Se abre el micrófono de la radio y el profesor Santiago Polop sabe que son sus quince minutos para plantear una discusión filosófica, una conexión, una interpelación directa a sus oyentes. “La filosofía tiene una relación especial con la transmisión. Hubo, y sigue habiendo, una filosofía que no se deja ‘atrapar’ en la letra impresa y que sólo quiere circular en la palabra hablada”. Se dice encantado con esa experiencia oral, con su potencia. “Ese es nuestro papel desde la filosofía en la radio: darles forma a preguntas que están por todos lados, sólo que se resisten a ser enunciadas”, dice. “La filosofía es un campo en donde la cotidianeidad se vuelve siempre rara y eso está bueno”.
A ese desafío que asume en el programa de Gillermo Geremía, Así son las cosas, en la frecuencia de FM Gospel, suma el de trasladarlo a Sintonía filosófica, un libro que surge, en parte, por el pedido de quienes siguen sus reflexiones radiales. “La letra escrita tiene la posibilidad de la transmisión, de la permanencia, de la circulación y del silencio. El encuentro silencioso con una página que interpela puede ser una experiencia desestabilizadora, transformadora, extasiante”, dice. Por eso se dispuso a la tarea de transcribir, sin perder la frescura de la conversación en radio. Sobre este libro, dice: “No imagino recorrido mejor que abrir una fisura, y que ya no pueda volver a cerrarse”.
Polop es docente e investigador en la Universidad Nacional de Río Cuarto. En ninguno de los espacios que habita pierde de vista la intención de “perforar la coraza del sentido común”.
-¿Cómo surge la idea de hacer filosofía en radio?
-Surge por la inquietud del conductor, Guillermo Geremía. Es él quien propuso dar ese espacio para la reflexión en un ámbito que, en términos generales, es reacio a detenerse, como es el día a día de las noticias en la lógica de los programas destinados a eso. Correr detrás de la información tiene el riesgo de que sea la misma información la que conduzca el medio, las noticias, la comunicación. El espacio fue, en sus inicios, ocupado por José San Martín, un enorme profe del Departamento. Cuando él decidió que se había cumplido su ciclo, nos preguntaron a Guillermo Ricca, Pablo Olmedo y a mí si nos gustaría continuarlo. Nos pareció un desafío, y un espacio que había que cuidar porque no hay muchos así. De hecho, no hay otros así. Y tiene que ver, creo, con que la discusión filosófica demanda un tiempo y un esfuerzo genuino del oyente, una interpelación directa. Es un trabajo común entre quien habla y quien escucha, alejado de las opiniones ya hechas que se trasladan como productos para ser incorporados como vienen. Habla de la tónica del propio programa más que de nosotros. Creo que hay un acto genuino de provocación en el periodismo cuando no pretende convertirse en dictador de verdades, sino de preguntas. Ese es nuestro papel desde la filosofía en la radio: darles forma a preguntas que están por todos lados sólo que se resisten a ser enunciadas.
-¿Cómo van surgiendo los temas que decidís abordar? ¿Cómo es ese abordaje para un medio radial?
