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Alejandro Schmidt: “Todo el arte del interior es desconocido y menospreciado por Buenos Aires”

Alejandro Schmidt nació en Villa María, Córdoba, en 1955. Cuenta que escribe desde los 13 años, época en que también empezó a trabajar. Escribe en un poema de su último libro, Problemas con la vida, de próxima aparición: “Escribo de 5 a 10 poemas por día/algunos los posteo/algunos los guardo en el hotel o en el viento”. Nunca dejó de escribir ni de publicar: publicó 55 libros de poemas; también durante más de 20 años dirigió una editorial de poesía y, además, siempre que puede es puente con poetas que no encuentran una editorial donde publicar su obra. «Siempre tuve la vocación de difundir. Todo lo que se haga por la poesía es poco», dice.

Cuando se le pregunta si cree que hay cuestiones dichas desde la poesía “del interior” que de otro modo no circularían, no duda en responder: «Por supuesto: todo el arte del interior y más el nuestro, que es del interior del interior, es desconocido y menospreciado por Buenos Aires y las respectivas capitales provinciales».

Militante de la poesía de toda la vida está atento en particular a la escrita por mujeres: le dedica el libro a la poeta Eda Nicola, y en un momento de la conversación dice: «La poesía escrita por mujeres me parece la más importante de este siglo».

Alejandro Schmidt
Alejandro Schmidt

-¿Qué significa para vos publicar un nuevo libro? 

-Hace un tiempo que siento lo que publico como parte de un río, de un fluir de mi demencia por una tierra poco amable. No cuento los libros. Es algo que va…

-¿Cómo surgió el título Problemas con la vida?

-Porque es eso: Problemas con la vida; no problemas con mi vida, sino con la representación de lo que convenimos en llamar la realidad. Mis últimos cuatro libros han trabajado con eso.

-Si mirás hacia atrás, ¿qué recorrido ves de tus primeros poemas a estos? ¿Sentís, como dice Javier Magistris en la contratapa, que hay ahora un tono más personal?

-No podría asegurarlo. O sea, desde En un puño oscuro me parece que hay un tono más personal. Quizá Javier lo dijo en el sentido de que permito que el yo se entrometa más.

-Decís en un poema: “Escribo de 5 a 10 poemas por día/algunos los posteo/algunos los guardo en el hotel o en el viento”. ¿Te sentís identificado con esto de “vivir en estado de poesía”?

-Vivir en poesía es solo el momento de escribirla, por lo demás llevo una vida absolutamente ordinaria y modesta.

-¿Cómo juegan en vos tus condiciones de producción: escribir desde un hotel (de hecho “Hotel” agrupa la primera parte de los poemas de este libro), en una ciudad que elegiste hace relativamente poco (Río Cuarto), en pandemia?

-No juegan: desde los 13 escribí con todos los medios y en todos los lugares que puedas imaginar. Solo o con gente. Rico o pobre. Me formé así. No tengo rituales, condiciones, necesidades a la hora de escribir.

-¿Qué son los bares para vos, que siempre están en tus libros? Decís en unos versos de El espacio intermedio: A veces me pregunto(…) Por qué hice de los bares/ Mi casa y mi desierto…

-Voy a los bares desde los 13, que es cuando comencé a trabajar y disponer de mi dinero. Toda la vida. Sí, son un lugar amable para mí. Leí y escribí en los bares siempre, también es el lugar de la amistad.

-Sos muy activo en redes Facebook, de hecho uno de tus poemas se llama Facebook. ¿Qué encontrás en ese espacio virtual?

-Es estimulante, como lo fueron los 14 blogs que sostuve durante años. O antes los medios gráficos y las revistas.

-¿Sentís que en tu poesía puede leerse entrelíneas la historia de la Argentina?

-Específicamente en Videla, fragmentariamente en toda la obra.

-¿Cómo es tu rutina como lector, cómo detectás libros que te interesan y cómo te las arreglás para dar con ellos? Incluso en algunos poemas reconocés que perdiste ya cuatro bibliotecas…

-Compro nuevos y usados, canjeo, voy a bibliotecas, me prestan libros. Leo entre 5 y 7 horas por día de enero a enero, de lunes a lunes. De muchos modos, perder las bibliotecas, que sumarían unos 20.000 libros, fue una liberación. Las lecturas que importan, bien o mal ya están en el ser. Ahora tengo un poco más de un centenar de libros.

-Hace poco nos recomendaste editar a la poeta Soledad Vargas. ¿Por qué te parece importante colaborar, ser ese puente con otros y otras poetas de nuestro medio?

-Siempre tuve la vocación de difundir. Todo lo que se haga por la poesía es poco.

Alejandro Schmidt, en una selfie que se tomó el autor en pleno confinamiento

-¿Sentís que hay cuestiones dichas desde la poesía “del interior” que de otro modo no circularían?

-Por supuesto todo el arte del interior y más el nuestro, que es del interior del interior, es desconocido y menospreciado por Buenos Aires y las respectivas capitales provinciales.

-Noto que estás atento a la escritura de poetas mujeres. ¿Esto es así? ¿Tenés una conexión en particular con la mirada poética cruzada desde el género?

-La poesía escrita por mujeres me parece la más importante de este siglo.

-Le dedicás el libro a la poeta Eda Nicola: ¿Quién es Eda para vos?

-Eda Nicola es una gran poeta, gran persona y es mi amiga. Muy buena lectora y tenemos muchas coincidencias en lo espiritual.

 

-¿Qué poetas admirás? Clásicos, contemporáneos… los imprescindibles para vos hoy

-Me gustan Molinari, Juan Ele, Madariaga, Bailey, Gelman, Fijman, Arlt, Piglia. Todo el romanticismo alemán, las literaturas colombianas, alemanas y norteamericanas en su totalidad. Leo mucha teología y filosofía clásica y contemporánea hasta Heidegger.

-Fuiste traducido a once idiomas. ¿Qué te ocurre cuando te leés en otro idioma?

-Leer mi poesía traducida no me produce nada.

-¿Qué extrañás de la vida antes de la pandemia?

-Viajar y ver amigos, sólo eso.

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Eda Nicola: «La mesa de escribir es mi vida profunda»

Eda Nicola, poeta

La poeta Eda Nicola nació en Coronel Moldes, en Córdoba, en 1969. Ella cuenta que la coincidencia de ser una niña asmática y que en su casa de la infancia hubiera muchos libros infantiles, por la profesión de su madre que era maestra jardinera, marcó su acercamiento temprano a los libros. «El tener que estar tranquila, y en lo posible quieta, para cuidar mi respiración vacilante, me hizo pasar mucho tiempo desde pequeña, entre libros y papeles. Antes de aprender a escribir dibujaba mucho. Había en casa muchos libros infantiles con buenas ilustraciones, eso, y vivir en las afueras del pueblo, casi en el campo, es decir en estrecho contacto con el mundo de la naturaleza, siento que fueron factores importantes para que creciera en mí un mundo interior volcado a imaginar, y a vivir como en ensueño».

