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“Los superhéroes no cortan yuyos”, de Gustavo Borga, y “Diario de una androide”, de Marcelo Fagiano, dos libros en coedición con Ediciones La Yunta

Dos libros en coedición con Ediciones La Yunta.

Los superhéroes no cortan yuyos, de Gustavo Borga, y Diario de una androide, de Marcelo Fagiano, son dos libros en coedición con Ediciones La Yunta. Para las editoriales independientes autogestivas, unirse en el proceso de edición es el modo de publicar en este tiempo de crisis económica y de valores.

TEATRO. –

Los superhéroes no cortan yuyos, de Gustavo Borga,  es una pieza teatral. Corren los años 90 del siglo pasado. Juan y Pedro, sus protagonistas, trabajan desmalezando terrenos por una paga miserable. Alguna vez tuvieron empleos más dignos y mejor remunerados, pero la política económica implementada por el gobierno de Carlos Menem los obligó al retiro voluntario y, de ahí en más, a una vida reducida a la mera subsistencia cotidiana.

En sus derroteros personales (trayectorias marcadas por la penuria y el desaliento), se trama la debacle de un país condenado a la pobreza masiva y se anticipa la hecatombe que estallará en el 2001. No obstante, y a pesar de lo aciago de las circunstancias, Juan y Pedro se permiten la ensoñación y el desvarío. Sus diálogos disparatados no sólo constituyen evasiones de ocasión; son asimismo punzantes vectores lanzados hacia el rostro oscuro de una época despiadada.

Al igual que en la poesía del autor, aquí descuellan el humor negro y la ironía corrosiva. Esos tonos dan sostén a un cúmulo de situaciones teatralmente absurdas en las que cristaliza una perspectiva social tan acre como demoledoramente lúcida.  

Sobre el autor: Gustavo Borga nació el 7 de diciembre de 1960 en Villa Nueva, provincia de Córdoba. Publicó los siguientes libros: Patitos degollados (Edición de autor, 2002), Hermoso niño rubio (Xión Ediciones, 2006), Poesía reunida (Editorial llanto- demudo, 2008), Para vos NO (Editorial Ilantodemudo, 2010), Un puntito negro (Editorial Cartografías, 2013), Como un corazón (Borde Perdido Editora, 2016), Pozo de luz (Eduvim, 2018), La pastilla que brillaba como una luciérnaga (Borde Perdido Editora, 2021) y Alitas de pollo congeladas (Mascarón de proa, 2022). Es ferroviario.

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POESÍA. –

La raza humana se ha extinguido gracias a su portentosa capacidad de autodestrucción. Desde un espacio-tiempo post-apocalíptico, una criatura  munida de una sensibilidad femenina se comporta como una máquina parlante; hace suya la memoria de las mujeres que la precedieron (de aquellas que fueron poetas y de aquellas otras, anónimas pero igualmente inolvidables) y con una voz casi coral profiere la insistencia diaria de una escritura que discurre en el éter mientras se va borrando. Como no puede reproducirse, escribe. Y lo que escribe es un adiós deletéreo, explosivo, final.

Así, en Diario de una androide, su quinto libro de poesía, Marcelo Fagiano apuesta por la construcción de universo distópico donde restalla, renovada, la dimensión altamente metafórica de su producción poética. 

Sobre el autor:  Marcelo Fagiano es poeta, narrador y drama- turgo. Integrante y fundador del grupo de poesía callejera “Poetas del Aire” (1991-2002). Doctor en Ciencias Geológicas y profesor uni- versitario. Publicó:  Las manzanas de la libertad. 1″ Premio Publicación (Teatro, Córdoba, 1993); Jeroglificos en la arena (Poesía, Ed. Sociedad de los Poetas Vivos, Buenos Aires, 1997); Las florecillas del diablo (Poesía, Ed. Cartografias, Río Cuar- to, 2009); La sed de Heráclito (Poesía, Ed. del Dock, Buenos Aires, 2017); Guardianes de ceni- zas (Poesía, Ed. La yunta, Buenos Aires, 2021); Muñeca de patas largas (Narrativa, Ed. La yunta, Buenos Aires, 2022). Participó en más de una decena de antologias de poesía, narrativa y dramaturgia. Ha obteni do premios y menciones en concursos nacio- nales y provinciales en poesía, dramaturgia y narrativa. En este último género ha obtenido un 1º Premio Internacional (México, 2001).

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Diego Formía publicó su obra poética reunida: Te deseo un río (1999- 2022)

Diego Formía

El poeta y gestor cultural Diego Formía acaba de publicar su obra poética reunida: Te deseo un río (1999- 2022), en nuestra editorial Cartografías. La tapa es una obra original del artista plástico riocuartense Paco Rodríguez Ortega. 

En este diálogo con Cartografias habla de la intención de reunir la poesía que fue escribiendo y publicando durante  23 años, hace un breve recorrido por cada obra, marcada por momentos diferentes de su ser escritor, y reflexiona sobre la importancia de publicar poesía en un contexto de ajuste y crueldad como el actual. “En este tiempo de ultraderecha destructiva, tanto en lo discursivo como en los hechos, publicar un libro de poesía es un acto político”, dice.

Te deseo un río, poesía reunida de Diego Formía.
Te deseo un río, poesía reunida de Diego Formía.

-¿Cómo surge la idea de publicar la obra poética?

-Hace tiempo pensaba publicar la reedición de tres libros integrados: Crol en el invierno líquido (2005), el pez del ojo (2010) y Hueco de Mundo (2013). Básicamente, porque estaban agotados y necesitaba ejemplares para participar en ferias y mesas de lectura. El año pasado José Di Marco, a quien agradezco profundamente, me propone publicar la poesía reunida y desde ese momento comencé un proceso intenso en torno a la selección y corrección de libros y poemas para reeditar. Finalmente, bajo el nombre Te deseo un río, se publican poemas de los siete libros que he publicado, es decir, a los ya nombrados se sumaron Un velero en el Vacío (1999), Sonajeros (2003), Poemitas (2015) -los tres con correcciones y supresión de poemas- y Poemas para mirar / 9 universos visuales (2022).

-¿Qué etapas de tu obra comprende este libro?

-En el caso del primero y los dos últimos libros (Un velero en el vacío, Poemitas y Poemas para mirar) se construyeron con poemas sueltos, escritos en diferentes épocas. Los de Un velero en el Vacío son los primeros poemas que escribí. Creo que, si bien en estos se percibe una fibra poética, no deja de ser un libro inmaduro.

Poemitas es una apuesta a la capacidad de síntesis de la poesía y, al mismo tiempo, lo puedo percibir como un libro de disparadores, es decir, como un proyecto que se puede abrir si decido desarrollarlo como textos. Esto último es una idea que por el momento no me entusiasma, pero nunca se sabe si aparece la obsesión.

Poemas para mirar… son poemas que escribí para series y muestras (textos que eran parte de exposiciones) de 9 artistas visuales. A estos los escribí entre 2007 y 2020, pero se hizo visible como proyecto de libro en 2021. Este libro se convirtió también en una muestra con “9 estaciones” en el que los textos se exponen junto a las obras en las que se inspiraron. No descarto hacer un Poemas para mirar 2 vinculado al trabajo de otros artistas. Los demás libros nacieron como proyectos de libro o escritura.

Sonajeros es una apuesta al juego, a las infancias, las familias. La inocencia como contraste a una época signada por la estrategia compulsiva, al desencanto y la muerte. Este libro se complementó con un disco con todos sus poemas musicalizados por músicos de distintas generaciones de Río Cuarto.

Crol en el invierno líquido es un libro escrito desde una cama líquida, un yo poético que no se puede levantar y en el pez del ojo hay una decisión de “salir / salir de la cama /levantarse el viento de la tormenta afuera”.

 

Hueco de mundo mantiene el eje temático de el pez del ojo (la física teórica) pero con una escritura totalmente distinta.

-¿Por qué decidiste publicar en Cartografías?

-Publicar en Cartografías es sentirse en casa. Publicar, tomarse un vino, comerse un asado con los amigos. Un espacio de trabajo permanente que nos da identidad como comunidad lectora y literaria. Un mapa que se expande desde el lugar en el que escribimos. Cartografías es parte de nuestro paisaje humano y literario.

-¿Qué significa para vos que esta obra poética reunida salga en un año como este, de tanta avanzada contra la cultura?

En este tiempo de ultraderecha destructiva, tanto en lo discursivo como en los hechos, publicar un libro de poesía es un acto político. En este contexto facho en el que artistas y trabajadores de la cultura son tratados como si fueran maleantes, publicar libros es decirles acá estamos con nuestras voces ante sus discursos monstruosos alimentados por el odio. Decirles que no pasarán. No pasarán de esta época corta, cada vez más corta.

Diego Formía es un militante de la cultura y un trabajador de la comunicación. Cuenta que, en su espacio de trabajo, también difunde poesía. “Me estoy memorizando los poemas. Me gusta poder acercarlos oralmente a quienes quieran recibir poesía”, dice. Hay algo de su compañera, la narradora oral y artista Pequitas.

Por Verónica Dema

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¿Lo leíste? nina nombre de guerra / la herida móvil, de Maite Esquerré (por Pablo Dema)

