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Soledad Vargas: “Creo que las mejores pérdidas son las que valieron la pena”

 

Podría decirse que en Las mejores pérdidas, el último libro de la poeta Soledad Vargas, ella compila fragmentos de pérdidas a lo largo de su vida. En esta conversación, que es un minucioso recorrido desde sus primeros descubrimientos de la literatura hasta hoy, sintetiza: “En este libro, la posición puede ser esa: cómo se vive o qué se hace con lo que perdemos, aunque también creo que es una ilusión creer que se tiene algo”.

Soledad nació en  Salta en 1982. Hoy vive y  trabaja en Córdoba, como  médica psiquiatra y  psicoanalista.  Publicó su primer libro de  poemas  Nosotros nos  fuimos antes, en el año  2017, por Buena Vista  Editora.  Formó parte de la  antología  Órbita,  veintiuna poetas  cordobesas, Postales Japonesas Editora, 2019.  Colabora con  Divanes  Nómades, revista de la  Ecole Lacanienne de  Psychanalyse.

Soledad Vargas
Soledad Vargas, poeta

-¿Cómo llega la poesía a tu vida, la lectura, luego la escritura?

-Voy a ir de atrás para adelante, me sale recordar, y seguramente son recuerdos que se terminan de armar hoy. Incluso me atrevo a decir que esta respuesta sería diferente de acuerdo a la resonancia de cada día. En esta mañana pos día de la independencia, pienso que fue cierta sensibilidad que no me dejó escapar de un interés en las palabras, en cómo se ordenaban y cómo impactaban. Poesía creo que es toda esa experiencia que viene a mover el mundo como lo conocías, y mirás a los otros para ver si también sintieron el sismo y crees que nadie lo sintió. La poesía como una alucinación, íntima, y casi inexplicable.

Recuerdo en mi niñez, llegó a mí el diario de Anna Frank y algo de ese mundo que escribía en pleno Holocausto me hacía sentir la experiencia literaria, el mundo que escribimos en medio de guerras o de pandemias. También me acuerdo de una serie televisiva, yanqui, doblada, en la televisión salteña de aire, llamada “Vicky La pequeña maravilla” o Small Wonder, que trataba de una niña robot que era “adoptada” por una familia en pos de un proyecto empresarial. Era irónica, filosa, era una suerte de pequeño espejo para esa familia. Pero a la vez ella iba adquiriendo cierta humanidad.

Yo debo haber tenido su edad cuando me encontré con ese robot, y no sabía que esa inversión de lo bien dicho me estaba afectando. “A una robot no le duele nada”, dice el padre de familia. Creo que así llegan algunas cosas importantes a la vida, esas que decantan, que las sentís a priori y las explicás a posteriori.

Traducir latín y griego de pequeña y sentir alegría en eso, preguntarme cómo pensaban o hablaban en el ágora si escribían en ese orden sintáctico, comenzar a incomodarme porque en el colegio una profesora tenía que darnos algunos autores casi en secreto porque no eran permitidos. Como Kafka o Kundera. Creo que eso tiró del hilo interminable de la lectura. Tanto, que no salgo sin un libro a la calle, parece un cliché, pero realmente me agarro del libro con el que salgo.

“Una noche presentí que me iban a robar, y pensé: ojalá que no sea la cartera, porque tenía una edición hermosa de César Vallejo. Por suerte, esa noche me robaron sólo el celular”.

Una noche presentí que me iban a robar, y pensé: ojalá que no sea la cartera, porque tenía una edición hermosa de César Vallejo. Por suerte, esa noche me robaron sólo el celular. Sigo reflexionando y podría decir que la poesía, además, llegó con alguna forma de la locura, con el enamoramiento de la locura, con el apego a lo literal de la literalidad para hacer un esfuerzo sobre eso, con el encuentro con poetas en carne y en papel.

Ahora me pregunto, por ejemplo, sobre el encuentro con el verso. Me pasó con éste: No te salves no congeles el júbilo…no te quedes conmigo. No volví a leer a Benedetti, pero quizá con él conocí el verso, eso que va abajo, finales supuestamente efectivos. Lo imperativo de ese poema que te habla, que te incluye, que te pide algo.

Después pienso sobre cómo ingresó la idea de que yo misma pudiera llegar a ese ejercicio de escritura. Tuve intentos fallidos de muy pequeña, hay un juicio difícil de suavizar. Como decía Deleuze, el problema no es la hoja en blanco, el problema es la hoja llena de cosas escritas por otros. No sé si decía que era un problema y creo que hablaba de la pintura, pero estos son mis recuerdos. Tuve muchas etapas. Me parece que la fundamental es cuando sentí que había algo que se escribía en mí, más allá del papel.

Soledad Vargas

Cuando paso por la experiencia del papel-computadora es otro momento y es maravilloso porque el mundo se acomoda un instante para intentar decir algo que quiero que exista, que tenga más forma que una rumiación insostenible por el cuerpo. Supongo que busco la traducción de no sé qué. Es una actividad totalmente inútil en la lógica del pancapitalismo, pero es absolutamente necesaria para vivir algo vivible, para mí en todo caso.

