Sangre subjetiva, de Luis O. Tedesco, es un libro en coedición con ediciones la yunta. Lo presentamos en estos días en la biblioteca Evaristo Carriego, en la ciudad de Buenos Aires, antes conocida como Casa de la Poesía, el lugar donde vivió el poeta y donde escribió gran parte de su obra.
El poeta Sandro Barrella, autor de libros como El álbum de Pascal (Último Reino, 1996), El golf (Alción, 2005), Los pájaros (Bajo la luna, 2010), Los italianos a la guerra (Ediciones en danza, 2013), Viaje sentimental (Gog & Magog, 2017), Villa Santa Rita o el libro de los pasajes (Caleta Olivia, 2019), La liebre (Bajo la luna), entre otros, fue quien presentó Sangre subjetiva. Es un texto, que conjuga calidez y calidad literaria, y lo compartimos con ustedes.
Una lectura de Sangre subjetiva, de Luis O. Tedesco, por Sandro Barrella
El aire se llena de preguntas cuando uno agarra el libro de Luis, mira la tapa y lee el título, Sangre subjetiva. ¿Querrá decir, así enunciado, que nos espera una confesión, un poema que viene a declarar la verdad de un individuo, un poema peculiar, propio, interior, arbitrario? En tanto se diga subjetiva, ¿Se tratará de un poema parcial, sesgado, relativo, tendencioso, partidario, si atendemos las derivas sinonímicas del término? ¿Será la cualidad subjetiva en este caso, no, lo opuesto a una, vaya a saber qué objetividad universal, o, más bien se trata de la parte indivisa de lo uno que se vierte en el cauce de lo colectivo? ¿Es portadora esa sangre de aquello que de común se identifica como origen, esencia, y, de nuevo, verdad, destino acaso? ¿Fluye su torrente en virtud de aquello que se ama, donde manda la pasión y de ahí, que sea subjetiva? ¿Es esta sangre, una ordalía, o la prueba de aquello que no tolera refutación? ¿Es un mito, un aspaviento, una superficie líquida en la que se reflejan, o, mejor dicho, se proyectan, los movimientos, la memoria, la ética, de una vida que no rinde cuentas ni balances?
Decía Zelarayán, no hay peor sordo que el que quiere oír. Yo digo, no hay peor presentador de libro que aquel que pretenda explicarlo. Dice Luis, “Dejala ir, su fajina/ no semiya hermenéuticos placebos”. Y podríamos quedarnos con estos dos versos hasta mañana a la mañana, por decir algo, y engrupirnos en la tentativa de desentrañar el sentido último, abonar un esencialismo estéril, o refugiarnos en afanes exegéticos sin fin, rigurosos tal vez, acaso inútiles. Yo propongo lo siguiente:
Fajina:
Trabajo agrícola que se hace antes del mediodía.
Trabajo de limpieza que realizan los presos en las cárceles.
Trabajo corporal que exige fuerza y resistencia.
Trabajo agrícola o doméstico.
Trabajo agrícola realizado después de la jornada laboral ordinaria.
Desyerba, escarda.
Haz de ramas, paja o cañas unidas y recubiertas de barro, que se utiliza en la construcción de ranchos.
Grupo de personas que conjuntamente llevan a cabo una tarea.
Trampa hecha con ramas entrecruzadas muy tupidas que se utiliza para cazar conejos y perdices.
Confusión, desorden.
Castigo que consiste en fregar los utensilios de la cocina.
En el ejército, pantalones cortos y gastados.
Esta lista, seguramente incompleta, está disponible en una entrada del diccionario de americanismos de la RAE, y puede consultarse por internet. De significados diversos, complementarios, opuestos incluso, conviven definiciones de uso carcelario, policial, campesino, militar. El sentido de este último es el que tengo más presente. Cuando era chico se escuchaba a menudo la expresión, “va vestido de fajina”, cuando se hablaba de un militar que llevaba la ropa de todos los días. También se usaba para referirse a la ropa de trabajo que vestían los operarios. Entonces, volviendo a los versos de Luis, digo que, sin perder de vista aquello que dicen, no se caiga en la trampa, el espejismo, la cárcel del sentido, porque si hiciéramos el ejercicio de rastrear cada una de estas palabras que imprimen en el texto ciertos rasgos que lo definen y le dan un carácter, nos encontraríamos con un artefacto sin vida—sin sangre.
