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¿Lo leíste? Carmen, de Silvia Barei: una mirada de la poeta Paz Herón Ruiz

Carmen, de Silvia Barei (Editorial Cartografías, colección Archipiélago)

Este libro me llama la atención por su rareza. O rareza es el estado que quedó en mí tras su lectura. ¿Quién escribe este o estos poemarios? ¿Quién es el yo poético? ¿Y las Cármenes?

El prefacio explica que el libro contiene dos poemarios cuyas autoras se llaman Carmen. Barei recibe ambos textos y ella sólo selecciona, ordena, titula (algunos pocos) , agrega epígrafes y coda. ¿Le creo?

Finaliza el prefacio diciendo “Sólo soy aquella compiladora que ha recibido el regalo o el legado de escritura ajenas. Si en el futuro leen poemas míos semejantes a estos, sepan de dónde provienen”. Entonces no le creo.

Por un lado, creo que este es un poemario apócrifo, quizás me equivoque, pero acaso ¿esto no nos está permitido a lxs lectores?. Por otro lado también me pregunto qué tan “ajena” puede ser la escritura de este libro.

Carmen, de Silvia Barei.

Como sea, son varias las voces aquí presentes, las de Silvia Barei; la de la pintora Carmen P.  del primer poemario del libro titulado por Barei “Escribir/pintar”; las de lxs autorxs leídos por Carmen P. como Clarice Lispector, Tununa Mercado, etc., hasta la de una bruja, que también lee.

…Irrumpe la voz como si ella fuese 

interlocutora a la medida de esta pluma 

que la lleva en red

a otras novelas otras vidas

otros poemas.

En el otro poemario, más voces, titulado “El vado de los tiempos”, es de Carmen B., tía de Barei.

No podemos dudar acerca de la presencia de voces diversas y tonos muy disímiles, hasta de facsímiles de cartas de Carmen P., la pintora, y de Carmen B., la tía. Voces y presencias, escritura de la perduración.

En La pequeña voz del mundo, Diana Bellessi se pregunta: “¿Cuál es la relación entre quién escribe y lo escrito, entre lo escrito y su lector? El poema permanece opaco y cerrado en su incertidumbre hasta que el lector lo abre y resplandece por un instante”.

Esta es una invitación a escuchar voces, a apropiárselas, a recibir, como Silvia, el legado de escrituras ajenas, a pensar en si una, dos o tres son las autoras del libro, cual misterio de la santísima trinidad. Una invitación a embarullarse en la palabra de estas tres mujeres, que pintan, que escriben, que leen, que perduran.

… y ella piensa que tal vez sea real 

                              esto que inventa 

Silvia Barei

Por Paz Herón Ruiz (*)

(*) Autora de Lengua vegetal, publicada en Editorial Cartografías.

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Norma Matteucci: “Cada narradora construye su personal desobediencia, para oponerse al orden social patriarcal”

La escritora Norma Matteucci explora y analiza en este libro novelas autobiográficas y autoficciones producidas por mujeres que escriben en español. Considera, a partir de este estudio, que “mediante la escritura cada narradora construye su personal desobediencia, para oponerse al orden social patriarcal”.

Esta intelectual, Magíster en Lingüística aplicada a la Enseñanza de la lengua materna o extranjera, Licenciada y Profesora en Ciencias de la Educación, Profesora en Letras y Diplomada en Género, inicia su libro Mujeres, escritura y vida (Cartografías 2022) con una especial mención a su madre, a quien define como “feminista” sin ella saber sobre ese concepto. “A pesar de haber sido normativizada por una sociedad patriarcal que le dejó escasas posibilidades de insertarse en el afuera social, ella pudo hablarme como mujer-sujeto de cultura y transmitirme, de algún modo, sus deseos de rebelarse contra esa sociedad”.

-Me gustaría empezar por tu madre. La mencionás al inicio en referencia a que cosía para afuera, en una correlación con el “hilvanando género”. ¿Pensaste en tu madre al proyectar este libro, al investigar y escribirlo? ¿Por qué?

