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A propósito de un pez de honduras, Oscar Tomás Aimar y su obra “El besugo, una agonía”

Por Abelardo Barra Ruatta

El besugo, una agonía, de Oscar Tomás Aimar, es mucho más que una novela de suspenso, pues la obra se comporta como un rico tratado sobre el ser humano inscripto en su corporeidad y en su psiquismo encarnado, en su historia biográfica, en su contexto social, cultural e histórico. La trama argumental es apasionante, porque Aimar posee la exquisita virtud de hacernos remontar a la representación visual de lo descripto, al tiempo que sabe adueñarse con puntilloso conocimiento de la carga semántica de las palabras y por ello, es capaz de interpelarnos, con la sagacidad de su razonamiento y su irreverente tránsito por lo eludido y elidido por la sociedad (y aún por una parte importante de una literatura desideologizada). Todo ello nos permite enfrentarnos no solamente con un novelista sino con un pensador de talla que, en la mixtura de un lenguaje -por momento lindante con una poesía sucia – que remeda el lenguaje de los seres cotidianos y que, de repente, se carga de preguntas que sólo se enuncian cuando indagamos desde un rico capital simbólico tomado de preocupaciones filosóficas.

Benjamín Otamendi, policía exonerado de la fuerza y devenido en investigador privado de poca monta, es quien se encarga de denunciar este costado de profundo pensador que caracteriza a Oscar Aimar: “Estoy pensando demasiado. Me vendría bien un asistente, alguien con quien siquiera poder hablar un poco, para no pensar tanto. Hablar de cualquier cosa, escuchar a alguien, para que el otro me saque un poco a la realidad. Un pesquisa debe tener ideas prácticas, y yo estoy divagando como un filósofo”.

Cada intervención de Otamendi es una ocasión que Aimar utiliza doblemente: dar encanto a la trama del relato y salirse de ella para interpelarnos con reflexiones que poseen validez universal. De ese modo se suceden cuestiones que tienen que ver con el rescate de una forma devaluada del saber: la sabiduría de los dictados populares (“Dale al hombre una causa justa, o algo que se parezca, y se convierte en una fiera”), el sentido mismo de la realidad humana y su pequeñez cósmica (“Nadie, pero nadie en el mundo sabe donde estoy ahora”), la insensibilidad del cosmos respecto del pequeño lugar que ocupan los humanos en el mismo (“Porque no conozco, las cosas se me aparecen como al azar, y se hace evidente su desorden”), continuando con esa idea de contingencia (“Por eso nos gusta viajar, para salir de ese estado de previsibilidad. No para conocer, sino para desconocer”), rematando con doloroso realismo acerca de esta visión del azar presidiendo nuestro débil paso por la existencia, porque para Aimar, el planeta mismo es un accidente físico en la economía de las leyes que rigen al universo, leyes, que de tan secretas se parecen simplemente al azar, (“Y basta con verlo desde aquí, en un momento como este, para estar seguros de que ahí afuera no hay nadie, y de que este planeta nuestro surca la oscuridad, desde hace millones de años, en busca no de otra cosa que del cascote cósmico que lo destruya de una vez”), la apelación a los afectos como único reaseguro provisorio que poseemos para afrontar este tránsito por la vida  -temática que vertebra al relato al punto de resultar el colofón mismo del relato de Oscar Aimar- (“Manos -pensó Otamendi-, la humanidad seguirá generando manos, miles de millones de manos hasta la consumación de los siglos, y ninguna volverá a ser la mano de mi padre”). Final sobrecogedor que nos deja un instante sin poder respirar, porque revela, en lo más pueril, en lo menos sofisticado, en lo menos intelectual, el secreto último de las preocupaciones que nos obsesionan: la enormidad constituyente de los afectos.

Es maravillosa la descripción que hace Aimar de la pintura que encierra la respuesta que Otamendi-Aimar pensador e investigador privado, nos da acerca del sentido de la vida (y no de la resolución de la interesante trama que vertebra la novela). Y el desarrollo de la novela, tal cual me interpeló, es también una excedencia respecto del excelente manejo que hace Aimar de los acontecimientos delictivos que le proporcionan la negritud policial a la novela, porque se trata de un amplio recorrido por cuestiones de la realidad próxima, por cuestiones del país, por cuestiones que caracterizan a lo latinoamericano y finalmente, por lo ya resaltado, el espíritu de indagación antropológica que hace que la novela de Aimar puede ser entendida (y sentida) por ubicuos lectores.

Caracterizaciones idiosincrásicas de lo nacional-latinoamericano y auscultaciones en una historia que se cierra a la medida de las clases dominantes, reflexiones sobre el papel del gobierno y el estado, la tutela insensible del patriciado, el nefasto corporativismo encubridor de las fuerzas del orden, caracterizaciones estéticas discutibles y provocadoras (“El chico agradeció con un gesto; un feo labio leporino le torcía la sonrisa”), una mirada promiscua de la sexualidad y un erotismo decadente que se nutre de la realidad de los cuerpos corrientes (“El torso debía ser más tórax y espaldas que otra cosa, pero conseguía que los senos ajustados parecieran opulentos. El vaquero puesto a presión rescataba algo apenas de un pasado remoto”), el sórdido mundo de las whiskerías y el recurso genital a las prostitutas.

Todo hace que el enredo ontológico del hombre besugo refleje la agonía y el esplendor fugaz de lo humano. Aimar se revela una vez más como un hacedor de relatos apetecibles, apasionantes, sin condescendencia con las normas de la urbanidad cívica y moral. Un pensador que apela magistralmente a la narración para dar cuenta de una visión del mundo ¿pesimista?  No podría aseverarlo. Yo diría propia de un existencialismo realista.

Redunda el consejo. Vale la pena acercarse a este poderoso escritor y a esta notable obra. 

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Reseña de “Algo que vuele”, el libro de cuentos de María Paula Vettorazzi

Texto de Virginia Abello para El Corredor Mediterráneo, editado por Antonio Tello, en Diario Puntal

“Yo soy esa que ellos dicen, y están seguros de eso. Sale de sus bocas ese mismo nombre que hace tiempo me resulta ajeno. Lo acortan y parece que fuera mío y de nadie más.” Así habla la narradora del cuento Esos otros que perdieron la memoria, en el que un grupo de amigos visita a Tomás después de un accidente en el que se ha lesionado su memoria a corto plazo. ¿Es necesario un accidente para que la memoria se fisure, se vuelva porosa y llena de dudas? Tomás logra recordar que la narradora trabaja de poeta. Ella espera risas, nadie se ríe, tampoco lo corrigen. “Los miro a todos, uno por uno: ellos creen que yo soy poeta. (…) Nadie me mira y siento que como el primer sánguche de mi vida como poeta.” Son las palabras de los otros las que terminan de delinear los contornos de nuestra identidad. Son los otros los que confirman constantemente el mundo que no paramos de crear con cada mínimo gesto. Como su personaje, es María Paula escritora cuando la editamos y la leemos y la reseñamos. Y sus palabras devuelven todo el tiempo esa confirmación de un mundo que tenemos la sensación de que siempre estuvo ahí, sólo que no le encontrábamos la forma de decirlo.

Este libro nos muestra que no es necesario construir literatura desde lo extraordinario y lo espectacular. Podemos sensibilizar nuestra piel y enfocarnos en algo pequeño y sutil, de modo que Mara atravesando una ronda de chicos con navaja, como sucede en Invierno por dentro,  ya tenga la suficiente fuerza para representar la omnipotencia de la muerte cercana. O que eso que se quiere decir, que se tiene atragantado y se necesita contar, no se termine contando nunca; y aunque el título nos anuncie: Hasta que la luz nos obligue, esa luz nunca llega y la pareja prefiere hacer el amor a oscuras. Escenas cotidianas, personajes verosímiles y sucesos pequeñísimos pero cargados de sentidos como un aleph. Es esta narradora, diferente en cada cuento aunque casi siempre mujer, que nos obliga a hacer foco en detalles que por primera vez se narrativizan: cómo se busca una media perdida en esa bolsa que hacen las sábanas al fondo de la cama, o la anciana que debe alimentar al perrazo y le tira el balanceado desde el hueco de las rejas del patio.

¿Por qué la narradora casi siempre es mujer? ¿Por qué las protagonistas son siempre mujeres? En una entrevista a la autora, ella dice que la escritura de estos cuentos ha coincidido con su despertar político en el movimiento feminista. Me atrevo a proponer otra mirada. Creo que la pregunta es tan ridícula como sonaría preguntarnos por qué la mayoría de los protagonistas de los cuentos de Cortázar son hombres. Una pregunta más válida sería por qué María Paula elige con predominancia una narradora en primera persona con características similares a sí misma en género, edad, estudios, trabajo. Posiblemente sea una búsqueda de respuestas personales, pero a la vez exponiendo la carne, honesta y transparente: esto es lo que soy, esta es mi mugre, mi sinsentido. Y también funcionan como conjuro desatador de nudos que están dentro, inexplicables y molestos. Como es el cuento Viaje por el Pedraplén, donde Carla se ve a sí misma ridícula y caprichosa al descubrir que toda su molestia se basaba en un prejuicio hacia el guía de turismo, un señor de 58 años que por primera vez iba a ver el mar en su propio país. O el cuento Romerito, donde la joven abogada no puede decidir qué vínculo humano va a tener o corresponde tener con Romerito, un viejo que le cebaba mate en el trabajo y que fue denunciado por violencia doméstica. Al cruzarlo luego de un tiempo no lo saluda y eso queda como nudo, como algo inexplicable, irresuelto.  

Así como son una búsqueda para su autora, también representan un desafío para la interpretación. Estos cuentos exigen un lector o lectora sensible a las sutilezas y que se deje atravesar por las problemáticas humanas y universales que plantea cada relato: lo callado que pugna por salir a la luz, la cercanía de la muerte, la superación del daño, lo impreciso de las relaciones humanas, la sospecha de estar pendidos de una telaraña de sinsentidos. El manejo de la información se realiza con tal maestría que nos dejamos conducir en cada relato a través de un aceitado mecanismo de intriga para encontrarnos hacia el final con nuevos sentidos que no son el mero descubrimiento del enigma. No importa ya qué le sucedió en San Juan a la narradora de Más atrás de San Juan. Al final del cuento no es esa curiosidad mórbida la que nos mueve sino la constatación de que no sabemos por qué hacemos muchas de las cosas que hacemos. Es esa presencia permanente del daño con el consecuente velamiento que autogeneramos lo que queda en nosotros como una ventana abierta.