Sin embargo, permítanme que me contradiga de inmediato, y vuelva un momento sobre cierta idea a la que llamaremos el Léxico-Tedesco, que ampara y cobija palabras en uso y en desuso, neologismos, conversiones ortográficas, jerga de malevaje, silabeo del barro, virutas del español arcaico, una masa mestiza para un pan ázimo, que sin embargo leva. Pesco una entre la correntada, una que parecía haber olvidado, que hacía mucho tiempo no se me presentaba, y que Luis la trae fresca y renovada al cuerpo del poema, palabra celebratoria: “pirovar”. El poder de evocación de esa palabra me llevó a mis diez, once años, fines de la década del ´70, durante la dictadura—porque en mi país hubo una dictadura—me llevó, decía, a las calles del barrio del golf en el Partido de Tres de Febrero, a los veranos de vagabundeo infantil y secreteo entre pares, cuando creíamos descubrir un mundo, y ciertamente los estábamos descubriendo. Entonces, en la aparente contradicción entre el apego literal a un léxico y su diseminación en el texto, lo que sucede en realidad es el ir y venir de la palabra como unidad mínima de significado—la palabra, vista así en su materialidad, despojada y sin pontificaciones metafísicas—a unidades mayores, versos o pares de versos, que aun en su ilusión de completar un sentido, una imagen más abarcadora, o indicar una lógica de las sensaciones, se reservan un núcleo irreductible que se niega a ser domesticado. Elijo, por antojo más que por azar:
«horchata de sublimes oratorios/ costra desanimada en los altares” // “Es vozarrón, oxígeno de pampa/ simún en tu temblor en cautiverio” // “no se te ocurra/ enhebrarle codicias del contento/ al cimarrón que invade sus vocales” // “aleteando dadá, el disonante” // “bien mamao con su fardo de sintagmas” // “diptongos que crepitan consonantes” // “en pajonal sin lumbre de vocales” // “ni lavar con meadas evangélicas/ el flujo salvaje de su nadie”…
Y andando el libro, las preguntas insisten como niebla o rocío en medio de la noche en el desierto ralo de la Argentina subjetiva y común, la de allá lejos y la de aquí y de estos días, y digo de la insistencia de las preguntas porque no hay clausura ni conclusión. Hay arrebato y dirección, eso sí, hay constancia y celo en el decir. No de ahora, son muchos libros modelando un idioma, una lengua, un sonido, un ritmo, un léxico como se dijo antes; no se crea que Sangre subjetiva llegó solito, huérfano e impar. La Lengua-Tedesco le es propia por prepotencia, acopio de trabajo, impertinencia y fervor, pero además al compartirla como un don en su poesía, la vuelve fraterna.
Y si bien se dijo más arriba, no sin espanto, que la vocación de explicador es de algún modo la ruina de quien presenta un libro, y el pasaporte seguro al tedio generalizado, algo parece que fuimos glosando. Se dirá además que predomina en el libro el endecasílabo; que dos estrofas con tercetos es la forma que repite, y que algunos poemas presentan variaciones a esa forma; se dirá también que, en el “Dejala ir” con el que empieza cada poema hay un salmodiar que invita a la oración laica, y aun así estaremos diciendo poco. Acaso porque en Sangre subjetiva cabe una vida, vivida y multiplicada, es que gravita, sonora, la voz de Luis, su sangre, que corre y fluye, sonora decía, la voz de Luis, que piafa encabritada, se sacude, recorre el tiempo de atrás para adelante y vuelve en un sinfín, como la sangre que en el cuerpo circula. Y la deja ir nomás, para que siga viviendo, retobada, erótica, insumisa, presta a dar pelea al filisteísmo de los salones, y al matonismo vulgar de los eunucos, devenidos bufones con banda cruzada al pecho y bastón con mango en plata labrado—y ladrado. Porque—y no es de ahora—a Luis no le hace retroceso el presente cuando embiste con su carga de malicia. Se planta y de frente lo mira y lo nombra, en su real dimensión, de ahí que en un mismo poema convivan el poeta Ovidio con mayúscula, como corresponde, y, minúsculo el bufón, con minúscula—página 31, y perdón la referencia puntual como si se tratase de una nota al pie, pero es pertinente en este caso.
Como Malón en cautiverio, Hablar mestizo en lírica indecisa, El sin… de mi aparente, por citar algunos de sus libros, Sangre subjetiva crea la lengua que la expresión le exige; rehúsa la dualidad de forma y contenido, y el poema da cumplimiento a lo que sus palabras prometen. Sabedor de la tradición del verso en castellano, Luis lo entrevera en torsiones sintácticas, pone en tensión el ritmo, desafía la inercia almibarada que se esconde detrás de la métrica.
Insisto, no se puede reducir un libro a unas cuantas descripciones, a ciertos tópicos por los que avanza, al, digamos, tema, que nunca es preciso, plano, diáfano. Es justamente en la opacidad de la lengua donde el poema refulge, se expande, lanza su golpe de dados, y pone a raya a la muerte.
Finalmente, decir que, yo no estaría aquí si no tuviera admiración por la poesía de Luis, y si no me uniera a él un gran cariño, una amistad. Digo esto para ahuyentar el fantasma empalagoso de los elogios críticos, de las explicaciones y sus tautologías, y llamar a que celebremos la aparición de su libro y ahora sí escucharlo, de propia voz, decir los poemas.
Por Sandro Barrella