-Las temáticas para abordar llegan también de una práctica de escucha que se hace en la cotidianeidad: en mi trabajo como docente, en mi vida familiar, en la forma de vida social con la que coexisto. La filosofía no es un plano alejado de la existencia cotidiana, sino que, por el contrario, habita en cada sujeto. Gramsci decía que, lo queramos o no, todxs participamos de la filosofía. Nuestras prácticas, nuestras creencias, nuestro lenguaje o nuestro sentido común tienen todo de “filosóficas”, aunque no lo veamos. ¿Por qué? Porque en cada una hay concepciones del mundo, de las otredades, de lo que está bien o mal, lo correcto o incorrecto, lo que se indica como “saber y como “ignorancia”. Las sociedades se construyen en esa disputa de y por esas ideas. Hacer filosofía no es resolver verdades eternas, no es dar respuestas definitivas, sino desplazar preguntas que no están formuladas, o que su formulación cambia con el tiempo. Conservamos las preguntas de Platón o de Kant o de Martí, no por erudición ni por conservadurismo, sino porque nos siguen hablando en la interpelación de nuestra historia particular. Con esa premisa, creo que en cierto modo hacer filosofía es remontarse desde esa cotidianeidad y poder ubicarla, explicarla a partir de las líneas que ordenan nuestra realidad. No podemos escapar a esa trama de nuestra existencia, siempre está ahí, siempre hay un “gran Otro”, como dice Lacan. Lo que sí podemos es hacernos conscientes de esas líneas, de las lógicas que nos acomodan a rutinas, a saberes, a prácticas. Siempre hay un sujeto al cual hablarle.
Cuando el flaco Luis Alberto Spinetta dice: “De la tribuna se puede regresar, sólo hay que ser de masa gris”, creo que piensa en cómo las tribunas (que son las culturas, los sentidos comunes, las lógicas que parecen “naturales”) tienen eso de suspender la reflexión. A veces está bueno, pero quedarse allí es nocivo para la liberación y la democratización. De masa gris es cualquier ser humano. Es el paso necesario para transformar esa recepción acrítica del mundo cotidiano en una práctica liberadora y democratizadora. Los temas están en esa tensión que tenemos todxs entre la vida social y la individual. No hay que escarbar demasiado. Hay que escuchar. La filosofía, la reflexión aportan esos mecanismos de escucha en medio de tanto ruido. A veces se cree que quien filosofa está abstraído del mundo. Es al revés, está poniendo la oreja sobre la tierra.
El medio radial demanda mucha síntesis. No simplificación, eso sería subestimar a quien escucha. Se trata de encontrar modos, mensajes, referencias con los que vincular un diálogo. Son traducciones. Creo que siempre hay un modo de vincularse en el diálogo y la reflexión si quienes quieren hablar están dispuestos a abandonar rigidices, dogmas y, sobre todo, a asumir que tal vez las cosas no son como se creían, que las certezas pueden no ser definitivas, de que la realidad no es tan evidente, ni dice toda su verdad. El abordaje en el medio radial tiene la intención, al igual que en cualquier clase de filosofía, de introducir una sospecha. Si donde había una certeza, queda flotando una pregunta es un montón. Eso, en quince minutos, hablando con un sujeto supuesto que estaría escuchando. Saltos al vacío. Pero que se hacen con el optimismo de la voluntad.
-¿Hay en esas columnas un deseo de devolver de alguna forma a la sociedad lo aprendido en la universidad pública?
-La universidad pública es un derecho humano. Tiene derecho cualquiera a poder asistir, y a que la comunidad toda le garantice poder hacerlo. Siempre es una cuenta pendiente, siempre es un horizonte a mejorar. Pero, además, como ha sostenido entre otros Eduardo Rinesi, hay un derecho de la comunidad a ser receptora de todo lo que la universidad pública piensa, produce, mejora. Es un derecho al goce colectivo de lo que la comunidad habilita. Nunca debería ser de otra manera. Todxs quienes han pasado por esa universidad tienen la obligación frente a ese derecho. No creo poder saldar semejante cuenta con un micro radial. De hecho, creo que nunca en mi vida podría devolver la posibilidad de haberme formado en grado y posgrado gracias a esa inmensidad que es tener universidades públicas en nuestro país, algo único en el mundo y que a veces (las más de las veces) no valoramos lo suficiente. La universidad pública es un hecho político en sí mismo, y debería ser un acto político de todxs quienes la atraviesan no refugiarse en el egoísmo individual con lo que es resultado de un esfuerzo colectivo, de millones que seguramente nunca irán a esa universidad. Entonces, no creo poder devolver esa donación que la comunidad me ha hecho, pero tomo eso como una interpelación a construir, aunque sea en un lugar tan pequeño como un micro radial, un espacio de liberación y democratización. Dichos como verbos, no como sustantivos.
