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Raros e inadaptados, lecturas de antipedagogía spinozista, de Guillermo Ricca

Guillermo Ricca, en el XVIII Coloquio Internacional Spinoza.

Guillermo Ricca acaba de publicar Raros e inadaptados, lecturas de antipedagogía spinozista en la colección Radiografías de Cartografías.  Se trata del segundo libro de divulgación filosófica que publica en la editorial, después de Manual para naufragios (2020).

En la contratapa del libro, Diego Tatián propone una lectura de este libro, que considera hermoso para todas las personas que hayan transitado alguna vez las instituciones educativas. En un tramo de su texto, escribe: «Por su modo de exploración del mundo, pero también por una escritura que no pide permiso ni paga diezmos, Raros e inadaptados es un libro concebido bajo esa inspiración spinozista mayor que es -en el doble sentido del genitivo- la libertad de pensamiento (¿acaso es posible una cosa sin la otra?), siempre en las antípodas de la educación como «modelo adaptativo a la injusticia que pregona una actitud positiva ante el derrumbe del mundo». Un libro hermoso que quienquiera haya transitado alguna vez las instituciones educativas quisiera leer y haber leído».

Su autor, Guillermo Ricca, en este escrito que compartimos reflexiona acerca de cuál fue la génesis del libro, los motivos por los que considera importante que circule, se comparta y debata en la comunidad lectora de esta época.

Raros e inadaptados, de Guillermo Ricca.
Raros e inadaptados, de Guillermo Ricca.

«Empecé a escribir Raros e inadaptados, lecturas de antipedagogía spinozista durante la pandemia. En ese tiempo mi hija era adolescente y atravesaba una crisis escolar, como muches otres adolescentes en su misma situación. Con mi grupo de investigación de la universidad estábamos en una conversa virtual sobre los mismos temas o similares: el acto de educar en el contexto del neoliberalismo. También venía de indagar en el sentido de una palabra que Spinoza utiliza en su filosofía, una palabra rara, difícil de traducir: obsequium. Esa palabra, según el contexto, puede significar don, obsequio o, también, obsecuencia, obediencia. Recordemos que, para Spinoza, el deseo, que es la esencia misma de lo humano, siempre es reclutado por causas externas. No hay deseos propios. Por tanto, el obsequium es consentimiento o resistencia a dar ese consentimiento».

«Me puse a buscar ficciones literarias en las que les estudiantes no cedían fácilmente al reclutamiento escolar. Para mi sorpresa encontré, en novelas y cuentos de aprendizaje, mucho material para eso que me proponía pensar».

«Como dice Deleuze, hay lo que “fuerza a pensar”. No siempre seguimos ese impulso. La mayor parte del tiempo el pensamiento discurre en las bajezas propias de la idiocia que circula: repetimos frases hechas, somos hablados por clisés que repetimos de manera poco reflexiva. Aquello que fuerza a pensar, cuando nos fuerza, hace que las bibliotecas se quemen. Entonces, salimos a buscar otras».

«Las ficciones sobre estudiantes ‘raros e inadaptados’ que encontré en esa búsqueda interrogan en torno a la médula de la filosofía de Spinoza: la libertad de pensar y de hablar, como potencia del pensamiento, inmanente, como filosofía práctica, como forma de vivir. Esa forma de vivir que sería la forma propiamente humana de hacerlo se encuentra asediada en esas ficciones que leí, por amenazas de todo tipo: el odio del síntoma, el rechazo de la singularidad y de la rareza—todes somos rares—la identificación al ideal, sin mediaciones, la norma social como discurso Amo, entre otras».

«Este cuadro de problemas desafía al pedagogismo, en tanto ideología, a saber: que se puede enseñar un contenido atendiendo sólo a las formas de hacerlo y sin tener ningún tipo de perturbación real con una disciplina o con un problema que interpela al saber. En otras palabras, el pedagogismo se protege, se inmuniza de quedar expuesto a eso que Pier Paolo Passolini, en su poema Las cenizas de Gramsci, nombra como ‘la desesperada pasión de estar en el mundo’”.

«En esa inmunización, aquello que muere, inevitablemente, es la educación misma en tanto posibilidad de que alguien sea tocado por una verdad, capaz de causar un desvío en su destino, preanunciado por el discurso de la época que propone la tachadura del otro, para imponer un mandato al goce desregulado en el que, cualquier verdad, es mera opinión entre opiniones».