Sigo con los recuerdos más actuales, creo que hubo un quiebre, para tomarme todo esto en serio, o con la seriedad que te hace vivir un poema cuando lo terminás de leer y tenés que cerrar el libro y parece que vivís fuera del tiempo y estás más de acuerdo con el mundo; esto sucedió cuando conocí a un poeta de verdad, no sé si eso es tan frecuente.

Este poeta me pedía ávido que le lea lo que comenzaba a escribir, ya con más soltura, menos miedo, menos melodrama; este poeta me dijo que el poema empieza cuando termina, que había que ponerse a trabajar, que le encantaban esos versos de Vallejo que dicen: “Mi madre me ajusta el cuello del abrigo, no porque empieza a nevar, sino para que empiece a nevar.”

 

“Mi madre me ajusta el cuello del abrigo, no porque empieza a nevar, sino para que empiece a nevar” (César Vallejo)

 

Un poema nos hacía nevar. Un poeta que también decía que el primer verso era fundamental para querer seguir leyéndolo, pero el último verso también. “¡Ahí tenés un final!”, gritaba emocionado. A veces repito estos, sus versos, como un mantra: “Algún día será tanto el amor que traigas, que no habrá espacio sino para él.” Es como una promesa, que, además, en el poema lo puso entre paréntesis. Una promesa entre paréntesis. Podría ser un título de algo esa frase ¿no?

Lo que quiero decir es que el poema te puede prometer que va nevar, o te va hacer conocer la nieve, o el mar. ¿Qué más se puede pedir?

-¿Cómo fue el proceso de creación, de escritura de Las mejores pérdidas?

-No sé cómo explicar un proceso más que pensando en los fragmentos, creo que las mejores pérdidas son las que valieron la pena. Son fragmentos de “pérdidas” a lo largo de años, pero que no tienen una lógica temporal. Entonces, considero que la poesía permite salir de ese tiempo cronológico y hacer algo con eso que supuestamente ocurrió durante años. Quizá eso hace que sienta que el proceso de creación fue de la mano de lo que fui viviendo.

En este libro la posición puede ser esa. Cómo se vive o qué se hace con lo que perdemos, aunque también creo que es una ilusión creer que se tiene algo. Escribo pensando en poemas, no en libros, eso puede ser una pequeña dificultad a la hora de reunir poemas, que intuyo pueden tener que verse entre ellos.

 

Pérdida: “Que no tiene destino determinado”. Y, desglosando las raíces, además, tiene el verbo “dare”, el verbo dar.

 

Me pasó en algún momento vital considerar que me había arrancado de muchos lugares y hablar con un amigo de oído para la poesía, y expresarle esto como una cantidad de pérdidas con las que podía hacer un museo. Entonces él me dijo, consolándome y creo que mudando algo: Sole, somos las mejores pérdidas. Le robé el título, él lo sabe, amé esa frase, pero cuando la escuché fue como el hilo de reunión de estos poemas, y quizás ahí empezó a gestarse el libro, como para atrás.

Me gusta cuando buscando el origen etimológico o la historia de algunas palabras, las palabras se mueven o te dan posibilidades. Pensar la pérdida como una privación o carencia, como lo define la RAE, no da mucha esperanza; pero en otro lugar encontré el origen: “que no tiene destino determinado”. Y, desglosando las raíces, además, tiene el verbo “dare”, el verbo dar.

Ahora me vuelve una película sobre Elizabeth Bishop, que se llama “Luna en Brasil” o también la tradujeron como “Flores raras”, en donde ella comienza leyéndole a un amigo un poema, que luego sería El arte de perder. En ese momento este amigo le dice algo así como que el poema es corto o le falta todo un cuerpo. Ella, un poco se molesta, o no entiende. Al final ella “completa” ese poema, que no es nada menos que sobre el arte de perder. Entiendo que pudo escribir sobre ese arte sólo habiendo vivido, sobre todo habiéndose movido. No deja de ser un arte sobre el encuentro. Quizá perdemos lo que nos encontró. Y después escribimos sobre ello.

-¿Qué relación tramás entre poesía, amor/desamor y dolor, que se tocan, se confunden en estos poemas?

-Se confunden, y seguirán confundidas. Creo que la relación es una pregunta. Fuente de seguir deseando. Una “excusa” digo en algún poema. Yo creo que los poemas van a ese lugar adonde está todo permitido. La poesía goza de impunidad, por lo menos yo como lectora la experimento así. “¿Vivir es responder?”, se pregunta Susana Villalba en un poema. Seguramente la pregunta ya está planteando una posición. Podría decir también que la poesía es la excusa para salir de la anécdota y entrar en el instante. Perdernos ahí puede amortiguar el dolor y darle consistencia a los días. Comprender algo escribiéndolo para no comprenderlo y que, sin embargo, el agua no se estanque.

