en el que la gente tiene que recortar gastos para sobrevivir. Ante tal escenario, el margen de resistencia de las editoriales independientes es cada vez más acotado.

En Kintsugi Editora, por ejemplo, tenemos varios proyectos listos pero la situación económica nos obliga a pensar dos o tres veces antes de dar cada paso. En un contexto recesivo las editoriales publican menos títulos o reducen las tiradas o ambas cosas.  Antes de que, a 40 años del retorno a la democracia, el anarco-libertario Milei se transformara en la cabeza del Estado (espero que se aprecie la ironía), el mundo del libro se pronunció en redes sociales (bajo el lema “Milei No”) alertando sobre las nefastas consecuencias de la reimplantación de un modelo neoliberal en la Argentina. Yo hice lo mismo. Recuerdo que una usuaria de Instagram que sigue a la editorial comentó: “No mezclen la política con el arte, no me parece”. Me preocupa que personas adultas sigan pensando que la política es un fenómeno aislado. Va en la misma línea de quienes repiten que son “apolíticos”.

– ¿Cuál dirías que es la relevancia de potenciar la literatura en una comunidad?

– Leer es una forma de escuchar, de entablar un diálogo (con vivos y muertos). Potenciar la literatura es una forma de llenar de contenido real a una comunidad; a una comunidad no necesariamente delimitada por fronteras nacionales. Los libros ponen en común experiencias, valores e ideas, fomentan la imaginación, refinan nuestra sensibilidad, nos brindan herramientas para construir o reconstruir nuestra identidad. Sospecho que debe haber alguna correlación entre la creciente falta de lectura y el aumento de la insensibilidad social.

Verónica Dema

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¿Lo leíste? Un acercamiento a Philip Larkin, por Pablo Dema

Philip Larkin, libros
¿Por qué algunas voces nos tocan y tantas otras resbalan por nuestros oídos sin dejar ninguna sensación duradera? Difícil saberlo.
Lo cierto es que a mí, muy de tanto en tanto, una voz me llega con total nitidez y así se inicia un diálogo que difícilmente termine. Incluso cuando se trata, como en este caso, de Philip Larkin, un autor de quien lo desconocía todo. Ni recomendado, ni de moda, ni prestigioso (al menos para mí en ese momento), ni siquiera autor en mi lengua o en una lengua extranjera en la que pudiera leerlo. Nada.
Sin embargo, en una de las ferias de las independientes alcé un libro desconocido titulado Ventanas altas, leí al azar unos versos, como leí al azar otro centenar ese día recorriendo la feria, y eso que leí captó para siempre mi atención. Mentiría si dijera hoy cuál fue el poema de ese libro, tantas veces releído, que leí primero; probablemente el propio “High windows” o “The threes”, uno de los pocos en los que la amargura de Larkin deja pasar  una hendija de luz en el final: “Ha muerto un año, parece que dijeran;/ comienza, comienza tú también de nuevo”. Quien traduce es Marcelo Cohen y la editorial es Gog & Magog (2010).
Tiempo después el poeta Santiago Espel me envió Las bodas de pentecostés y otros poemas, el tercer libro de Larkin publicado en 1964, en versión de Fernando Kofman y publicado en Argentina por La Carta de Olivier en 2014. Del mismo año es la maravillosa Poesía reunida editada por Lumen, en versiones de Cohen y Damiá Alou, que incluye Engaños, Las bodas de pentecostés, Ventanas altas y algunos poemas no traducidos hasta entonces.
Philip Larkin
Foto de Penguin Random House. Autor: John Hedgecoe.
El año pasado descubrí la existencia del pequeño volumen Simular ser uno mismo. Escritos sobre literatura, editado y traducido por Gonzalo Rojo (editorial Hola y chau, 2023). Es un maravilloso librito que incluye ensayos breves, reportajes e intervenciones radiales de Larkin en la BBC entre 1958 y 1973. Es un excelente libro para acercarse al universo de Larkin, a sus ideas sobre la tradición, los autores favoritos y sus ideas sobre el método compositivo.
Su explicación de cómo se escribe un poema es tan limpia y clásica que asusta, a punto tal que nos da la impresión de que gran parte de lo que se dice habitualmente sobre la creación es un intento de confundir a la gente inocente y que Larkin está poniendo ante el gran público una especie de verdad de Perorullo que no tenemos por qué seguir ocultando. Cito a Larkin:
“La escritura de un poema consta de tres etapas: en la primera un hombre se obsesiona con un concepto emotivo hasta el punto de obligarse a hacer algo con él. Lo que ese hombre hace es la segunda etapa, a saber: construir un dispositivo verbal que reproduzca ese concepto emotivo para cualquiera que le interese leerlo, en cualquier lugar y en cualquier momento. La tercera etapa es la situación recurrente de las personas que en diferente tiempo y lugar activan este dispositivo y recrean en sí mismos lo que el poeta sintió al escribirlo. Estas etapas son interdependientes y todas son necesarias. Si no ha habido un sentimiento preliminar, el dispositivo no tendrá nada que reproducir y el lector no experimentará nada. Si la segunda etapa no se ha cumplido correctamente, el dispositivo no dispensará sus bienes, o dispensará unos pocos a pocas personas, o dejará de dispensarlos después de un tiempo absurdamente breve. Y si no hay una tercera etapa, ni una lectura exitosa, será muy difícil afirmar que ese poema existe en sentido práctico” (cito en la versión que Santiago Venturino hizo para Hablar de Poesía 25 (julio 2012).
Además de sus cuatro libros de poemas, Larkin, especialista en jazz, recopiló sus escritos sobre ese género en el libro All What Jazz (1970). La producción del autor, quien trabajó toda su vida como bibliotecario en la universidad de Hull, se completa con dos novelas juveniles, Jill (1946) y Una chica en invierno (1974). Pude leer Jill en la preciosa edición de la editorial Impedimenta (2021, traducción de Marcelo Cohen). Es una novela de iniciación en la que Larkin recrea sus años de estudiante en el college de Oxford, ciudad a la que llega procedente de una localidad del interior. En la reedición de 1963 Larkin cuenta las circunstancias reales en las que que escribió el libro, ¡a los 21 años! Y el contexto en el que conoció a sus amigos, entre ellos al escritor Kingsley Amis, padre del celebrado Martin.
Algunos escritores nos interesan fugazmente, en cambio otros renuevan nuestro interés a medida que vamos conociendo más y más sobre ellos. Si tuviera que dar una razón de mi interés sostenido y creciente en Larkin mencionaría el carácter directo y sin ningún remilgo de su poesía. Es como si Larkin tuviera en sus manos un instrumento muy contundente y diera con él un solo golpe para luego retirarse sin hacer comentaros.
Una muestra:
Ignorancia
Qué raro no saber nada, nunca tener seguridad
de qué es real o correcto o cierto,
pero con obligación de comentar así lo siento,
o Bien, así parece ser:
alguien debe saber.
Qué raro no saber de qué modo funcionan las cosas:
su arte para hallar lo necesario,
y su sentido de las formas y tan puntual propagación,
y su deseo de cambio.
Y sí que es bien raro,
que incluso vistiendo tanto saber –ya que nuestra carne
nos envuelve con sus decisiones- aun
así nos pasamos viviendo en imprecisiones,
y al iniciar nuestra muerte
ni sabemos el porqué.
Por Pablo Dema
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Marya – Marie, de Livia Hidalgo, una biografía poética de Marie Curie (por Rocío Sánchez)

Tenía 11 años la primera vez que supe de Marie Curie. Iba a quinto grado y la maestra nos había propuesto presentar biografías sobre personajes importantes de la historia de la humanidad. La primera actividad consistía en intentar reconocer -a partir de una foto y con la ayuda de nuestras familias-, el nombre de cada una de las figuras seleccionadas por ella y distribuida a cada estudiante en el aula. No sé si fue azar o casualidad lo que nos llevó al encuentro.

Recuerdo que miré esa foto en blanco y negro casi sin esperanzas. Esa mujer que apoyaba la cara en una de sus manos y miraba fijo a la cámara sonriendo apenas, se parecía demasiado a todas las fotos que veíamos en los nichos del cementerio de Alejandro, cuando íbamos de visita y ese era el recorrido familiar obligatorio. ¿Cómo podía llegar a resultarme fascinante esa mujer tan parecida a tantas otras muertas? ¿Qué podía tener de especial?

Sin embargo, el encantamiento no tardó en llegar cuando descubrí que ese rostro, como miles de rostros en blanco y negro, era una vida; una vida, como miles de vidas, pero llena de color, única y magnífica.

