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Leandro Surce ganó el primer premio de poesía otorgado por el Fondo Nacional de las Artes (FNA)

El Fondo Nacional de las Artes (FNA), como venimos reivindicando en este espacio, es fundamental para promover el desarrollo de artistas, gestores y organizaciones culturales de nuestro país. Desde hace años se mantiene fiel a su compromiso con la literatura y la promoción de nuevas voces en el ámbito literario a través de sus reconocidos premios. Te contamos en un posteo anterior que Cartografías nació como editorial gracias al apoyo de este fondo.

Como cada año, a fin de 2023, se dieron a conocer los ganadores del Concurso de Letras 2023, del FNA compuesto por categorías como Poesía, Novela, Cuentos, Novela Gráfica y Ensayo/No Ficción. En la categoría de Poesía, el Primer Premio fue otorgado a Leandro Surce por su obra La isla blanca, reconocida por el jurado integrado por Mercedes Roffé, Carlos Battilana y Elena Annibali (esta última autora, publicada por Cartografías hace ya casi 20 años en nuestra colección De bolsillo: Madres remotas).

Leandro Surce, primer premio de Poesía, también nos honra con su presencia en nuestro catálogo de poesía con su libro: In medias res (colección Archipiélago). Esta vez, conversamos con él para que nos cuente acerca de su nuevo libro, el premiado La isla blanca, así como de la realidad actual que vive como editor independiente -está al frente de Kintsugi Editora.

 

– ¿Lean, nos contás en qué consiste La isla blanca? Cómo surgió, tus motivaciones, inspiraciones…

– Empecé a escribir La isla blanca en una época en la que estaba fascinado con la figura del náufrago. Recuerdo que leer Foe, de Coetzee, fue la gota que rebalsó el vaso. Entendí que ponerme en la piel de un náufrago me permitiría trabajar sobre una subjetividad reducida a su mínima expresión; algo así como un Yo puro maldito, es decir un Yo que a la vez que se erige como condición de posibilidad de la experiencia, tiene que manejarse dentro de un campo experiencial sumamente empobrecido: la isla desierta. Temáticamente, los problemas existenciales cayeron como cocos: la soledad, la locura, la angustia, la sociabilidad frustrada, etc. En última instancia, el gran desafío del náufrago es cómo lidiar con su propia interioridad (aunque ésta no sea más que un cronómetro disparado).

En términos formales el poemario tiene una estructura narrativa. Del poema 1 al 50 de despliega así una cronología. También aparecen distintos personajes; personajes que, paradójicamente, no rescatan de su soledad al náufrago: su propia sombra, un mono, una sirena y el fantasma de Robinson Crusoe. Introducir personajes fue muy divertido porque me permitió dotar al libro de cierta polifonía y enmascarar un pequeño homenaje a un gran poeta argentino: Luis Alberto Spinetta. Por suerte La isla blanca se va a publicar este año en la preciosa editorial Salta el Pez.

– Estamos viviendo un momento político, con el gobierno de Javier Milei, que pone en riesgo el Fondo Nacional de las Artes: ¿por qué te parece importante que exista este organismo autárquico?

– Estimular las ciencias y las artes es una tarea que todo Estado saludable debe llevar adelante. La cultura es un derecho de los pueblos. En ese sentido, considero que el fortalecimiento del CONICET, el Instituto Nacional del teatro o el Fondo Nacional de las Artes, por ejemplo, es un proceso vital y virtuoso; es decir, con consecuencias positivas tanto para la sociedad como para la economía. Desfinanciar y ningunear a estas instituciones es un ataque directo a la identidad del pueblo argentino y a sus perspectivas de desarrollo inmediato y futuro. Al fomentar las artes, el FNA apuntala, con becas de creación, premios o subsidios, nuestra imaginación colectiva. ¿Qué perspectivas de desarrollo puede tener un país sin imaginación?

– Sos editor independiente en Kintsugi Editora: ¿cómo ves la situación de la edición hoy en argentina? ¿Cómo impactan los costos en la edición de libros y en la venta?

La situación es desoladora. Se corresponde con el modelo económico que intenta imponer a la fuerza el gobierno nacional actual. Los bienes culturales (una película, un libro, una artesanía, etc.) son los primeros en verse afectados cuando la economía entra en recesión. Como el consumo cae, la inversión cae. Todo tiende a paralizarse. La falta de regulación del precio del papel encarece por demás (especulativamente) el costo de producción del libro en un contexto de alta inflación en el que la gente tiene que recortar gastos para sobrevivir. Ante tal escenario, el margen de resistencia de las editoriales independientes es cada vez más acotado.

En Kintsugi Editora, por ejemplo, tenemos varios proyectos listos pero la situación económica nos obliga a pensar dos o tres veces antes de dar cada paso. En un contexto recesivo las editoriales publican menos títulos o reducen las tiradas o ambas cosas.  Antes de que, a 40 años del retorno a la democracia, el anarco-libertario Milei se transformara en la cabeza del Estado (espero que se aprecie la ironía), el mundo del libro se pronunció en redes sociales (bajo el lema “Milei No”) alertando sobre las nefastas consecuencias de la reimplantación de un modelo neoliberal en la Argentina. Yo hice lo mismo. Recuerdo que una usuaria de Instagram que sigue a la editorial comentó: “No mezclen la política con el arte, no me parece”. Me preocupa que personas adultas sigan pensando que la política es un fenómeno aislado. Va en la misma línea de quienes repiten que son “apolíticos”.

– ¿Cuál dirías que es la relevancia de potenciar la literatura en una comunidad?

– Leer es una forma de escuchar, de entablar un diálogo (con vivos y muertos). Potenciar la literatura es una forma de llenar de contenido real a una comunidad; a una comunidad no necesariamente delimitada por fronteras nacionales. Los libros ponen en común experiencias, valores e ideas, fomentan la imaginación, refinan nuestra sensibilidad, nos brindan herramientas para construir o reconstruir nuestra identidad. Sospecho que debe haber alguna correlación entre la creciente falta de lectura y el aumento de la insensibilidad social.

Verónica Dema

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¿Lo leíste? Un acercamiento a Philip Larkin, por Pablo Dema

Philip Larkin, libros
¿Por qué algunas voces nos tocan y tantas otras resbalan por nuestros oídos sin dejar ninguna sensación duradera? Difícil saberlo.
Lo cierto es que a mí, muy de tanto en tanto, una voz me llega con total nitidez y así se inicia un diálogo que difícilmente termine. Incluso cuando se trata, como en este caso, de Philip Larkin, un autor de quien lo desconocía todo. Ni recomendado, ni de moda, ni prestigioso (al menos para mí en ese momento), ni siquiera autor en mi lengua o en una lengua extranjera en la que pudiera leerlo. Nada.
Sin embargo, en una de las ferias de las independientes alcé un libro desconocido titulado Ventanas altas, leí al azar unos versos, como leí al azar otro centenar ese día recorriendo la feria, y eso que leí captó para siempre mi atención. Mentiría si dijera hoy cuál fue el poema de ese libro, tantas veces releído, que leí primero; probablemente el propio “High windows” o “The threes”, uno de los pocos en los que la amargura de Larkin deja pasar  una hendija de luz en el final: “Ha muerto un año, parece que dijeran;/ comienza, comienza tú también de nuevo”. Quien traduce es Marcelo Cohen y la editorial es Gog & Magog (2010).
Tiempo después el poeta Santiago Espel me envió Las bodas de pentecostés y otros poemas, el tercer libro de Larkin publicado en 1964, en versión de Fernando Kofman y publicado en Argentina por La Carta de Olivier en 2014. Del mismo año es la maravillosa Poesía reunida editada por Lumen, en versiones de Cohen y Damiá Alou, que incluye Engaños, Las bodas de pentecostés, Ventanas altas y algunos poemas no traducidos hasta entonces.
Philip Larkin
Foto de Penguin Random House. Autor: John Hedgecoe.
El año pasado descubrí la existencia del pequeño volumen Simular ser uno mismo. Escritos sobre literatura, editado y traducido por Gonzalo Rojo (editorial Hola y chau, 2023). Es un maravilloso librito que incluye ensayos breves, reportajes e intervenciones radiales de Larkin en la BBC entre 1958 y 1973. Es un excelente libro para acercarse al universo de Larkin, a sus ideas sobre la tradición, los autores favoritos y sus ideas sobre el método compositivo.
Su explicación de cómo se escribe un poema es tan limpia y clásica que asusta, a punto tal que nos da la impresión de que gran parte de lo que se dice habitualmente sobre la creación es un intento de confundir a la gente inocente y que Larkin está poniendo ante el gran público una especie de verdad de Perorullo que no tenemos por qué seguir ocultando. Cito a Larkin:
“La escritura de un poema consta de tres etapas: en la primera un hombre se obsesiona con un concepto emotivo hasta el punto de obligarse a hacer algo con él. Lo que ese hombre hace es la segunda etapa, a saber: construir un dispositivo verbal que reproduzca ese concepto emotivo para cualquiera que le interese leerlo, en cualquier lugar y en cualquier momento. La tercera etapa es la situación recurrente de las personas que en diferente tiempo y lugar activan este dispositivo y recrean en sí mismos lo que el poeta sintió al escribirlo. Estas etapas son interdependientes y todas son necesarias. Si no ha habido un sentimiento preliminar, el dispositivo no tendrá nada que reproducir y el lector no experimentará nada. Si la segunda etapa no se ha cumplido correctamente, el dispositivo no dispensará sus bienes, o dispensará unos pocos a pocas personas, o dejará de dispensarlos después de un tiempo absurdamente breve. Y si no hay una tercera etapa, ni una lectura exitosa, será muy difícil afirmar que ese poema existe en sentido práctico” (cito en la versión que Santiago Venturino hizo para Hablar de Poesía 25 (julio 2012).
Además de sus cuatro libros de poemas, Larkin, especialista en jazz, recopiló sus escritos sobre ese género en el libro All What Jazz (1970). La producción del autor, quien trabajó toda su vida como bibliotecario en la universidad de Hull, se completa con dos novelas juveniles, Jill (1946) y Una chica en invierno (1974). Pude leer Jill en la preciosa edición de la editorial Impedimenta (2021, traducción de Marcelo Cohen). Es una novela de iniciación en la que Larkin recrea sus años de estudiante en el college de Oxford, ciudad a la que llega procedente de una localidad del interior. En la reedición de 1963 Larkin cuenta las circunstancias reales en las que que escribió el libro, ¡a los 21 años! Y el contexto en el que conoció a sus amigos, entre ellos al escritor Kingsley Amis, padre del celebrado Martin.
Algunos escritores nos interesan fugazmente, en cambio otros renuevan nuestro interés a medida que vamos conociendo más y más sobre ellos. Si tuviera que dar una razón de mi interés sostenido y creciente en Larkin mencionaría el carácter directo y sin ningún remilgo de su poesía. Es como si Larkin tuviera en sus manos un instrumento muy contundente y diera con él un solo golpe para luego retirarse sin hacer comentaros.
Una muestra:
Ignorancia
Qué raro no saber nada, nunca tener seguridad
de qué es real o correcto o cierto,
pero con obligación de comentar así lo siento,
o Bien, así parece ser:
alguien debe saber.
Qué raro no saber de qué modo funcionan las cosas:
su arte para hallar lo necesario,
y su sentido de las formas y tan puntual propagación,
y su deseo de cambio.
Y sí que es bien raro,
que incluso vistiendo tanto saber –ya que nuestra carne
nos envuelve con sus decisiones- aun
así nos pasamos viviendo en imprecisiones,
y al iniciar nuestra muerte
ni sabemos el porqué.
Por Pablo Dema
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Marya – Marie, de Livia Hidalgo, una biografía poética de Marie Curie (por Rocío Sánchez)

Tenía 11 años la primera vez que supe de Marie Curie. Iba a quinto grado y la maestra nos había propuesto presentar biografías sobre personajes importantes de la historia de la humanidad. La primera actividad consistía en intentar reconocer -a partir de una foto y con la ayuda de nuestras familias-, el nombre de cada una de las figuras seleccionadas por ella y distribuida a cada estudiante en el aula. No sé si fue azar o casualidad lo que nos llevó al encuentro.

Recuerdo que miré esa foto en blanco y negro casi sin esperanzas. Esa mujer que apoyaba la cara en una de sus manos y miraba fijo a la cámara sonriendo apenas, se parecía demasiado a todas las fotos que veíamos en los nichos del cementerio de Alejandro, cuando íbamos de visita y ese era el recorrido familiar obligatorio. ¿Cómo podía llegar a resultarme fascinante esa mujer tan parecida a tantas otras muertas? ¿Qué podía tener de especial?

Sin embargo, el encantamiento no tardó en llegar cuando descubrí que ese rostro, como miles de rostros en blanco y negro, era una vida; una vida, como miles de vidas, pero llena de color, única y magnífica.

Llámese azar o casualidad, hemos vuelto a encontraros ahora a través de las manos y las palabras de Livia Hidalgo en esta especie de biografía “poemada” sobre la vida de Marya Skłodowska, más conocida como Marie Curie.

Conocí a Livia hace algunos años. En un proyecto bastante parecido al de la publicación de este libro, había decidido escribir un poemario sobre Glauce Baldovin y Cartografías había decidido hacerlo realidad. Ese gesto tuvo -y tiene ahora también- un valor especial: más que el renombre de la poeta -o en este caso, de la científica- lo cabal es, en definitiva, cierta memoria que se instala con la escritura de esos textos. Escribir un poemario sobre una figura pública -más o menos conocida- es un movimiento arriesgado en muchos sentidos: implica un recorte, un modo particular de leer una vida, una forma singular de sensibilizarnos sobre la existencia de otro.

Esa manera de escribir de Livia, animándose a asumir el riesgo, es un rasgo particular de su poética: ¿una herencia, acaso? ¿un rescate, un influjo, un deseo de dar continuidad a esas vidas? La poeta cordobesa escribe para encontrarse con estos personajes, para decirles lo que hubiera querido, para crear un espacio/tiempo donde reunirse con la admiración que provocaron esas vidas en la suya. En ese sentido, la segunda persona que aparece en el poemario, hablándole directamente a otra, implica una intensidad emocional que, como lectores, no pasamos inadvertida a la hora de vincularnos con el texto.