«Para la filosofía, desde Platón hasta Spinoza y, me animaría a decir, hasta los resabios de la contracultura fallida del post 68, educar es corromper a los jóvenes. Es decir: tratar de sustraerlos del discurso que busca convertirnos en cosas entre las cosas. Despojados de toda rareza, limados para funcionar al compás del desastre y gozando en el mismo derrumbe del mundo».

Para agendar: Presentación del libro Raros e inadaptados, de Guillermo Ricca. El viernes 9 de agosto a las 20 en Tintorería japonesa (Constitución 947, Río Cuarto). Presentan Dana Botti y Diego Tatián, junto al autor y editores de Editorial Cartografías. Libre y gratuita, como la educación pública. ¡Lxs esperamxs!

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Norma Matteucci: “Cada narradora construye su personal desobediencia, para oponerse al orden social patriarcal”

La escritora Norma Matteucci explora y analiza en este libro novelas autobiográficas y autoficciones producidas por mujeres que escriben en español. Considera, a partir de este estudio, que “mediante la escritura cada narradora construye su personal desobediencia, para oponerse al orden social patriarcal”.

Esta intelectual, Magíster en Lingüística aplicada a la Enseñanza de la lengua materna o extranjera, Licenciada y Profesora en Ciencias de la Educación, Profesora en Letras y Diplomada en Género, inicia su libro Mujeres, escritura y vida (Cartografías 2022) con una especial mención a su madre, a quien define como “feminista” sin ella saber sobre ese concepto. “A pesar de haber sido normativizada por una sociedad patriarcal que le dejó escasas posibilidades de insertarse en el afuera social, ella pudo hablarme como mujer-sujeto de cultura y transmitirme, de algún modo, sus deseos de rebelarse contra esa sociedad”.

-Me gustaría empezar por tu madre. La mencionás al inicio en referencia a que cosía para afuera, en una correlación con el «hilvanando género». ¿Pensaste en tu madre al proyectar este libro, al investigar y escribirlo? ¿Por qué?

Al escribir este libro pensé mucho en mi madre, por diversas razones. Una de ellas es que, a pesar de haber sido normativizada por una sociedad patriarcal que le dejó escasas posibilidades de insertarse en el afuera social, ella pudo hablarme como mujer-sujeto de cultura y transmitirme, de algún modo, sus deseos de rebelarse contra esa sociedad. Sin mencionar ni conocer el feminismo, mi madre fue feminista. Y sus palabras connotaban una crítica velada a la sociedad patriarcal, germen de mi posterior rebeldía. En sus mensajes –conscientes o inconscientes- estaba el origen de una mujer diferente, que ella ansiaba para mí y que yo “leí” e internalicé.

Pero, además, reflexioné sobre la similitud de la costura, el bordado y el tejido, que ella realizaba, con la escritura de los textos- tema tratado por algunas escritoras. Y cómo de mi madre –quien tenía escasa escolarización- que me hablaba, me cantaba y me contaba historias aprendí a “hilvanar palabras”, como la mayoría de las mujeres aprendemos con la interlocución de las mayores que nos precedieron. Porque el origen del lenguaje viene de la madre, por eso se llama lengua materna a la primera lengua.

-¿Por qué te interesó enfocarte en el estudio de las autoficciones y novelas autobiográficas de mujeres? ¿Cómo surgió esa intención?

Mi interés por las autoficciones y novelas autobiográficas femeninas estuvo guiado, por una parte, porque lo considero una manera de posicionarse contra el canon masculino de escritura autobiográfica y la marginación de las escrituras femeninas del yo como “cosa de mujeres”, sin reconocer el valor literario de las mismas. Por otra parte, quería mostrar que, a la par de esas escrituras subjetivas o privadas, hay un posicionamiento político digno de destacar, a lo que se suma, en la mayoría de estas producciones del yo, un proceso estético relevante, en un pacto ambiguo entre vida y literatura.

-Citás a Liliana Heker cuando dice que las mujeres tienen una tendencia a permanecer más cerca de la propia experiencia que los hombres en la escritura: ¿Cómo lo observas vos en general y en el corpus elegido?