nina nombre de guerra / la herida móvil
¿Lo leíste? nina nombre de guerra / la herida móvil
de Maite Esquerré (elandamio ediciones, San Juan: 2022, 77 págs).
Maite Esquerré nació en la ciudad de Buenos Aires en 1984. Estudió Teatro en la UNCUYO y vive en Villa Mercedes. Da talleres de poesía en su casa, que es también una boutique de libros de literatura elegidos de los mejores sellos independientes. Además es docente de teatro en el IFDC y poeta.
Recuerdo que cuando leí por primera vez su primer libro nina nombre de guerra, publicado por la editorial mercedina Deacá en 2016, pensé con asombro que pocas veces había leído un primer libro tan bueno y que sería difícil para Maite escribir algo así de bueno con posterioridad.
El libro fue reeditado por elandamio ediciones junto a otro breve poemario, la herida móvil, en este bello tomito del que reproducimos la tapa diseñada por Damián C. López, su editor. Al leerlo pensé que me había equivocado y al mismo tiempo que no me había equivocado la primera vez. La herida móvil era tan bueno como nina nombra de guerra, ¿pero es otro libro? Cuando leí su tercer poemario, Los gestos inéditos (Mendoza: Grito manso, 2022) asumí que acá así había otro libro, que nina nombre de guerra / la herida móvil funciona como un solo libro y que difícilmente Maite pueda escribir un poemario tan bueno como este.
De muestra, este tríptico:
Vals
ausencia de sueños
como una segunda casa
los gestos que amamos
se aproximan
mandarse a mudar
cuando llueve
sólo la lluvia canta
suena jacques brel
para mamá que escucha
en una nube
o en el hueco de un árbol
novela negra
paloma
dónde andarás
era liviano tu corazón
un capullito de espuma
y la vida un viento
hastío
escribiste estoy repodrida
tres veces más o menos
estabas corrida en el espejo
preguntaste quién era
la que a tus pies te veía irte
siempre vienen visitas
dudaste de vos y te viste pasar
ángel de fuego entre mortajas
plegaria
de cada pecho
que se parte caen
huevos de palomas
o chocolate
vine a ver los juguetes
y las ramas
en casa sobraban
los rincones
las penumbras
dejame tocar esos ojos
sellarlos besar tu anillo
cerrar mi vida
en la tuya
Completamente integrados, los poemas surgen de la voz de una hija que le habla a una madre ausente. Cada breve poema es la pincelada de un retrato y el rastro de una biografía fulgurante iniciada en Villa Mercedes en 1944 y finalizada en la misma ciudad en 1989 tras un lapso de tiempo de residencia en Buenos Aires. Adriana, la mamá que cuidaba a sus dos pequeños hijos, la lectora y amante de la música (Piazzolla, Jacques Brel, Nina Simone, Sinatra), la militante de las FAP que estuvo detenida cuando usaba el nombre de guerra Nina, la trabajadora fabril, la enferma de cáncer, la joven muerta pálida, el fantasma con el que se inició en la infancia un diálogo que perdura.
Los poemas trabajan con rastros físicos, con destellos de recuerdos y con testimonios. Lo que la madre leía, una frase marcada en un libro, una anécdota contada por alguien que la conoció disparan cada inscripción poética, casi siempre con un vocativo: “mamá cuando eras nina/ cuando eras niña jugabas/ cuando eras nina con un arma”. Al cabo de la lectura y las relecturas los poemas operan en la memoria como haces de luz sobre una vida intensa y fulgurante que lejos de desvanecerse crece en la memoria alimentada por la imaginación poética. De hecho, en uno de los poemas de la herida móvil la enunciadora alude tanto al acto de iluminación como al imaginativo: “viste hermano/ que las palabras funcionan/ a la manera de los relámpagos/ sí la tormenta pero/ después/ lluvia y el cielo limpio y fresco”. Y más adelante, en el mismo poema: “¿te acordás? estoy mintiendo/ pero la veo a mamá…” Memoria, memorias, versiones familiares, imaginación pero sobre todo los recursos poéticos amalgamados con la emoción le dan cuerpo y vida en el mundo del arte a Adriana/Nina. De este modo, la poesía está al servicio de un amor filial que salva del olvido, porque como enseñó Deleuze “el arte es lo único en el mundo que se conserva”.
Así, Maite le da un cuerpo poético a esos materiales que motivan su palabra y lo hace, al principio de cada poema, tirando como al descuido algunas frases frágiles que traen una frase coloquial de la madre, una imagen cualquiera, un detalle de un recuerdo y después, sobre el final, con una pericia casi mágica, integra esos materiales embebidos en un afecto que siempre es también el nuestro, el de toda criatura que vive a partir del amor-alimento primordial. Releamos el final de Plegaria: “dejame tocar esos ojos/ sellarlos besar tu anillo/ cerrar mi vida/ en la tuya”. O miremos el final de otro poema (pido gancho): “si encuentro las palabras/ voy a escribir/ una ternura que te descubra”. Siempre el último verso recoge, mediante la música de la aliteración, lo disperso. Releamos, tengamos el oído sutil como dice Juan L.: “ternura que te descubra”, “y la vida un viento”, “paso la mano por tu pelo/ hasta hacerte dormir”.
Lectores jubilosos y agradecidos, te recomendamos en este Newsletter que leas a Maite, que busques este libro que es lo más lindo que vas a leer en mucho tiempo. Como si hiciera falta algo más para convencerte, un poema más de la herida móvil:
la primera imagen /la fibra
para mi último cumpleaños
me regaló 6 fibras de colores
dibujé un río con peces
y un dinosaurio
una casa quieta un camino
van gogh inventó
un sombrero con bujías
y salía de noche a pintar
el alma de las cosas
quiero un sombrero así
para dibujar
el movimiento de una madre
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¿Lo leíste? Carmen, de Silvia Barei: una mirada de la poeta Paz Herón Ruiz

Carmen, de Silvia Barei (Editorial Cartografías, colección Archipiélago)

Este libro me llama la atención por su rareza. O rareza es el estado que quedó en mí tras su lectura. ¿Quién escribe este o estos poemarios? ¿Quién es el yo poético? ¿Y las Cármenes?

El prefacio explica que el libro contiene dos poemarios cuyas autoras se llaman Carmen. Barei recibe ambos textos y ella sólo selecciona, ordena, titula (algunos pocos) , agrega epígrafes y coda. ¿Le creo?

Finaliza el prefacio diciendo “Sólo soy aquella compiladora que ha recibido el regalo o el legado de escritura ajenas. Si en el futuro leen poemas míos semejantes a estos, sepan de dónde provienen”. Entonces no le creo.

Por un lado, creo que este es un poemario apócrifo, quizás me equivoque, pero acaso ¿esto no nos está permitido a lxs lectores?. Por otro lado también me pregunto qué tan “ajena” puede ser la escritura de este libro.

Carmen, de Silvia Barei.

Como sea, son varias las voces aquí presentes, las de Silvia Barei; la de la pintora Carmen P.  del primer poemario del libro titulado por Barei “Escribir/pintar”; las de lxs autorxs leídos por Carmen P. como Clarice Lispector, Tununa Mercado, etc., hasta la de una bruja, que también lee.

…Irrumpe la voz como si ella fuese 

interlocutora a la medida de esta pluma 

que la lleva en red

a otras novelas otras vidas

otros poemas.

En el otro poemario, más voces, titulado “El vado de los tiempos”, es de Carmen B., tía de Barei.

No podemos dudar acerca de la presencia de voces diversas y tonos muy disímiles, hasta de facsímiles de cartas de Carmen P., la pintora, y de Carmen B., la tía. Voces y presencias, escritura de la perduración.

En La pequeña voz del mundo, Diana Bellessi se pregunta: “¿Cuál es la relación entre quién escribe y lo escrito, entre lo escrito y su lector? El poema permanece opaco y cerrado en su incertidumbre hasta que el lector lo abre y resplandece por un instante”.

Esta es una invitación a escuchar voces, a apropiárselas, a recibir, como Silvia, el legado de escrituras ajenas, a pensar en si una, dos o tres son las autoras del libro, cual misterio de la santísima trinidad. Una invitación a embarullarse en la palabra de estas tres mujeres, que pintan, que escriben, que leen, que perduran.

… y ella piensa que tal vez sea real 

                              esto que inventa 

Silvia Barei

Por Paz Herón Ruiz (*)

(*) Autora de Lengua vegetal, publicada en Editorial Cartografías.

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Leandro Surce ganó el primer premio de poesía otorgado por el Fondo Nacional de las Artes (FNA)

El Fondo Nacional de las Artes (FNA), como venimos reivindicando en este espacio, es fundamental para promover el desarrollo de artistas, gestores y organizaciones culturales de nuestro país. Desde hace años se mantiene fiel a su compromiso con la literatura y la promoción de nuevas voces en el ámbito literario a través de sus reconocidos premios. Te contamos en un posteo anterior que Cartografías nació como editorial gracias al apoyo de este fondo.

Como cada año, a fin de 2023, se dieron a conocer los ganadores del Concurso de Letras 2023, del FNA compuesto por categorías como Poesía, Novela, Cuentos, Novela Gráfica y Ensayo/No Ficción. En la categoría de Poesía, el Primer Premio fue otorgado a Leandro Surce por su obra La isla blanca, reconocida por el jurado integrado por Mercedes Roffé, Carlos Battilana y Elena Annibali (esta última autora, publicada por Cartografías hace ya casi 20 años en nuestra colección De bolsillo: Madres remotas).

Leandro Surce, primer premio de Poesía, también nos honra con su presencia en nuestro catálogo de poesía con su libro: In medias res (colección Archipiélago). Esta vez, conversamos con él para que nos cuente acerca de su nuevo libro, el premiado La isla blanca, así como de la realidad actual que vive como editor independiente -está al frente de Kintsugi Editora.

 

– ¿Lean, nos contás en qué consiste La isla blanca? Cómo surgió, tus motivaciones, inspiraciones…

– Empecé a escribir La isla blanca en una época en la que estaba fascinado con la figura del náufrago. Recuerdo que leer Foe, de Coetzee, fue la gota que rebalsó el vaso. Entendí que ponerme en la piel de un náufrago me permitiría trabajar sobre una subjetividad reducida a su mínima expresión; algo así como un Yo puro maldito, es decir un Yo que a la vez que se erige como condición de posibilidad de la experiencia, tiene que manejarse dentro de un campo experiencial sumamente empobrecido: la isla desierta. Temáticamente, los problemas existenciales cayeron como cocos: la soledad, la locura, la angustia, la sociabilidad frustrada, etc. En última instancia, el gran desafío del náufrago es cómo lidiar con su propia interioridad (aunque ésta no sea más que un cronómetro disparado).

En términos formales el poemario tiene una estructura narrativa. Del poema 1 al 50 de despliega así una cronología. También aparecen distintos personajes; personajes que, paradójicamente, no rescatan de su soledad al náufrago: su propia sombra, un mono, una sirena y el fantasma de Robinson Crusoe. Introducir personajes fue muy divertido porque me permitió dotar al libro de cierta polifonía y enmascarar un pequeño homenaje a un gran poeta argentino: Luis Alberto Spinetta. Por suerte La isla blanca se va a publicar este año en la preciosa editorial Salta el Pez.

– Estamos viviendo un momento político, con el gobierno de Javier Milei, que pone en riesgo el Fondo Nacional de las Artes: ¿por qué te parece importante que exista este organismo autárquico?

– Estimular las ciencias y las artes es una tarea que todo Estado saludable debe llevar adelante. La cultura es un derecho de los pueblos. En ese sentido, considero que el fortalecimiento del CONICET, el Instituto Nacional del teatro o el Fondo Nacional de las Artes, por ejemplo, es un proceso vital y virtuoso; es decir, con consecuencias positivas tanto para la sociedad como para la economía. Desfinanciar y ningunear a estas instituciones es un ataque directo a la identidad del pueblo argentino y a sus perspectivas de desarrollo inmediato y futuro. Al fomentar las artes, el FNA apuntala, con becas de creación, premios o subsidios, nuestra imaginación colectiva. ¿Qué perspectivas de desarrollo puede tener un país sin imaginación?

– Sos editor independiente en Kintsugi Editora: ¿cómo ves la situación de la edición hoy en argentina? ¿Cómo impactan los costos en la edición de libros y en la venta?