En Marya – Marie se presenta una estructura particular en relación a la que estamos acostumbramos a leer en los poemarios. Se trata de un texto con continuidad que puede o bien leerse como un gran poema extensísimo -que abarca la totalidad del libro-, o bien como bloques estructurados a partir de los hitos más importantes de la historia de esa vida, ordenados como en una especie de línea del tiempo poética. Como si fueran micro-escenas de una película, Hidalgo nos lleva por esos sucesos que van componiendo la obras, destacando diversos aspectos de la existencia de la científica: sus relaciones familiares, su amor por la ciencia, ciertos rasgos de su personalidad, el modo maduro y precursor de abrirse paso en un mundo obstinadamente patriarcal, sus miedos y sus temores más profundos, su modo de quedar en la historia.

En este libro hay una búsqueda intensa por retornar al sujeto y una escritura que podríamos definir como híbrida en tanto el registro biográfico descansa en una combinación entre la dimensión histórica -anclada en los hechos verídicos- y la dimensión ficticia -teñida por la manera subjetiva de contar esos hechos-. Partiendo de este supuesto, escribir una vida (y escribirla poéticamente) implica, indefectiblemente, recurrir a la imaginación en tanto herramienta fundamental para transitar el género biográfico. Y eso es precisamente lo que hace Hidalgo: se vale del material histórico y, haciendo uso de los recursos de la literatura, construye en este poemario su propia visión sobre la extraordinaria existencia de Curie.

Como un eco se repiten incesantemente unos versos al final de cada poema. La insistencia en esa idea es lo que da unidad y circularidad al poemario: son los hechos que se cuentan allí los que han marcado, como pequeños rasguños, el nombre, la sombra y la sangre de Curie y son, al mismo tiempo, fuente de los legados -pequeños y cotidianos o grandilocuentes y extraordinarios- que esta mujer ha sabido, también, dejar como herencia a la humanidad. Este libro es, entonces, la constatación de lo que no puede -ni debe- ser borrado con el paso del tiempo. 

Por Rocío Sánchez

Nota del editor: Marya – Marie forma parte de la colección Obras Reunidas, donde Livia Hidalgo publicó Emily, una biografía poética de Emily Dickinson.

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Livia Hidalgo: “Con Glauce Baldovin aprendí sobre poesía, pero también me formó políticamente”

“La escritura surgió en mí a los 10 años”, dice la poeta Livia Hidalgo. Habla de “Pelusa”, una perrita que extrañó tanto que necesitó narrarlo, como un modo de encontrarse con ella. “Allí sentí por primera vez que me sustraje del mundo, que mi mente ingresó a otra dimensión de la realidad”, dice. Pero como tenía facilidad para los números, tanto sus docentes como su padre –dueño de una financiera- la impulsaron a estudiar Ciencias Económicas: “Del mismo modo que me sustraía del mundo para escribir, la misma sensación vivía a la hora de resolver problemas matemáticos. Me pasaba horas con un sinfín de operaciones en la mente. Quizás por eso digo que la matemática es poesía pura, pues es el más alto grado de abstracción posible”.

En este diálogo con Livia Hidalgo, autora del poemario Glauce, la escritora traza su recorrido desde aquellos años de infancia hasta que conoció a la poeta Glauce Baldovin, que fue su maestra y amiga. “Fue una relación de amistad muy intensa porque compartíamos algo que nos apasionaba y reunía: la poesía”, dice. “De ella aprendí muchísimo (…). Además de los conocimientos técnicos me formó políticamente. En mi libro Glauce, yo escenifico el momento de mi toma de consciencia sobre los hechos de la última dictadura militar”, cuenta.

Livia rescata de Glauce su rebeldía, su cercanía a los jóvenes. Agradece al Colectivo Glauce Baldovin, de Río Cuarto. “Jóvenes como ellxs son a los que yo invitaría para que integren ese partido único por la humanidad”, dice. “Hay que buscar líderes que nos representen, pues sin organización es muy difícil el avance. Y esos líderes tienen que ser lxs jóvenes”.

-Naciste en La Playosa, en Córdoba, pero tu abuelo era de Río Cuarto. ¿Qué recuerdos te conectan con esta ciudad?

-Mi abuelo paterno, José Ambrosio Hidalgo, nació en Río Cuarto en 1881 y pasó su infancia y buena parte de su adolescencia allí. Luego su familia se trasladó a Santa Rosa de Calamuchita, a mi bisabuelo lo habían nombrado juez de paz en ese lugar. En Santa Rosa, mi abuelo se casó y allí nacieron varios de sus hijos. Mi padre tenía cuatro años cuando se trasladaron a La Playosa. A mi abuelo le asignaron el cargo de jefe de la Estafeta de Correos en este pueblo que hacía muy poco se había fundado. Ahora bien, yo no conocí a mi abuelo, no había nacido cuando él murió. Sin embargo, debió haber tenido muy lindos recuerdos de Río Cuarto, puesto que una de sus hijas que vivía en Buenos Aires viajó exclusivamente a esa ciudad para conocer el lugar donde había nacido su padre.

-¿Cómo surgió la escritura en vos? Sos Contadora Pública, aunque cursaste materias en la carrera de Letras Modernas en la Universidad Nacional de Córdoba, también…

-La escritura surgió en mí a los 10 años. Tengo un libro “Pelusa” que con cierto humor cuento cómo empecé a escribir. Lo atribuyo a una composición escolar sobre el día del animal. Esto fue el 29 de abril de 1965. Allí evoqué a “Pelusa” una perrita lanuda que teníamos cuando yo tenía 4 años. Mi madre no soportó que la perrita hiciera sus necesidades adentro de la casa, y en lugar de educarla la fletó. Eso signó mi escritura posterior, pues empecé a escribir seis años después a partir de una ausencia, de un extrañamiento, de una carencia. Allí sentí por primera vez que me sustraje del mundo, que mi mente ingresó a otra dimensión de la realidad para poder encontrarme de algún modo con aquella perrita de la que nunca supe cuál fue su destino. Y la vi. Saltando y brincando, tal como la recordaba. Después de esa composición escolar seguí escribiendo pero no mostraba nada, pues no quería que mis padres se enteraran de lo que me aquejaba, tal vez inconscientemente sintiera que si los fastidiaba mucho, como a Pelusa, me fletarían a mí también.

En cuanto a las Ciencias Económicas, es difícil resumir la razón de mi elección. Diría que a mí me sucedía algo extraño. Del mismo modo que me sustraía del mundo para escribir, la misma sensación vivía a la hora de resolver problemas matemáticos. Me pasaba horas con un sinfín de operaciones en la mente. Quizás por eso digo que la matemática es poesía pura, pues es el más alto grado de abstracción posible. Eso más adelante me hizo pensar que la poesía está en todos lados, y que el poema, la palabra es sólo una de las formas de capturarla, y no siempre. A veces hacemos el mayor de los esfuerzos y la poesía se nos escapa, pero nadie nos quita el arrobamiento que nos provoca la persecución. Digamos que mis profesores contadores me incentivaron a inscribirme en esa carrera por la facilidad que tenía con los números. Pero además de eso, mi papá con otros socios abrieron una financiera en el pueblo. Mi papá era peluquero, él había elegido ese oficio porque aborrecía cualquier trabajo en relación de dependencia, y su ilusión era abrirse otro camino y dejar ese oficio. Él era el gerente de la S.A. en Comandita que habían constituido, por tanto tenía que atender la financiera y a su vez la peluquería, ya que en ese momento no sabía cómo iba a resultar este nuevo emprendimiento. Esta doble actividad le traía serios problemas, no podía dejar a un cliente en el sillón para atender a otro que venía por la financiera. Entonces, allí fui a parar yo, con 12 años de edad. Salvo de 13 a 17 horas que asistía al secundario, me pasaba el día en una pequeña oficina que se había instalado provisoriamente en el mismo salón de la peluquería, aunque separada por unos paneles. Como en los pueblos la actividad se cortaba al mediodía y la apertura de los negocios era a las 16, se estableció que el horario de la financiera fuera a las 17.  Allí me hice experta en matemática financiera,  al terminar el secundario fui directo a Ciencias Económicas con el propósito de volver y hacerme cargo de la financiera que por entonces había abierto sucursales en Pozo del Molle y Las Varillas, pero este proyecto se abortó por el Rodrigazo. La financiera se fundió, y también la ilusión de mi padre.

A poco de ingresar en la facultad supe que no era mi vocación, pero no quería frustrar a mi padre y por eso decidí seguir. En 1975 cuando la financiera se fundió, yo ya tenía el tercer año completo de la carrera, estaba trabajando todo el día y la Facultad de Letras no tenía horarios nocturnos. De modo que decidí recibirme, independizarme y empezar Letras.  Así lo hice. En Letras cursé y regularicé muchas materias, pero pude rendir muy pocas porque las fechas de los exámenes coincidían con los momentos de mayor trabajo en mi profesión. De modo que me convertí casi en una alumna oyente. No obstante a ello, me sirvió de mucho para la actividad que iba a desplegar bastantes años después como Coordinadora de Talleres de Poesía.

-Antes de escribir se nos despierta el amor por la lectura. Así que debería empezar por ahí, por preguntarte sobre tus primeras lecturas, tu biblioteca de pequeña, si es que tuviste, o tus maestras referentes…

-Siempre he tenido un gran amor por la lectura, pero me encontraba con un inconveniente, en el pueblo no había librerías, tampoco una biblioteca, ni siquiera en el secundario que tuvo su primera biblioteca cuando yo tenía 15 años, constituida fundamentalmente con libros de textos donados por el Banco de la Provincia de Córdoba que fue el primer banco que arribó al pueblo. El secundario en ese momento sólo tenía ciclo básico, yo había terminado tercer año y debía continuar mis estudios en Las Varillas y ya no podía acceder a esa incipiente biblioteca. Por tanto, diría que hasta esa edad sólo había leído los manuales escolares, las revistas Billiken y Anteojito, y algo de poesía porque la directora del secundario enterada de mis inquietudes literarias me prestó un cuaderno con poemas que ella había transcripto en su juventud, y diría que mi primera biblioteca se armó con el cuaderno que compré para copiar todos esos poemas y devolverle el suyo a la directora. Una de mis tías maternas recitaba poemas al estilo Berta Singerman, pero los tenía en su memoria, pronto los tuve yo en mi memoria, pero cuando quería transcribirlos no sabía dónde cortaba el verso, por tanto los cortaba según el modo de recitar de mi tía. También tenía el ejemplo de otra ávida por la lectura, mi abuela paterna, que por falta de libros coleccionaba los retazos de diarios del envoltorio de las papas y de muchos otros productos. Los limpiaba, los planchaba y a la tarde se sentaba en su sillita de mimbre a leerlos. A esto lo empecé a advertir cuando yo tenía alrededor de 6 años. En ese tiempo, y durante varios años, ella me relataba una gran cantidad de historias que yo las oía como si fueran cuentos. Mucho después supe que todas esas historias estaban en el Antiguo Testamento. Se lo sabía de memoria. Por eso, para mí, la Biblia fue siempre “los cuentos de la abuela”. Una frase de ella que se me fijó a fuego: “El saber no ocupa lugar” y otra frase de mi abuelo que ella repetía a renglón seguido: “El que de servilleta para a mantel ni el diablo puede con él”. Con estas frases, ella sintetizaba dos cosas: tenía que cultivar el apetito de saber, pero tenía que cuidarme de la soberbia. Mi abuela era originaria de Córdoba y había estudiado en Las Adoratrices, lamentaba haber tenido que dejar sus estudios porque en esa época a las mujeres de su familia no les fue permitido seguir una carrera. Se lamentaba de que sus hijos no hubieran tenido, al menos, la misma oportunidad que ella, ya que en la época de mi padre en el pueblo sólo había hasta cuarto grado. También ella fue un incentivo enorme para que yo siguiera estudiando, aunque hubiera querido que siguiera medicina.

Alrededor de mis 16 años, Alfonso Griffoni, lo nombro porque fue alguien muy significativo para mí,  abrió un quiosco de diarios,  pero no sólo vendía diarios sino también las novelas policiales del Séptimo Círculo, fascículos de Historia, Geografía y Maestros de la Pintura, y poco después los fascículos y libros del Centro Editor de América Latina. Yo ganaba unos pocos pesos y los invertía en la suscripción de todas esas ediciones. Los policiales me fascinaban a tal punto que mi papá se negó a que los siguiera comprando porque me distraían del trabajo en la financiera. Por lo tanto, mi biblioteca personal se fue constituyendo con esos fascículos y con esos libros. Tuve que esperar el arribo a Córdoba para comprar libros. Apenas llegué me suscribí a la Biblioteca Córdoba, sacaba dos libros de poemas por semana y como en esa época no había fotocopiadoras, los transcribía en cuadernos de 200 hojas, llegué a tener más de 20. Sin darme cuenta, estaba haciendo acopio de un vocabulario que luego recomendé a todos los integrantes de mis talleres, porque la poesía es fundamentalmente un trabajo sobre el lenguaje. Uno debe tener incorporadas las palabras para el momento en que aquello, que sigue siendo un enigma para mí, llega a uno como una música perturbadora y nos impele a plasmarla en palabras.

Tras los cuadernos visité innumerable librerías de usados y lo sigo haciendo. Cuando ingresé a la facultad de letras me convertí en una clienta vitalicia de Rey Ortega. Siempre estudie leyendo los libros, no me satisfacían los apuntes. Me habitué a ello cuando estudiaba Ciencias Económicas, durante los dos primeros años iba a la biblioteca de la facultad, pero luego comencé a trabajar y allí empecé a comprar libros porque solo podía asistir a los prácticos de 21 a 23 horas; le daba a una compañera un carbónico para que mientras tomaba apuntes para ella me facilitara uno para mí, pero sólo lo utilizaba como guía. Tras el cierre de la librería de Rey, la sustituyó Paideia y más tarde Rubén Libros por el hecho de que en esa librería coordiné talleres de poesía allí durante 16 años. Y por cierto que hay otras, pero mis incursiones por ellas fueron esporádicas.

-¿Cómo conociste a Glauce Baldovin?

-La conocí en 1991. Después de haber asistido accidentalmente a una reunión en sus talleres ella me invitó a coordinar juntas un taller literario. En ese momento yo seguía cursando algunas materias en la Facultad de Letras, y sumado a mi trabajo, no tenía tiempo para eso, pero también porque, como buena contadora, necesitaba algún tipo de planificación. Ella me dijo que armáramos un programa juntas y que dispusiera de su casa. Finalmente acordamos los viernes a la tarde, y si se me complicaba podíamos recuperarlo en cualquier otro momento que tuviera libre. En ese entonces, ella vivía en la calle Arturo M. Bas, muy cerca de Tribunales, por lo tanto era frecuente que tras ir a tribunales (yo hacía peritajes contables) me hiciera una escapada hasta su casa, siempre con la urgencia de volver a mis actividades; pero entre un trámite y otro solía tomarme algún tiempo y lo aprovechaba para verla. Cumplimos ese objetivo a rajatablas. Leímos muchos autores juntas, diría que todos los que aparecen en su libro “De los poetas” y otros que yo aportaba. En ese entonces yo conocía a muchos de sus autores favoritos, pero sentía una especie de hechizo por el modo en que ella los leía, tanto que los viernes cuando queríamos acordar era la hora de la cena, y allí solía invitarla a cenar en Betos, una parrillada que quedaba cerca de su casa o a un bodegón de la Avda. General Paz, que a ella le gustaba especialmente por las milanesas con huevos fritos y papas fritas que allí ofrecían a bajo precio. Tras la cena ella marchaba a su casa y yo a la mía. Pero fue allí donde comenzó nuestra amistad, pues ese rato que compartíamos lo aprovechábamos para confiarnos algunos sucesos de nuestras vidas.