Soledad Vargas

Ahora me pregunto si se puede escribir poesía sin haber sentido que amaba, si eso será posible; amando lo que se ame, un pájaro, un lugar, un recuerdo, en fin, una representación que te vuelva y te regocije y con la que puedas algo más que enajenarte.

-Se descubre una mirada de género de los poemas: ¿está esa intención de denuncia en tu poesía?

-Dudo de la poesía con intención, como que ya intervendría algo de la voluntad, y considero que la experiencia poética es sin destino, sin pasar por la cabeza. Creo que después hay una operación de lectura, y allí lo que yo opine sobre lo que escribo no tiene lugar.

Entiendo que en estos poemas hay una búsqueda, y que esa búsqueda definitivamente la hace un yo poético femenino, que ensaya decir algo de los golpes, incluso cuando el golpe fundamental creo que es un golpe a cómo te contaron la historia. Y la poesía en su función más bella violenta eso instituido.

Hay mucho de político en un gesto poético, si eso político transforma algo y se puede leer como denuncia llegará por añadidura, y no por eso con menos fuerza.

-¿Cómo sentís que juega tu experiencia como psiquiatra y psicoanalista a la hora de escribir? 

-Como decís, mi experiencia juega. Pensando en todas las voces que yo encuentro en estos poemas, reunidas en una sola, que, si tuve buen oído, es la que finalmente recorre todo el libro (o gran parte). Siento que ahí está el juego, en escucharlas, en dejarme tocar por los espacios heterogéneos que transito y dejarlas salir cuando pulsan hacia la escritura… espacios, también, donde considero que muchas veces soy testigo de operaciones sobre la lengua. Además, hoy prefiero dialogar más con la idea de que somos un montón de experiencias bombardeándonos e intentando reunirnos en un ego que no existe. La escritura da la posibilidad de fijar lo errante y desatar lo fijo, decía Marosa di Giorgio.

Por supuesto que también escribo en historias clínicas…pero ese es otro asunto.

-Sobre la estética del libro: ¿cómo la trabajaste?

-Como una composición. El libro como un objeto, con el que también una se encuentra me sigue interesando. Leo mucha poesía y creo que, desde el título o el diseño de una tapa, se sigue componiendo algo con lo que hay en el interior, o descomponiendo. Pero en lo más concreto, diría que tuve la posibilidad y la alegría de que la idea me llegue y no al revés. No fue mía. Sólo la acompañé. Me parece una foto bella, frágil y delicada, como una pérdida. Fue compuesta especialmente en diálogo con lo escrito. Creo que es un poema más del libro, que no entiendo, y para qué explicarlo.

 

-En algún poema hablás de la epidemia de la lucidez, de la cuestión de la tecnología como ese estar falsamente en vida y en línea. Parecen temas exacerbados con esta pandemia de coronavirus…

-Todo este libro se escribió antes del famoso coronavirus. Pero casi todo él, fue víctima de los efectos de lo que sigue siendo una pandemia. En algún chiste en las redes dije que era un libro atrapado por la pandemia, que hablaba sobre el amor, la otra pandemia. Escribo en esta época, seguramente algo se venía sintiendo.

Y en este tiempo leyéndolo desde la pandemia, he recibido comentarios de distintas índoles. Digo, como se leen Las mejores pérdidas en tiempos tan totalitarios, tan que todo falta, o todo sobra. Todo tan afuera, todo tan adentro. De hecho, durante estos últimos meses tuvimos grandes pérdidas, m

uchas de ellas forman parte de las mejores, así que sí, lo he leído y pensado desde este momento histórico tan potente.

Ya lo han dicho muchos pensadores, pero pienso en el virus como una lupa que nos ha hecho mirar más de cerca. O al revés, con una distancia que nos permite ver. Encuentro algunos poemas un poco teñidos de una experiencia crítica. Como citás, él “falsamente en línea y en vida”, parece un juicio, pero es más decir sobre una experiencia. Y ahora estamos no sé si tristes, pero haciendo malabares para inventar ese en línea y en vida.

-¿Cómo sentís que conversan estos poemas con tus anteriores?

-¡Se dan ánimo! Conversan desde una imposibilidad más amable. Y se dicen que, a veces, escribir es lo posible.

Por otro lado, pienso en que no sé qué cosa define la anterioridad, quizá la reunión en un libro. Pero leo a los “anteriores”, como pasos y a estos como una caminata con más ritmo.

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Elena Berruti: “Revolución es un sustantivo curiosamente femenino”

La joven poeta riocuartense, a propósito de la publicación de “Algo” (Cartografías, 2019), pone de relieve en esta entrevista para El Corredor Mediterráneo su compromiso vital con la lucha por un orden social más justo e integrador y que ella ejerce tanto desde su condición de poeta como de educadora.



Por Marcelo Fagiano

A sus 51 años Elena Berruti se declara mujer, madre, compañera, amiga, profesora de letras y poeta. Integró el taller Caja Negra y el grupo El Borde 5, de cuyas publicación participó. La prestigiosa editorial riocuartense Cartografías le publicó en los años 2007 y 2011 los libros “Zócalo” y “Pan apenas blando” y ahora hace lo propio con “Algo”.