En general coincido con esta afirmación de Liliana Heker. Y en cuanto al corpus de mi libro, precisamente por tratarse de novelas autobiográficas y autoficciones, el material narrativo es cercano a la propia experiencia de “las” sujetos que escriben. No obstante, hay que resaltar que en estas producciones los límites entre factualidad y ficción se borran y las mujeres protagonistas dan cuenta de una subjetividad “nómade”, en constante devenir, que rechaza y resiste –de manera implícita o explícita- la esencialidad y la heterodesignación sufrida como mujeres empíricas, durante tanto tiempo, por el discurso patriarcal.

Por lo tanto, como lector/a, hay que comprender que la experiencia propia que se narra no es “la vida” de la escritora, sino literatura y como tal hay que interpretarla y valorarla.

-¿Cómo juega la estructura social patriarcal en la escritura de las mujeres? Me gustaría que nos hables de lo personal y lo social

La estructura social patriarcal marca la vida toda de las mujeres y la escritura no queda al margen de ello. Sabemos que, históricamente, estas han tenido que luchar para lograr visibilidad y, aún hoy, el canon literario prioriza la escritura masculina. No obstante, actualmente existe una gran producción de literatura escrita por mujeres, que se lee y se valora estéticamente. Y eso –creo yo-  es un gran logro de los feminismos y los enfoques de género de todo el mundo.

Además, pienso que la literatura es “poder”, que las palabras, el discurso tienen poder y posicionarse desde un yo-mujer que escribe es un “contrapoder”, respecto de la estructura social patriarcal.

Ahora bien, las escritoras del corpus, diversas, no esencializadas, marcadas por experiencias múltiples, se posicionan con miradas personales, de manera explícita o implícita, frente a esa estructura social patriarcal, aunque ninguna la soslaya. Y estos posicionamientos diversos responden –según mi opinión- a que las escritoras analizadas pertenecen a generaciones de la segunda mitad del siglo XX y las dos décadas del presente y sus experiencias personales e históricas intervienen, de alguna manera, en el proceso creador.

Lo que pude comprobar, a través de la lectura y el análisis de las obras del corpus, es que los condicionamientos históricos y sociales, que han limitado la escritura de las mujeres, están cediendo cada día más. Y que las producciones del presente siglo no sólo implican la libertad de nombrar el mundo y transformarlo, de alguna manera, sino que esa literatura se convierte, cada día más, en un acto político. Es decir, más allá de lo particular o subjetivo, hay una validez plural y pública de lo que se narra. Y en esto radica –creo- la resistencia a la estructura social patriarcal.

-¿Lo anterior tiene que ver con lo que llamás «construir la propia desobediencia»?

Así es. Tomo esa expresión de Rita Segato quien sostiene que, para desarticular el orden social patriarcal, las mujeres deben construir su propia desobediencia. Y creo que la escritura –personal y política- es una manera de lograrlo, ya que permite visualizar a quienes por años fueron invisiblizadas, no solamente en la literatura sino, también, en la historia, la ciencia, las artes y en todos los órdenes de la vida social. Y así, mediante la escritura –sostengo- cada narradora construye su personal desobediencia, para oponerse al orden social patriarcal.

-¿Por qué te interesó Black out, de María Moreno?

Black out me interesó porque pone de manifiesto –con un gran trabajo estético- lo que significó para la generación de María Moreno –que es la mía- intentar posicionarse y ocupar un lugar de prestigio, en un mundo social que no habilitaba a las mujeres a querer alcanzarlo. Ella misma sostiene que en ciertos espacios, netamente “de hombres”, había que masculinizarse para “pertenecer”. Y en ese intento, hay que poner el cuerpo, con todo lo que esto implica.

Tal vez Black out no sea una narrativa de fácil lectura –ya que hay microensayos dentro de la narración- pero es un testimonio valioso de una época –muy logrado literariamente- en el que la vida privada y la pública se articulan, en un intento de la narradora de romper con todos los estereotipos de género, desafiando las normas familiares y sociales.

-¿Qué encontraste en Aparecida, de Marta Dillon, que quieras compartirnos?