Justamente, estos cuentos son ventanas abiertas para mirar la realidad desde otra perspectiva. No se nos dice nunca cómo mirar ni cómo evaluar lo que se mira. En este sentido, son muy interesantes los dos cuentos que María Paula elige narrar en tercera persona: Pájaro Negro y Algo que vuele. La narración es de observación, sin juicios, sólo de lo que los personajes hacen. El potente efecto que genera es que se está contando una verdad. No es la mirada de un personaje, es LA mirada constructora de realidades. Así aparece esta playa, en la que dos señoras se bañan, una es gorda y la otra delgada, y se sacan la parte de arriba de la malla y se abrazan bajo el agua. No hace falta decir que son pareja porque a esta forma narradora no le interesa si lo son o si no lo son. La señora delgada está insegura porque su cuerpo está amputado: le falta un seno. La señora gorda la distrae, le dice que adivine lo que dibuja con las manos: es algo que vuela. Poder mostrarse, así amputada, vieja, dañada, ridícula, distinta es algo así como volar. Y como termina haciendo la mujer delgada, aleteando y graznando como los pájaros a pesar de las miradas, así también estas historias son algo que vuela, porque muestran con honestidad lo que hay para mostrar.

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Algo que vuele o sobre cómo la amistad se convierte en libros

Con este texto el escritor Joaquín Vazquez presentó el libro Algo que vuele, de María Paula Vettorazzi. Ambos, autores editados por Cartografías

Por Joaquín Vazquez

Hace algo más de dos años conocí a dos chicas que hoy son grandísimas amigas mías y ahora están acá, a mi lado. Un poco por azar y otro poco por sincronía, coincidimos, afortunadamente, en un bar. Nunca se los dije, porque no hizo falta, pero, por la dudas, aprovecho ahora: para mí fue amistad a primera vista. A mí me había invitado el Pablito y a la Anto, la Emepé, también conocida como María Paula. De ella voy a hablar. Ya sabía que era de Sampacho, abogada y que iba al taller de narrativa de la SADE. Con esos datos, un segundo antes de que llegara la birra – perdón por tanto detalle, pero es importante y quiero decirlo porque todavía nos reímos de eso- le pregunté, sin rodeos, si hacía cama solar. Era una pregunta crucial, no entendía cómo alguien, a comienzos de septiembre, podía tener ese color. Tenía que haber algo artificial que lo explicara, que probara que mi palidez quizá algún día también pudiera llegar a ese tono, que los veranos y la transpiración nunca me dieron cuando todavía lo intentaba. Antes de responder, nos miró a la cara a uno por uno y sonrió: no, dijo, soy así, negrita y peronista, como para que no quedaran dudas.

            Así supe quién y cómo era ella y por qué los cuatro íbamos a ser amigos. Sobre esa situación, sobre ese fondo, vendrían los detalles. Sobre ese uso de los silencios, de las miradas, de los tiempos y de los remates iba a empezar a ver, también, por qué María Paula era narradora. No es algo de lo que cueste mucho darse cuenta, lo deben haber notado ustedes también como familiares, amigos, colegas. María Paula convierte en un gran relato y sin proponérselo cualquier cosa que cuente. Administra la información, le hace creer a su auditorio que está divagando, que está a punto de perderse, que todo es una gran digresión, pero en el momento menos pensado ajusta la imagen y la calibra con la emoción.

Hablo, todavía, y aunque no parezca, de la Emepé oral. La que se presenta primero con su locuacidad para que no se note tanto su sensibilidad, la que, de todas formas y por suerte, no puede ocultar. Hablo, también, de la Emepé de las anécdotas escatológicas, que no voy a reproducir acá, primero porque no da, y segundo y principal, porque ella las cuenta infinitamente mejor. Valgan por caso, y esto no es escatológico, es de público conocimiento- ella misma se encarga de contarlo, siempre con renovada maestría y marcada preocupación- lo que le pasa a la planta de sus pies y los experimentos que hace para tratarlo.

Ahora bien, y ya poniéndonos más serios, hay que decir que, al escribir, María Paula invierte con mucho acierto aquellas dos cualidades que le son propias en la oralidad. Cambia la locuacidad por un uso sosegado de la palabra y pone a esta última al servicio de la sensibilidad. En Algo que vuele no hay golpes de efecto ni cartas de otra baraja que aparezcan inesperadamente para cantarle truco al lector. Hay un plan decidido por ir, sin apuros, al meollo de lo que decide narrar. La magia ocurre bajo lo dicho y no tanto en los vínculos como en las emociones que llevan aparejadas. Esto pasa tanto en sus relatos de corte más realista o en otros como Selva, por ejemplo, donde algunos elementos sugieren algo fantástico. No hay acá grandilocuencias ni altisonancias. La apuesta es más radical y, por eso, será más duradera: los efectos especiales, los fuegos artificiales, para Hollywood. Algo que vuele prueba que, cuando hay algo para contar y se sabe cómo hacerlo, no hace falta apelar a recursos ni temas taquilleros. Pero ese saber, y acá quiero hacer hincapié, no se adquiere por arte de magia.

Escribir no es un hobby, es un trabajo. Y no se realiza sólo en el acto mecánico del tipeo. En el caso de María Paula, se nutre de todo lo que la rodea, siempre desde una perspectiva muy marcada pero que no se siente llegar. La ficción empieza, así, en la vida, pero no se identifica con ella. Está sometida a otras reglas y libertades, entre las que no se negocian las convicciones, pero en las que no hace falta gritárselas al lector. La de mi amiga Emepé, lo digo convencido, es una escritura sutil e incisiva a la vez. Profundamente política por el nivel de compromiso con su profesión de escritora -en efecto, todas las tardes cumple horario: escribe-; pero también por fidelidad a su percepción de mundo. Algo que vuele remedia sueños de aviones que no despegan y profesa un pedido de cuidado para todo lo que nombra: vínculos, enfermedad, amores, familia: que vuelen. Esa es la esperanza de fondo que como lector uno puede encontrar en estos relatos.

            Y apropósito del vuelo, una anécdota sobre el nombre de este libro – digo nombre y no título porque la acción de nombrar algo es más amorosa, implica otro trato con lo escrito-. En determinado momento del proceso de escritura, María Paula necesitó llamar de un modo personal a lo que se estaba gestando y, tras balbucear algunas posibilidades que no terminaban de cerrarle, decidió consultar al tarot. Mezcló, cortó, distribuyó  las cartas en la mesa del living de la casa de la Cele y dio vuelta una por una. El nombre estaba escondido y esperando por ella en un arcano menor, el cuatro de bastos.

El libro empezó a existir con ese componente de azar, o de presunto azar. Si hoy me lo preguntan, estoy lejos de mistificar, porque creo que las amistades se construyen con encuentros y cerveza, juntadas y talleres compartidos. Sin embargo, no deja de asombrarme cómo esta amistad de a cuatro se empecina en hacerse libro.

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María Paula Vettorazzi: “La escritura de este libro coincidió con mi despertar político”

La autora de Algo que vuele nació en Sampacho, Córdoba, en 1988; este es su primer libro

María Paula Vettorazzi nació en la localidad cordobesa de Sampacho y se crió allí, “con todos los privilegios que implica la infancia en el pueblo”. Recuerda que, cuando tenía cuatro o cinco años, sus padres, junto con un grupo de amigos, fundaron la Biblioteca Popular Alfonsina Storni, la única del pueblo. “Hay una foto en la que aparezco accidentalmente en el plano, no estoy jugando, estoy mirando lo que pasa. Yo sabía que algo importante estaba sucediendo. En ese lugar, en el que había objetos de mi propia casa, me sentaba a leer poesía”.

María Paula Vettorazzi

En esta entrevista Vettorazzi cuenta que estudió Derecho en la Universidad Nacional de Río Cuarto; vive desde entonces en esa ciudad y allí ejerce como abogada. Dice que mantiene su mundo laboral y la práctica de la escritura de modo “disociado”.

Según comenta, el proceso de escritura de Algo que vuele coincidió con su “despertar político” en este tiempo de la revolución de las mujeres. Y se explaya: “Quizá por eso hay una presencia muy fuerte de ‘lo femenino’ en los relatos”.

 

  • ¿Cuándo empezaste a escribir?

Empecé a escribir en la adolescencia, después hay un período en blanco que coincide con los años que estudié en la Universidad. No leí literatura y tampoco escribí ni una sola palabra durante seis años, hasta que me recibí y empecé un taller de narrativa. Ese primer día de taller sentí que aparecía un nuevo sentido en las cosas, dije: “era ésto” y fue eso hasta hoy.

  • ¿Tuviste o tenés algún maestro o maestra de escritura?

Rubén Padula fue mi primer maestro, pero ese aprendizaje no tuvo nada que ver con estructura y sintaxis. Rubén me enseñó lo que era importante. Después apareció Pablo Ramos, una experiencia muy intensa, pero que me ayudó a encausar esa pulsión, que es el acto creador. Hasta ese momento yo sentía que escribía “correctamente”, pero no lograba encontrar la motivación, o si la encontraba, no podía sostenerla hasta el final. Pude resolverlo y empecé a disfrutar muchísimo del acto de escribir, que es lo que me instala como escritora-para-mí, como dice la Heker. Hoy aprendo de mis compañerxs, los tengo cerca y los tengo siempre. La amistad para nosotrxs es decirle al otrx que lo que escribió es horrible. Ellxs siempre me mejoran.

  • ¿Cómo llegan estos cuentos? ¿Nos contás del proceso de escritura de estos relatos?

Todos, o casi todos, llegaron después de Ramos. El proceso previo a sentarme a escribir es el que más dura; llego a la hoja en blanco cuando tengo algo para decir, aunque no sepa aún del todo cómo voy a resolverlo. Entre medio pasan un montón de cosas: días, muertes, trabajo. Todo eso va influyendo en el texto. A Algo que vuele lo escribí en un período de nueve o diez meses; la idea de libro apareció cuando los cuentos estaban listos y parecían responder –extrañamente- a un todo.

  • ¿Cómo convive tu profesión de abogada con esta voluntad por escribir y publicar?

No conviven. Soy una cosa y la otra, por separado. Tengo que disociarme para poder escribir; me llevó mucho tiempo hacer que eso funcione. Todo es lenguaje, es cierto. Y también es cierto que la ley -como la literatura- es performativa, crea mundos, no sólo los nombra. Pero no existe tal dimensión creativa en la vorágine diaria; las discusiones iusfilosóficas ni siquiera empiezan cuando la prioridad es esa mujer o ese hombre que perdieron el trabajo y necesitan cobrar el mango.

  • ¿Sentís una conversación entre tus relatos y este tiempo revolucionario para las mujeres? ¿En qué sentido?

Algo que vuele se gestómientras las mujeres allá fuera –y acá adentro- estábamos dando grandes batallas. De algún modo, el proceso de escritura de este libro coincidió con mi despertar político, quizás por eso hay una presencia muy fuerte de lo femenino en los relatos, o al menos, esa es mi sensación. 

  • Sé que formás parte de un movimiento de mujeres que se está gestando en Sampacho, tu pueblo. ¿Por qué te parece importante dar esta militancia desde las pequeñas comunidades?