La situación es desoladora. Se corresponde con el modelo económico que intenta imponer a la fuerza el gobierno nacional actual. Los bienes culturales (una película, un libro, una artesanía, etc.) son los primeros en verse afectados cuando la economía entra en recesión. Como el consumo cae, la inversión cae. Todo tiende a paralizarse. La falta de regulación del precio del papel encarece por demás (especulativamente) el costo de producción del libro en un contexto de alta inflación en el que la gente tiene que recortar gastos para sobrevivir. Ante tal escenario, el margen de resistencia de las editoriales independientes es cada vez más acotado.

En Kintsugi Editora, por ejemplo, tenemos varios proyectos listos pero la situación económica nos obliga a pensar dos o tres veces antes de dar cada paso. En un contexto recesivo las editoriales publican menos títulos o reducen las tiradas o ambas cosas.  Antes de que, a 40 años del retorno a la democracia, el anarco-libertario Milei se transformara en la cabeza del Estado (espero que se aprecie la ironía), el mundo del libro se pronunció en redes sociales (bajo el lema “Milei No”) alertando sobre las nefastas consecuencias de la reimplantación de un modelo neoliberal en la Argentina. Yo hice lo mismo. Recuerdo que una usuaria de Instagram que sigue a la editorial comentó: “No mezclen la política con el arte, no me parece”. Me preocupa que personas adultas sigan pensando que la política es un fenómeno aislado. Va en la misma línea de quienes repiten que son “apolíticos”.

– ¿Cuál dirías que es la relevancia de potenciar la literatura en una comunidad?

– Leer es una forma de escuchar, de entablar un diálogo (con vivos y muertos). Potenciar la literatura es una forma de llenar de contenido real a una comunidad; a una comunidad no necesariamente delimitada por fronteras nacionales. Los libros ponen en común experiencias, valores e ideas, fomentan la imaginación, refinan nuestra sensibilidad, nos brindan herramientas para construir o reconstruir nuestra identidad. Sospecho que debe haber alguna correlación entre la creciente falta de lectura y el aumento de la insensibilidad social.

Verónica Dema

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¿Lo leíste? Un acercamiento a Philip Larkin, por Pablo Dema

Philip Larkin, libros
¿Por qué algunas voces nos tocan y tantas otras resbalan por nuestros oídos sin dejar ninguna sensación duradera? Difícil saberlo.
Lo cierto es que a mí, muy de tanto en tanto, una voz me llega con total nitidez y así se inicia un diálogo que difícilmente termine. Incluso cuando se trata, como en este caso, de Philip Larkin, un autor de quien lo desconocía todo. Ni recomendado, ni de moda, ni prestigioso (al menos para mí en ese momento), ni siquiera autor en mi lengua o en una lengua extranjera en la que pudiera leerlo. Nada.
Sin embargo, en una de las ferias de las independientes alcé un libro desconocido titulado Ventanas altas, leí al azar unos versos, como leí al azar otro centenar ese día recorriendo la feria, y eso que leí captó para siempre mi atención. Mentiría si dijera hoy cuál fue el poema de ese libro, tantas veces releído, que leí primero; probablemente el propio “High windows” o “The threes”, uno de los pocos en los que la amargura de Larkin deja pasar  una hendija de luz en el final: “Ha muerto un año, parece que dijeran;/ comienza, comienza tú también de nuevo”. Quien traduce es Marcelo Cohen y la editorial es Gog & Magog (2010).
Tiempo después el poeta Santiago Espel me envió Las bodas de pentecostés y otros poemas, el tercer libro de Larkin publicado en 1964, en versión de Fernando Kofman y publicado en Argentina por La Carta de Olivier en 2014. Del mismo año es la maravillosa Poesía reunida editada por Lumen, en versiones de Cohen y Damiá Alou, que incluye Engaños, Las bodas de pentecostés, Ventanas altas y algunos poemas no traducidos hasta entonces.
Philip Larkin
Foto de Penguin Random House. Autor: John Hedgecoe.
El año pasado descubrí la existencia del pequeño volumen Simular ser uno mismo. Escritos sobre literatura, editado y traducido por Gonzalo Rojo (editorial Hola y chau, 2023). Es un maravilloso librito que incluye ensayos breves, reportajes e intervenciones radiales de Larkin en la BBC entre 1958 y 1973. Es un excelente libro para acercarse al universo de Larkin, a sus ideas sobre la tradición, los autores favoritos y sus ideas sobre el método compositivo.
Su explicación de cómo se escribe un poema es tan limpia y clásica que asusta, a punto tal que nos da la impresión de que gran parte de lo que se dice habitualmente sobre la creación es un intento de confundir a la gente inocente y que Larkin está poniendo ante el gran público una especie de verdad de Perorullo que no tenemos por qué seguir ocultando. Cito a Larkin:
“La escritura de un poema consta de tres etapas: en la primera un hombre se obsesiona con un concepto emotivo hasta el punto de obligarse a hacer algo con él. Lo que ese hombre hace es la segunda etapa, a saber: construir un dispositivo verbal que reproduzca ese concepto emotivo para cualquiera que le interese leerlo, en cualquier lugar y en cualquier momento. La tercera etapa es la situación recurrente de las personas que en diferente tiempo y lugar activan este dispositivo y recrean en sí mismos lo que el poeta sintió al escribirlo. Estas etapas son interdependientes y todas son necesarias. Si no ha habido un sentimiento preliminar, el dispositivo no tendrá nada que reproducir y el lector no experimentará nada. Si la segunda etapa no se ha cumplido correctamente, el dispositivo no dispensará sus bienes, o dispensará unos pocos a pocas personas, o dejará de dispensarlos después de un tiempo absurdamente breve. Y si no hay una tercera etapa, ni una lectura exitosa, será muy difícil afirmar que ese poema existe en sentido práctico” (cito en la versión que Santiago Venturino hizo para Hablar de Poesía 25 (julio 2012).
Además de sus cuatro libros de poemas, Larkin, especialista en jazz, recopiló sus escritos sobre ese género en el libro All What Jazz (1970). La producción del autor, quien trabajó toda su vida como bibliotecario en la universidad de Hull, se completa con dos novelas juveniles, Jill (1946) y Una chica en invierno (1974). Pude leer Jill en la preciosa edición de la editorial Impedimenta (2021, traducción de Marcelo Cohen). Es una novela de iniciación en la que Larkin recrea sus años de estudiante en el college de Oxford, ciudad a la que llega procedente de una localidad del interior. En la reedición de 1963 Larkin cuenta las circunstancias reales en las que que escribió el libro, ¡a los 21 años! Y el contexto en el que conoció a sus amigos, entre ellos al escritor Kingsley Amis, padre del celebrado Martin.
Algunos escritores nos interesan fugazmente, en cambio otros renuevan nuestro interés a medida que vamos conociendo más y más sobre ellos. Si tuviera que dar una razón de mi interés sostenido y creciente en Larkin mencionaría el carácter directo y sin ningún remilgo de su poesía. Es como si Larkin tuviera en sus manos un instrumento muy contundente y diera con él un solo golpe para luego retirarse sin hacer comentaros.
Una muestra:
Ignorancia
Qué raro no saber nada, nunca tener seguridad
de qué es real o correcto o cierto,
pero con obligación de comentar así lo siento,
o Bien, así parece ser:
alguien debe saber.
Qué raro no saber de qué modo funcionan las cosas:
su arte para hallar lo necesario,
y su sentido de las formas y tan puntual propagación,
y su deseo de cambio.
Y sí que es bien raro,
que incluso vistiendo tanto saber –ya que nuestra carne
nos envuelve con sus decisiones- aun
así nos pasamos viviendo en imprecisiones,
y al iniciar nuestra muerte
ni sabemos el porqué.
Por Pablo Dema
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Marya – Marie, de Livia Hidalgo, una biografía poética de Marie Curie (por Rocío Sánchez)

Tenía 11 años la primera vez que supe de Marie Curie. Iba a quinto grado y la maestra nos había propuesto presentar biografías sobre personajes importantes de la historia de la humanidad. La primera actividad consistía en intentar reconocer -a partir de una foto y con la ayuda de nuestras familias-, el nombre de cada una de las figuras seleccionadas por ella y distribuida a cada estudiante en el aula. No sé si fue azar o casualidad lo que nos llevó al encuentro.

Recuerdo que miré esa foto en blanco y negro casi sin esperanzas. Esa mujer que apoyaba la cara en una de sus manos y miraba fijo a la cámara sonriendo apenas, se parecía demasiado a todas las fotos que veíamos en los nichos del cementerio de Alejandro, cuando íbamos de visita y ese era el recorrido familiar obligatorio. ¿Cómo podía llegar a resultarme fascinante esa mujer tan parecida a tantas otras muertas? ¿Qué podía tener de especial?

Sin embargo, el encantamiento no tardó en llegar cuando descubrí que ese rostro, como miles de rostros en blanco y negro, era una vida; una vida, como miles de vidas, pero llena de color, única y magnífica.

Llámese azar o casualidad, hemos vuelto a encontraros ahora a través de las manos y las palabras de Livia Hidalgo en esta especie de biografía “poemada” sobre la vida de Marya Skłodowska, más conocida como Marie Curie.

Conocí a Livia hace algunos años. En un proyecto bastante parecido al de la publicación de este libro, había decidido escribir un poemario sobre Glauce Baldovin y Cartografías había decidido hacerlo realidad. Ese gesto tuvo -y tiene ahora también- un valor especial: más que el renombre de la poeta -o en este caso, de la científica- lo cabal es, en definitiva, cierta memoria que se instala con la escritura de esos textos. Escribir un poemario sobre una figura pública -más o menos conocida- es un movimiento arriesgado en muchos sentidos: implica un recorte, un modo particular de leer una vida, una forma singular de sensibilizarnos sobre la existencia de otro.

Esa manera de escribir de Livia, animándose a asumir el riesgo, es un rasgo particular de su poética: ¿una herencia, acaso? ¿un rescate, un influjo, un deseo de dar continuidad a esas vidas? La poeta cordobesa escribe para encontrarse con estos personajes, para decirles lo que hubiera querido, para crear un espacio/tiempo donde reunirse con la admiración que provocaron esas vidas en la suya. En ese sentido, la segunda persona que aparece en el poemario, hablándole directamente a otra, implica una intensidad emocional que, como lectores, no pasamos inadvertida a la hora de vincularnos con el texto.

En Marya – Marie se presenta una estructura particular en relación a la que estamos acostumbramos a leer en los poemarios. Se trata de un texto con continuidad que puede o bien leerse como un gran poema extensísimo -que abarca la totalidad del libro-, o bien como bloques estructurados a partir de los hitos más importantes de la historia de esa vida, ordenados como en una especie de línea del tiempo poética. Como si fueran micro-escenas de una película, Hidalgo nos lleva por esos sucesos que van componiendo la obras, destacando diversos aspectos de la existencia de la científica: sus relaciones familiares, su amor por la ciencia, ciertos rasgos de su personalidad, el modo maduro y precursor de abrirse paso en un mundo obstinadamente patriarcal, sus miedos y sus temores más profundos, su modo de quedar en la historia.