Aparecida, de Marta Dillon, tiene como eje un tema muy sensible para los argentinos: la desaparición de personas durante la Dictadura cívico-militar de la década del ’70. Y el tratamiento –personal y social- de esa temática se logra, en esta autoficción, a partir del hallazgo de algunos huesos de la madre de la protagonista, desaparecida desde hace muchos años. Esa “aparición” es la que le posibilita a la narradora desandar el camino y buscar en esos huesos y en esa ropa encontrada, los sentidos simbólicos que contienen.

Su lectura para mí fue dolorosa –por la temática- pero grata por la manera de narrar y por el trabajo que la memoria de la autora concreta, en una intersubjetividad, en una interrelación entre lo individual y lo social, con ruptura constante del orden cronológico, en un juego temporal entre presencia y ausencia de la madre.

Así, rescata del olvido a su madre y, con ella, a todos y todas los desaparecidos y desaparecidas de la época. Pero, además, con su historia de vida personal, la protagonista rompe con el orden social hegemónico, y los estereotipos que conlleva, y se posiciona con nuevas maneras de ser, estar y habitar el mundo.

– ¿Qué hallaste de significativo en la obra de Belén López Peiró Por qué volvías cada verano? ¿Hay una cuestión generacional para destacar en el análisis?

Por qué volvías cada verano de Belén López Peiró es una novela autobiográfica, de denuncia del abuso que el poder patriarcal hace sentir sobre el cuerpo de una adolescente, objetivizado, cosificado y desvalorizado. Una denuncia que la protagonista-sujeto concreta, con gran fuerza y coraje, no sólo a través de la literatura sino también en la justicia.

Pero, más allá del tema central, de gran actualidad –especialmente a partir del estallido del Me too, de 2017-  el aspecto formal de la novela es atrapante, ya que hace uso de la polifonía, mediante la cual diversos emisores dan cuenta de los hechos y tejen una trama narrativa, con distintos puntos de vista, desde apoyos morales a la protagonista hasta revictimizaciones, por defensa al abusador.

La ruptura del orden cronológico y la fragmentación narrativa producen una obra muy lograda estéticamente –más allá de la visibilización del tema- en la que la protagonista se narra y “es narrada” por otros/ as, a la vez que intenta desarticular los estereotipos que pesan sobre las mujeres.

La cuestión generacional a destacar es que se trata de una narradora joven, empoderada, que se posiciona en toda la obra con un marcado enfoque de género, que se constituye como mujer-sujeto social a través de la denuncia y la literatura y que desestructura el poder patriarcal del abusador, demostrando que “lo personal es político”.

-De la obra de Camila Sosa Villada El viaje inútil: ¿Qué encontraste en su experiencia de escritura desde su ser trans?

Camila Sosa Villada intersecta, en esta obra, vida y escritura y afirma el rol que esta última tiene en la construcción de su subjetividad trans. El proceso de transformación genérica, subjetiva, marcha a la par de su ingreso a la palabra escrita. La literatura –esta y otras obras- dan cuenta de sus devenires, que la conducen a la autoafirmación y el empoderamiento. El viaje, al que alude el título, implica un devenir mujer, un devenir actriz y un devenir escritora. Es decir, se trata de una subjetividad múltiple, en constante flujo, que se rebela contra el disciplinamiento de los cuerpos, contra la esencialización, contra el binarismo. Y lo testimonia en la escritura.

-La maternidad, la relación de madres e hijas es un tema recurrente en la literatura de hace años y en la actualidad, con el boom, también: ¿Qué análisis hacés en tu libro sobre este tema?

La maternidad es un hecho biológico reconocido desde sus orígenes, pero, al mismo tiempo, es una construcción social y cultural que durante muchos años ha servido como representación que unifica mujer y madre. Y esas representaciones se transmiten, en mayor o menor medida, de madres a hijas, como se ve en el análisis de algunas obras del corpus.

No obstante, paulatinamente, la maternidad ha pasado de ser una obligación a una elección. Es decir, las generaciones más jóvenes ponen en tensión las representaciones acerca de la maternidad y las reelaboran, según sus elecciones y decisiones personales. Y estos avances se manifiestan en las narraciones analizadas.

Si bien las madres del siglo pasado están más cerca de las representaciones sociales reduccionistas y estereotipadas, las madres de este siglo XXI –que adhieren explícita o implícitamente a los feminismos y enfoques de género- rompen con esos posicionamientos esencialistas de mujer-madre, optan –o no- por la maternidad y, si eligen ser madres, lo hacen desde el deseo personal de serlo, rechazando las regulaciones sociales.