También forma parte del grupo promotor del “Aguante Poesía”, Encuentro nacional de escritores, lectores y editores de poesía, y en este marco coordina la acción el “Aguante Poesía va a la Escuela” desde 2016. Asimismo fue directora de UniRío editora (UNRC) entre 2011 y mediados de 2015, y, desde 2017, creadora del espacio taller de poesía en casa “versoRaiz”.

Elena habita esta pequeña aldea pampeana del siglo XXI, fortín de la frontera sur, convertida en ciudad agrícola ganadera que se nutre de los recursos naturales de lo que en el siglo XVIII se consideró un desierto habitado por salvajes. Ella ha crecido aquí, recorriendo sus calles y habitando sus espacios cotidianos:

“Mujer/madre/compañera/amiga/profedeletras/poeta”. “Mujermente escribe, así como –y mientras- se juega, lee, denuncia, lucha, se enraíza con furia amorosa en madre tierra para tejer vínculos con otros y desplegar con sed de manada todas sus banderas…”, dice Marita Novo en la contratapa de su último libro de poesía “Algo”, publicado por Ediciones Cartografías con ilustración de tapa de Jimena Mateo. Por ese motivo, la invité a charlar para ECM, en uno de los espacios del Museo Municipal de Bellas Artes, sobre su obra y sus pareceres de la vida y el mundo que compartimos.

Uno supone que la poesía nació junto al despertar de la cultura humana, es decir, hay en nuestra historia innumerables voces, gritos y silencios pronunciados en su nombre. ¿Qué lugar crees que ocupa la expresión poética en las sociedades del siglo XXI?

Quiero creer, quiero poder afirmar que sigue ocupando un lugar como voz, como una voz social y una voz artística, estética en el sentido amplio de la palabra y, una voz ideológica, en el sentido de visión del mundo, de la vida, del hombre, de la mujer, y ese querer creer no es ingenuo, lo pienso desde las praxis en las cuales me siento con otros compañeros y compañeras involucradas, llamale docencia, animación de lectura y escritura, me generaría muchísima incertidumbre y, hasta vértigo, pensar que esa voz no ocupa ningún espacio, no se le asigne algún sentido, un valor, de igual manera me parece que también soy bastante reacia a pensar en asignarle un valor diferencial de elite, al contrario, con tanto soporte dando vuelta y diversidad de dispositivos y comunicaciones que se van, no solo transformando, sino mutando los modos de comunicarnos o de incomunicarnos, creo que esta voz resiste, propone, interpela y, a veces, simplemente nos deja mudos en un primer momento de contemplación para después poder seguir en movimiento, pero sí, me resisto a pensar que es una voz para unos pocos, para unos elegidos, para unos expertos, lo pienso como una voz social entre otras tantas.

…y en relación a eso, ¿cómo pensás que se vincula la academia universitaria con el arte, la academia y la poesía?

En particular con la poesía… esto es algo que se da, no solamente en nuestra academia, en la universidad pública de Río Cuarto, acontece en carreras de letras de distintos lugares del país y de otros países, en particular en las currículas de letras, a menudo, ella ocupa un lugar bastante relegado, de cenicienta…

Pienso en Patora (Marta Cisneros), como profesora de Letras, ella tenía su bloque sobre las poéticas…

Patora es maestra, fue, es y será maestra de todas las generaciones de alumnos y de alumnas, en aquel momento, y de profes actuales que tuvimos la dicha de tenerla en Introducción a la Literatura, ella ha dejado una marca indeleble y a mí me gusta mucho apostar a eso, en ejercicio del laburo, porque tal vez el acto educativo sea eso, dejar algo, compartir algo, marcar…

…y volviendo al lugar que ocupa…

…me parece que estaba vinculado a varias relaciones de poder, porque el género narrativo, entre las novelas, el relato, está muy instalado en la cotidianeidad, antropológicamente es central en nuestra esencia como especie y, en ese sentido, la academia ha reforzado esa preeminencia de la narrativa, incluso en el caso nuestro sobre el teatro mismo, sobre el drama, la literatura dramática. Con independencia de esa cuestión de estatus o de cómo le va la poesía cuando empieza a tener alguna tensión de poder en el ámbito de lo curricular goza, me parece, de muy buena salud porque también es muy requerida por los estudiantes, no tanto como objeto de estudio…pero si te acostumbrás que cada vez que empieza una clase lees algo, te lo van a reclamar el día que te olvidaste de comenzar por ese lado. La poesía circula entre nosotros, está en las letras de canciones, hay muchos blogs, está la cultura del fanzine que también a la poesía le es muy propicia para habitarlo, me parece que más allá o más acá de lo que la currícula mande o discipline hay una pulsión, un deseo de poesía entre los estrados de letras. La poesía a veces nos permite micro rebeldías interesantes, frente a lo institucionalizado, la burocracia, la meritocracia.