-¿Qué devoluciones recibís de los y las oyentes? ¿Y académicas, de colegas, docentes?
-Siempre hay de todo, la verdad es que los mensajes han sido de apoyo, de alegría por el espacio. La mejor devolución siempre es la sorpresa. Alguien que dice: “Nunca había pensado en eso”, o “qué mirada más extraña”, o “me hiciste repensar lo que entendía de X”; son mensajes que me han llegado y que dan cuenta de que siempre hay alguien del otro lado que escucha. Y que alguna palabra, un concepto, un ejemplo abrieron una fisura en lo que se creía cerrado. La cuadratura del círculo en lo que los humanos hacemos y vivimos del mundo no va. Los mensajes de sorpresa son mensajes que indican que la sospecha se instaló en el espíritu. Es difícil, porque vivimos en tiempos y en lógicas en que se nos quiere convencer de muchas cuadraturas: ser mujer es ser esto y a bancársela, laburar tiene que ser romperte el lomo toda la vida sin levantar la cabeza para quejarte, el mundo es así y no hay nada que hacer, la única medida válida de éxito es la económica y por la que hay que convertirnos en nuestro propio empresario, etcétera, etcétera. La sospecha es el único camino que nos puede alejar de esos dogmas. Reconocerse en esos lugares sólo es posible si se sospecha que existen, que están ahí y, tal vez, no deberían estarlo. Los mensajes de sorpresa son mensajes de descubrimientos. Me alegran muchísimo. Lxs colegas que lo escuchan siempre han sido muy amables con sus devoluciones, incluso en la disidencia con lo dicho. Nunca, por suerte, han faltado sugerencias de abordajes o de lecturas para complementar lo que se dijo. Es un espacio en el que aprendo mucho más de lo que he devuelto.
-¿Cómo llega la idea de este libro: Sintonía filosófica? ¿Por qué atrapar eso que se va en el aire y plasmarlo en un libro impreso?
-La filosofía tiene una relación especial con la transmisión. Hubo, y sigue habiendo, una filosofía que no se deja “atrapar” en la letra y que sólo quiere circular en la palabra hablada. Eso es bellísimo y me encanta. Por otro lado, la letra escrita tiene la posibilidad de la transmisión, de la permanencia, de la circulación y del silencio. El encuentro silencioso con una página que interpela puede ser una experiencia desestabilizadora, transformadora, extasiante. Pensé mucho en si lo que decía al éter tenía sentido de dejarlo en algún lugar, si con eso podía llegar a intervenir en medio de tanto y tanto ruido con el que coexistimos. La verdad es que fueron algunxs oyentes quienes me animaron a hacerlo, que me pedían “eso que dijiste hoy en la radio”. Algunxs por interés propio, otrxs para ponerlo en discusión en un aula, etcétera. Tenía todo escrito en el “cuaderno naranja” (ya completé sus hojas), así que me propuse ver si en la transcripción podía conservar algo de la frescura que le quise poner siempre a esa charla en radio. Vamos a ver qué sucede, porque siempre hay algo que se pierde cuando la voz de escribe, pero también hay una potencia en la traducción y en la resignificación que le dará quien eventualmente lo lea, que es única.
Cuando lo estaba escribiendo, aún sin pensar en publicarlo, me crucé con un amigo, Pablo Dema, en una librería (obvio). Le conté la idea y le gustó. Y, si le gustaba a él, para mí significaba un montón. El desafío era que fuera un libro de acceso a la problematización desde la filosofía, que no perdiera ese vuelo de lo etéreo que da la radio. La filosofía puede introducirse, creo, mucho mejor a través de la problematización de nuestra existencia, y de allí remontarnos a las preguntas que se despliegan. Hay otros “tipos” de introducción a la filosofía, pero hacerlo de este modo me parece un acto genuino al alcance de cualquier persona.