Al escribir este libro pensé mucho en mi madre, por diversas razones. Una de ellas es que, a pesar de haber sido normativizada por una sociedad patriarcal que le dejó escasas posibilidades de insertarse en el afuera social, ella pudo hablarme como mujer-sujeto de cultura y transmitirme, de algún modo, sus deseos de rebelarse contra esa sociedad. Sin mencionar ni conocer el feminismo, mi madre fue feminista. Y sus palabras connotaban una crítica velada a la sociedad patriarcal, germen de mi posterior rebeldía. En sus mensajes –conscientes o inconscientes- estaba el origen de una mujer diferente, que ella ansiaba para mí y que yo “leí” e internalicé.

Pero, además, reflexioné sobre la similitud de la costura, el bordado y el tejido, que ella realizaba, con la escritura de los textos- tema tratado por algunas escritoras. Y cómo de mi madre –quien tenía escasa escolarización- que me hablaba, me cantaba y me contaba historias aprendí a “hilvanar palabras”, como la mayoría de las mujeres aprendemos con la interlocución de las mayores que nos precedieron. Porque el origen del lenguaje viene de la madre, por eso se llama lengua materna a la primera lengua.

-¿Por qué te interesó enfocarte en el estudio de las autoficciones y novelas autobiográficas de mujeres? ¿Cómo surgió esa intención?

Mi interés por las autoficciones y novelas autobiográficas femeninas estuvo guiado, por una parte, porque lo considero una manera de posicionarse contra el canon masculino de escritura autobiográfica y la marginación de las escrituras femeninas del yo como “cosa de mujeres”, sin reconocer el valor literario de las mismas. Por otra parte, quería mostrar que, a la par de esas escrituras subjetivas o privadas, hay un posicionamiento político digno de destacar, a lo que se suma, en la mayoría de estas producciones del yo, un proceso estético relevante, en un pacto ambiguo entre vida y literatura.

-Citás a Liliana Heker cuando dice que las mujeres tienen una tendencia a permanecer más cerca de la propia experiencia que los hombres en la escritura: ¿Cómo lo observas vos en general y en el corpus elegido?

En general coincido con esta afirmación de Liliana Heker. Y en cuanto al corpus de mi libro, precisamente por tratarse de novelas autobiográficas y autoficciones, el material narrativo es cercano a la propia experiencia de “las” sujetos que escriben. No obstante, hay que resaltar que en estas producciones los límites entre factualidad y ficción se borran y las mujeres protagonistas dan cuenta de una subjetividad “nómade”, en constante devenir, que rechaza y resiste –de manera implícita o explícita- la esencialidad y la heterodesignación sufrida como mujeres empíricas, durante tanto tiempo, por el discurso patriarcal.

Por lo tanto, como lector/a, hay que comprender que la experiencia propia que se narra no es “la vida” de la escritora, sino literatura y como tal hay que interpretarla y valorarla.

-¿Cómo juega la estructura social patriarcal en la escritura de las mujeres? Me gustaría que nos hables de lo personal y lo social

La estructura social patriarcal marca la vida toda de las mujeres y la escritura no queda al margen de ello. Sabemos que, históricamente, estas han tenido que luchar para lograr visibilidad y, aún hoy, el canon literario prioriza la escritura masculina. No obstante, actualmente existe una gran producción de literatura escrita por mujeres, que se lee y se valora estéticamente. Y eso –creo yo-  es un gran logro de los feminismos y los enfoques de género de todo el mundo.

Además, pienso que la literatura es “poder”, que las palabras, el discurso tienen poder y posicionarse desde un yo-mujer que escribe es un “contrapoder”, respecto de la estructura social patriarcal.

Ahora bien, las escritoras del corpus, diversas, no esencializadas, marcadas por experiencias múltiples, se posicionan con miradas personales, de manera explícita o implícita, frente a esa estructura social patriarcal, aunque ninguna la soslaya. Y estos posicionamientos diversos responden –según mi opinión- a que las escritoras analizadas pertenecen a generaciones de la segunda mitad del siglo XX y las dos décadas del presente y sus experiencias personales e históricas intervienen, de alguna manera, en el proceso creador.

Lo que pude comprobar, a través de la lectura y el análisis de las obras del corpus, es que los condicionamientos históricos y sociales, que han limitado la escritura de las mujeres, están cediendo cada día más. Y que las producciones del presente siglo no sólo implican la libertad de nombrar el mundo y transformarlo, de alguna manera, sino que esa literatura se convierte, cada día más, en un acto político. Es decir, más allá de lo particular o subjetivo, hay una validez plural y pública de lo que se narra. Y en esto radica –creo- la resistencia a la estructura social patriarcal.