-¿Cómo definirías la relación que las unió?

-Fue una relación de amistad muy intensa porque compartíamos algo que nos apasionaba y reunía: la poesía. Y también por su disposición y flexibilidad, pues su casa siempre fue una casa de puertas abiertas. Uno podía caer a cualquier hora y siempre era bienvenido. Además, pese a tener casi la edad de mi madre, nunca la vi de ese modo. Incluso diría que Glauce era mucho más transgresora que yo, más desprejuiciada, más libre, por lo tanto mucho más joven mentalmente, y por eso mismo adoraba y la adoraban los jóvenes. Establecía una relación de igualdad.

-¿Qué aprendiste de ella?

-De ella aprendí muchísimo. Yo tenía muchas dudas en cuanto a mi capacidad de coordinar un taller de poesía, ella me quitó esas dubitaciones porque me hizo entender que para la coordinación de un taller creativo era más importante la trasmisión de la pasión que los conocimientos técnicos. A los conocimientos técnicos uno lo puede aprender en cualquier libro si los considera imprescindibles para su metiere, y en todo caso uno puede darle al integrante una lista de esos libros si los requiriera. También me enseñó que no es necesario explicar ningún poema, que eso era tarea de los críticos no de los creadores. En todo caso, uno podía hablar de las circunstancias de vida que condujeron al poeta a escribir lo que escribió. Y aún sigo interesada en eso, en la génesis más que en los procedimientos.

Pero además, me formó políticamente. En mi libro Glauce, yo escenifico el momento de mi toma de consciencia sobre los hechos de la última dictadura militar. Estar enterada de los acontecimientos no significa tomar consciencia o comprender los significados profundos. Yo me enteré del genocidio y otras atrocidades de la dictadura durante la campaña de Alfonsín y después de su asunción tras la lectura del libro “Nunca Más”, es decir del Informe de la Conadep. Incluso Recintos de la muerte es un libro escrito bajo ese influjo, pero sin tener clara conciencia de lo sucedido. Yo desconocía las motivaciones. No sabía sobre la existencia del Plan Cóndor elaborado para toda América del Sur con la intención de instaurar los programas económicos del liberalismo o neoliberalismo. Yo veía las consecuencias desastrosas de la implementación de ese plan en mi trabajo, pero no alcanzaba a darme cuenta que todo eso respondía a un plan puntillosamente pergeñado por Estados Unidos y llevado a cabo en forma implacable por las dictaduras del continente cuya función era eliminar despiadadamente a todo opositor a ese propósito. Ella me despertó políticamente para que yo pudiera trascender las fronteras de nuestro país y pudiera buscar la raíz de los males del tercer mundo en las esferas del poder mundial. Es por eso que en la actualidad veo un nuevo Imperio y es el Imperio de la Globalización, constituido ya no por uno o varios países, sino por las grandes corporaciones globales económicas, financieras, comunicacionales, narcos que tienen el 99% de los bienes del mundo (el 1% tiene el 99%). Los que no formamos parte de ese 1%: ¿No podríamos hacer algo para contrarrestar los efectos de un capitalismo salvaje absolutamente inhumano, que genera la pobreza, la violencia, la indignidad? Ya no propongo un levantamiento en armas, porque sabemos que no tienen ningún miramiento a la hora de aplastar lo que se les ponga en frente. Yo aspiro a la creación de un solo partido sin divisiones políticas que se interese por la humanidad. Tenemos que superar esta grieta exacerbada impuesta por los medios hegemónicos de comunicación asociados a las grandes corporaciones. El 99% restante tenemos que oponernos a las políticas de destrucción. Estamos viviendo en el “sálvese quien pueda”. Y con ese slogan estamos destruyendo los valores sociales que nos han sostenido como sociedad. Hay que lograr una distribución más equitativa de los ingresos mundiales para que todos podamos vivir con dignidad.

-Cómo te impactó el hecho de empezar a vincularte con el colectivo Glauce Baldovin, de Río Cuarto, ese grupo de militancia poética al que te acercó tu libro?

-Lo primero que puedo decir es que me sentí enormemente congratulada de que un grupo de jóvenes como Camila Vazquez primero, después Melisa Gnesutta, Rocío Sánchez (y también otros que aún no conozco de ese mismo colectivo) se hayan interesado en mi libro y me hayan invitado al Mitin de Insurgencia Cultural Córdoba que homenajeó a Glauce y que coordinó Silvina Anguinetti el 26 de agosto. Y que tras eso me hayan invitado a la presentación de mi libro en el Aguante Poesía que se llevará a cabo del 8 al 10 de octubre en La Casa de la Poesía. Espero que la pandemia me permita llegar a Río Cuarto. No tengo aún confirmada la fecha, pero creo que será el 8 o 9, ya que el 10 debo estar de regreso.

Jóvenes como ellxs son a los que yo invitaría para que integren ese partido único por la humanidad, y les pediría que se acerquen al espacio Insurgencia Cultural que me parece interesantísimo. Pienso que ese espacio se podría ampliar muchísimo más y que las redes sociales son el medio para lograr un punto de encuentro para quienes tenemos inquietudes similares. Veo en ese espacio una proyección hacia el futuro. Podría extenderse a otras Insurgencias: Políticas, Ecológicas, Derechos Humanos, Educación, Salud, etc… Hay que buscar líderes que nos representen, pues sin organización es muy difícil el avance. Y esos líderes tienen que ser lxs jóvenes.

-¿Cómo surgió este libro: Glauce? ¿En que dirías que se parece y en qué se diferencia con tus otros libros?

-Este libro comenzó a escribirse sin ninguna finalidad, sólo por estar de algún modo con Glauce, o con su espíritu. Pero en 2015 ocurrieron varios sucesos, he contado dos en el libro, ahora cuento otros dos. Se cumplían los 20 años de la muerte de Glauce y Hernán Jaeggi me pidió poemas para el primer número de la revista “Palabra de poeta” y allí le envié los tres primeros textos. Luego me invitaron a un Homenaje a Glauce en el marco de la Feria de Libros en Villa Carlos Paz, allí leí algunos de estos textos como introducción a los poemas de Glauce. En el año 2018, motivada por la edición de Mi Signo es el Fuego,  Obra Completa de Glauce que publicó Caballo Negro, retomé el texto y le di la forma que el libro tiene actualmente, salvo el agregado de algunos poemas más de Glauce y de los dos poemas míos que inicialmente no estaban incluidos. Decidí la edición con el propósito de que sirviera como un relanzamiento de la Obra Completa de Glauce, ya que por la pandemia toda posibilidad de difusión se ralentizó, pensando que a esta altura del año ya la tendríamos superada.

Creo que se diferencia de otros libros porque aquí intento una integración de los géneros narrativos, poéticos y dramáticos con mayor decisión o arrojo si se quiere. Ya hay un conato de este procedimiento en otros libros míos como Isadora –jardín de invierno, y también en Fecunda, pero en ninguno de ellos incluí la narrativa casi a secas, para llamarla de algún modo. Sí la escenas dramáticas que me parece que constituyen ya una marca en mi escritura.

-¿Por qué lo definís como de antipoesía?

-Lo de antipoesía me viene de Nicanor Parra. Hay un poema que él dedicó a su hermana Violeta que a mí me conmovió muchísimo. Y creo que de allí puede haberme quedado esa suerte de lenguaje íntimo, espontáneo, como si uno hablara entre pares o entre amigos. Diría que surgió de ese modo y yo no lo inhibí ni lo censuré, dejé que el propio texto buscara su forma y a partir de esa forma le fui agregando o quitando, pero siempre en función de esa estructura surgida. Después de cerrado el libro, pensé que los textos narrados cumplen la función de conformar un marco para el realce de los poemas de Glauce, y que las escenas responden al modo de comunicarse de Glauce. Ella pocas veces contaba un hecho, casi siempre escenificaba, aún en cosas tan cotidianas como era el ir a cobrar su jubilación; hacía una actuación espontánea.

-Contar esta historia y de esta manera, ¿creés que fue un modo de acercarte más a Glauce, su poesía, su vida?

-No. Fue un modo de estar con Glauce, pero Glauce está en mí de un modo tan vívido que ningún texto puede sustituirlo. Lo que sí me ha ocurrido a la hora de seleccionar las escenas que aparecen en el libro, ya que inicialmente el libro era mucho más extenso,  es que de alguna manera me he querido desprender de aquello que me perturbó y que se fijó en mi memoria tan obcecadamente que después de 20 (26 años ahora) de su muerte me seguía atormentando. Digamos que quise curarme de los aspectos más dolorosos de Glauce, para quedarme con aquella Glauce vital que también conocí. Algo de esa vitalidad aparece en Fecunda, un libro que publiqué en 2010. Glauce es una de las protagonistas.

-¿Creés que tu libro dialoga con la literatura de género que se está produciendo y difundiendo más en estos últimos años?

-Ya Isadora –jardín de invierno se perfila como una escritura de género. Mi proyecto en ese momento era tomar diez o doce mujeres transgresoras que nos hubieran marcado un camino en lo referente a la lucha por la igualdad de géneros. Cuando me topé con Isadora, fagocitó ese proyecto, ella es a todas luces un prototipo de las mujeres transgresoras. Sin embargo, persistió en mí esa idea y si tengo tiempo seguramente la iré desarrollando. Glauce desde luego es otro paso en esa dirección. Y también lo es Emily al que le estoy dando los ajustes finales, aunque creo que lo terminaré de ajustar en las pruebas de galera como me ocurre generalmente.

Yo no soy una feminista extrema. No estoy en contra de los hombres, ellos fueron, son y seguirán siendo nuestros compañeros. Tengo muchos amigos varones a los que adoro. Y en mi profesión de contadora he encontrado colegas fantásticos que no sólo me han valorado sino que me han enaltecido. Tuve sí inconvenientes en conseguir clientes de mayor envergadura económica porque en términos generales preferían a los contadores hombres, posiblemente por tener más confianza en comentarles sus fechorías. Pero al margen de mi experiencia personal, se trata simplemente de que las mujeres tengamos las mismas oportunidades y el mismo salario o los mismos honorarios por igual trabajo. Que podamos ocupar cargos relevantes en la sociedad y que los varones acepten que puedan ser dirigidos por una mujer. La mujer no puede ser ya Juana de Arco, a la que se la quiera llevar a la hoguera por las mismas acciones que los hombres se han hartado de cometer. Y esto vale tanto para la política, como para la sexualidad, como para las relaciones laborales, comerciales o cualquier otra cuestión.

-¿Por qué seguís eligiendo editoriales independientes, pequeñas, de Córdoba para editar tus libros?

-Porque las editoriales independientes son las únicas editoriales argentinas. Esto quiere decir que todas las grandes editoriales son extranjeras. Empresas sujetas a las leyes del mercado que ellos mismos digitan, orientan y difunden; empresas asociadas a su vez a las grandes corporaciones mundiales que acaparan la industria del libro y que son selectivas a la hora de elegir los contenidos de sus ediciones, sobre todo cuando se trata de autores no tan conocidos. Esto es, asegurarse la ganancia antes de haber invertido.

Y también, porque me gusta el trato ameno y directo con el o la editora, siento que es un trabajo conjunto y tengo en alta estima a quienes ponen tanto esfuerzo para tan poco resultado económico. También ellos son poetas. Siento que los editores independientes hacen un trabajo silencioso, pero sostenido en favor de la cultura y que satisfacen a una parte de la población que elige sus lecturas haciendo oídos sordos a las grandes difusiones comerciales que aparecen en todos los medios, incluso en la misma vidriera de las librerías.

Y por último, diría que aprecio más que nada la libertad de escribir lo que me surge desde mi fuero interno y tener la tranquilidad de poder hacerlo sin que nadie me corra por detrás. Para mí lo sustantivo (en el sentido de sustancia) es escribir, lo otro es secundario aunque sería necia si no admitiera que me gustaría ser leída por el mayor número posible de lectores. Uno escribe siempre para otro.

-¿Cuáles son los proyectos que se vienen? Sé que tenés libros inéditos y otros con ganas de reeditar…

-Me gustaría editar mis obras reunidas, pero encuentro cierto inconveniente en ello; y ese inconveniente es que no podría hacerlo en un solo libro. Pienso que este anhelo debiera concretarse en distintos tomos.

Sí quisiera reeditar Isadora, jardín de invierno un libro totalmente agotado y que está dentro del programa de la cátedra Literatura de Córdoba en la Facultad de Letras de la UNC. Muchos alumnos me han dicho que tienen una fotocopia de ese libro. De hecho, yo misma he sacado muchas fotocopias porque no tengo ejemplares para vender ni para regalar.

Y también tengo dos libros inéditos: un pequeño poemario Pelusa al que hice referencia al comenzar esta entrevista. Emily del que también hablé. Tengo otros textos sueltos y varios en proceso, y mucho en mente a desarrollar.

-¿Querés agregar algo más?

-Quisiera agradecer a Cartografías por la excelente edición de Glauce y por la afabilidad de todos los que han contactado conmigo. A Bibiana Fulchieri por el magnífico retrato fotográfico de la tapa. A María Teresa Andruetto por la contratapa. Y a cuatro lectoras previas que me acompañan, sugieren y opinan en este metiere de la escritura, algunas desde hace años como Susana Arévalo y Susana Romano Sued, y otras más recientes, aunque amigas desde hace mucho tiempo, y muy valiosas como Paula Giglio y Silvia Barei.

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Melisa Gnesutta: “Aprendí a leer mientras jugábamos con mi hermana a la maestra”

Melisa Gnesutta recuerda que empezó a leer y a escribir con el impulso de lo lúdico y lo afectivo. “Aprendí a leer mientras jugábamos con mi hermana a la maestra”, dice. Sintió y siente ese aprendizaje como un poder. No lo soltaría jamás. Y su infancia transcurrió haciendo uso de esa potencia, leyendo y escribiendo muy estimulada por sus maestras.

