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Daniel «Nato» López: “Estoy afrontando la deconstrucción de mi machismo”

Daniel López, Nato para todos, cuenta que su padre es un “gran colocador de apodos”.  A sus siete hijos les puso uno —y a varios nietos, también—. Nato adoptó el suyo como su nombre, tanto que así figura en la portada de A veces, otra vida, su primer libro de relatos. “Nato”, según una definición del diccionario, es una cualidad que se tiene desde que nace. Y quizá esa cualidad en este autor de Las Higueras, Córdoba, sea la infinita curiosidad.

Nato López, autor de A veces, otra vida

Se presenta como un “lector agradecido que se atreve a escribir”. Y hace un recorrido de las lecturas que lo fueron acompañando mientras crecía. “Como primer recuerdo están las revistas de historietas. Mi preferida sigue siendo Nippur. También leía El Tony, Intervalo y D’Artagnang. En esa época, también me llegaron algunos ejemplares de los clásicos de la colección Billiken, esos libros de tapa roja. De ellos me quedó grabado el de Búfalo Bill. Más adelante, como a los doce, tuve mi primera lectura de adulto, una novela que creo que se llamaba Sahara y trata de un contrabandista que mete a Europa, desde África, todo tipo de cosas. A los catorce o quince, mis lecturas derivaron del rock. Así llegué a Charles Bukowsky, García Márquez y al gran Osvaldo Soriano. Creo que no entendía nada de lo que leía, pero me gustaba”.

Nato dice que su mamá era quien llevaba revistas y libros a esa casa de la infancia. “Recuerdo ver La Hojarasca arriba de la mesa de luz de ella y cientos de revistas que llegaban a través de parientes o casas de usados”, cuenta. “Fue mi exagerada curiosidad lo que me llevó a tirarme de cabeza a la lectura”.

-¿Cómo fue tu historia con la escritura?

Diría que mi acercamiento fue en tres etapas. La primera, ligada exclusivamente a la poesía que le dediqué a mi novia Gabriela —mi compañera de toda la vida—; la segunda, en la etapa universitaria, donde esbocé una novela y relatos que no tenían estructura de cuento; y la tercera, cuando me acerqué, junto con mi hijo Félix, al taller que dicta Rubén Padula. Solo en esta última —y actual— experiencia es que le dediqué mucho tiempo y cierta rigurosidad.

Cuando llegó el momento de decidirse por una carrera universitaria, Nato optó por el Profesorado de Historia en la Universidad Nacional de Río Cuarto. “¡Estudié Historia, porque en el programa no estaba la cátedra de matemáticas!”, se sincera. “Bueno, no fue la única razón. En sexto y séptimo grado tuve la suerte de tener un profesor que amaba la historia antigua: griegos y romanos, básicamente. Ahí leí pasajes de la Ilíada y la Odisea. Claro que, en la carrera, los temas que me atraparon, no fueron esos”.

Y empieza a buscar algún nexo entre la Historia y la Literatura, el hecho de contar historias. “Ambas cosas tienen poco que ver. Producir trabajos académicos, mucho menos. Creo que, básicamente, me gusta contar historias, exagerar, mentir para redondear. Tendría cinco o seis años cuando recitaba estrofas de Martín Fierro en el bar de Arroz, de mi pueblo. Si no me equivocaba me daban una coquita de vidrio. Y si me equivocaba, algunos borrachos vitoreaban igual, y recibía el premio lo mismo”.

-¿Cómo sentís que tu vida en Las Higueras, tu infancia, los años de dictadura, tu historia toda está presente en los cuentos de A veces, otra vida?

Vivir en un pueblo —Las Higueras era pequeñito, en mi infancia— determinó mi lectura, mis amistades, mis derrotas, mi escritura y, te diría, mi nivel actual de melancolía. La cercanía con Río Cuarto tiene sus cosas positivas, pero también acarrea dificultades que otros pueblos más alejados no las sufren. Eso hizo y hace que Higueras sea muy particular. Para nosotros ir al centro, al cine o a comprar zapatillas es ir a Río Cuarto. La simbiosis, aunque asimétrica, es total. En mi infancia, recuerdo que era de los pocos que iba al primario en la ciudad. Eso, definitivamente, me marcó. He pasado horas y horas deambulando por las calles de asfalto, metiéndome en librerías y cines. Recuerdo ir a dos funciones seguidas a la tarde cuando me rateaba del secundario. Salía del cine Alvear y me metía en el cine Sud. Los años de dictadura los tengo presente más por mis estudios y por mi vida adolescente, que por la infancia que me tocó vivir. Pertenecí a una familia en la que se hablaba poco y nada de política y, por ende, del desastre que hacían los militares. De hecho, mi hermano mayor fue suboficial de la Fuerza Aérea por unos años. Lo que sí recuerdo es que en la escuela General Paz, de Río Cuarto, en los recreos, alguien siempre te recordaba que estaba prohibido decir Perón. Llegué a pensar que Perón era algo así como el corredor X de Meteoro.

-El primer cuento de tu libro, “Otra usted”, trabaja el género; y ese tema aparece en varios otros también, como “El tuerto y los ciegos”, por mencionar otro. ¿Cómo surge ese interés en vos?

-En mi caso, estoy afrontando la deconstrucción de mi machismo —nuestro machismo generacional— como mejor me sale. Me ayudan mis hijos, que lo incorporan tan naturalmente que no tengo más que admiración hacia ellos. Esta deconstrucción es muy despareja, y atraviesa a sectores de la sociedad con más o menos resistencia, según un montón de variables. Creo que ingresamos en un camino larguísimo, donde la resistencia es dura y poderosa. La resistencia es monetaria, religiosa, y hasta política, pero no tengo dudas de que, año a año, la mujer y las diversidades ganarán el espacio correspondiente. En el cuento “Otra usted”, se me ocurrió plantear qué le pasaría al varón clase media, heterosexual y blanco —que las tiene todas a favor— si de repente se convierte en mujer y debe salir a la calle con tetas y minifalda y que, en la primera de cambio, le griten un piropo que repugna. ¿Es fácil vivir así?

-¿Qué significa para vos escribir “desde el interior”?

He abordado tantas veces ese dilema de interior y exterior, no solo en mi vida, sino en los estudios de la carrera que elegí. Y, por mi experiencia, aseguro que no es solo una cuestión de gramática, ni siquiera dialéctica. Es la realidad. Pasa en Argentina y en muchos países. Hay procesos históricos que lo explican, no es ningún misterio. Y, a la hora de escribir, por más de que jamás lo pienso, seguramente lo hago como habitante del “interior”. Así nos mudemos a CABA o Nueva York seguiremos siendo de acá. Y me parece excelente.

-¿Cómo es editar en este tiempo de pandemia?

-La pandemia y la cuarentena las tomé como potenciadoras. Si bien soy callejero por naturaleza y extraño la sociabilización, este tiempo me sirvió para dedicarle horas a la corrección de textos y, sobre todo, a lecturas. También, series y películas, videojuegos y memes, claro.

-Tus cuentos fueron publicados en antologías: ¿Qué es para vos este primer libro?

-A diferencia de la participación en antologías, esta es una experiencia en solitario, un trabajo más intenso y extenso, donde te toca revisar mil veces todos los textos del libro, elegir la tapa, coordinar con los editores, y algunas cosas más. El primer libro es un lindo desafío y espero no sea el único.

-¿Por qué hacerlo en una editorial pequeña como Cartografías, con este anclaje que tiene en lo local?

-Las editoriales independientes están salvando a la difusión de la literatura. Acá y en la China, sin dudas. Soy lector de Cartografías y la considero una editorial seria y de altísima calidad.

-¿Qué es para vos la Biblioteca Popular Luis Alberto Spinetta, que presidís en Las Higueras?

-El largo camino de fundar una biblioteca popular en mi pueblo comenzó cuando editábamos un periódico que se llamó El Higo Informativo. La idea fue de dos compañeros y me propusieron encabezar el proceso de creación. Fue una tarea que se demoró en el tiempo, pero allí está, llena de libros. Para mí, la Biblioteca debe ser un lugar de acercamientos, de comunión de ideas. Honrar al Flaco Spinetta con el nombre de la Asociación Civil fue algo que surgió naturalmente por las décadas que llevo escuchándolo.

-Para terminar: ¿qué libro estás leyendo?

-Nunca leo uno solo. Soy bastante ansioso y desorganizado. A ver: en digital, Nuestra parte de noche, de Mariana Enríquez y picoteo los Cuentos reunidos, de Clarice Lispector y Manual para naufragios, de Guillermo Ricca. Además del blog de Rubén Padula. En físico, estoy con Las Malas, de Camila Sosa Villada y releyendo El peronismo. 1943-1955, de Peter Waldmann. En la mesa de luz tengo Nadie extrañaba la luz, de Sergio Gaiteri, y Qualityland, de Marc-Uwe Kling.

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Eda Nicola: «La mesa de escribir es mi vida profunda»

Eda Nicola, poeta

La poeta Eda Nicola nació en Coronel Moldes, en Córdoba, en 1969. Ella cuenta que la coincidencia de ser una niña asmática y que en su casa de la infancia hubiera muchos libros infantiles, por la profesión de su madre que era maestra jardinera, marcó su acercamiento temprano a los libros. «El tener que estar tranquila, y en lo posible quieta, para cuidar mi respiración vacilante, me hizo pasar mucho tiempo desde pequeña, entre libros y papeles. Antes de aprender a escribir dibujaba mucho. Había en casa muchos libros infantiles con buenas ilustraciones, eso, y vivir en las afueras del pueblo, casi en el campo, es decir en estrecho contacto con el mundo de la naturaleza, siento que fueron factores importantes para que creciera en mí un mundo interior volcado a imaginar, y a vivir como en ensueño».

Cuenta, también, Eda que de pequeña era muy tímida. Socializar era un problema para ella. «Me sentía más a gusto en mi casa y recuerdo que disfrutaba mucho mis momentos de soledad. Después, en la temprana adolescencia, 13 o 14 años, ya escribía mis primeros poemas y empecé a formarme en un taller literario de mi pueblo. Recuerdo con sincero amor ese tiempo. En el staff estable estaban Marita Echave, Marcela Giovanella, Kika Bovio, Yolanda Fernández, Gloria Pontel, y yo. Leí mucha poesía excelente desde muy joven gracias a estas mujeres que fueron muy importantes en mi formación, y me fueron abriendo el camino». Las mujeres, primero su madre, luego las talleristas, las primeras poetas que leyó fueron tramando su mundo literario.

-¿Cómo articulaste tu formación académica con tu camino ya iniciado en las letras?

-Estudié el profesorado de Lengua y Literatura en la Universidad Nacional de Río Cuarto. Eso amplió y fortaleció mi campo de lecturas, y sin duda repercutió en mi propia práctica de la escritura. No durante el tiempo en que cursé la carrera. Fueron los únicos años que no pude escribir casi nada mío. Asumí con demasiada intensidad el rol de lectora, supongo, y la mirada crítica hacia las obras. ¿Qué me dejó esa formación? Supongo que poder hacer conciencia de la forma literaria, de las capas y capas que hay en una obra literaria, de la complejidad del lenguaje. Pero, por suerte, cuando tomé distancia de ese abordaje, pude regresar a mi propio modo de escribir, que es más bien un tanteo en la oscuridad. Un dejarme llevar por la palabra, a ver qué sale en el camino, con qué me encuentro. Escribir es para mí, una entrada en el misterio. Cuando ya tengo lo que escribí, puedo mirar, digamos racionalmente, si lo que escribí tiene cierta coherencia interna, si hay redundancias, si hay que agregar, sacar, reformular, pero eso siempre sucede en un segundo momento. No al principio. No escribo desde la razón, mi mente es muy fuerte en general, pienso de más, a veces, y siento que, en mi práctica de la escritura, me limita.

-¿Sentís que tu voz está permeada al sitio desde el cual escribís, un pueblo agropecuario, fabril en el medio de la pampa húmeda?

-Yo te puedo decir lo que me conmueve y lo que no, tanto del sitio donde nací como del lugar donde ahora vivo, que es similar, y de la misma zona, ahora bien, qué aparece, y cómo, en mi escritura, siento que no lo puedo ver de modo más o menos objetivo. Eso lo podrán decir quizá con mayor precisión los lectores…

El mundo natural, en sus pequeños seres y en su inmensidad me habla, me dice, ese es el mundo que miro, al que estoy atenta, la madera, el fuego, el cielo abierto, el campo y el ritmo de las estaciones, lo eterno que percibo en la impermanencia de las criaturas. Un árbol, una piedra, una rama quebrada, seca, los pájaros. Los pájaros volando alto, dibujando el cielo, desde niña me fascinan. En las caminatas por el campo me detengo a ver pasar una bandada de patos o de loras, como cuando era una niña. Todos los animales del campo y su pureza, es una pureza que abruma la que veo en la mirada de las vacas o de los caballos. Me deja sin aire. Las lagunas en el campo, con sus juncos. El silencio del agua quieta en los atardeceres, toda esa maravilla. Ese concierto, esa armonía perfecta. Eso me conmueve profundamente del sitio donde crecí y del lugar donde vivo ahora, que es un pueblo también de la pampa húmeda. En cambio, el ruido de las máquinas, de los tractores, por ejemplo, cuando era una niña y se sembraba o se cosechaba la tierra, o de la fábrica, ahora, donde vivo, que es un pueblo industrial, me resulta totalmente indiferente. Me da igual que esté o no esté. No le dice nada a mi sensibilidad el mundo tecnológico. Está ahí, pero es como si yo no lo viera.