Llámese azar o casualidad, hemos vuelto a encontraros ahora a través de las manos y las palabras de Livia Hidalgo en esta especie de biografía “poemada” sobre la vida de Marya Skłodowska, más conocida como Marie Curie.

Conocí a Livia hace algunos años. En un proyecto bastante parecido al de la publicación de este libro, había decidido escribir un poemario sobre Glauce Baldovin y Cartografías había decidido hacerlo realidad. Ese gesto tuvo -y tiene ahora también- un valor especial: más que el renombre de la poeta -o en este caso, de la científica- lo cabal es, en definitiva, cierta memoria que se instala con la escritura de esos textos. Escribir un poemario sobre una figura pública -más o menos conocida- es un movimiento arriesgado en muchos sentidos: implica un recorte, un modo particular de leer una vida, una forma singular de sensibilizarnos sobre la existencia de otro.

Esa manera de escribir de Livia, animándose a asumir el riesgo, es un rasgo particular de su poética: ¿una herencia, acaso? ¿un rescate, un influjo, un deseo de dar continuidad a esas vidas? La poeta cordobesa escribe para encontrarse con estos personajes, para decirles lo que hubiera querido, para crear un espacio/tiempo donde reunirse con la admiración que provocaron esas vidas en la suya. En ese sentido, la segunda persona que aparece en el poemario, hablándole directamente a otra, implica una intensidad emocional que, como lectores, no pasamos inadvertida a la hora de vincularnos con el texto.

En Marya – Marie se presenta una estructura particular en relación a la que estamos acostumbramos a leer en los poemarios. Se trata de un texto con continuidad que puede o bien leerse como un gran poema extensísimo -que abarca la totalidad del libro-, o bien como bloques estructurados a partir de los hitos más importantes de la historia de esa vida, ordenados como en una especie de línea del tiempo poética. Como si fueran micro-escenas de una película, Hidalgo nos lleva por esos sucesos que van componiendo la obras, destacando diversos aspectos de la existencia de la científica: sus relaciones familiares, su amor por la ciencia, ciertos rasgos de su personalidad, el modo maduro y precursor de abrirse paso en un mundo obstinadamente patriarcal, sus miedos y sus temores más profundos, su modo de quedar en la historia.

En este libro hay una búsqueda intensa por retornar al sujeto y una escritura que podríamos definir como híbrida en tanto el registro biográfico descansa en una combinación entre la dimensión histórica -anclada en los hechos verídicos- y la dimensión ficticia -teñida por la manera subjetiva de contar esos hechos-. Partiendo de este supuesto, escribir una vida (y escribirla poéticamente) implica, indefectiblemente, recurrir a la imaginación en tanto herramienta fundamental para transitar el género biográfico. Y eso es precisamente lo que hace Hidalgo: se vale del material histórico y, haciendo uso de los recursos de la literatura, construye en este poemario su propia visión sobre la extraordinaria existencia de Curie.

Como un eco se repiten incesantemente unos versos al final de cada poema. La insistencia en esa idea es lo que da unidad y circularidad al poemario: son los hechos que se cuentan allí los que han marcado, como pequeños rasguños, el nombre, la sombra y la sangre de Curie y son, al mismo tiempo, fuente de los legados -pequeños y cotidianos o grandilocuentes y extraordinarios- que esta mujer ha sabido, también, dejar como herencia a la humanidad. Este libro es, entonces, la constatación de lo que no puede -ni debe- ser borrado con el paso del tiempo. 

Por Rocío Sánchez

Nota del editor: Marya – Marie forma parte de la colección Obras Reunidas, donde Livia Hidalgo publicó Emily, una biografía poética de Emily Dickinson.

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Miguel Ángel Toledo en Cosquín: participó del 22° Encuentro Nacional de Poetas con la Gente

Miguel Ángel Toledo, en Cosquín

Entre el 22 y el 28 de enero se desarrolló una la 22° edición del “Encuentro Nacional de Poetas con la Gente”, en Cosquín, escenario del tradicional festival nacional de folclore.

De la mano del poeta Hugo Francisco Rivella y el grupo cordobés vinculado a la revista “Palabra de poeta”, el “Encuentro Nacional de Poetas con la Gente” se fue ganando un lugar en el marco del festival folklórico.

Varios autores vinculados a Editorial Cartografías participaron del encuentro en diferentes ediciones: Antonio Tello, José Di Marco, Marcelo Fagiano y, este año, Pablo Dema y Miguel Ángel Toledo. La novedad es que en esta edición las noches el encuentro de poetas se hizo visible en el escenario mayor del festival.

Los poetas Hugo Rivella, Leandro Calle y César León Vargas estuvieron compartiendo poemas con el público en el escenario mayor. El martes le tocó el turno a Miguel Ángel Toledo, quien compartió el poema “Un grito de ida y vuelta”, de Armando Tejada Gómez.

Con la elección de ese poema Toledo dio una clara señal de identidad, ya que su trayectoria como músico, cantautor y poeta está marcada por los poetas de raíz folclórica como Manuel Castilla, Atahualpa Yupanqui y Hamlet Lima Quintana. Toledo tiene un largo idilio con el festival de Cosquín desde 1975, cuando fue elegido revelación. Esa distinción le abrió el camino para el desarrollo de una carrera que sigue activa hasta el presente y que se condensa en más de cien composiciones poéticas, muchas destinadas al canto y musicalizadas por él mismo (milongas, tonadas y zambas) o por grandes compositores como sus amigos Jorge Jewsbury y Mario Tenreyro.

En la colección Archipiélago de Cartografías, y bajo el título general de Poemas y canciones de una vida publicamos en tres tomos toda su producción poética: Una mañana lejos, Guitarra azul y Volveremos a danzar sobre los vientos. Allí están presentes algunas de las partituras que dan sonido a sus poemas.

Toledo se ha consolidado como un referente de la poesía y la música de Río Cuarto y la reunión de su producción poética en nuestra colección es un motivo de orgullo.

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Editorial Cartografías nació hace 20 años con el apoyo del Fondo Nacional de las Artes

Editorial Cartografías nació en 2004 con el propósito de estudiar, difundir, desarrollar y publicar literatura de Río Cuarto, Córdoba. En el origen obtuvimos una Beca del Fondo Nacional de las Artes (FNA) para proyectos grupales, con sendos avales de los escritores Antonio Tello y María Teresa Andruetto.

En estos veinte años publicamos más de cien títulos de escritoras y escritores de nuestra región y también muchos otros que fuimos conociendo a lo largo de los años en ferias y festivales de los que formamos parte. Muchas de esas actividades culturales se hacen con apoyo económico de municipios, de la provincia de Córdoba o de la Nación. Además, los programas que fomentan la lectura (como el Plan Nacional de Lectura) y las asociaciones de apoyo a las bibliotecas populares (como CONABIP) dinamizan el sector del libro y potencian la diversidad cultural.

Eso que llamamos Cultura no es más que un entramado de acciones humanas y prácticas sociales sostenidas por instituciones públicas y privadas y organizadas por un cuerpo de leyes y normas que la fomentan y protegen.

La creación del Instituto Nacional del Teatro (INT), del Instituto Nacional de la Música (INAMU) y tantas otras instituciones tienen el objetivo de proteger y potenciar nuestra cultura. Porque vivimos en democracia y somos libres es que nos expresamos, creamos y nos encontramos en una comunidad diversa y plural.

El comunicado de repudio de la Fundación El Libro.

Lamentablemente, iniciamos este año de festejo por nuestro 20° aniversario como editorial en un contexto en el que el Gobierno a cargo del poder ejecutivo nacional está impulsando la derogación de decretos y leyes que crearon y financian los entes culturales que son de la comunidad (entre otros, quiere derogar el Fondo Nacional de las Artes, pretende suprimir la Ley N.º 25.542, más bien conocida como “Ley de Defensa de la Actividad Librera”) es un ataque injustificado contra el patrimonio cultural sostenido en un discurso perverso en el que la palabra libertad obra como aniquilador de todo lo existente. No necesitamos que nos liberen, sino que nos dejen seguir viviendo, creando y compartiendo en libertad como lo hacemos desde hace veinte años.

En esta nota de María Daniela Yaccar, en Página 12,  podés leer los detalles de las medidas que impulsa el Gobierno que preside Javier Milei contra la cultura.
Link a la nota ACÁ.

Pablo Dema, cofundador de Editorial Cartografías, junto a José Di Marco.

 

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En 2023 publicamos 12 libros: poesía, narrativa, ensayos y libros infantiles que nos enorgullecen

Este 2023 que terminó, en las vísperas de cumplir 20 años, publicamos 12 libros.