Y los patios de su casa de la infancia, el de su abuela, pero también el de sus amistades fueron escenarios “luminosos” de lectura, juego, deseo. “El patio es un espacio de juego, de contacto con la naturaleza, de disfrute.  A la vez tiene su propio pulso dentro del universo de lo doméstico”, dice. “Eran de nuestra soberanía, en cierta forma un espacio libre del deber y más cerca del goce”.

Su primer libro, un poemario titulado Patios de verano, es como si recuperara un halo de aquel espíritu de la niñez, la naturaleza, el juego. Pero, a la vez, con la pulsión madura de quien ha explorado su decir poético hasta dar con su propia voz.

“La escritura de este libro significó una forma singular de habitar el lenguaje, como ingresar a una conversación más extendida entre ciertas experiencias domésticas, pequeñas, como la del patio, y una pulsión más ligada a lo natural, lo universal y lo ancestral”, reflexiona Gnesutta. “En ese punto los poemas comenzaron a convocar con insistencia a las mujeres, sobre todo, desde la experiencia de ‘las madres’. Creo que ahí se completó el ciclo”.

Liz Mellano la autora de las fotos (en colaboración artística con Gabriela Bellandi)

 

-Cuál es tu recorrido, tu acercamiento a la lectura y la escritura?

-Es muy nítido para mí ese momento y la experiencia completa de encontrarme con la lectura y la escritura. Fue un universo que me alcanzó con su fuerza más lúdica y afectiva porque aprendí a leer mientras jugábamos con mi hermana a la maestra. Yo tenía casi cuatro años y me acuerdo de que comprender, decodificar por primera vez una palabra me abrió a un asombro tan grande que, en cierto modo, sentía que tenía una especie de poder.

En mi infancia era muy lectora, leía todo lo que tenía a mano, gracias al esfuerzo de mis viejos que compraban colecciones de libros en el canillita del barrio. También mis maestras me alentaron mucho a la lectura y la escritura: siempre me veían escribiendo mis cuadernos con historias y poemas a mi gata (que vivió veinte años, así que recibió muchas dedicatorias), así que me animaban a seguir haciéndolo de distintas formas. Cuando tenía ocho años tuvimos que alquilar nuestra casa e irnos a vivir a la casa de mis abuelos, también en barrio Alberdi, pero muy cerca de la Biblioteca Popular Faustino Sarmiento.  La difícil situación económica que atravesábamos y el hecho de haber tenido que dejar mi casa y mis amigos, me llevaron, en cierta forma, a refugiarme en la lectura. Me hice socia de la Biblio y ahí empecé a leer los libros de la colección Robin Hood, que tenían una propuesta editorial bellísima. Louisa May Alcott fue, sin duda, la autora de mi infancia. Me fascinó y me leí sin parar todos sus títulos publicados en esta colección.

En mi adolescencia, y gracias a una profe de Lengua y Literatura, comencé a leer poesía, sobre todo modernismo latinoamericano. En esa época me compré mi primer libro con mis ahorros, que era una selección de poemas de Alfonsina Storni. Después abandoné un poco la poesía y me interesé más por la narrativa argentina, también por la influencia de otra profe. Ya en la Universidad, en el profesorado de Letras, volví a reencontrarme con la poesía, siempre de la mano de mis docentes (como Elena Berruti).

Ahora que voy armando este recorrido como lectora, y también como escritora, descubro con agradecimiento que la literatura me ha salido al cruce a través de grandes maestras, que he sido muy acompañada en este camino. Por eso creo que es clave la mediación, el poder acercar siempre a las niñas y los niños y jóvenes (y no tan jóvenes) a la lectura y acompañar en esas búsquedas.

Liz Mellano la autora de las fotos (en colaboración artística con Gabriela Bellandi)

-¿Cómo vas tramando tu vida profesional, tu familia, la escritura? ¿Podés tenés rutinas para escribir?

-Es bastante complicado porque suelo hacer muchas cosas a la vez y eso no siempre me sale bien. Actualmente, por todo lo que estamos viviendo y esta sobredosis de virtualidad es muy difícil organizarme en lo profesional, con mi familia, en un mismo espacio y tiempo. Es como si los límites se diluyeran porque todo transcurre en el espacio doméstico. A veces, al límite lo pone el propio cuerpo y tengo que bajar. La verdad es que no tengo rutinas para la escritura (a lo mejor debería tenerlas), pero trato siempre de estar conectada con la experiencia del taller para mantener activa la escritura y la lectura por fuera de lo laboral.

-¿Qué valor le das al taller de escritura? Sé que formas parte de uno coordinado por Elena Berruti…

-Sí, participé y participo de Verso Raíz (VR), este taller de lectura y escritura que coordina Elena desde 2017. Antes nos reuníamos en el quincho de su casa y ahora lo hacemos de manera virtual. Pero creo que además de la dinámica del taller, el espacio se ha constituido en una comunidad: leemos y escribimos juntas. Verso Raíz se sostiene desde esta impronta tan valiosa que Elena ha sabido construir, que es lo colectivo. Esta dimensión me parece fundamental porque la palabra nunca es sola, sino que forma parte de una constelación, una red. En ese sentido creo que nunca escribo ni leo sola, sino que lo hago siempre con otras, con otros y con otres. He participado de varios talleres, lo sigo haciendo. Es un espacio que me reconecta con lo lúdico de la escritura, que me desafía en mis formas más naturalizadas del decir poético. Para mí el taller nos permite alimentar la vitalidad de nuestro lenguaje y reconocer la singularidad de cada quien, la propia voz.

-¿Cómo surgió Patios de verano? Tengo entendido que es un trabajo de años…

-Sí, Patios de verano se fue haciendo en etapas, digamos. Nace en unas vacaciones con mi familia en Traslasierras. Ahí se comenzó a gestar, a partir de ingresar a un pulso y a una temperatura, como las del verano, que me llegaban a través de la naturaleza, de la observación sensible de ciertas escenas y de sentirme convocada por un lenguaje más autóctono. En esa oportunidad escribí un puñado de poemas. Luego fueron ingresando otras “fuerzas”, ligadas a lo animal y a los cuerpos, que traían un tono y una atmósfera más cercana a lo ritual. Creo que recién en este momento de la escritura empecé a considerar que esos poemas se atraían y podían llegar a ser un libro, porque hasta ahora nunca lo había hecho.

Para mí escribir siempre había sido una experiencia de redención, digamos, escribía un poema y, si me gustaba, listo, ya “había salvado mi día”, no tenía la intención de publicar. Pero la escritura de este libro significó una forma singular de habitar el lenguaje, como ingresar a una conversación más extendida entre ciertas experiencias domésticas, pequeñas, como la del patio, y una pulsión más ligada a lo natural, lo universal y lo ancestral. En ese punto los poemas comenzaron a convocar con insistencia a las mujeres, sobre todo, desde la experiencia de “las madres”. Creo que ahí se completó el ciclo.

-¿Qué fueron/son los patios para vos? Siento que es una palabra que abre un mundo narrativo y emotivo inmenso…

-Sí, es así, creo que los patios están vinculados a momentos luminosos, como la infancia, y muy íntimos. El patio es un espacio de juego, de contacto con la naturaleza, de disfrute.  A la vez tiene su propio pulso dentro del universo de lo doméstico: la forma en la que percibimos el tiempo, incluso nuestro propio cuerpo, es diferente en el patio. Nos convoca a habitarlo de una manera distinta al resto de los espacios de la casa porque allí creamos nuestras propias reglas; es como que hacemos nuestro propio pacto con el patio. Yo tuve el privilegio de tener varios patios, el de mi casa, el de la casa de mi abuela, también los patios de mis amigas y amigos de la infancia, y eran de nuestra soberanía, en cierta forma un espacio libre del “deber” y más cerca del goce y el deseo.

-¿Qué significa para vos este primer libro? 

Patios de verano llega en el momento menos esperado, por el contexto que estamos viviendo y el gran esfuerzo que deben hacer las editoriales independientes, como Cartografías, para publicar, sobre todo a autores inéditos, como es mi caso. En este sentido lo vivo con mucho agradecimiento y, volviendo a la construcción de lo colectivo que te comentaba recién, creo que el libro está muy apuntalado por una red amorosa que desde ya reciben y hacen circular la voz de estos poemas. Para mí Patios es el inicio de una conversación, es poder decir: “En este momento elijo este lenguaje para hablar de una experiencia”: mi primer lenguaje está en lo minúsculo, pero también en lo universal o lo compartido.

-¿Cómo juega lo intergeneracional en tu voz de narradora?

-Es muy importante porque esa variación hace que el yo poético esté en movimiento, a veces más cerca de la infancia, a veces más cerca de lo materno, o de la marcha histórica de las mujeres. En el proceso de escritura he tenido momentos en los que intenté auscultar ciertas experiencias que me antecedieron, de mujeres que me antecedieron y que me convocan de manera particular, ya sea por el vínculo familiar o por su decir poético. Y también hice lo propio hacia adelante, desde este lugar de acompañar las infancias de mis hijas, que me interpela y me desafía de manera permanente a hacer juntas nuestro propio camino.

-Siento que a tus poemas los cruza la perspectiva de género: ¿trabajaste en particular para que tuvieran esa mirada?

-Sin duda sí hay una perspectiva de género, pero no creo eso haya formado parte de una decisión inicial, sino que la escritura fue encontrando su cauce en la mujer, en una maternidad y un cuerpo que son políticos, y que a la vez están muy cerca de la naturaleza. Como dos linajes, ¿no?: la mujer y la tierra. Son dos genealogías femeninas que se despliegan en casi todos los poemas.

-¿Por qué te interesó traer voces como Glauce Baldovin, Sharon Olds, María Negroni, Mirta Rosenberg, Adelia Prado? 

-Son autoras muy importantes para mí. Sobre todo, en estos últimos siete años me siento convocada de manera especial por su poesía, aunque son poéticas diferentes. A cada una de ellas las fui conociendo en distintos momentos de mi vida y la energía subjetiva de sus poemas me movilizó de una manera arrasadora. Para este libro en particular las he llamado a todas a través de epígrafes y siento que me han acompañado muchísimo en el proceso de comprender a través del lenguaje algunas experiencias. Un hecho curioso que descubrí es que todas ellas publicaron por primera vez después de los treinta años; si bien es algo “anecdótico”, si se quiere, me pareció llamativo para pensar mi propio vínculo con la escritura.

-Son tiempos tristes de quema de bosques en varias provincias del país, en Córdoba en particular: ¿Tenés alguna reflexión sobre esto?

-Gracias por esta pregunta, porque creo que tenemos una gran responsabilidad en acercar el lenguaje al bosque, al monte. No sólo el lenguaje, claro, pero esto es urgente. Nuestro imaginario no puede desapegarse de la naturaleza. Lo que hemos vivido estos días es muy desolador, sobre todo teniendo en cuenta lo sistemático de las quemas y los intereses inmobiliarios que hay detrás. Pero también es esperanzador ver la sensibilidad y el compromiso que toda una generación está asumiendo con el medio ambiente. Cuando comenzaron los incendios en Traslasierras, Maxi Ibáñez, un poeta cordobés, publicó un poema terriblemente hermoso que se viralizó en las redes. El poema se llama “Hablar los bosques” y recupera este llamado a traerlos a nuestra conversación, a nuestro día a día, sustraerlos del olvido a través del lenguaje. Es tiempo, me parece, como dice Ibáñez, de regresar la palabra al follaje.

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Melisa Gnesutta nació en Río Cuarto (Córdoba) en 1984. Es profesora de Lengua y Literatura y trabaja como docente en distintas instituciones públicas de esta ciudad. Algunos de sus poemas fueron publicados en la plaqueta (M)araña de Recortes (UniRío Editora) y en VersoRaíz, hojas de poesía (Elena Berruti y José Luis Ammann editores). Ha participado de diferentes ciclos y festivales de poesía (AltaVoz, Aguante Poesía y Festival Internacional de Poesía de Córdoba).

 

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Carla Barbero, la chica que soñaba con una cámara de fotos

La artista riocuartense Carla Barbero es coordinadora del área de Curaduría del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, un espacio único en el país; en una conversación para El Corredor Mediterráneo, traza el recorrido de una vida atravesada por la imagen

 

Por Verónica Dema

La fotografía familiar es una marca fundante en la infancia de Carla Barbero. Esa niña inquieta, con pecas y lunares, de tez muy blanca, observa después de cada viaje de Río Cuarto a las sierras cómo su mamá y su papá archivan las fotos, consignan el lugar de esas vacaciones, la fecha. En ese ritual hay algo constitutivo, identitario.

Son cuatro hermanas. Carla no es la mayor, pero sí la que más insiste: a los nueve la dejaron usar la cámara. Para su familia de clase media en los ‘80, la cámara de fotos y la videocasetera eran objetos de valor a los que los niños no accedían. “Si había un rollo de 12 o 24, podía hacer tres disparos”, dice. Atesora esos “episodios” excepcionales de su infancia. “A esa edad yo ya flasheaba con la imagen para acceder a otra cosa. Para mí la imagen representaba un espacio de exploración del mundo”, dice Carla, más de 30 años después, una tarde soleada de domingo en el departamento antiguo que alquila en el barrio porteño de Boedo.

La ventana alargada que da al balcón trae al living una luz mansa de invierno, que aprovecha Amanda, la gata gris plata que acompaña las mudanzas de su ama desde hace más de 14 años. Este es su espacio de trabajo en estos meses de confinamiento por la pandemia de coronavirus: sobre la mesa hay una Mac, algunos libros de crítica de arte, flores amarillas en agua; atrás, una biblioteca con ensayos, narrativa, poesía, donde también se posan pequeñas obras de arte: una pintura sobre un minicaballete, una pieza del fotógrafo peruano de origen quechua Martín Chambi intervenida por ella, un dibujo enmarcado de uno de sus sobrinos. También, unas cartas de Tarot: “Lo estudio porque siento que es un conocimiento que tiene que ver con la cultura, con la imagen, con la condición humana”, dice sobre esta práctica, que combina con la del I-Ching.

El lugar, al que la cuarentena no le permitió aun acondicionar con todos los muebles que imagina, es sin embargo un hogar, esas casas donde dan ganas de quedarse. ¿Serán las plantas, el café, el aroma del pan horneado, el vino, el orden, el pequeño sillón mullido, la música?

“No me dejes no, tienes que olvidar. Vuelve, por favor, no te acuerdes más, de lo que pasó o lo que hice yo y me hiciste tú…”, cantan Alfonso Barbieri y Liliana Felipe, en la lista de Spotify que suena de fondo y crece en los silencios.