En este libro hay una búsqueda intensa por retornar al sujeto y una escritura que podríamos definir como híbrida en tanto el registro biográfico descansa en una combinación entre la dimensión histórica -anclada en los hechos verídicos- y la dimensión ficticia -teñida por la manera subjetiva de contar esos hechos-. Partiendo de este supuesto, escribir una vida (y escribirla poéticamente) implica, indefectiblemente, recurrir a la imaginación en tanto herramienta fundamental para transitar el género biográfico. Y eso es precisamente lo que hace Hidalgo: se vale del material histórico y, haciendo uso de los recursos de la literatura, construye en este poemario su propia visión sobre la extraordinaria existencia de Curie.

Como un eco se repiten incesantemente unos versos al final de cada poema. La insistencia en esa idea es lo que da unidad y circularidad al poemario: son los hechos que se cuentan allí los que han marcado, como pequeños rasguños, el nombre, la sombra y la sangre de Curie y son, al mismo tiempo, fuente de los legados -pequeños y cotidianos o grandilocuentes y extraordinarios- que esta mujer ha sabido, también, dejar como herencia a la humanidad. Este libro es, entonces, la constatación de lo que no puede -ni debe- ser borrado con el paso del tiempo. 

Por Rocío Sánchez

Nota del editor: Marya – Marie forma parte de la colección Obras Reunidas, donde Livia Hidalgo publicó Emily, una biografía poética de Emily Dickinson.

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Livia Hidalgo: “Con Glauce Baldovin aprendí sobre poesía, pero también me formó políticamente”

“La escritura surgió en mí a los 10 años”, dice la poeta Livia Hidalgo. Habla de “Pelusa”, una perrita que extrañó tanto que necesitó narrarlo, como un modo de encontrarse con ella. “Allí sentí por primera vez que me sustraje del mundo, que mi mente ingresó a otra dimensión de la realidad”, dice. Pero como tenía facilidad para los números, tanto sus docentes como su padre –dueño de una financiera- la impulsaron a estudiar Ciencias Económicas: “Del mismo modo que me sustraía del mundo para escribir, la misma sensación vivía a la hora de resolver problemas matemáticos. Me pasaba horas con un sinfín de operaciones en la mente. Quizás por eso digo que la matemática es poesía pura, pues es el más alto grado de abstracción posible”.

En este diálogo con Livia Hidalgo, autora del poemario Glauce, la escritora traza su recorrido desde aquellos años de infancia hasta que conoció a la poeta Glauce Baldovin, que fue su maestra y amiga. “Fue una relación de amistad muy intensa porque compartíamos algo que nos apasionaba y reunía: la poesía”, dice. “De ella aprendí muchísimo (…). Además de los conocimientos técnicos me formó políticamente. En mi libro Glauce, yo escenifico el momento de mi toma de consciencia sobre los hechos de la última dictadura militar”, cuenta.

Livia rescata de Glauce su rebeldía, su cercanía a los jóvenes. Agradece al Colectivo Glauce Baldovin, de Río Cuarto. “Jóvenes como ellxs son a los que yo invitaría para que integren ese partido único por la humanidad”, dice. “Hay que buscar líderes que nos representen, pues sin organización es muy difícil el avance. Y esos líderes tienen que ser lxs jóvenes”.

-Naciste en La Playosa, en Córdoba, pero tu abuelo era de Río Cuarto. ¿Qué recuerdos te conectan con esta ciudad?

-Mi abuelo paterno, José Ambrosio Hidalgo, nació en Río Cuarto en 1881 y pasó su infancia y buena parte de su adolescencia allí. Luego su familia se trasladó a Santa Rosa de Calamuchita, a mi bisabuelo lo habían nombrado juez de paz en ese lugar. En Santa Rosa, mi abuelo se casó y allí nacieron varios de sus hijos. Mi padre tenía cuatro años cuando se trasladaron a La Playosa. A mi abuelo le asignaron el cargo de jefe de la Estafeta de Correos en este pueblo que hacía muy poco se había fundado. Ahora bien, yo no conocí a mi abuelo, no había nacido cuando él murió. Sin embargo, debió haber tenido muy lindos recuerdos de Río Cuarto, puesto que una de sus hijas que vivía en Buenos Aires viajó exclusivamente a esa ciudad para conocer el lugar donde había nacido su padre.

-¿Cómo surgió la escritura en vos? Sos Contadora Pública, aunque cursaste materias en la carrera de Letras Modernas en la Universidad Nacional de Córdoba, también…

-La escritura surgió en mí a los 10 años. Tengo un libro “Pelusa” que con cierto humor cuento cómo empecé a escribir. Lo atribuyo a una composición escolar sobre el día del animal. Esto fue el 29 de abril de 1965. Allí evoqué a “Pelusa” una perrita lanuda que teníamos cuando yo tenía 4 años. Mi madre no soportó que la perrita hiciera sus necesidades adentro de la casa, y en lugar de educarla la fletó. Eso signó mi escritura posterior, pues empecé a escribir seis años después a partir de una ausencia, de un extrañamiento, de una carencia. Allí sentí por primera vez que me sustraje del mundo, que mi mente ingresó a otra dimensión de la realidad para poder encontrarme de algún modo con aquella perrita de la que nunca supe cuál fue su destino. Y la vi. Saltando y brincando, tal como la recordaba. Después de esa composición escolar seguí escribiendo pero no mostraba nada, pues no quería que mis padres se enteraran de lo que me aquejaba, tal vez inconscientemente sintiera que si los fastidiaba mucho, como a Pelusa, me fletarían a mí también.

En cuanto a las Ciencias Económicas, es difícil resumir la razón de mi elección. Diría que a mí me sucedía algo extraño. Del mismo modo que me sustraía del mundo para escribir, la misma sensación vivía a la hora de resolver problemas matemáticos. Me pasaba horas con un sinfín de operaciones en la mente. Quizás por eso digo que la matemática es poesía pura, pues es el más alto grado de abstracción posible. Eso más adelante me hizo pensar que la poesía está en todos lados, y que el poema, la palabra es sólo una de las formas de capturarla, y no siempre. A veces hacemos el mayor de los esfuerzos y la poesía se nos escapa, pero nadie nos quita el arrobamiento que nos provoca la persecución. Digamos que mis profesores contadores me incentivaron a inscribirme en esa carrera por la facilidad que tenía con los números. Pero además de eso, mi papá con otros socios abrieron una financiera en el pueblo. Mi papá era peluquero, él había elegido ese oficio porque aborrecía cualquier trabajo en relación de dependencia, y su ilusión era abrirse otro camino y dejar ese oficio. Él era el gerente de la S.A. en Comandita que habían constituido, por tanto tenía que atender la financiera y a su vez la peluquería, ya que en ese momento no sabía cómo iba a resultar este nuevo emprendimiento. Esta doble actividad le traía serios problemas, no podía dejar a un cliente en el sillón para atender a otro que venía por la financiera. Entonces, allí fui a parar yo, con 12 años de edad. Salvo de 13 a 17 horas que asistía al secundario, me pasaba el día en una pequeña oficina que se había instalado provisoriamente en el mismo salón de la peluquería, aunque separada por unos paneles. Como en los pueblos la actividad se cortaba al mediodía y la apertura de los negocios era a las 16, se estableció que el horario de la financiera fuera a las 17.  Allí me hice experta en matemática financiera,  al terminar el secundario fui directo a Ciencias Económicas con el propósito de volver y hacerme cargo de la financiera que por entonces había abierto sucursales en Pozo del Molle y Las Varillas, pero este proyecto se abortó por el Rodrigazo. La financiera se fundió, y también la ilusión de mi padre.

A poco de ingresar en la facultad supe que no era mi vocación, pero no quería frustrar a mi padre y por eso decidí seguir. En 1975 cuando la financiera se fundió, yo ya tenía el tercer año completo de la carrera, estaba trabajando todo el día y la Facultad de Letras no tenía horarios nocturnos. De modo que decidí recibirme, independizarme y empezar Letras.  Así lo hice. En Letras cursé y regularicé muchas materias, pero pude rendir muy pocas porque las fechas de los exámenes coincidían con los momentos de mayor trabajo en mi profesión. De modo que me convertí casi en una alumna oyente. No obstante a ello, me sirvió de mucho para la actividad que iba a desplegar bastantes años después como Coordinadora de Talleres de Poesía.

-Antes de escribir se nos despierta el amor por la lectura. Así que debería empezar por ahí, por preguntarte sobre tus primeras lecturas, tu biblioteca de pequeña, si es que tuviste, o tus maestras referentes…

-Siempre he tenido un gran amor por la lectura, pero me encontraba con un inconveniente, en el pueblo no había librerías, tampoco una biblioteca, ni siquiera en el secundario que tuvo su primera biblioteca cuando yo tenía 15 años, constituida fundamentalmente con libros de textos donados por el Banco de la Provincia de Córdoba que fue el primer banco que arribó al pueblo. El secundario en ese momento sólo tenía ciclo básico, yo había terminado tercer año y debía continuar mis estudios en Las Varillas y ya no podía acceder a esa incipiente biblioteca. Por tanto, diría que hasta esa edad sólo había leído los manuales escolares, las revistas Billiken y Anteojito, y algo de poesía porque la directora del secundario enterada de mis inquietudes literarias me prestó un cuaderno con poemas que ella había transcripto en su juventud, y diría que mi primera biblioteca se armó con el cuaderno que compré para copiar todos esos poemas y devolverle el suyo a la directora. Una de mis tías maternas recitaba poemas al estilo Berta Singerman, pero los tenía en su memoria, pronto los tuve yo en mi memoria, pero cuando quería transcribirlos no sabía dónde cortaba el verso, por tanto los cortaba según el modo de recitar de mi tía. También tenía el ejemplo de otra ávida por la lectura, mi abuela paterna, que por falta de libros coleccionaba los retazos de diarios del envoltorio de las papas y de muchos otros productos. Los limpiaba, los planchaba y a la tarde se sentaba en su sillita de mimbre a leerlos. A esto lo empecé a advertir cuando yo tenía alrededor de 6 años. En ese tiempo, y durante varios años, ella me relataba una gran cantidad de historias que yo las oía como si fueran cuentos. Mucho después supe que todas esas historias estaban en el Antiguo Testamento. Se lo sabía de memoria. Por eso, para mí, la Biblia fue siempre “los cuentos de la abuela”. Una frase de ella que se me fijó a fuego: “El saber no ocupa lugar” y otra frase de mi abuelo que ella repetía a renglón seguido: “El que de servilleta para a mantel ni el diablo puede con él”. Con estas frases, ella sintetizaba dos cosas: tenía que cultivar el apetito de saber, pero tenía que cuidarme de la soberbia. Mi abuela era originaria de Córdoba y había estudiado en Las Adoratrices, lamentaba haber tenido que dejar sus estudios porque en esa época a las mujeres de su familia no les fue permitido seguir una carrera. Se lamentaba de que sus hijos no hubieran tenido, al menos, la misma oportunidad que ella, ya que en la época de mi padre en el pueblo sólo había hasta cuarto grado. También ella fue un incentivo enorme para que yo siguiera estudiando, aunque hubiera querido que siguiera medicina.