Dibujo de Malena Martinetto

Por supuesto que entiendo perfectamente la configuración social que rige en los pueblos pequeños, tanto en el que nací como en el que ahora vivo. Su sistema de jerarquías, de aceptaciones y rechazos, regulado básicamente por el poder adquisitivo de cada quién. Quiero decir que no soy ingenua, entiendo perfectamente el mundo en el que vivo. Y no me parece muy diferente de lo que sucede hoy en todos lados, es el mundo en que vivimos, así como es, materialista y consumista, donde la vida humana ata su valor a la circulación en el circuito económico (este argumento está trabajado en Círculo de fuego, otro de mis libros, también editado en Cartografías, con el símbolo de los demonios).

Nuestro mundo es así, pero para mí son solamente circunstancias externas a lo que me interesa, que podría explicarlo así, y sin duda no podré decirlo con exactitud, pero me refiero al enigma de la vida y de la muerte, del bien, de la verdad y la belleza, el enigma de ser, al escribir, algo así una conciencia testigo de lo que es. Y me viene a la mente ahora mismo, por esta reflexión, una cita preciosa, con la que Calvino cierra su libro “Las ciudades invisibles”, la voy a buscar para citarla exactamente, es así: “el infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio.”

-Sobre el libro que nos convoca, Mesa de escribir: por algunos comentarios en redes da la sensación de que era un libro esperado por vos y quienes te siguen, ¿por qué?

-Publico bastante en redes sociales, te diría que casi todos los días. Escribo mucho y tengo eso de compartir, de ofrecer libremente lo que escribo a los lectores, y recibo comentarios generosos, siento que lo que escribo de alguna manera resuena en quienes me leen. Con Mesa de escribir, que fue una serie de poemas que escribí relativamente en poco tiempo y de manera muy intensa, se produjo una linda química con los lectores. Seguían las locuras de esa mesa delirante, y yo las seguía con ellos. Preocupada, en mi caso, cuándo terminaría la furia. Cuando dejaría de hablarme y hablarme así. De día, de noche, a la madrugada, sin descanso. Hasta que, por fin, cerró la boca y el libro llegó a su fin. En realidad, no sé si la mesa se calló al fin, o yo dejé de escucharla, y la abandoné, agotada. Ahora lo cuento un poco en broma, pero realmente fue intenso para mí escribir este libro. Algo parecido me sucedió con Círculo de fuego.

-¿Qué es la mesa de escribir para vos? ¿Tal vez la mesa sea la poesía, las palabras esas que te salvan de la locura o de vaya a saber qué?

-La mesa de escribir es mi vida profunda. Y mi vida profunda es escribir, desde la infancia. La escritura es el sitio donde puedo darle un cauce a ese desborde de sensibilidad que me provoca el mundo. Poner en palabras es dar un orden arbitrario, imperfecto, parcial, sesgado, sin duda. Pero es un orden al fin. Y claro que me salva de cierto exceso de sensibilidad. No sé, si no pudiera escribir, sería difícil para mí, no me lo puedo imaginar. Tal vez bailaría, pintaría, cantaría, ubicaría esta sensibilidad dentro de los límites (y en la expansión, también) de una disciplina artística. Lo necesito para vivir con cierto delicado, y frágil, equilibrio.

Dibujo de Malena Martinetto

-Siento que este libro interpela a todo quien escribe: esas sensaciones de querer hachar la mesa, prenderle fuego, la angustia de la «mesa vacía», la posibilidad de rehacerla luego cuando el trabajo empieza a salir. ¿Allí están los fuegos de la escritura, de la inspiración, de las horas de trabajo, también?

-Todo eso que decís, salvo la mesa vacía, en este libro el problema era más bien el opuesto, estaba excesivamente repleta y todas las criaturas que la habitan me hablaban a la vez. Ahora las criaturas siguen ahí, pero más calmadas. Escribo todos los días, con un ritmo parejo, sin desborde psíquico, y físico, como me sucedió con este libro. Hubo días en que no sentía el cuerpo, ni hambre ni sueño. Estuve exhausta. Esto te lo digo por lo que decís del cuerpo, claro que es así, escribimos con el ser completo que somos. Y digo más, que no conocemos en profundidad. No somos una máquina previsible y programable los seres humanos. Escribo también, por mi caso lo digo, para conocerme, para saber quién soy, en última instancia. Se me va a ir la vida buscado ese saber y no lo encontraré, lo sé, pero no puedo resistirme a ponerme en viaje.

-¿Lo diste a leer a escritoras/es cercanas/os? ¿Qué devoluciones tuviste?

-Sí, por supuesto. Varios amigos escritores lo iban leyendo. Mi preocupación era que estuviera repitiéndome, poniéndome redundante con la mesa de escribir, y era tan intenso mi estado que temía no darme cuenta. La mirada de ellos me ayudó a centrarme, a tomar aire, y poder seguir. Son fundamentales los amigos escritores, son personas que te entienden porque están en un sitio similar al tuyo y con problemas parecidos, aunque cada escritor es un mundo propio, y cada uno es único. Gran parte de la atención que recibo en las redes tiene que ver con dos amigos que me leen y me han ayudado mucho en este último tiempo. Sobre todo, me han ayudado con la confianza en mí misma y en lo que puedo ofrecer en el campo de la poesía. No quiero dejar pasar esta oportunidad sin mencionarlos. Se trata de Lily Chávez y de Alejandro Schmidt.

Dibujo de Malena Martinetto

-¿Sentís que otras mujeres están frente a tu mesa de escribir, tal vez ocupando este lugar que su época les negó cuando escribir era cosa de hombres?

-No, no siento en lo particular que escribir sea para mí algo así como una reivindicación o un sitio ganado con esfuerzo, la verdad que no. Sigo con atención y respeto el colectivo de mujeres que están haciendo el trabajo de concientizar el duro peso del patriarcado en la vida cotidiana de muchas mujeres. Me parece un proceso necesario. Una búsqueda de equilibrio en el reparto de derechos y obligaciones, y noto claramente cómo mis hijas mujeres son ahora muchísimo más libres y dueñas de sí mismas que lo que era yo a su edad. Esto en lo que respecta a la vida social, vincular.

Pero en mi caso particular, y en el caso específico de la escritura, quizá porque las mujeres que me criaron, madre, abuelas, tías, eran mujeres fuertes, que supieron ganar, tanto en la familia como en la vida social, respeto para sus propias vidas, no lo siento así. No siento que yo esté haciendo nada que mi mamá, por ejemplo, si lo hubiera querido, no hubiera podido hacer. Además, hay otra situación particular que se dio en mi caso.

De los libros de mi infancia recuerdo la colección de los libros preciosos de unos señores que se llamaban los hermanos Grimm, Perrault o Andersen, ilustrados por una mujer que se llamaba María Pascual. Debo decir que cuando yo crecí con esos libros, tan importante, o más, que los señores que los habían escrito, era la persona que los dibujaba. Esas ilustraciones son sublimes, eran verdaderos libros-álbum, como se les dice ahora (voy a agregar algunas fotos de los restos de esos libros de mi lejana infancia, algo pudo salvarse de las travesías que hubo en la familia desde ese tiempo hasta hoy) Y también, crecí con toda la obra para niños de María Elena Walsh, mi madre era una apasionada de la literatura para niños, era magnífica contando sus cuentos a sus alumnos, muchos la recuerdan aún hoy y, por supuesto, tenía una biblioteca muy bien nutrida que era mi delicia. Recuerdo también a Laura Devetach y su torre de cubos (y la desobediencia de tener ese libro que estaba “prohibido”, yo no entendía muy bien que sucedía, era una niña en el 76, cuando aprendí a leer, pero mi mamá, a mis ojos, era una persona valiente y osada, un modelo para mí, por ese tipo de detalles) Y otra mujer me viene a la memoria, María Hortensia Lacau, y su burro Ramón, “ay mi burro Ramón, cuatro manchitas blancas y una marrón…”, yo amo al burro Ramón, al burrito Platero no llegué a conocerlo en el momento adecuado, en fin, qué quiero decir con todo esto. Que cuando yo crecía e iba entrando en el mundo de la literatura, lo hice principalmente de la mano de mujeres.

Marita Echave, gran amiga de mi madre, vecina de la casa de mis abuelos, fue la primera persona de mi círculo de conocidos que tenía un libro escrito por ella. Eso para mí fue deslumbrante, un libro precioso de Marita, “Vuelo en cruz”. Mi taller literario, todas mujeres…Yo a esa edad pensaba que la literatura era cosa de mujeres, como tejer o bordar o cocinar. Los hombres, en cambio, trabajaban en el campo de sol a sol, o iban a cazar o a pescar, al bar a jugar al truco, y no les importaba para nada la literatura.

-Respecto de tu estilo, tanto en este libro como en Círculo de fuego, por ejemplo, la poesía y la prosa se tocan, se fusionan. ¿Trabajás con la libertad de que un poema se pueda convertir en prosa poética y viceversa?

-Como te decía antes, el pensamiento acerca de lo escrito por mí llega en un segundo momento. No me preocupa para nada antes. Escribo como viene, a veces breve, lacónico, a veces tan extenso, como un río que no cesa y fluye y fluye, y lo dejo correr. A propósito de la extensión de los poemas, si breves, si extensos, una vez conversando en un encuentro con otro escritor, él me dijo algo así, que cada poema tiene la extensión que necesita para ser él mismo. Quisiera tomar esa reflexión como apropiada también para esta cuestión de los géneros, y responder así, que el poema toma del vasto campo del lenguaje lo que necesita para sí mismo. Porque en última instancia, lo que determina que sea un poema es que pueda tocar la sensibilidad del lector, que haya esa chispa, esa energía, no si responde a la estructura de un soneto o si es un verso libre.

-¿Cómo fue el trabajo con tu hija, que ilustra la tapa? ¿Ya tienen un modo de trabajo conjunto, un diálogo sobre ambas obras, considerando que no es la primera vez que ilustra un libro tuyo?

-El primer libro que me dibujó Malena, tapa e interiores, fue “Bajo la luz de una pequeña lámpara”, que salió en 2015 con Llantodemudo, una editorial de Córdoba. Fue así, cuando estábamos en el proceso y el editor me envió algunas posibilidades para la tapa, ella me dijo que, si yo quería, me dibujaba ella la tapa del libro. Por supuesto le dije que sí y así comenzamos. En ese entonces, iba a la escuela secundaria, hizo una orientación en Artes Visuales, y dibujaba mucho, y lindo para mí, le gusta hacerlo. Y con los años, podría decir que creo que el dibujo ahora es para ella lo que para mí es la escritura. Un sitio donde expresa su sensibilidad. Ella me lee siempre, no sólo a mí, lee mucho y de todo. Las veces que dibujó mis libros, los lee completos y después los dibuja, interpretándolos, como ella los ve.

-Esta pandemia, ¿cómo te impactó en tu ser y tu escritura?

-En mi vida no mucho en realidad, puedo mantenerme serena, no soy una persona temerosa, ni frente a esta situación ni frente a otras, tal vez las pérdidas, de mi madre y mi hermano menor, por enfermedad, me han hecho fuerte, con mayor aceptación de la muerte, no sé, pero no estuve ni estoy asustada. Y soy más bien solitaria, así que no ha afectado mi cotidianeidad. Sí extraño ver a mi familia, que viven todos fuera del pueblo en el que vivo, y no podemos reunirnos. Con la escritura ningún cambio, sigo escribiendo como siempre. Y con respecto a la circulación de los libros, sí, a los anteriores los pude presentar y siempre fueron momentos muy bellos, ese compartir, poder hablar de cada libro con personas a las que les interesa. Eso siempre es bello y por el momento no lo podemos tener. Así que habrá que hacerlos circular más en redes, hasta que se arregle esta situación de la pandemia (porque terminará en algún momento) y volveremos a encontrarnos en persona.

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Soledad Vargas: “Creo que las mejores pérdidas son las que valieron la pena”

 

Podría decirse que en Las mejores pérdidas, el último libro de la poeta Soledad Vargas, ella compila fragmentos de pérdidas a lo largo de su vida. En esta conversación, que es un minucioso recorrido desde sus primeros descubrimientos de la literatura hasta hoy, sintetiza: “En este libro, la posición puede ser esa: cómo se vive o qué se hace con lo que perdemos, aunque también creo que es una ilusión creer que se tiene algo”.