-¿Lo anterior tiene que ver con lo que llamás “construir la propia desobediencia”?

Así es. Tomo esa expresión de Rita Segato quien sostiene que, para desarticular el orden social patriarcal, las mujeres deben construir su propia desobediencia. Y creo que la escritura –personal y política- es una manera de lograrlo, ya que permite visualizar a quienes por años fueron invisiblizadas, no solamente en la literatura sino, también, en la historia, la ciencia, las artes y en todos los órdenes de la vida social. Y así, mediante la escritura –sostengo- cada narradora construye su personal desobediencia, para oponerse al orden social patriarcal.

-¿Por qué te interesó Black out, de María Moreno?

Black out me interesó porque pone de manifiesto –con un gran trabajo estético- lo que significó para la generación de María Moreno –que es la mía- intentar posicionarse y ocupar un lugar de prestigio, en un mundo social que no habilitaba a las mujeres a querer alcanzarlo. Ella misma sostiene que en ciertos espacios, netamente “de hombres”, había que masculinizarse para “pertenecer”. Y en ese intento, hay que poner el cuerpo, con todo lo que esto implica.

Tal vez Black out no sea una narrativa de fácil lectura –ya que hay microensayos dentro de la narración- pero es un testimonio valioso de una época –muy logrado literariamente- en el que la vida privada y la pública se articulan, en un intento de la narradora de romper con todos los estereotipos de género, desafiando las normas familiares y sociales.

-¿Qué encontraste en Aparecida, de Marta Dillon, que quieras compartirnos?

Aparecida, de Marta Dillon, tiene como eje un tema muy sensible para los argentinos: la desaparición de personas durante la Dictadura cívico-militar de la década del ’70. Y el tratamiento –personal y social- de esa temática se logra, en esta autoficción, a partir del hallazgo de algunos huesos de la madre de la protagonista, desaparecida desde hace muchos años. Esa “aparición” es la que le posibilita a la narradora desandar el camino y buscar en esos huesos y en esa ropa encontrada, los sentidos simbólicos que contienen.

Su lectura para mí fue dolorosa –por la temática- pero grata por la manera de narrar y por el trabajo que la memoria de la autora concreta, en una intersubjetividad, en una interrelación entre lo individual y lo social, con ruptura constante del orden cronológico, en un juego temporal entre presencia y ausencia de la madre.

Así, rescata del olvido a su madre y, con ella, a todos y todas los desaparecidos y desaparecidas de la época. Pero, además, con su historia de vida personal, la protagonista rompe con el orden social hegemónico, y los estereotipos que conlleva, y se posiciona con nuevas maneras de ser, estar y habitar el mundo.

– ¿Qué hallaste de significativo en la obra de Belén López Peiró Por qué volvías cada verano? ¿Hay una cuestión generacional para destacar en el análisis?

Por qué volvías cada verano de Belén López Peiró es una novela autobiográfica, de denuncia del abuso que el poder patriarcal hace sentir sobre el cuerpo de una adolescente, objetivizado, cosificado y desvalorizado. Una denuncia que la protagonista-sujeto concreta, con gran fuerza y coraje, no sólo a través de la literatura sino también en la justicia.

Pero, más allá del tema central, de gran actualidad –especialmente a partir del estallido del Me too, de 2017-  el aspecto formal de la novela es atrapante, ya que hace uso de la polifonía, mediante la cual diversos emisores dan cuenta de los hechos y tejen una trama narrativa, con distintos puntos de vista, desde apoyos morales a la protagonista hasta revictimizaciones, por defensa al abusador.

La ruptura del orden cronológico y la fragmentación narrativa producen una obra muy lograda estéticamente –más allá de la visibilización del tema- en la que la protagonista se narra y “es narrada” por otros/ as, a la vez que intenta desarticular los estereotipos que pesan sobre las mujeres.

La cuestión generacional a destacar es que se trata de una narradora joven, empoderada, que se posiciona en toda la obra con un marcado enfoque de género, que se constituye como mujer-sujeto social a través de la denuncia y la literatura y que desestructura el poder patriarcal del abusador, demostrando que “lo personal es político”.