Alrededor de mis 16 años, Alfonso Griffoni, lo nombro porque fue alguien muy significativo para mí,  abrió un quiosco de diarios,  pero no sólo vendía diarios sino también las novelas policiales del Séptimo Círculo, fascículos de Historia, Geografía y Maestros de la Pintura, y poco después los fascículos y libros del Centro Editor de América Latina. Yo ganaba unos pocos pesos y los invertía en la suscripción de todas esas ediciones. Los policiales me fascinaban a tal punto que mi papá se negó a que los siguiera comprando porque me distraían del trabajo en la financiera. Por lo tanto, mi biblioteca personal se fue constituyendo con esos fascículos y con esos libros. Tuve que esperar el arribo a Córdoba para comprar libros. Apenas llegué me suscribí a la Biblioteca Córdoba, sacaba dos libros de poemas por semana y como en esa época no había fotocopiadoras, los transcribía en cuadernos de 200 hojas, llegué a tener más de 20. Sin darme cuenta, estaba haciendo acopio de un vocabulario que luego recomendé a todos los integrantes de mis talleres, porque la poesía es fundamentalmente un trabajo sobre el lenguaje. Uno debe tener incorporadas las palabras para el momento en que aquello, que sigue siendo un enigma para mí, llega a uno como una música perturbadora y nos impele a plasmarla en palabras.

Tras los cuadernos visité innumerable librerías de usados y lo sigo haciendo. Cuando ingresé a la facultad de letras me convertí en una clienta vitalicia de Rey Ortega. Siempre estudie leyendo los libros, no me satisfacían los apuntes. Me habitué a ello cuando estudiaba Ciencias Económicas, durante los dos primeros años iba a la biblioteca de la facultad, pero luego comencé a trabajar y allí empecé a comprar libros porque solo podía asistir a los prácticos de 21 a 23 horas; le daba a una compañera un carbónico para que mientras tomaba apuntes para ella me facilitara uno para mí, pero sólo lo utilizaba como guía. Tras el cierre de la librería de Rey, la sustituyó Paideia y más tarde Rubén Libros por el hecho de que en esa librería coordiné talleres de poesía allí durante 16 años. Y por cierto que hay otras, pero mis incursiones por ellas fueron esporádicas.

-¿Cómo conociste a Glauce Baldovin?

-La conocí en 1991. Después de haber asistido accidentalmente a una reunión en sus talleres ella me invitó a coordinar juntas un taller literario. En ese momento yo seguía cursando algunas materias en la Facultad de Letras, y sumado a mi trabajo, no tenía tiempo para eso, pero también porque, como buena contadora, necesitaba algún tipo de planificación. Ella me dijo que armáramos un programa juntas y que dispusiera de su casa. Finalmente acordamos los viernes a la tarde, y si se me complicaba podíamos recuperarlo en cualquier otro momento que tuviera libre. En ese entonces, ella vivía en la calle Arturo M. Bas, muy cerca de Tribunales, por lo tanto era frecuente que tras ir a tribunales (yo hacía peritajes contables) me hiciera una escapada hasta su casa, siempre con la urgencia de volver a mis actividades; pero entre un trámite y otro solía tomarme algún tiempo y lo aprovechaba para verla. Cumplimos ese objetivo a rajatablas. Leímos muchos autores juntas, diría que todos los que aparecen en su libro “De los poetas” y otros que yo aportaba. En ese entonces yo conocía a muchos de sus autores favoritos, pero sentía una especie de hechizo por el modo en que ella los leía, tanto que los viernes cuando queríamos acordar era la hora de la cena, y allí solía invitarla a cenar en Betos, una parrillada que quedaba cerca de su casa o a un bodegón de la Avda. General Paz, que a ella le gustaba especialmente por las milanesas con huevos fritos y papas fritas que allí ofrecían a bajo precio. Tras la cena ella marchaba a su casa y yo a la mía. Pero fue allí donde comenzó nuestra amistad, pues ese rato que compartíamos lo aprovechábamos para confiarnos algunos sucesos de nuestras vidas.

-¿Cómo definirías la relación que las unió?

-Fue una relación de amistad muy intensa porque compartíamos algo que nos apasionaba y reunía: la poesía. Y también por su disposición y flexibilidad, pues su casa siempre fue una casa de puertas abiertas. Uno podía caer a cualquier hora y siempre era bienvenido. Además, pese a tener casi la edad de mi madre, nunca la vi de ese modo. Incluso diría que Glauce era mucho más transgresora que yo, más desprejuiciada, más libre, por lo tanto mucho más joven mentalmente, y por eso mismo adoraba y la adoraban los jóvenes. Establecía una relación de igualdad.

-¿Qué aprendiste de ella?

-De ella aprendí muchísimo. Yo tenía muchas dudas en cuanto a mi capacidad de coordinar un taller de poesía, ella me quitó esas dubitaciones porque me hizo entender que para la coordinación de un taller creativo era más importante la trasmisión de la pasión que los conocimientos técnicos. A los conocimientos técnicos uno lo puede aprender en cualquier libro si los considera imprescindibles para su metiere, y en todo caso uno puede darle al integrante una lista de esos libros si los requiriera. También me enseñó que no es necesario explicar ningún poema, que eso era tarea de los críticos no de los creadores. En todo caso, uno podía hablar de las circunstancias de vida que condujeron al poeta a escribir lo que escribió. Y aún sigo interesada en eso, en la génesis más que en los procedimientos.

Pero además, me formó políticamente. En mi libro Glauce, yo escenifico el momento de mi toma de consciencia sobre los hechos de la última dictadura militar. Estar enterada de los acontecimientos no significa tomar consciencia o comprender los significados profundos. Yo me enteré del genocidio y otras atrocidades de la dictadura durante la campaña de Alfonsín y después de su asunción tras la lectura del libro “Nunca Más”, es decir del Informe de la Conadep. Incluso Recintos de la muerte es un libro escrito bajo ese influjo, pero sin tener clara conciencia de lo sucedido. Yo desconocía las motivaciones. No sabía sobre la existencia del Plan Cóndor elaborado para toda América del Sur con la intención de instaurar los programas económicos del liberalismo o neoliberalismo. Yo veía las consecuencias desastrosas de la implementación de ese plan en mi trabajo, pero no alcanzaba a darme cuenta que todo eso respondía a un plan puntillosamente pergeñado por Estados Unidos y llevado a cabo en forma implacable por las dictaduras del continente cuya función era eliminar despiadadamente a todo opositor a ese propósito. Ella me despertó políticamente para que yo pudiera trascender las fronteras de nuestro país y pudiera buscar la raíz de los males del tercer mundo en las esferas del poder mundial. Es por eso que en la actualidad veo un nuevo Imperio y es el Imperio de la Globalización, constituido ya no por uno o varios países, sino por las grandes corporaciones globales económicas, financieras, comunicacionales, narcos que tienen el 99% de los bienes del mundo (el 1% tiene el 99%). Los que no formamos parte de ese 1%: ¿No podríamos hacer algo para contrarrestar los efectos de un capitalismo salvaje absolutamente inhumano, que genera la pobreza, la violencia, la indignidad? Ya no propongo un levantamiento en armas, porque sabemos que no tienen ningún miramiento a la hora de aplastar lo que se les ponga en frente. Yo aspiro a la creación de un solo partido sin divisiones políticas que se interese por la humanidad. Tenemos que superar esta grieta exacerbada impuesta por los medios hegemónicos de comunicación asociados a las grandes corporaciones. El 99% restante tenemos que oponernos a las políticas de destrucción. Estamos viviendo en el “sálvese quien pueda”. Y con ese slogan estamos destruyendo los valores sociales que nos han sostenido como sociedad. Hay que lograr una distribución más equitativa de los ingresos mundiales para que todos podamos vivir con dignidad.

-Cómo te impactó el hecho de empezar a vincularte con el colectivo Glauce Baldovin, de Río Cuarto, ese grupo de militancia poética al que te acercó tu libro?

-Lo primero que puedo decir es que me sentí enormemente congratulada de que un grupo de jóvenes como Camila Vazquez primero, después Melisa Gnesutta, Rocío Sánchez (y también otros que aún no conozco de ese mismo colectivo) se hayan interesado en mi libro y me hayan invitado al Mitin de Insurgencia Cultural Córdoba que homenajeó a Glauce y que coordinó Silvina Anguinetti el 26 de agosto. Y que tras eso me hayan invitado a la presentación de mi libro en el Aguante Poesía que se llevará a cabo del 8 al 10 de octubre en La Casa de la Poesía. Espero que la pandemia me permita llegar a Río Cuarto. No tengo aún confirmada la fecha, pero creo que será el 8 o 9, ya que el 10 debo estar de regreso.

Jóvenes como ellxs son a los que yo invitaría para que integren ese partido único por la humanidad, y les pediría que se acerquen al espacio Insurgencia Cultural que me parece interesantísimo. Pienso que ese espacio se podría ampliar muchísimo más y que las redes sociales son el medio para lograr un punto de encuentro para quienes tenemos inquietudes similares. Veo en ese espacio una proyección hacia el futuro. Podría extenderse a otras Insurgencias: Políticas, Ecológicas, Derechos Humanos, Educación, Salud, etc… Hay que buscar líderes que nos representen, pues sin organización es muy difícil el avance. Y esos líderes tienen que ser lxs jóvenes.

-¿Cómo surgió este libro: Glauce? ¿En que dirías que se parece y en qué se diferencia con tus otros libros?

-Este libro comenzó a escribirse sin ninguna finalidad, sólo por estar de algún modo con Glauce, o con su espíritu. Pero en 2015 ocurrieron varios sucesos, he contado dos en el libro, ahora cuento otros dos. Se cumplían los 20 años de la muerte de Glauce y Hernán Jaeggi me pidió poemas para el primer número de la revista “Palabra de poeta” y allí le envié los tres primeros textos. Luego me invitaron a un Homenaje a Glauce en el marco de la Feria de Libros en Villa Carlos Paz, allí leí algunos de estos textos como introducción a los poemas de Glauce. En el año 2018, motivada por la edición de Mi Signo es el Fuego,  Obra Completa de Glauce que publicó Caballo Negro, retomé el texto y le di la forma que el libro tiene actualmente, salvo el agregado de algunos poemas más de Glauce y de los dos poemas míos que inicialmente no estaban incluidos. Decidí la edición con el propósito de que sirviera como un relanzamiento de la Obra Completa de Glauce, ya que por la pandemia toda posibilidad de difusión se ralentizó, pensando que a esta altura del año ya la tendríamos superada.

