Caminar por la vida y otros poemas

El breve adiós del poeta-obrero

1. ¿Por qué escribís poemas?, el último libro de Pedro Centeno, publicado por ediciones la yunta en 2017, incluye “Me voy de viaje”. La muerte del autor –que ocurrió en mayo de 2019- convirtió a los enunciados que articulan el poema, una retahíla de versos ordenados conforme la secuencia acumulativa de la enumeración, en un acto testamentario. Ahora -que Pedro ha dejado de escribir- sus condiciones de recepción se han modificado drásticamente. No sólo los tres versos que rematan el poema constituyen una suerte de epitafio (“Amo la lluvia/ la desearía siempre/ sobre mi cara”); el libro entero puede leerse como una despedida. Aquella confesión, modulada por un verbo en condicional, expresa un deseo y establece una posibilidad que sostiene, de un modo tácito y constante, la escritura de Pedro: el anhelo de desplazarse, de huir y afrontar la intemperie como una experiencia definitiva y única de libertad.

2. Se ha tratado de determinar la figura de Pedro con el rótulo de poeta-obrero. Esa etiqueta, como cualquier otra que pretende aprehender en términos conceptuales una particularidad irreductible, resulta esquemática o al menos imprecisa. En este caso, cuando Pedro, el poeta-obrero, no trabajaba, cuando transitoriamente abandonaba sus ocupaciones de asalariado informal y mal pago, ésas que le consumían (casi) toda su jornada, elegía la escritura poética como una modalidad del ocio singularmente productiva. En los escasos ratos libres, durante el descanso nocturno (un contexto de enunciación que varios de los poemas de sus cuatro libros registran en sus versos), el poeta-obrero operaba sobre las palabras no para propalar una doctrina libertaria ni para reproducir los mecanismos ideológicos que lo oprimían incluyéndolo en el seno de la clase dominada sino, más bien, para entregarse a la ampliación de una subjetividad altamente sensible. Esa subjetividad -que nace de explorar los tonos, los ritmos y las imágenes latentes en la lengua- conforma una percepción y una mirada que se repliegan hacia lo introspectivo a la vez que indagan la cercana presencia del mundo cotidiano. Se trata de un lirismo austero y sigiloso que proyecta un mundo pequeño, íntimo y cálido. Pero en ese microcosmos, recoleto e intimista, reverberan también las injusticias externas, las que se producen a diario en la realidad social, a causa de un sistema económico y una época crueles e impiadosos. De esas vergüenzas y opresiones que impiden la conformación de una comunidad igualitaria, se hace cargo la voz reticente y reservada del poeta-obrero; las registra y las denuncia, sin énfasis, dulcemente, reclamando comprensión y solidaridad.

3 Los afectos, en el sentido más básicamente humano del término, son el asunto que predomina en la poesía de Pedro Centeno. En especial, el amor. En buena parte de sus poemas, el amor se presenta mediante una sinécdoque simple y cierta. Es la figura de una mujer inalcanzable que personifica, a su vez, el anhelo de una compañera, de una compañía imposible y necesaria, para compartir, sobre todo, las menudencias y alegrías de la vida diaria. El amor ausente da cuenta de un ansia de comunión, la misma que los poemas evocan como si se tratara menos de una pérdida que de una demora aplazada infinitamente. Por eso, al hablarnos de una falta y de una espera interminable nos hablan, asimismo, todo el tiempo, de la soledad que, además de un tema recurrente, constituye el escenario propicio para que la escritura se active y despliegue. En ese escenario nocturno, solitario y previo a la extenuación, las palabras se agrupan y encienden. Así, el poema mismo se vuelve una suerte de topos imaginario donde el amor y la soledad se aúnan para alumbrar un horizonte momentáneo de armonía en el lenguaje.