La militancia en el pueblo es algo hermoso. Hace unos meses, una compañera me hizo leer un texto de Laura Escudero que decía algo así como: “hay que saber habitar los tiempos del pueblo”, y eso es el feminismo, no anular el acto político. Con las pibas del pueblo la construcción es horizontal, la palabra circula sin academicismos, no hay voces autorizadas, todas tenemos algo importante para decir. Y nos esperamos, y el amor se gesta en esa espera.

  • ¿En tu rutina cotidiana tenés incorporada la escritura? ¿De qué manera?

Escribo casi todos los días, por la tarde, después del trabajo. Muchas veces sólo me dedico a leer. De a poco voy incursionando en la poesía, es una posibilidad hermosa y mucho más inmediata de vincularme con la escritura. Paso tardes enteras sin escribir, pero pensando en un diálogo o hablando con mis amigxs de tal o cual texto. Todo va a parar al mismo lugar.

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Elena Berruti: “Revolución es un sustantivo curiosamente femenino”

La joven poeta riocuartense, a propósito de la publicación de “Algo” (Cartografías, 2019), pone de relieve en esta entrevista para El Corredor Mediterráneo su compromiso vital con la lucha por un orden social más justo e integrador y que ella ejerce tanto desde su condición de poeta como de educadora.



Por Marcelo Fagiano

A sus 51 años Elena Berruti se declara mujer, madre, compañera, amiga, profesora de letras y poeta. Integró el taller Caja Negra y el grupo El Borde 5, de cuyas publicación participó. La prestigiosa editorial riocuartense Cartografías le publicó en los años 2007 y 2011 los libros “Zócalo” y “Pan apenas blando” y ahora hace lo propio con “Algo”.

También forma parte del grupo promotor del “Aguante Poesía”, Encuentro nacional de escritores, lectores y editores de poesía, y en este marco coordina la acción el “Aguante Poesía va a la Escuela” desde 2016. Asimismo fue directora de UniRío editora (UNRC) entre 2011 y mediados de 2015, y, desde 2017, creadora del espacio taller de poesía en casa “versoRaiz”.

Elena habita esta pequeña aldea pampeana del siglo XXI, fortín de la frontera sur, convertida en ciudad agrícola ganadera que se nutre de los recursos naturales de lo que en el siglo XVIII se consideró un desierto habitado por salvajes. Ella ha crecido aquí, recorriendo sus calles y habitando sus espacios cotidianos:

“Mujer/madre/compañera/amiga/profedeletras/poeta”. “Mujermente escribe, así como –y mientras- se juega, lee, denuncia, lucha, se enraíza con furia amorosa en madre tierra para tejer vínculos con otros y desplegar con sed de manada todas sus banderas…”, dice Marita Novo en la contratapa de su último libro de poesía “Algo”, publicado por Ediciones Cartografías con ilustración de tapa de Jimena Mateo. Por ese motivo, la invité a charlar para ECM, en uno de los espacios del Museo Municipal de Bellas Artes, sobre su obra y sus pareceres de la vida y el mundo que compartimos.

Uno supone que la poesía nació junto al despertar de la cultura humana, es decir, hay en nuestra historia innumerables voces, gritos y silencios pronunciados en su nombre. ¿Qué lugar crees que ocupa la expresión poética en las sociedades del siglo XXI?

Quiero creer, quiero poder afirmar que sigue ocupando un lugar como voz, como una voz social y una voz artística, estética en el sentido amplio de la palabra y, una voz ideológica, en el sentido de visión del mundo, de la vida, del hombre, de la mujer, y ese querer creer no es ingenuo, lo pienso desde las praxis en las cuales me siento con otros compañeros y compañeras involucradas, llamale docencia, animación de lectura y escritura, me generaría muchísima incertidumbre y, hasta vértigo, pensar que esa voz no ocupa ningún espacio, no se le asigne algún sentido, un valor, de igual manera me parece que también soy bastante reacia a pensar en asignarle un valor diferencial de elite, al contrario, con tanto soporte dando vuelta y diversidad de dispositivos y comunicaciones que se van, no solo transformando, sino mutando los modos de comunicarnos o de incomunicarnos, creo que esta voz resiste, propone, interpela y, a veces, simplemente nos deja mudos en un primer momento de contemplación para después poder seguir en movimiento, pero sí, me resisto a pensar que es una voz para unos pocos, para unos elegidos, para unos expertos, lo pienso como una voz social entre otras tantas.

…y en relación a eso, ¿cómo pensás que se vincula la academia universitaria con el arte, la academia y la poesía?

En particular con la poesía… esto es algo que se da, no solamente en nuestra academia, en la universidad pública de Río Cuarto, acontece en carreras de letras de distintos lugares del país y de otros países, en particular en las currículas de letras, a menudo, ella ocupa un lugar bastante relegado, de cenicienta…

Pienso en Patora (Marta Cisneros), como profesora de Letras, ella tenía su bloque sobre las poéticas…

Patora es maestra, fue, es y será maestra de todas las generaciones de alumnos y de alumnas, en aquel momento, y de profes actuales que tuvimos la dicha de tenerla en Introducción a la Literatura, ella ha dejado una marca indeleble y a mí me gusta mucho apostar a eso, en ejercicio del laburo, porque tal vez el acto educativo sea eso, dejar algo, compartir algo, marcar…

…y volviendo al lugar que ocupa…

…me parece que estaba vinculado a varias relaciones de poder, porque el género narrativo, entre las novelas, el relato, está muy instalado en la cotidianeidad, antropológicamente es central en nuestra esencia como especie y, en ese sentido, la academia ha reforzado esa preeminencia de la narrativa, incluso en el caso nuestro sobre el teatro mismo, sobre el drama, la literatura dramática. Con independencia de esa cuestión de estatus o de cómo le va la poesía cuando empieza a tener alguna tensión de poder en el ámbito de lo curricular goza, me parece, de muy buena salud porque también es muy requerida por los estudiantes, no tanto como objeto de estudio…pero si te acostumbrás que cada vez que empieza una clase lees algo, te lo van a reclamar el día que te olvidaste de comenzar por ese lado. La poesía circula entre nosotros, está en las letras de canciones, hay muchos blogs, está la cultura del fanzine que también a la poesía le es muy propicia para habitarlo, me parece que más allá o más acá de lo que la currícula mande o discipline hay una pulsión, un deseo de poesía entre los estrados de letras. La poesía a veces nos permite micro rebeldías interesantes, frente a lo institucionalizado, la burocracia, la meritocracia.

Siempre existieron proyectos colectivos que nuclearon a diversos jóvenes, a nuevas generaciones, en torno a propuestas artísticas, el cual parece ser un comportamiento humano bastante frecuente. En ellos, casi siempre, se construye, aunque inconsciente, desde algún paradigma, se festeja a determinados artistas, se olvida o ignora a otros. ¿Cómo fue la experiencia del taller literario “Caja Negra” en los ´90?

“Caja Negra” nos salvó del vacío de los ´90, ese vacío entre cultural, simbólico, artístico, social, ideológico. Yo era alumna de letras y me resistía a asumir que escribía, según yo… hacía ejercicios de escritura, y empecé a asistir a “Caja Negra” y me quedé medio a vivir, les debo a mis compañeros y compañeras del grupo sentirme y experimentarme como poeta. Teníamos una frecuencia de juntada semanal, con esa energía joven, fresca y despreocupada y a la vez muy seria, disciplinada, porque nos unía las ganas de leer y escribir, más que nada de escribir, era un taller literario, escribíamos, nos leíamos, hacíamos plaquetas, publicaciones económicas y que pudieran circular rápidamente, llegamos a hacer un programa de radio en la FM de la Universidad, lo recuerdo con mucha gratitud y como un momento de mucha energía creativa compartida que circulaba, de construcción y de reconstrucción de lecturas, discusiones estéticas, artísticas sobre no solo los gustos, sino las orientaciones ideológicas, estéticas de los autores o autoras que nos interesaban. En el grupo había diferencias de edades, había variedad generacional lo cual era una de sus riquezas, después quedó más reducido y se transformó en el “Borde 5”. Nos dimos muchos gustos, entre lúdicos y creativos, todo lo cual generó un sedimento, que cada uno de nosotros potenció de alguna manera, germinó, leudó, maceró para un lado o para otro y cada uno tuvo su propia evolución.

En algunos de tus poemas, prescindís del espacio y las palabras se unifican sin respiración posible, hay allí una búsqueda deliberada desde la forma, es un quiebre en la escritura convencional. Desde “zócalo”, “pan apenas blando” hasta “Algo”, tu último libro de poemas, es un rasgo que aparece con mayor frecuencia. ¿Qué podrías decir de esto?

Intento religar, tratar de unir lo que está escindido, separado, un ejercicio de reunir lo que se ha desunido, como un acto reparatorio, también creo que en otros casos puede obedecer a cuestiones más lúdicas de ritmo, pero mirándolo así, a la retrospectiva, le asigno ese valor como lectora.

Marita Novo en la contratapa de “Algo” usa Mujermente…

Marita, como autora de la contratapa del libro es parte de este paratexto que rodea, que acompaña y que presenta un libro, ha tenido un gesto por demás generoso, porque en general quien es invitado a prologar o a epilogar tiene todo el derecho del mundo a usar su propia voz y ella hace un juego muy redoblado y retoma tonos que son de la estética de “Algo”, de la política lingüística y en ese tono hilvana su propio discurrir en palabras presentándoselo a los lectores.

En una de las secciones de “pan apenas blando” (2011), decís “revolución es un sustantivo curiosamente femenino”. ¿Sentís, como poeta, que la escritura tiene que dar cuenta de las transformaciones que las mujeres impulsan hoy de manera militante en la sociedad? En el poema ochoeme de “Algo”, es contundente tu voz.

Aquella frase vista hoy al 2019, me parece un atisbo de una posición enunciativa que no creo que yo la haya conquistado o ganado, sino al revés, me ha permeado enormemente y celebro que así sea porque… no sé si la escritura tiene un deber ser, que dar cuenta de las transformaciones que las mujeres vamos protagonizando de modo militante en la marcha histórica, no lo sé, en teoría o como respuesta general y asertiva; menos pensarlo como un deber ser del o de la poeta o de la poesía misma como discursividad. Sí creo,  que aquellos chispazos, en este caso trabajándolo con el principio rector de la lengua que es masculino, genérico es masculino, así lo dice la RAE, así lo dice la colonia y la derecha también, por supuesto; en aquellos chispazos el yo de los poemas se referenciaba femenino al ochoeme de “Algo”… es tal cual lo decís vos: ha ganado la contundencia, no desde una voz individual, sino como voz colectiva de la que humildemente trato de formar parte: esta marea violeta y verde de mujeres por el empoderamiento, por la libertad de ser eso, mujeres, cada una a su manera y también por la necesidad de deconstruirnos en varias actitudes en las que nos encontramos muy habitadas por el patriarcado, no sé si es un deber ser, a mí me ocurre, me acontece, me atraviesa y me gusta que así sea, ser parte de esta marea, esta marcha histórica tan potente y a la cual hay que seguir construyendo día a día.