Soledad nació en  Salta en 1982. Hoy vive y  trabaja en Córdoba, como  médica psiquiatra y  psicoanalista.  Publicó su primer libro de  poemas  Nosotros nos  fuimos antes, en el año  2017, por Buena Vista  Editora.  Formó parte de la  antología  Órbita,  veintiuna poetas  cordobesas, Postales Japonesas Editora, 2019.  Colabora con  Divanes  Nómades, revista de la  Ecole Lacanienne de  Psychanalyse.

Soledad Vargas
Soledad Vargas, poeta

-¿Cómo llega la poesía a tu vida, la lectura, luego la escritura?

-Voy a ir de atrás para adelante, me sale recordar, y seguramente son recuerdos que se terminan de armar hoy. Incluso me atrevo a decir que esta respuesta sería diferente de acuerdo a la resonancia de cada día. En esta mañana pos día de la independencia, pienso que fue cierta sensibilidad que no me dejó escapar de un interés en las palabras, en cómo se ordenaban y cómo impactaban. Poesía creo que es toda esa experiencia que viene a mover el mundo como lo conocías, y mirás a los otros para ver si también sintieron el sismo y crees que nadie lo sintió. La poesía como una alucinación, íntima, y casi inexplicable.

Recuerdo en mi niñez, llegó a mí el diario de Anna Frank y algo de ese mundo que escribía en pleno Holocausto me hacía sentir la experiencia literaria, el mundo que escribimos en medio de guerras o de pandemias. También me acuerdo de una serie televisiva, yanqui, doblada, en la televisión salteña de aire, llamada “Vicky La pequeña maravilla” o Small Wonder, que trataba de una niña robot que era “adoptada” por una familia en pos de un proyecto empresarial. Era irónica, filosa, era una suerte de pequeño espejo para esa familia. Pero a la vez ella iba adquiriendo cierta humanidad.

Yo debo haber tenido su edad cuando me encontré con ese robot, y no sabía que esa inversión de lo bien dicho me estaba afectando. “A una robot no le duele nada”, dice el padre de familia. Creo que así llegan algunas cosas importantes a la vida, esas que decantan, que las sentís a priori y las explicás a posteriori.

Traducir latín y griego de pequeña y sentir alegría en eso, preguntarme cómo pensaban o hablaban en el ágora si escribían en ese orden sintáctico, comenzar a incomodarme porque en el colegio una profesora tenía que darnos algunos autores casi en secreto porque no eran permitidos. Como Kafka o Kundera. Creo que eso tiró del hilo interminable de la lectura. Tanto, que no salgo sin un libro a la calle, parece un cliché, pero realmente me agarro del libro con el que salgo.

«Una noche presentí que me iban a robar, y pensé: ojalá que no sea la cartera, porque tenía una edición hermosa de César Vallejo. Por suerte, esa noche me robaron sólo el celular».

Una noche presentí que me iban a robar, y pensé: ojalá que no sea la cartera, porque tenía una edición hermosa de César Vallejo. Por suerte, esa noche me robaron sólo el celular. Sigo reflexionando y podría decir que la poesía, además, llegó con alguna forma de la locura, con el enamoramiento de la locura, con el apego a lo literal de la literalidad para hacer un esfuerzo sobre eso, con el encuentro con poetas en carne y en papel.

Ahora me pregunto, por ejemplo, sobre el encuentro con el verso. Me pasó con éste: No te salves no congeles el júbilo…no te quedes conmigo. No volví a leer a Benedetti, pero quizá con él conocí el verso, eso que va abajo, finales supuestamente efectivos. Lo imperativo de ese poema que te habla, que te incluye, que te pide algo.

Después pienso sobre cómo ingresó la idea de que yo misma pudiera llegar a ese ejercicio de escritura. Tuve intentos fallidos de muy pequeña, hay un juicio difícil de suavizar. Como decía Deleuze, el problema no es la hoja en blanco, el problema es la hoja llena de cosas escritas por otros. No sé si decía que era un problema y creo que hablaba de la pintura, pero estos son mis recuerdos. Tuve muchas etapas. Me parece que la fundamental es cuando sentí que había algo que se escribía en mí, más allá del papel.

Soledad Vargas

Cuando paso por la experiencia del papel-computadora es otro momento y es maravilloso porque el mundo se acomoda un instante para intentar decir algo que quiero que exista, que tenga más forma que una rumiación insostenible por el cuerpo. Supongo que busco la traducción de no sé qué. Es una actividad totalmente inútil en la lógica del pancapitalismo, pero es absolutamente necesaria para vivir algo vivible, para mí en todo caso.

Sigo con los recuerdos más actuales, creo que hubo un quiebre, para tomarme todo esto en serio, o con la seriedad que te hace vivir un poema cuando lo terminás de leer y tenés que cerrar el libro y parece que vivís fuera del tiempo y estás más de acuerdo con el mundo; esto sucedió cuando conocí a un poeta de verdad, no sé si eso es tan frecuente.

Este poeta me pedía ávido que le lea lo que comenzaba a escribir, ya con más soltura, menos miedo, menos melodrama; este poeta me dijo que el poema empieza cuando termina, que había que ponerse a trabajar, que le encantaban esos versos de Vallejo que dicen: “Mi madre me ajusta el cuello del abrigo, no porque empieza a nevar, sino para que empiece a nevar.”

 

“Mi madre me ajusta el cuello del abrigo, no porque empieza a nevar, sino para que empiece a nevar» (César Vallejo)

 

Un poema nos hacía nevar. Un poeta que también decía que el primer verso era fundamental para querer seguir leyéndolo, pero el último verso también. “¡Ahí tenés un final!”, gritaba emocionado. A veces repito estos, sus versos, como un mantra: “Algún día será tanto el amor que traigas, que no habrá espacio sino para él.” Es como una promesa, que, además, en el poema lo puso entre paréntesis. Una promesa entre paréntesis. Podría ser un título de algo esa frase ¿no?

Lo que quiero decir es que el poema te puede prometer que va nevar, o te va hacer conocer la nieve, o el mar. ¿Qué más se puede pedir?

-¿Cómo fue el proceso de creación, de escritura de Las mejores pérdidas?

-No sé cómo explicar un proceso más que pensando en los fragmentos, creo que las mejores pérdidas son las que valieron la pena. Son fragmentos de “pérdidas” a lo largo de años, pero que no tienen una lógica temporal. Entonces, considero que la poesía permite salir de ese tiempo cronológico y hacer algo con eso que supuestamente ocurrió durante años. Quizá eso hace que sienta que el proceso de creación fue de la mano de lo que fui viviendo.

En este libro la posición puede ser esa. Cómo se vive o qué se hace con lo que perdemos, aunque también creo que es una ilusión creer que se tiene algo. Escribo pensando en poemas, no en libros, eso puede ser una pequeña dificultad a la hora de reunir poemas, que intuyo pueden tener que verse entre ellos.

 

Pérdida: “Que no tiene destino determinado”. Y, desglosando las raíces, además, tiene el verbo “dare”, el verbo dar.

 

Me pasó en algún momento vital considerar que me había arrancado de muchos lugares y hablar con un amigo de oído para la poesía, y expresarle esto como una cantidad de pérdidas con las que podía hacer un museo. Entonces él me dijo, consolándome y creo que mudando algo: Sole, somos las mejores pérdidas. Le robé el título, él lo sabe, amé esa frase, pero cuando la escuché fue como el hilo de reunión de estos poemas, y quizás ahí empezó a gestarse el libro, como para atrás.

Me gusta cuando buscando el origen etimológico o la historia de algunas palabras, las palabras se mueven o te dan posibilidades. Pensar la pérdida como una privación o carencia, como lo define la RAE, no da mucha esperanza; pero en otro lugar encontré el origen: “que no tiene destino determinado”. Y, desglosando las raíces, además, tiene el verbo “dare”, el verbo dar.

Ahora me vuelve una película sobre Elizabeth Bishop, que se llama “Luna en Brasil” o también la tradujeron como “Flores raras”, en donde ella comienza leyéndole a un amigo un poema, que luego sería El arte de perder. En ese momento este amigo le dice algo así como que el poema es corto o le falta todo un cuerpo. Ella, un poco se molesta, o no entiende. Al final ella “completa” ese poema, que no es nada menos que sobre el arte de perder. Entiendo que pudo escribir sobre ese arte sólo habiendo vivido, sobre todo habiéndose movido. No deja de ser un arte sobre el encuentro. Quizá perdemos lo que nos encontró. Y después escribimos sobre ello.

-¿Qué relación tramás entre poesía, amor/desamor y dolor, que se tocan, se confunden en estos poemas?

-Se confunden, y seguirán confundidas. Creo que la relación es una pregunta. Fuente de seguir deseando. Una “excusa” digo en algún poema. Yo creo que los poemas van a ese lugar adonde está todo permitido. La poesía goza de impunidad, por lo menos yo como lectora la experimento así. “¿Vivir es responder?”, se pregunta Susana Villalba en un poema. Seguramente la pregunta ya está planteando una posición. Podría decir también que la poesía es la excusa para salir de la anécdota y entrar en el instante. Perdernos ahí puede amortiguar el dolor y darle consistencia a los días. Comprender algo escribiéndolo para no comprenderlo y que, sin embargo, el agua no se estanque.

Soledad Vargas

Ahora me pregunto si se puede escribir poesía sin haber sentido que amaba, si eso será posible; amando lo que se ame, un pájaro, un lugar, un recuerdo, en fin, una representación que te vuelva y te regocije y con la que puedas algo más que enajenarte.

-Se descubre una mirada de género de los poemas: ¿está esa intención de denuncia en tu poesía?

-Dudo de la poesía con intención, como que ya intervendría algo de la voluntad, y considero que la experiencia poética es sin destino, sin pasar por la cabeza. Creo que después hay una operación de lectura, y allí lo que yo opine sobre lo que escribo no tiene lugar.

Entiendo que en estos poemas hay una búsqueda, y que esa búsqueda definitivamente la hace un yo poético femenino, que ensaya decir algo de los golpes, incluso cuando el golpe fundamental creo que es un golpe a cómo te contaron la historia. Y la poesía en su función más bella violenta eso instituido.

Hay mucho de político en un gesto poético, si eso político transforma algo y se puede leer como denuncia llegará por añadidura, y no por eso con menos fuerza.

-¿Cómo sentís que juega tu experiencia como psiquiatra y psicoanalista a la hora de escribir? 

-Como decís, mi experiencia juega. Pensando en todas las voces que yo encuentro en estos poemas, reunidas en una sola, que, si tuve buen oído, es la que finalmente recorre todo el libro (o gran parte). Siento que ahí está el juego, en escucharlas, en dejarme tocar por los espacios heterogéneos que transito y dejarlas salir cuando pulsan hacia la escritura… espacios, también, donde considero que muchas veces soy testigo de operaciones sobre la lengua. Además, hoy prefiero dialogar más con la idea de que somos un montón de experiencias bombardeándonos e intentando reunirnos en un ego que no existe. La escritura da la posibilidad de fijar lo errante y desatar lo fijo, decía Marosa di Giorgio.

Por supuesto que también escribo en historias clínicas…pero ese es otro asunto.

-Sobre la estética del libro: ¿cómo la trabajaste?

-Como una composición. El libro como un objeto, con el que también una se encuentra me sigue interesando. Leo mucha poesía y creo que, desde el título o el diseño de una tapa, se sigue componiendo algo con lo que hay en el interior, o descomponiendo. Pero en lo más concreto, diría que tuve la posibilidad y la alegría de que la idea me llegue y no al revés. No fue mía. Sólo la acompañé. Me parece una foto bella, frágil y delicada, como una pérdida. Fue compuesta especialmente en diálogo con lo escrito. Creo que es un poema más del libro, que no entiendo, y para qué explicarlo.

 

-En algún poema hablás de la epidemia de la lucidez, de la cuestión de la tecnología como ese estar falsamente en vida y en línea. Parecen temas exacerbados con esta pandemia de coronavirus…

-Todo este libro se escribió antes del famoso coronavirus. Pero casi todo él, fue víctima de los efectos de lo que sigue siendo una pandemia. En algún chiste en las redes dije que era un libro atrapado por la pandemia, que hablaba sobre el amor, la otra pandemia. Escribo en esta época, seguramente algo se venía sintiendo.

Y en este tiempo leyéndolo desde la pandemia, he recibido comentarios de distintas índoles. Digo, como se leen Las mejores pérdidas en tiempos tan totalitarios, tan que todo falta, o todo sobra. Todo tan afuera, todo tan adentro. De hecho, durante estos últimos meses tuvimos grandes pérdidas, m

uchas de ellas forman parte de las mejores, así que sí, lo he leído y pensado desde este momento histórico tan potente.

Ya lo han dicho muchos pensadores, pero pienso en el virus como una lupa que nos ha hecho mirar más de cerca. O al revés, con una distancia que nos permite ver. Encuentro algunos poemas un poco teñidos de una experiencia crítica. Como citás, él “falsamente en línea y en vida”, parece un juicio, pero es más decir sobre una experiencia. Y ahora estamos no sé si tristes, pero haciendo malabares para inventar ese en línea y en vida.