Lo que intento mostrar en el libro respecto de la maternidad, a partir del análisis de las obras, es que existe una multiplicidad de posiciones de madre y diferencias en la asunción personal de la maternidad, más aún en las últimas décadas, cuando las jóvenes crean una nueva imagen de mujer y transgreden los mandatos sociales, en lucha por sus derechos, como puede observarse en algunas obras analizadas.

-¿Para qué público pensaste este libro? ¿Académico, más bien público en general? ¿Qué recorrido imaginás?

Me gustaría que el libro llegue al público en general, que se interese por la lectura desde una perspectiva de género. No obstante, también podría llegar a un público académico, sobre todo por la caracterización de las dos formas narrativas literarias que se analizan, las autoficciones y las novelas autobiográficas.

Lo más significativo de cualquier obra escrita es la recepción, porque en ella se concreta el proceso obra-autor-lector; por lo tanto, lo más importante para mí es que el libro circule y se pueda lograr la comunicación con los lectores.

-¿Querés agregar algo más?

Por una parte, quiero reafirmar que, aunque en este libro se analizan producciones escritas por mujeres –cis y disidentes-, rechazo la caracterización de la literatura según el género de quien la produce, ya que las producciones literarias son aquellas que tienen un fin estético, más allá de toda división binaria.

Por otra parte, insisto en que las escritoras del corpus son sujetos en situación que se narran, que reconstruyen etapas de su vida, tratando de encontrarles un sentido, en un proceso de objetivación-subjetivación. Pero hay que comprender –como ya se ha dicho- que el tiempo del discurso no es igual al tiempo real de la existencia, por lo tanto, el sujeto del enunciado no es nunca igual al sujeto de la enunciación, porque las novelas autobiográficas y las autoficciones son literatura. Y, más allá de la realidad factual, en ellas está siempre la posibilidad de ficcionalizar, como en cualquier otra forma discursiva literaria.

 

 

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Reseña de «Manual para naufragios: ensayos entre filosofía y psicoanálisis», de Guillermo Ricca

Escribe Santiago Polop, sobre Manual para naufragios: ensayos entre filosofía y psicoanálisis, de Guillermo Ricca. Río Cuarto: Cartografías Ediciones, 2020. 97 páginas.

En un pequeño cuento de Juan Villoro en el que traza cierto semblante sobre su padre Luis Villoro, (filósofo, uno de los grandes pensadores mexicanos), aparece una frase que hace plena justicia al libro en cuestión aquí. Dice Villoro Jr.: “La integración intelectual a un entorno ajeno tiene algo de naufragio”. Claro, él se refiere a su padre y a cierto paralelismo trazado con Fray Diego de Landa, figura especial de la época de la conquista española, en particular por haber quemado los códices aztecas, para luego arrepentirse y dedicar su vida a intentar restituir ese lenguaje.

La parábola con el libro de Guillermo Ricca retorna con claridad cuando acentuamos no el hecho del naufragio, sino el de “entorno ajeno”. Hay una ajenidad con el mundo, con la experiencia que el mundo hace con nosotrxs (porque tal vez deberíamos pensar que, así como el sujeto experimenta mundo, ese mundo experimenta con el sujeto) y que Ricca se ocupa de desnudar con la cesura que Lacan nos legó. Seríamos siempre sujetos de una ajenidad, que nos es constitutiva, y que desesperadamente buscamos dejar atrás, con la integración, la pertenencia, la seguridad, la relación amorosa. Buscamos instancias que nos alejen de la extranjería en la propia existencia. Y allí vienen las soluciones naturalistas, mistificadoras, religiosas, productivas, sexuales; y, luego, las racionalizaciones patriarcales, coloniales y capitalistas, que abrazan (con abrazo de oso) aquellas ajenidades que tanto teme secretamente (muy secretamente) el sujeto, y les da el confort de la cría de gallinas, para luego pasarlas a degüello.