En el mismo libro expresas “…escribo como modo de intentar ser yo manera/lengua de mirarme…” ¿Siempre está presente en tu escritura ese impulso?

Entiendo a la poesía como un modo permanente de construcción de la propia identidad pero también de reconocimiento y de construcción y reconstrucción de esa identidad, por lo tanto, es necesario estar revisándola, limándole asperezas o generándole otras, la escritura es un laboratorio, una cocina interesantísima para hacerlo, pero también tengo la sensación de que en “Algo” en particular, tal vez por un efecto de edad, me parece que el foco de “mirarse” pasa más al “mirarnos”, hay una refocalización o al menos lo intento en la cocina de mi escritura, no sé si eso se logra o no, eso lo dirán los lectores, pero en términos generales, si bien sigue siendo una escritura del yo, hay una mirada más de lo colectivo, léase género, clase laburante, docente, escribiente, no se, mi escritura busca estar religándose a colectivos, no solo a la cuestión tan egodirigida, tan egocéntrica.

Tenés experiencia con talleres literarios (Verso Raíz actual y otros anteriores), además ejerces docencia en relación a la literatura. ¿Leer/escribir poesía, se aprende, se descubre, se nace poeta, hay en torno a ese oficio alguna creación personal o socio cultural que la conduzca?

Me parece que estaríamos bastante determinados si esperásemos, de pronto, que fuese una cuestión de cuna o de genética o de herencia, creo más en la lógica de la construcción, creo fuertemente en la pulsión; para que uno se anime a construir o a pensar que una práctica posible es leer y escribir,  pensando en lecturas y en escrituras creativas, tiene que haber una pulsión, está bueno que haya deseo, si media esa pulsión, si hay condiciones y oportunidades habilitadas por el entorno familiar, escolar, de laburo, estudio, oportunidades de disfrute de cultura, de arte… puede acontecer. El gran problema es cuando esas oportunidades no están dadas. Estoy convencida que cuando eso ocurre, dado un contexto estimulante y no sancionador ¡cómo no vamos a poder ejercer el derecho humano inalienable de inventar con palabras! Se puede laburar y hay que laburarlo, es fiesta pero también es pelea con las palabras y con todo lo que está por debajo, por atrás y por los costados de ellas.

Naciste en 1967 y se descarga sobre la Argentina la feroz dictadura cívico-eclesiástica-militar en ´76, cuando tenías tan solo 9 años, al retomar la democracia, en el ´83, cumplías 16 años, crisis del 2001 unida como un puente aterrador con el presente de desamparo social en donde estamos inmersos. El país de tus sueños, en este territorio, ¿hay que construirlo, tiene cimientos, te contiene?

El país de los sueños es un país necesariamente inclusivo, diverso, democrático en serio, indispensablemente solidario… y claro que hay que construirlo y, si los cimientos son endebles, habrá que fortalecerlos. Hoy por hoy no sé si me contiene, los territorios sí… No me siento en absoluto representada por quienes conducen, de manera rimbombante, los destinos del país, pero me parece que ya hemos vivido un país para todas y para todos y que está en nuestras manos, no digo reconstruir melancólicamente ese pasado, pero sí construir otra vez y todas las veces que sean necesarias, ojalá que no sean tantas, un país para todas, para todos y en el cual entiendo no alcanza con lo que haga una cúpula dirigencial u otra, una fórmula u otra, vamos a tener que apelar a construcciones colectivas desde el pie, desde las bases y si las representaciones están en crisis habrá que seguir interpelándolas, deconstruyéndolas. Estoy convencida de que sí, quiero que sea así porque tengo hijos, porque soy profe de estudiantes y a cada rato, cuando los veo, me encuentro con signos de esperanza.

Me imagino que habrá proyectos, continuidades…

Proyectos siempre… ¡qué es la vida sino eso! Proyectos de los buenos. Con Marita Novo estamos elaborando un libro que va a tener algún condimento de libro objeto: va a reunir grabados de ella y poemas míos cuya edición estará a cargo de José Ammann. Por otro lado, el “Aguante Poesía va a la Escuela” se nos ha ido de las manos, empezamos con esa idea que compartíamos en una mesa del “Aguante”: ¿por qué no vamos de visita los poetas a las escuelas?, comenzó con una experiencia piloto, con todo el laburo de Cristina Giacobone primero, al que después se sumó Anahí Asquineyer de Letras de la Uni, junto a todos los compañeros poetas y cercanos al “Aguante”. Hay mucho requerimiento, cada encuentro en una escuela, en cada territorio… es único, es muy interpelador y motivante, tanto para poetas como para estudiantes y profes, ha crecido y sigue haciéndolo. Y del “Aguante Poesía”, qué decir, es un estado de poesía permanente, como movida tiene esa potencialidad, depende de que nosotros podamos darle aliento, es un encuentro, no un evento, un encuentro de gente que se respeta, que se aprecia y valora mutuamente, dispuesta a escuchar a otro, a otra y a valorar la palabra, la voz poética, no es menor en los tiempos que corren, además de eso, incita a lecturas y a escrituras, a revisarnos, provoca reuniones, ideas compartidas, proyectos que por ahí no hubieran cuajado de no tener esos dos o tres días al año para vernos los rostros, cruzar la palabra y detener un poco el tiempo… y también, tiene una horizontalidad muy interesante que muchos otros eventos relacionados con la poesía, me parece, no tienen. También pensaba, pensábamos, que en esta edición de la Feria de Editoriales Independiente (FEI), tan cercana, iba a estar y estuvo muy presente Pedro Centeno; entre otras cosas la escritura, la lectura, tienen efectos e intentan, a veces logran, hacerle pito catalán a la muerte, es tan reciente lo de Pedro, la muerte física, que varios de nosotros aún no lo habíamos puesto en palabras hasta la FEI, en donde estuvimos feriando y recordando anécdotas, y Pedro apareciendo como sujeto de un discurso, de un recuerdo… Una profe de una de las escuelas me dijo: “en el próximo Aguante Poesía va a la Escuela los poemas de Pedro van a estar dando un montón de vueltas por las aulas y por los patios de las escuelas”, ¡mirá si no le hace pito catalán a la muerte!

La conversación concluye en este atardecer de otoño, queda mucho para charlar, para aprender, para conocer a los artistas de nuestra crecida aldea agropecuaria. Elena se despide mujermente hablando y continúa su destino de palabras mientras me quedo con “Algo” en las manos, leyendo el poema que le da nombre a su libro.

Algo

Algo

pequeño

en minúsculas

no todo, claro

ni mucho ni bastante

ni siquiera alguien

o alguna, alguno

algo como quien dice

pizca

o sacarle un pellizco a la nada

al nadie

o al nunca

así: algo

¿algo para tener?

como posesión o propiedad privadísima

No

¿para poder con algo?

como autoridad o vigilancia

No

¿saber algo?

como atributo o investidura

Tampoco

Más bien como querer algo, no sé,

desearlo sin placidez

pulsar hacia algo sin

romance alguno

sin que medie encanto

¿algo en qué creer?

como religión o ciencia o proyecto

No.

Algo que te despabile como coscorrón en la cabeza

que te sacuda del letargo

que te anime sin fiesta

algo de beber sentir jugar

algo que cuidar para que crezca

algo que arriesgar o que

desvele sin tormento o

para conjugar en tiempos y modos que aún no conocemos.

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Gastón Malgieri: “La poesía y la fotografía me ayudan a mirar, a preguntarme”

El escritor y fotógrafo habla de los orígenes de Animales poco útiles, que acaba de publicar

-¿Cómo llegaste a la poesía? A la lectura y luego a la escritura…

-Supongo que por necesidad. Creo que la poesía aparece, o me vuelvo permeable a ella, cuando empecé a tomar cierta conciencia del estado de cosas en el mundo. Digamos que fue el modo que encontré para anclar en otro territorio, uno menos hostil, menos doloroso. Casi te diría como si fuera un refugio, un modo de cicatrizar. A esto lo digo pensándome como lectorx.

Mi primer acercamiento a la literatura en tanto alguien que escribe, tuvo que ver con la narrativa, con la necesidad de contar. Cierta pasión temprana por el cine, me llevó a ese intento. Fue instintivo, si es que es posible tal cosa. No provengo de una familia donde se cultivara el placer de la lectura, o donde hubiera una biblioteca frondosa, ni mucho menos.  

Luego, con los años, la escritura. O su tentativa. No sé bien por qué terminé escribiendo. No lo he meditado tanto. Creo que me fue inevitable. Algo que se manifestó sin forma precisa, pero se volvió algo del orden de lo vital, de lo irremediable.

-¿Cómo dirías que se enlaza con tu trabajo como fotógrafo?

-De muchos modos posibles. No creo que las llamadas disciplinas artísticas sean compartimentos estancos, sino dispositivos diversos, con lógicas internas particulares de los que me valgo para acomodar mi estar en el mundo.  A veces, la imagen me ha servido para economizar lenguaje y, otras veces, he necesitado de la palabra para aquello que no logro ver con claridad. Y en ese devenir entre los distintos sistemas expresivos voy encontrando un pulso propio que muta, está siempre en constante cambio. Pero ambos modos, esto es, la poesía y la fotografía, me han ayudado, me siguen ayudando, a mirar, a entender, a preguntarme.

-En la contratapa Eduardo Mattio dice que este libro funciona como un “archivo de sentimientos”. ¿Lo vivís así? ¿Qué es para vos Animales poco útiles?

-A mí me sorprendió gratamente lo que Eduardo Mattio develó en el epílogo. Digo develó, porque no solo siento que lo haya hecho para con lxs posibles lectorxs, en términos de claves de lectura, sino incluso para conmigo. La imagen de ese archivo de sentimientos, o de una cartografía de emociones que nos nombran, estaba ahí, según parece, pero ante mí tomó cuerpo una vez que leí su texto. No antes. Y tengo la intuición de que él supo nombrarlo, no sólo por su condición de Filósofx, sino principalmente, por una narrativa que nos hermana ante ciertos dolores, ante ciertas fugas. Convocarlx a escribir ese texto tiene que ver con esa hermandad.  

En el proceso de escritura de Animales poco útiles me fui tan hacia adentro, tan hacia atrás en la historia, tan a lo primario de mi narración, que cuando volví no pude ver esos signos. O no supe verlos. Supongo que eso sucedió de ese modo, justamente, porque algunos aparecieron ante mí por primera vez. Salieron a la superficie preguntas acerca de quién había sido mi madre, pero también quién era yo, a partir de ellx, o de su ausencia. Animales poco útiles significa un poco volver a nombrarme. Haberme dado ese permiso de habitar lo roto, lo que aún duele. Poder decirme, sí, hay heridas hechas para no cicatrizar nunca. Y salir a buscar también la rotura de esa mujer que muere a los 36 años. No solo su voz, sus aromas, o sus señas, sino, principalmente, su narrativa trunca.

– Este es un tiempo de pensar el género: ¿Qué voz tiene tu madre, que transita todo el libro? ¿Qué creés que viene a decir esta mujer?