-¿Cómo sentís que conversan estos poemas con tus anteriores?

-¡Se dan ánimo! Conversan desde una imposibilidad más amable. Y se dicen que, a veces, escribir es lo posible.

Por otro lado, pienso en que no sé qué cosa define la anterioridad, quizá la reunión en un libro. Pero leo a los “anteriores”, como pasos y a estos como una caminata con más ritmo.

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A propósito de un pez de honduras, Oscar Tomás Aimar y su obra “El besugo, una agonía”

Por Abelardo Barra Ruatta

El besugo, una agonía, de Oscar Tomás Aimar, es mucho más que una novela de suspenso, pues la obra se comporta como un rico tratado sobre el ser humano inscripto en su corporeidad y en su psiquismo encarnado, en su historia biográfica, en su contexto social, cultural e histórico. La trama argumental es apasionante, porque Aimar posee la exquisita virtud de hacernos remontar a la representación visual de lo descripto, al tiempo que sabe adueñarse con puntilloso conocimiento de la carga semántica de las palabras y por ello, es capaz de interpelarnos, con la sagacidad de su razonamiento y su irreverente tránsito por lo eludido y elidido por la sociedad (y aún por una parte importante de una literatura desideologizada). Todo ello nos permite enfrentarnos no solamente con un novelista sino con un pensador de talla que, en la mixtura de un lenguaje -por momento lindante con una poesía sucia – que remeda el lenguaje de los seres cotidianos y que, de repente, se carga de preguntas que sólo se enuncian cuando indagamos desde un rico capital simbólico tomado de preocupaciones filosóficas.

Benjamín Otamendi, policía exonerado de la fuerza y devenido en investigador privado de poca monta, es quien se encarga de denunciar este costado de profundo pensador que caracteriza a Oscar Aimar: “Estoy pensando demasiado. Me vendría bien un asistente, alguien con quien siquiera poder hablar un poco, para no pensar tanto. Hablar de cualquier cosa, escuchar a alguien, para que el otro me saque un poco a la realidad. Un pesquisa debe tener ideas prácticas, y yo estoy divagando como un filósofo”.

Cada intervención de Otamendi es una ocasión que Aimar utiliza doblemente: dar encanto a la trama del relato y salirse de ella para interpelarnos con reflexiones que poseen validez universal. De ese modo se suceden cuestiones que tienen que ver con el rescate de una forma devaluada del saber: la sabiduría de los dictados populares (“Dale al hombre una causa justa, o algo que se parezca, y se convierte en una fiera”), el sentido mismo de la realidad humana y su pequeñez cósmica (“Nadie, pero nadie en el mundo sabe donde estoy ahora”), la insensibilidad del cosmos respecto del pequeño lugar que ocupan los humanos en el mismo (“Porque no conozco, las cosas se me aparecen como al azar, y se hace evidente su desorden”), continuando con esa idea de contingencia (“Por eso nos gusta viajar, para salir de ese estado de previsibilidad. No para conocer, sino para desconocer”), rematando con doloroso realismo acerca de esta visión del azar presidiendo nuestro débil paso por la existencia, porque para Aimar, el planeta mismo es un accidente físico en la economía de las leyes que rigen al universo, leyes, que de tan secretas se parecen simplemente al azar, (“Y basta con verlo desde aquí, en un momento como este, para estar seguros de que ahí afuera no hay nadie, y de que este planeta nuestro surca la oscuridad, desde hace millones de años, en busca no de otra cosa que del cascote cósmico que lo destruya de una vez”), la apelación a los afectos como único reaseguro provisorio que poseemos para afrontar este tránsito por la vida  -temática que vertebra al relato al punto de resultar el colofón mismo del relato de Oscar Aimar- (“Manos -pensó Otamendi-, la humanidad seguirá generando manos, miles de millones de manos hasta la consumación de los siglos, y ninguna volverá a ser la mano de mi padre”). Final sobrecogedor que nos deja un instante sin poder respirar, porque revela, en lo más pueril, en lo menos sofisticado, en lo menos intelectual, el secreto último de las preocupaciones que nos obsesionan: la enormidad constituyente de los afectos.

Es maravillosa la descripción que hace Aimar de la pintura que encierra la respuesta que Otamendi-Aimar pensador e investigador privado, nos da acerca del sentido de la vida (y no de la resolución de la interesante trama que vertebra la novela). Y el desarrollo de la novela, tal cual me interpeló, es también una excedencia respecto del excelente manejo que hace Aimar de los acontecimientos delictivos que le proporcionan la negritud policial a la novela, porque se trata de un amplio recorrido por cuestiones de la realidad próxima, por cuestiones del país, por cuestiones que caracterizan a lo latinoamericano y finalmente, por lo ya resaltado, el espíritu de indagación antropológica que hace que la novela de Aimar puede ser entendida (y sentida) por ubicuos lectores.

Caracterizaciones idiosincrásicas de lo nacional-latinoamericano y auscultaciones en una historia que se cierra a la medida de las clases dominantes, reflexiones sobre el papel del gobierno y el estado, la tutela insensible del patriciado, el nefasto corporativismo encubridor de las fuerzas del orden, caracterizaciones estéticas discutibles y provocadoras (“El chico agradeció con un gesto; un feo labio leporino le torcía la sonrisa”), una mirada promiscua de la sexualidad y un erotismo decadente que se nutre de la realidad de los cuerpos corrientes (“El torso debía ser más tórax y espaldas que otra cosa, pero conseguía que los senos ajustados parecieran opulentos. El vaquero puesto a presión rescataba algo apenas de un pasado remoto”), el sórdido mundo de las whiskerías y el recurso genital a las prostitutas.

Todo hace que el enredo ontológico del hombre besugo refleje la agonía y el esplendor fugaz de lo humano. Aimar se revela una vez más como un hacedor de relatos apetecibles, apasionantes, sin condescendencia con las normas de la urbanidad cívica y moral. Un pensador que apela magistralmente a la narración para dar cuenta de una visión del mundo ¿pesimista?  No podría aseverarlo. Yo diría propia de un existencialismo realista.

Redunda el consejo. Vale la pena acercarse a este poderoso escritor y a esta notable obra. 

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Reseña de «Algo que vuele», el libro de cuentos de María Paula Vettorazzi

Texto de Virginia Abello para El Corredor Mediterráneo, editado por Antonio Tello, en Diario Puntal

“Yo soy esa que ellos dicen, y están seguros de eso. Sale de sus bocas ese mismo nombre que hace tiempo me resulta ajeno. Lo acortan y parece que fuera mío y de nadie más.” Así habla la narradora del cuento Esos otros que perdieron la memoria, en el que un grupo de amigos visita a Tomás después de un accidente en el que se ha lesionado su memoria a corto plazo. ¿Es necesario un accidente para que la memoria se fisure, se vuelva porosa y llena de dudas? Tomás logra recordar que la narradora trabaja de poeta. Ella espera risas, nadie se ríe, tampoco lo corrigen. “Los miro a todos, uno por uno: ellos creen que yo soy poeta. (…) Nadie me mira y siento que como el primer sánguche de mi vida como poeta.” Son las palabras de los otros las que terminan de delinear los contornos de nuestra identidad. Son los otros los que confirman constantemente el mundo que no paramos de crear con cada mínimo gesto. Como su personaje, es María Paula escritora cuando la editamos y la leemos y la reseñamos. Y sus palabras devuelven todo el tiempo esa confirmación de un mundo que tenemos la sensación de que siempre estuvo ahí, sólo que no le encontrábamos la forma de decirlo.

Este libro nos muestra que no es necesario construir literatura desde lo extraordinario y lo espectacular. Podemos sensibilizar nuestra piel y enfocarnos en algo pequeño y sutil, de modo que Mara atravesando una ronda de chicos con navaja, como sucede en Invierno por dentro,  ya tenga la suficiente fuerza para representar la omnipotencia de la muerte cercana. O que eso que se quiere decir, que se tiene atragantado y se necesita contar, no se termine contando nunca; y aunque el título nos anuncie: Hasta que la luz nos obligue, esa luz nunca llega y la pareja prefiere hacer el amor a oscuras. Escenas cotidianas, personajes verosímiles y sucesos pequeñísimos pero cargados de sentidos como un aleph. Es esta narradora, diferente en cada cuento aunque casi siempre mujer, que nos obliga a hacer foco en detalles que por primera vez se narrativizan: cómo se busca una media perdida en esa bolsa que hacen las sábanas al fondo de la cama, o la anciana que debe alimentar al perrazo y le tira el balanceado desde el hueco de las rejas del patio.

¿Por qué la narradora casi siempre es mujer? ¿Por qué las protagonistas son siempre mujeres? En una entrevista a la autora, ella dice que la escritura de estos cuentos ha coincidido con su despertar político en el movimiento feminista. Me atrevo a proponer otra mirada. Creo que la pregunta es tan ridícula como sonaría preguntarnos por qué la mayoría de los protagonistas de los cuentos de Cortázar son hombres. Una pregunta más válida sería por qué María Paula elige con predominancia una narradora en primera persona con características similares a sí misma en género, edad, estudios, trabajo. Posiblemente sea una búsqueda de respuestas personales, pero a la vez exponiendo la carne, honesta y transparente: esto es lo que soy, esta es mi mugre, mi sinsentido. Y también funcionan como conjuro desatador de nudos que están dentro, inexplicables y molestos. Como es el cuento Viaje por el Pedraplén, donde Carla se ve a sí misma ridícula y caprichosa al descubrir que toda su molestia se basaba en un prejuicio hacia el guía de turismo, un señor de 58 años que por primera vez iba a ver el mar en su propio país. O el cuento Romerito, donde la joven abogada no puede decidir qué vínculo humano va a tener o corresponde tener con Romerito, un viejo que le cebaba mate en el trabajo y que fue denunciado por violencia doméstica. Al cruzarlo luego de un tiempo no lo saluda y eso queda como nudo, como algo inexplicable, irresuelto.  

Así como son una búsqueda para su autora, también representan un desafío para la interpretación. Estos cuentos exigen un lector o lectora sensible a las sutilezas y que se deje atravesar por las problemáticas humanas y universales que plantea cada relato: lo callado que pugna por salir a la luz, la cercanía de la muerte, la superación del daño, lo impreciso de las relaciones humanas, la sospecha de estar pendidos de una telaraña de sinsentidos. El manejo de la información se realiza con tal maestría que nos dejamos conducir en cada relato a través de un aceitado mecanismo de intriga para encontrarnos hacia el final con nuevos sentidos que no son el mero descubrimiento del enigma. No importa ya qué le sucedió en San Juan a la narradora de Más atrás de San Juan. Al final del cuento no es esa curiosidad mórbida la que nos mueve sino la constatación de que no sabemos por qué hacemos muchas de las cosas que hacemos. Es esa presencia permanente del daño con el consecuente velamiento que autogeneramos lo que queda en nosotros como una ventana abierta.

Justamente, estos cuentos son ventanas abiertas para mirar la realidad desde otra perspectiva. No se nos dice nunca cómo mirar ni cómo evaluar lo que se mira. En este sentido, son muy interesantes los dos cuentos que María Paula elige narrar en tercera persona: Pájaro Negro y Algo que vuele. La narración es de observación, sin juicios, sólo de lo que los personajes hacen. El potente efecto que genera es que se está contando una verdad. No es la mirada de un personaje, es LA mirada constructora de realidades. Así aparece esta playa, en la que dos señoras se bañan, una es gorda y la otra delgada, y se sacan la parte de arriba de la malla y se abrazan bajo el agua. No hace falta decir que son pareja porque a esta forma narradora no le interesa si lo son o si no lo son. La señora delgada está insegura porque su cuerpo está amputado: le falta un seno. La señora gorda la distrae, le dice que adivine lo que dibuja con las manos: es algo que vuela. Poder mostrarse, así amputada, vieja, dañada, ridícula, distinta es algo así como volar. Y como termina haciendo la mujer delgada, aleteando y graznando como los pájaros a pesar de las miradas, así también estas historias son algo que vuela, porque muestran con honestidad lo que hay para mostrar.

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Algo que vuele o sobre cómo la amistad se convierte en libros

Con este texto el escritor Joaquín Vazquez presentó el libro Algo que vuele, de María Paula Vettorazzi. Ambos, autores editados por Cartografías

Por Joaquín Vazquez

Hace algo más de dos años conocí a dos chicas que hoy son grandísimas amigas mías y ahora están acá, a mi lado. Un poco por azar y otro poco por sincronía, coincidimos, afortunadamente, en un bar. Nunca se los dije, porque no hizo falta, pero, por la dudas, aprovecho ahora: para mí fue amistad a primera vista. A mí me había invitado el Pablito y a la Anto, la Emepé, también conocida como María Paula. De ella voy a hablar. Ya sabía que era de Sampacho, abogada y que iba al taller de narrativa de la SADE. Con esos datos, un segundo antes de que llegara la birra – perdón por tanto detalle, pero es importante y quiero decirlo porque todavía nos reímos de eso- le pregunté, sin rodeos, si hacía cama solar. Era una pregunta crucial, no entendía cómo alguien, a comienzos de septiembre, podía tener ese color. Tenía que haber algo artificial que lo explicara, que probara que mi palidez quizá algún día también pudiera llegar a ese tono, que los veranos y la transpiración nunca me dieron cuando todavía lo intentaba. Antes de responder, nos miró a la cara a uno por uno y sonrió: no, dijo, soy así, negrita y peronista, como para que no quedaran dudas.