 

Guillermo Ricca miró dentro del abismo. Y, como había advertido Nietzsche, el abismo miró dentro de él. Aquello que era ajenidad y extranjería secreta, como la de cualquier otrx, emerge durante el libro en una terapéutica filosófica y psicoanalítica de la que somxs testigos sus lectores. Séneca, Spinoza, Lacan, Badiou obran de sparrings (sparring es el nombre en inglés que se le da a aquel boxeador que ayuda a otro en su entrenamiento) en una pelea que, desde el vamos, Guillermo sabe perdida. Pero, para horror de la cultura del éxito del ganador, la pérdida es aquí el dato necesario para poder atravesar las endebles costuras que cosen la cesura del sujeto. Hilos fantasmales que dan la apariencia del cierre, del saber, de la verdad, del ser, y que se revelan espectrales. Claro que dicho así suena lineal, y las páginas del libro nos muestran que lineal no hay nada en la disputa filosófica y psicoanalítica por la existencia del sujeto. En el sparring que atestiguamos, el boxeador queda magullado: las heridas narcisistas, la auto-percepción genérica, el sujeto supuesto saber, el Gran Otro, golpean en todas direcciones, desde todos lados. Pero lo realmente bello del texto es que Ricca reclama esa paliza, la deja hacer. Sabe que va a pasar. No confundirse aquí, no es un acto masoquista: es el acto último y primero de la resistencia del sujeto. Revelar esos fantasmas tiene un costo tremendo. Es un acto de destitución, un concepto central en el libro. Para destituirse a sí mismo, el sujeto debe atravesar aguas que esconden monstruos míticos (la no relación sexual, la meritocracia, el goce del consumo, el discurso académico) que, cuando advierten el nado contracorriente a sus fauces, desatan las tempestades. Allí va él/la/le náufragx, sin corriente ni patria, sin identidad absoluta ni nombre definitivo. Pero queriendo serlo.

El Manual para naufragios es para iniciar un camino que lleve a naufragar, que nos saque de los imperativos históricos y epocales que nos hacen creer que sus fijezas son las ciertas, las deseables, las únicas. Nada de eso. El náufrago llegará a costas desconocidas si patea el tablero de su existencia, pero sabiendo dos cosas: que lo que creía que sabía sobre sí en realidad no lo sabe; y que las costas a las que arribe en su naufragio son más verdaderas que las precarias burbujas -de apariencia irrompibles- de las que se soltó el náufrago. Las costas de arribo serán, lo advierte el autor, muchas veces inhóspitas, aterradoras, extrañantes. Darán deseos de volver a esa supuesta tierra firme, al abrazo del SOMA, esas “pastillas para no soñar” que canta Sabina y que ya Huxley había puesto en la distopía más real que se recuerde. El capitalismo sabe cómo encantar con sus goces, tanto en la riqueza como en la pobreza. Su forma neoliberal, uno de los titanes que hacen de suelo ontológico de nuestro tiempo, y que deja la estela de miseria y destrucción del sujeto, de las comunidades, de la naturaleza toda, encuentra incansablemente modos de fuga de sus responsabilidades, encuentra cómplices dispuestos en ventanales con el precio colgado. Nadie quiere estar al frente de ese coloso, nadie puede suponer que se sale indemne tras enfrentarlo. ¿Acaso se cree que será mejor el resultado frente al coloso del patriarcado? Ricca no lo cree. De hecho, enseña en el texto cómo la destitución será femenina o no será, condición del naufragio que lxs lectores deberán descubrir por qué.

 

El libro, breve en hojas, inmenso en contenido, tiene siete pequeños capítulos que van empujando al naufragio. En mi pequeña opinión, habría puesto de primer capítulo al que aparece penúltimo del libro: “Se va a caer. Si hay destitución”. Pero lo hubiera dejado también en ese lugar. Para que vuelva a ser leído llegando al final, para que se encuentren todas las nuevas cosas que se revelan cuando se han comprendido o atisbado aquellas que debían ser sugeridas. Es un libro profundo, mentado, sufrido por su autor. Es una transposición de su propio sufrimiento en lengua spinociana. Pero, al mismo tiempo, no es un libro escrito para que sepamos de él, sino de nosotrxs. Porque todxs estamos sujetos a la negación de la destitución. No se trata tampoco de un libro de autoayuda, aunque quiere evidentemente hacernos partícipes de algo a través de la filosofía epicúrea y estoica -recuperadas en el texto- que se inscribieron como las primeras terapéuticas del alma, tan alejadas de lo que hoy lleva ese nombre (mindfulness, psicología positiva, etcétera) que ni merecen parangón.