Siempre existieron proyectos colectivos que nuclearon a diversos jóvenes, a nuevas generaciones, en torno a propuestas artísticas, el cual parece ser un comportamiento humano bastante frecuente. En ellos, casi siempre, se construye, aunque inconsciente, desde algún paradigma, se festeja a determinados artistas, se olvida o ignora a otros. ¿Cómo fue la experiencia del taller literario “Caja Negra” en los ´90?

“Caja Negra” nos salvó del vacío de los ´90, ese vacío entre cultural, simbólico, artístico, social, ideológico. Yo era alumna de letras y me resistía a asumir que escribía, según yo… hacía ejercicios de escritura, y empecé a asistir a “Caja Negra” y me quedé medio a vivir, les debo a mis compañeros y compañeras del grupo sentirme y experimentarme como poeta. Teníamos una frecuencia de juntada semanal, con esa energía joven, fresca y despreocupada y a la vez muy seria, disciplinada, porque nos unía las ganas de leer y escribir, más que nada de escribir, era un taller literario, escribíamos, nos leíamos, hacíamos plaquetas, publicaciones económicas y que pudieran circular rápidamente, llegamos a hacer un programa de radio en la FM de la Universidad, lo recuerdo con mucha gratitud y como un momento de mucha energía creativa compartida que circulaba, de construcción y de reconstrucción de lecturas, discusiones estéticas, artísticas sobre no solo los gustos, sino las orientaciones ideológicas, estéticas de los autores o autoras que nos interesaban. En el grupo había diferencias de edades, había variedad generacional lo cual era una de sus riquezas, después quedó más reducido y se transformó en el “Borde 5”. Nos dimos muchos gustos, entre lúdicos y creativos, todo lo cual generó un sedimento, que cada uno de nosotros potenció de alguna manera, germinó, leudó, maceró para un lado o para otro y cada uno tuvo su propia evolución.

En algunos de tus poemas, prescindís del espacio y las palabras se unifican sin respiración posible, hay allí una búsqueda deliberada desde la forma, es un quiebre en la escritura convencional. Desde “zócalo”, “pan apenas blando” hasta “Algo”, tu último libro de poemas, es un rasgo que aparece con mayor frecuencia. ¿Qué podrías decir de esto?

Intento religar, tratar de unir lo que está escindido, separado, un ejercicio de reunir lo que se ha desunido, como un acto reparatorio, también creo que en otros casos puede obedecer a cuestiones más lúdicas de ritmo, pero mirándolo así, a la retrospectiva, le asigno ese valor como lectora.

Marita Novo en la contratapa de “Algo” usa Mujermente…

Marita, como autora de la contratapa del libro es parte de este paratexto que rodea, que acompaña y que presenta un libro, ha tenido un gesto por demás generoso, porque en general quien es invitado a prologar o a epilogar tiene todo el derecho del mundo a usar su propia voz y ella hace un juego muy redoblado y retoma tonos que son de la estética de “Algo”, de la política lingüística y en ese tono hilvana su propio discurrir en palabras presentándoselo a los lectores.

En una de las secciones de “pan apenas blando” (2011), decís “revolución es un sustantivo curiosamente femenino”. ¿Sentís, como poeta, que la escritura tiene que dar cuenta de las transformaciones que las mujeres impulsan hoy de manera militante en la sociedad? En el poema ochoeme de “Algo”, es contundente tu voz.

Aquella frase vista hoy al 2019, me parece un atisbo de una posición enunciativa que no creo que yo la haya conquistado o ganado, sino al revés, me ha permeado enormemente y celebro que así sea porque… no sé si la escritura tiene un deber ser, que dar cuenta de las transformaciones que las mujeres vamos protagonizando de modo militante en la marcha histórica, no lo sé, en teoría o como respuesta general y asertiva; menos pensarlo como un deber ser del o de la poeta o de la poesía misma como discursividad. Sí creo,  que aquellos chispazos, en este caso trabajándolo con el principio rector de la lengua que es masculino, genérico es masculino, así lo dice la RAE, así lo dice la colonia y la derecha también, por supuesto; en aquellos chispazos el yo de los poemas se referenciaba femenino al ochoeme de “Algo”… es tal cual lo decís vos: ha ganado la contundencia, no desde una voz individual, sino como voz colectiva de la que humildemente trato de formar parte: esta marea violeta y verde de mujeres por el empoderamiento, por la libertad de ser eso, mujeres, cada una a su manera y también por la necesidad de deconstruirnos en varias actitudes en las que nos encontramos muy habitadas por el patriarcado, no sé si es un deber ser, a mí me ocurre, me acontece, me atraviesa y me gusta que así sea, ser parte de esta marea, esta marcha histórica tan potente y a la cual hay que seguir construyendo día a día.

En el mismo libro expresas “…escribo como modo de intentar ser yo manera/lengua de mirarme…” ¿Siempre está presente en tu escritura ese impulso?