Cuenta, también, Eda que de pequeña era muy tímida. Socializar era un problema para ella. «Me sentía más a gusto en mi casa y recuerdo que disfrutaba mucho mis momentos de soledad. Después, en la temprana adolescencia, 13 o 14 años, ya escribía mis primeros poemas y empecé a formarme en un taller literario de mi pueblo. Recuerdo con sincero amor ese tiempo. En el staff estable estaban Marita Echave, Marcela Giovanella, Kika Bovio, Yolanda Fernández, Gloria Pontel, y yo. Leí mucha poesía excelente desde muy joven gracias a estas mujeres que fueron muy importantes en mi formación, y me fueron abriendo el camino». Las mujeres, primero su madre, luego las talleristas, las primeras poetas que leyó fueron tramando su mundo literario.

-¿Cómo articulaste tu formación académica con tu camino ya iniciado en las letras?

-Estudié el profesorado de Lengua y Literatura en la Universidad Nacional de Río Cuarto. Eso amplió y fortaleció mi campo de lecturas, y sin duda repercutió en mi propia práctica de la escritura. No durante el tiempo en que cursé la carrera. Fueron los únicos años que no pude escribir casi nada mío. Asumí con demasiada intensidad el rol de lectora, supongo, y la mirada crítica hacia las obras. ¿Qué me dejó esa formación? Supongo que poder hacer conciencia de la forma literaria, de las capas y capas que hay en una obra literaria, de la complejidad del lenguaje. Pero, por suerte, cuando tomé distancia de ese abordaje, pude regresar a mi propio modo de escribir, que es más bien un tanteo en la oscuridad. Un dejarme llevar por la palabra, a ver qué sale en el camino, con qué me encuentro. Escribir es para mí, una entrada en el misterio. Cuando ya tengo lo que escribí, puedo mirar, digamos racionalmente, si lo que escribí tiene cierta coherencia interna, si hay redundancias, si hay que agregar, sacar, reformular, pero eso siempre sucede en un segundo momento. No al principio. No escribo desde la razón, mi mente es muy fuerte en general, pienso de más, a veces, y siento que, en mi práctica de la escritura, me limita.

-¿Sentís que tu voz está permeada al sitio desde el cual escribís, un pueblo agropecuario, fabril en el medio de la pampa húmeda?

-Yo te puedo decir lo que me conmueve y lo que no, tanto del sitio donde nací como del lugar donde ahora vivo, que es similar, y de la misma zona, ahora bien, qué aparece, y cómo, en mi escritura, siento que no lo puedo ver de modo más o menos objetivo. Eso lo podrán decir quizá con mayor precisión los lectores…

El mundo natural, en sus pequeños seres y en su inmensidad me habla, me dice, ese es el mundo que miro, al que estoy atenta, la madera, el fuego, el cielo abierto, el campo y el ritmo de las estaciones, lo eterno que percibo en la impermanencia de las criaturas. Un árbol, una piedra, una rama quebrada, seca, los pájaros. Los pájaros volando alto, dibujando el cielo, desde niña me fascinan. En las caminatas por el campo me detengo a ver pasar una bandada de patos o de loras, como cuando era una niña. Todos los animales del campo y su pureza, es una pureza que abruma la que veo en la mirada de las vacas o de los caballos. Me deja sin aire. Las lagunas en el campo, con sus juncos. El silencio del agua quieta en los atardeceres, toda esa maravilla. Ese concierto, esa armonía perfecta. Eso me conmueve profundamente del sitio donde crecí y del lugar donde vivo ahora, que es un pueblo también de la pampa húmeda. En cambio, el ruido de las máquinas, de los tractores, por ejemplo, cuando era una niña y se sembraba o se cosechaba la tierra, o de la fábrica, ahora, donde vivo, que es un pueblo industrial, me resulta totalmente indiferente. Me da igual que esté o no esté. No le dice nada a mi sensibilidad el mundo tecnológico. Está ahí, pero es como si yo no lo viera.

Dibujo de Malena Martinetto

Por supuesto que entiendo perfectamente la configuración social que rige en los pueblos pequeños, tanto en el que nací como en el que ahora vivo. Su sistema de jerarquías, de aceptaciones y rechazos, regulado básicamente por el poder adquisitivo de cada quién. Quiero decir que no soy ingenua, entiendo perfectamente el mundo en el que vivo. Y no me parece muy diferente de lo que sucede hoy en todos lados, es el mundo en que vivimos, así como es, materialista y consumista, donde la vida humana ata su valor a la circulación en el circuito económico (este argumento está trabajado en Círculo de fuego, otro de mis libros, también editado en Cartografías, con el símbolo de los demonios).

Nuestro mundo es así, pero para mí son solamente circunstancias externas a lo que me interesa, que podría explicarlo así, y sin duda no podré decirlo con exactitud, pero me refiero al enigma de la vida y de la muerte, del bien, de la verdad y la belleza, el enigma de ser, al escribir, algo así una conciencia testigo de lo que es. Y me viene a la mente ahora mismo, por esta reflexión, una cita preciosa, con la que Calvino cierra su libro “Las ciudades invisibles”, la voy a buscar para citarla exactamente, es así: “el infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio.”

-Sobre el libro que nos convoca, Mesa de escribir: por algunos comentarios en redes da la sensación de que era un libro esperado por vos y quienes te siguen, ¿por qué?

-Publico bastante en redes sociales, te diría que casi todos los días. Escribo mucho y tengo eso de compartir, de ofrecer libremente lo que escribo a los lectores, y recibo comentarios generosos, siento que lo que escribo de alguna manera resuena en quienes me leen. Con Mesa de escribir, que fue una serie de poemas que escribí relativamente en poco tiempo y de manera muy intensa, se produjo una linda química con los lectores. Seguían las locuras de esa mesa delirante, y yo las seguía con ellos. Preocupada, en mi caso, cuándo terminaría la furia. Cuando dejaría de hablarme y hablarme así. De día, de noche, a la madrugada, sin descanso. Hasta que, por fin, cerró la boca y el libro llegó a su fin. En realidad, no sé si la mesa se calló al fin, o yo dejé de escucharla, y la abandoné, agotada. Ahora lo cuento un poco en broma, pero realmente fue intenso para mí escribir este libro. Algo parecido me sucedió con Círculo de fuego.

-¿Qué es la mesa de escribir para vos? ¿Tal vez la mesa sea la poesía, las palabras esas que te salvan de la locura o de vaya a saber qué?