Fuimos nutriendo nuestro Archipiélago con 5 libros de poesía: Lengua vegetal, de Paz Herón Ruiz; No todas las tortugas llegan al mar, de Virginia Abello; Hasta esa orilla, de Pablo Rosales; Carmen, de Silvia Barei y Asteroides, de Antonio Tello (en coedición con La Yunta).

Seguimos narrando historias en la colección Tusitala: publicamos 3 libros de relatos: La luz herida, de Pablo Mores; Un edificio abandonado, de Marcos Gallardo y Caída de Íaro, de Oscar Tomás Aimar.

Trazamos nuevas Radiografías: nuestra colección de ensayos sumó Pandemia del neoliberalismo: Sintonía filosófica 2, de Santiago J. Polop.

La colección infantil Preguntas de mi tamaño sumó 2 nuevos títulos: ¿En dónde vive el tiempo?, de Mariana Robles y La huerta de Florencia. ¿Cuál es el principio de la vida?, de Micaela Bedano, con ilustraciones de Chalo Irenne.

Obras Reunidas, la colección más nueva de la editorial, que apunta a publicar obras completas sumó Marya – Marie, de Livia Hidalgo, una biografía de Marie Curie.

Como mencionamos en otro posteo, es imprescindible defender políticas públicas activas que fomenten la cultura. En nuestro caso, surgimos gracias al apoyo del Fondo Nacional de las Artes (FNA) y podemos sostener este ritmo de publicaciones debido, en parte, al Programa de Estímulo a las Ediciones Literarias Cordobesas, que tiene el objetivo de fomentar el crecimiento y profesionalización de los autores y editoriales de la provincia de Córdoba, a través de la publicación y difusión de volúmenes literarios, asegurando su distribución en bibliotecas populares y entidades educativas.

Gracias a quienes nos acompañan siempre y forman parte de este proyecto literario: sin ustedes no podríamos sostener esta iniciativa que nació en 2004 y que publicó más de 100 libros, toda una isla literaria que crece en Río Cuarto, Córdoba, y se expande por todo el país.

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Virginia Abello, sobre La luz herida, de Pablo Mores

Escrito de la poeta y docente Virginia Abello para la presentación del libro La luz herida, de Pablo Mores.

Leí por primera vez un cuento de Pablo hace poco más de un mes cuando participamos en el Mundial de Escritura. Habíamos formado un grupo de nueve personas y todos los días teníamos que llegar a cierto número de caracteres escritos cumpliendo una consigna. Fue una semana de maratón. Al final, teníamos que elegir y votar un cuento de los producidos en el grupo, por lo que leíamos lo que había escrito cada unx. Pablo había elegido para presentar un cuento con un narrador niño en una especie de campamento y el juego o desafío de pescar una mojarrita. Y a pesar de que hay puntas a lo largo del relato que nos hacen imaginar la promesa de un nudo o nudos tremendos, la trama se va desmadejando mansa, pero no por eso menos densa. Me llamó la atención que un cuento no extraordinario (y para redundar en el prefijo, no extravagante) me dejara con la mirada en la nada, sin poderme salir de él. Y esa escritura era un ejercicio de sólo un día. Ahora, al leer los nueve cuentos que componen “La luz herida”, veo que la mecánica narrativa que funciona con la mojarrita no fue un simple azar, sino que es un engranaje estabilizado y particularísimo propio de todos los relatos de este autor. Y dicho esto, creo que ya confesé mi voto.

Hay algunas cosas que puedo contarles de Pablo para quien no lo conozca. Vive en Holmberg, pueblo donde nació y creció, en un boulevard que sube y se choca con el cielo y, como sus cuentos, promete una bajada al mar o una caída al fin del mundo, pero termina en unos lotes donde los chicos juegan cuadreras montados a caballo. Es padre de dos hijos. Esto me lo imagino un poco, pero puedo suponer que escribe en un tiempo robado, breve y preciso; o bien con un niño en upa, como Roberto Bolagno (o como yo, menos famosa, estoy escribiendo). Es músico, aunque se negó en esta presentación de su primer libro a mezclar la música con la literatura, para no quitarle su momento. Y lo último, su relación con la literatura ha sido informal, vital, necesaria. Y con esto quiero decir que su vínculo no ha sido deformado por estudios académicos en letras –perdón, lxs académicxs-. Quizás por esto es que su escritura es fresca y es auténtica.

“La luz herida” es el nombre del cuento que encabeza la serie y que da título al libro. Quizás es de todos los cuentos el que posee un trabajo mayor sobre el lenguaje. En este caso el narrador es un personaje marginal, un viejo supersticioso que husmea en la basura; que está solo, muy solo. Su lengua es la lengua de alguien que habla consigo mismo, que puede pasar de un tema a otro porque no se preocupa por un interlocutor posible. Gracias a que accedemos a su punto de vista, sabemos que el viejo no es malintencionado a pesar de su facha, a pesar de su pasado y de sus comportamientos sospechosos. ¿Pero cómo se ve el viejo de afuera? ¿Cómo lo ven los otros personajes? Sin duda como un “viejo culiado”, como le dice el gendarme cuando ve que ha entrado en su casa con su hija pequeña supuestamente a pedir un vaso de agua. Sin embargo, nosotros sabemos que el viejo quiere salvar a la niña, quiere hacer las cruces en la casa para ahuyentar a la luz herida que allí habita, no sabe por qué. La cosa es esta: el cuento teje una trama ya conocida y no pueden culparnos de mal pensadxs si esperamos encontrar un abuso o crimen o el intento de esconderlo o perpetrarlo. Pero eso no sucede. No hay indicios suficientes para decir que la niña era violentada o que algo malo ha pasado en esa casa. Menos podemos sospechar de las intenciones del protagonista que no hace más que desnudarnos su conciencia a lo largo del relato. Y tampoco, vaya frustración, es defendible la hipótesis de que las cruces produjeron el incendio de la casa. No hay crimen, no hay magia. ¿Qué nos queda? Los cuentos de Pablo nos van a llevar a ese extremo de despojo categorial. Terminan siendo cuentos realistas, pero no sin antes torcernos la lectura, la mirada.

Virginia Abello, junto a Pablo Mores, autor de La luz herida

Voy a hablar de otro cuento: “Domar la bestia”. En este caso, el  narrador testigo se parece mucho a nuestro Pablo (¿vale decir esto?). Vive en un pueblo, hace dos meses que se mudó allí al boulevard, y es invitado por su vecino Carlos a ver algo en su casa. Hay un objeto imposible de pasar desapercibido: una vela encendida al lado de la foto de la fallecida esposa de Carlos. Pero eso no es lo que él quiere mostrarle, sino su colección de insectos disecados. Carlos se entusiasma contándole al narrador todo el proceso, incluso atrapa una langosta y la encierra en el frasco con acetona que será su cámara letal. Pero hay otra cosa que no pasamos por alto: el mal olor, el olor a carne podrida. Y Carlos que nos invita a la pieza del fondo, a través del largo pasillo, porque hay algo más que quiere mostrarnos. Y esperamos lo peor, al mejor estilo Poe, llegando a lo más profundo de la casa, de la trama, de lo horripilante. ¿Me bancan el spoiler? No hay señora esposa momificada. Sí hay un cráneo de vaca y el entusiasmo de Carlos aprendiz de taxidermia. Y es ahí, cuando no sucede lo extraordinario, que se nos revela lo ínfimo, lo sutil: la alegría de un hombre solo porque lo escuchan. Él ha encontrado cómo domar la bestia y no es sólo con vino, como dice al principio guiñando un ojo al comprar los tetras. Y por haber escuchado, le regala al narrador un escarabajo fascinante, una especie de amuleto contra las bestias del dolor y el duelo.

Un cuento más: “Las fuerzas invisibles”. Es uno de los dos cuentos del libro cuyo narrador protagonista es un niño. En este caso, el escenario es el campo, donde vive el primo Fede y donde trabaja el padre del narrador. Los chicos pasan tiempo juntos, se mienten, inventan historias, se invitan a sus juegos preferidos o sus formas preferidas de pasar el tiempo que son distintas para cada uno. Fede representa una masculinidad dominante, agresiva, dura. Él quiere ser vaquero, coger a su esposa y hacerle muchos hijos. El narrador en cambio dice que tiene una novia, que se dan la mano y caminan por las calles del pueblo. Los chicos salen a andar a caballo. Fede usa el caballo más fuerte e inteligente y va primero, decide a dónde se va. Tinchito, el narrador, le toca seguirlo a Fede y al Polo y no tiene idea de cómo manejar su colorado. Y he allí las fuerzas invisibles que mueven a los caballos y que atemorizan a Tinchito, porque no las puede controlar. Esas fuerzas inexorables en las que vamos montadxs son las que nos llevan –y a veces nos catapultan- a un destino, a un lugar, a una identidad, sin que podamos hacer gran cosa al respecto. El lugar del narrador no es el campo, no es ser el jinete que golpea su caballo caprichosamente, sino ese lugar que ve reflejado en las bolitas de rulemanes, un lugar que imagina, un lugar que habilite lo que él quiere ser.