-¿Qué recorrido imaginás para este libro?
-El “sujeto supuesto lector”, parafraseando al psicoanálisis, no tiene en el libro una imagen, como no la tiene el escucha. No está escrito para nadie en particular, y al mismo tiempo para todos en general, abusando mucho de esa imagen que Nietzsche instala en el Zarathustra. Sí tiene una vocación militante en la liberación y la democratización de nuestras prácticas de sujeto, de las lógicas del neoliberalismo, del patriarcado, del colonialismo. Este es nuestro tiempo, y nos debemos a pensarlo, a transformarlo. No es, ni quiere ser, un libro de autoayuda. Toda filosofía es política. En las palabras y los conceptos que en el libro se dicen hay una historia, hay una cotidianeidad atravesada de las injusticias de nuestro tiempo, de los dolores que nos quedan, de las angustias que nos acosan. Se quiere pensar y hacer pensar sobre esas cuestiones, con la intención de que quien escuche se sienta interpeladx y que eso se traslade a nuevas prácticas. Ojalá que pase eso en alguien. No imagino recorrido mejor que abrir una fisura, y que ya no pueda volver a cerrarse.
-Como Profesor de Filosofía: ¿Qué les pedís a los medios de comunicación?
-Que tengan compromiso con la ética y con la verdad. Dos ámbitos con los que, en general, se han separado. Han sido cambiados por la lógica empresarial y por el dogmatismo. Los medios, si son empresas de comunicación, debieran ceñirse a una ética que sea establecida por la comunidad, y no al revés. Hoy muchos medios instalan sus intereses comerciales como la forma de ser y pensar en el mundo, sin aviso. Las opiniones particulares de periodistas se transmiten como verdades de hecho, aunque no haya verdades ni hechos que acompañen a sus opiniones. Hay una sobre (y mala) interpretación del concepto de libertad de expresión, en tanto parece que el periodismo no tiene por qué tener compromiso (ni mucho menos nadie parece poder pedírselo) con la verdad de lo que enuncia. Eso me parece terrible para nuestra era, como para cualquier era. Pero en la nuestra, en la que la información producida ha alcanzado niveles descomunales, creo que los medios de comunicación deberían dar herramientas para que quienes escuchen puedan “trabajar” con la información, sopesarla, decidir por su cuenta. No es la norma. Los medios de comunicación, en general, no invitan a pensar, sino que transfieren el interés y la opinión del medio a un sujeto como si de un recipiente se tratara. Es la zombificación del otro. Allí no hay escucha, sólo mandatos, señalamientos. Lo viralizado por los medios (o redes), ya por ese mismo hecho de ser viral tiene valor de verdad. En esa lógica, la democracia es mucho más difícil, sino una utopía. Nos debemos, nos merecemos que los medios de comunicación tengan un compromiso con la ética y con la verdad. Los intereses empresariales no pueden suspender la vida en común, ni la vida más allá de su lógica.
-¿En qué creés que ayuda la filosofía en la vida cotidiana?
-Hegel sostenía que la experiencia más grande de la conciencia era alcanzar la “autoconciencia”, lo cual significaba comprender nuestra experiencia común en y del mundo. Es decir, dar cuenta de qué y por qué somos este sujeto, tenemos este mundo, estas relaciones, estos modos. Siempre sabiendo que es un acceso “fallado”, otro modo de decir “siempre incompleto”, nunca llegando a verdades definitivas. La filosofía es un campo en donde la cotidianeidad se vuelve siempre rara y eso está bueno, porque lo que se hace cotidiano se vuelve conservador, fija cosas. Y a veces fijamos cosas muy buenas, como por ejemplo tener empatía. Pero a veces fijamos cosas muy malas, como la discriminación racial, sexual, económica. Quiero decir, ninguno de esos procesos es ajeno a nosotros, lo sepamos o no. La filosofía ayuda a ver en esos pliegues de nuestra existencia. Eso no nos hace más sabios, ni mejores, al contrario, muchas veces genera angustia y dificultad de sobrellevar. Pero creo que también debe generar una responsabilidad con uno mismo y, siempre mejor, con las otredades. La filosofía cuestiona la cotidianeidad, no como parte de un gesto de desprecio a ella, sino por la vocación de hacerla más libre. Siempre se puede ser más libre. No hay mejor cotidianeidad que la que se libera, y eso siempre es un acto individual y colectivo a la vez.