Ricca nos advierte, desde el primer capítulo, que la vida filosófica, como el atravesamiento del fantasma psicoanalítico, tiene el riesgo casi seguro del naufragio, de la revisión de aguas profundas, del baño en estanques nauseabundos. La negación del sujeto es el acto instituyente de esos modos fantasmáticos de suturarlo: es decir, niegan al sujeto al suprimirle, extirparle, su posibilidad de negarse a sí mismo, de negar lo que es, de disputar los mandatos. Somos, como suele decirse en la jerga filosófica crítica, sujetos de “pura positividad”, incapaces de oposición, de conflicto, de irresolubilidad. Eso que justamente nos da humanidad, como bien nos lo advirtieron los trágicos griegos. La institución de ese sujeto clausurado a sí mismo por el capitalismo neoliberal, por el patriarcado, por el colonialismo exige precisamente el borrado de las huellas de la institución. Se niega al ser para dejarlo en ese modo abstracto de ser, lo que Hegel señalaba como el acto más aberrante para la vida y la libertad. Lo que se abstrae, lo que se deja vivir por las formas instituidas que le sustraen su patetismo humano, sigue Hegel, huele a muerte.

 

El libro de Guillermo Ricca huele a vida. El naufragio llega, retomando a Villoro Jr., por esa integración intelectual al entorno ajeno que es uno mismo, pero un “uno mismo” que no se individualiza como viene a decirnos el autor de la mano de Spinoza y Badiou, sino que se hace común porque es parte de la comunidad de existencia. Comunidad que es también siempre comunidad en la literatura y en la música.  ¿Alguien podría concebir un naufragio más aburrido que uno sin Poe, sin Charly, sin las trémulas canciones? Con esas sugerencias se nos van formando en algún lugar las escenas que constituyen la argamasa del libro, para potenciar las imágenes de un naufragio que se desea, con amigues de este tipo. Si, como dice el autor, la destitución es una práctica con la debemos aprender a vernos como los seres deformes, agrietados y desgarrados que somos, hay que prepararse para la soledad, una soledad -como dice Jorge Alemán, muy presente en el libro- común, una comunidad de reconocimiento, un vínculo amoroso, de lxs desgarradxs. Somxs mayoría, aunque no se sepa.

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Gastón Molayoli, sobre La máquina gigante, un libro que contribuye a una definición del cine contemporáneo

Gastón Molayoli nació en Río Cuarto, Córdoba, en 1984. Es Comunicador Social y Director del Centro Cultural Leonardo Favio, donde es responsable de la programación cinematográfica desde 2012. Escribe regularmente en el sitio Métropolis, ciudad de cine, participó del libro colectivo Diorama, ensayos sobre cine contemporáneo de Córdoba (comp. Alejandro Cozza), y actualmente es columnista del programa de televisión Contraplano. Entre 2005 y 2015 participó como actor de cinco obras de teatro con el grupo Los siete locos. Desde 2012 coordina el taller Diálogos sobre cine en el Centro Cultural El Mascaviento. Palabra autorizada para hablar de cine en La máquina gigante, este libro que fue editado por Cartografías. En esta entrevista con el autor, él da detalles de esta obra que en pocos días estará disponible en las librerías. Su presentación oficial será en la próxima Feria del Libro Juan Filloy, en Río Cuarto.

cine
Gastón Molayoli

-¿Cómo surge la idea de este libro?

La idea de hacer este libro no es mía, sino de la Editorial Cartografías. Ellos vieron en los textos que publiqué estos últimos años en Metrópolis algo que yo no había visto: la posibilidad de cierta unidad. La mayoría de las veces escribía esos textos para seguir pensando sobre determinada película, para que siguiera reverberando, pero nunca como parte de una estructura mayor. Cuando la editorial me propuso hacer el ejercicio de reunir una serie de textos ya publicados para pensar en un libro lo primero que pensé fue que era imposible, que iba a ser demasiado fragmentario. Así que me puse a escribir textos nuevos, esta vez pensando en que, si bien podían mantener cierta autonomía, debían alimentarse mutuamente y formar un recorrido de lectura a través de temas que, desde mi punto de vista, contribuyen a una definición posible del cine contemporáneo.