4 En la historia de las artes plásticas, suele emplearse el término “primitivo” para hablar de un pintor que carece de formación académica e instrucción técnica. En su obra, la experiencia de vida y una visión auténtica (y por eso mismo original) del mundo suplen aquellas carencias y las superan. Con pocos elementos verbales, con una retórica acotada, Pedro Centeno hacía una enormidad. Brevísimos y escuetos (por lo general, una sola palabra compone un verso) sus poemas están hechos con lo callado, con lo apenas sugerido, lo que los vuelve, en más de una ocasión, curiosamente herméticos. Ese hermetismo se acentúa por los versos sincopados, la adjetivación inaudita, las preguntas consecutivas y las expresiones en inglés. Basta con mirar (antes de leer) una página impresa de sus libros para reconocer un estilo. Parafraseándolo, escribía poemas porque vivía en estado de poesía, que es un modo de existencia a la vez que un juego de lenguaje: una práctica vital y discursiva que interroga el sentido del mundo y favorece la transformación espiritual de uno mismo. La poesía de Pedro es simple, o sea: entrañablemente franca y conmovedora. Como quería Rilke, brotaba de la sinceridad y, por eso mismo, es buena (ética y estéticamente).

5 Pedro Centeno publicó cuatro libros: Saide (2005), Paciente caligrafía (2008), En mi aurícula izquierda (2013) y ¿Por qué escribís poemas? (2017). El presente volumen agrupa el primero de aquellos junto a una serie de poemas inéditos. Mientras que Saide contiene 26 poemas dispuestos en dos partes, los inéditos conforman una serie única de 21. Este libro concentra la totalidad de ambos bajo el título caminar por la vida, una contracción del título del poema que encabeza el conjunto de inéditos. Pedro nació en Orán, provincia de Salta, en 13 de mayo de 1964 y murió en Río Cuarto, donde escribió toda su poesía, a pocos días de cumplir 55 años.

J. Di Marco

La ciudad ficcional

El universo de gente que escribe literatura, incluso en una ciudad relativamente pequeña y que aún conserva escala humana como Río Cuarto, es seguramente más vasto del que podemos imaginar.

Cuando PUNTAL decidió incluir en su edición dominical una sección dedicada a publicar los cuentos de esos escritores, muchas veces ocultos, entreveía ese fenómeno y estaba decidido a potenciarlo, a hacerlo visible.

El resultado es evidente: la fuerza expresiva de ese universo, que cuela fragmentos de vivificación del espíritu en medio de la urgencia periodística que “escribe para el olvido”, ha terminado por revelarse en toda su dimensión.

Con el elocuente gesto de publicar, PUNTAL ha conseguido además la participación de vigorosos lectores que, en un noble ejercicio, cada domingo, buscan “La ciudad ficcional”, a doble página, en el corazón del diario.

Ese encuentro entre el múltiple escritor y el múltiple lector transforma en acto una idea y narra y, al hacerlo, reinventa, reconstruye , torna materia perfectible pero plausible el espacio común en el que vivimos.

Expresando vecindad entre lo diverso y asumiendo la imposibilidad de contener todo lo publicado en el diario, este libro redoble ese efecto y dota de niveles de consciencia de una experiencia común.

Si es verdad que “cuando leemos un libro antiguo es como  si leyéramos todo el tiempo que ha transcurrido desde el día en que fue escrito y nosotros”, leer este que tiene en sus manos servirá, con el tiempo, para saber cómo se narraba a sí misma la Río Cuarto de principios del Siglo XXI.

Ricardo Sánchez

Mesa de escribir

¿Y yo?

¿Cómo sé realmente que estoy viva?

¿Sólo porque respiro vivo?

No podría asegurarlo.

Me siento vivir solamente cuando

escribo, sobre mi mesa muerta.

A lo mejor ella hace lo mismo que yo.

A lo mejor es ella la que vive y yo la

que estoy muerta.

Pero no me lo dice.