-Dedicás un apartado a pensar “la grieta”: ¿Cuál es tu intención?
-La cuestión es que en problemáticas filosóficas no tenemos respuestas absolutas. Las preguntas “ontológicas”, esas que tematizan lo que somos no pueden ser definidas absolutamente. Eso ocurre, ha ocurrido, y siempre termina mal en la práctica humana. ¿Quién es el que le pone la cara al “ser humano”? Hace no mucho tiempo, la apropiación de esa respuesta por una cultura (la de una parte de Europa) llevó a un genocidio en nuestro continente. Hace menos tiempo, la jerarquización de esa definición sobre qué es humano llevó a los horrores de Auschwitz. La ideologización de la moral y la supuesta certeza de quiénes están bien y quiénes mal hicieron que en nuestro país se avalara la persecución, tortura, muerte o desaparición de personas. Lo mismo sucede con el género en disputa, como dice Judith Butler: hay culturas, prácticas, religiones que se empeñan en darle una respuesta definitiva, como si lo humano fuera definitivo. Cuando esas supuestas certezas y respuestas se trasladan a nuestra cotidianeidad generan exclusión, muerte, violencia, porque las subjetividades se forman en el intercambio con “esas verdades”. El cóctel es el que vemos a diario.
Con nuestra “grieta” sucede algo parecido. Yo no tengo problema en decir que tengo una grieta ineliminable con alguien que cree que por ser hombre tiene algún tipo de derecho ancestral para matar a una mujer, o que por ser blanco y con plata merece una vida mejor que el negro pobre. Hay un abismo entre esa gente y yo, porque es un abismo ético. No hay comunidad, ni humanidad posible si no hay apertura a que la otredad se despliegue, se democratice. Eso no tiene un nombre definitivo -no puede tenerlo- es un hacer. Allí, sobre eso, es que podemos dar las discusiones sobre cómo democratizar y liberar, qué hay que hacer, cómo. Pero no sobre lo que ES. Eso es lo que se quiere hacer muchas veces cuando se discute mal en nuestro país sobre la grieta. Hay ciertos discursos, conservadores, reaccionarios que quieren poner de un lado todo lo que estaría bien, por lo tanto todxs los que serían buenos frente a la maldad que queda del otro lado. Ese maniqueísmo es tan berreta como peligroso, porque “se lee” fácil, no hay que pensarlo demasiado, alguien ya lo pensó y nosotrxs simplemente debemos elegir, aunque si “allá” están los buenos, sanos, “gente bien”, etcétera, no hay mucho para pensar. Esa simplificación es seductora para la pereza del pensamiento, y es infinitamente peligrosa para tener una discusión política seria, humana, liberadora.
-¿Por qué te interesó abordar “la filosofía del sentido común”?