Muchas más cosas pueden decirse de este libro. Sin dudas, hay una apuesta en la elección de la geografía que se privilegia en los relatos: un pueblo en el sur de Córdoba. Hay una apuesta amorosa en la elección de los personajes marginales e invisibles, como son el viejo de la luz herida, los niños, los vecinos solitarios. Hay una elección sólida de la lengua con la que se narra. Dijo el Joaco Vazquez que Pablo escribe como habla y no es menor lograr eso en la escritura. Y qué lindo que habla. Pero sobre todo, lo que más me llama la atención es la mecánica narrativa que se va replicando en los relatos. Es la promesa de desenlaces deslumbrantes que no llegan y la frustración consecuente. Y luego, torcer la mirada y buscar los sentidos en los pliegues del relato, porque algún sentido debe haber. Algo así como la vida para los que crecimos en los ´90, en el medio de discursos que prometían que todos nuestros sueños eran cumplibles. Los desenlaces deslumbrantes son los menos y los que menos importan. Y estos cuentos nos lo recuerda.

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Norma Matteucci: “Cada narradora construye su personal desobediencia, para oponerse al orden social patriarcal”

La escritora Norma Matteucci explora y analiza en este libro novelas autobiográficas y autoficciones producidas por mujeres que escriben en español. Considera, a partir de este estudio, que “mediante la escritura cada narradora construye su personal desobediencia, para oponerse al orden social patriarcal”.

Esta intelectual, Magíster en Lingüística aplicada a la Enseñanza de la lengua materna o extranjera, Licenciada y Profesora en Ciencias de la Educación, Profesora en Letras y Diplomada en Género, inicia su libro Mujeres, escritura y vida (Cartografías 2022) con una especial mención a su madre, a quien define como “feminista” sin ella saber sobre ese concepto. “A pesar de haber sido normativizada por una sociedad patriarcal que le dejó escasas posibilidades de insertarse en el afuera social, ella pudo hablarme como mujer-sujeto de cultura y transmitirme, de algún modo, sus deseos de rebelarse contra esa sociedad”.

-Me gustaría empezar por tu madre. La mencionás al inicio en referencia a que cosía para afuera, en una correlación con el “hilvanando género”. ¿Pensaste en tu madre al proyectar este libro, al investigar y escribirlo? ¿Por qué?

Al escribir este libro pensé mucho en mi madre, por diversas razones. Una de ellas es que, a pesar de haber sido normativizada por una sociedad patriarcal que le dejó escasas posibilidades de insertarse en el afuera social, ella pudo hablarme como mujer-sujeto de cultura y transmitirme, de algún modo, sus deseos de rebelarse contra esa sociedad. Sin mencionar ni conocer el feminismo, mi madre fue feminista. Y sus palabras connotaban una crítica velada a la sociedad patriarcal, germen de mi posterior rebeldía. En sus mensajes –conscientes o inconscientes- estaba el origen de una mujer diferente, que ella ansiaba para mí y que yo “leí” e internalicé.

Pero, además, reflexioné sobre la similitud de la costura, el bordado y el tejido, que ella realizaba, con la escritura de los textos- tema tratado por algunas escritoras. Y cómo de mi madre –quien tenía escasa escolarización- que me hablaba, me cantaba y me contaba historias aprendí a “hilvanar palabras”, como la mayoría de las mujeres aprendemos con la interlocución de las mayores que nos precedieron. Porque el origen del lenguaje viene de la madre, por eso se llama lengua materna a la primera lengua.

-¿Por qué te interesó enfocarte en el estudio de las autoficciones y novelas autobiográficas de mujeres? ¿Cómo surgió esa intención?

Mi interés por las autoficciones y novelas autobiográficas femeninas estuvo guiado, por una parte, porque lo considero una manera de posicionarse contra el canon masculino de escritura autobiográfica y la marginación de las escrituras femeninas del yo como “cosa de mujeres”, sin reconocer el valor literario de las mismas. Por otra parte, quería mostrar que, a la par de esas escrituras subjetivas o privadas, hay un posicionamiento político digno de destacar, a lo que se suma, en la mayoría de estas producciones del yo, un proceso estético relevante, en un pacto ambiguo entre vida y literatura.

-Citás a Liliana Heker cuando dice que las mujeres tienen una tendencia a permanecer más cerca de la propia experiencia que los hombres en la escritura: ¿Cómo lo observas vos en general y en el corpus elegido?

En general coincido con esta afirmación de Liliana Heker. Y en cuanto al corpus de mi libro, precisamente por tratarse de novelas autobiográficas y autoficciones, el material narrativo es cercano a la propia experiencia de “las” sujetos que escriben. No obstante, hay que resaltar que en estas producciones los límites entre factualidad y ficción se borran y las mujeres protagonistas dan cuenta de una subjetividad “nómade”, en constante devenir, que rechaza y resiste –de manera implícita o explícita- la esencialidad y la heterodesignación sufrida como mujeres empíricas, durante tanto tiempo, por el discurso patriarcal.

Por lo tanto, como lector/a, hay que comprender que la experiencia propia que se narra no es “la vida” de la escritora, sino literatura y como tal hay que interpretarla y valorarla.

-¿Cómo juega la estructura social patriarcal en la escritura de las mujeres? Me gustaría que nos hables de lo personal y lo social

La estructura social patriarcal marca la vida toda de las mujeres y la escritura no queda al margen de ello. Sabemos que, históricamente, estas han tenido que luchar para lograr visibilidad y, aún hoy, el canon literario prioriza la escritura masculina. No obstante, actualmente existe una gran producción de literatura escrita por mujeres, que se lee y se valora estéticamente. Y eso –creo yo-  es un gran logro de los feminismos y los enfoques de género de todo el mundo.

Además, pienso que la literatura es “poder”, que las palabras, el discurso tienen poder y posicionarse desde un yo-mujer que escribe es un “contrapoder”, respecto de la estructura social patriarcal.

Ahora bien, las escritoras del corpus, diversas, no esencializadas, marcadas por experiencias múltiples, se posicionan con miradas personales, de manera explícita o implícita, frente a esa estructura social patriarcal, aunque ninguna la soslaya. Y estos posicionamientos diversos responden –según mi opinión- a que las escritoras analizadas pertenecen a generaciones de la segunda mitad del siglo XX y las dos décadas del presente y sus experiencias personales e históricas intervienen, de alguna manera, en el proceso creador.

Lo que pude comprobar, a través de la lectura y el análisis de las obras del corpus, es que los condicionamientos históricos y sociales, que han limitado la escritura de las mujeres, están cediendo cada día más. Y que las producciones del presente siglo no sólo implican la libertad de nombrar el mundo y transformarlo, de alguna manera, sino que esa literatura se convierte, cada día más, en un acto político. Es decir, más allá de lo particular o subjetivo, hay una validez plural y pública de lo que se narra. Y en esto radica –creo- la resistencia a la estructura social patriarcal.

-¿Lo anterior tiene que ver con lo que llamás “construir la propia desobediencia”?

Así es. Tomo esa expresión de Rita Segato quien sostiene que, para desarticular el orden social patriarcal, las mujeres deben construir su propia desobediencia. Y creo que la escritura –personal y política- es una manera de lograrlo, ya que permite visualizar a quienes por años fueron invisiblizadas, no solamente en la literatura sino, también, en la historia, la ciencia, las artes y en todos los órdenes de la vida social. Y así, mediante la escritura –sostengo- cada narradora construye su personal desobediencia, para oponerse al orden social patriarcal.

-¿Por qué te interesó Black out, de María Moreno?

Black out me interesó porque pone de manifiesto –con un gran trabajo estético- lo que significó para la generación de María Moreno –que es la mía- intentar posicionarse y ocupar un lugar de prestigio, en un mundo social que no habilitaba a las mujeres a querer alcanzarlo. Ella misma sostiene que en ciertos espacios, netamente “de hombres”, había que masculinizarse para “pertenecer”. Y en ese intento, hay que poner el cuerpo, con todo lo que esto implica.