“Me mudé tres veces en tres años”. Las palabras salen con delicada autoridad de esa boca suya de semisonrisa que sintoniza con sus ojos verdes de perspicacia felina. Carla vive en la Capital desde que le ofrecieron sumarse al equipo de curadores del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, un espacio único en el país, que hoy coordina. Los curadores –simplifica para acercar su hacer cotidiano- son profesionales que investigan sobre arte, elaboran ensayos en función de hipótesis propias, trabajan con artistas en sus talleres, desarrollan una puesta para exponer en una sala o al aire libre. Investigar, crear, experimentar.

Después de 10 años de trabajar en museos públicos de la ciudad de Córdoba, donde en los últimos dos vivió experiencias que describe como de violencia institucional propias de la cultura estatal, le llegó la propuesta de Buenos Aires. Dio una entrevista y le pidieron que se incorpore lo antes que pueda: Carla aceptó y en dos meses desarmó su vida en Córdoba.

Ese es el currículum abreviado que justifica su arribo a Buenos Aires. ¿Pero cuál es el recorrido de esa niña magnetizada por la imagen? ¿Cuántas invenciones, o se debería decir explosiones la trajeron hasta la Capital?

“No creo mucho en las vocaciones en tanto esta idea estructural de una esencia que somos. Me parece que sí somos algo que puede tomar formas distintas”, dice. Sus movimientos se enlazan con sus búsquedas y eso va más allá de su profesión, es su modo de vivir.

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Mientras Carlos Menem empezaba a trazar una década neoliberal de opulencia para pocos Carla cursaba el colegio secundario en Río Cuarto. En los apáticos ’90 fue parte de esa minoría de adolescentes que participaba en política: crearon el primer Centro de Estudiantes en el colegio público al que asistía, Dr. Juan Bautista Dicchiara, y armaron la Unión de Centros de Estudiantes de la ciudad, articulada con los de la provincia. Se debatía la nueva Ley Federal de Educación, aprobada en 1993, derogada en 2006 por considerársela un fracaso.

Fueron tiempos de educación formal, que despertaron en Carla el interés por la historia, la filosofía y los medios de comunicación. Pero también fue el comienzo de la militancia y de explorar la imagen, ya sin necesidad del permiso de sus padres para poder disparar. “Por entonces, estaba descubriendo cómo, a través de la imagen, podés decir cosas; la imagen como propaganda de una idea”.

Llegó el momento de la universidad y se anotó en Ciencias Políticas, Filosofía y Ciencias de la Comunicación, en la Universidad Nacional de Río Cuarto. Cursó materias e hizo amigos –algunos de los cuales aún conserva- en las tres carreras, pero se recibió de licenciada en Ciencias de la Comunicación. “No llegó ahí el despertar del arte, pero me dio herramientas de una cultura macro, cierta historia conceptual como para entender algo de psicoanálisis, sociología, filosofía, semiótica”, dice, y aclara que es una formación que valora y respeta.

También se afianzó en la militancia estudiantil: “Tampoco era la megatroska, para nada. Es parte de mi educación cívica, sentimental, de imaginario. Para mí la universidad no es solo las materias que estudié, sino que es el lugar donde encontrar interlocutores”.  En el campus, en asambleas, en barrios populares era frecuente verla en grupo y con su equipo al hombro para testimoniar.

Por entonces fue generando contactos que le permitieron empezar a “parar la olla”, como dice, desde joven. Ser independiente: “Tengo una relación adulta con mis padres desde que soy niña, tuve siempre una relación muy emancipada”, aclara en un momento de la conversación. “Eso hace que yo me sienta querida, valorada por lo que hago”. Amanda se acomoda en sus faldas.

A los 19 sacó el monotributo, empezó a hacer fotos freelance; luego entró a trabajar en prensa de la Municipalidad; dio talleres de fotografía; hizo fotos para el diario La Mañana de Córdoba, que tenía una sede en Río Cuarto; estuvo en la creación del periódico cooperativo El Megáfono; también colaboró para La Voz del Interior.

En la casa familiar de siempre –a diferencia de Carla, sus padres nunca se mudaron- guardan intacto aquel archivo analógico de negativos: desde publicaciones estudiantiles y vecinales hasta de Rolling Stone o Playboy. Todo está por fecha y por tema, como lo vio hacer de chica. “Creo que podemos tener muchas vidas en una. No es nostalgia, sí es una lejanía. Reconozco algo de mí en todo eso, pero si me preguntás cuándo fue te digo: en otra vida”.

Se va hacia la cocina a buscar café, un ristretto recién salido de la Volturno. Suena una guitarra y Chico Trujillo canta: “Yo no vengo a buscar y tampoco a pedir una excusa ni nada. Vengo a decirte que estaba escrito…”

 

Carla Barbero, artista

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Las cámaras digitales llegaron a Río Cuarto a principios de los 2000 y Carla fue de las primeras que aprendió a usarlas. Durante años combinó lo analógico y lo digital. Cuando la llamaron para cubrir vacaciones de verano en La Voz del Interior y luego la incorporaron al staff de fotorreporteros valoraron ese saber digital que le permitía sacar y editar fotos con la nueva tecnología. Con el paso del tiempo, Carla empezó a especializarse en coberturas de shows, de eventos culturales que le interesaban. “La fotografía periodística se volvió un oficio del que viví muchos años, hasta que algunas cosas me empezaron a aburrir muchísimo, otras me indignaron”, dice.

Recuerda una película imborrable. Ese colectivo, el 29, que la llevaba a la zona del aeropuerto donde está La Voz. Ese domingo de calor cordobés, de los que derriten el asfalto. Esa certeza: ‘Ya no creo más en el periodismo, por qué participo de esto’. No era la joven de 17, en medio de la pampa gringa, encandilada con todo lo que podía denunciar a través de la imagen. “Tenía 20 y pocos cuando me di cuenta de que el periodismo es un blef total”, dice.

Dejó de interesarle, dejó de hacerlo. “Ese año empecé a ordenar todos esos intereses intelectuales que tenía. El interés por la imagen, que no dejaba de estar vivo, y la muerte y el duelo de que yo de eso no quería vivir más, pero no sabía qué iba a hacer”.

Fue su año sabático, de estudio y lecturas. Filosofía, historia, arte. Volver a conectar con su deseo.

“No sé qué tienen las flores, llorona, las flores del camposanto, que cuando las mueve el viento, llorona, parece que están llorado…”, canta Natalia Lafurcade, una versión de La llorona. 

En ese momento la ciudad de Córdoba vivió una coyuntura muy particular: en 2005 se inauguró la “Ciudad de las Artes”, un complejo donde se centralizaban las escuelas de arte; un par de años después ampliaron el Museo E. Caraffa y crearon por expropiación en el Palacio Ferreyra el Museo Superior de Bellas Artes Evita. “Como ciudadana que le interesa la cultura me generó mucho entusiasmo estar en esa ciudad en ese momento. Había algo del orden de la intuición, no tenía nombre todavía”, dice Carla. Al conocer el recorrido que siguió su vida, se destaca lo trascendental de esa época para ella. Sus presentimientos no fallaban.

Córdoba crecía en infraestructura cultural, y aparecía una oportunidad. Carla elaboró un plan de comunicación y contenidos para trabajar en los museos públicos de la ciudad -no existían los curadores como tales-. Pidió una audiencia con quien era Secretario de Cultura de ese momento (“algunos lo llaman audacia; otros, fuerza; otros psicosis”) y logró el puesto. “Ahí se cristalizó mi interés por la imagen, el arte y, al mismo tiempo, volvió esto de ocupar los espacios, algo que me había dado la militancia”, dice. Trabajó diez años con esa convicción en los museos por los que fue transitando.

En 2016 convocó a Emilia Casiva, investigadora y crítica de arte, para gestar Unidad Básica (UB), un museo de arte contemporáneo autogestionado, por fuera de la estructura estatal. La intención fue armar una institución con lo mínimo necesario: un monoambiente alquilado, el domicilio de Carla de entonces en barrio Güemes; en el pasillo por donde se ingresaba sucedían las muestras, que eran específicamente pensadas para ese espacio. Ahí desplegó la curaduría como historización y experimentación.

La vocación docente también acompaña a Carla desde siempre. Llega otro recuerdo de la infancia: “Era chica y en los veranos invitaba a todos los que estaban por empezar primer grado en mi cuadra y les enseñaba los números, las letras, tenía fichas: el uno con sombrero, me acuerdo. Los hacía yo”. Recorre esa otra vida.

Cuando piensa en el primer taller de fotografía que dio en Río Cuarto, exclama: “¡Qué caradura!”. Y ríe. Después estuvieron los talleres en Córdoba y ahora en Buenos Aires. Tuvo que explorar para descubrir que lo que le interesa es ese vínculo uno a uno con un artista, esa instancia de clínica de obra. “La intensidad del seguimiento de un proceso, el desafío y la adrenalina que me genera con cada uno poder servir en algo me resulta creativo y estimulante. Es una escala de intimidad donde el otro se muestra con una fragilidad que no es distinta a la tuya”. Y sigue: “Ahora que estoy más grande empiezo a creer que esas son las formas que adoptan en mí ciertas condiciones de maternidad, de hogar, son las formas en las que yo entiendo que puedo cuidar a otros”.

Carla no espera amparo de los lugares. “Cuando me di cuenta de que yo puedo ser artífice del cuidado para mí y para otros, me sentí grande”, dice. Buenos Aires, las sierras de Córdoba –prefiere siempre el río antes que el mar- el destino que vaya eligiendo es una circunstancia.

“Cruzas solo puentes, puentes entre ti, las flores y el silencio son cosas de tu amor, has dejado un río para atravesarlo a la vez allí…”, se alcanza a escuchar Fuji, de Spinetta en la voz de Loli Molina antes de que Amanda dé un salto y reclame salir a la terraza.

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Pablo Dema: «Lo primero que tengo es una escena, no sé si va a ser prosa o poema»

Pablo Dema

La publicación de su nuevo libro de poemas –“Prendas”- es el punto de partida de una conversación para El Corredor Mediterráneo sobre las pulsiones de la creación, los géneros y los fundamentos éticos sobre los que se edifica un poema

 

Por Antonio Tello

Pablo Dema es una de las personalidades poéticas e intelectuales más sólidas de la joven literatura argentina. Compagina su trabajo como docente universitario y como editor de Cartografías, editorial que fundó en 2005 junto al también poeta José Di Marco. Ha publicado cuatro libros de cuentos – Fotos (Cartografías, Río Cuarto, 2005), Si nada permanece (Ed. Fundación Octubre, Buenos Aires, 2007), Hoteles (Cartografías, 2010) y La canción de las máquinas (Editorial Recovecos, Córdoba, 2014)-, la novela De piedra o de fuego (Editorial de la UNRC, Río Cuarto, 2009) y los libros de poemas Filos (Ediciones Del Dock, Buenos Aires, 2014) y ahora Prendas (Editorial Deacá, Villa Mercedes).

Su imagen es la de un hombre que transmite serenidad ¿debo decir a pesar de su juventud?

Me reconozco en la caracterización de la serenidad que está en la pregunta, diría que desde siempre. Es lo que me dicen a menudo. Y podría decir que si estoy nervioso o ansioso estoy un poco fuera de eje. Intento mantener la serenidad.

La pregunta viene a cuento porque observando su trayectoria literaria parece tener  muy pensado y planificado su camino hacia la poesía. Antes de “Filos”, su primer libro de poemas, publicó tres libros de cuentos y una novela… ¿Es para usted la narrativa una forma de aprendizaje de la expresión poética?

No lo siento así. En el mismo período de los poemas de Prendas escribí cuentos. Y hay un libro de cuentos que está al salir.  Con el tiempo me da la sensación de que la diferencia entre esos géneros se acota. En verdad muchas veces lo primero que tengo en mente es una especie de núcleo, una situación o una imagen que me resulta atractiva, y no sé si va a ser una prosa o un poema. Es común que pruebe en verso y, si veo que por alguna razón necesito desarrollar demasiado, suelo pasar a la prosa. No pienso en principio en historias completas que contar, más bien en escenas, en un momento significativo que está al final del poema. El problema de la composición es cómo preparar ese momento que relumbra por su potencia significativa y emotiva.

Dice usted «no pienso en historias completas» ¿cree que se pueden contar historias completas o todo lo narrable o poetizable es siempre fragmentario?

Es claro que la narración es un dispositivo cultural antiquísimo y con enormes desarrollos en los campos de la historia y la literatura. Y sabemos que la ficción literaria, a partir de finales del siglo XIX, dejó de lado las estructuras narrativas clásicas. La introspección y el monólogo interior, los finales abiertos y el montaje de fragmentos son algunos de los procedimientos que comenzaron a dominar el género narrativo. Lo que a mí me sucede es que lo que me lleva a escribir generalmente es una escena, una situación fija, por decirlo así, que es el punto de llegada de una acción breve: una padre y una hija sembrando las semillas. Lo que hago a nivel de la composición es crear un amplio contexto, una preparación para esa imagen que me gustaría captar y transmitir porque confío en su poder. Y me sucede que pruebo en prosa o en verso. En ese sentido, en el fondo para mí lo que escribo es todo poesía.

Portada de Prendas

“Prendas” representa, respecto de su libro anterior, un gran salto cualitativo tanto en el fondo como en la expresión; tanto en la concepción visual de las metáforas como en la hondura de su viaje interior. ¿Cree que esta es o puede ser su voz?

Bueno, primero, me alegra el juicio de valor, mucho más viniendo de un poeta tan consciente de la forma y del peso de cada palabra en la poesía. Estos son poemas leídos y revisados muchas veces a lo largo de dos o tres años. Darles tiempo y volver a ellos es parte de un proceso que, espero, da buenos resultados. Leer otros poemas, libros que llegan, y volver a los propios a ver si funcionan. Creo que en un momento uno logra crear una distancia, cierta objetividad, y siente que algo está logrado. Siempre desde un gusto propio, desde una idea de la poesía. Y sabiendo también que estos poemas no son para todos los lectores, que pueden no ser del gusto de mucha gente que lee otro tipo de poesía. Pero cuando uno está conforme y convencido los da a leer, intenta llegar a los lectores y a los poemas como una suerte de afirmación: la poesía para mí es esto. Es un modo, sí, de intervenir en la conversación cultural con una voz que se afianza.