Creo que se diferencia de otros libros porque aquí intento una integración de los géneros narrativos, poéticos y dramáticos con mayor decisión o arrojo si se quiere. Ya hay un conato de este procedimiento en otros libros míos como Isadora –jardín de invierno, y también en Fecunda, pero en ninguno de ellos incluí la narrativa casi a secas, para llamarla de algún modo. Sí la escenas dramáticas que me parece que constituyen ya una marca en mi escritura.

-¿Por qué lo definís como de antipoesía?

-Lo de antipoesía me viene de Nicanor Parra. Hay un poema que él dedicó a su hermana Violeta que a mí me conmovió muchísimo. Y creo que de allí puede haberme quedado esa suerte de lenguaje íntimo, espontáneo, como si uno hablara entre pares o entre amigos. Diría que surgió de ese modo y yo no lo inhibí ni lo censuré, dejé que el propio texto buscara su forma y a partir de esa forma le fui agregando o quitando, pero siempre en función de esa estructura surgida. Después de cerrado el libro, pensé que los textos narrados cumplen la función de conformar un marco para el realce de los poemas de Glauce, y que las escenas responden al modo de comunicarse de Glauce. Ella pocas veces contaba un hecho, casi siempre escenificaba, aún en cosas tan cotidianas como era el ir a cobrar su jubilación; hacía una actuación espontánea.

-Contar esta historia y de esta manera, ¿creés que fue un modo de acercarte más a Glauce, su poesía, su vida?

-No. Fue un modo de estar con Glauce, pero Glauce está en mí de un modo tan vívido que ningún texto puede sustituirlo. Lo que sí me ha ocurrido a la hora de seleccionar las escenas que aparecen en el libro, ya que inicialmente el libro era mucho más extenso,  es que de alguna manera me he querido desprender de aquello que me perturbó y que se fijó en mi memoria tan obcecadamente que después de 20 (26 años ahora) de su muerte me seguía atormentando. Digamos que quise curarme de los aspectos más dolorosos de Glauce, para quedarme con aquella Glauce vital que también conocí. Algo de esa vitalidad aparece en Fecunda, un libro que publiqué en 2010. Glauce es una de las protagonistas.

-¿Creés que tu libro dialoga con la literatura de género que se está produciendo y difundiendo más en estos últimos años?

-Ya Isadora –jardín de invierno se perfila como una escritura de género. Mi proyecto en ese momento era tomar diez o doce mujeres transgresoras que nos hubieran marcado un camino en lo referente a la lucha por la igualdad de géneros. Cuando me topé con Isadora, fagocitó ese proyecto, ella es a todas luces un prototipo de las mujeres transgresoras. Sin embargo, persistió en mí esa idea y si tengo tiempo seguramente la iré desarrollando. Glauce desde luego es otro paso en esa dirección. Y también lo es Emily al que le estoy dando los ajustes finales, aunque creo que lo terminaré de ajustar en las pruebas de galera como me ocurre generalmente.

Yo no soy una feminista extrema. No estoy en contra de los hombres, ellos fueron, son y seguirán siendo nuestros compañeros. Tengo muchos amigos varones a los que adoro. Y en mi profesión de contadora he encontrado colegas fantásticos que no sólo me han valorado sino que me han enaltecido. Tuve sí inconvenientes en conseguir clientes de mayor envergadura económica porque en términos generales preferían a los contadores hombres, posiblemente por tener más confianza en comentarles sus fechorías. Pero al margen de mi experiencia personal, se trata simplemente de que las mujeres tengamos las mismas oportunidades y el mismo salario o los mismos honorarios por igual trabajo. Que podamos ocupar cargos relevantes en la sociedad y que los varones acepten que puedan ser dirigidos por una mujer. La mujer no puede ser ya Juana de Arco, a la que se la quiera llevar a la hoguera por las mismas acciones que los hombres se han hartado de cometer. Y esto vale tanto para la política, como para la sexualidad, como para las relaciones laborales, comerciales o cualquier otra cuestión.

-¿Por qué seguís eligiendo editoriales independientes, pequeñas, de Córdoba para editar tus libros?

-Porque las editoriales independientes son las únicas editoriales argentinas. Esto quiere decir que todas las grandes editoriales son extranjeras. Empresas sujetas a las leyes del mercado que ellos mismos digitan, orientan y difunden; empresas asociadas a su vez a las grandes corporaciones mundiales que acaparan la industria del libro y que son selectivas a la hora de elegir los contenidos de sus ediciones, sobre todo cuando se trata de autores no tan conocidos. Esto es, asegurarse la ganancia antes de haber invertido.

Y también, porque me gusta el trato ameno y directo con el o la editora, siento que es un trabajo conjunto y tengo en alta estima a quienes ponen tanto esfuerzo para tan poco resultado económico. También ellos son poetas. Siento que los editores independientes hacen un trabajo silencioso, pero sostenido en favor de la cultura y que satisfacen a una parte de la población que elige sus lecturas haciendo oídos sordos a las grandes difusiones comerciales que aparecen en todos los medios, incluso en la misma vidriera de las librerías.

Y por último, diría que aprecio más que nada la libertad de escribir lo que me surge desde mi fuero interno y tener la tranquilidad de poder hacerlo sin que nadie me corra por detrás. Para mí lo sustantivo (en el sentido de sustancia) es escribir, lo otro es secundario aunque sería necia si no admitiera que me gustaría ser leída por el mayor número posible de lectores. Uno escribe siempre para otro.

-¿Cuáles son los proyectos que se vienen? Sé que tenés libros inéditos y otros con ganas de reeditar…

-Me gustaría editar mis obras reunidas, pero encuentro cierto inconveniente en ello; y ese inconveniente es que no podría hacerlo en un solo libro. Pienso que este anhelo debiera concretarse en distintos tomos.

Sí quisiera reeditar Isadora, jardín de invierno un libro totalmente agotado y que está dentro del programa de la cátedra Literatura de Córdoba en la Facultad de Letras de la UNC. Muchos alumnos me han dicho que tienen una fotocopia de ese libro. De hecho, yo misma he sacado muchas fotocopias porque no tengo ejemplares para vender ni para regalar.

Y también tengo dos libros inéditos: un pequeño poemario Pelusa al que hice referencia al comenzar esta entrevista. Emily del que también hablé. Tengo otros textos sueltos y varios en proceso, y mucho en mente a desarrollar.

-¿Querés agregar algo más?

-Quisiera agradecer a Cartografías por la excelente edición de Glauce y por la afabilidad de todos los que han contactado conmigo. A Bibiana Fulchieri por el magnífico retrato fotográfico de la tapa. A María Teresa Andruetto por la contratapa. Y a cuatro lectoras previas que me acompañan, sugieren y opinan en este metiere de la escritura, algunas desde hace años como Susana Arévalo y Susana Romano Sued, y otras más recientes, aunque amigas desde hace mucho tiempo, y muy valiosas como Paula Giglio y Silvia Barei.

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Melisa Gnesutta: “Aprendí a leer mientras jugábamos con mi hermana a la maestra”

Melisa Gnesutta recuerda que empezó a leer y a escribir con el impulso de lo lúdico y lo afectivo. “Aprendí a leer mientras jugábamos con mi hermana a la maestra”, dice. Sintió y siente ese aprendizaje como un poder. No lo soltaría jamás. Y su infancia transcurrió haciendo uso de esa potencia, leyendo y escribiendo muy estimulada por sus maestras.

Y los patios de su casa de la infancia, el de su abuela, pero también el de sus amistades fueron escenarios “luminosos” de lectura, juego, deseo. “El patio es un espacio de juego, de contacto con la naturaleza, de disfrute.  A la vez tiene su propio pulso dentro del universo de lo doméstico”, dice. “Eran de nuestra soberanía, en cierta forma un espacio libre del deber y más cerca del goce”.

Su primer libro, un poemario titulado Patios de verano, es como si recuperara un halo de aquel espíritu de la niñez, la naturaleza, el juego. Pero, a la vez, con la pulsión madura de quien ha explorado su decir poético hasta dar con su propia voz.

“La escritura de este libro significó una forma singular de habitar el lenguaje, como ingresar a una conversación más extendida entre ciertas experiencias domésticas, pequeñas, como la del patio, y una pulsión más ligada a lo natural, lo universal y lo ancestral”, reflexiona Gnesutta. “En ese punto los poemas comenzaron a convocar con insistencia a las mujeres, sobre todo, desde la experiencia de ‘las madres’. Creo que ahí se completó el ciclo”.

Liz Mellano la autora de las fotos (en colaboración artística con Gabriela Bellandi)

 

-Cuál es tu recorrido, tu acercamiento a la lectura y la escritura?

-Es muy nítido para mí ese momento y la experiencia completa de encontrarme con la lectura y la escritura. Fue un universo que me alcanzó con su fuerza más lúdica y afectiva porque aprendí a leer mientras jugábamos con mi hermana a la maestra. Yo tenía casi cuatro años y me acuerdo de que comprender, decodificar por primera vez una palabra me abrió a un asombro tan grande que, en cierto modo, sentía que tenía una especie de poder.

En mi infancia era muy lectora, leía todo lo que tenía a mano, gracias al esfuerzo de mis viejos que compraban colecciones de libros en el canillita del barrio. También mis maestras me alentaron mucho a la lectura y la escritura: siempre me veían escribiendo mis cuadernos con historias y poemas a mi gata (que vivió veinte años, así que recibió muchas dedicatorias), así que me animaban a seguir haciéndolo de distintas formas. Cuando tenía ocho años tuvimos que alquilar nuestra casa e irnos a vivir a la casa de mis abuelos, también en barrio Alberdi, pero muy cerca de la Biblioteca Popular Faustino Sarmiento.  La difícil situación económica que atravesábamos y el hecho de haber tenido que dejar mi casa y mis amigos, me llevaron, en cierta forma, a refugiarme en la lectura. Me hice socia de la Biblio y ahí empecé a leer los libros de la colección Robin Hood, que tenían una propuesta editorial bellísima. Louisa May Alcott fue, sin duda, la autora de mi infancia. Me fascinó y me leí sin parar todos sus títulos publicados en esta colección.