-¿De qué trata La máquina gigante?

El libro está integrado por quince textos. Salvo dos o tres, los otros se concentran en películas puntuales y desde ellas plantean interrogantes que me permitieron pensar en algunas de las diferentes líneas que, como te digo, rodean y permiten establecer una cierta definición del cine contemporáneo. La idea es establecer un recorrido a partir de algunos temas: la representación de espacios periféricos, la ruptura que implicó la llegada de la tecnología digital y el modo en que redefinió la relación entre la imagen y lo real, la idea del espectáculo (una idea vieja pero vigente), la dimensión política del cine, el regreso de la idea de autor cinematográfico. Las películas sobre las que escribo fueron elegidas no tanto en función de un canon personal: no estoy diciendo que sean las mejores películas de los últimos años, aunque en algunos casos lo crea. Elegí escribir sobre ellas porque me permitían profundizar alrededor de ciertas ideas y ciertas lecturas que hacia el final, en el epílogo, de algún modo se hacen explícitas.

-¿Qué creés que le aporta a lo ya escrito sobre el tema?

Creo que el libro es consecuente con posiciones que en los últimos años se hicieron manifiestas (y por momentos asumieron el carácter de un manifiesto). Pienso por ejemplo, pero no únicamente, en El país del cine, el libro de Nicolás Prividera, en el que el autor reflexiona acerca de la dificultad del cine argentino de asumir lo político. Las películas sobre las que escribo en el libro, Cuerpo de letra, Mauro, el cine de Germán Scelso, por ejemplo, asumen esa dimensión, se hacen cargo. Y en algunos casos lo hacen desde un lugar emancipatorio. Estoy pensando, sobre todo, en las ideas de Jacques Rancière, un autor que no menciono en el libro pero que está muy presente en todo el recorrido. Y lo digo especialmente en relación a uno de los textos que más me gustan del libro, el que escribo sobre Cuerpo de letra. Me parece que en la película de D`angiolillo los grafiteros experimentan un placer estético que permanece ajeno a las relaciones de poder que determinan sus prácticas. El hecho de que tengan la necesidad de firmar cada pared, a pesar de que lo que dibujaron haya sido el nombre de un candidato, es la mejor demostración. En gran parte del libro me acerco a las películas también a partir del pensamiento de teóricos fundamentales como Deleuze o Comolli. De cualquier modo más allá de las referencias en general pienso en un lector que no tiene necesariamente una formación específica en cine.

-¿Hay apuntes específicos sobre el cine cordobés? ¿Qué nos podés anticipar en este punto?

En realidad casi no menciono el fenómeno del cine cordobés. Hay, eso sí, un ensayo dedicado a la filmografía de German Scelso, un documentalista de nuestra provincia, pero no lo elijo porque sea cordobés sino porque es uno de los cineastas del presente que más me interesan. Tiene una manera absolutamente artesanal de trabajar y también, quizás por esto mismo, anacrónica. No trabaja las imágenes desde la corrección estilística que está de moda. Es como si rechazara cualquier maquillaje que las adorne. Y eso hace que sus películas sean testimonios de un encuentro, con todo lo complejo que puede resultar, sobre todo si tenemos en cuenta que los que se enfrentan a su cámara son a veces miembros de su familia o incluso vecinos. La ausencia de películas cordobesas no es, de manera implícita, un juicio negativo: hay películas cordobesas que me gustan mucho, que me parecen valiosas, y otras que no. El cineasta que más me interesa es Scelso y por eso le dedico un texto. Durante el desarrollo de ese ensayo tampoco lo pongo en oposición o en consonancia con otros cineastas de la provincia, sino con documentalistas que trabajan de una manera similar u opuesta a él, como el norteamericano Frederick Wiseman o el israeslí Eyal Sivan. Por otro lado ya hay algunos antecedentes valiosos sobre el fenómeno del cine cordobés: hace algunos años Alejandro Cozza compiló un libro dedicado al cine cordobés en el cual participé con un breve ensayo (Diorama. Ensayos sobre cine contemporáneo de Córdoba) y la revista Cinéfilo, una revista cordobesa que está bárbara, también le dedicó un número a pensar el cine de nuestra provincia.