-La mesa de escribir es mi vida profunda. Y mi vida profunda es escribir, desde la infancia. La escritura es el sitio donde puedo darle un cauce a ese desborde de sensibilidad que me provoca el mundo. Poner en palabras es dar un orden arbitrario, imperfecto, parcial, sesgado, sin duda. Pero es un orden al fin. Y claro que me salva de cierto exceso de sensibilidad. No sé, si no pudiera escribir, sería difícil para mí, no me lo puedo imaginar. Tal vez bailaría, pintaría, cantaría, ubicaría esta sensibilidad dentro de los límites (y en la expansión, también) de una disciplina artística. Lo necesito para vivir con cierto delicado, y frágil, equilibrio.

Dibujo de Malena Martinetto

-Siento que este libro interpela a todo quien escribe: esas sensaciones de querer hachar la mesa, prenderle fuego, la angustia de la «mesa vacía», la posibilidad de rehacerla luego cuando el trabajo empieza a salir. ¿Allí están los fuegos de la escritura, de la inspiración, de las horas de trabajo, también?

-Todo eso que decís, salvo la mesa vacía, en este libro el problema era más bien el opuesto, estaba excesivamente repleta y todas las criaturas que la habitan me hablaban a la vez. Ahora las criaturas siguen ahí, pero más calmadas. Escribo todos los días, con un ritmo parejo, sin desborde psíquico, y físico, como me sucedió con este libro. Hubo días en que no sentía el cuerpo, ni hambre ni sueño. Estuve exhausta. Esto te lo digo por lo que decís del cuerpo, claro que es así, escribimos con el ser completo que somos. Y digo más, que no conocemos en profundidad. No somos una máquina previsible y programable los seres humanos. Escribo también, por mi caso lo digo, para conocerme, para saber quién soy, en última instancia. Se me va a ir la vida buscado ese saber y no lo encontraré, lo sé, pero no puedo resistirme a ponerme en viaje.

-¿Lo diste a leer a escritoras/es cercanas/os? ¿Qué devoluciones tuviste?

-Sí, por supuesto. Varios amigos escritores lo iban leyendo. Mi preocupación era que estuviera repitiéndome, poniéndome redundante con la mesa de escribir, y era tan intenso mi estado que temía no darme cuenta. La mirada de ellos me ayudó a centrarme, a tomar aire, y poder seguir. Son fundamentales los amigos escritores, son personas que te entienden porque están en un sitio similar al tuyo y con problemas parecidos, aunque cada escritor es un mundo propio, y cada uno es único. Gran parte de la atención que recibo en las redes tiene que ver con dos amigos que me leen y me han ayudado mucho en este último tiempo. Sobre todo, me han ayudado con la confianza en mí misma y en lo que puedo ofrecer en el campo de la poesía. No quiero dejar pasar esta oportunidad sin mencionarlos. Se trata de Lily Chávez y de Alejandro Schmidt.

Dibujo de Malena Martinetto

-¿Sentís que otras mujeres están frente a tu mesa de escribir, tal vez ocupando este lugar que su época les negó cuando escribir era cosa de hombres?

-No, no siento en lo particular que escribir sea para mí algo así como una reivindicación o un sitio ganado con esfuerzo, la verdad que no. Sigo con atención y respeto el colectivo de mujeres que están haciendo el trabajo de concientizar el duro peso del patriarcado en la vida cotidiana de muchas mujeres. Me parece un proceso necesario. Una búsqueda de equilibrio en el reparto de derechos y obligaciones, y noto claramente cómo mis hijas mujeres son ahora muchísimo más libres y dueñas de sí mismas que lo que era yo a su edad. Esto en lo que respecta a la vida social, vincular.

Pero en mi caso particular, y en el caso específico de la escritura, quizá porque las mujeres que me criaron, madre, abuelas, tías, eran mujeres fuertes, que supieron ganar, tanto en la familia como en la vida social, respeto para sus propias vidas, no lo siento así. No siento que yo esté haciendo nada que mi mamá, por ejemplo, si lo hubiera querido, no hubiera podido hacer. Además, hay otra situación particular que se dio en mi caso.

De los libros de mi infancia recuerdo la colección de los libros preciosos de unos señores que se llamaban los hermanos Grimm, Perrault o Andersen, ilustrados por una mujer que se llamaba María Pascual. Debo decir que cuando yo crecí con esos libros, tan importante, o más, que los señores que los habían escrito, era la persona que los dibujaba. Esas ilustraciones son sublimes, eran verdaderos libros-álbum, como se les dice ahora (voy a agregar algunas fotos de los restos de esos libros de mi lejana infancia, algo pudo salvarse de las travesías que hubo en la familia desde ese tiempo hasta hoy) Y también, crecí con toda la obra para niños de María Elena Walsh, mi madre era una apasionada de la literatura para niños, era magnífica contando sus cuentos a sus alumnos, muchos la recuerdan aún hoy y, por supuesto, tenía una biblioteca muy bien nutrida que era mi delicia. Recuerdo también a Laura Devetach y su torre de cubos (y la desobediencia de tener ese libro que estaba “prohibido”, yo no entendía muy bien que sucedía, era una niña en el 76, cuando aprendí a leer, pero mi mamá, a mis ojos, era una persona valiente y osada, un modelo para mí, por ese tipo de detalles) Y otra mujer me viene a la memoria, María Hortensia Lacau, y su burro Ramón, “ay mi burro Ramón, cuatro manchitas blancas y una marrón…”, yo amo al burro Ramón, al burrito Platero no llegué a conocerlo en el momento adecuado, en fin, qué quiero decir con todo esto. Que cuando yo crecía e iba entrando en el mundo de la literatura, lo hice principalmente de la mano de mujeres.

Marita Echave, gran amiga de mi madre, vecina de la casa de mis abuelos, fue la primera persona de mi círculo de conocidos que tenía un libro escrito por ella. Eso para mí fue deslumbrante, un libro precioso de Marita, “Vuelo en cruz”. Mi taller literario, todas mujeres…Yo a esa edad pensaba que la literatura era cosa de mujeres, como tejer o bordar o cocinar. Los hombres, en cambio, trabajaban en el campo de sol a sol, o iban a cazar o a pescar, al bar a jugar al truco, y no les importaba para nada la literatura.

-Respecto de tu estilo, tanto en este libro como en Círculo de fuego, por ejemplo, la poesía y la prosa se tocan, se fusionan. ¿Trabajás con la libertad de que un poema se pueda convertir en prosa poética y viceversa?

-Como te decía antes, el pensamiento acerca de lo escrito por mí llega en un segundo momento. No me preocupa para nada antes. Escribo como viene, a veces breve, lacónico, a veces tan extenso, como un río que no cesa y fluye y fluye, y lo dejo correr. A propósito de la extensión de los poemas, si breves, si extensos, una vez conversando en un encuentro con otro escritor, él me dijo algo así, que cada poema tiene la extensión que necesita para ser él mismo. Quisiera tomar esa reflexión como apropiada también para esta cuestión de los géneros, y responder así, que el poema toma del vasto campo del lenguaje lo que necesita para sí mismo. Porque en última instancia, lo que determina que sea un poema es que pueda tocar la sensibilidad del lector, que haya esa chispa, esa energía, no si responde a la estructura de un soneto o si es un verso libre.