-La voz de mi madre en el poemario, pero también en el plano de lo real, es una invención. El gesto primero fue darle forma. Intentar imaginar cómo hablaría, no ya de lo que ve, sino principalmente de lo que siente. De lo que sintió en su tiempo, ante el mandato de la “buena” maternidad, del matrimonio, de la ama de casa, etc. Yo no creo que esa voz venga a poner en palabras más que lo propio.  Una cicatriz personalísima.

Quiero decir, no fue un gesto estético hablar en mi poesía en femenino. Esa voz es, ante todo, un gesto vital, casi íntimo que termina, por error, en un libro que leerá otra gente.

Esa voz tiene mucho de soliloquio. No intenta decir nada a otrxs. Se habla a sí misma. Consciente de su rotura.  Transitándola. Cambiándola de lugar para volver a nombrarla.

Si alguna ilación hay entre esto que digo y el momento actual es, intuyo, esa idea de volver a pensarse como construcción social. Volver a pensar la idea de lo materno, de lo que se espera que transite un cuerpo leído madre. Y también, claro, lo que se espera que transite un cuerpo leído hijx.

-El libro transita la diversidad sexual, hay una voz marica: predominan el amor, el desamor. Da la sensación de que hay un desamparado que busca a aquella madre… ¿Fue pensado ese Segundo movimiento del libro como con un enlace a los poemas del primero?

Hay unx desamparadx que busca saber quién fue su madre. Hasta el presente, hasta el momento de escritura de estos poemas, yo sentía nostalgia por unx que no tenía idea cómo era, más allá del relato de otrxs. Entonces salí a su encuentro. El desamparo no lo genera su ausencia, tal como creí durante años, sino precisamente esa desesperación de que lo poco que recuerdo de ellx finalmente se me escape de las manos.

Respecto al Segundo movimiento, sí, así fue pensado. Una vez que la voz de la madre, de mi madre,  tomó cuerpo, necesité empezar a pensar entonces cuál era mi voz ahora. Y esa voz era una voz inevitablemente marica. Una voz que se enlaza a mi madre desde la rotura o la ausencia, pero también desde esos lugares de pertenencia que habitamos por fuera del predominio patriarcal. Ella, en tanto mujer; yo, en tanto marica. Una voz que, además, mi madre tampoco conoció de mí. Por eso, esa intención de diálogo entre el primer movimiento del libro y el segundo.  Como si el conjuro, poético, vital nos diera el permiso de hablarnos desde quienes somos ahora. Desde quienes pudimos ser, a pesar de todo.

-Acerca de la foto de la tapa del libro: ¿Quiénes son esas mujeres?

-En la foto de tapa está, por supuesto, mi madre, que es quien mira a cámara sonriendo, y unx amigx de la que no tengo más datos que el vínculo que lxs unía. Cuando estábamos pensando en la ilustración con Pablo Dema (editor de este libro), sentí que esa era la imagen que quería que funcionara de preludio para esos dos movimientos poéticos. Las razones son varias. Entre ellas porque tiene algo de selfie, tal como la entendemos en la actualidad, pero además porque temporalmente me la da idea de que esa foto pertenece a un período previo a su matrimonio y la maternidad. Y esa Teresa, así se llamaba mi madre, es un misterio para mí.

-¿Qué creés que la aporta el epílogo al libro?

-Creo que sella un pacto. Entre Eduardo, lxs lectorxs y yo. Un pacto que tiene todos los ingredientes de una complicidad tácita. Creo que, como te decía antes, Eduardo encontró signos, rastros, en los versos, que ni siquiera sabía que estaban allí. Y la apuesta fue que su lectura atravesara el cuerpo, su cuerpo. No desde el profundo conocimiento de ciertos ejes que en el libro aparecen, estos signos que él viene rastreando desde la Filosofía, sino desde una emocionalidad, su emocionalidad. Nombrarnos rotxs o heridxs también tiene que ver con reconocernos en esos tajos. Con reconocernos con otrxs. Y siento, muy profundamente, que el epílogo es eso,  una invitación, no a sanar, si es que es posible tal cosa, sino a inventarnos otras narrativas posibles a partir de las heridas con las que fuimos nombradxs.

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Alejandro Schmidt: “Hay en mi poética un tono despojado, rotundo”

Por Marcelo Fagiano

Hace cinco meses que el poeta Alejandro Schmidt habita Río Cuarto respirando poemas en las esquinas, en los bares, en las conversaciones con amigos, conocidos y los nuevos encuentros que dibuja el devenir. Ha publicado más de cincuenta libros de poemas, tiene quince libros inéditos y continúa escribiendo todos los días. Siete mil poemas escritos invierten el paradigma del miedo a la hoja en blanco, es el papel, en este caso, quien siente temor o celebra esta escritura que no cesa y se produce de manera, en apariencia, espontánea y natural.

¿Siempre fue así la llegada de la poesía a la mano que la escribe?

Así fue, empecé a escribir a los 13 años, hace medio siglo, siempre escribí así, naturalmente, la poesía me viene, nunca fue una búsqueda ni siquiera una espera, fue como una función natural de mi vida, como una respiración, bien a mano.

¿Hubo tiempos de silencios?

No, fue una actividad continua en cada momento de la vida. Hubo escritura bajo cualquier circunstancia. El máximo tiempo que estuve sin escribir habrá sido una semana.

¿Hay aprendizajes en esta senda dedicada a la escritura?

Sí, obviamente. Hay un aprendizaje de la tradición poética de nuestra lengua, la tradición poética de nuestro continente, de nuestro país y aprendizaje de nuestro oficio en donde uno va perdiendo y adquiriendo mañas.

¿En donde anclarías con más fuerza el aprendizaje?

En la historia de la poesía argentina, ésa es la mayor influencia…

No podrías, definitivamente, ser Alejandro Schmidt sin ese pasado…

Exactamente, lo que más leo y me ha nutrido es la poesía argentina.

¿Según tu punto de vista, con el tiempo cambia la estética de los poemas? ¿Y si hubo alguna mutación, eso modificó al poeta o él siempre fue el mismo?

Creo que uno, esencialmente, es siempre el mismo y que hay cambios, porque en semejante masa de poemas uno se aburre de escribir lo mismo, los temas los va quemando y se van dejando, por ejemplo escribí 6, 7 libros sobre lo cotidiano, lo más crudo, la casa, el trabajo, la vida de todos los días y después me dediqué a hacer otras cosas, escribí sobre la dictadura, sobre la escuela en donde trabajaba, sobre la biblia…Los cambios fueron en tema y no tanto en tono que es un poco inevitable, el tono se reconoce.

Hay una estética que unifica tu poética…

Yo creo que sí, un poco lo he aprendido por los que han estudiado y se han tomado el trabajo de ver esa poesía, hay en mi poética un tono despojado, rotundo.

¿Ese tono llegó así, lo buscaste, lo encontraste? Algunos poetas dicen que después de un tiempo de escritura encuentran su voz.

No la busqué, usé la voz que tenía y las variaciones de esa voz, nunca tuve el problema de buscar la voz, sí tuve el problema de cambiar los temas, de mirar hacia otro lado para no aburrirme yo y al lector.

¿Cómo crees que los lectores se acercan a la poesía y, en especial, a tus textos?

Eso no lo puedo saber, lo que sí sé, y me consta, es que uno escribe el poema y ese poema es la mitad, el lector lo enriquece con sus interpretaciones, que pueden coincidir o no con la mía, muchas veces otras lecturas enriquecen mi propia opinión.

¿Hay que  aprender a leer poesía?

No, hay que aprender a sentirla y para sentir la poesía hay que tener una cierta reconcentración espiritual, hay que estar alerta de alguna manera, cosa que no exige la prosa; una novela o un ensayo lo podes leer en cualquier actitud, la poesía exige una especie de atención, porque ella es la cumbre del lenguaje, es una concentración directa de la palabra, entonces la poesía reclama eso, razón por lo cual se la lee mucho menos, demanda un trabajo extra, leer, intuir, sentir, aspectos que no exige la prosa.

En algunas notas y entrevistas comentaste sobre el inicio de tu escritura, la adolescencia, las letras de rock, las primeras publicaciones y ese camino que hasta aquí te trae. Dejando imaginariamente ese pasado, ¿cómo te gustaría que tu vida, en relación a la creación poética, siguiera?

Yo quisiera seguir así, como lo fue siempre, he sido muy feliz escribiendo, desearía, si tengo más tiempo de vida, continuar con ese vínculo, con ese maridaje impío con la palabra.

¿La expresión poética alcanza para justificar una vida, la vida como existencia del ser humano?

Para mí sí, para mí la poesía ha sido equivalente a vivir, la poesía y la lectura…

…y en ese vínculo llegó primero la lectura, ¿ya fuiste sujeto sensible que se conmovió con la poesía antes de escribir?

No, desde que empecé a leer, a los cuatro años, hasta los trece que comencé a escribir pequeñas canciones influenciadas por el nacimiento del rock nacional en el ´67, leí cosas típicas de la infancia, novelas de aventuras… Salgari, Verne. No, no leía poesía, escribía algo parecido a la poesía, obviamente en la escritura de un niño, de esa manera me fui acercando a la poesía…He leído de todo, quizá lo que menos leo a esta altura de mi vida es poesía, leo historia, filosofía, teología, narrativa, ahora leo más por trabajo, por una obligatoriedad de leer para editoriales, por los talleres, clínicas, para hacer devoluciones, porque uno debe su experiencia a los demás o sea que leo siempre, aunque ahora no es tan frecuente que busque un autor y diga tengo ganas de leer, no es tan frecuente como antes…

Al final del poema El predestinado (La vida milagrosa) decís: la poesía“…me alzó sobre el pozo del mundo/esa señora/y me soltó”.

Es una visión paródica, risueña, de lo que llamo el don, yo no creo en el autor, uno es habitado en el arte, en ciencia, en todo…por una fuerza, uno es instrumento de esa fuerza, nada más, no creo que la poesía nazca de mi inconsciente ni de mi persona, es un don y para mí es un don de Dios porque soy creyente, para otros será un don de otra especie o no. Foucault tiene un trabajo muy lindo en donde complejiza la cuestión del autor y dice que no hay autor, que en realidad uno es parte de una tradición y nada más. Yo, no en el sentido tan pagano como el de Foucault, sino en un sentido más cristiano lo creo así, en el poema  El predestinado digo que la poesía es una fuerza y hace con uno lo que quiere.

En ese sentido, ¿al predestinado no le quedan opciones, estás conforme con ese designio?

Sí claro, para muchos es un peso y renuncian y no les interesa cumplir ese destino, he conocido gente con gran talento para escribir, para algunos ha sido motivo de angustia, preocupaciones y dolores, para mí ha sido una gran felicidad ese destino, me ha hecho feliz siempre, de una forma constante, escriba bien o mal, porque uno muchas veces escribe cosas que no tienen demasiado valor, pero va más allá del valor, es el gesto, va mucho más allá de la calidad que tenga.