Entiendo a la poesía como un modo permanente de construcción de la propia identidad pero también de reconocimiento y de construcción y reconstrucción de esa identidad, por lo tanto, es necesario estar revisándola, limándole asperezas o generándole otras, la escritura es un laboratorio, una cocina interesantísima para hacerlo, pero también tengo la sensación de que en “Algo” en particular, tal vez por un efecto de edad, me parece que el foco de “mirarse” pasa más al “mirarnos”, hay una refocalización o al menos lo intento en la cocina de mi escritura, no sé si eso se logra o no, eso lo dirán los lectores, pero en términos generales, si bien sigue siendo una escritura del yo, hay una mirada más de lo colectivo, léase género, clase laburante, docente, escribiente, no se, mi escritura busca estar religándose a colectivos, no solo a la cuestión tan egodirigida, tan egocéntrica.

Tenés experiencia con talleres literarios (Verso Raíz actual y otros anteriores), además ejerces docencia en relación a la literatura. ¿Leer/escribir poesía, se aprende, se descubre, se nace poeta, hay en torno a ese oficio alguna creación personal o socio cultural que la conduzca?

Me parece que estaríamos bastante determinados si esperásemos, de pronto, que fuese una cuestión de cuna o de genética o de herencia, creo más en la lógica de la construcción, creo fuertemente en la pulsión; para que uno se anime a construir o a pensar que una práctica posible es leer y escribir,  pensando en lecturas y en escrituras creativas, tiene que haber una pulsión, está bueno que haya deseo, si media esa pulsión, si hay condiciones y oportunidades habilitadas por el entorno familiar, escolar, de laburo, estudio, oportunidades de disfrute de cultura, de arte… puede acontecer. El gran problema es cuando esas oportunidades no están dadas. Estoy convencida que cuando eso ocurre, dado un contexto estimulante y no sancionador ¡cómo no vamos a poder ejercer el derecho humano inalienable de inventar con palabras! Se puede laburar y hay que laburarlo, es fiesta pero también es pelea con las palabras y con todo lo que está por debajo, por atrás y por los costados de ellas.

Naciste en 1967 y se descarga sobre la Argentina la feroz dictadura cívico-eclesiástica-militar en ´76, cuando tenías tan solo 9 años, al retomar la democracia, en el ´83, cumplías 16 años, crisis del 2001 unida como un puente aterrador con el presente de desamparo social en donde estamos inmersos. El país de tus sueños, en este territorio, ¿hay que construirlo, tiene cimientos, te contiene?

El país de los sueños es un país necesariamente inclusivo, diverso, democrático en serio, indispensablemente solidario… y claro que hay que construirlo y, si los cimientos son endebles, habrá que fortalecerlos. Hoy por hoy no sé si me contiene, los territorios sí… No me siento en absoluto representada por quienes conducen, de manera rimbombante, los destinos del país, pero me parece que ya hemos vivido un país para todas y para todos y que está en nuestras manos, no digo reconstruir melancólicamente ese pasado, pero sí construir otra vez y todas las veces que sean necesarias, ojalá que no sean tantas, un país para todas, para todos y en el cual entiendo no alcanza con lo que haga una cúpula dirigencial u otra, una fórmula u otra, vamos a tener que apelar a construcciones colectivas desde el pie, desde las bases y si las representaciones están en crisis habrá que seguir interpelándolas, deconstruyéndolas. Estoy convencida de que sí, quiero que sea así porque tengo hijos, porque soy profe de estudiantes y a cada rato, cuando los veo, me encuentro con signos de esperanza.

Me imagino que habrá proyectos, continuidades…

Proyectos siempre… ¡qué es la vida sino eso! Proyectos de los buenos. Con Marita Novo estamos elaborando un libro que va a tener algún condimento de libro objeto: va a reunir grabados de ella y poemas míos cuya edición estará a cargo de José Ammann. Por otro lado, el “Aguante Poesía va a la Escuela” se nos ha ido de las manos, empezamos con esa idea que compartíamos en una mesa del “Aguante”: ¿por qué no vamos de visita los poetas a las escuelas?, comenzó con una experiencia piloto, con todo el laburo de Cristina Giacobone primero, al que después se sumó Anahí Asquineyer de Letras de la Uni, junto a todos los compañeros poetas y cercanos al “Aguante”. Hay mucho requerimiento, cada encuentro en una escuela, en cada territorio… es único, es muy interpelador y motivante, tanto para poetas como para estudiantes y profes, ha crecido y sigue haciéndolo. Y del “Aguante Poesía”, qué decir, es un estado de poesía permanente, como movida tiene esa potencialidad, depende de que nosotros podamos darle aliento, es un encuentro, no un evento, un encuentro de gente que se respeta, que se aprecia y valora mutuamente, dispuesta a escuchar a otro, a otra y a valorar la palabra, la voz poética, no es menor en los tiempos que corren, además de eso, incita a lecturas y a escrituras, a revisarnos, provoca reuniones, ideas compartidas, proyectos que por ahí no hubieran cuajado de no tener esos dos o tres días al año para vernos los rostros, cruzar la palabra y detener un poco el tiempo… y también, tiene una horizontalidad muy interesante que muchos otros eventos relacionados con la poesía, me parece, no tienen. También pensaba, pensábamos, que en esta edición de la Feria de Editoriales Independiente (FEI), tan cercana, iba a estar y estuvo muy presente Pedro Centeno; entre otras cosas la escritura, la lectura, tienen efectos e intentan, a veces logran, hacerle pito catalán a la muerte, es tan reciente lo de Pedro, la muerte física, que varios de nosotros aún no lo habíamos puesto en palabras hasta la FEI, en donde estuvimos feriando y recordando anécdotas, y Pedro apareciendo como sujeto de un discurso, de un recuerdo… Una profe de una de las escuelas me dijo: “en el próximo Aguante Poesía va a la Escuela los poemas de Pedro van a estar dando un montón de vueltas por las aulas y por los patios de las escuelas”, ¡mirá si no le hace pito catalán a la muerte!