            Así supe quién y cómo era ella y por qué los cuatro íbamos a ser amigos. Sobre esa situación, sobre ese fondo, vendrían los detalles. Sobre ese uso de los silencios, de las miradas, de los tiempos y de los remates iba a empezar a ver, también, por qué María Paula era narradora. No es algo de lo que cueste mucho darse cuenta, lo deben haber notado ustedes también como familiares, amigos, colegas. María Paula convierte en un gran relato y sin proponérselo cualquier cosa que cuente. Administra la información, le hace creer a su auditorio que está divagando, que está a punto de perderse, que todo es una gran digresión, pero en el momento menos pensado ajusta la imagen y la calibra con la emoción.

Hablo, todavía, y aunque no parezca, de la Emepé oral. La que se presenta primero con su locuacidad para que no se note tanto su sensibilidad, la que, de todas formas y por suerte, no puede ocultar. Hablo, también, de la Emepé de las anécdotas escatológicas, que no voy a reproducir acá, primero porque no da, y segundo y principal, porque ella las cuenta infinitamente mejor. Valgan por caso, y esto no es escatológico, es de público conocimiento- ella misma se encarga de contarlo, siempre con renovada maestría y marcada preocupación- lo que le pasa a la planta de sus pies y los experimentos que hace para tratarlo.

Ahora bien, y ya poniéndonos más serios, hay que decir que, al escribir, María Paula invierte con mucho acierto aquellas dos cualidades que le son propias en la oralidad. Cambia la locuacidad por un uso sosegado de la palabra y pone a esta última al servicio de la sensibilidad. En Algo que vuele no hay golpes de efecto ni cartas de otra baraja que aparezcan inesperadamente para cantarle truco al lector. Hay un plan decidido por ir, sin apuros, al meollo de lo que decide narrar. La magia ocurre bajo lo dicho y no tanto en los vínculos como en las emociones que llevan aparejadas. Esto pasa tanto en sus relatos de corte más realista o en otros como Selva, por ejemplo, donde algunos elementos sugieren algo fantástico. No hay acá grandilocuencias ni altisonancias. La apuesta es más radical y, por eso, será más duradera: los efectos especiales, los fuegos artificiales, para Hollywood. Algo que vuele prueba que, cuando hay algo para contar y se sabe cómo hacerlo, no hace falta apelar a recursos ni temas taquilleros. Pero ese saber, y acá quiero hacer hincapié, no se adquiere por arte de magia.

Escribir no es un hobby, es un trabajo. Y no se realiza sólo en el acto mecánico del tipeo. En el caso de María Paula, se nutre de todo lo que la rodea, siempre desde una perspectiva muy marcada pero que no se siente llegar. La ficción empieza, así, en la vida, pero no se identifica con ella. Está sometida a otras reglas y libertades, entre las que no se negocian las convicciones, pero en las que no hace falta gritárselas al lector. La de mi amiga Emepé, lo digo convencido, es una escritura sutil e incisiva a la vez. Profundamente política por el nivel de compromiso con su profesión de escritora -en efecto, todas las tardes cumple horario: escribe-; pero también por fidelidad a su percepción de mundo. Algo que vuele remedia sueños de aviones que no despegan y profesa un pedido de cuidado para todo lo que nombra: vínculos, enfermedad, amores, familia: que vuelen. Esa es la esperanza de fondo que como lector uno puede encontrar en estos relatos.

            Y apropósito del vuelo, una anécdota sobre el nombre de este libro – digo nombre y no título porque la acción de nombrar algo es más amorosa, implica otro trato con lo escrito-. En determinado momento del proceso de escritura, María Paula necesitó llamar de un modo personal a lo que se estaba gestando y, tras balbucear algunas posibilidades que no terminaban de cerrarle, decidió consultar al tarot. Mezcló, cortó, distribuyó  las cartas en la mesa del living de la casa de la Cele y dio vuelta una por una. El nombre estaba escondido y esperando por ella en un arcano menor, el cuatro de bastos.

El libro empezó a existir con ese componente de azar, o de presunto azar. Si hoy me lo preguntan, estoy lejos de mistificar, porque creo que las amistades se construyen con encuentros y cerveza, juntadas y talleres compartidos. Sin embargo, no deja de asombrarme cómo esta amistad de a cuatro se empecina en hacerse libro.

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María Paula Vettorazzi: «La escritura de este libro coincidió con mi despertar político»

La autora de Algo que vuele nació en Sampacho, Córdoba, en 1988; este es su primer libro

María Paula Vettorazzi nació en la localidad cordobesa de Sampacho y se crió allí, «con todos los privilegios que implica la infancia en el pueblo». Recuerda que, cuando tenía cuatro o cinco años, sus padres, junto con un grupo de amigos, fundaron la Biblioteca Popular Alfonsina Storni, la única del pueblo. «Hay una foto en la que aparezco accidentalmente en el plano, no estoy jugando, estoy mirando lo que pasa. Yo sabía que algo importante estaba sucediendo. En ese lugar, en el que había objetos de mi propia casa, me sentaba a leer poesía».

María Paula Vettorazzi

En esta entrevista Vettorazzi cuenta que estudió Derecho en la Universidad Nacional de Río Cuarto; vive desde entonces en esa ciudad y allí ejerce como abogada. Dice que mantiene su mundo laboral y la práctica de la escritura de modo «disociado».

Según comenta, el proceso de escritura de Algo que vuele coincidió con su «despertar político» en este tiempo de la revolución de las mujeres. Y se explaya: «Quizá por eso hay una presencia muy fuerte de ‘lo femenino’ en los relatos».

 

  • ¿Cuándo empezaste a escribir?

Empecé a escribir en la adolescencia, después hay un período en blanco que coincide con los años que estudié en la Universidad. No leí literatura y tampoco escribí ni una sola palabra durante seis años, hasta que me recibí y empecé un taller de narrativa. Ese primer día de taller sentí que aparecía un nuevo sentido en las cosas, dije: “era ésto” y fue eso hasta hoy.

  • ¿Tuviste o tenés algún maestro o maestra de escritura?

Rubén Padula fue mi primer maestro, pero ese aprendizaje no tuvo nada que ver con estructura y sintaxis. Rubén me enseñó lo que era importante. Después apareció Pablo Ramos, una experiencia muy intensa, pero que me ayudó a encausar esa pulsión, que es el acto creador. Hasta ese momento yo sentía que escribía “correctamente”, pero no lograba encontrar la motivación, o si la encontraba, no podía sostenerla hasta el final. Pude resolverlo y empecé a disfrutar muchísimo del acto de escribir, que es lo que me instala como escritora-para-mí, como dice la Heker. Hoy aprendo de mis compañerxs, los tengo cerca y los tengo siempre. La amistad para nosotrxs es decirle al otrx que lo que escribió es horrible. Ellxs siempre me mejoran.

  • ¿Cómo llegan estos cuentos? ¿Nos contás del proceso de escritura de estos relatos?

Todos, o casi todos, llegaron después de Ramos. El proceso previo a sentarme a escribir es el que más dura; llego a la hoja en blanco cuando tengo algo para decir, aunque no sepa aún del todo cómo voy a resolverlo. Entre medio pasan un montón de cosas: días, muertes, trabajo. Todo eso va influyendo en el texto. A Algo que vuele lo escribí en un período de nueve o diez meses; la idea de libro apareció cuando los cuentos estaban listos y parecían responder –extrañamente- a un todo.

  • ¿Cómo convive tu profesión de abogada con esta voluntad por escribir y publicar?

No conviven. Soy una cosa y la otra, por separado. Tengo que disociarme para poder escribir; me llevó mucho tiempo hacer que eso funcione. Todo es lenguaje, es cierto. Y también es cierto que la ley -como la literatura- es performativa, crea mundos, no sólo los nombra. Pero no existe tal dimensión creativa en la vorágine diaria; las discusiones iusfilosóficas ni siquiera empiezan cuando la prioridad es esa mujer o ese hombre que perdieron el trabajo y necesitan cobrar el mango.

  • ¿Sentís una conversación entre tus relatos y este tiempo revolucionario para las mujeres? ¿En qué sentido?

Algo que vuele se gestómientras las mujeres allá fuera –y acá adentro- estábamos dando grandes batallas. De algún modo, el proceso de escritura de este libro coincidió con mi despertar político, quizás por eso hay una presencia muy fuerte de lo femenino en los relatos, o al menos, esa es mi sensación. 

  • Sé que formás parte de un movimiento de mujeres que se está gestando en Sampacho, tu pueblo. ¿Por qué te parece importante dar esta militancia desde las pequeñas comunidades?

La militancia en el pueblo es algo hermoso. Hace unos meses, una compañera me hizo leer un texto de Laura Escudero que decía algo así como: “hay que saber habitar los tiempos del pueblo”, y eso es el feminismo, no anular el acto político. Con las pibas del pueblo la construcción es horizontal, la palabra circula sin academicismos, no hay voces autorizadas, todas tenemos algo importante para decir. Y nos esperamos, y el amor se gesta en esa espera.

  • ¿En tu rutina cotidiana tenés incorporada la escritura? ¿De qué manera?

Escribo casi todos los días, por la tarde, después del trabajo. Muchas veces sólo me dedico a leer. De a poco voy incursionando en la poesía, es una posibilidad hermosa y mucho más inmediata de vincularme con la escritura. Paso tardes enteras sin escribir, pero pensando en un diálogo o hablando con mis amigxs de tal o cual texto. Todo va a parar al mismo lugar.

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Elena Berruti: «Revolución es un sustantivo curiosamente femenino”

La joven poeta riocuartense, a propósito de la publicación de “Algo” (Cartografías, 2019), pone de relieve en esta entrevista para El Corredor Mediterráneo su compromiso vital con la lucha por un orden social más justo e integrador y que ella ejerce tanto desde su condición de poeta como de educadora.



Por Marcelo Fagiano

A sus 51 años Elena Berruti se declara mujer, madre, compañera, amiga, profesora de letras y poeta. Integró el taller Caja Negra y el grupo El Borde 5, de cuyas publicación participó. La prestigiosa editorial riocuartense Cartografías le publicó en los años 2007 y 2011 los libros “Zócalo” y “Pan apenas blando” y ahora hace lo propio con “Algo”.

También forma parte del grupo promotor del “Aguante Poesía”, Encuentro nacional de escritores, lectores y editores de poesía, y en este marco coordina la acción el “Aguante Poesía va a la Escuela” desde 2016. Asimismo fue directora de UniRío editora (UNRC) entre 2011 y mediados de 2015, y, desde 2017, creadora del espacio taller de poesía en casa “versoRaiz”.

Elena habita esta pequeña aldea pampeana del siglo XXI, fortín de la frontera sur, convertida en ciudad agrícola ganadera que se nutre de los recursos naturales de lo que en el siglo XVIII se consideró un desierto habitado por salvajes. Ella ha crecido aquí, recorriendo sus calles y habitando sus espacios cotidianos:

“Mujer/madre/compañera/amiga/profedeletras/poeta”. “Mujermente escribe, así como –y mientras- se juega, lee, denuncia, lucha, se enraíza con furia amorosa en madre tierra para tejer vínculos con otros y desplegar con sed de manada todas sus banderas…”, dice Marita Novo en la contratapa de su último libro de poesía “Algo”, publicado por Ediciones Cartografías con ilustración de tapa de Jimena Mateo. Por ese motivo, la invité a charlar para ECM, en uno de los espacios del Museo Municipal de Bellas Artes, sobre su obra y sus pareceres de la vida y el mundo que compartimos.

Uno supone que la poesía nació junto al despertar de la cultura humana, es decir, hay en nuestra historia innumerables voces, gritos y silencios pronunciados en su nombre. ¿Qué lugar crees que ocupa la expresión poética en las sociedades del siglo XXI?

Quiero creer, quiero poder afirmar que sigue ocupando un lugar como voz, como una voz social y una voz artística, estética en el sentido amplio de la palabra y, una voz ideológica, en el sentido de visión del mundo, de la vida, del hombre, de la mujer, y ese querer creer no es ingenuo, lo pienso desde las praxis en las cuales me siento con otros compañeros y compañeras involucradas, llamale docencia, animación de lectura y escritura, me generaría muchísima incertidumbre y, hasta vértigo, pensar que esa voz no ocupa ningún espacio, no se le asigne algún sentido, un valor, de igual manera me parece que también soy bastante reacia a pensar en asignarle un valor diferencial de elite, al contrario, con tanto soporte dando vuelta y diversidad de dispositivos y comunicaciones que se van, no solo transformando, sino mutando los modos de comunicarnos o de incomunicarnos, creo que esta voz resiste, propone, interpela y, a veces, simplemente nos deja mudos en un primer momento de contemplación para después poder seguir en movimiento, pero sí, me resisto a pensar que es una voz para unos pocos, para unos elegidos, para unos expertos, lo pienso como una voz social entre otras tantas.