En el poema “Para quien”, transcribes la expresión de una camarera y, luego de celebrar las imágenes que ella genera decís: Una de las chicas que atiende el bar / le dijo a su compañera / se extraña el agua caliente / es como la luz / cuando no está / y todavía hay gente / estudiando / preocupada / qué escribir / y cómo / y para quién.

Tu torre de marfil, ¿la encontrás entre la gente? Me imagino que también hay trabajo en la soledad de la escritura.

Para hacer una torre de marfil hay que matar muchos elefantes y eso yo lo cito en un poema… He llevado una vida de trabajo, una vida modesta, no tengo ninguna formación académica, no he frecuentado la academia, he leído muy pocos ensayos porque no me interesa la teoría literaria ni poética así que sí, he escrito entre la gente, como uno más, no tengo ninguna reacción contra la academia, simplemente no tengo relación con el mundo del estudio, para mí la poesía nunca ha sido un tema de estudio, ha sido un saber y un saber dado por la frecuentación, a la larga sé de la poesía porque me pasé la vida leyéndola, nada más, nunca he tenido un sistema, ni una teoría literaria, he sido como un yuyito silvestre en el camino real del lenguaje, he crecido así, a los bordes, y me ha parecido bien porque ha aparecido algo de acuerdo a mi temperamento, a mi forma de ser…claro… y cuando en ese poema aludo irónicamente digo, sí, para qué tanta vuelta si la poesía en definitiva está muchas veces en muchas vidas de muchas maneras… solo que hay que saber escucharla.

Aparte de ser un predestinado, de tener un don, la herramienta biológica que nos acerca a esa transcripción es la escucha y es la mirada…

Si, totalmente. Escribo mucho de cosas que escucho en la calle, en la gente, en canciones, desde el cine, la tele, mucho de los lenguajes populares, desde ahí tomo, después uno elabora un poco o mezcla esa escucha de la calle con la escucha de los libros… ése es el otro proceso. Los últimos diez libros míos se encofraron dentro de la poesía del pensamiento, estoy en la Antología de la poesía del pensamiento, será por esos cambios de temas que decimos, quizá en estos últimos años por una cuestión de edad, de lectura, he leído mucha filosofía…me he volcado más a eso pero el proceso siempre es el mismo…

Sin embargo, por más que hables de poesía del pensamiento tus textos no son herméticos, se tendería a pensar que nos vamos a encontrar con un Schmidt difícil de entender y tus poemas se entienden de primera lectura…

Ojalá, gracias, a mí me importa mucho la claridad en la comunicación porque para mí el arte tiene que ser comunicación, eso ideológicamente te lo digo, hay que sacrificar a veces lo que es hermético, las expresiones más cerradas, el arte debe ser para todos, cuando corrijo trato de pulir expresiones oscuras y dejarlas más en claro, si bien me gusta leer poesía hermética no me gusta hacerla.

En el poema “El hijo del predicador” (Casa en la Arena) hablás del vínculo Padre luterano y el niño que aquello vivió. Al final del texto decís: “…y Dios / sacia / los rígidos sermones / que aún hoy / atesora en su pagano corazón”.

Claro, porque he creído siempre en un dios sin iglesia, no acudo a las iglesias, a mi no me gustan las instituciones eclesiales, a mi me gusta la creencia y la dignidad, creo en un dios personal, no me parece que haga falta ir a una iglesia ni estar con un cura ni hablar con nadie, creo que cada uno, si la tiene, es una relación personal con dios, por eso pongo “en su pagano corazón”.

En alguna entrevista o charla escuché decirte: yo no escribo libros…

Así es, no escribo libros, escribo poemas que a larga confluyen en un libro, sin propósito, escribo lo que me va viniendo, por ejemplo, me viene una idea de escribir de árboles y construyo dos o tres poemas en dos semanas, después se me va, después me interesa escribir de mosaicos, de la luna…

¿Descartas textos, hay cosas que hayas tirado?

He publicado el veinte por ciento de lo escrito, yo no tiro porque me parece que son todas como fotos del alma, son recuerdos, tengo guardado todo lo que escribí desde los trece años, todo escrito en cuadernos, manuscrito, no uso la computadora, escribo todo a mano y paso en compu cuando tengo que publicar, obviamente. Me parece que todas esas búsquedas fallidas, esos poemas mal hechos, o donde uno no alcanzó a decir, siempre reflejan algo de uno y que se guardan tantas cosas que no cuesta nada guardar unas pobres palabras, no tiro, guardo. Habré publicado mil quinientos poemas en total en revistas libros, cuadernillos, de todas las formas que te imagines, indudablemente, cantidad no es calidad, escribo todos los días pero hay muchas cosas que no van a ver la luz, es para tener calentita la mano nomás…

Me interesa alguna referencia a un libro que es muy fuerte y a la expresión contundente: “Videla, es la patria…”

En el poema “Videla”, que titula el libro, lo elijo porque es un nombre paradigmático de toda la dictadura, que asoló el país, yo digo “Videla es la patria” porque nosotros no podemos negar que tuvo consenso y que tuvo el apoyo de un amplio sector de la población al golpe de estado, de los sectores medios, de los sectores altos, entonces, de eso hay que hacerse cargo, pero hacerse cargo de que una buena parte de la población aprobó el golpe de estado, que fue de una crueldad insólita en nuestra historia y, en ese libro, lo que hago es una mirada de costado, no solo la mirada de reclamo típica de los derechos humanos, sino intentar ver los matices, un poquito del disenso, de ver lo que fue el espíritu de la resistencia, de lo que fue el espíritu de la memoria, de preguntarme, como lo hago en un poema, si los desaparecidos querrían aparecer en este mundo, si ellos estarían de acuerdo con esa especie de utilización de su memoria que se hizo por la mejor de las razones, quién lo puede negar… ha sido ejemplar el trabajo de argentina en la recuperación de todos esos espacios… pero quedan matices y para mí, que lo escribí, Videla es también un poema de amor a la patria, de amor a esa herida de la patria, no? Cuando se presentó se armó un gran escándalo y, por suerte, porque se vendieron muchos libros, porque la gente esperaba declaraciones más del tipo planfletarias, declaraciones típicas contra la dictadura y yo no lo trabajé así porque me parece que ya se ha hecho bastante buena poesía, negando, criticando y advirtiendo todo lo que la dictadura fue… una de las heridas más grande del país, es más en un costado lírico. Como argentino fue un canto de amor a lo mejor de la argentina, la argentinidad, pasa, que bueno, hay que leerlo…y está hecho con muy pocas correcciones, los poemas están escritos de un tirón, porque son cosas sobre las que he pensado mucho, que me afectó personalmente, a nuestra generación la afectó, la muerte y exilio de amigos, el país se apagó culturalmente, bajó una sombra sobre la argentina que duró siete años, en fin, una gran pérdida para Argentina.

Pensemos un momento el libro “Serie Americana”, encontrás a Schmidt en un tono distinto, con  poemas largos que te envuelven en un frenesí, con una estética no muy típica de la poesía argentina, un libro interesante en tu historia poética…

Lo escribí en la Plaza Colón en un mes y medio, salvo un poema que lo había escrito un año antes, es una mezcla de influencias, de retazos de la cultura popular argentina y norteamericana, es un libro de ritmos, dicen los críticos que fue un libro influyente, lo escribí con mucha libertad e inocencia, tiene más de 30 años, fue un libro incomprendido, no tuvo crítica, hubo mucho rechazo porque como es un libro tan roto, muchos poetas me decían “eso no es poesía, es cualquier cosa”. Veinte años después se reeditó, un libro que hizo su camino, en él traté de hacer poesía con algo que no era poesía, con datos vulgares y comunes de la realidad, es americana porque utiliza muchos mitos populares norteamericanos hasta de una forma perversa, paródica o patética. Para muchos es uno de los libros importantes que escribí, para mí, sobre todo, más que un libro, fue un momento de mi vida, porque cuando uno va publicando tanto todo se transforma como en un río, más a esta altura de la vida, ya no te detenés en tal libro, va todo junto, es todo un desborde. Recuerdo mucho los libros por los momentos vitales, no por los momentos estéticos sino por la respuesta que tuvieron, porque para mí escribir es algo del orden de lo vital y emocional, no de lo intelectual.

Hablemos ahora Alejandro de tu trabajo de dramaturgia que pronto se va a cristalizar en un estreno…

Escribí tres monólogos, que unificado se llama “Tres mujeres”, la vidente, santona de barrio, la justa, una psicótica, y la portera de un cementerio. Me pareció que daba para una representación y, por esos azares de la vida, se lo mostré a una amiga, que es Directora de Teatro, Mercedes Chiodi; a ella le encantó para representarlo. Se va a estrenar en agosto en María Castaña (Córdoba). La presentaron al concurso de subsidios para obras de teatro de la Provincia de Córdoba y salió seleccionada. Tengo escrita dos obras más para teatro, una de ellas se llama “El sueño del mal”, de cuatro actos con cinco actores…todo esto como una actividad muy lateral, hice también periodismo, tres o cuatro ensayos, dos o tres cuentos, pero en realidad, el grueso de mi obra está centrado en la poesía y ya no va a cambiar, estoy hipotecado con lo poético, la poesía me lleva…

Alejandro Schmidt tiene para este año varios proyectos editoriales en poesía: “La espina del faraón” y “El ángel dijo sí” (Ediciones Buena Vista, Córdoba), “Lejos de todo” (Editorial Aguacero, Tucumán-Buenos Aires) y “Cerca de nadie” (Editorial Cartografía, Río Cuarto, Córdoba). La conversación aquí transcripta la comenzamos diagramando en un bar de la ciudad para grabarla finalmente en uno de los espacios del Museo Municipal de Bellas Artes. Al terminarla, salimos a la calle y nos separamos en una esquina de la Plaza Central. Alejandro se mezcló entre la gente de esta ciudad que habitó de niño, entre los 2 a 4 años, época en que su padre fundó la Iglesia Luterana de Río Cuarto. Alejandro se mezcló entre la gente, construyendo desde su pulsión vital, esa creación incesante desde la sensibilidad y la emoción

Editada por Antonio Tello

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¿Un libro de Aimar, qué Aimar, el jugador de fútbol?, por Ricardo Sánchez (*)

Oscar Tomás Aimar

 

No, pero sí. Les explico: fue como jugador de fútbol que conocí a Oscar: sólo después supe que se llamaba Tomás, un nombre elegido acaso por razón de familia pero que le conviene a su condición de jugador que no le afloja a la exigencia del apellido.

 

Excelencia la suya en ese campo, y espero que ahora acepten este esquinado comienzo, que se maceraba (se macera, porque el maldito sigue jugando) en su capacidad para “leer el juego”, como suelen decir los periodistas deportivos, esos pícaros omnipresentes y frecuentemente canallas.