La conversación concluye en este atardecer de otoño, queda mucho para charlar, para aprender, para conocer a los artistas de nuestra crecida aldea agropecuaria. Elena se despide mujermente hablando y continúa su destino de palabras mientras me quedo con “Algo” en las manos, leyendo el poema que le da nombre a su libro.

Algo

Algo

pequeño

en minúsculas

no todo, claro

ni mucho ni bastante

ni siquiera alguien

o alguna, alguno

algo como quien dice

pizca

o sacarle un pellizco a la nada

al nadie

o al nunca

así: algo

¿algo para tener?

como posesión o propiedad privadísima

No

¿para poder con algo?

como autoridad o vigilancia

No

¿saber algo?

como atributo o investidura

Tampoco

Más bien como querer algo, no sé,

desearlo sin placidez

pulsar hacia algo sin

romance alguno

sin que medie encanto

¿algo en qué creer?

como religión o ciencia o proyecto

No.

Algo que te despabile como coscorrón en la cabeza

que te sacuda del letargo

que te anime sin fiesta

algo de beber sentir jugar

algo que cuidar para que crezca

algo que arriesgar o que

desvele sin tormento o

para conjugar en tiempos y modos que aún no conocemos.

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Gastón Malgieri: “La poesía y la fotografía me ayudan a mirar, a preguntarme”

El escritor y fotógrafo habla de los orígenes de Animales poco útiles, que acaba de publicar

-¿Cómo llegaste a la poesía? A la lectura y luego a la escritura…

-Supongo que por necesidad. Creo que la poesía aparece, o me vuelvo permeable a ella, cuando empecé a tomar cierta conciencia del estado de cosas en el mundo. Digamos que fue el modo que encontré para anclar en otro territorio, uno menos hostil, menos doloroso. Casi te diría como si fuera un refugio, un modo de cicatrizar. A esto lo digo pensándome como lectorx.

Mi primer acercamiento a la literatura en tanto alguien que escribe, tuvo que ver con la narrativa, con la necesidad de contar. Cierta pasión temprana por el cine, me llevó a ese intento. Fue instintivo, si es que es posible tal cosa. No provengo de una familia donde se cultivara el placer de la lectura, o donde hubiera una biblioteca frondosa, ni mucho menos.  

Luego, con los años, la escritura. O su tentativa. No sé bien por qué terminé escribiendo. No lo he meditado tanto. Creo que me fue inevitable. Algo que se manifestó sin forma precisa, pero se volvió algo del orden de lo vital, de lo irremediable.

-¿Cómo dirías que se enlaza con tu trabajo como fotógrafo?

-De muchos modos posibles. No creo que las llamadas disciplinas artísticas sean compartimentos estancos, sino dispositivos diversos, con lógicas internas particulares de los que me valgo para acomodar mi estar en el mundo.  A veces, la imagen me ha servido para economizar lenguaje y, otras veces, he necesitado de la palabra para aquello que no logro ver con claridad. Y en ese devenir entre los distintos sistemas expresivos voy encontrando un pulso propio que muta, está siempre en constante cambio. Pero ambos modos, esto es, la poesía y la fotografía, me han ayudado, me siguen ayudando, a mirar, a entender, a preguntarme.

-En la contratapa Eduardo Mattio dice que este libro funciona como un “archivo de sentimientos”. ¿Lo vivís así? ¿Qué es para vos Animales poco útiles?

-A mí me sorprendió gratamente lo que Eduardo Mattio develó en el epílogo. Digo develó, porque no solo siento que lo haya hecho para con lxs posibles lectorxs, en términos de claves de lectura, sino incluso para conmigo. La imagen de ese archivo de sentimientos, o de una cartografía de emociones que nos nombran, estaba ahí, según parece, pero ante mí tomó cuerpo una vez que leí su texto. No antes. Y tengo la intuición de que él supo nombrarlo, no sólo por su condición de Filósofx, sino principalmente, por una narrativa que nos hermana ante ciertos dolores, ante ciertas fugas. Convocarlx a escribir ese texto tiene que ver con esa hermandad.  