Tal vez Black out no sea una narrativa de fácil lectura –ya que hay microensayos dentro de la narración- pero es un testimonio valioso de una época –muy logrado literariamente- en el que la vida privada y la pública se articulan, en un intento de la narradora de romper con todos los estereotipos de género, desafiando las normas familiares y sociales.

-¿Qué encontraste en Aparecida, de Marta Dillon, que quieras compartirnos?

Aparecida, de Marta Dillon, tiene como eje un tema muy sensible para los argentinos: la desaparición de personas durante la Dictadura cívico-militar de la década del ’70. Y el tratamiento –personal y social- de esa temática se logra, en esta autoficción, a partir del hallazgo de algunos huesos de la madre de la protagonista, desaparecida desde hace muchos años. Esa “aparición” es la que le posibilita a la narradora desandar el camino y buscar en esos huesos y en esa ropa encontrada, los sentidos simbólicos que contienen.

Su lectura para mí fue dolorosa –por la temática- pero grata por la manera de narrar y por el trabajo que la memoria de la autora concreta, en una intersubjetividad, en una interrelación entre lo individual y lo social, con ruptura constante del orden cronológico, en un juego temporal entre presencia y ausencia de la madre.

Así, rescata del olvido a su madre y, con ella, a todos y todas los desaparecidos y desaparecidas de la época. Pero, además, con su historia de vida personal, la protagonista rompe con el orden social hegemónico, y los estereotipos que conlleva, y se posiciona con nuevas maneras de ser, estar y habitar el mundo.

– ¿Qué hallaste de significativo en la obra de Belén López Peiró Por qué volvías cada verano? ¿Hay una cuestión generacional para destacar en el análisis?

Por qué volvías cada verano de Belén López Peiró es una novela autobiográfica, de denuncia del abuso que el poder patriarcal hace sentir sobre el cuerpo de una adolescente, objetivizado, cosificado y desvalorizado. Una denuncia que la protagonista-sujeto concreta, con gran fuerza y coraje, no sólo a través de la literatura sino también en la justicia.

Pero, más allá del tema central, de gran actualidad –especialmente a partir del estallido del Me too, de 2017-  el aspecto formal de la novela es atrapante, ya que hace uso de la polifonía, mediante la cual diversos emisores dan cuenta de los hechos y tejen una trama narrativa, con distintos puntos de vista, desde apoyos morales a la protagonista hasta revictimizaciones, por defensa al abusador.

La ruptura del orden cronológico y la fragmentación narrativa producen una obra muy lograda estéticamente –más allá de la visibilización del tema- en la que la protagonista se narra y “es narrada” por otros/ as, a la vez que intenta desarticular los estereotipos que pesan sobre las mujeres.

La cuestión generacional a destacar es que se trata de una narradora joven, empoderada, que se posiciona en toda la obra con un marcado enfoque de género, que se constituye como mujer-sujeto social a través de la denuncia y la literatura y que desestructura el poder patriarcal del abusador, demostrando que “lo personal es político”.

-De la obra de Camila Sosa Villada El viaje inútil: ¿Qué encontraste en su experiencia de escritura desde su ser trans?

Camila Sosa Villada intersecta, en esta obra, vida y escritura y afirma el rol que esta última tiene en la construcción de su subjetividad trans. El proceso de transformación genérica, subjetiva, marcha a la par de su ingreso a la palabra escrita. La literatura –esta y otras obras- dan cuenta de sus devenires, que la conducen a la autoafirmación y el empoderamiento. El viaje, al que alude el título, implica un devenir mujer, un devenir actriz y un devenir escritora. Es decir, se trata de una subjetividad múltiple, en constante flujo, que se rebela contra el disciplinamiento de los cuerpos, contra la esencialización, contra el binarismo. Y lo testimonia en la escritura.

-La maternidad, la relación de madres e hijas es un tema recurrente en la literatura de hace años y en la actualidad, con el boom, también: ¿Qué análisis hacés en tu libro sobre este tema?

La maternidad es un hecho biológico reconocido desde sus orígenes, pero, al mismo tiempo, es una construcción social y cultural que durante muchos años ha servido como representación que unifica mujer y madre. Y esas representaciones se transmiten, en mayor o menor medida, de madres a hijas, como se ve en el análisis de algunas obras del corpus.

No obstante, paulatinamente, la maternidad ha pasado de ser una obligación a una elección. Es decir, las generaciones más jóvenes ponen en tensión las representaciones acerca de la maternidad y las reelaboran, según sus elecciones y decisiones personales. Y estos avances se manifiestan en las narraciones analizadas.

Si bien las madres del siglo pasado están más cerca de las representaciones sociales reduccionistas y estereotipadas, las madres de este siglo XXI –que adhieren explícita o implícitamente a los feminismos y enfoques de género- rompen con esos posicionamientos esencialistas de mujer-madre, optan –o no- por la maternidad y, si eligen ser madres, lo hacen desde el deseo personal de serlo, rechazando las regulaciones sociales.

Lo que intento mostrar en el libro respecto de la maternidad, a partir del análisis de las obras, es que existe una multiplicidad de posiciones de madre y diferencias en la asunción personal de la maternidad, más aún en las últimas décadas, cuando las jóvenes crean una nueva imagen de mujer y transgreden los mandatos sociales, en lucha por sus derechos, como puede observarse en algunas obras analizadas.

-¿Para qué público pensaste este libro? ¿Académico, más bien público en general? ¿Qué recorrido imaginás?

Me gustaría que el libro llegue al público en general, que se interese por la lectura desde una perspectiva de género. No obstante, también podría llegar a un público académico, sobre todo por la caracterización de las dos formas narrativas literarias que se analizan, las autoficciones y las novelas autobiográficas.

Lo más significativo de cualquier obra escrita es la recepción, porque en ella se concreta el proceso obra-autor-lector; por lo tanto, lo más importante para mí es que el libro circule y se pueda lograr la comunicación con los lectores.

-¿Querés agregar algo más?

Por una parte, quiero reafirmar que, aunque en este libro se analizan producciones escritas por mujeres –cis y disidentes-, rechazo la caracterización de la literatura según el género de quien la produce, ya que las producciones literarias son aquellas que tienen un fin estético, más allá de toda división binaria.

Por otra parte, insisto en que las escritoras del corpus son sujetos en situación que se narran, que reconstruyen etapas de su vida, tratando de encontrarles un sentido, en un proceso de objetivación-subjetivación. Pero hay que comprender –como ya se ha dicho- que el tiempo del discurso no es igual al tiempo real de la existencia, por lo tanto, el sujeto del enunciado no es nunca igual al sujeto de la enunciación, porque las novelas autobiográficas y las autoficciones son literatura. Y, más allá de la realidad factual, en ellas está siempre la posibilidad de ficcionalizar, como en cualquier otra forma discursiva literaria.

 

 

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Livia Hidalgo: “Con Glauce Baldovin aprendí sobre poesía, pero también me formó políticamente”

“La escritura surgió en mí a los 10 años”, dice la poeta Livia Hidalgo. Habla de “Pelusa”, una perrita que extrañó tanto que necesitó narrarlo, como un modo de encontrarse con ella. “Allí sentí por primera vez que me sustraje del mundo, que mi mente ingresó a otra dimensión de la realidad”, dice. Pero como tenía facilidad para los números, tanto sus docentes como su padre –dueño de una financiera- la impulsaron a estudiar Ciencias Económicas: “Del mismo modo que me sustraía del mundo para escribir, la misma sensación vivía a la hora de resolver problemas matemáticos. Me pasaba horas con un sinfín de operaciones en la mente. Quizás por eso digo que la matemática es poesía pura, pues es el más alto grado de abstracción posible”.

En este diálogo con Livia Hidalgo, autora del poemario Glauce, la escritora traza su recorrido desde aquellos años de infancia hasta que conoció a la poeta Glauce Baldovin, que fue su maestra y amiga. “Fue una relación de amistad muy intensa porque compartíamos algo que nos apasionaba y reunía: la poesía”, dice. “De ella aprendí muchísimo (…). Además de los conocimientos técnicos me formó políticamente. En mi libro Glauce, yo escenifico el momento de mi toma de consciencia sobre los hechos de la última dictadura militar”, cuenta.

Livia rescata de Glauce su rebeldía, su cercanía a los jóvenes. Agradece al Colectivo Glauce Baldovin, de Río Cuarto. “Jóvenes como ellxs son a los que yo invitaría para que integren ese partido único por la humanidad”, dice. “Hay que buscar líderes que nos representen, pues sin organización es muy difícil el avance. Y esos líderes tienen que ser lxs jóvenes”.