Una de las cosas que llaman la atención en este libro es la recurrencia a ciertas películas y también, más allá de las referenciadas, a la lectura de grandes poetas a algunos de los cuales, tal el caso de Bertold Brecht y Juan L. Ortiz, confronta y complementa. De aquí se me ocurren dos preguntas ¿es posible escribir sin adentrarse en la tradición? ¿Cuál fue su propósito al referenciar explícitamente a determinados poetas?

La tradición es el aire que respiramos. Me tengo que contener con las referencias y los epígrafes, con las alusiones, que son casi un vicio. En ese sentido, los poemas son muy engañosos porque parecen referir a una biografía o dar cuenta de vivencias pero en realidad ante todo son expresión de mi diálogo con lo que leo. Lo biográfico, la experiencia y mi cotidianidad son como un bastidor. Me interesa la forma, la música, la posibilidad de captar el momento en que las palabras se integran de una manera inesperada para producir belleza y sorpresa.

Con respecto a Juan L. Ortiz, es una figura que gravita mucho en mi imaginario. Y ese poema que cito siempre me ronda, es un poema utópico, un núcleo de amor fraternal que habita en su mundo. Solo que normalmente lo expresa hacia lo natural, pero es ese mismo amor hacia todas las criaturas, los animales, las plantas, todo lo que su poesía celebra. Y Brecht es un poeta mucho más vitalista, directo, casi rudo diría. Y en él la cuestión de luchar contra la injusticia es un centro más obvio. Estos epígrafes fueron también una forma de afirmarme en un momento político de nuestro país en el que los derechos sociales estaban siendo vapuleados. Entonces invocar las utopías colectivas era una forma de decir que hay cosas absolutamente irrenunciables.

En “Cielo” usted parece intentar una poética cuando dice que “para la poesía el amor  y el trabajo son lo que la luz y el agua para los árboles” ¿o nos habla de otra cosa?

Sí, es una poética y un mensaje a los lectores que se encasillan y encasillan. Cuando publiqué Filos recibí varios comentarios de lectores y de escritores que tienen una identidad muy fuerte en relación con el género narrativo expresando su sorpresa. En general ellos no “se pasan” de un género a otro. Lo que pasa es que yo no me pasé, sino que no fue hasta ese momento que sentí que había material como para un libro que a mí me resultara aceptable. Muchos pos poetas conocidos míos, por su parte, no le prestaron atención, entre otras razones, porque también me tenían en el lugar de los “narradores”. Es entendible. A mí me pasa. A veces conozco un autor que escribe teoría o ensayos y si veo una novela de ese autor es como que no lo registro, como si no fuera la misma persona. Por eso ese poema que menciona dice que no hay que confinarse en una camarilla, no hay por qué entrar en el círculo de los “poetas 100% poetas”, pagar los tributos culturales, conocer todas las contraseñas para pertenecer. La poesía sola, si la hay, si se la cultivó honestamente, llega por su propia fuerza a algunos lectores que la sienten más allá de la etiqueta previa que se le haya asignado al autor.

Pablo Dema, en una charla en Villa Mercedes, donde da clases

«Cultivar honestamente la poesía» ¿significa esto, como decía Camus, que toda escritura prefigura un posicionamiento ético?

Hay modas, tendencias, maneras de hacer que son de cada época. Hoy se habla mucho de la literatura de terror, se premia eso, los lectores quieren terror, distopías, etc. Hay cosas muy bien hechas, por su puesto. Ese auge gravita sobre los que estamos escribiendo. Entonces en función de lo que uno quiere decir y lo que quiere producir opta: o se sube a una tendencia o sigue un camino propio según lo que entiende que es más acorde a un proyecto personal y, por qué no, a una ética. La honestidad de la que hablo es más que nada intelectual. No puedo remedar un tono que no es propio, no puedo asumir un afecto ajeno (por ejemplo, no soy un ironista, ni un nihilista, ni un cínico ni un satírico). Entonces no voy a impostar una voz para concordar con el tono de una época. Lo que me llega como lector en este tiempo tiene que ver con temas clásicos de lo que a veces se llama la literatura sapiencial: ¿cómo hacemos para vivir juntos, para aguantarnos? Es muy difícil soportar a los otros. ¿Cómo actuamos ante la comprensión racional (muchas veces negada y bloqueada emocionalmente) de que todo nos ha sido dado en prenda, es decir, ante el aprendizaje de que, como dijo Borges, «nadie pierde si no lo que no tiene y no ha tenido nunca»? Es el mismo tema del «si nada permanece» pero desde un lugar, el de hoy, menos desesperado y más sosegado.

Ya en “Filos” se anuncia que la poesía no se nutre sólo del dolor sino también del amor, la amistad, la bondad y del gozo tranquilo de la vida…

Es un proceso personal o existencial absolutamente honesto e indisimulable, imposible de impostar. Si ve los cuentos de Si nada permanece, sobre todo verá el sufrimiento y la búsqueda desesperada de sentido. De hecho ese título es un verso de José Emilio Pacheco de un poema que habla de una sombra que nos cava y nos hiere, de cómo afrontar la vida si nada permanece. Son los años de mis lecturas de La náusea de Sartre, del Pessoa de El libro del desasosiego. Fui saliendo de ahí. Hice todo lo que pude por superar la sensación de separación con el mundo y me fui reconectando con algo mucho más vital. Pasé de Pizarnik, a Juan L. Estaba también atrapado en un imaginario del escritor atormentado. Un mito muy infantil y dañino. Ser padre lo pone a uno también en una gran encrucijada. En un poema de Filos anoté que cuando tuve que cuidar a un bebé, cuando sentí el amor ante una criatura tan frágil, acabaron de un saque los problemas existenciales.

El desarrollo de las redes sociales parece haber “democratizado” la poesía, pero ¿la creación poética y la creación artística en general tienen que ver con la política, los derechos sociales o con el talento y la capacidad de cada uno para este cometido?

Es un tema que da para un largo debate. Pienso que todos nos sentimos en algún momento tocados por la poesía y que cualquier lector que la disfrute asiduamente tiene el impulso y el deseo de escribir y mostrar lo que hace. Confío en el libro y en la figura de los editores como agentes eficaces para resguardar lo mejor que una comunidad produce y lega a las generaciones venideras. De ahí la importancia de los espacios de lectura, las bibliotecas públicas, las ferias del libros, las revistas de difusión, una ley del libro, etc, etc.

Quien lea su poesía observará que su escritura es limpia, transparente y, si se quiere, económica, quiero decir sin adjetivos, adverbios ni repeticiones innecesarios: ¿es difícil escribir así en tiempos de tanto ruido, eufemismo y reclamo identitario en la lengua?

La poesía es, como se sabe, el lugar en el que la lengua está sometida a las máximas exigencias porque allí es donde se aprecia todo su  esplendor. Tengamos el oído sutil, dice Juan L., así que tenemos que poner atención a lo que hacemos. Como dije, para mí hacer un poema es jugar el juego (muy serio pero juego al fin) de poner una línea más en una tradición extensa y riquísima. Uno trata de estar a la altura de los maestros. Claro que sé que es muy probable que lo que yo estoy escribiendo no va a resistir el paso del tiempo. Pero andar en ese juego, como diría Gelman, ya es un premio, un gozo enorme.

Para vivir siempre damos algo en prenda: ¿cuál es la prenda que da el poeta para serlo?

Creo que el tiempo y la atención  a la riqueza del lenguaje, a su poder para sostener un mundo común. Hoy, más que nunca, la poesía es un pulso vital con el que necesitamos conectar.

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Alejandro Schmidt: “Todo el arte del interior es desconocido y menospreciado por Buenos Aires”

Alejandro Schmidt nació en Villa María, Córdoba, en 1955. Cuenta que escribe desde los 13 años, época en que también empezó a trabajar. Escribe en un poema de su último libro, Problemas con la vida, de próxima aparición: “Escribo de 5 a 10 poemas por día/algunos los posteo/algunos los guardo en el hotel o en el viento”. Nunca dejó de escribir ni de publicar: publicó 55 libros de poemas; también durante más de 20 años dirigió una editorial de poesía y, además, siempre que puede es puente con poetas que no encuentran una editorial donde publicar su obra. «Siempre tuve la vocación de difundir. Todo lo que se haga por la poesía es poco», dice.

Cuando se le pregunta si cree que hay cuestiones dichas desde la poesía “del interior” que de otro modo no circularían, no duda en responder: «Por supuesto: todo el arte del interior y más el nuestro, que es del interior del interior, es desconocido y menospreciado por Buenos Aires y las respectivas capitales provinciales».

Militante de la poesía de toda la vida está atento en particular a la escrita por mujeres: le dedica el libro a la poeta Eda Nicola, y en un momento de la conversación dice: «La poesía escrita por mujeres me parece la más importante de este siglo».

Alejandro Schmidt
Alejandro Schmidt

-¿Qué significa para vos publicar un nuevo libro? 

-Hace un tiempo que siento lo que publico como parte de un río, de un fluir de mi demencia por una tierra poco amable. No cuento los libros. Es algo que va…

-¿Cómo surgió el título Problemas con la vida?

-Porque es eso: Problemas con la vida; no problemas con mi vida, sino con la representación de lo que convenimos en llamar la realidad. Mis últimos cuatro libros han trabajado con eso.

-Si mirás hacia atrás, ¿qué recorrido ves de tus primeros poemas a estos? ¿Sentís, como dice Javier Magistris en la contratapa, que hay ahora un tono más personal?

-No podría asegurarlo. O sea, desde En un puño oscuro me parece que hay un tono más personal. Quizá Javier lo dijo en el sentido de que permito que el yo se entrometa más.

-Decís en un poema: “Escribo de 5 a 10 poemas por día/algunos los posteo/algunos los guardo en el hotel o en el viento”. ¿Te sentís identificado con esto de “vivir en estado de poesía”?

-Vivir en poesía es solo el momento de escribirla, por lo demás llevo una vida absolutamente ordinaria y modesta.

-¿Cómo juegan en vos tus condiciones de producción: escribir desde un hotel (de hecho “Hotel” agrupa la primera parte de los poemas de este libro), en una ciudad que elegiste hace relativamente poco (Río Cuarto), en pandemia?

-No juegan: desde los 13 escribí con todos los medios y en todos los lugares que puedas imaginar. Solo o con gente. Rico o pobre. Me formé así. No tengo rituales, condiciones, necesidades a la hora de escribir.

-¿Qué son los bares para vos, que siempre están en tus libros? Decís en unos versos de El espacio intermedio: A veces me pregunto(…) Por qué hice de los bares/ Mi casa y mi desierto…

-Voy a los bares desde los 13, que es cuando comencé a trabajar y disponer de mi dinero. Toda la vida. Sí, son un lugar amable para mí. Leí y escribí en los bares siempre, también es el lugar de la amistad.

-Sos muy activo en redes Facebook, de hecho uno de tus poemas se llama Facebook. ¿Qué encontrás en ese espacio virtual?

-Es estimulante, como lo fueron los 14 blogs que sostuve durante años. O antes los medios gráficos y las revistas.

-¿Sentís que en tu poesía puede leerse entrelíneas la historia de la Argentina?

-Específicamente en Videla, fragmentariamente en toda la obra.

-¿Cómo es tu rutina como lector, cómo detectás libros que te interesan y cómo te las arreglás para dar con ellos? Incluso en algunos poemas reconocés que perdiste ya cuatro bibliotecas…

-Compro nuevos y usados, canjeo, voy a bibliotecas, me prestan libros. Leo entre 5 y 7 horas por día de enero a enero, de lunes a lunes. De muchos modos, perder las bibliotecas, que sumarían unos 20.000 libros, fue una liberación. Las lecturas que importan, bien o mal ya están en el ser. Ahora tengo un poco más de un centenar de libros.

-Hace poco nos recomendaste editar a la poeta Soledad Vargas. ¿Por qué te parece importante colaborar, ser ese puente con otros y otras poetas de nuestro medio?

-Siempre tuve la vocación de difundir. Todo lo que se haga por la poesía es poco.

Alejandro Schmidt, en una selfie que se tomó el autor en pleno confinamiento

-¿Sentís que hay cuestiones dichas desde la poesía “del interior” que de otro modo no circularían?

-Por supuesto todo el arte del interior y más el nuestro, que es del interior del interior, es desconocido y menospreciado por Buenos Aires y las respectivas capitales provinciales.

-Noto que estás atento a la escritura de poetas mujeres. ¿Esto es así? ¿Tenés una conexión en particular con la mirada poética cruzada desde el género?

-La poesía escrita por mujeres me parece la más importante de este siglo.

-Le dedicás el libro a la poeta Eda Nicola: ¿Quién es Eda para vos?

-Eda Nicola es una gran poeta, gran persona y es mi amiga. Muy buena lectora y tenemos muchas coincidencias en lo espiritual.

 

-¿Qué poetas admirás? Clásicos, contemporáneos… los imprescindibles para vos hoy

-Me gustan Molinari, Juan Ele, Madariaga, Bailey, Gelman, Fijman, Arlt, Piglia. Todo el romanticismo alemán, las literaturas colombianas, alemanas y norteamericanas en su totalidad. Leo mucha teología y filosofía clásica y contemporánea hasta Heidegger.

-Fuiste traducido a once idiomas. ¿Qué te ocurre cuando te leés en otro idioma?

-Leer mi poesía traducida no me produce nada.

-¿Qué extrañás de la vida antes de la pandemia?

-Viajar y ver amigos, sólo eso.

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Eda Nicola: «La mesa de escribir es mi vida profunda»

Eda Nicola, poeta

La poeta Eda Nicola nació en Coronel Moldes, en Córdoba, en 1969. Ella cuenta que la coincidencia de ser una niña asmática y que en su casa de la infancia hubiera muchos libros infantiles, por la profesión de su madre que era maestra jardinera, marcó su acercamiento temprano a los libros. «El tener que estar tranquila, y en lo posible quieta, para cuidar mi respiración vacilante, me hizo pasar mucho tiempo desde pequeña, entre libros y papeles. Antes de aprender a escribir dibujaba mucho. Había en casa muchos libros infantiles con buenas ilustraciones, eso, y vivir en las afueras del pueblo, casi en el campo, es decir en estrecho contacto con el mundo de la naturaleza, siento que fueron factores importantes para que creciera en mí un mundo interior volcado a imaginar, y a vivir como en ensueño».

Cuenta, también, Eda que de pequeña era muy tímida. Socializar era un problema para ella. «Me sentía más a gusto en mi casa y recuerdo que disfrutaba mucho mis momentos de soledad. Después, en la temprana adolescencia, 13 o 14 años, ya escribía mis primeros poemas y empecé a formarme en un taller literario de mi pueblo. Recuerdo con sincero amor ese tiempo. En el staff estable estaban Marita Echave, Marcela Giovanella, Kika Bovio, Yolanda Fernández, Gloria Pontel, y yo. Leí mucha poesía excelente desde muy joven gracias a estas mujeres que fueron muy importantes en mi formación, y me fueron abriendo el camino». Las mujeres, primero su madre, luego las talleristas, las primeras poetas que leyó fueron tramando su mundo literario.