En el proceso de escritura de Animales poco útiles me fui tan hacia adentro, tan hacia atrás en la historia, tan a lo primario de mi narración, que cuando volví no pude ver esos signos. O no supe verlos. Supongo que eso sucedió de ese modo, justamente, porque algunos aparecieron ante mí por primera vez. Salieron a la superficie preguntas acerca de quién había sido mi madre, pero también quién era yo, a partir de ellx, o de su ausencia. Animales poco útiles significa un poco volver a nombrarme. Haberme dado ese permiso de habitar lo roto, lo que aún duele. Poder decirme, sí, hay heridas hechas para no cicatrizar nunca. Y salir a buscar también la rotura de esa mujer que muere a los 36 años. No solo su voz, sus aromas, o sus señas, sino, principalmente, su narrativa trunca.

– Este es un tiempo de pensar el género: ¿Qué voz tiene tu madre, que transita todo el libro? ¿Qué creés que viene a decir esta mujer?

-La voz de mi madre en el poemario, pero también en el plano de lo real, es una invención. El gesto primero fue darle forma. Intentar imaginar cómo hablaría, no ya de lo que ve, sino principalmente de lo que siente. De lo que sintió en su tiempo, ante el mandato de la “buena” maternidad, del matrimonio, de la ama de casa, etc. Yo no creo que esa voz venga a poner en palabras más que lo propio.  Una cicatriz personalísima.

Quiero decir, no fue un gesto estético hablar en mi poesía en femenino. Esa voz es, ante todo, un gesto vital, casi íntimo que termina, por error, en un libro que leerá otra gente.

Esa voz tiene mucho de soliloquio. No intenta decir nada a otrxs. Se habla a sí misma. Consciente de su rotura.  Transitándola. Cambiándola de lugar para volver a nombrarla.

Si alguna ilación hay entre esto que digo y el momento actual es, intuyo, esa idea de volver a pensarse como construcción social. Volver a pensar la idea de lo materno, de lo que se espera que transite un cuerpo leído madre. Y también, claro, lo que se espera que transite un cuerpo leído hijx.

-El libro transita la diversidad sexual, hay una voz marica: predominan el amor, el desamor. Da la sensación de que hay un desamparado que busca a aquella madre… ¿Fue pensado ese Segundo movimiento del libro como con un enlace a los poemas del primero?

Hay unx desamparadx que busca saber quién fue su madre. Hasta el presente, hasta el momento de escritura de estos poemas, yo sentía nostalgia por unx que no tenía idea cómo era, más allá del relato de otrxs. Entonces salí a su encuentro. El desamparo no lo genera su ausencia, tal como creí durante años, sino precisamente esa desesperación de que lo poco que recuerdo de ellx finalmente se me escape de las manos.

Respecto al Segundo movimiento, sí, así fue pensado. Una vez que la voz de la madre, de mi madre,  tomó cuerpo, necesité empezar a pensar entonces cuál era mi voz ahora. Y esa voz era una voz inevitablemente marica. Una voz que se enlaza a mi madre desde la rotura o la ausencia, pero también desde esos lugares de pertenencia que habitamos por fuera del predominio patriarcal. Ella, en tanto mujer; yo, en tanto marica. Una voz que, además, mi madre tampoco conoció de mí. Por eso, esa intención de diálogo entre el primer movimiento del libro y el segundo.  Como si el conjuro, poético, vital nos diera el permiso de hablarnos desde quienes somos ahora. Desde quienes pudimos ser, a pesar de todo.

-Acerca de la foto de la tapa del libro: ¿Quiénes son esas mujeres?

-En la foto de tapa está, por supuesto, mi madre, que es quien mira a cámara sonriendo, y unx amigx de la que no tengo más datos que el vínculo que lxs unía. Cuando estábamos pensando en la ilustración con Pablo Dema (editor de este libro), sentí que esa era la imagen que quería que funcionara de preludio para esos dos movimientos poéticos. Las razones son varias. Entre ellas porque tiene algo de selfie, tal como la entendemos en la actualidad, pero además porque temporalmente me la da idea de que esa foto pertenece a un período previo a su matrimonio y la maternidad. Y esa Teresa, así se llamaba mi madre, es un misterio para mí.

-¿Qué creés que la aporta el epílogo al libro?

-Creo que sella un pacto. Entre Eduardo, lxs lectorxs y yo. Un pacto que tiene todos los ingredientes de una complicidad tácita. Creo que, como te decía antes, Eduardo encontró signos, rastros, en los versos, que ni siquiera sabía que estaban allí. Y la apuesta fue que su lectura atravesara el cuerpo, su cuerpo. No desde el profundo conocimiento de ciertos ejes que en el libro aparecen, estos signos que él viene rastreando desde la Filosofía, sino desde una emocionalidad, su emocionalidad. Nombrarnos rotxs o heridxs también tiene que ver con reconocernos en esos tajos. Con reconocernos con otrxs. Y siento, muy profundamente, que el epílogo es eso,  una invitación, no a sanar, si es que es posible tal cosa, sino a inventarnos otras narrativas posibles a partir de las heridas con las que fuimos nombradxs.