-De la obra de Camila Sosa Villada El viaje inútil: ¿Qué encontraste en su experiencia de escritura desde su ser trans?

Camila Sosa Villada intersecta, en esta obra, vida y escritura y afirma el rol que esta última tiene en la construcción de su subjetividad trans. El proceso de transformación genérica, subjetiva, marcha a la par de su ingreso a la palabra escrita. La literatura –esta y otras obras- dan cuenta de sus devenires, que la conducen a la autoafirmación y el empoderamiento. El viaje, al que alude el título, implica un devenir mujer, un devenir actriz y un devenir escritora. Es decir, se trata de una subjetividad múltiple, en constante flujo, que se rebela contra el disciplinamiento de los cuerpos, contra la esencialización, contra el binarismo. Y lo testimonia en la escritura.

-La maternidad, la relación de madres e hijas es un tema recurrente en la literatura de hace años y en la actualidad, con el boom, también: ¿Qué análisis hacés en tu libro sobre este tema?

La maternidad es un hecho biológico reconocido desde sus orígenes, pero, al mismo tiempo, es una construcción social y cultural que durante muchos años ha servido como representación que unifica mujer y madre. Y esas representaciones se transmiten, en mayor o menor medida, de madres a hijas, como se ve en el análisis de algunas obras del corpus.

No obstante, paulatinamente, la maternidad ha pasado de ser una obligación a una elección. Es decir, las generaciones más jóvenes ponen en tensión las representaciones acerca de la maternidad y las reelaboran, según sus elecciones y decisiones personales. Y estos avances se manifiestan en las narraciones analizadas.

Si bien las madres del siglo pasado están más cerca de las representaciones sociales reduccionistas y estereotipadas, las madres de este siglo XXI –que adhieren explícita o implícitamente a los feminismos y enfoques de género- rompen con esos posicionamientos esencialistas de mujer-madre, optan –o no- por la maternidad y, si eligen ser madres, lo hacen desde el deseo personal de serlo, rechazando las regulaciones sociales.

Lo que intento mostrar en el libro respecto de la maternidad, a partir del análisis de las obras, es que existe una multiplicidad de posiciones de madre y diferencias en la asunción personal de la maternidad, más aún en las últimas décadas, cuando las jóvenes crean una nueva imagen de mujer y transgreden los mandatos sociales, en lucha por sus derechos, como puede observarse en algunas obras analizadas.

-¿Para qué público pensaste este libro? ¿Académico, más bien público en general? ¿Qué recorrido imaginás?

Me gustaría que el libro llegue al público en general, que se interese por la lectura desde una perspectiva de género. No obstante, también podría llegar a un público académico, sobre todo por la caracterización de las dos formas narrativas literarias que se analizan, las autoficciones y las novelas autobiográficas.

Lo más significativo de cualquier obra escrita es la recepción, porque en ella se concreta el proceso obra-autor-lector; por lo tanto, lo más importante para mí es que el libro circule y se pueda lograr la comunicación con los lectores.

-¿Querés agregar algo más?

Por una parte, quiero reafirmar que, aunque en este libro se analizan producciones escritas por mujeres –cis y disidentes-, rechazo la caracterización de la literatura según el género de quien la produce, ya que las producciones literarias son aquellas que tienen un fin estético, más allá de toda división binaria.

Por otra parte, insisto en que las escritoras del corpus son sujetos en situación que se narran, que reconstruyen etapas de su vida, tratando de encontrarles un sentido, en un proceso de objetivación-subjetivación. Pero hay que comprender –como ya se ha dicho- que el tiempo del discurso no es igual al tiempo real de la existencia, por lo tanto, el sujeto del enunciado no es nunca igual al sujeto de la enunciación, porque las novelas autobiográficas y las autoficciones son literatura. Y, más allá de la realidad factual, en ellas está siempre la posibilidad de ficcionalizar, como en cualquier otra forma discursiva literaria.

 

 

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Daniel “Nato” López: “Estoy afrontando la deconstrucción de mi machismo”

Daniel López, Nato para todos, cuenta que su padre es un “gran colocador de apodos”.  A sus siete hijos les puso uno —y a varios nietos, también—. Nato adoptó el suyo como su nombre, tanto que así figura en la portada de A veces, otra vida, su primer libro de relatos. “Nato”, según una definición del diccionario, es una cualidad que se tiene desde que nace. Y quizá esa cualidad en este autor de Las Higueras, Córdoba, sea la infinita curiosidad.