-¿Cómo fue el trabajo con tu hija, que ilustra la tapa? ¿Ya tienen un modo de trabajo conjunto, un diálogo sobre ambas obras, considerando que no es la primera vez que ilustra un libro tuyo?

-El primer libro que me dibujó Malena, tapa e interiores, fue “Bajo la luz de una pequeña lámpara”, que salió en 2015 con Llantodemudo, una editorial de Córdoba. Fue así, cuando estábamos en el proceso y el editor me envió algunas posibilidades para la tapa, ella me dijo que, si yo quería, me dibujaba ella la tapa del libro. Por supuesto le dije que sí y así comenzamos. En ese entonces, iba a la escuela secundaria, hizo una orientación en Artes Visuales, y dibujaba mucho, y lindo para mí, le gusta hacerlo. Y con los años, podría decir que creo que el dibujo ahora es para ella lo que para mí es la escritura. Un sitio donde expresa su sensibilidad. Ella me lee siempre, no sólo a mí, lee mucho y de todo. Las veces que dibujó mis libros, los lee completos y después los dibuja, interpretándolos, como ella los ve.

-Esta pandemia, ¿cómo te impactó en tu ser y tu escritura?

-En mi vida no mucho en realidad, puedo mantenerme serena, no soy una persona temerosa, ni frente a esta situación ni frente a otras, tal vez las pérdidas, de mi madre y mi hermano menor, por enfermedad, me han hecho fuerte, con mayor aceptación de la muerte, no sé, pero no estuve ni estoy asustada. Y soy más bien solitaria, así que no ha afectado mi cotidianeidad. Sí extraño ver a mi familia, que viven todos fuera del pueblo en el que vivo, y no podemos reunirnos. Con la escritura ningún cambio, sigo escribiendo como siempre. Y con respecto a la circulación de los libros, sí, a los anteriores los pude presentar y siempre fueron momentos muy bellos, ese compartir, poder hablar de cada libro con personas a las que les interesa. Eso siempre es bello y por el momento no lo podemos tener. Así que habrá que hacerlos circular más en redes, hasta que se arregle esta situación de la pandemia (porque terminará en algún momento) y volveremos a encontrarnos en persona.

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Soledad Vargas: “Creo que las mejores pérdidas son las que valieron la pena”

 

Podría decirse que en Las mejores pérdidas, el último libro de la poeta Soledad Vargas, ella compila fragmentos de pérdidas a lo largo de su vida. En esta conversación, que es un minucioso recorrido desde sus primeros descubrimientos de la literatura hasta hoy, sintetiza: “En este libro, la posición puede ser esa: cómo se vive o qué se hace con lo que perdemos, aunque también creo que es una ilusión creer que se tiene algo”.

Soledad nació en  Salta en 1982. Hoy vive y  trabaja en Córdoba, como  médica psiquiatra y  psicoanalista.  Publicó su primer libro de  poemas  Nosotros nos  fuimos antes, en el año  2017, por Buena Vista  Editora.  Formó parte de la  antología  Órbita,  veintiuna poetas  cordobesas, Postales Japonesas Editora, 2019.  Colabora con  Divanes  Nómades, revista de la  Ecole Lacanienne de  Psychanalyse.

Soledad Vargas
Soledad Vargas, poeta

-¿Cómo llega la poesía a tu vida, la lectura, luego la escritura?

-Voy a ir de atrás para adelante, me sale recordar, y seguramente son recuerdos que se terminan de armar hoy. Incluso me atrevo a decir que esta respuesta sería diferente de acuerdo a la resonancia de cada día. En esta mañana pos día de la independencia, pienso que fue cierta sensibilidad que no me dejó escapar de un interés en las palabras, en cómo se ordenaban y cómo impactaban. Poesía creo que es toda esa experiencia que viene a mover el mundo como lo conocías, y mirás a los otros para ver si también sintieron el sismo y crees que nadie lo sintió. La poesía como una alucinación, íntima, y casi inexplicable.

Recuerdo en mi niñez, llegó a mí el diario de Anna Frank y algo de ese mundo que escribía en pleno Holocausto me hacía sentir la experiencia literaria, el mundo que escribimos en medio de guerras o de pandemias. También me acuerdo de una serie televisiva, yanqui, doblada, en la televisión salteña de aire, llamada “Vicky La pequeña maravilla” o Small Wonder, que trataba de una niña robot que era “adoptada” por una familia en pos de un proyecto empresarial. Era irónica, filosa, era una suerte de pequeño espejo para esa familia. Pero a la vez ella iba adquiriendo cierta humanidad.

Yo debo haber tenido su edad cuando me encontré con ese robot, y no sabía que esa inversión de lo bien dicho me estaba afectando. “A una robot no le duele nada”, dice el padre de familia. Creo que así llegan algunas cosas importantes a la vida, esas que decantan, que las sentís a priori y las explicás a posteriori.

Traducir latín y griego de pequeña y sentir alegría en eso, preguntarme cómo pensaban o hablaban en el ágora si escribían en ese orden sintáctico, comenzar a incomodarme porque en el colegio una profesora tenía que darnos algunos autores casi en secreto porque no eran permitidos. Como Kafka o Kundera. Creo que eso tiró del hilo interminable de la lectura. Tanto, que no salgo sin un libro a la calle, parece un cliché, pero realmente me agarro del libro con el que salgo.

«Una noche presentí que me iban a robar, y pensé: ojalá que no sea la cartera, porque tenía una edición hermosa de César Vallejo. Por suerte, esa noche me robaron sólo el celular».

Una noche presentí que me iban a robar, y pensé: ojalá que no sea la cartera, porque tenía una edición hermosa de César Vallejo. Por suerte, esa noche me robaron sólo el celular. Sigo reflexionando y podría decir que la poesía, además, llegó con alguna forma de la locura, con el enamoramiento de la locura, con el apego a lo literal de la literalidad para hacer un esfuerzo sobre eso, con el encuentro con poetas en carne y en papel.

Ahora me pregunto, por ejemplo, sobre el encuentro con el verso. Me pasó con éste: No te salves no congeles el júbilo…no te quedes conmigo. No volví a leer a Benedetti, pero quizá con él conocí el verso, eso que va abajo, finales supuestamente efectivos. Lo imperativo de ese poema que te habla, que te incluye, que te pide algo.

Después pienso sobre cómo ingresó la idea de que yo misma pudiera llegar a ese ejercicio de escritura. Tuve intentos fallidos de muy pequeña, hay un juicio difícil de suavizar. Como decía Deleuze, el problema no es la hoja en blanco, el problema es la hoja llena de cosas escritas por otros. No sé si decía que era un problema y creo que hablaba de la pintura, pero estos son mis recuerdos. Tuve muchas etapas. Me parece que la fundamental es cuando sentí que había algo que se escribía en mí, más allá del papel.