 

Eda Nicola, Coronel Moldes, Córdoba, 1969. Publicó los siguientes poemarios: De los pequeñísimos filamentos nerviosos de mi carne (Narvaja Editor, 2003, Premio provincial para autores inéditos), Hilos de luz entre turbias cosas (Jorge Sarmiento Editor-Universitas, 2010), Bajo la luz de una pequeña lámpara (Ediciones Llantodemudo, 2015), Detrás del aire (Huesos de jibia, 2016), Círculo de fuego (Cartografías Ediciones, 2018), y la novela Los guardianes del equilibrio (Ediciones la yunta, 2018)

Las mejores pérdidas

Se ha dicho mucho sobre el amor, y es lo peor. En nombre de esos dichos se han  fabricado fervorosos desastres.  Va de nuevo:  se ha dicho mucho sobre el amor y  “creemos”, digo junto a Soledad, “creemos/  que eso es posible”. Se ha dicho, de parecido  modo, algo sobre la poesía y “creemos/ que  eso es posible”.  Y si, ¿acordamos que no hay  nada para acordar más que acordar que no hay nada para acordar? Salvando la  tautología ¿Y si empezamos por ahí? ¿Y si  jugamos a que empezaríamos en lugar de continuar? ¿Y si jugásemos a que  perderíamos las formas incluso en que algo  se asume como comienzo? ¿Y si el amor es  un desdecidor? ¿Un efecto del desmontaje?  ¿Y si la poesía es una desdecidora también?  ¿No será ahí donde en un imprevisto punto  más probablemente dislocado se tocan y se  confunden, poesía y amor? ¿No será esa una  práctica fundada no en lo que comienza sino  en lo que va perdiéndose?  Va de nuevo ¿Y si  la pérdida es condición para que algo del  amor venga a suceder? ¿Sucede, el amor,  pudiendo volver a su no suceder? ¿El amor es necesario? No. ¿Es posible? No. ¿Es  imposible?  Tampoco. ¿Y si la pérdida de todas nuestras expectativas deviene reinvención de lo que vamos a decir? ¿Y si la  poesía es un ejercicio de desdecir que funda,  imprevistamente, un tiempo en que todavía  “resta aire de grito”? ¿Y si decir era solo “aire  de grito”? ¿Y si el poema, ama eso? ¿Y si es el  poema el que ama? ¿Y si era solo el poema el  único que amó? ¿Y si somos, nosotros, su  accidente? Cómo no hacer pasar la pregunta que el poema todo el tiempo está  haciéndonos.  Voy a decirle a Sole que su  libro “es una epidemia de lucidez

Gabriel Pantoja

In medias res

In medias res, de Leandro Surce, se presenta como un libro de poemas en torno a la pintura de Francis Bacon. La célebre fórmula horaciana ut pictura poesis, que declara que la poesía es un lenguaje análogo al de pintura, recibe sin embargo en estos versos una particular torsión. Aquí, más que una como la otra, se sugiere que ni la pintura ni la poesía son capaces de representar plenamente lo que hay: la carne (res), lo pulsional, el grito visceral y monstruoso que se expresa desde una intimidad animal, o más bien desde un ámbito en que lo animal y lo humano se funden para infundir el terror. Ese grito, leitmotiv del libro, pertenece a la naturaleza, no al arte. Es propiamente el cuerpo de una voz inmaterial solo en apariencia. Y allí, en los márgenes de lo artístico y de lo técnico, se erige como el único lenguaje necesario, de acuerdo con la cita de Rousseau que se trae a colación en el comienzo del libro. Estos poemas indican entonces un desfasaje, una inadecuación: “sos el que no es”, se  afirma. Soy el que soy cae entonces, y con ello la posibilidad de un universo que nos devuelva la mirada, que nos confirme en aquello que creemos ser. “De Munch a Bacon (…) De vez en vez/ las bocas se abren/ para tragar o/ para dejar/ escapar/ no tan lejos/ el grito”.