-Naciste en La Playosa, en Córdoba, pero tu abuelo era de Río Cuarto. ¿Qué recuerdos te conectan con esta ciudad?

-Mi abuelo paterno, José Ambrosio Hidalgo, nació en Río Cuarto en 1881 y pasó su infancia y buena parte de su adolescencia allí. Luego su familia se trasladó a Santa Rosa de Calamuchita, a mi bisabuelo lo habían nombrado juez de paz en ese lugar. En Santa Rosa, mi abuelo se casó y allí nacieron varios de sus hijos. Mi padre tenía cuatro años cuando se trasladaron a La Playosa. A mi abuelo le asignaron el cargo de jefe de la Estafeta de Correos en este pueblo que hacía muy poco se había fundado. Ahora bien, yo no conocí a mi abuelo, no había nacido cuando él murió. Sin embargo, debió haber tenido muy lindos recuerdos de Río Cuarto, puesto que una de sus hijas que vivía en Buenos Aires viajó exclusivamente a esa ciudad para conocer el lugar donde había nacido su padre.

-¿Cómo surgió la escritura en vos? Sos Contadora Pública, aunque cursaste materias en la carrera de Letras Modernas en la Universidad Nacional de Córdoba, también…

-La escritura surgió en mí a los 10 años. Tengo un libro “Pelusa” que con cierto humor cuento cómo empecé a escribir. Lo atribuyo a una composición escolar sobre el día del animal. Esto fue el 29 de abril de 1965. Allí evoqué a “Pelusa” una perrita lanuda que teníamos cuando yo tenía 4 años. Mi madre no soportó que la perrita hiciera sus necesidades adentro de la casa, y en lugar de educarla la fletó. Eso signó mi escritura posterior, pues empecé a escribir seis años después a partir de una ausencia, de un extrañamiento, de una carencia. Allí sentí por primera vez que me sustraje del mundo, que mi mente ingresó a otra dimensión de la realidad para poder encontrarme de algún modo con aquella perrita de la que nunca supe cuál fue su destino. Y la vi. Saltando y brincando, tal como la recordaba. Después de esa composición escolar seguí escribiendo pero no mostraba nada, pues no quería que mis padres se enteraran de lo que me aquejaba, tal vez inconscientemente sintiera que si los fastidiaba mucho, como a Pelusa, me fletarían a mí también.

En cuanto a las Ciencias Económicas, es difícil resumir la razón de mi elección. Diría que a mí me sucedía algo extraño. Del mismo modo que me sustraía del mundo para escribir, la misma sensación vivía a la hora de resolver problemas matemáticos. Me pasaba horas con un sinfín de operaciones en la mente. Quizás por eso digo que la matemática es poesía pura, pues es el más alto grado de abstracción posible. Eso más adelante me hizo pensar que la poesía está en todos lados, y que el poema, la palabra es sólo una de las formas de capturarla, y no siempre. A veces hacemos el mayor de los esfuerzos y la poesía se nos escapa, pero nadie nos quita el arrobamiento que nos provoca la persecución. Digamos que mis profesores contadores me incentivaron a inscribirme en esa carrera por la facilidad que tenía con los números. Pero además de eso, mi papá con otros socios abrieron una financiera en el pueblo. Mi papá era peluquero, él había elegido ese oficio porque aborrecía cualquier trabajo en relación de dependencia, y su ilusión era abrirse otro camino y dejar ese oficio. Él era el gerente de la S.A. en Comandita que habían constituido, por tanto tenía que atender la financiera y a su vez la peluquería, ya que en ese momento no sabía cómo iba a resultar este nuevo emprendimiento. Esta doble actividad le traía serios problemas, no podía dejar a un cliente en el sillón para atender a otro que venía por la financiera. Entonces, allí fui a parar yo, con 12 años de edad. Salvo de 13 a 17 horas que asistía al secundario, me pasaba el día en una pequeña oficina que se había instalado provisoriamente en el mismo salón de la peluquería, aunque separada por unos paneles. Como en los pueblos la actividad se cortaba al mediodía y la apertura de los negocios era a las 16, se estableció que el horario de la financiera fuera a las 17.  Allí me hice experta en matemática financiera,  al terminar el secundario fui directo a Ciencias Económicas con el propósito de volver y hacerme cargo de la financiera que por entonces había abierto sucursales en Pozo del Molle y Las Varillas, pero este proyecto se abortó por el Rodrigazo. La financiera se fundió, y también la ilusión de mi padre.

A poco de ingresar en la facultad supe que no era mi vocación, pero no quería frustrar a mi padre y por eso decidí seguir. En 1975 cuando la financiera se fundió, yo ya tenía el tercer año completo de la carrera, estaba trabajando todo el día y la Facultad de Letras no tenía horarios nocturnos. De modo que decidí recibirme, independizarme y empezar Letras.  Así lo hice. En Letras cursé y regularicé muchas materias, pero pude rendir muy pocas porque las fechas de los exámenes coincidían con los momentos de mayor trabajo en mi profesión. De modo que me convertí casi en una alumna oyente. No obstante a ello, me sirvió de mucho para la actividad que iba a desplegar bastantes años después como Coordinadora de Talleres de Poesía.

-Antes de escribir se nos despierta el amor por la lectura. Así que debería empezar por ahí, por preguntarte sobre tus primeras lecturas, tu biblioteca de pequeña, si es que tuviste, o tus maestras referentes…

-Siempre he tenido un gran amor por la lectura, pero me encontraba con un inconveniente, en el pueblo no había librerías, tampoco una biblioteca, ni siquiera en el secundario que tuvo su primera biblioteca cuando yo tenía 15 años, constituida fundamentalmente con libros de textos donados por el Banco de la Provincia de Córdoba que fue el primer banco que arribó al pueblo. El secundario en ese momento sólo tenía ciclo básico, yo había terminado tercer año y debía continuar mis estudios en Las Varillas y ya no podía acceder a esa incipiente biblioteca. Por tanto, diría que hasta esa edad sólo había leído los manuales escolares, las revistas Billiken y Anteojito, y algo de poesía porque la directora del secundario enterada de mis inquietudes literarias me prestó un cuaderno con poemas que ella había transcripto en su juventud, y diría que mi primera biblioteca se armó con el cuaderno que compré para copiar todos esos poemas y devolverle el suyo a la directora. Una de mis tías maternas recitaba poemas al estilo Berta Singerman, pero los tenía en su memoria, pronto los tuve yo en mi memoria, pero cuando quería transcribirlos no sabía dónde cortaba el verso, por tanto los cortaba según el modo de recitar de mi tía. También tenía el ejemplo de otra ávida por la lectura, mi abuela paterna, que por falta de libros coleccionaba los retazos de diarios del envoltorio de las papas y de muchos otros productos. Los limpiaba, los planchaba y a la tarde se sentaba en su sillita de mimbre a leerlos. A esto lo empecé a advertir cuando yo tenía alrededor de 6 años. En ese tiempo, y durante varios años, ella me relataba una gran cantidad de historias que yo las oía como si fueran cuentos. Mucho después supe que todas esas historias estaban en el Antiguo Testamento. Se lo sabía de memoria. Por eso, para mí, la Biblia fue siempre “los cuentos de la abuela”. Una frase de ella que se me fijó a fuego: “El saber no ocupa lugar” y otra frase de mi abuelo que ella repetía a renglón seguido: “El que de servilleta para a mantel ni el diablo puede con él”. Con estas frases, ella sintetizaba dos cosas: tenía que cultivar el apetito de saber, pero tenía que cuidarme de la soberbia. Mi abuela era originaria de Córdoba y había estudiado en Las Adoratrices, lamentaba haber tenido que dejar sus estudios porque en esa época a las mujeres de su familia no les fue permitido seguir una carrera. Se lamentaba de que sus hijos no hubieran tenido, al menos, la misma oportunidad que ella, ya que en la época de mi padre en el pueblo sólo había hasta cuarto grado. También ella fue un incentivo enorme para que yo siguiera estudiando, aunque hubiera querido que siguiera medicina.

