Derivas de una alegoría. Acerca de Arrojado al mundo, de Pablo Cosin. Ediciones la yunta, Buenos Aires, 140 páginas
1.
Lo primero que me llamó la atención de Arrojado al mundo fue su título. Ya sabemos que el título es un paratexto y, como tal, forma parte de un entorno pragmático que regula la lectura, la orienta, la condiciona. De inmediato, lo vinculé con uno de los tópicos consabidos de la filosofía existencialista y, entonces, me predispuse a leer una fábula moral, el periplo vivencial de un personaje en clave heideggeriana y/o sartreana.
Pero –y esto lo experimenté a poco de recorrer las primeras páginas de la novela- si bien D Kafkiano Marcus, el narrador protagonista, puede considerarse una encarnación particular del Dasein, del ser-ahí, una persona proyectada hacia un futuro irremediable, el tono irónico, suavemente sarcástico de la narración en primera persona aliviana la hipotética pesadez moral de la historia, morigera su tonalidad grave. Kafkiano se vincula con el mundo a partir de su finitud fatal, es un héroe originariamente fallido, afectado de entrada por el pesar y la desilusión; pero también es un adolescente obligado a lidiar con su nombre propio (con la ley del padre) y con las convenciones y mandatos de un orden simbólico, de una trama social, de un contexto histórico, de una familia.
Arrojado al mundo trata acerca del modo en que se construye su subjetividad, que es y no es prototípica. Así, y no obstante la agilidad con que discurre Arrojado al mundo, centrándose en el carácter en extremo individual de Kafkiano, en la curiosa singularidad de su periplo, no impide que se torne en una alegoría política.
2.
En la escena con que empieza la novela, el narrador protagonista está mirando por televisión los disturbios causados por el colapso financiero de 2001: los saqueos a hipermercados y a tiendas de venta de electrodomésticos; las aglomeraciones de ahorristas de clase media que se agolpan en las puertas de los bancos reclamando sus depósitos en dólares. D Kafkiano Marcus (el indómito nombre de quien conduce la narración) descubre –sin sentirse afectado de inmediato por lo que contempla- que Julius, su padre, un modesto especulador, es una de esas personas desesperadas porque han perdido todo lo que estaban seguras de poseer, es decir: su dinero.
La novela de Pablo Cosin toma ese tema, una debacle económica, una hecatombe sociopolítica, la que politólogos y cientistas sociales caracterizaron entonces, al fragor de la actualidad, mientras el desastre sucedía, como un trastorno de la hegemonía gubernamental que amenazaba la integridad del estado nación. Más de veinte años después, cuando una fuerza libertaria gestiona el aparato del estado e impone un régimen neoliberal devastador, exhuma los restos de aquel trauma comunitario, evoca aquella dilución del tejido social y la despliega como el telón de fondo sobre el que se urde, en clave de relato de iniciación, la historia de vida de D. Kafkiano Marcus.
3.
Desde perspectivas teóricas y posiciones ideológicas disímiles, historiadores y críticos de la talla de Lukács y Bakhtin coinciden en el carácter realista de la novela de aprendizaje como género literario. El devenir de su personaje principal (del sujeto que se construye espiritualmente) se desarrolla conforme la marcha de sucesos históricos que le otorgan, a ese peregrinaje, una significación más amplia, más crítica y compleja que la de un proceso individual, íntimo y continuado; la vuelven el síntoma de una época y de las contradicciones que la atraviesan anticipando su desenlace, su culminación y su decadencia.
Cuando D. Kafkiano Marcus comienza el relato de su formación tiene 19 años (nace en 1982, en plena Guerra de Malvinas). A partir de ese momento, en diciembre de 2001, evoca los hitos de su existencia trazando un recorrido que va desde su nacimiento hasta su ingreso a la universidad, el que abarca el transcurso de su infancia y adolescencia. En ese lapso, descuellan, al menos, dos eventos singulares. Uno de ellos está protagonizado por su padre, pero lo afecta directamente porque tiene que ver con la inscripción de su nombre en el registro civil; el otro, en cambio, lo compromete como actor principal ya que se trata de su vínculo con Ludmila.
Distanciados en el tiempo, ambos hechos inauguran dos de las series principales de sentido que urden la trama de Arrojado el mundo y dan cuenta de la causalidad que la articula: la del nombre propio impuesto por la intervención del azar y la de la iniciación sexual. La tercera es la que se vincula con el tío paterno, el conscripto alistado para participar en la guerra malvinense, quien regresa ileso del teatro de operaciones y luego elige alejarse definitivamente de la familia (un desaparecido motu proprio).
4.
En los tramos finales de la novela, Kafkiano está estudiando cine (ha dirigido un documental sobre un indigente en situación de calle), trabaja en el negocio de su padre (un «Todo por dos pesos» típico de los años 90) y acaba de separarse de su novia. Entonces empieza a contar su vida: el fin de la historia es el comienzo de la narración retrospectiva que asume una inflexión autobiográfica. La autobiografía se enlaza con los avatares políticos de la sociedad argentina, desde el retorno democrático hasta la ruina neoliberal.
Lo que sigue, lo que viene después, se concentra en la escena última de Arrojado al mundo, y es raudo y dramático: Kafkiano se despega de la pantalla del televisor, deja el living de su casa, sale a la calle y se suma a la protesta popular; escapando de la represión policial, se reencuentra con Ludmila.
5.
En la medida en que leo Arrojado al mundo como un relato de formación que da forma a una alegoría histórico-política (un cruce entre lo individual y lo comunitario, un contrapunto entre lo íntimo y lo público, una amalgama entre ficción y documento), aquel desenlace está henchido de promesas: Kafkiano se vuelve un sujeto político (abandona su ensimismamiento y se arroja voluntariamente a los estruendos y golpes de la historia; se incluye en una pasión comunitaria) y de la mano (literalmente) del amor se lanza a los albores del porvenir.
Coda
Según cierto sector de la crítica, en la narrativa argentina contemporánea (la que se produce en el presente, la que se está escribiendo acaso ahora mismo) se destaca una tendencia etnográfica. Es la grafía, la inscripción de las formas de vida, de los usos del lenguaje, de las narrativas y los imaginarios que traman el orden social; participa en y configura, fabricando presente –diría Josefina Ludmer- la imaginación pública, que consiste en una realidad-ficción. Conforme esta perspectiva, lo etnográfico deviene una suerte de realismo “semiotizado”, de segundo grado; un realismo sagaz y hasta cierto punto escéptico (e incluso irónico) porque recela de una ontología dura en la medida en que considera que lo real es una urdimbre simbólica e imaginaria.
Leída de ese modo, Arrojado al mundo, en tanto que una etnografía de los anhelos mezquinos y las vicisitudes triviales de una pequeño-burguesía especulativa, configura el recorrido existencial de su narrador y protagonista como una construcción de sentido que consiste en una práctica de la memoria que se constituye, a la vez, en un acto político.
A pesar de sí mismo, narrándose, Kafkiano se vuelve un testigo más bien accidental y, sin embargo, lúcido de los tropiezos y fracasos de un país enredado, reiteradamente, en sus pesadillas, esas que la literatura, esta novela misma, intenta comprender registrando, en el presente, las huellas imborrables del pasado: sus futuros impedidos.
Por José Di Marco
- Más sobre Pablo Cosin: Un hombre sin miércoles, editorial Cartografías (2016). Colección Tusitala (relatos).