Nato López, autor de A veces, otra vida

Se presenta como un “lector agradecido que se atreve a escribir”. Y hace un recorrido de las lecturas que lo fueron acompañando mientras crecía. “Como primer recuerdo están las revistas de historietas. Mi preferida sigue siendo Nippur. También leía El Tony, Intervalo y D’Artagnang. En esa época, también me llegaron algunos ejemplares de los clásicos de la colección Billiken, esos libros de tapa roja. De ellos me quedó grabado el de Búfalo Bill. Más adelante, como a los doce, tuve mi primera lectura de adulto, una novela que creo que se llamaba Sahara y trata de un contrabandista que mete a Europa, desde África, todo tipo de cosas. A los catorce o quince, mis lecturas derivaron del rock. Así llegué a Charles Bukowsky, García Márquez y al gran Osvaldo Soriano. Creo que no entendía nada de lo que leía, pero me gustaba”.

Nato dice que su mamá era quien llevaba revistas y libros a esa casa de la infancia. “Recuerdo ver La Hojarasca arriba de la mesa de luz de ella y cientos de revistas que llegaban a través de parientes o casas de usados”, cuenta. “Fue mi exagerada curiosidad lo que me llevó a tirarme de cabeza a la lectura”.

-¿Cómo fue tu historia con la escritura?

Diría que mi acercamiento fue en tres etapas. La primera, ligada exclusivamente a la poesía que le dediqué a mi novia Gabriela —mi compañera de toda la vida—; la segunda, en la etapa universitaria, donde esbocé una novela y relatos que no tenían estructura de cuento; y la tercera, cuando me acerqué, junto con mi hijo Félix, al taller que dicta Rubén Padula. Solo en esta última —y actual— experiencia es que le dediqué mucho tiempo y cierta rigurosidad.

Cuando llegó el momento de decidirse por una carrera universitaria, Nato optó por el Profesorado de Historia en la Universidad Nacional de Río Cuarto. “¡Estudié Historia, porque en el programa no estaba la cátedra de matemáticas!”, se sincera. “Bueno, no fue la única razón. En sexto y séptimo grado tuve la suerte de tener un profesor que amaba la historia antigua: griegos y romanos, básicamente. Ahí leí pasajes de la Ilíada y la Odisea. Claro que, en la carrera, los temas que me atraparon, no fueron esos”.

Y empieza a buscar algún nexo entre la Historia y la Literatura, el hecho de contar historias. “Ambas cosas tienen poco que ver. Producir trabajos académicos, mucho menos. Creo que, básicamente, me gusta contar historias, exagerar, mentir para redondear. Tendría cinco o seis años cuando recitaba estrofas de Martín Fierro en el bar de Arroz, de mi pueblo. Si no me equivocaba me daban una coquita de vidrio. Y si me equivocaba, algunos borrachos vitoreaban igual, y recibía el premio lo mismo”.

-¿Cómo sentís que tu vida en Las Higueras, tu infancia, los años de dictadura, tu historia toda está presente en los cuentos de A veces, otra vida?

Vivir en un pueblo —Las Higueras era pequeñito, en mi infancia— determinó mi lectura, mis amistades, mis derrotas, mi escritura y, te diría, mi nivel actual de melancolía. La cercanía con Río Cuarto tiene sus cosas positivas, pero también acarrea dificultades que otros pueblos más alejados no las sufren. Eso hizo y hace que Higueras sea muy particular. Para nosotros ir al centro, al cine o a comprar zapatillas es ir a Río Cuarto. La simbiosis, aunque asimétrica, es total. En mi infancia, recuerdo que era de los pocos que iba al primario en la ciudad. Eso, definitivamente, me marcó. He pasado horas y horas deambulando por las calles de asfalto, metiéndome en librerías y cines. Recuerdo ir a dos funciones seguidas a la tarde cuando me rateaba del secundario. Salía del cine Alvear y me metía en el cine Sud. Los años de dictadura los tengo presente más por mis estudios y por mi vida adolescente, que por la infancia que me tocó vivir. Pertenecí a una familia en la que se hablaba poco y nada de política y, por ende, del desastre que hacían los militares. De hecho, mi hermano mayor fue suboficial de la Fuerza Aérea por unos años. Lo que sí recuerdo es que en la escuela General Paz, de Río Cuarto, en los recreos, alguien siempre te recordaba que estaba prohibido decir Perón. Llegué a pensar que Perón era algo así como el corredor X de Meteoro.