Por Florencia Abadi

El nacimiento de lo extraño

Nace lo extraño aquí, en esta escritura, con la sutileza de una voz única. Sus hilos tensan las filiaciones y afinan la trama de un abismo tan ajeno, tan propio. La voz no parece quebrarse ante el recuerdo doliente de la ausencia, en la noche, de la madre que nadie sabe cómo ha huido de su cuerpo en su cuerpo, poniéndolo a andar inusitadamente (…)

Por Gabriela Milone

Manual para naufragios

Existe una pregunta frecuente entre lectores: ¿qué libros te llevarías a una isla desierta? La misma supone la inminencia de un naufragio que puede sobrevenir en cualquier momento; y exige, también, que el libro esté escrito con una tinta que resista al agua. En Manual para naufragios, ese libro se escribe -y se inscribe- en una práctica filosófica que, en plena marejada, descubre que el norte magnético de la brújula señala hacia uno mismo. Devenir sujeto es hacerse marino de sí, prescindir de toda ilusión de llegada a una isla de la gracia y resistir al (en)canto de los monstruos abisales.

Entre Spinoza y Lacan, con Nietzsche y Foucault, los ensayos de este libro devuelven a la filosofía aquella vieja tarea que consiste en trabajar sobre la propia vida, en relación con lxs otrxs y el mundo. Eso, sin renunciar a la actividad conceptual y, sobre todo, incorporando el saber psicoanalítico en su proximidad arisca pero necesaria.

Escrito en la turbulencia, riguroso y profundo, pero de escritura amable para cualquier lector, Manual para naufragios es una invitación a salir del ahogo, guardada adentro de una botella que flota en la inmensidad para quien quiera abrirla.

Joaquín Vazquez

Algo que vuele

A lo largo de estos doce cuentos la autora toma elementos de lo cotidiano –el trabajo, los amigos, la pareja, los viajes- y los convierte en literatura. Hay una intención clara del detalle por cosas en apariencia irrelevantes y, también,. Un uso impecable de lo no dicho; elementos que emergen en cada texto con una fuerza conmovedora. Son historias sin héroes ni heroínas, no hay muertos ni violencia desatada: personas comunes, con sus dramas pequeños o grandes, se alzan entre sutilezas y climas de normalidad, hablándonos sobre el amor, el deseo y la esperanza.

Rubén Padula

Algo

Mujermente escribe, así como -y mientras- se juega, lee, denuncia, lucha, se enraíza con furia armoniosa en madretierra para tejer vínculos con otres y desplegar con sed de manada todas sus banderas. Desafiando estereotipias morfosintácticas, de género, de cortesía y otras domesticadoras de lo que se supone correcto decir, con su escritura lenguajea a calzón-mordaza quitado y da a luz a Algo, este libro que se instala frente a los ojos de quien lee con la contundencia de un objeto nuevo capaz de poner en movimiento mundo y vida, como si nada. Así, sin que se le caiga ni una letra de su nombre, elenaberruti nos brinda treinta y nueves poemas organizados en cinco partes que, me siento en la obligación de advertir, pese a su atractiva amabilidad, no se dejan recorrer sin asumir la lectura como aventura riesgosa y transformadora.

Marita Novo

El besugo, una agonía

La historia se entreabre como los telones de una obra de teatro y nos permite descubrir, capítulo a capítulo, el conflicto interior de Otamendi, el detective que poco a poco entremezcla la búsqueda de un extraño y la esperanza de reencontrar a los seres queridos, de alcanzarlos.

¿Qué es lo más importante para la humanidad? Tal vez sea sobrevivir. Si para ello hay que camuflarse, mixturarse con el paisaje hasta convertirse en un ser totalmente extraño y diverso, el ser humano lo hace. Eso sí, deja un rastro que seguir, un hilo que lo conduzca a su centro nuevamente, para evitar la pérdida de la identidad.

Otamendi está de vuelta de muchas cosas pero al mismo tiempo mantiene una ingenuidad que nos pasma.  No quiere dejar de ser el que fue pero sabe que el pasado es inalcanzable.

El inconsciente trabaja a un ritmo lento al principio, pero cuando el relato se acelera, lo que estaba oculto  irrumpe con efecto devastador.

El besugo, una agonía es una novela sólida y breve. Opera prima de un autor cordobés que incursiona en el género negro con un adecuado manejo de la tensión textual para contar con honestidad descarnada la profundidad psicológica de los personajes, y dejarnos con ganas de leer más.

Laura Lumumba