-¿Cómo articulaste tu formación académica con tu camino ya iniciado en las letras?

-Estudié el profesorado de Lengua y Literatura en la Universidad Nacional de Río Cuarto. Eso amplió y fortaleció mi campo de lecturas, y sin duda repercutió en mi propia práctica de la escritura. No durante el tiempo en que cursé la carrera. Fueron los únicos años que no pude escribir casi nada mío. Asumí con demasiada intensidad el rol de lectora, supongo, y la mirada crítica hacia las obras. ¿Qué me dejó esa formación? Supongo que poder hacer conciencia de la forma literaria, de las capas y capas que hay en una obra literaria, de la complejidad del lenguaje. Pero, por suerte, cuando tomé distancia de ese abordaje, pude regresar a mi propio modo de escribir, que es más bien un tanteo en la oscuridad. Un dejarme llevar por la palabra, a ver qué sale en el camino, con qué me encuentro. Escribir es para mí, una entrada en el misterio. Cuando ya tengo lo que escribí, puedo mirar, digamos racionalmente, si lo que escribí tiene cierta coherencia interna, si hay redundancias, si hay que agregar, sacar, reformular, pero eso siempre sucede en un segundo momento. No al principio. No escribo desde la razón, mi mente es muy fuerte en general, pienso de más, a veces, y siento que, en mi práctica de la escritura, me limita.

-¿Sentís que tu voz está permeada al sitio desde el cual escribís, un pueblo agropecuario, fabril en el medio de la pampa húmeda?

-Yo te puedo decir lo que me conmueve y lo que no, tanto del sitio donde nací como del lugar donde ahora vivo, que es similar, y de la misma zona, ahora bien, qué aparece, y cómo, en mi escritura, siento que no lo puedo ver de modo más o menos objetivo. Eso lo podrán decir quizá con mayor precisión los lectores…

El mundo natural, en sus pequeños seres y en su inmensidad me habla, me dice, ese es el mundo que miro, al que estoy atenta, la madera, el fuego, el cielo abierto, el campo y el ritmo de las estaciones, lo eterno que percibo en la impermanencia de las criaturas. Un árbol, una piedra, una rama quebrada, seca, los pájaros. Los pájaros volando alto, dibujando el cielo, desde niña me fascinan. En las caminatas por el campo me detengo a ver pasar una bandada de patos o de loras, como cuando era una niña. Todos los animales del campo y su pureza, es una pureza que abruma la que veo en la mirada de las vacas o de los caballos. Me deja sin aire. Las lagunas en el campo, con sus juncos. El silencio del agua quieta en los atardeceres, toda esa maravilla. Ese concierto, esa armonía perfecta. Eso me conmueve profundamente del sitio donde crecí y del lugar donde vivo ahora, que es un pueblo también de la pampa húmeda. En cambio, el ruido de las máquinas, de los tractores, por ejemplo, cuando era una niña y se sembraba o se cosechaba la tierra, o de la fábrica, ahora, donde vivo, que es un pueblo industrial, me resulta totalmente indiferente. Me da igual que esté o no esté. No le dice nada a mi sensibilidad el mundo tecnológico. Está ahí, pero es como si yo no lo viera.

Dibujo de Malena Martinetto

Por supuesto que entiendo perfectamente la configuración social que rige en los pueblos pequeños, tanto en el que nací como en el que ahora vivo. Su sistema de jerarquías, de aceptaciones y rechazos, regulado básicamente por el poder adquisitivo de cada quién. Quiero decir que no soy ingenua, entiendo perfectamente el mundo en el que vivo. Y no me parece muy diferente de lo que sucede hoy en todos lados, es el mundo en que vivimos, así como es, materialista y consumista, donde la vida humana ata su valor a la circulación en el circuito económico (este argumento está trabajado en Círculo de fuego, otro de mis libros, también editado en Cartografías, con el símbolo de los demonios).

Nuestro mundo es así, pero para mí son solamente circunstancias externas a lo que me interesa, que podría explicarlo así, y sin duda no podré decirlo con exactitud, pero me refiero al enigma de la vida y de la muerte, del bien, de la verdad y la belleza, el enigma de ser, al escribir, algo así una conciencia testigo de lo que es. Y me viene a la mente ahora mismo, por esta reflexión, una cita preciosa, con la que Calvino cierra su libro “Las ciudades invisibles”, la voy a buscar para citarla exactamente, es así: “el infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio.”

-Sobre el libro que nos convoca, Mesa de escribir: por algunos comentarios en redes da la sensación de que era un libro esperado por vos y quienes te siguen, ¿por qué?

-Publico bastante en redes sociales, te diría que casi todos los días. Escribo mucho y tengo eso de compartir, de ofrecer libremente lo que escribo a los lectores, y recibo comentarios generosos, siento que lo que escribo de alguna manera resuena en quienes me leen. Con Mesa de escribir, que fue una serie de poemas que escribí relativamente en poco tiempo y de manera muy intensa, se produjo una linda química con los lectores. Seguían las locuras de esa mesa delirante, y yo las seguía con ellos. Preocupada, en mi caso, cuándo terminaría la furia. Cuando dejaría de hablarme y hablarme así. De día, de noche, a la madrugada, sin descanso. Hasta que, por fin, cerró la boca y el libro llegó a su fin. En realidad, no sé si la mesa se calló al fin, o yo dejé de escucharla, y la abandoné, agotada. Ahora lo cuento un poco en broma, pero realmente fue intenso para mí escribir este libro. Algo parecido me sucedió con Círculo de fuego.

-¿Qué es la mesa de escribir para vos? ¿Tal vez la mesa sea la poesía, las palabras esas que te salvan de la locura o de vaya a saber qué?

-La mesa de escribir es mi vida profunda. Y mi vida profunda es escribir, desde la infancia. La escritura es el sitio donde puedo darle un cauce a ese desborde de sensibilidad que me provoca el mundo. Poner en palabras es dar un orden arbitrario, imperfecto, parcial, sesgado, sin duda. Pero es un orden al fin. Y claro que me salva de cierto exceso de sensibilidad. No sé, si no pudiera escribir, sería difícil para mí, no me lo puedo imaginar. Tal vez bailaría, pintaría, cantaría, ubicaría esta sensibilidad dentro de los límites (y en la expansión, también) de una disciplina artística. Lo necesito para vivir con cierto delicado, y frágil, equilibrio.

Dibujo de Malena Martinetto

-Siento que este libro interpela a todo quien escribe: esas sensaciones de querer hachar la mesa, prenderle fuego, la angustia de la «mesa vacía», la posibilidad de rehacerla luego cuando el trabajo empieza a salir. ¿Allí están los fuegos de la escritura, de la inspiración, de las horas de trabajo, también?

-Todo eso que decís, salvo la mesa vacía, en este libro el problema era más bien el opuesto, estaba excesivamente repleta y todas las criaturas que la habitan me hablaban a la vez. Ahora las criaturas siguen ahí, pero más calmadas. Escribo todos los días, con un ritmo parejo, sin desborde psíquico, y físico, como me sucedió con este libro. Hubo días en que no sentía el cuerpo, ni hambre ni sueño. Estuve exhausta. Esto te lo digo por lo que decís del cuerpo, claro que es así, escribimos con el ser completo que somos. Y digo más, que no conocemos en profundidad. No somos una máquina previsible y programable los seres humanos. Escribo también, por mi caso lo digo, para conocerme, para saber quién soy, en última instancia. Se me va a ir la vida buscado ese saber y no lo encontraré, lo sé, pero no puedo resistirme a ponerme en viaje.

-¿Lo diste a leer a escritoras/es cercanas/os? ¿Qué devoluciones tuviste?

-Sí, por supuesto. Varios amigos escritores lo iban leyendo. Mi preocupación era que estuviera repitiéndome, poniéndome redundante con la mesa de escribir, y era tan intenso mi estado que temía no darme cuenta. La mirada de ellos me ayudó a centrarme, a tomar aire, y poder seguir. Son fundamentales los amigos escritores, son personas que te entienden porque están en un sitio similar al tuyo y con problemas parecidos, aunque cada escritor es un mundo propio, y cada uno es único. Gran parte de la atención que recibo en las redes tiene que ver con dos amigos que me leen y me han ayudado mucho en este último tiempo. Sobre todo, me han ayudado con la confianza en mí misma y en lo que puedo ofrecer en el campo de la poesía. No quiero dejar pasar esta oportunidad sin mencionarlos. Se trata de Lily Chávez y de Alejandro Schmidt.

Dibujo de Malena Martinetto

-¿Sentís que otras mujeres están frente a tu mesa de escribir, tal vez ocupando este lugar que su época les negó cuando escribir era cosa de hombres?

-No, no siento en lo particular que escribir sea para mí algo así como una reivindicación o un sitio ganado con esfuerzo, la verdad que no. Sigo con atención y respeto el colectivo de mujeres que están haciendo el trabajo de concientizar el duro peso del patriarcado en la vida cotidiana de muchas mujeres. Me parece un proceso necesario. Una búsqueda de equilibrio en el reparto de derechos y obligaciones, y noto claramente cómo mis hijas mujeres son ahora muchísimo más libres y dueñas de sí mismas que lo que era yo a su edad. Esto en lo que respecta a la vida social, vincular.

Pero en mi caso particular, y en el caso específico de la escritura, quizá porque las mujeres que me criaron, madre, abuelas, tías, eran mujeres fuertes, que supieron ganar, tanto en la familia como en la vida social, respeto para sus propias vidas, no lo siento así. No siento que yo esté haciendo nada que mi mamá, por ejemplo, si lo hubiera querido, no hubiera podido hacer. Además, hay otra situación particular que se dio en mi caso.

De los libros de mi infancia recuerdo la colección de los libros preciosos de unos señores que se llamaban los hermanos Grimm, Perrault o Andersen, ilustrados por una mujer que se llamaba María Pascual. Debo decir que cuando yo crecí con esos libros, tan importante, o más, que los señores que los habían escrito, era la persona que los dibujaba. Esas ilustraciones son sublimes, eran verdaderos libros-álbum, como se les dice ahora (voy a agregar algunas fotos de los restos de esos libros de mi lejana infancia, algo pudo salvarse de las travesías que hubo en la familia desde ese tiempo hasta hoy) Y también, crecí con toda la obra para niños de María Elena Walsh, mi madre era una apasionada de la literatura para niños, era magnífica contando sus cuentos a sus alumnos, muchos la recuerdan aún hoy y, por supuesto, tenía una biblioteca muy bien nutrida que era mi delicia. Recuerdo también a Laura Devetach y su torre de cubos (y la desobediencia de tener ese libro que estaba “prohibido”, yo no entendía muy bien que sucedía, era una niña en el 76, cuando aprendí a leer, pero mi mamá, a mis ojos, era una persona valiente y osada, un modelo para mí, por ese tipo de detalles) Y otra mujer me viene a la memoria, María Hortensia Lacau, y su burro Ramón, “ay mi burro Ramón, cuatro manchitas blancas y una marrón…”, yo amo al burro Ramón, al burrito Platero no llegué a conocerlo en el momento adecuado, en fin, qué quiero decir con todo esto. Que cuando yo crecía e iba entrando en el mundo de la literatura, lo hice principalmente de la mano de mujeres.

Marita Echave, gran amiga de mi madre, vecina de la casa de mis abuelos, fue la primera persona de mi círculo de conocidos que tenía un libro escrito por ella. Eso para mí fue deslumbrante, un libro precioso de Marita, “Vuelo en cruz”. Mi taller literario, todas mujeres…Yo a esa edad pensaba que la literatura era cosa de mujeres, como tejer o bordar o cocinar. Los hombres, en cambio, trabajaban en el campo de sol a sol, o iban a cazar o a pescar, al bar a jugar al truco, y no les importaba para nada la literatura.

-Respecto de tu estilo, tanto en este libro como en Círculo de fuego, por ejemplo, la poesía y la prosa se tocan, se fusionan. ¿Trabajás con la libertad de que un poema se pueda convertir en prosa poética y viceversa?

-Como te decía antes, el pensamiento acerca de lo escrito por mí llega en un segundo momento. No me preocupa para nada antes. Escribo como viene, a veces breve, lacónico, a veces tan extenso, como un río que no cesa y fluye y fluye, y lo dejo correr. A propósito de la extensión de los poemas, si breves, si extensos, una vez conversando en un encuentro con otro escritor, él me dijo algo así, que cada poema tiene la extensión que necesita para ser él mismo. Quisiera tomar esa reflexión como apropiada también para esta cuestión de los géneros, y responder así, que el poema toma del vasto campo del lenguaje lo que necesita para sí mismo. Porque en última instancia, lo que determina que sea un poema es que pueda tocar la sensibilidad del lector, que haya esa chispa, esa energía, no si responde a la estructura de un soneto o si es un verso libre.

-¿Cómo fue el trabajo con tu hija, que ilustra la tapa? ¿Ya tienen un modo de trabajo conjunto, un diálogo sobre ambas obras, considerando que no es la primera vez que ilustra un libro tuyo?

-El primer libro que me dibujó Malena, tapa e interiores, fue “Bajo la luz de una pequeña lámpara”, que salió en 2015 con Llantodemudo, una editorial de Córdoba. Fue así, cuando estábamos en el proceso y el editor me envió algunas posibilidades para la tapa, ella me dijo que, si yo quería, me dibujaba ella la tapa del libro. Por supuesto le dije que sí y así comenzamos. En ese entonces, iba a la escuela secundaria, hizo una orientación en Artes Visuales, y dibujaba mucho, y lindo para mí, le gusta hacerlo. Y con los años, podría decir que creo que el dibujo ahora es para ella lo que para mí es la escritura. Un sitio donde expresa su sensibilidad. Ella me lee siempre, no sólo a mí, lee mucho y de todo. Las veces que dibujó mis libros, los lee completos y después los dibuja, interpretándolos, como ella los ve.

-Esta pandemia, ¿cómo te impactó en tu ser y tu escritura?