En mi adolescencia, y gracias a una profe de Lengua y Literatura, comencé a leer poesía, sobre todo modernismo latinoamericano. En esa época me compré mi primer libro con mis ahorros, que era una selección de poemas de Alfonsina Storni. Después abandoné un poco la poesía y me interesé más por la narrativa argentina, también por la influencia de otra profe. Ya en la Universidad, en el profesorado de Letras, volví a reencontrarme con la poesía, siempre de la mano de mis docentes (como Elena Berruti).

Ahora que voy armando este recorrido como lectora, y también como escritora, descubro con agradecimiento que la literatura me ha salido al cruce a través de grandes maestras, que he sido muy acompañada en este camino. Por eso creo que es clave la mediación, el poder acercar siempre a las niñas y los niños y jóvenes (y no tan jóvenes) a la lectura y acompañar en esas búsquedas.

Liz Mellano la autora de las fotos (en colaboración artística con Gabriela Bellandi)

-¿Cómo vas tramando tu vida profesional, tu familia, la escritura? ¿Podés tenés rutinas para escribir?

-Es bastante complicado porque suelo hacer muchas cosas a la vez y eso no siempre me sale bien. Actualmente, por todo lo que estamos viviendo y esta sobredosis de virtualidad es muy difícil organizarme en lo profesional, con mi familia, en un mismo espacio y tiempo. Es como si los límites se diluyeran porque todo transcurre en el espacio doméstico. A veces, al límite lo pone el propio cuerpo y tengo que bajar. La verdad es que no tengo rutinas para la escritura (a lo mejor debería tenerlas), pero trato siempre de estar conectada con la experiencia del taller para mantener activa la escritura y la lectura por fuera de lo laboral.

-¿Qué valor le das al taller de escritura? Sé que formas parte de uno coordinado por Elena Berruti…

-Sí, participé y participo de Verso Raíz (VR), este taller de lectura y escritura que coordina Elena desde 2017. Antes nos reuníamos en el quincho de su casa y ahora lo hacemos de manera virtual. Pero creo que además de la dinámica del taller, el espacio se ha constituido en una comunidad: leemos y escribimos juntas. Verso Raíz se sostiene desde esta impronta tan valiosa que Elena ha sabido construir, que es lo colectivo. Esta dimensión me parece fundamental porque la palabra nunca es sola, sino que forma parte de una constelación, una red. En ese sentido creo que nunca escribo ni leo sola, sino que lo hago siempre con otras, con otros y con otres. He participado de varios talleres, lo sigo haciendo. Es un espacio que me reconecta con lo lúdico de la escritura, que me desafía en mis formas más naturalizadas del decir poético. Para mí el taller nos permite alimentar la vitalidad de nuestro lenguaje y reconocer la singularidad de cada quien, la propia voz.

-¿Cómo surgió Patios de verano? Tengo entendido que es un trabajo de años…

-Sí, Patios de verano se fue haciendo en etapas, digamos. Nace en unas vacaciones con mi familia en Traslasierras. Ahí se comenzó a gestar, a partir de ingresar a un pulso y a una temperatura, como las del verano, que me llegaban a través de la naturaleza, de la observación sensible de ciertas escenas y de sentirme convocada por un lenguaje más autóctono. En esa oportunidad escribí un puñado de poemas. Luego fueron ingresando otras “fuerzas”, ligadas a lo animal y a los cuerpos, que traían un tono y una atmósfera más cercana a lo ritual. Creo que recién en este momento de la escritura empecé a considerar que esos poemas se atraían y podían llegar a ser un libro, porque hasta ahora nunca lo había hecho.

Para mí escribir siempre había sido una experiencia de redención, digamos, escribía un poema y, si me gustaba, listo, ya “había salvado mi día”, no tenía la intención de publicar. Pero la escritura de este libro significó una forma singular de habitar el lenguaje, como ingresar a una conversación más extendida entre ciertas experiencias domésticas, pequeñas, como la del patio, y una pulsión más ligada a lo natural, lo universal y lo ancestral. En ese punto los poemas comenzaron a convocar con insistencia a las mujeres, sobre todo, desde la experiencia de “las madres”. Creo que ahí se completó el ciclo.

-¿Qué fueron/son los patios para vos? Siento que es una palabra que abre un mundo narrativo y emotivo inmenso…

-Sí, es así, creo que los patios están vinculados a momentos luminosos, como la infancia, y muy íntimos. El patio es un espacio de juego, de contacto con la naturaleza, de disfrute.  A la vez tiene su propio pulso dentro del universo de lo doméstico: la forma en la que percibimos el tiempo, incluso nuestro propio cuerpo, es diferente en el patio. Nos convoca a habitarlo de una manera distinta al resto de los espacios de la casa porque allí creamos nuestras propias reglas; es como que hacemos nuestro propio pacto con el patio. Yo tuve el privilegio de tener varios patios, el de mi casa, el de la casa de mi abuela, también los patios de mis amigas y amigos de la infancia, y eran de nuestra soberanía, en cierta forma un espacio libre del “deber” y más cerca del goce y el deseo.

-¿Qué significa para vos este primer libro? 

Patios de verano llega en el momento menos esperado, por el contexto que estamos viviendo y el gran esfuerzo que deben hacer las editoriales independientes, como Cartografías, para publicar, sobre todo a autores inéditos, como es mi caso. En este sentido lo vivo con mucho agradecimiento y, volviendo a la construcción de lo colectivo que te comentaba recién, creo que el libro está muy apuntalado por una red amorosa que desde ya reciben y hacen circular la voz de estos poemas. Para mí Patios es el inicio de una conversación, es poder decir: “En este momento elijo este lenguaje para hablar de una experiencia”: mi primer lenguaje está en lo minúsculo, pero también en lo universal o lo compartido.

-¿Cómo juega lo intergeneracional en tu voz de narradora?

-Es muy importante porque esa variación hace que el yo poético esté en movimiento, a veces más cerca de la infancia, a veces más cerca de lo materno, o de la marcha histórica de las mujeres. En el proceso de escritura he tenido momentos en los que intenté auscultar ciertas experiencias que me antecedieron, de mujeres que me antecedieron y que me convocan de manera particular, ya sea por el vínculo familiar o por su decir poético. Y también hice lo propio hacia adelante, desde este lugar de acompañar las infancias de mis hijas, que me interpela y me desafía de manera permanente a hacer juntas nuestro propio camino.

-Siento que a tus poemas los cruza la perspectiva de género: ¿trabajaste en particular para que tuvieran esa mirada?

-Sin duda sí hay una perspectiva de género, pero no creo eso haya formado parte de una decisión inicial, sino que la escritura fue encontrando su cauce en la mujer, en una maternidad y un cuerpo que son políticos, y que a la vez están muy cerca de la naturaleza. Como dos linajes, ¿no?: la mujer y la tierra. Son dos genealogías femeninas que se despliegan en casi todos los poemas.

-¿Por qué te interesó traer voces como Glauce Baldovin, Sharon Olds, María Negroni, Mirta Rosenberg, Adelia Prado? 

-Son autoras muy importantes para mí. Sobre todo, en estos últimos siete años me siento convocada de manera especial por su poesía, aunque son poéticas diferentes. A cada una de ellas las fui conociendo en distintos momentos de mi vida y la energía subjetiva de sus poemas me movilizó de una manera arrasadora. Para este libro en particular las he llamado a todas a través de epígrafes y siento que me han acompañado muchísimo en el proceso de comprender a través del lenguaje algunas experiencias. Un hecho curioso que descubrí es que todas ellas publicaron por primera vez después de los treinta años; si bien es algo “anecdótico”, si se quiere, me pareció llamativo para pensar mi propio vínculo con la escritura.

-Son tiempos tristes de quema de bosques en varias provincias del país, en Córdoba en particular: ¿Tenés alguna reflexión sobre esto?

-Gracias por esta pregunta, porque creo que tenemos una gran responsabilidad en acercar el lenguaje al bosque, al monte. No sólo el lenguaje, claro, pero esto es urgente. Nuestro imaginario no puede desapegarse de la naturaleza. Lo que hemos vivido estos días es muy desolador, sobre todo teniendo en cuenta lo sistemático de las quemas y los intereses inmobiliarios que hay detrás. Pero también es esperanzador ver la sensibilidad y el compromiso que toda una generación está asumiendo con el medio ambiente. Cuando comenzaron los incendios en Traslasierras, Maxi Ibáñez, un poeta cordobés, publicó un poema terriblemente hermoso que se viralizó en las redes. El poema se llama “Hablar los bosques” y recupera este llamado a traerlos a nuestra conversación, a nuestro día a día, sustraerlos del olvido a través del lenguaje. Es tiempo, me parece, como dice Ibáñez, de regresar la palabra al follaje.

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Melisa Gnesutta nació en Río Cuarto (Córdoba) en 1984. Es profesora de Lengua y Literatura y trabaja como docente en distintas instituciones públicas de esta ciudad. Algunos de sus poemas fueron publicados en la plaqueta (M)araña de Recortes (UniRío Editora) y en VersoRaíz, hojas de poesía (Elena Berruti y José Luis Ammann editores). Ha participado de diferentes ciclos y festivales de poesía (AltaVoz, Aguante Poesía y Festival Internacional de Poesía de Córdoba).

 

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Carla Barbero, la chica que soñaba con una cámara de fotos

La artista riocuartense Carla Barbero es coordinadora del área de Curaduría del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, un espacio único en el país; en una conversación para El Corredor Mediterráneo, traza el recorrido de una vida atravesada por la imagen

 

Por Verónica Dema

La fotografía familiar es una marca fundante en la infancia de Carla Barbero. Esa niña inquieta, con pecas y lunares, de tez muy blanca, observa después de cada viaje de Río Cuarto a las sierras cómo su mamá y su papá archivan las fotos, consignan el lugar de esas vacaciones, la fecha. En ese ritual hay algo constitutivo, identitario.

Son cuatro hermanas. Carla no es la mayor, pero sí la que más insiste: a los nueve la dejaron usar la cámara. Para su familia de clase media en los ‘80, la cámara de fotos y la videocasetera eran objetos de valor a los que los niños no accedían. “Si había un rollo de 12 o 24, podía hacer tres disparos”, dice. Atesora esos “episodios” excepcionales de su infancia. “A esa edad yo ya flasheaba con la imagen para acceder a otra cosa. Para mí la imagen representaba un espacio de exploración del mundo”, dice Carla, más de 30 años después, una tarde soleada de domingo en el departamento antiguo que alquila en el barrio porteño de Boedo.

La ventana alargada que da al balcón trae al living una luz mansa de invierno, que aprovecha Amanda, la gata gris plata que acompaña las mudanzas de su ama desde hace más de 14 años. Este es su espacio de trabajo en estos meses de confinamiento por la pandemia de coronavirus: sobre la mesa hay una Mac, algunos libros de crítica de arte, flores amarillas en agua; atrás, una biblioteca con ensayos, narrativa, poesía, donde también se posan pequeñas obras de arte: una pintura sobre un minicaballete, una pieza del fotógrafo peruano de origen quechua Martín Chambi intervenida por ella, un dibujo enmarcado de uno de sus sobrinos. También, unas cartas de Tarot: “Lo estudio porque siento que es un conocimiento que tiene que ver con la cultura, con la imagen, con la condición humana”, dice sobre esta práctica, que combina con la del I-Ching.