-Porque es la gran batalla. El sentido común es siempre conservador, decía Gramsci, porque allí hay un sedimento que va dejando el paso de la historia. Fue de sentido común la esclavitud, es de sentido común que el/la trabajador/a sea explotado, que la mujer tenga una jerarquía inferior al varón, que el rosa sea de las nenas y el celeste de los nenes, que si los militares se llevaban a alguien en la noche era porque “algo habrá hecho”. Auscultar el sentido común es siempre revelar esa sedimentación, y dar cuenta de cómo allí se disputan modos de ser, de existir, de relacionarnos. Es un campo de diagnóstico inmenso, fabuloso, porque lo tenemos en la punta de la lengua todo el tiempo. Es una existencia inmediata de cualquiera, y allí pasa desapercibida cualquier cosa también. Lo que llamamos sentido común sirve para legitimar cualquier cosa, a veces (muchas, demasiadas) independientemente de si son verdad o no. Por eso creo que la filosofía tiene una disputa fundamental para dar allí, en tanto esa idea es la que rige nuestras vidas. Y si la avalamos sin más se nos cuelan elefantes por todos lados. Hay que remontarse desde ese sentido común y ponerlo bajo la lupa siempre.
-Usás el lenguaje inclusivo en tus columnas y en el libro: ¿Por qué?
-Porque me parece una disputa política y conceptual que hay que dar. Es una disputa que uno también tiene consigo mismo. Soy un hecho de mi tiempo y de la historia de ese tiempo, por lo cual no es algo que tenga naturalizado el lenguaje inclusivo. De hecho, no lo tengo plenamente incorporado en mi cotidianeidad, pero voy abriendo espacios. De eso se trata, de abrir los espacios conceptuales en uno y en sus prácticas, porque son las prácticas que compartimos. Y en donde siempre puede haber una otredad que, por un uso de “sentido común” de las palabras, estemos inferiorizando, excluyendo, rechazando. Hay que estar en ese lugar… El lenguaje es parte constitutiva e instituyente de su tiempo, de todos los tiempos, y el nuestro es justamente uno en el que las identidades han sido puestas en cuestión. ¿Quién soy yo para no dar espacio para que alguien que no se sienta representado en la binarización del género se sienta incluidx, contenidx? ¿Quién es el mundo para decirle a alguien que no existe porque no pertenece a una “o” o a una “a”? Me pasa mucho lo de chocarme leyendo a autores clásicos y sus referencias “el hombre” como una categoría que todo lo incluía, cuando a priori excluía a todo lo que no le perteneciera. Es parte de ese sentido común que decía antes, y de una práctica de liberación y democratización que hay que darla en muchos frentes al mismo tiempo.
-Los dibujos que acompañan el libro, en la tapa y los interiores, ¿cómo se articulan con los textos?
-Eso es efecto de la genialidad de Matías Tejeda. Él es un escritor con pincel, o lo que sea que use para dibujar. Tiene una sensibilidad para ver cosas que a la mayoría se nos escapan, para sintetizar una idea, pero sin cerrarla, sino para seguir abriendo inquietudes, preguntas. Justamente eso es una filosofía en la imagen. No responden sus dibujos, no dan formas hechas, sino que generan preguntas. Generan el deseo de inquietarse, de sentirse interpelado. Matías es un gran amigo, y tuvo el gesto de donar lo más importante que podemos donar: tiempo. El tiempo es un “bien” escaso en nuestro tiempo, se lo hace escaso, y nosotrxs nos encargamos de hacérnoslo aún más escaso. Bueno, el Mati donó su tiempo para leer el libro, y trabajó para crear imágenes que fueran síntesis de preguntas por hacer. El articulado con los textos es un acto sui generis suyo, y atraviesa todos los textos: romper las certezas con dudas, saber preguntar, acarrear la crítica frente a tantos escenarios de respuestas fáciles que vienen de supuestos saberes absolutos: la economía, las culturas, las religiones, etcétera. Digamos que el libro es un todo con esas imágenes, hace un trabajo conjunto que busca perforar la coraza del sentido común, de las prácticas naturalizadas, de la simplificación banalizada de lo que existe y lo que no existe. Remontarse de la existencia con la pregunta, esa es la imagen de la filosofía. ¿Qué vuelve después de ese remontar? No se sale indemne, eso seguro. Pero no hay transformación posible sin conmoción de lo que somos.