…y en relación a eso, ¿cómo pensás que se vincula la academia universitaria con el arte, la academia y la poesía?

En particular con la poesía… esto es algo que se da, no solamente en nuestra academia, en la universidad pública de Río Cuarto, acontece en carreras de letras de distintos lugares del país y de otros países, en particular en las currículas de letras, a menudo, ella ocupa un lugar bastante relegado, de cenicienta…

Pienso en Patora (Marta Cisneros), como profesora de Letras, ella tenía su bloque sobre las poéticas…

Patora es maestra, fue, es y será maestra de todas las generaciones de alumnos y de alumnas, en aquel momento, y de profes actuales que tuvimos la dicha de tenerla en Introducción a la Literatura, ella ha dejado una marca indeleble y a mí me gusta mucho apostar a eso, en ejercicio del laburo, porque tal vez el acto educativo sea eso, dejar algo, compartir algo, marcar…

…y volviendo al lugar que ocupa…

…me parece que estaba vinculado a varias relaciones de poder, porque el género narrativo, entre las novelas, el relato, está muy instalado en la cotidianeidad, antropológicamente es central en nuestra esencia como especie y, en ese sentido, la academia ha reforzado esa preeminencia de la narrativa, incluso en el caso nuestro sobre el teatro mismo, sobre el drama, la literatura dramática. Con independencia de esa cuestión de estatus o de cómo le va la poesía cuando empieza a tener alguna tensión de poder en el ámbito de lo curricular goza, me parece, de muy buena salud porque también es muy requerida por los estudiantes, no tanto como objeto de estudio…pero si te acostumbrás que cada vez que empieza una clase lees algo, te lo van a reclamar el día que te olvidaste de comenzar por ese lado. La poesía circula entre nosotros, está en las letras de canciones, hay muchos blogs, está la cultura del fanzine que también a la poesía le es muy propicia para habitarlo, me parece que más allá o más acá de lo que la currícula mande o discipline hay una pulsión, un deseo de poesía entre los estrados de letras. La poesía a veces nos permite micro rebeldías interesantes, frente a lo institucionalizado, la burocracia, la meritocracia.

Siempre existieron proyectos colectivos que nuclearon a diversos jóvenes, a nuevas generaciones, en torno a propuestas artísticas, el cual parece ser un comportamiento humano bastante frecuente. En ellos, casi siempre, se construye, aunque inconsciente, desde algún paradigma, se festeja a determinados artistas, se olvida o ignora a otros. ¿Cómo fue la experiencia del taller literario “Caja Negra” en los ´90?

“Caja Negra” nos salvó del vacío de los ´90, ese vacío entre cultural, simbólico, artístico, social, ideológico. Yo era alumna de letras y me resistía a asumir que escribía, según yo… hacía ejercicios de escritura, y empecé a asistir a “Caja Negra” y me quedé medio a vivir, les debo a mis compañeros y compañeras del grupo sentirme y experimentarme como poeta. Teníamos una frecuencia de juntada semanal, con esa energía joven, fresca y despreocupada y a la vez muy seria, disciplinada, porque nos unía las ganas de leer y escribir, más que nada de escribir, era un taller literario, escribíamos, nos leíamos, hacíamos plaquetas, publicaciones económicas y que pudieran circular rápidamente, llegamos a hacer un programa de radio en la FM de la Universidad, lo recuerdo con mucha gratitud y como un momento de mucha energía creativa compartida que circulaba, de construcción y de reconstrucción de lecturas, discusiones estéticas, artísticas sobre no solo los gustos, sino las orientaciones ideológicas, estéticas de los autores o autoras que nos interesaban. En el grupo había diferencias de edades, había variedad generacional lo cual era una de sus riquezas, después quedó más reducido y se transformó en el “Borde 5”. Nos dimos muchos gustos, entre lúdicos y creativos, todo lo cual generó un sedimento, que cada uno de nosotros potenció de alguna manera, germinó, leudó, maceró para un lado o para otro y cada uno tuvo su propia evolución.

En algunos de tus poemas, prescindís del espacio y las palabras se unifican sin respiración posible, hay allí una búsqueda deliberada desde la forma, es un quiebre en la escritura convencional. Desde “zócalo”, “pan apenas blando” hasta “Algo”, tu último libro de poemas, es un rasgo que aparece con mayor frecuencia. ¿Qué podrías decir de esto?

Intento religar, tratar de unir lo que está escindido, separado, un ejercicio de reunir lo que se ha desunido, como un acto reparatorio, también creo que en otros casos puede obedecer a cuestiones más lúdicas de ritmo, pero mirándolo así, a la retrospectiva, le asigno ese valor como lectora.

Marita Novo en la contratapa de “Algo” usa Mujermente…

Marita, como autora de la contratapa del libro es parte de este paratexto que rodea, que acompaña y que presenta un libro, ha tenido un gesto por demás generoso, porque en general quien es invitado a prologar o a epilogar tiene todo el derecho del mundo a usar su propia voz y ella hace un juego muy redoblado y retoma tonos que son de la estética de “Algo”, de la política lingüística y en ese tono hilvana su propio discurrir en palabras presentándoselo a los lectores.

En una de las secciones de “pan apenas blando” (2011), decís “revolución es un sustantivo curiosamente femenino”. ¿Sentís, como poeta, que la escritura tiene que dar cuenta de las transformaciones que las mujeres impulsan hoy de manera militante en la sociedad? En el poema ochoeme de “Algo”, es contundente tu voz.

Aquella frase vista hoy al 2019, me parece un atisbo de una posición enunciativa que no creo que yo la haya conquistado o ganado, sino al revés, me ha permeado enormemente y celebro que así sea porque… no sé si la escritura tiene un deber ser, que dar cuenta de las transformaciones que las mujeres vamos protagonizando de modo militante en la marcha histórica, no lo sé, en teoría o como respuesta general y asertiva; menos pensarlo como un deber ser del o de la poeta o de la poesía misma como discursividad. Sí creo,  que aquellos chispazos, en este caso trabajándolo con el principio rector de la lengua que es masculino, genérico es masculino, así lo dice la RAE, así lo dice la colonia y la derecha también, por supuesto; en aquellos chispazos el yo de los poemas se referenciaba femenino al ochoeme de “Algo”… es tal cual lo decís vos: ha ganado la contundencia, no desde una voz individual, sino como voz colectiva de la que humildemente trato de formar parte: esta marea violeta y verde de mujeres por el empoderamiento, por la libertad de ser eso, mujeres, cada una a su manera y también por la necesidad de deconstruirnos en varias actitudes en las que nos encontramos muy habitadas por el patriarcado, no sé si es un deber ser, a mí me ocurre, me acontece, me atraviesa y me gusta que así sea, ser parte de esta marea, esta marcha histórica tan potente y a la cual hay que seguir construyendo día a día.

En el mismo libro expresas “…escribo como modo de intentar ser yo manera/lengua de mirarme…” ¿Siempre está presente en tu escritura ese impulso?

Entiendo a la poesía como un modo permanente de construcción de la propia identidad pero también de reconocimiento y de construcción y reconstrucción de esa identidad, por lo tanto, es necesario estar revisándola, limándole asperezas o generándole otras, la escritura es un laboratorio, una cocina interesantísima para hacerlo, pero también tengo la sensación de que en “Algo” en particular, tal vez por un efecto de edad, me parece que el foco de “mirarse” pasa más al “mirarnos”, hay una refocalización o al menos lo intento en la cocina de mi escritura, no sé si eso se logra o no, eso lo dirán los lectores, pero en términos generales, si bien sigue siendo una escritura del yo, hay una mirada más de lo colectivo, léase género, clase laburante, docente, escribiente, no se, mi escritura busca estar religándose a colectivos, no solo a la cuestión tan egodirigida, tan egocéntrica.

Tenés experiencia con talleres literarios (Verso Raíz actual y otros anteriores), además ejerces docencia en relación a la literatura. ¿Leer/escribir poesía, se aprende, se descubre, se nace poeta, hay en torno a ese oficio alguna creación personal o socio cultural que la conduzca?

Me parece que estaríamos bastante determinados si esperásemos, de pronto, que fuese una cuestión de cuna o de genética o de herencia, creo más en la lógica de la construcción, creo fuertemente en la pulsión; para que uno se anime a construir o a pensar que una práctica posible es leer y escribir,  pensando en lecturas y en escrituras creativas, tiene que haber una pulsión, está bueno que haya deseo, si media esa pulsión, si hay condiciones y oportunidades habilitadas por el entorno familiar, escolar, de laburo, estudio, oportunidades de disfrute de cultura, de arte… puede acontecer. El gran problema es cuando esas oportunidades no están dadas. Estoy convencida que cuando eso ocurre, dado un contexto estimulante y no sancionador ¡cómo no vamos a poder ejercer el derecho humano inalienable de inventar con palabras! Se puede laburar y hay que laburarlo, es fiesta pero también es pelea con las palabras y con todo lo que está por debajo, por atrás y por los costados de ellas.

Naciste en 1967 y se descarga sobre la Argentina la feroz dictadura cívico-eclesiástica-militar en ´76, cuando tenías tan solo 9 años, al retomar la democracia, en el ´83, cumplías 16 años, crisis del 2001 unida como un puente aterrador con el presente de desamparo social en donde estamos inmersos. El país de tus sueños, en este territorio, ¿hay que construirlo, tiene cimientos, te contiene?

El país de los sueños es un país necesariamente inclusivo, diverso, democrático en serio, indispensablemente solidario… y claro que hay que construirlo y, si los cimientos son endebles, habrá que fortalecerlos. Hoy por hoy no sé si me contiene, los territorios sí… No me siento en absoluto representada por quienes conducen, de manera rimbombante, los destinos del país, pero me parece que ya hemos vivido un país para todas y para todos y que está en nuestras manos, no digo reconstruir melancólicamente ese pasado, pero sí construir otra vez y todas las veces que sean necesarias, ojalá que no sean tantas, un país para todas, para todos y en el cual entiendo no alcanza con lo que haga una cúpula dirigencial u otra, una fórmula u otra, vamos a tener que apelar a construcciones colectivas desde el pie, desde las bases y si las representaciones están en crisis habrá que seguir interpelándolas, deconstruyéndolas. Estoy convencida de que sí, quiero que sea así porque tengo hijos, porque soy profe de estudiantes y a cada rato, cuando los veo, me encuentro con signos de esperanza.

Me imagino que habrá proyectos, continuidades…

Proyectos siempre… ¡qué es la vida sino eso! Proyectos de los buenos. Con Marita Novo estamos elaborando un libro que va a tener algún condimento de libro objeto: va a reunir grabados de ella y poemas míos cuya edición estará a cargo de José Ammann. Por otro lado, el “Aguante Poesía va a la Escuela” se nos ha ido de las manos, empezamos con esa idea que compartíamos en una mesa del “Aguante”: ¿por qué no vamos de visita los poetas a las escuelas?, comenzó con una experiencia piloto, con todo el laburo de Cristina Giacobone primero, al que después se sumó Anahí Asquineyer de Letras de la Uni, junto a todos los compañeros poetas y cercanos al “Aguante”. Hay mucho requerimiento, cada encuentro en una escuela, en cada territorio… es único, es muy interpelador y motivante, tanto para poetas como para estudiantes y profes, ha crecido y sigue haciéndolo. Y del “Aguante Poesía”, qué decir, es un estado de poesía permanente, como movida tiene esa potencialidad, depende de que nosotros podamos darle aliento, es un encuentro, no un evento, un encuentro de gente que se respeta, que se aprecia y valora mutuamente, dispuesta a escuchar a otro, a otra y a valorar la palabra, la voz poética, no es menor en los tiempos que corren, además de eso, incita a lecturas y a escrituras, a revisarnos, provoca reuniones, ideas compartidas, proyectos que por ahí no hubieran cuajado de no tener esos dos o tres días al año para vernos los rostros, cruzar la palabra y detener un poco el tiempo… y también, tiene una horizontalidad muy interesante que muchos otros eventos relacionados con la poesía, me parece, no tienen. También pensaba, pensábamos, que en esta edición de la Feria de Editoriales Independiente (FEI), tan cercana, iba a estar y estuvo muy presente Pedro Centeno; entre otras cosas la escritura, la lectura, tienen efectos e intentan, a veces logran, hacerle pito catalán a la muerte, es tan reciente lo de Pedro, la muerte física, que varios de nosotros aún no lo habíamos puesto en palabras hasta la FEI, en donde estuvimos feriando y recordando anécdotas, y Pedro apareciendo como sujeto de un discurso, de un recuerdo… Una profe de una de las escuelas me dijo: “en el próximo Aguante Poesía va a la Escuela los poemas de Pedro van a estar dando un montón de vueltas por las aulas y por los patios de las escuelas”, ¡mirá si no le hace pito catalán a la muerte!