Soledad Vargas

Cuando paso por la experiencia del papel-computadora es otro momento y es maravilloso porque el mundo se acomoda un instante para intentar decir algo que quiero que exista, que tenga más forma que una rumiación insostenible por el cuerpo. Supongo que busco la traducción de no sé qué. Es una actividad totalmente inútil en la lógica del pancapitalismo, pero es absolutamente necesaria para vivir algo vivible, para mí en todo caso.

Sigo con los recuerdos más actuales, creo que hubo un quiebre, para tomarme todo esto en serio, o con la seriedad que te hace vivir un poema cuando lo terminás de leer y tenés que cerrar el libro y parece que vivís fuera del tiempo y estás más de acuerdo con el mundo; esto sucedió cuando conocí a un poeta de verdad, no sé si eso es tan frecuente.

Este poeta me pedía ávido que le lea lo que comenzaba a escribir, ya con más soltura, menos miedo, menos melodrama; este poeta me dijo que el poema empieza cuando termina, que había que ponerse a trabajar, que le encantaban esos versos de Vallejo que dicen: “Mi madre me ajusta el cuello del abrigo, no porque empieza a nevar, sino para que empiece a nevar.”

 

“Mi madre me ajusta el cuello del abrigo, no porque empieza a nevar, sino para que empiece a nevar» (César Vallejo)

 

Un poema nos hacía nevar. Un poeta que también decía que el primer verso era fundamental para querer seguir leyéndolo, pero el último verso también. “¡Ahí tenés un final!”, gritaba emocionado. A veces repito estos, sus versos, como un mantra: “Algún día será tanto el amor que traigas, que no habrá espacio sino para él.” Es como una promesa, que, además, en el poema lo puso entre paréntesis. Una promesa entre paréntesis. Podría ser un título de algo esa frase ¿no?

Lo que quiero decir es que el poema te puede prometer que va nevar, o te va hacer conocer la nieve, o el mar. ¿Qué más se puede pedir?

-¿Cómo fue el proceso de creación, de escritura de Las mejores pérdidas?

-No sé cómo explicar un proceso más que pensando en los fragmentos, creo que las mejores pérdidas son las que valieron la pena. Son fragmentos de “pérdidas” a lo largo de años, pero que no tienen una lógica temporal. Entonces, considero que la poesía permite salir de ese tiempo cronológico y hacer algo con eso que supuestamente ocurrió durante años. Quizá eso hace que sienta que el proceso de creación fue de la mano de lo que fui viviendo.

En este libro la posición puede ser esa. Cómo se vive o qué se hace con lo que perdemos, aunque también creo que es una ilusión creer que se tiene algo. Escribo pensando en poemas, no en libros, eso puede ser una pequeña dificultad a la hora de reunir poemas, que intuyo pueden tener que verse entre ellos.

 

Pérdida: “Que no tiene destino determinado”. Y, desglosando las raíces, además, tiene el verbo “dare”, el verbo dar.

 

Me pasó en algún momento vital considerar que me había arrancado de muchos lugares y hablar con un amigo de oído para la poesía, y expresarle esto como una cantidad de pérdidas con las que podía hacer un museo. Entonces él me dijo, consolándome y creo que mudando algo: Sole, somos las mejores pérdidas. Le robé el título, él lo sabe, amé esa frase, pero cuando la escuché fue como el hilo de reunión de estos poemas, y quizás ahí empezó a gestarse el libro, como para atrás.

Me gusta cuando buscando el origen etimológico o la historia de algunas palabras, las palabras se mueven o te dan posibilidades. Pensar la pérdida como una privación o carencia, como lo define la RAE, no da mucha esperanza; pero en otro lugar encontré el origen: “que no tiene destino determinado”. Y, desglosando las raíces, además, tiene el verbo “dare”, el verbo dar.

Ahora me vuelve una película sobre Elizabeth Bishop, que se llama “Luna en Brasil” o también la tradujeron como “Flores raras”, en donde ella comienza leyéndole a un amigo un poema, que luego sería El arte de perder. En ese momento este amigo le dice algo así como que el poema es corto o le falta todo un cuerpo. Ella, un poco se molesta, o no entiende. Al final ella “completa” ese poema, que no es nada menos que sobre el arte de perder. Entiendo que pudo escribir sobre ese arte sólo habiendo vivido, sobre todo habiéndose movido. No deja de ser un arte sobre el encuentro. Quizá perdemos lo que nos encontró. Y después escribimos sobre ello.

-¿Qué relación tramás entre poesía, amor/desamor y dolor, que se tocan, se confunden en estos poemas?

-Se confunden, y seguirán confundidas. Creo que la relación es una pregunta. Fuente de seguir deseando. Una “excusa” digo en algún poema. Yo creo que los poemas van a ese lugar adonde está todo permitido. La poesía goza de impunidad, por lo menos yo como lectora la experimento así. “¿Vivir es responder?”, se pregunta Susana Villalba en un poema. Seguramente la pregunta ya está planteando una posición. Podría decir también que la poesía es la excusa para salir de la anécdota y entrar en el instante. Perdernos ahí puede amortiguar el dolor y darle consistencia a los días. Comprender algo escribiéndolo para no comprenderlo y que, sin embargo, el agua no se estanque.

Soledad Vargas

Ahora me pregunto si se puede escribir poesía sin haber sentido que amaba, si eso será posible; amando lo que se ame, un pájaro, un lugar, un recuerdo, en fin, una representación que te vuelva y te regocije y con la que puedas algo más que enajenarte.

-Se descubre una mirada de género de los poemas: ¿está esa intención de denuncia en tu poesía?

-Dudo de la poesía con intención, como que ya intervendría algo de la voluntad, y considero que la experiencia poética es sin destino, sin pasar por la cabeza. Creo que después hay una operación de lectura, y allí lo que yo opine sobre lo que escribo no tiene lugar.

Entiendo que en estos poemas hay una búsqueda, y que esa búsqueda definitivamente la hace un yo poético femenino, que ensaya decir algo de los golpes, incluso cuando el golpe fundamental creo que es un golpe a cómo te contaron la historia. Y la poesía en su función más bella violenta eso instituido.

Hay mucho de político en un gesto poético, si eso político transforma algo y se puede leer como denuncia llegará por añadidura, y no por eso con menos fuerza.

-¿Cómo sentís que juega tu experiencia como psiquiatra y psicoanalista a la hora de escribir? 