-El primer cuento de tu libro, “Otra usted”, trabaja el género; y ese tema aparece en varios otros también, como “El tuerto y los ciegos”, por mencionar otro. ¿Cómo surge ese interés en vos?

-En mi caso, estoy afrontando la deconstrucción de mi machismo —nuestro machismo generacional— como mejor me sale. Me ayudan mis hijos, que lo incorporan tan naturalmente que no tengo más que admiración hacia ellos. Esta deconstrucción es muy despareja, y atraviesa a sectores de la sociedad con más o menos resistencia, según un montón de variables. Creo que ingresamos en un camino larguísimo, donde la resistencia es dura y poderosa. La resistencia es monetaria, religiosa, y hasta política, pero no tengo dudas de que, año a año, la mujer y las diversidades ganarán el espacio correspondiente. En el cuento “Otra usted”, se me ocurrió plantear qué le pasaría al varón clase media, heterosexual y blanco —que las tiene todas a favor— si de repente se convierte en mujer y debe salir a la calle con tetas y minifalda y que, en la primera de cambio, le griten un piropo que repugna. ¿Es fácil vivir así?

-¿Qué significa para vos escribir “desde el interior”?

He abordado tantas veces ese dilema de interior y exterior, no solo en mi vida, sino en los estudios de la carrera que elegí. Y, por mi experiencia, aseguro que no es solo una cuestión de gramática, ni siquiera dialéctica. Es la realidad. Pasa en Argentina y en muchos países. Hay procesos históricos que lo explican, no es ningún misterio. Y, a la hora de escribir, por más de que jamás lo pienso, seguramente lo hago como habitante del “interior”. Así nos mudemos a CABA o Nueva York seguiremos siendo de acá. Y me parece excelente.

-¿Cómo es editar en este tiempo de pandemia?

-La pandemia y la cuarentena las tomé como potenciadoras. Si bien soy callejero por naturaleza y extraño la sociabilización, este tiempo me sirvió para dedicarle horas a la corrección de textos y, sobre todo, a lecturas. También, series y películas, videojuegos y memes, claro.

-Tus cuentos fueron publicados en antologías: ¿Qué es para vos este primer libro?

-A diferencia de la participación en antologías, esta es una experiencia en solitario, un trabajo más intenso y extenso, donde te toca revisar mil veces todos los textos del libro, elegir la tapa, coordinar con los editores, y algunas cosas más. El primer libro es un lindo desafío y espero no sea el único.

-¿Por qué hacerlo en una editorial pequeña como Cartografías, con este anclaje que tiene en lo local?

-Las editoriales independientes están salvando a la difusión de la literatura. Acá y en la China, sin dudas. Soy lector de Cartografías y la considero una editorial seria y de altísima calidad.

-¿Qué es para vos la Biblioteca Popular Luis Alberto Spinetta, que presidís en Las Higueras?

-El largo camino de fundar una biblioteca popular en mi pueblo comenzó cuando editábamos un periódico que se llamó El Higo Informativo. La idea fue de dos compañeros y me propusieron encabezar el proceso de creación. Fue una tarea que se demoró en el tiempo, pero allí está, llena de libros. Para mí, la Biblioteca debe ser un lugar de acercamientos, de comunión de ideas. Honrar al Flaco Spinetta con el nombre de la Asociación Civil fue algo que surgió naturalmente por las décadas que llevo escuchándolo.

-Para terminar: ¿qué libro estás leyendo?

-Nunca leo uno solo. Soy bastante ansioso y desorganizado. A ver: en digital, Nuestra parte de noche, de Mariana Enríquez y picoteo los Cuentos reunidos, de Clarice Lispector y Manual para naufragios, de Guillermo Ricca. Además del blog de Rubén Padula. En físico, estoy con Las Malas, de Camila Sosa Villada y releyendo El peronismo. 1943-1955, de Peter Waldmann. En la mesa de luz tengo Nadie extrañaba la luz, de Sergio Gaiteri, y Qualityland, de Marc-Uwe Kling.