Alrededor de mis 16 años, Alfonso Griffoni, lo nombro porque fue alguien muy significativo para mí,  abrió un quiosco de diarios,  pero no sólo vendía diarios sino también las novelas policiales del Séptimo Círculo, fascículos de Historia, Geografía y Maestros de la Pintura, y poco después los fascículos y libros del Centro Editor de América Latina. Yo ganaba unos pocos pesos y los invertía en la suscripción de todas esas ediciones. Los policiales me fascinaban a tal punto que mi papá se negó a que los siguiera comprando porque me distraían del trabajo en la financiera. Por lo tanto, mi biblioteca personal se fue constituyendo con esos fascículos y con esos libros. Tuve que esperar el arribo a Córdoba para comprar libros. Apenas llegué me suscribí a la Biblioteca Córdoba, sacaba dos libros de poemas por semana y como en esa época no había fotocopiadoras, los transcribía en cuadernos de 200 hojas, llegué a tener más de 20. Sin darme cuenta, estaba haciendo acopio de un vocabulario que luego recomendé a todos los integrantes de mis talleres, porque la poesía es fundamentalmente un trabajo sobre el lenguaje. Uno debe tener incorporadas las palabras para el momento en que aquello, que sigue siendo un enigma para mí, llega a uno como una música perturbadora y nos impele a plasmarla en palabras.

Tras los cuadernos visité innumerable librerías de usados y lo sigo haciendo. Cuando ingresé a la facultad de letras me convertí en una clienta vitalicia de Rey Ortega. Siempre estudie leyendo los libros, no me satisfacían los apuntes. Me habitué a ello cuando estudiaba Ciencias Económicas, durante los dos primeros años iba a la biblioteca de la facultad, pero luego comencé a trabajar y allí empecé a comprar libros porque solo podía asistir a los prácticos de 21 a 23 horas; le daba a una compañera un carbónico para que mientras tomaba apuntes para ella me facilitara uno para mí, pero sólo lo utilizaba como guía. Tras el cierre de la librería de Rey, la sustituyó Paideia y más tarde Rubén Libros por el hecho de que en esa librería coordiné talleres de poesía allí durante 16 años. Y por cierto que hay otras, pero mis incursiones por ellas fueron esporádicas.

-¿Cómo conociste a Glauce Baldovin?

-La conocí en 1991. Después de haber asistido accidentalmente a una reunión en sus talleres ella me invitó a coordinar juntas un taller literario. En ese momento yo seguía cursando algunas materias en la Facultad de Letras, y sumado a mi trabajo, no tenía tiempo para eso, pero también porque, como buena contadora, necesitaba algún tipo de planificación. Ella me dijo que armáramos un programa juntas y que dispusiera de su casa. Finalmente acordamos los viernes a la tarde, y si se me complicaba podíamos recuperarlo en cualquier otro momento que tuviera libre. En ese entonces, ella vivía en la calle Arturo M. Bas, muy cerca de Tribunales, por lo tanto era frecuente que tras ir a tribunales (yo hacía peritajes contables) me hiciera una escapada hasta su casa, siempre con la urgencia de volver a mis actividades; pero entre un trámite y otro solía tomarme algún tiempo y lo aprovechaba para verla. Cumplimos ese objetivo a rajatablas. Leímos muchos autores juntas, diría que todos los que aparecen en su libro “De los poetas” y otros que yo aportaba. En ese entonces yo conocía a muchos de sus autores favoritos, pero sentía una especie de hechizo por el modo en que ella los leía, tanto que los viernes cuando queríamos acordar era la hora de la cena, y allí solía invitarla a cenar en Betos, una parrillada que quedaba cerca de su casa o a un bodegón de la Avda. General Paz, que a ella le gustaba especialmente por las milanesas con huevos fritos y papas fritas que allí ofrecían a bajo precio. Tras la cena ella marchaba a su casa y yo a la mía. Pero fue allí donde comenzó nuestra amistad, pues ese rato que compartíamos lo aprovechábamos para confiarnos algunos sucesos de nuestras vidas.

-¿Cómo definirías la relación que las unió?

-Fue una relación de amistad muy intensa porque compartíamos algo que nos apasionaba y reunía: la poesía. Y también por su disposición y flexibilidad, pues su casa siempre fue una casa de puertas abiertas. Uno podía caer a cualquier hora y siempre era bienvenido. Además, pese a tener casi la edad de mi madre, nunca la vi de ese modo. Incluso diría que Glauce era mucho más transgresora que yo, más desprejuiciada, más libre, por lo tanto mucho más joven mentalmente, y por eso mismo adoraba y la adoraban los jóvenes. Establecía una relación de igualdad.

-¿Qué aprendiste de ella?

-De ella aprendí muchísimo. Yo tenía muchas dudas en cuanto a mi capacidad de coordinar un taller de poesía, ella me quitó esas dubitaciones porque me hizo entender que para la coordinación de un taller creativo era más importante la trasmisión de la pasión que los conocimientos técnicos. A los conocimientos técnicos uno lo puede aprender en cualquier libro si los considera imprescindibles para su metiere, y en todo caso uno puede darle al integrante una lista de esos libros si los requiriera. También me enseñó que no es necesario explicar ningún poema, que eso era tarea de los críticos no de los creadores. En todo caso, uno podía hablar de las circunstancias de vida que condujeron al poeta a escribir lo que escribió. Y aún sigo interesada en eso, en la génesis más que en los procedimientos.

Pero además, me formó políticamente. En mi libro Glauce, yo escenifico el momento de mi toma de consciencia sobre los hechos de la última dictadura militar. Estar enterada de los acontecimientos no significa tomar consciencia o comprender los significados profundos. Yo me enteré del genocidio y otras atrocidades de la dictadura durante la campaña de Alfonsín y después de su asunción tras la lectura del libro “Nunca Más”, es decir del Informe de la Conadep. Incluso Recintos de la muerte es un libro escrito bajo ese influjo, pero sin tener clara conciencia de lo sucedido. Yo desconocía las motivaciones. No sabía sobre la existencia del Plan Cóndor elaborado para toda América del Sur con la intención de instaurar los programas económicos del liberalismo o neoliberalismo. Yo veía las consecuencias desastrosas de la implementación de ese plan en mi trabajo, pero no alcanzaba a darme cuenta que todo eso respondía a un plan puntillosamente pergeñado por Estados Unidos y llevado a cabo en forma implacable por las dictaduras del continente cuya función era eliminar despiadadamente a todo opositor a ese propósito. Ella me despertó políticamente para que yo pudiera trascender las fronteras de nuestro país y pudiera buscar la raíz de los males del tercer mundo en las esferas del poder mundial. Es por eso que en la actualidad veo un nuevo Imperio y es el Imperio de la Globalización, constituido ya no por uno o varios países, sino por las grandes corporaciones globales económicas, financieras, comunicacionales, narcos que tienen el 99% de los bienes del mundo (el 1% tiene el 99%). Los que no formamos parte de ese 1%: ¿No podríamos hacer algo para contrarrestar los efectos de un capitalismo salvaje absolutamente inhumano, que genera la pobreza, la violencia, la indignidad? Ya no propongo un levantamiento en armas, porque sabemos que no tienen ningún miramiento a la hora de aplastar lo que se les ponga en frente. Yo aspiro a la creación de un solo partido sin divisiones políticas que se interese por la humanidad. Tenemos que superar esta grieta exacerbada impuesta por los medios hegemónicos de comunicación asociados a las grandes corporaciones. El 99% restante tenemos que oponernos a las políticas de destrucción. Estamos viviendo en el “sálvese quien pueda”. Y con ese slogan estamos destruyendo los valores sociales que nos han sostenido como sociedad. Hay que lograr una distribución más equitativa de los ingresos mundiales para que todos podamos vivir con dignidad.

-Cómo te impactó el hecho de empezar a vincularte con el colectivo Glauce Baldovin, de Río Cuarto, ese grupo de militancia poética al que te acercó tu libro?

-Lo primero que puedo decir es que me sentí enormemente congratulada de que un grupo de jóvenes como Camila Vazquez primero, después Melisa Gnesutta, Rocío Sánchez (y también otros que aún no conozco de ese mismo colectivo) se hayan interesado en mi libro y me hayan invitado al Mitin de Insurgencia Cultural Córdoba que homenajeó a Glauce y que coordinó Silvina Anguinetti el 26 de agosto. Y que tras eso me hayan invitado a la presentación de mi libro en el Aguante Poesía que se llevará a cabo del 8 al 10 de octubre en La Casa de la Poesía. Espero que la pandemia me permita llegar a Río Cuarto. No tengo aún confirmada la fecha, pero creo que será el 8 o 9, ya que el 10 debo estar de regreso.