-Como decís, mi experiencia juega. Pensando en todas las voces que yo encuentro en estos poemas, reunidas en una sola, que, si tuve buen oído, es la que finalmente recorre todo el libro (o gran parte). Siento que ahí está el juego, en escucharlas, en dejarme tocar por los espacios heterogéneos que transito y dejarlas salir cuando pulsan hacia la escritura… espacios, también, donde considero que muchas veces soy testigo de operaciones sobre la lengua. Además, hoy prefiero dialogar más con la idea de que somos un montón de experiencias bombardeándonos e intentando reunirnos en un ego que no existe. La escritura da la posibilidad de fijar lo errante y desatar lo fijo, decía Marosa di Giorgio.

Por supuesto que también escribo en historias clínicas…pero ese es otro asunto.

-Sobre la estética del libro: ¿cómo la trabajaste?

-Como una composición. El libro como un objeto, con el que también una se encuentra me sigue interesando. Leo mucha poesía y creo que, desde el título o el diseño de una tapa, se sigue componiendo algo con lo que hay en el interior, o descomponiendo. Pero en lo más concreto, diría que tuve la posibilidad y la alegría de que la idea me llegue y no al revés. No fue mía. Sólo la acompañé. Me parece una foto bella, frágil y delicada, como una pérdida. Fue compuesta especialmente en diálogo con lo escrito. Creo que es un poema más del libro, que no entiendo, y para qué explicarlo.

 

-En algún poema hablás de la epidemia de la lucidez, de la cuestión de la tecnología como ese estar falsamente en vida y en línea. Parecen temas exacerbados con esta pandemia de coronavirus…

-Todo este libro se escribió antes del famoso coronavirus. Pero casi todo él, fue víctima de los efectos de lo que sigue siendo una pandemia. En algún chiste en las redes dije que era un libro atrapado por la pandemia, que hablaba sobre el amor, la otra pandemia. Escribo en esta época, seguramente algo se venía sintiendo.

Y en este tiempo leyéndolo desde la pandemia, he recibido comentarios de distintas índoles. Digo, como se leen Las mejores pérdidas en tiempos tan totalitarios, tan que todo falta, o todo sobra. Todo tan afuera, todo tan adentro. De hecho, durante estos últimos meses tuvimos grandes pérdidas, m

uchas de ellas forman parte de las mejores, así que sí, lo he leído y pensado desde este momento histórico tan potente.

Ya lo han dicho muchos pensadores, pero pienso en el virus como una lupa que nos ha hecho mirar más de cerca. O al revés, con una distancia que nos permite ver. Encuentro algunos poemas un poco teñidos de una experiencia crítica. Como citás, él “falsamente en línea y en vida”, parece un juicio, pero es más decir sobre una experiencia. Y ahora estamos no sé si tristes, pero haciendo malabares para inventar ese en línea y en vida.

-¿Cómo sentís que conversan estos poemas con tus anteriores?

-¡Se dan ánimo! Conversan desde una imposibilidad más amable. Y se dicen que, a veces, escribir es lo posible.

Por otro lado, pienso en que no sé qué cosa define la anterioridad, quizá la reunión en un libro. Pero leo a los “anteriores”, como pasos y a estos como una caminata con más ritmo.

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Elena Berruti: «Revolución es un sustantivo curiosamente femenino”

La joven poeta riocuartense, a propósito de la publicación de “Algo” (Cartografías, 2019), pone de relieve en esta entrevista para El Corredor Mediterráneo su compromiso vital con la lucha por un orden social más justo e integrador y que ella ejerce tanto desde su condición de poeta como de educadora.



Por Marcelo Fagiano

A sus 51 años Elena Berruti se declara mujer, madre, compañera, amiga, profesora de letras y poeta. Integró el taller Caja Negra y el grupo El Borde 5, de cuyas publicación participó. La prestigiosa editorial riocuartense Cartografías le publicó en los años 2007 y 2011 los libros “Zócalo” y “Pan apenas blando” y ahora hace lo propio con “Algo”.

También forma parte del grupo promotor del “Aguante Poesía”, Encuentro nacional de escritores, lectores y editores de poesía, y en este marco coordina la acción el “Aguante Poesía va a la Escuela” desde 2016. Asimismo fue directora de UniRío editora (UNRC) entre 2011 y mediados de 2015, y, desde 2017, creadora del espacio taller de poesía en casa “versoRaiz”.

Elena habita esta pequeña aldea pampeana del siglo XXI, fortín de la frontera sur, convertida en ciudad agrícola ganadera que se nutre de los recursos naturales de lo que en el siglo XVIII se consideró un desierto habitado por salvajes. Ella ha crecido aquí, recorriendo sus calles y habitando sus espacios cotidianos:

“Mujer/madre/compañera/amiga/profedeletras/poeta”. “Mujermente escribe, así como –y mientras- se juega, lee, denuncia, lucha, se enraíza con furia amorosa en madre tierra para tejer vínculos con otros y desplegar con sed de manada todas sus banderas…”, dice Marita Novo en la contratapa de su último libro de poesía “Algo”, publicado por Ediciones Cartografías con ilustración de tapa de Jimena Mateo. Por ese motivo, la invité a charlar para ECM, en uno de los espacios del Museo Municipal de Bellas Artes, sobre su obra y sus pareceres de la vida y el mundo que compartimos.

Uno supone que la poesía nació junto al despertar de la cultura humana, es decir, hay en nuestra historia innumerables voces, gritos y silencios pronunciados en su nombre. ¿Qué lugar crees que ocupa la expresión poética en las sociedades del siglo XXI?

Quiero creer, quiero poder afirmar que sigue ocupando un lugar como voz, como una voz social y una voz artística, estética en el sentido amplio de la palabra y, una voz ideológica, en el sentido de visión del mundo, de la vida, del hombre, de la mujer, y ese querer creer no es ingenuo, lo pienso desde las praxis en las cuales me siento con otros compañeros y compañeras involucradas, llamale docencia, animación de lectura y escritura, me generaría muchísima incertidumbre y, hasta vértigo, pensar que esa voz no ocupa ningún espacio, no se le asigne algún sentido, un valor, de igual manera me parece que también soy bastante reacia a pensar en asignarle un valor diferencial de elite, al contrario, con tanto soporte dando vuelta y diversidad de dispositivos y comunicaciones que se van, no solo transformando, sino mutando los modos de comunicarnos o de incomunicarnos, creo que esta voz resiste, propone, interpela y, a veces, simplemente nos deja mudos en un primer momento de contemplación para después poder seguir en movimiento, pero sí, me resisto a pensar que es una voz para unos pocos, para unos elegidos, para unos expertos, lo pienso como una voz social entre otras tantas.

…y en relación a eso, ¿cómo pensás que se vincula la academia universitaria con el arte, la academia y la poesía?