-En mi vida no mucho en realidad, puedo mantenerme serena, no soy una persona temerosa, ni frente a esta situación ni frente a otras, tal vez las pérdidas, de mi madre y mi hermano menor, por enfermedad, me han hecho fuerte, con mayor aceptación de la muerte, no sé, pero no estuve ni estoy asustada. Y soy más bien solitaria, así que no ha afectado mi cotidianeidad. Sí extraño ver a mi familia, que viven todos fuera del pueblo en el que vivo, y no podemos reunirnos. Con la escritura ningún cambio, sigo escribiendo como siempre. Y con respecto a la circulación de los libros, sí, a los anteriores los pude presentar y siempre fueron momentos muy bellos, ese compartir, poder hablar de cada libro con personas a las que les interesa. Eso siempre es bello y por el momento no lo podemos tener. Así que habrá que hacerlos circular más en redes, hasta que se arregle esta situación de la pandemia (porque terminará en algún momento) y volveremos a encontrarnos en persona.

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Soledad Vargas: “Creo que las mejores pérdidas son las que valieron la pena”

 

Podría decirse que en Las mejores pérdidas, el último libro de la poeta Soledad Vargas, ella compila fragmentos de pérdidas a lo largo de su vida. En esta conversación, que es un minucioso recorrido desde sus primeros descubrimientos de la literatura hasta hoy, sintetiza: “En este libro, la posición puede ser esa: cómo se vive o qué se hace con lo que perdemos, aunque también creo que es una ilusión creer que se tiene algo”.

Soledad nació en  Salta en 1982. Hoy vive y  trabaja en Córdoba, como  médica psiquiatra y  psicoanalista.  Publicó su primer libro de  poemas  Nosotros nos  fuimos antes, en el año  2017, por Buena Vista  Editora.  Formó parte de la  antología  Órbita,  veintiuna poetas  cordobesas, Postales Japonesas Editora, 2019.  Colabora con  Divanes  Nómades, revista de la  Ecole Lacanienne de  Psychanalyse.

Soledad Vargas
Soledad Vargas, poeta

-¿Cómo llega la poesía a tu vida, la lectura, luego la escritura?

-Voy a ir de atrás para adelante, me sale recordar, y seguramente son recuerdos que se terminan de armar hoy. Incluso me atrevo a decir que esta respuesta sería diferente de acuerdo a la resonancia de cada día. En esta mañana pos día de la independencia, pienso que fue cierta sensibilidad que no me dejó escapar de un interés en las palabras, en cómo se ordenaban y cómo impactaban. Poesía creo que es toda esa experiencia que viene a mover el mundo como lo conocías, y mirás a los otros para ver si también sintieron el sismo y crees que nadie lo sintió. La poesía como una alucinación, íntima, y casi inexplicable.

Recuerdo en mi niñez, llegó a mí el diario de Anna Frank y algo de ese mundo que escribía en pleno Holocausto me hacía sentir la experiencia literaria, el mundo que escribimos en medio de guerras o de pandemias. También me acuerdo de una serie televisiva, yanqui, doblada, en la televisión salteña de aire, llamada “Vicky La pequeña maravilla” o Small Wonder, que trataba de una niña robot que era “adoptada” por una familia en pos de un proyecto empresarial. Era irónica, filosa, era una suerte de pequeño espejo para esa familia. Pero a la vez ella iba adquiriendo cierta humanidad.

Yo debo haber tenido su edad cuando me encontré con ese robot, y no sabía que esa inversión de lo bien dicho me estaba afectando. “A una robot no le duele nada”, dice el padre de familia. Creo que así llegan algunas cosas importantes a la vida, esas que decantan, que las sentís a priori y las explicás a posteriori.

Traducir latín y griego de pequeña y sentir alegría en eso, preguntarme cómo pensaban o hablaban en el ágora si escribían en ese orden sintáctico, comenzar a incomodarme porque en el colegio una profesora tenía que darnos algunos autores casi en secreto porque no eran permitidos. Como Kafka o Kundera. Creo que eso tiró del hilo interminable de la lectura. Tanto, que no salgo sin un libro a la calle, parece un cliché, pero realmente me agarro del libro con el que salgo.

«Una noche presentí que me iban a robar, y pensé: ojalá que no sea la cartera, porque tenía una edición hermosa de César Vallejo. Por suerte, esa noche me robaron sólo el celular».

Una noche presentí que me iban a robar, y pensé: ojalá que no sea la cartera, porque tenía una edición hermosa de César Vallejo. Por suerte, esa noche me robaron sólo el celular. Sigo reflexionando y podría decir que la poesía, además, llegó con alguna forma de la locura, con el enamoramiento de la locura, con el apego a lo literal de la literalidad para hacer un esfuerzo sobre eso, con el encuentro con poetas en carne y en papel.

Ahora me pregunto, por ejemplo, sobre el encuentro con el verso. Me pasó con éste: No te salves no congeles el júbilo…no te quedes conmigo. No volví a leer a Benedetti, pero quizá con él conocí el verso, eso que va abajo, finales supuestamente efectivos. Lo imperativo de ese poema que te habla, que te incluye, que te pide algo.

Después pienso sobre cómo ingresó la idea de que yo misma pudiera llegar a ese ejercicio de escritura. Tuve intentos fallidos de muy pequeña, hay un juicio difícil de suavizar. Como decía Deleuze, el problema no es la hoja en blanco, el problema es la hoja llena de cosas escritas por otros. No sé si decía que era un problema y creo que hablaba de la pintura, pero estos son mis recuerdos. Tuve muchas etapas. Me parece que la fundamental es cuando sentí que había algo que se escribía en mí, más allá del papel.

Soledad Vargas

Cuando paso por la experiencia del papel-computadora es otro momento y es maravilloso porque el mundo se acomoda un instante para intentar decir algo que quiero que exista, que tenga más forma que una rumiación insostenible por el cuerpo. Supongo que busco la traducción de no sé qué. Es una actividad totalmente inútil en la lógica del pancapitalismo, pero es absolutamente necesaria para vivir algo vivible, para mí en todo caso.

Sigo con los recuerdos más actuales, creo que hubo un quiebre, para tomarme todo esto en serio, o con la seriedad que te hace vivir un poema cuando lo terminás de leer y tenés que cerrar el libro y parece que vivís fuera del tiempo y estás más de acuerdo con el mundo; esto sucedió cuando conocí a un poeta de verdad, no sé si eso es tan frecuente.

Este poeta me pedía ávido que le lea lo que comenzaba a escribir, ya con más soltura, menos miedo, menos melodrama; este poeta me dijo que el poema empieza cuando termina, que había que ponerse a trabajar, que le encantaban esos versos de Vallejo que dicen: “Mi madre me ajusta el cuello del abrigo, no porque empieza a nevar, sino para que empiece a nevar.”

 

“Mi madre me ajusta el cuello del abrigo, no porque empieza a nevar, sino para que empiece a nevar» (César Vallejo)

 

Un poema nos hacía nevar. Un poeta que también decía que el primer verso era fundamental para querer seguir leyéndolo, pero el último verso también. “¡Ahí tenés un final!”, gritaba emocionado. A veces repito estos, sus versos, como un mantra: “Algún día será tanto el amor que traigas, que no habrá espacio sino para él.” Es como una promesa, que, además, en el poema lo puso entre paréntesis. Una promesa entre paréntesis. Podría ser un título de algo esa frase ¿no?

Lo que quiero decir es que el poema te puede prometer que va nevar, o te va hacer conocer la nieve, o el mar. ¿Qué más se puede pedir?

-¿Cómo fue el proceso de creación, de escritura de Las mejores pérdidas?

-No sé cómo explicar un proceso más que pensando en los fragmentos, creo que las mejores pérdidas son las que valieron la pena. Son fragmentos de “pérdidas” a lo largo de años, pero que no tienen una lógica temporal. Entonces, considero que la poesía permite salir de ese tiempo cronológico y hacer algo con eso que supuestamente ocurrió durante años. Quizá eso hace que sienta que el proceso de creación fue de la mano de lo que fui viviendo.

En este libro la posición puede ser esa. Cómo se vive o qué se hace con lo que perdemos, aunque también creo que es una ilusión creer que se tiene algo. Escribo pensando en poemas, no en libros, eso puede ser una pequeña dificultad a la hora de reunir poemas, que intuyo pueden tener que verse entre ellos.

 

Pérdida: “Que no tiene destino determinado”. Y, desglosando las raíces, además, tiene el verbo “dare”, el verbo dar.

 

Me pasó en algún momento vital considerar que me había arrancado de muchos lugares y hablar con un amigo de oído para la poesía, y expresarle esto como una cantidad de pérdidas con las que podía hacer un museo. Entonces él me dijo, consolándome y creo que mudando algo: Sole, somos las mejores pérdidas. Le robé el título, él lo sabe, amé esa frase, pero cuando la escuché fue como el hilo de reunión de estos poemas, y quizás ahí empezó a gestarse el libro, como para atrás.

Me gusta cuando buscando el origen etimológico o la historia de algunas palabras, las palabras se mueven o te dan posibilidades. Pensar la pérdida como una privación o carencia, como lo define la RAE, no da mucha esperanza; pero en otro lugar encontré el origen: “que no tiene destino determinado”. Y, desglosando las raíces, además, tiene el verbo “dare”, el verbo dar.

Ahora me vuelve una película sobre Elizabeth Bishop, que se llama “Luna en Brasil” o también la tradujeron como “Flores raras”, en donde ella comienza leyéndole a un amigo un poema, que luego sería El arte de perder. En ese momento este amigo le dice algo así como que el poema es corto o le falta todo un cuerpo. Ella, un poco se molesta, o no entiende. Al final ella “completa” ese poema, que no es nada menos que sobre el arte de perder. Entiendo que pudo escribir sobre ese arte sólo habiendo vivido, sobre todo habiéndose movido. No deja de ser un arte sobre el encuentro. Quizá perdemos lo que nos encontró. Y después escribimos sobre ello.

-¿Qué relación tramás entre poesía, amor/desamor y dolor, que se tocan, se confunden en estos poemas?

-Se confunden, y seguirán confundidas. Creo que la relación es una pregunta. Fuente de seguir deseando. Una “excusa” digo en algún poema. Yo creo que los poemas van a ese lugar adonde está todo permitido. La poesía goza de impunidad, por lo menos yo como lectora la experimento así. “¿Vivir es responder?”, se pregunta Susana Villalba en un poema. Seguramente la pregunta ya está planteando una posición. Podría decir también que la poesía es la excusa para salir de la anécdota y entrar en el instante. Perdernos ahí puede amortiguar el dolor y darle consistencia a los días. Comprender algo escribiéndolo para no comprenderlo y que, sin embargo, el agua no se estanque.

Soledad Vargas

Ahora me pregunto si se puede escribir poesía sin haber sentido que amaba, si eso será posible; amando lo que se ame, un pájaro, un lugar, un recuerdo, en fin, una representación que te vuelva y te regocije y con la que puedas algo más que enajenarte.

-Se descubre una mirada de género de los poemas: ¿está esa intención de denuncia en tu poesía?

-Dudo de la poesía con intención, como que ya intervendría algo de la voluntad, y considero que la experiencia poética es sin destino, sin pasar por la cabeza. Creo que después hay una operación de lectura, y allí lo que yo opine sobre lo que escribo no tiene lugar.

Entiendo que en estos poemas hay una búsqueda, y que esa búsqueda definitivamente la hace un yo poético femenino, que ensaya decir algo de los golpes, incluso cuando el golpe fundamental creo que es un golpe a cómo te contaron la historia. Y la poesía en su función más bella violenta eso instituido.

Hay mucho de político en un gesto poético, si eso político transforma algo y se puede leer como denuncia llegará por añadidura, y no por eso con menos fuerza.

-¿Cómo sentís que juega tu experiencia como psiquiatra y psicoanalista a la hora de escribir? 

-Como decís, mi experiencia juega. Pensando en todas las voces que yo encuentro en estos poemas, reunidas en una sola, que, si tuve buen oído, es la que finalmente recorre todo el libro (o gran parte). Siento que ahí está el juego, en escucharlas, en dejarme tocar por los espacios heterogéneos que transito y dejarlas salir cuando pulsan hacia la escritura… espacios, también, donde considero que muchas veces soy testigo de operaciones sobre la lengua. Además, hoy prefiero dialogar más con la idea de que somos un montón de experiencias bombardeándonos e intentando reunirnos en un ego que no existe. La escritura da la posibilidad de fijar lo errante y desatar lo fijo, decía Marosa di Giorgio.

Por supuesto que también escribo en historias clínicas…pero ese es otro asunto.

-Sobre la estética del libro: ¿cómo la trabajaste?

-Como una composición. El libro como un objeto, con el que también una se encuentra me sigue interesando. Leo mucha poesía y creo que, desde el título o el diseño de una tapa, se sigue componiendo algo con lo que hay en el interior, o descomponiendo. Pero en lo más concreto, diría que tuve la posibilidad y la alegría de que la idea me llegue y no al revés. No fue mía. Sólo la acompañé. Me parece una foto bella, frágil y delicada, como una pérdida. Fue compuesta especialmente en diálogo con lo escrito. Creo que es un poema más del libro, que no entiendo, y para qué explicarlo.

 

-En algún poema hablás de la epidemia de la lucidez, de la cuestión de la tecnología como ese estar falsamente en vida y en línea. Parecen temas exacerbados con esta pandemia de coronavirus…

-Todo este libro se escribió antes del famoso coronavirus. Pero casi todo él, fue víctima de los efectos de lo que sigue siendo una pandemia. En algún chiste en las redes dije que era un libro atrapado por la pandemia, que hablaba sobre el amor, la otra pandemia. Escribo en esta época, seguramente algo se venía sintiendo.

Y en este tiempo leyéndolo desde la pandemia, he recibido comentarios de distintas índoles. Digo, como se leen Las mejores pérdidas en tiempos tan totalitarios, tan que todo falta, o todo sobra. Todo tan afuera, todo tan adentro. De hecho, durante estos últimos meses tuvimos grandes pérdidas, m

uchas de ellas forman parte de las mejores, así que sí, lo he leído y pensado desde este momento histórico tan potente.

Ya lo han dicho muchos pensadores, pero pienso en el virus como una lupa que nos ha hecho mirar más de cerca. O al revés, con una distancia que nos permite ver. Encuentro algunos poemas un poco teñidos de una experiencia crítica. Como citás, él “falsamente en línea y en vida”, parece un juicio, pero es más decir sobre una experiencia. Y ahora estamos no sé si tristes, pero haciendo malabares para inventar ese en línea y en vida.

-¿Cómo sentís que conversan estos poemas con tus anteriores?

-¡Se dan ánimo! Conversan desde una imposibilidad más amable. Y se dicen que, a veces, escribir es lo posible.

Por otro lado, pienso en que no sé qué cosa define la anterioridad, quizá la reunión en un libro. Pero leo a los “anteriores”, como pasos y a estos como una caminata con más ritmo.