 

Quiero decir que Aimar, Oscar, y después pero lógica y comprensiblemente Tomás, destacaba, de pantalones cortos, porque era capaz de encontrar en las jugadas más insignificantes y mal vistas, por caso un pase de media cancha a su propio arquero, lo que podía engendrarse en esa minucia.

 

Después, de a poco, fui percibiendo que así como en la cancha procedía Oscar en su casa en el 183 de Antártida Argentina, un  rincón donde arde, y crepita a media voz, la pasión por los libros: lo hace ejerciendo esa especiosa claridad, verdaderamente poco común, para ver el otro lado de las cosas y –a esto lo sabría más tarde-, para desafiar lo que veía cuando leía.

 

Con esa potencia sin alardes, se manifestó después en la por entonces esquizofrénica redacción del viejo diario “El Pueblo”, al lado de donde escribía Filloy, sabiendo ya que un texto, tal como aparece en su superficie, representa una cadena de artificios expresivos que es obligatorio actualizar, y que se actualiza (que él actualiza) en cada lectura.

 

Oscar leía ya entonces desde la perspectiva singular que le había sido dada a su inteligencia, que seguramente ejercía ya desde sus primeras lecturas: captando que toda expresión está vacía hasta que el lector realiza indefectiblemente frente al texto una operación que, además de aspirar a la inmediata comprensión, la resignifica, la resitúa.

 

Era sorprendente, al menos lo era para mí, y aventuro que para la gran mayoría de aquella delirante redacción, la naturalidad con la que se situaba en esa curiosa relación, en esa coyuntura, que existe entre el acto aislado de leer y lo secreto que la escritura construye fuera del tiempo, ejecutando una perpetua reconstrucción de lo real aparente.

 

Esa operación lectora, construida en la intersección entre lo presente y lo ausente, entre el recuerdo y la experiencia, aupaba ya una escritura, completa e inquisidora, que sobrevive y se explaya en “Memorias de la inocencia y otras trampas”, transformando lo contingente de una mirada, la suya, en una escritura indeleble e indispensable, dotada de similar sutileza.

 

Es decir, que muchas de las páginas de este libro que hoy gozosamente recibimos, se veían venir hace 35 años, que se dice pronto. Por eso me permito una digresión para agradecer a “Cartografías” por este acto de justicia, que nos quita un peso de encima a los que ya no podíamos soportar que, frente a tanta tontería publicada, Oscar permaneciera inédito.

Y vuelvo a estas raras “Memorias…” para postular que Oscar escribe desde su condición de “lector in fábula”, por recuperar el eco de las palabras de Eco. Es decir, con plena conciencia y con un dominio impresionante de la operación que se requiere para ejercerla, concibiendo y ejerciendo el acto literario como la escritura de una lectura y viceversa.

 

Desde ese atalaya, crea una compleja combinatoria que, cito, “da lugar a magias parciales y descubrimientos imprevistos y aleatorios”. Vacilaciones que empero no son índices de pobreza sino más bien todo lo contrario, porque instalan la escritura en las mismísimas arenas movedizas de la condición humana, dejándose penetrar por la eterna incertidumbre.

 

De tal manera Oscar ejerce esa operación, tan Borges, consistente en crear reglas propias para su escritura, en instaurar una propia legalidad. Operación que le permite, por ejemplo, hacer literario a un tal tío Néstor que, real o apócrifo, está dotado, gracias a la escritura que lo define, de una delicada impresición.

 

Lo mismo consigue con la instauración literaria de unos padres, unos hermanos, una improbable familia como “Los Ayerza” y unos amigos del barrio que cita la voz narradora de “El gol de Grillo a los ingleses”: acaso seres de carne y hueso que se hacen personajes de literatura de alto rango gracias a las “maniobras” del lenguaje a través de las cuales Oscar, desarrolla la estrecha relación entre el mundo real, el libro y la lectura.

 

En ese desplazamiento, que continuamente se corre del eje convencional y tiende a licuar las jerarquías, sus textos desarrollan un equilibrio de fuerzas en el interior del campo literario, generando, por caso, en “El lobo del hombre”, una relación casi dialéctica entre la molicie social y una innata e íntima pulsión destructora.

 

Oscar hace suya la operación borgiana –Borges, si no lo saben lo advertirán al leer este libro, es una pasión sostenida por el asombro perpetuo- según la cual puede usar a voluntad cualquier elemento, hechos pero también personas del mundo real y literario –“Martín Fierro” pero también a Saer, Sarlo, Piglia, Martínez y el mismo Borges-, para realizar a través de ellos una combinatoria escritural en permanente mutación, inscribiéndolos en sus tramas o contradiciendo y hasta peleando con sucesos, ideas y formas de la escritura.

 

Eso sin una gota de alarde. Y desplegando generosamente la fertilidad y agudeza de su condición lectora, para convidarnos a acompañarlo en sus abrazos y sus diatribas, mientras las hace literatura: una literatura que, además de generosa traducción de sus hallazgos lectores, despliega una particular forma de pudor, que siempre está al salto para relativizar sus hallazgos.

Ese acto de transformar en obra su mirada acerca de otros textos, es fruto del arrojo de quien se interna en el laberinto de la lectura sin llevar consigo el hilo de Ariadna: y transforma ese viaje aventurado en una escritura que mata al Minotauro y consigue salir por las suyas, para contar la peripecia mientras alumbra el camino, en una operación de ida y vuelta.

 

Así se crean textos, en los que se vislumbran las exiguas condiciones de la relación amorosa y los evanescentes triunfos como “Pirro”; el inestable equilibrio entre “palabras temibles y bravatas innobles”, en Aniversario”; la operación analítica acerca del lenguaje de “Elogio de la coma”; el juego de espejos con el estilo Cortázar en “Un compromiso”; el realismo duro disuelto en ternura de “Con este sol”; el humor paródico de “Historia en negro”.

 

Esas y otras maravillas son las que se reúnen aquí, atribuyéndole sentido a fruslerías tales como el gesto delirado de un jovenzuelo que mientras repite los movimientos del coito dice estar cogiéndose la tierra y, un poco más adelante, desafiando y desmintiendo la presunta espontaneidad de los surrealistas al crear su método, y conjeturando una situación sexual oculta en algún verso del “Martín Fierro”.

Así se enhebra este collar deslumbrante hecho de cuentas cuyo brillo resplandeciente necesitaba de un escaparate que lo pusiera a la vista, reclamando nuestra atención con la fuerza incontenible que, a pesar de los pesares, siguen anidando en el objeto libro, cuyo raro fulgor, que el tiempo enmohece pero no apaga, seguramente sigue encandilando, como a mí, a los aquí presentes.

 

Para describir las formas variadas a través de las que Oscar trama su escritura, lo cito, “podrían usarse, sin desmedro de sus cargas peyorativas, las palabras miscelánea, collage, centón”, eso dice, previendo lectores insidiosos o acaso insuficientes. Formas sueltas que sin embargo se dejan agrupar por la común perspectiva de una mirada cuya agudeza preexiste a, aunque se prolonga en, el ejercicio de la escritura.

 

Utilizando su memoria prodigiosa, que abraza lo culto y lo popular con una frescura y una profundidad poco habituales, utilizándola, digo, para rizar el rizo, a sabiendas de que la memoria suele crear a la vez contornos imprecisos y falsas imprecisiones, Oscar desarrolla, magistralmente a mi juicio, y vuelvo a citarlo, “la técnica del anacronismo deliberado y de las atribuciones erróneas.”

Y el resultado de esa operación es un universo en el que se empieza por olfatear influencias y detectar remedos, y se termina envuelto en la sutil trama reflexiva y a la vez humorística, que crea su autor. Sutil trama hecha de un constante espíritu inquisitivo, que goza en interrogar, y en interrogarse, aunque se sabe sumido en la acaso vana tarea de encontrar explicación a los modos a través de los cuales el animal humano transcurre y escribe la historia.

Leer, y escribir con una perspectiva personal, acerca de esa aventura, es emprender (otra vez está Borges) “una tarea ilimitada”, y a pesar de eso, es algo que, dada la profundidad del gesto, se puede colegir que acompañará a Oscar hasta el fin. Y de eso sí que podemos sentirnos regocijados quienes tenemos la posibilidad de leerlo, aunque a él pueda generarle angustia la certeza de que no podrá “descifrar las antiguas lenguas del Norte”.

Que Oscar escriba como escribe, después de haber leído como lee, produce, lo cito una vez más, “un enriquecimiento del arte detenido y rudimentario de la lectura.” Y recupera para la literatura, su condición de “arte que sabe profetizar aquel tiempo en que habrá enmudecido, y encarnizarse con la propia virtud, y enamorarse de la propia disolución y cortejar su fin”. Lo maravilloso de la literatura que producen escritores como Oscar es que, frente a tantas incertidumbres y amenazas, se yergue el placer que nos produce leerlos.

 

Un placer que se me ocurre virtuoso recomendarles ahora mismo mientras vuelvo a agradecer a los magníficos cartógrafos que, al seguir con su tarea de correr los límites del mapa de nuestra literatura, hayan asumido el pago de esa deuda que en principio era mía, íntima, pero que entiendo bien podría haber sentido como propia cualquier lector que esté al salto para registrar la aparición de uno de los buenos, como Oscar.

 

Porque es que hay mucho más que una frase aquí para guardar en la memoria: lo digo por si es que le sirve a la felicidad que reclama el autor en ese prólogo auto-inflingido. Y además hay mucho del placer que provoca la inteligencia en los textos escritos por este Aimar, Oscar para quienes lo conocemos parece que desde antes del agua, y Tomás para seguir cierta trama prodigiosa en sede familiar.

Oscar Tomás Aimar, de quien tomo, como cita  propiciatoria, la situación que trama en el melancólico y tierno final de “El gol de Grillo a los ingleses”, para abandonarlo ahora mismo mientras sale del 183 de Antártida Argentina, esquivando lo que haya que esquivar en este extraño diciembre.

 

Mírenlo, se dirige hacia una canchita, una canchita cualquiera, la que le quede más a mano. Y síganlo: si lo miran jugar un picadito, acaso se despierten en ustedes la irrefrenable necesidad de comprar “Memorias de la inocencia y otras trampas”, porque Oscar Tomás Aimar lee el juego tan agudamente como lee libros y, “mutatis mutandi”, escribe tan bien como juega.

 

(*) Ricardo Sánchez. Periodista)

 

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Nicolás Jozami, sobre La joroba del Edén: “Hay que ingresar a los cuentos en forma oblicua, agachados, jorobados”

El escritor Nicolás Jozami, autor de El brillo gemelo (2016) y La quimera (2009), acaba de publicar La joroba del Edén. Sobre el título, dice: “Gabriel Pantoja, que hizo la contratapa, alude justamente a una posición, otra vez, lectora: ingresar a los cuentos del libro en forma oblicua, agachados, jorobados, porque en algún momento, cambian las reglas”. Agrega que en uno de los cuentos hay una clave mínima aunque explícita que le da sentido al título.

