Las florecillas del diablo

A la voz que se hace oír en estos poemas la sublevan las fuerzas reactivas que reducen la vida a un paseo adormilado por las góndolas vacuas de las costumbres torpes y mezquinas. Pero esta voz, que se sacude con insistencia “el barro del disimulo”, también es capaz de estremecerse de ternura cuando habla, por ejemplo, de una hija que remonta su propio vuelo como un barrilete devorado por la eternidad o cuando trae del tembladeral de la memoria la casa donde papá y mamá permanecen inmortales en sus recuerdos de niño. La voz de Marcelo Fagiano modula, con pareja suficiencia. los diferentes tonos de la indignación, la nostalgia, el candor y la lucidez. Sin embargo, conviene tomar nota de que la presencia nítida e inconfundible de esa voz es un efecto de escritura, el destilado de procedimientos poéticos variados, entre los que cobre relevancia la imagen tan inventiva como plástica: “Las llaves del cielo se clavan,/ se atornillan, se cuelgan, se pintan / y no se sabe qué abren o si algo cierran / en las conciencias de los hombres”. Para Marcelo, la poesía es una lengua plena de resonancias y sensaciones, de ritmos y significados imprevistos, un entramado de músicas y conceptos que introduce en el mundo perspectivas inusitadas e iluminadoras. ¿De qué trata, al fin, Las florecillas del diablo? Del maravilloso y desesperado arte de vivir, y de la poesía como una experiencia que lo testimonia, celebra y desafía.

Cuántos discursos, libros y gruñidos
para crecer en madurez con la estatura,
cuánta saliva, tinta o papel
para el adiós de la ignorancia,
la vigencia pendular de los errores,
los horrores, el canto mismo, esta hoja, este instante.