La conversación concluye en este atardecer de otoño, queda mucho para charlar, para aprender, para conocer a los artistas de nuestra crecida aldea agropecuaria. Elena se despide mujermente hablando y continúa su destino de palabras mientras me quedo con “Algo” en las manos, leyendo el poema que le da nombre a su libro.

Algo

Algo

pequeño

en minúsculas

no todo, claro

ni mucho ni bastante

ni siquiera alguien

o alguna, alguno

algo como quien dice

pizca

o sacarle un pellizco a la nada

al nadie

o al nunca

así: algo

¿algo para tener?

como posesión o propiedad privadísima

No

¿para poder con algo?

como autoridad o vigilancia

No

¿saber algo?

como atributo o investidura

Tampoco

Más bien como querer algo, no sé,

desearlo sin placidez

pulsar hacia algo sin

romance alguno

sin que medie encanto

¿algo en qué creer?

como religión o ciencia o proyecto

No.

Algo que te despabile como coscorrón en la cabeza

que te sacuda del letargo

que te anime sin fiesta

algo de beber sentir jugar

algo que cuidar para que crezca

algo que arriesgar o que

desvele sin tormento o

para conjugar en tiempos y modos que aún no conocemos.

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Gastón Malgieri: «La poesía y la fotografía me ayudan a mirar, a preguntarme»

El escritor y fotógrafo habla de los orígenes de Animales poco útiles, que acaba de publicar

-¿Cómo llegaste a la poesía? A la lectura y luego a la escritura…

-Supongo que por necesidad. Creo que la poesía aparece, o me vuelvo permeable a ella, cuando empecé a tomar cierta conciencia del estado de cosas en el mundo. Digamos que fue el modo que encontré para anclar en otro territorio, uno menos hostil, menos doloroso. Casi te diría como si fuera un refugio, un modo de cicatrizar. A esto lo digo pensándome como lectorx.

Mi primer acercamiento a la literatura en tanto alguien que escribe, tuvo que ver con la narrativa, con la necesidad de contar. Cierta pasión temprana por el cine, me llevó a ese intento. Fue instintivo, si es que es posible tal cosa. No provengo de una familia donde se cultivara el placer de la lectura, o donde hubiera una biblioteca frondosa, ni mucho menos.  

Luego, con los años, la escritura. O su tentativa. No sé bien por qué terminé escribiendo. No lo he meditado tanto. Creo que me fue inevitable. Algo que se manifestó sin forma precisa, pero se volvió algo del orden de lo vital, de lo irremediable.

-¿Cómo dirías que se enlaza con tu trabajo como fotógrafo?

-De muchos modos posibles. No creo que las llamadas disciplinas artísticas sean compartimentos estancos, sino dispositivos diversos, con lógicas internas particulares de los que me valgo para acomodar mi estar en el mundo.  A veces, la imagen me ha servido para economizar lenguaje y, otras veces, he necesitado de la palabra para aquello que no logro ver con claridad. Y en ese devenir entre los distintos sistemas expresivos voy encontrando un pulso propio que muta, está siempre en constante cambio. Pero ambos modos, esto es, la poesía y la fotografía, me han ayudado, me siguen ayudando, a mirar, a entender, a preguntarme.

-En la contratapa Eduardo Mattio dice que este libro funciona como un “archivo de sentimientos”. ¿Lo vivís así? ¿Qué es para vos Animales poco útiles?

-A mí me sorprendió gratamente lo que Eduardo Mattio develó en el epílogo. Digo develó, porque no solo siento que lo haya hecho para con lxs posibles lectorxs, en términos de claves de lectura, sino incluso para conmigo. La imagen de ese archivo de sentimientos, o de una cartografía de emociones que nos nombran, estaba ahí, según parece, pero ante mí tomó cuerpo una vez que leí su texto. No antes. Y tengo la intuición de que él supo nombrarlo, no sólo por su condición de Filósofx, sino principalmente, por una narrativa que nos hermana ante ciertos dolores, ante ciertas fugas. Convocarlx a escribir ese texto tiene que ver con esa hermandad.  

En el proceso de escritura de Animales poco útiles me fui tan hacia adentro, tan hacia atrás en la historia, tan a lo primario de mi narración, que cuando volví no pude ver esos signos. O no supe verlos. Supongo que eso sucedió de ese modo, justamente, porque algunos aparecieron ante mí por primera vez. Salieron a la superficie preguntas acerca de quién había sido mi madre, pero también quién era yo, a partir de ellx, o de su ausencia. Animales poco útiles significa un poco volver a nombrarme. Haberme dado ese permiso de habitar lo roto, lo que aún duele. Poder decirme, sí, hay heridas hechas para no cicatrizar nunca. Y salir a buscar también la rotura de esa mujer que muere a los 36 años. No solo su voz, sus aromas, o sus señas, sino, principalmente, su narrativa trunca.

– Este es un tiempo de pensar el género: ¿Qué voz tiene tu madre, que transita todo el libro? ¿Qué creés que viene a decir esta mujer?

-La voz de mi madre en el poemario, pero también en el plano de lo real, es una invención. El gesto primero fue darle forma. Intentar imaginar cómo hablaría, no ya de lo que ve, sino principalmente de lo que siente. De lo que sintió en su tiempo, ante el mandato de la “buena” maternidad, del matrimonio, de la ama de casa, etc. Yo no creo que esa voz venga a poner en palabras más que lo propio.  Una cicatriz personalísima.

Quiero decir, no fue un gesto estético hablar en mi poesía en femenino. Esa voz es, ante todo, un gesto vital, casi íntimo que termina, por error, en un libro que leerá otra gente.

Esa voz tiene mucho de soliloquio. No intenta decir nada a otrxs. Se habla a sí misma. Consciente de su rotura.  Transitándola. Cambiándola de lugar para volver a nombrarla.

Si alguna ilación hay entre esto que digo y el momento actual es, intuyo, esa idea de volver a pensarse como construcción social. Volver a pensar la idea de lo materno, de lo que se espera que transite un cuerpo leído madre. Y también, claro, lo que se espera que transite un cuerpo leído hijx.

-El libro transita la diversidad sexual, hay una voz marica: predominan el amor, el desamor. Da la sensación de que hay un desamparado que busca a aquella madre… ¿Fue pensado ese Segundo movimiento del libro como con un enlace a los poemas del primero?

Hay unx desamparadx que busca saber quién fue su madre. Hasta el presente, hasta el momento de escritura de estos poemas, yo sentía nostalgia por unx que no tenía idea cómo era, más allá del relato de otrxs. Entonces salí a su encuentro. El desamparo no lo genera su ausencia, tal como creí durante años, sino precisamente esa desesperación de que lo poco que recuerdo de ellx finalmente se me escape de las manos.

Respecto al Segundo movimiento, sí, así fue pensado. Una vez que la voz de la madre, de mi madre,  tomó cuerpo, necesité empezar a pensar entonces cuál era mi voz ahora. Y esa voz era una voz inevitablemente marica. Una voz que se enlaza a mi madre desde la rotura o la ausencia, pero también desde esos lugares de pertenencia que habitamos por fuera del predominio patriarcal. Ella, en tanto mujer; yo, en tanto marica. Una voz que, además, mi madre tampoco conoció de mí. Por eso, esa intención de diálogo entre el primer movimiento del libro y el segundo.  Como si el conjuro, poético, vital nos diera el permiso de hablarnos desde quienes somos ahora. Desde quienes pudimos ser, a pesar de todo.

-Acerca de la foto de la tapa del libro: ¿Quiénes son esas mujeres?

-En la foto de tapa está, por supuesto, mi madre, que es quien mira a cámara sonriendo, y unx amigx de la que no tengo más datos que el vínculo que lxs unía. Cuando estábamos pensando en la ilustración con Pablo Dema (editor de este libro), sentí que esa era la imagen que quería que funcionara de preludio para esos dos movimientos poéticos. Las razones son varias. Entre ellas porque tiene algo de selfie, tal como la entendemos en la actualidad, pero además porque temporalmente me la da idea de que esa foto pertenece a un período previo a su matrimonio y la maternidad. Y esa Teresa, así se llamaba mi madre, es un misterio para mí.

-¿Qué creés que la aporta el epílogo al libro?

-Creo que sella un pacto. Entre Eduardo, lxs lectorxs y yo. Un pacto que tiene todos los ingredientes de una complicidad tácita. Creo que, como te decía antes, Eduardo encontró signos, rastros, en los versos, que ni siquiera sabía que estaban allí. Y la apuesta fue que su lectura atravesara el cuerpo, su cuerpo. No desde el profundo conocimiento de ciertos ejes que en el libro aparecen, estos signos que él viene rastreando desde la Filosofía, sino desde una emocionalidad, su emocionalidad. Nombrarnos rotxs o heridxs también tiene que ver con reconocernos en esos tajos. Con reconocernos con otrxs. Y siento, muy profundamente, que el epílogo es eso,  una invitación, no a sanar, si es que es posible tal cosa, sino a inventarnos otras narrativas posibles a partir de las heridas con las que fuimos nombradxs.

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Alejandro Schmidt: «Hay en mi poética un tono despojado, rotundo»

Por Marcelo Fagiano

Hace cinco meses que el poeta Alejandro Schmidt habita Río Cuarto respirando poemas en las esquinas, en los bares, en las conversaciones con amigos, conocidos y los nuevos encuentros que dibuja el devenir. Ha publicado más de cincuenta libros de poemas, tiene quince libros inéditos y continúa escribiendo todos los días. Siete mil poemas escritos invierten el paradigma del miedo a la hoja en blanco, es el papel, en este caso, quien siente temor o celebra esta escritura que no cesa y se produce de manera, en apariencia, espontánea y natural.

¿Siempre fue así la llegada de la poesía a la mano que la escribe?

Así fue, empecé a escribir a los 13 años, hace medio siglo, siempre escribí así, naturalmente, la poesía me viene, nunca fue una búsqueda ni siquiera una espera, fue como una función natural de mi vida, como una respiración, bien a mano.

¿Hubo tiempos de silencios?

No, fue una actividad continua en cada momento de la vida. Hubo escritura bajo cualquier circunstancia. El máximo tiempo que estuve sin escribir habrá sido una semana.

¿Hay aprendizajes en esta senda dedicada a la escritura?

Sí, obviamente. Hay un aprendizaje de la tradición poética de nuestra lengua, la tradición poética de nuestro continente, de nuestro país y aprendizaje de nuestro oficio en donde uno va perdiendo y adquiriendo mañas.

¿En donde anclarías con más fuerza el aprendizaje?

En la historia de la poesía argentina, ésa es la mayor influencia…

No podrías, definitivamente, ser Alejandro Schmidt sin ese pasado…

Exactamente, lo que más leo y me ha nutrido es la poesía argentina.

¿Según tu punto de vista, con el tiempo cambia la estética de los poemas? ¿Y si hubo alguna mutación, eso modificó al poeta o él siempre fue el mismo?

Creo que uno, esencialmente, es siempre el mismo y que hay cambios, porque en semejante masa de poemas uno se aburre de escribir lo mismo, los temas los va quemando y se van dejando, por ejemplo escribí 6, 7 libros sobre lo cotidiano, lo más crudo, la casa, el trabajo, la vida de todos los días y después me dediqué a hacer otras cosas, escribí sobre la dictadura, sobre la escuela en donde trabajaba, sobre la biblia…Los cambios fueron en tema y no tanto en tono que es un poco inevitable, el tono se reconoce.

Hay una estética que unifica tu poética…

Yo creo que sí, un poco lo he aprendido por los que han estudiado y se han tomado el trabajo de ver esa poesía, hay en mi poética un tono despojado, rotundo.

¿Ese tono llegó así, lo buscaste, lo encontraste? Algunos poetas dicen que después de un tiempo de escritura encuentran su voz.

No la busqué, usé la voz que tenía y las variaciones de esa voz, nunca tuve el problema de buscar la voz, sí tuve el problema de cambiar los temas, de mirar hacia otro lado para no aburrirme yo y al lector.

¿Cómo crees que los lectores se acercan a la poesía y, en especial, a tus textos?

Eso no lo puedo saber, lo que sí sé, y me consta, es que uno escribe el poema y ese poema es la mitad, el lector lo enriquece con sus interpretaciones, que pueden coincidir o no con la mía, muchas veces otras lecturas enriquecen mi propia opinión.

¿Hay que  aprender a leer poesía?

No, hay que aprender a sentirla y para sentir la poesía hay que tener una cierta reconcentración espiritual, hay que estar alerta de alguna manera, cosa que no exige la prosa; una novela o un ensayo lo podes leer en cualquier actitud, la poesía exige una especie de atención, porque ella es la cumbre del lenguaje, es una concentración directa de la palabra, entonces la poesía reclama eso, razón por lo cual se la lee mucho menos, demanda un trabajo extra, leer, intuir, sentir, aspectos que no exige la prosa.