En particular con la poesía… esto es algo que se da, no solamente en nuestra academia, en la universidad pública de Río Cuarto, acontece en carreras de letras de distintos lugares del país y de otros países, en particular en las currículas de letras, a menudo, ella ocupa un lugar bastante relegado, de cenicienta…

Pienso en Patora (Marta Cisneros), como profesora de Letras, ella tenía su bloque sobre las poéticas…

Patora es maestra, fue, es y será maestra de todas las generaciones de alumnos y de alumnas, en aquel momento, y de profes actuales que tuvimos la dicha de tenerla en Introducción a la Literatura, ella ha dejado una marca indeleble y a mí me gusta mucho apostar a eso, en ejercicio del laburo, porque tal vez el acto educativo sea eso, dejar algo, compartir algo, marcar…

…y volviendo al lugar que ocupa…

…me parece que estaba vinculado a varias relaciones de poder, porque el género narrativo, entre las novelas, el relato, está muy instalado en la cotidianeidad, antropológicamente es central en nuestra esencia como especie y, en ese sentido, la academia ha reforzado esa preeminencia de la narrativa, incluso en el caso nuestro sobre el teatro mismo, sobre el drama, la literatura dramática. Con independencia de esa cuestión de estatus o de cómo le va la poesía cuando empieza a tener alguna tensión de poder en el ámbito de lo curricular goza, me parece, de muy buena salud porque también es muy requerida por los estudiantes, no tanto como objeto de estudio…pero si te acostumbrás que cada vez que empieza una clase lees algo, te lo van a reclamar el día que te olvidaste de comenzar por ese lado. La poesía circula entre nosotros, está en las letras de canciones, hay muchos blogs, está la cultura del fanzine que también a la poesía le es muy propicia para habitarlo, me parece que más allá o más acá de lo que la currícula mande o discipline hay una pulsión, un deseo de poesía entre los estrados de letras. La poesía a veces nos permite micro rebeldías interesantes, frente a lo institucionalizado, la burocracia, la meritocracia.

Siempre existieron proyectos colectivos que nuclearon a diversos jóvenes, a nuevas generaciones, en torno a propuestas artísticas, el cual parece ser un comportamiento humano bastante frecuente. En ellos, casi siempre, se construye, aunque inconsciente, desde algún paradigma, se festeja a determinados artistas, se olvida o ignora a otros. ¿Cómo fue la experiencia del taller literario “Caja Negra” en los ´90?

“Caja Negra” nos salvó del vacío de los ´90, ese vacío entre cultural, simbólico, artístico, social, ideológico. Yo era alumna de letras y me resistía a asumir que escribía, según yo… hacía ejercicios de escritura, y empecé a asistir a “Caja Negra” y me quedé medio a vivir, les debo a mis compañeros y compañeras del grupo sentirme y experimentarme como poeta. Teníamos una frecuencia de juntada semanal, con esa energía joven, fresca y despreocupada y a la vez muy seria, disciplinada, porque nos unía las ganas de leer y escribir, más que nada de escribir, era un taller literario, escribíamos, nos leíamos, hacíamos plaquetas, publicaciones económicas y que pudieran circular rápidamente, llegamos a hacer un programa de radio en la FM de la Universidad, lo recuerdo con mucha gratitud y como un momento de mucha energía creativa compartida que circulaba, de construcción y de reconstrucción de lecturas, discusiones estéticas, artísticas sobre no solo los gustos, sino las orientaciones ideológicas, estéticas de los autores o autoras que nos interesaban. En el grupo había diferencias de edades, había variedad generacional lo cual era una de sus riquezas, después quedó más reducido y se transformó en el “Borde 5”. Nos dimos muchos gustos, entre lúdicos y creativos, todo lo cual generó un sedimento, que cada uno de nosotros potenció de alguna manera, germinó, leudó, maceró para un lado o para otro y cada uno tuvo su propia evolución.

En algunos de tus poemas, prescindís del espacio y las palabras se unifican sin respiración posible, hay allí una búsqueda deliberada desde la forma, es un quiebre en la escritura convencional. Desde “zócalo”, “pan apenas blando” hasta “Algo”, tu último libro de poemas, es un rasgo que aparece con mayor frecuencia. ¿Qué podrías decir de esto?

Intento religar, tratar de unir lo que está escindido, separado, un ejercicio de reunir lo que se ha desunido, como un acto reparatorio, también creo que en otros casos puede obedecer a cuestiones más lúdicas de ritmo, pero mirándolo así, a la retrospectiva, le asigno ese valor como lectora.

Marita Novo en la contratapa de “Algo” usa Mujermente…

Marita, como autora de la contratapa del libro es parte de este paratexto que rodea, que acompaña y que presenta un libro, ha tenido un gesto por demás generoso, porque en general quien es invitado a prologar o a epilogar tiene todo el derecho del mundo a usar su propia voz y ella hace un juego muy redoblado y retoma tonos que son de la estética de “Algo”, de la política lingüística y en ese tono hilvana su propio discurrir en palabras presentándoselo a los lectores.

En una de las secciones de “pan apenas blando” (2011), decís “revolución es un sustantivo curiosamente femenino”. ¿Sentís, como poeta, que la escritura tiene que dar cuenta de las transformaciones que las mujeres impulsan hoy de manera militante en la sociedad? En el poema ochoeme de “Algo”, es contundente tu voz.

Aquella frase vista hoy al 2019, me parece un atisbo de una posición enunciativa que no creo que yo la haya conquistado o ganado, sino al revés, me ha permeado enormemente y celebro que así sea porque… no sé si la escritura tiene un deber ser, que dar cuenta de las transformaciones que las mujeres vamos protagonizando de modo militante en la marcha histórica, no lo sé, en teoría o como respuesta general y asertiva; menos pensarlo como un deber ser del o de la poeta o de la poesía misma como discursividad. Sí creo,  que aquellos chispazos, en este caso trabajándolo con el principio rector de la lengua que es masculino, genérico es masculino, así lo dice la RAE, así lo dice la colonia y la derecha también, por supuesto; en aquellos chispazos el yo de los poemas se referenciaba femenino al ochoeme de “Algo”… es tal cual lo decís vos: ha ganado la contundencia, no desde una voz individual, sino como voz colectiva de la que humildemente trato de formar parte: esta marea violeta y verde de mujeres por el empoderamiento, por la libertad de ser eso, mujeres, cada una a su manera y también por la necesidad de deconstruirnos en varias actitudes en las que nos encontramos muy habitadas por el patriarcado, no sé si es un deber ser, a mí me ocurre, me acontece, me atraviesa y me gusta que así sea, ser parte de esta marea, esta marcha histórica tan potente y a la cual hay que seguir construyendo día a día.

En el mismo libro expresas “…escribo como modo de intentar ser yo manera/lengua de mirarme…” ¿Siempre está presente en tu escritura ese impulso?