En este diálogo con Cartografías, el sello que Jozami eligió para publicar este libro de relatos, revela algunas consideraciones sobre el origen de esta obra y la conexión con sus anteriores. Habla de rupturas y continuidades.

Nicolás Jozami

– ¿Cuál es el germen y el proceso de escritura de La joroba del Edén?

– Este libro nació, germinó, de modo similar al de mis dos libros anteriores. Hay un momento en el que descubro que existe la posibilidad de reunir cuentos que, en base a procesos de pulido, devoluciones de lectores, y mi decisión, cuajan; de allí que me permito verlos luego como totalidad, una en la que los textos seleccionados pueden convivir en un mismo volumen, sin más alteraciones,  continuidades, disfunciones, que las que cada lector puede hacer en su propio recorrido de lectura.

El proceso de escritura fue variado, y esto viene atado a lo anterior: hay cuentos que están en el libro, como por ejemplo Junto al río, que -escrito en estos últimos meses y tomado de un sueño de mi novia- lo había pensado con otro título y para otro volumen de cuentos, pero que luego de revisarlo y compartirlo, decidí que debía estar. En cambio, hay otros que han sido escritos hace tiempo atrás, como Unicornios, y que decidí integrar para, en este caso, intentar eso tan difícil que es lograr un cuento medianamente “feliz”.

En el caso del cuento más largo, Diáspora, intenté otra cosa, busqué otro efecto: la idea era ver qué pasaba, y qué me salía si condensaba una novela que tengo escrita -casi terminada- en un relato. Salió eso; de ahí tantos nombres de personajes, y como un retardo en las acciones del protagonista; ahí sí, quería demorarme en la escritura de un relato donde por ejemplo los personajes aparecen pero casi como un decorado, porque el argumento pasa por otro lado. De hecho, un amigo escritor que lo leyó me dijo que había muchos personajes nombrados, y que le parecía que no prosperaban, que no sabía hacia dónde iban o para qué estaban; cuando consulté si eso entorpecía la comprensión de la historia, me dijo que no, entonces le comenté lo de la novela condensada y que estaba hecho adrede lo de los nombres.  Quizás más adelante, esa novela, cuyo título es Diáspora, pueda ver la luz y se cierren algunas cosas que acá, en el cuento, quedan sin explicación o, mejor, sin lógica.

– Ya venías trabajando con el género cuento, publicaste El brillo gemelo en 2016. Este nuevo libro: ¿cómo se relacionan con los anteriores?

– Lo que diga acá puede ser refutado o no con total libertad y tranquilidad; cada lector carga motivaciones, expectativas y lecturas anteriores que aplica a cada texto que cae en sus manos. El brillo gemelo salió en 2016; La quimera, en 2009. Me considero un cuentista sobre todo; tengo bastante escrito pero por momentos pienso que dentro de temáticas diversas y con elementos y personajes y tramas diferentes; tal vez es lo que uno quisiera hacer o cómo quisiera ser leído, aunque no haga más que estar apresado y repetir siempre lo mismo; como ya dijo alguien, no se puede escribir literatura más que repitiendo obsesiones, disfrazándolas.

Sí, en La joroba del Edén, hay otra vez algunos personajes oblicuos, desplazados, a quienes les suceden cosas que estiran la realidad. El jugador podría leerse como una patología, pero creo que hay escondido un manifiesto sobre la diversidad, las formas del amor, que son tan múltiples como ciertas; en Maniobras se puede ver un reverso del amor; cuánto se conoce al conocido, y cómo se acomoda y entiende la vida de alguien a partir de un acto deleznable. En El aniversario de Artemisa hay un flirteo con el policial, pero lo que me interesaba trabajar ahí es la mente de quien no pudo superar algo tan simple como un rito social.

Para responder la última parte de la pregunta, creo que hay rupturas en cuanto al abandono, en este último libro, de lo que algunos lectores y escritores mencionaron como cuento ensayístico, como podía ser La respuesta y El prólogo o la sinceridad de una indagación, de El brillo gemelo, o La quimera y Los traductores, del libro La quimera.

– ¿Hay algún elemento que funciona como clave de unidad en La joroba del Edén? Además, nos da curiosidad el título del libro: ¿hay una clave de lectura en el título? 

– En un cuento, que no develaré cuál, hay una clave mínima aunque explícita que define, da sentido al título. Gabriel Pantoja, que hizo la contratapa, alude justamente a una posición, otra vez, lectora: ingresar a los cuentos del libro en forma oblicua, agachados, jorobados, porque en algún momento, cambian las reglas; hay que detenerse en los detalles, o en el mismo suelo, contorsionado, mientras se lee, sigue Pantoja, y esa imagen me pareció muy ilustrativa como crítica. Me hace acordar a los dibujos endebles y a uno o dos trazos de los hombrecitos de Kafka.

Creo que no hay un género que unifique; hay algo de policial, de extraño, de realista, de hecho uno se topa con La educación sentimental, cuento de argumento pedagógico, realista, luego de atravesar El jugador; ahí se le queman las previsiones al lector, y creo que busqué -no sé con qué grado de certeza y exactitud- un libro desparejo, heterodoxo, donde cada cuento te saque y haga olvidar del anterior. Diáspora podría concentrar ese tono apelmazado, lento, realista, pero al mismo tiempo quiere ingresar en lo extraño, en la posibilidad liminal de algo entre imposible y veraz. No me gusta lo que leí de César Aira, pero, como sucede a veces, tal vez he mezclado algunas cuestiones que él mismo hace en sus novelitas; olvidarse de las tramas o de algún personaje, poner embudos de sentido que luego no prosiguen, atar una cosa con otra en algo desopilante; quizás hasta podría gustarle Diáspora que, en el fondo, es un homenaje al pasado y a la vez un cuento melancólico.

El efecto de lectura que busco acá es el del libro de cuentos que te desampara en tus previsiones, te desajusta; pienso en Cuentos de amor de locura y de muerte, de Quiroga, en Los padres de Sherezade, de Guebel, y hasta en La luz de un nuevo día, de Hebe Uhart; en ellos te topas con historias tremendamente bien contadas, trompadas psíquicas, pero otras te bajan la adrenalina, y te parecen historias no hechas para esos libros; esa oscilación, en esta etapa, me gusta, son como empujones o advertencias para que la experiencia lectora prosiga; luego uno saca la conclusión del conjunto, de cuentos, pero el viaje ya está hecho. Después claro, hay también otros autores que no pueden dejar de dominar su propio pulso, y uno ve en cada párrafo el estigma de su profundidad y alma; pienso en los últimos libros de cuentos de Onetti, o en Kafka mismo, hasta el truculento sabor que no puede abandonar Silvina Ocampo.

– ¿Nos podés decir algo del arte de tapa? ¿Participás en el diseño o es algo que te resulta ajeno?

– Me gusta participar -en lo posible- en el arte de tapa de mis libros. Suelo pensar al libro con la portada. Pasó con La quimera, donde la tapa es la foto de un actor con ese engendro sobre su cabeza, que remite a la cita de Baudelaire al principio y dan algunas orientaciones de lectura; con El brillo gemelo intervine para dar mi opinión sobre lo hecho por el editor, ante su consulta; en La Joroba del Edén sí tuve presente la tapa del libro cuando vi una fotografía de mi viejo, que es fotógrafo de fuste aunque él se considere un amateur. Cuando vi esa imagen, que es más incógnita que el propio libro de cuentos completo, dije “ésta será la tapa”; encima encontré una joroba blanca y negra, o yo quise ver eso. Ya no había excusas para dejar el título y terminar de cerrar el libro.

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Víctor Maldonado: “La ciencia ficción es la manera de anticiparse o resignarse a lo que vendrá”

“El forastero nació como una necesidad de expresarme de una manera nueva, descontracturada; es mi grito de la medianía de la vida”, dice Víctor Maldonado al hablar de su primer libro publicado.

Tal como se señala en la contratapa, “El forastero es un libro misceláneo. El cuento, la poesía y la meditación se dan cita en una polifonía más que singular. No obstante, una cosmovisión de sesgo latinoamericano cohesiona la variedad de géneros que recorren de principio a fin”.

En esta entrevista repasa sus primeros acercamientos a la lectura y la escritura y recuerda sus primeras creaciones vinculadas a las historietas. “Escribir es connatural a mi, no puedo explicarlo de otra manera”.

-¿Cuál es tu recuerdo de cuando empezaste a leer?

-No tengo un recuerdo claro de cuándo comencé a leer; de hecho, desde mi punto de vista, la lectura es un hecho simultáneo con la conciencia de vivir (hay patio grande en un día cálido, y un cielo azul y una paloma que lo cruza allá en lo alto; luego, voy a ver a mi madre, porque de alguna manera sé que está trabajando en el local que da a la calle, y allí siempre hay revistas para hojear). Y es que aún antes de leer un libro, ya deletreo algunas palabras.

-¿Qué fue lo primero que escribiste y por qué tuviste ese impulso?

-Mis primeros escritos tenían el formato de historietas. Creaba historias, hacía los dibujos, les agregaba los diálogos. En esa época la presencia de historietas era todavía fuerte. Un buen día, allá por 1983, escribí un cuento que presenté en una reunión de la Sade (Sociedad Argentina de Escritores). No recuerdo de qué trataba, pero sí que no fue bien recibido por un miembro del grupo. Así que me asusté y no volví más.

Lo que me llevó a escribir historietas y cuentos (pese al susto, nunca paré de escribir) es un impulso que siento en el pecho, algo cálido y urgente que aparece en mi seno hasta el día de hoy. Escribir -y todo lo que implica- es connatural a mi ser, no puedo explicarlo de otra manera

-¿Cómo se fue gestando El forastero? 

El Forastero nació como una necesidad de expresarme de una manera nueva, descontracturada. Por eso consta de dos partes, y esas partes de cuentos y poesías y reflexiones. Hubo una urgencia de expresión libre, cuasi juvenil, de congregar escritos sueltos “viejos”, nuevos y alguno que otro escrito al efecto. El Forastero es mi grito de la medianía de la vida.

-¿Qué lugar tiene el género de ciencia ficción en tu vida y en tu obra?

-El género de ciencia ficción ocupa un lugar muy importante en mi vida. De él me nutro, como antaño, no sólo por lecturas, sino también con buen cine (Bladerunner, 2001 Odisea del espacio,  Horror en el espacio, etc.) Y la música (Kraftwerk, Vangelis, Jarré). La C.F. es prospectiva trabajada en el hoy, el bocadillo que se saborea antes de ser comido, la manera de anticiparse o resignarse a lo que vendrá.

-¿Qué significa publicar, formar parte del catálogo de una editorial independiente?

-Publicar en una editorial independiente es un paso importante en la vida de un escritor, es sentirse de alguna manera hermanado con los que forman parte de ella y sufren las vicisitudes del mercado y de la era de la imagen. Es sentirse un poco menos solo, mientras el alma discurre hacia ese futuro posible (terrible, quizá, por su carácter contingente) que la ciencia ficción bien sabe anticipar.