El lugar, al que la cuarentena no le permitió aun acondicionar con todos los muebles que imagina, es sin embargo un hogar, esas casas donde dan ganas de quedarse. ¿Serán las plantas, el café, el aroma del pan horneado, el vino, el orden, el pequeño sillón mullido, la música?

“No me dejes no, tienes que olvidar. Vuelve, por favor, no te acuerdes más, de lo que pasó o lo que hice yo y me hiciste tú…”, cantan Alfonso Barbieri y Liliana Felipe, en la lista de Spotify que suena de fondo y crece en los silencios.

“Me mudé tres veces en tres años”. Las palabras salen con delicada autoridad de esa boca suya de semisonrisa que sintoniza con sus ojos verdes de perspicacia felina. Carla vive en la Capital desde que le ofrecieron sumarse al equipo de curadores del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, un espacio único en el país, que hoy coordina. Los curadores –simplifica para acercar su hacer cotidiano- son profesionales que investigan sobre arte, elaboran ensayos en función de hipótesis propias, trabajan con artistas en sus talleres, desarrollan una puesta para exponer en una sala o al aire libre. Investigar, crear, experimentar.

Después de 10 años de trabajar en museos públicos de la ciudad de Córdoba, donde en los últimos dos vivió experiencias que describe como de violencia institucional propias de la cultura estatal, le llegó la propuesta de Buenos Aires. Dio una entrevista y le pidieron que se incorpore lo antes que pueda: Carla aceptó y en dos meses desarmó su vida en Córdoba.

Ese es el currículum abreviado que justifica su arribo a Buenos Aires. ¿Pero cuál es el recorrido de esa niña magnetizada por la imagen? ¿Cuántas invenciones, o se debería decir explosiones la trajeron hasta la Capital?

“No creo mucho en las vocaciones en tanto esta idea estructural de una esencia que somos. Me parece que sí somos algo que puede tomar formas distintas”, dice. Sus movimientos se enlazan con sus búsquedas y eso va más allá de su profesión, es su modo de vivir.

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Mientras Carlos Menem empezaba a trazar una década neoliberal de opulencia para pocos Carla cursaba el colegio secundario en Río Cuarto. En los apáticos ’90 fue parte de esa minoría de adolescentes que participaba en política: crearon el primer Centro de Estudiantes en el colegio público al que asistía, Dr. Juan Bautista Dicchiara, y armaron la Unión de Centros de Estudiantes de la ciudad, articulada con los de la provincia. Se debatía la nueva Ley Federal de Educación, aprobada en 1993, derogada en 2006 por considerársela un fracaso.

Fueron tiempos de educación formal, que despertaron en Carla el interés por la historia, la filosofía y los medios de comunicación. Pero también fue el comienzo de la militancia y de explorar la imagen, ya sin necesidad del permiso de sus padres para poder disparar. “Por entonces, estaba descubriendo cómo, a través de la imagen, podés decir cosas; la imagen como propaganda de una idea”.

Llegó el momento de la universidad y se anotó en Ciencias Políticas, Filosofía y Ciencias de la Comunicación, en la Universidad Nacional de Río Cuarto. Cursó materias e hizo amigos –algunos de los cuales aún conserva- en las tres carreras, pero se recibió de licenciada en Ciencias de la Comunicación. “No llegó ahí el despertar del arte, pero me dio herramientas de una cultura macro, cierta historia conceptual como para entender algo de psicoanálisis, sociología, filosofía, semiótica”, dice, y aclara que es una formación que valora y respeta.

También se afianzó en la militancia estudiantil: “Tampoco era la megatroska, para nada. Es parte de mi educación cívica, sentimental, de imaginario. Para mí la universidad no es solo las materias que estudié, sino que es el lugar donde encontrar interlocutores”.  En el campus, en asambleas, en barrios populares era frecuente verla en grupo y con su equipo al hombro para testimoniar.

Por entonces fue generando contactos que le permitieron empezar a “parar la olla”, como dice, desde joven. Ser independiente: “Tengo una relación adulta con mis padres desde que soy niña, tuve siempre una relación muy emancipada”, aclara en un momento de la conversación. “Eso hace que yo me sienta querida, valorada por lo que hago”. Amanda se acomoda en sus faldas.

A los 19 sacó el monotributo, empezó a hacer fotos freelance; luego entró a trabajar en prensa de la Municipalidad; dio talleres de fotografía; hizo fotos para el diario La Mañana de Córdoba, que tenía una sede en Río Cuarto; estuvo en la creación del periódico cooperativo El Megáfono; también colaboró para La Voz del Interior.

En la casa familiar de siempre –a diferencia de Carla, sus padres nunca se mudaron- guardan intacto aquel archivo analógico de negativos: desde publicaciones estudiantiles y vecinales hasta de Rolling Stone o Playboy. Todo está por fecha y por tema, como lo vio hacer de chica. “Creo que podemos tener muchas vidas en una. No es nostalgia, sí es una lejanía. Reconozco algo de mí en todo eso, pero si me preguntás cuándo fue te digo: en otra vida”.

Se va hacia la cocina a buscar café, un ristretto recién salido de la Volturno. Suena una guitarra y Chico Trujillo canta: “Yo no vengo a buscar y tampoco a pedir una excusa ni nada. Vengo a decirte que estaba escrito…”

 

Carla Barbero, artista

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Las cámaras digitales llegaron a Río Cuarto a principios de los 2000 y Carla fue de las primeras que aprendió a usarlas. Durante años combinó lo analógico y lo digital. Cuando la llamaron para cubrir vacaciones de verano en La Voz del Interior y luego la incorporaron al staff de fotorreporteros valoraron ese saber digital que le permitía sacar y editar fotos con la nueva tecnología. Con el paso del tiempo, Carla empezó a especializarse en coberturas de shows, de eventos culturales que le interesaban. “La fotografía periodística se volvió un oficio del que viví muchos años, hasta que algunas cosas me empezaron a aburrir muchísimo, otras me indignaron”, dice.

Recuerda una película imborrable. Ese colectivo, el 29, que la llevaba a la zona del aeropuerto donde está La Voz. Ese domingo de calor cordobés, de los que derriten el asfalto. Esa certeza: ‘Ya no creo más en el periodismo, por qué participo de esto’. No era la joven de 17, en medio de la pampa gringa, encandilada con todo lo que podía denunciar a través de la imagen. “Tenía 20 y pocos cuando me di cuenta de que el periodismo es un blef total”, dice.

Dejó de interesarle, dejó de hacerlo. “Ese año empecé a ordenar todos esos intereses intelectuales que tenía. El interés por la imagen, que no dejaba de estar vivo, y la muerte y el duelo de que yo de eso no quería vivir más, pero no sabía qué iba a hacer”.

Fue su año sabático, de estudio y lecturas. Filosofía, historia, arte. Volver a conectar con su deseo.

“No sé qué tienen las flores, llorona, las flores del camposanto, que cuando las mueve el viento, llorona, parece que están llorado…”, canta Natalia Lafurcade, una versión de La llorona. 

En ese momento la ciudad de Córdoba vivió una coyuntura muy particular: en 2005 se inauguró la “Ciudad de las Artes”, un complejo donde se centralizaban las escuelas de arte; un par de años después ampliaron el Museo E. Caraffa y crearon por expropiación en el Palacio Ferreyra el Museo Superior de Bellas Artes Evita. “Como ciudadana que le interesa la cultura me generó mucho entusiasmo estar en esa ciudad en ese momento. Había algo del orden de la intuición, no tenía nombre todavía”, dice Carla. Al conocer el recorrido que siguió su vida, se destaca lo trascendental de esa época para ella. Sus presentimientos no fallaban.

Córdoba crecía en infraestructura cultural, y aparecía una oportunidad. Carla elaboró un plan de comunicación y contenidos para trabajar en los museos públicos de la ciudad -no existían los curadores como tales-. Pidió una audiencia con quien era Secretario de Cultura de ese momento (“algunos lo llaman audacia; otros, fuerza; otros psicosis”) y logró el puesto. “Ahí se cristalizó mi interés por la imagen, el arte y, al mismo tiempo, volvió esto de ocupar los espacios, algo que me había dado la militancia”, dice. Trabajó diez años con esa convicción en los museos por los que fue transitando.

En 2016 convocó a Emilia Casiva, investigadora y crítica de arte, para gestar Unidad Básica (UB), un museo de arte contemporáneo autogestionado, por fuera de la estructura estatal. La intención fue armar una institución con lo mínimo necesario: un monoambiente alquilado, el domicilio de Carla de entonces en barrio Güemes; en el pasillo por donde se ingresaba sucedían las muestras, que eran específicamente pensadas para ese espacio. Ahí desplegó la curaduría como historización y experimentación.

La vocación docente también acompaña a Carla desde siempre. Llega otro recuerdo de la infancia: “Era chica y en los veranos invitaba a todos los que estaban por empezar primer grado en mi cuadra y les enseñaba los números, las letras, tenía fichas: el uno con sombrero, me acuerdo. Los hacía yo”. Recorre esa otra vida.

Cuando piensa en el primer taller de fotografía que dio en Río Cuarto, exclama: “¡Qué caradura!”. Y ríe. Después estuvieron los talleres en Córdoba y ahora en Buenos Aires. Tuvo que explorar para descubrir que lo que le interesa es ese vínculo uno a uno con un artista, esa instancia de clínica de obra. “La intensidad del seguimiento de un proceso, el desafío y la adrenalina que me genera con cada uno poder servir en algo me resulta creativo y estimulante. Es una escala de intimidad donde el otro se muestra con una fragilidad que no es distinta a la tuya”. Y sigue: “Ahora que estoy más grande empiezo a creer que esas son las formas que adoptan en mí ciertas condiciones de maternidad, de hogar, son las formas en las que yo entiendo que puedo cuidar a otros”.

Carla no espera amparo de los lugares. “Cuando me di cuenta de que yo puedo ser artífice del cuidado para mí y para otros, me sentí grande”, dice. Buenos Aires, las sierras de Córdoba –prefiere siempre el río antes que el mar- el destino que vaya eligiendo es una circunstancia.

“Cruzas solo puentes, puentes entre ti, las flores y el silencio son cosas de tu amor, has dejado un río para atravesarlo a la vez allí…”, se alcanza a escuchar Fuji, de Spinetta en la voz de Loli Molina antes de que Amanda dé un salto y reclame salir a la terraza.