Jóvenes como ellxs son a los que yo invitaría para que integren ese partido único por la humanidad, y les pediría que se acerquen al espacio Insurgencia Cultural que me parece interesantísimo. Pienso que ese espacio se podría ampliar muchísimo más y que las redes sociales son el medio para lograr un punto de encuentro para quienes tenemos inquietudes similares. Veo en ese espacio una proyección hacia el futuro. Podría extenderse a otras Insurgencias: Políticas, Ecológicas, Derechos Humanos, Educación, Salud, etc… Hay que buscar líderes que nos representen, pues sin organización es muy difícil el avance. Y esos líderes tienen que ser lxs jóvenes.

-¿Cómo surgió este libro: Glauce? ¿En que dirías que se parece y en qué se diferencia con tus otros libros?

-Este libro comenzó a escribirse sin ninguna finalidad, sólo por estar de algún modo con Glauce, o con su espíritu. Pero en 2015 ocurrieron varios sucesos, he contado dos en el libro, ahora cuento otros dos. Se cumplían los 20 años de la muerte de Glauce y Hernán Jaeggi me pidió poemas para el primer número de la revista “Palabra de poeta” y allí le envié los tres primeros textos. Luego me invitaron a un Homenaje a Glauce en el marco de la Feria de Libros en Villa Carlos Paz, allí leí algunos de estos textos como introducción a los poemas de Glauce. En el año 2018, motivada por la edición de Mi Signo es el Fuego,  Obra Completa de Glauce que publicó Caballo Negro, retomé el texto y le di la forma que el libro tiene actualmente, salvo el agregado de algunos poemas más de Glauce y de los dos poemas míos que inicialmente no estaban incluidos. Decidí la edición con el propósito de que sirviera como un relanzamiento de la Obra Completa de Glauce, ya que por la pandemia toda posibilidad de difusión se ralentizó, pensando que a esta altura del año ya la tendríamos superada.

Creo que se diferencia de otros libros porque aquí intento una integración de los géneros narrativos, poéticos y dramáticos con mayor decisión o arrojo si se quiere. Ya hay un conato de este procedimiento en otros libros míos como Isadora –jardín de invierno, y también en Fecunda, pero en ninguno de ellos incluí la narrativa casi a secas, para llamarla de algún modo. Sí la escenas dramáticas que me parece que constituyen ya una marca en mi escritura.

-¿Por qué lo definís como de antipoesía?

-Lo de antipoesía me viene de Nicanor Parra. Hay un poema que él dedicó a su hermana Violeta que a mí me conmovió muchísimo. Y creo que de allí puede haberme quedado esa suerte de lenguaje íntimo, espontáneo, como si uno hablara entre pares o entre amigos. Diría que surgió de ese modo y yo no lo inhibí ni lo censuré, dejé que el propio texto buscara su forma y a partir de esa forma le fui agregando o quitando, pero siempre en función de esa estructura surgida. Después de cerrado el libro, pensé que los textos narrados cumplen la función de conformar un marco para el realce de los poemas de Glauce, y que las escenas responden al modo de comunicarse de Glauce. Ella pocas veces contaba un hecho, casi siempre escenificaba, aún en cosas tan cotidianas como era el ir a cobrar su jubilación; hacía una actuación espontánea.

-Contar esta historia y de esta manera, ¿creés que fue un modo de acercarte más a Glauce, su poesía, su vida?

-No. Fue un modo de estar con Glauce, pero Glauce está en mí de un modo tan vívido que ningún texto puede sustituirlo. Lo que sí me ha ocurrido a la hora de seleccionar las escenas que aparecen en el libro, ya que inicialmente el libro era mucho más extenso,  es que de alguna manera me he querido desprender de aquello que me perturbó y que se fijó en mi memoria tan obcecadamente que después de 20 (26 años ahora) de su muerte me seguía atormentando. Digamos que quise curarme de los aspectos más dolorosos de Glauce, para quedarme con aquella Glauce vital que también conocí. Algo de esa vitalidad aparece en Fecunda, un libro que publiqué en 2010. Glauce es una de las protagonistas.

-¿Creés que tu libro dialoga con la literatura de género que se está produciendo y difundiendo más en estos últimos años?

-Ya Isadora –jardín de invierno se perfila como una escritura de género. Mi proyecto en ese momento era tomar diez o doce mujeres transgresoras que nos hubieran marcado un camino en lo referente a la lucha por la igualdad de géneros. Cuando me topé con Isadora, fagocitó ese proyecto, ella es a todas luces un prototipo de las mujeres transgresoras. Sin embargo, persistió en mí esa idea y si tengo tiempo seguramente la iré desarrollando. Glauce desde luego es otro paso en esa dirección. Y también lo es Emily al que le estoy dando los ajustes finales, aunque creo que lo terminaré de ajustar en las pruebas de galera como me ocurre generalmente.

Yo no soy una feminista extrema. No estoy en contra de los hombres, ellos fueron, son y seguirán siendo nuestros compañeros. Tengo muchos amigos varones a los que adoro. Y en mi profesión de contadora he encontrado colegas fantásticos que no sólo me han valorado sino que me han enaltecido. Tuve sí inconvenientes en conseguir clientes de mayor envergadura económica porque en términos generales preferían a los contadores hombres, posiblemente por tener más confianza en comentarles sus fechorías. Pero al margen de mi experiencia personal, se trata simplemente de que las mujeres tengamos las mismas oportunidades y el mismo salario o los mismos honorarios por igual trabajo. Que podamos ocupar cargos relevantes en la sociedad y que los varones acepten que puedan ser dirigidos por una mujer. La mujer no puede ser ya Juana de Arco, a la que se la quiera llevar a la hoguera por las mismas acciones que los hombres se han hartado de cometer. Y esto vale tanto para la política, como para la sexualidad, como para las relaciones laborales, comerciales o cualquier otra cuestión.

-¿Por qué seguís eligiendo editoriales independientes, pequeñas, de Córdoba para editar tus libros?

-Porque las editoriales independientes son las únicas editoriales argentinas. Esto quiere decir que todas las grandes editoriales son extranjeras. Empresas sujetas a las leyes del mercado que ellos mismos digitan, orientan y difunden; empresas asociadas a su vez a las grandes corporaciones mundiales que acaparan la industria del libro y que son selectivas a la hora de elegir los contenidos de sus ediciones, sobre todo cuando se trata de autores no tan conocidos. Esto es, asegurarse la ganancia antes de haber invertido.

Y también, porque me gusta el trato ameno y directo con el o la editora, siento que es un trabajo conjunto y tengo en alta estima a quienes ponen tanto esfuerzo para tan poco resultado económico. También ellos son poetas. Siento que los editores independientes hacen un trabajo silencioso, pero sostenido en favor de la cultura y que satisfacen a una parte de la población que elige sus lecturas haciendo oídos sordos a las grandes difusiones comerciales que aparecen en todos los medios, incluso en la misma vidriera de las librerías.

Y por último, diría que aprecio más que nada la libertad de escribir lo que me surge desde mi fuero interno y tener la tranquilidad de poder hacerlo sin que nadie me corra por detrás. Para mí lo sustantivo (en el sentido de sustancia) es escribir, lo otro es secundario aunque sería necia si no admitiera que me gustaría ser leída por el mayor número posible de lectores. Uno escribe siempre para otro.

-¿Cuáles son los proyectos que se vienen? Sé que tenés libros inéditos y otros con ganas de reeditar…

-Me gustaría editar mis obras reunidas, pero encuentro cierto inconveniente en ello; y ese inconveniente es que no podría hacerlo en un solo libro. Pienso que este anhelo debiera concretarse en distintos tomos.

Sí quisiera reeditar Isadora, jardín de invierno un libro totalmente agotado y que está dentro del programa de la cátedra Literatura de Córdoba en la Facultad de Letras de la UNC. Muchos alumnos me han dicho que tienen una fotocopia de ese libro. De hecho, yo misma he sacado muchas fotocopias porque no tengo ejemplares para vender ni para regalar.

Y también tengo dos libros inéditos: un pequeño poemario Pelusa al que hice referencia al comenzar esta entrevista. Emily del que también hablé. Tengo otros textos sueltos y varios en proceso, y mucho en mente a desarrollar.

-¿Querés agregar algo más?

-Quisiera agradecer a Cartografías por la excelente edición de Glauce y por la afabilidad de todos los que han contactado conmigo. A Bibiana Fulchieri por el magnífico retrato fotográfico de la tapa. A María Teresa Andruetto por la contratapa. Y a cuatro lectoras previas que me acompañan, sugieren y opinan en este metiere de la escritura, algunas desde hace años como Susana Arévalo y Susana Romano Sued, y otras más recientes, aunque amigas desde hace mucho tiempo, y muy valiosas como Paula Giglio y Silvia Barei.