Entiendo a la poesía como un modo permanente de construcción de la propia identidad pero también de reconocimiento y de construcción y reconstrucción de esa identidad, por lo tanto, es necesario estar revisándola, limándole asperezas o generándole otras, la escritura es un laboratorio, una cocina interesantísima para hacerlo, pero también tengo la sensación de que en “Algo” en particular, tal vez por un efecto de edad, me parece que el foco de “mirarse” pasa más al “mirarnos”, hay una refocalización o al menos lo intento en la cocina de mi escritura, no sé si eso se logra o no, eso lo dirán los lectores, pero en términos generales, si bien sigue siendo una escritura del yo, hay una mirada más de lo colectivo, léase género, clase laburante, docente, escribiente, no se, mi escritura busca estar religándose a colectivos, no solo a la cuestión tan egodirigida, tan egocéntrica.

Tenés experiencia con talleres literarios (Verso Raíz actual y otros anteriores), además ejerces docencia en relación a la literatura. ¿Leer/escribir poesía, se aprende, se descubre, se nace poeta, hay en torno a ese oficio alguna creación personal o socio cultural que la conduzca?

Me parece que estaríamos bastante determinados si esperásemos, de pronto, que fuese una cuestión de cuna o de genética o de herencia, creo más en la lógica de la construcción, creo fuertemente en la pulsión; para que uno se anime a construir o a pensar que una práctica posible es leer y escribir,  pensando en lecturas y en escrituras creativas, tiene que haber una pulsión, está bueno que haya deseo, si media esa pulsión, si hay condiciones y oportunidades habilitadas por el entorno familiar, escolar, de laburo, estudio, oportunidades de disfrute de cultura, de arte… puede acontecer. El gran problema es cuando esas oportunidades no están dadas. Estoy convencida que cuando eso ocurre, dado un contexto estimulante y no sancionador ¡cómo no vamos a poder ejercer el derecho humano inalienable de inventar con palabras! Se puede laburar y hay que laburarlo, es fiesta pero también es pelea con las palabras y con todo lo que está por debajo, por atrás y por los costados de ellas.

Naciste en 1967 y se descarga sobre la Argentina la feroz dictadura cívico-eclesiástica-militar en ´76, cuando tenías tan solo 9 años, al retomar la democracia, en el ´83, cumplías 16 años, crisis del 2001 unida como un puente aterrador con el presente de desamparo social en donde estamos inmersos. El país de tus sueños, en este territorio, ¿hay que construirlo, tiene cimientos, te contiene?

El país de los sueños es un país necesariamente inclusivo, diverso, democrático en serio, indispensablemente solidario… y claro que hay que construirlo y, si los cimientos son endebles, habrá que fortalecerlos. Hoy por hoy no sé si me contiene, los territorios sí… No me siento en absoluto representada por quienes conducen, de manera rimbombante, los destinos del país, pero me parece que ya hemos vivido un país para todas y para todos y que está en nuestras manos, no digo reconstruir melancólicamente ese pasado, pero sí construir otra vez y todas las veces que sean necesarias, ojalá que no sean tantas, un país para todas, para todos y en el cual entiendo no alcanza con lo que haga una cúpula dirigencial u otra, una fórmula u otra, vamos a tener que apelar a construcciones colectivas desde el pie, desde las bases y si las representaciones están en crisis habrá que seguir interpelándolas, deconstruyéndolas. Estoy convencida de que sí, quiero que sea así porque tengo hijos, porque soy profe de estudiantes y a cada rato, cuando los veo, me encuentro con signos de esperanza.

Me imagino que habrá proyectos, continuidades…

Proyectos siempre… ¡qué es la vida sino eso! Proyectos de los buenos. Con Marita Novo estamos elaborando un libro que va a tener algún condimento de libro objeto: va a reunir grabados de ella y poemas míos cuya edición estará a cargo de José Ammann. Por otro lado, el “Aguante Poesía va a la Escuela” se nos ha ido de las manos, empezamos con esa idea que compartíamos en una mesa del “Aguante”: ¿por qué no vamos de visita los poetas a las escuelas?, comenzó con una experiencia piloto, con todo el laburo de Cristina Giacobone primero, al que después se sumó Anahí Asquineyer de Letras de la Uni, junto a todos los compañeros poetas y cercanos al “Aguante”. Hay mucho requerimiento, cada encuentro en una escuela, en cada territorio… es único, es muy interpelador y motivante, tanto para poetas como para estudiantes y profes, ha crecido y sigue haciéndolo. Y del “Aguante Poesía”, qué decir, es un estado de poesía permanente, como movida tiene esa potencialidad, depende de que nosotros podamos darle aliento, es un encuentro, no un evento, un encuentro de gente que se respeta, que se aprecia y valora mutuamente, dispuesta a escuchar a otro, a otra y a valorar la palabra, la voz poética, no es menor en los tiempos que corren, además de eso, incita a lecturas y a escrituras, a revisarnos, provoca reuniones, ideas compartidas, proyectos que por ahí no hubieran cuajado de no tener esos dos o tres días al año para vernos los rostros, cruzar la palabra y detener un poco el tiempo… y también, tiene una horizontalidad muy interesante que muchos otros eventos relacionados con la poesía, me parece, no tienen. También pensaba, pensábamos, que en esta edición de la Feria de Editoriales Independiente (FEI), tan cercana, iba a estar y estuvo muy presente Pedro Centeno; entre otras cosas la escritura, la lectura, tienen efectos e intentan, a veces logran, hacerle pito catalán a la muerte, es tan reciente lo de Pedro, la muerte física, que varios de nosotros aún no lo habíamos puesto en palabras hasta la FEI, en donde estuvimos feriando y recordando anécdotas, y Pedro apareciendo como sujeto de un discurso, de un recuerdo… Una profe de una de las escuelas me dijo: “en el próximo Aguante Poesía va a la Escuela los poemas de Pedro van a estar dando un montón de vueltas por las aulas y por los patios de las escuelas”, ¡mirá si no le hace pito catalán a la muerte!

La conversación concluye en este atardecer de otoño, queda mucho para charlar, para aprender, para conocer a los artistas de nuestra crecida aldea agropecuaria. Elena se despide mujermente hablando y continúa su destino de palabras mientras me quedo con “Algo” en las manos, leyendo el poema que le da nombre a su libro.

Algo

Algo

pequeño

en minúsculas

no todo, claro

ni mucho ni bastante

ni siquiera alguien

o alguna, alguno

algo como quien dice

pizca

o sacarle un pellizco a la nada

al nadie

o al nunca

así: algo

¿algo para tener?

como posesión o propiedad privadísima

No

¿para poder con algo?

como autoridad o vigilancia

No

¿saber algo?

como atributo o investidura

Tampoco

Más bien como querer algo, no sé,

desearlo sin placidez

pulsar hacia algo sin

romance alguno

sin que medie encanto

¿algo en qué creer?

como religión o ciencia o proyecto

No.

Algo que te despabile como coscorrón en la cabeza

que te sacuda del letargo

que te anime sin fiesta

algo de beber sentir jugar

algo que cuidar para que crezca

algo que arriesgar o que

desvele sin tormento o

para conjugar en tiempos y modos que aún no conocemos.