En algunas notas y entrevistas comentaste sobre el inicio de tu escritura, la adolescencia, las letras de rock, las primeras publicaciones y ese camino que hasta aquí te trae. Dejando imaginariamente ese pasado, ¿cómo te gustaría que tu vida, en relación a la creación poética, siguiera?

Yo quisiera seguir así, como lo fue siempre, he sido muy feliz escribiendo, desearía, si tengo más tiempo de vida, continuar con ese vínculo, con ese maridaje impío con la palabra.

¿La expresión poética alcanza para justificar una vida, la vida como existencia del ser humano?

Para mí sí, para mí la poesía ha sido equivalente a vivir, la poesía y la lectura…

…y en ese vínculo llegó primero la lectura, ¿ya fuiste sujeto sensible que se conmovió con la poesía antes de escribir?

No, desde que empecé a leer, a los cuatro años, hasta los trece que comencé a escribir pequeñas canciones influenciadas por el nacimiento del rock nacional en el ´67, leí cosas típicas de la infancia, novelas de aventuras… Salgari, Verne. No, no leía poesía, escribía algo parecido a la poesía, obviamente en la escritura de un niño, de esa manera me fui acercando a la poesía…He leído de todo, quizá lo que menos leo a esta altura de mi vida es poesía, leo historia, filosofía, teología, narrativa, ahora leo más por trabajo, por una obligatoriedad de leer para editoriales, por los talleres, clínicas, para hacer devoluciones, porque uno debe su experiencia a los demás o sea que leo siempre, aunque ahora no es tan frecuente que busque un autor y diga tengo ganas de leer, no es tan frecuente como antes…

Al final del poema El predestinado (La vida milagrosa) decís: la poesía“…me alzó sobre el pozo del mundo/esa señora/y me soltó”.

Es una visión paródica, risueña, de lo que llamo el don, yo no creo en el autor, uno es habitado en el arte, en ciencia, en todo…por una fuerza, uno es instrumento de esa fuerza, nada más, no creo que la poesía nazca de mi inconsciente ni de mi persona, es un don y para mí es un don de Dios porque soy creyente, para otros será un don de otra especie o no. Foucault tiene un trabajo muy lindo en donde complejiza la cuestión del autor y dice que no hay autor, que en realidad uno es parte de una tradición y nada más. Yo, no en el sentido tan pagano como el de Foucault, sino en un sentido más cristiano lo creo así, en el poema  El predestinado digo que la poesía es una fuerza y hace con uno lo que quiere.

En ese sentido, ¿al predestinado no le quedan opciones, estás conforme con ese designio?

Sí claro, para muchos es un peso y renuncian y no les interesa cumplir ese destino, he conocido gente con gran talento para escribir, para algunos ha sido motivo de angustia, preocupaciones y dolores, para mí ha sido una gran felicidad ese destino, me ha hecho feliz siempre, de una forma constante, escriba bien o mal, porque uno muchas veces escribe cosas que no tienen demasiado valor, pero va más allá del valor, es el gesto, va mucho más allá de la calidad que tenga.

En el poema “Para quien”, transcribes la expresión de una camarera y, luego de celebrar las imágenes que ella genera decís: Una de las chicas que atiende el bar / le dijo a su compañera / se extraña el agua caliente / es como la luz / cuando no está / y todavía hay gente / estudiando / preocupada / qué escribir / y cómo / y para quién.

Tu torre de marfil, ¿la encontrás entre la gente? Me imagino que también hay trabajo en la soledad de la escritura.

Para hacer una torre de marfil hay que matar muchos elefantes y eso yo lo cito en un poema… He llevado una vida de trabajo, una vida modesta, no tengo ninguna formación académica, no he frecuentado la academia, he leído muy pocos ensayos porque no me interesa la teoría literaria ni poética así que sí, he escrito entre la gente, como uno más, no tengo ninguna reacción contra la academia, simplemente no tengo relación con el mundo del estudio, para mí la poesía nunca ha sido un tema de estudio, ha sido un saber y un saber dado por la frecuentación, a la larga sé de la poesía porque me pasé la vida leyéndola, nada más, nunca he tenido un sistema, ni una teoría literaria, he sido como un yuyito silvestre en el camino real del lenguaje, he crecido así, a los bordes, y me ha parecido bien porque ha aparecido algo de acuerdo a mi temperamento, a mi forma de ser…claro… y cuando en ese poema aludo irónicamente digo, sí, para qué tanta vuelta si la poesía en definitiva está muchas veces en muchas vidas de muchas maneras… solo que hay que saber escucharla.

Aparte de ser un predestinado, de tener un don, la herramienta biológica que nos acerca a esa transcripción es la escucha y es la mirada…

Si, totalmente. Escribo mucho de cosas que escucho en la calle, en la gente, en canciones, desde el cine, la tele, mucho de los lenguajes populares, desde ahí tomo, después uno elabora un poco o mezcla esa escucha de la calle con la escucha de los libros… ése es el otro proceso. Los últimos diez libros míos se encofraron dentro de la poesía del pensamiento, estoy en la Antología de la poesía del pensamiento, será por esos cambios de temas que decimos, quizá en estos últimos años por una cuestión de edad, de lectura, he leído mucha filosofía…me he volcado más a eso pero el proceso siempre es el mismo…

Sin embargo, por más que hables de poesía del pensamiento tus textos no son herméticos, se tendería a pensar que nos vamos a encontrar con un Schmidt difícil de entender y tus poemas se entienden de primera lectura…

Ojalá, gracias, a mí me importa mucho la claridad en la comunicación porque para mí el arte tiene que ser comunicación, eso ideológicamente te lo digo, hay que sacrificar a veces lo que es hermético, las expresiones más cerradas, el arte debe ser para todos, cuando corrijo trato de pulir expresiones oscuras y dejarlas más en claro, si bien me gusta leer poesía hermética no me gusta hacerla.

En el poema “El hijo del predicador” (Casa en la Arena) hablás del vínculo Padre luterano y el niño que aquello vivió. Al final del texto decís: “…y Dios / sacia / los rígidos sermones / que aún hoy / atesora en su pagano corazón”.

Claro, porque he creído siempre en un dios sin iglesia, no acudo a las iglesias, a mi no me gustan las instituciones eclesiales, a mi me gusta la creencia y la dignidad, creo en un dios personal, no me parece que haga falta ir a una iglesia ni estar con un cura ni hablar con nadie, creo que cada uno, si la tiene, es una relación personal con dios, por eso pongo “en su pagano corazón”.

En alguna entrevista o charla escuché decirte: yo no escribo libros…

Así es, no escribo libros, escribo poemas que a larga confluyen en un libro, sin propósito, escribo lo que me va viniendo, por ejemplo, me viene una idea de escribir de árboles y construyo dos o tres poemas en dos semanas, después se me va, después me interesa escribir de mosaicos, de la luna…

¿Descartas textos, hay cosas que hayas tirado?

He publicado el veinte por ciento de lo escrito, yo no tiro porque me parece que son todas como fotos del alma, son recuerdos, tengo guardado todo lo que escribí desde los trece años, todo escrito en cuadernos, manuscrito, no uso la computadora, escribo todo a mano y paso en compu cuando tengo que publicar, obviamente. Me parece que todas esas búsquedas fallidas, esos poemas mal hechos, o donde uno no alcanzó a decir, siempre reflejan algo de uno y que se guardan tantas cosas que no cuesta nada guardar unas pobres palabras, no tiro, guardo. Habré publicado mil quinientos poemas en total en revistas libros, cuadernillos, de todas las formas que te imagines, indudablemente, cantidad no es calidad, escribo todos los días pero hay muchas cosas que no van a ver la luz, es para tener calentita la mano nomás…

Me interesa alguna referencia a un libro que es muy fuerte y a la expresión contundente: “Videla, es la patria…”

En el poema “Videla”, que titula el libro, lo elijo porque es un nombre paradigmático de toda la dictadura, que asoló el país, yo digo “Videla es la patria” porque nosotros no podemos negar que tuvo consenso y que tuvo el apoyo de un amplio sector de la población al golpe de estado, de los sectores medios, de los sectores altos, entonces, de eso hay que hacerse cargo, pero hacerse cargo de que una buena parte de la población aprobó el golpe de estado, que fue de una crueldad insólita en nuestra historia y, en ese libro, lo que hago es una mirada de costado, no solo la mirada de reclamo típica de los derechos humanos, sino intentar ver los matices, un poquito del disenso, de ver lo que fue el espíritu de la resistencia, de lo que fue el espíritu de la memoria, de preguntarme, como lo hago en un poema, si los desaparecidos querrían aparecer en este mundo, si ellos estarían de acuerdo con esa especie de utilización de su memoria que se hizo por la mejor de las razones, quién lo puede negar… ha sido ejemplar el trabajo de argentina en la recuperación de todos esos espacios… pero quedan matices y para mí, que lo escribí, Videla es también un poema de amor a la patria, de amor a esa herida de la patria, no? Cuando se presentó se armó un gran escándalo y, por suerte, porque se vendieron muchos libros, porque la gente esperaba declaraciones más del tipo planfletarias, declaraciones típicas contra la dictadura y yo no lo trabajé así porque me parece que ya se ha hecho bastante buena poesía, negando, criticando y advirtiendo todo lo que la dictadura fue… una de las heridas más grande del país, es más en un costado lírico. Como argentino fue un canto de amor a lo mejor de la argentina, la argentinidad, pasa, que bueno, hay que leerlo…y está hecho con muy pocas correcciones, los poemas están escritos de un tirón, porque son cosas sobre las que he pensado mucho, que me afectó personalmente, a nuestra generación la afectó, la muerte y exilio de amigos, el país se apagó culturalmente, bajó una sombra sobre la argentina que duró siete años, en fin, una gran pérdida para Argentina.

Pensemos un momento el libro “Serie Americana”, encontrás a Schmidt en un tono distinto, con  poemas largos que te envuelven en un frenesí, con una estética no muy típica de la poesía argentina, un libro interesante en tu historia poética…

Lo escribí en la Plaza Colón en un mes y medio, salvo un poema que lo había escrito un año antes, es una mezcla de influencias, de retazos de la cultura popular argentina y norteamericana, es un libro de ritmos, dicen los críticos que fue un libro influyente, lo escribí con mucha libertad e inocencia, tiene más de 30 años, fue un libro incomprendido, no tuvo crítica, hubo mucho rechazo porque como es un libro tan roto, muchos poetas me decían “eso no es poesía, es cualquier cosa”. Veinte años después se reeditó, un libro que hizo su camino, en él traté de hacer poesía con algo que no era poesía, con datos vulgares y comunes de la realidad, es americana porque utiliza muchos mitos populares norteamericanos hasta de una forma perversa, paródica o patética. Para muchos es uno de los libros importantes que escribí, para mí, sobre todo, más que un libro, fue un momento de mi vida, porque cuando uno va publicando tanto todo se transforma como en un río, más a esta altura de la vida, ya no te detenés en tal libro, va todo junto, es todo un desborde. Recuerdo mucho los libros por los momentos vitales, no por los momentos estéticos sino por la respuesta que tuvieron, porque para mí escribir es algo del orden de lo vital y emocional, no de lo intelectual.

Hablemos ahora Alejandro de tu trabajo de dramaturgia que pronto se va a cristalizar en un estreno…

Escribí tres monólogos, que unificado se llama “Tres mujeres”, la vidente, santona de barrio, la justa, una psicótica, y la portera de un cementerio. Me pareció que daba para una representación y, por esos azares de la vida, se lo mostré a una amiga, que es Directora de Teatro, Mercedes Chiodi; a ella le encantó para representarlo. Se va a estrenar en agosto en María Castaña (Córdoba). La presentaron al concurso de subsidios para obras de teatro de la Provincia de Córdoba y salió seleccionada. Tengo escrita dos obras más para teatro, una de ellas se llama “El sueño del mal”, de cuatro actos con cinco actores…todo esto como una actividad muy lateral, hice también periodismo, tres o cuatro ensayos, dos o tres cuentos, pero en realidad, el grueso de mi obra está centrado en la poesía y ya no va a cambiar, estoy hipotecado con lo poético, la poesía me lleva…

Alejandro Schmidt tiene para este año varios proyectos editoriales en poesía: “La espina del faraón” y “El ángel dijo sí” (Ediciones Buena Vista, Córdoba), “Lejos de todo” (Editorial Aguacero, Tucumán-Buenos Aires) y “Cerca de nadie” (Editorial Cartografía, Río Cuarto, Córdoba). La conversación aquí transcripta la comenzamos diagramando en un bar de la ciudad para grabarla finalmente en uno de los espacios del Museo Municipal de Bellas Artes. Al terminarla, salimos a la calle y nos separamos en una esquina de la Plaza Central. Alejandro se mezcló entre la gente de esta ciudad que habitó de niño, entre los 2 a 4 años, época en que su padre fundó la Iglesia Luterana de Río Cuarto. Alejandro se mezcló entre la gente, construyendo desde su pulsión vital, esa creación incesante desde la sensibilidad y la emoción

Editada por Antonio Tello