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Preguntas de mi tamaño, una apuesta a la literatura infantil: ¿Cómo sería la adultez si en la infancia leyéramos filosofía?

Criatura

Preguntas de mi tamaño es el nombre de la colección infantil que inauguramos en Editorial Cartografías, bajo la dirección del Licenciado en Filosofía y maestro de primaria Juan Andrés Salinero. Porque nos movemos entre el arte, la filosofía y los cuentos y porque nos gusta charlar sobre lo que nos pasa es que queremos introducirnos en el mundo de la literatura infantil.

El primer libro de cuentos es: ¿Qué es una criatura?, con texto del escritor, poeta, Licenciado en Filosofía Joaquín Vazquez; y las ilustraciones son de Caterina Barrera, una diseñadora industrial que se fascinó con el mundo de la ilustración editorial.

El director de la colección cuenta que esta propuesta surge del intento de proponer libros destinados a las infancias que tengan una trama que invite a preguntas filosóficas. “Acercar las infancias a la filosofía a través de narraciones que nos permitan preguntarnos sobre diferentes cuestiones esenciales a la filosofía y a nuestras propias existencias”, dice Salinero. “La idea fue hacer un material diferente de lo que circula como literatura infantil, de proponerles a lxs niñxs esta literatura narrativa que tiene que ver con las preguntas específicas de la filosofía, los qué, los por qué, los fundamentos de las cosas, y un intento también de desnaturalizar el mundo de la vida”.

-¿Cómo se vincula la filosofía con la ficción?, le consultamos a Joaquín Vazquez, autor de ¿Qué es una criatura?, alguien con 10 años de experiencia como docente de Filosofía en la escuela primaria

-Es una pregunta hermosa para la que me encantaría tener una respuesta genial, pero lamentablemente no la tengo. A la filosofía solo la puedo pensar desde su encarnación, es decir, la filosofía es sobre todo, para mí, experiencia, y, como tal, nos transforma. Cuando nos damos cuenta ya estamos en ella, atravesados, preguntados por una circunstancia. En ese sentido, lo único que puedo decir es que, al escribir este libro, me encontré con que el nudo de esa trenza ya estaba ahí, hecho.

Siempre me resultó mezquina esa idea deleuziana que dice que la filosofía es creación de conceptos. No digo que eso no sea filosofía, digo que eso es apenas una parte, que me resulta aburrida. En cambio, si la concibiéramos como experiencia, en sentido benjaminiano, no nos sorprendería que nos saliera al cruce en la ficción, en la infancia o en un aula. En todo caso, creo que no se trata de agregarle nada a las cosas, sino de vérselas con ellas. No se trata de hacerse el capo y repetir de memoria y de corrido “cuáleselsentidodelavida/quéesla muerte”. No. Es el encuentro auténtico con las cosas el que enrarece lo evidente. Estar dispuestos a vérnoslas con algo es, quizá, la única garantía para que ese encuentro tenga un sentido único, a veces fugaz, otras veces emotivo.

En eso que se escurre, que se pierde creo que la filosofía se vincula con la ficción. Hacemos ficción para atrapar un sentido, y el reverso de lo que la ficción captura es siempre una pregunta filosófica, porque esas preguntas nos constituyen, son una invariante que define a lo humano. Entonces, para cerrar, me parece que, por debajo de la ficción, por debajo de las historias que nos contamos, por debajo del relato con el que erigimos verdades en pedestales o las destruimos a martillazos hay una inquietud que late, vibra y vive como pregunta filosófica.

-¿Cómo surge la idea de ¿Qué es una criatura?

-Escribí el cuento unos días después de un llamado de Juan Salinero, en el que me invitó a abrir la colección Preguntas de mi tamaño. No demoré mucho en saber qué era lo que quería escribir porque se me vino a la mente una historia que le conté a mi hermana cuando éramos chicos. En realidad le mentí. Ella, en un viaje a Villa Gesell, me preguntó por qué íbamos de vacaciones ahí. Le dije que íbamos ahí para recordar cómo la habíamos encontrado. En esa época yo le decía a mi hermana que era adoptada. Imaginate que yo tenía ocho y, ella, cuatro. También le dije que la habíamos encontrado en la arena. Nunca me creyó, pero todavía nos reímos de la historia. Ese fue el germen del cuento.

-¿Cómo fue el proceso de escritura?

-Creo que fue el proceso de escritura más largo de mi vida. Desde aquella mentira hasta que escribí el cuento pasaron veintidós años. Después cambié varias cosas, saqué y agregué detalles y elementos, pero ya estaba casi todo decidido. La invitación de la editorial fue el catalizador para escribirlo.

-¿Por qué incluir una serie de preguntas para trabajar en clase?

-Lo de las preguntas fue decisión de la editorial. Me parece que está bueno abrir el juego de la interpretación, ampliar las asociaciones con algunas preguntas, a modo de disparadores, pero creo que excede lo áulico. Creo, también, que hay que despedagogizar la inflexión de lectura en la infancia. Un niño, una niña pueden también leer filosofía por placer, por fuera de las aulas, aunque ni siquiera haya un espacio escolar destinado a la filosofía en el primario, salvo honrosas excepciones, y aunque no parezca existir (¿aún?) una opción de mercado que atienda a esa posibilidad.

Que haya preguntas es también una forma de hacer que la colección se diferencie de otras propuestas de literatura infantil. Hay que aclarar que las preguntas que acompañan al libro son preguntas filosóficas, alejadas de cualquier afán aplicacionista. También dan cuenta de que desde este lado de la editorial hay voluntad de entablar un diálogo con lxs lectores y de abrir el espacio para una reflexión compartida entre un lector y su entorno, porque es un mito eso de que la lectura es un acto solitario. Cuando el libro interpela, uno tiende espontáneamente a compartir lo leído con alguien; enseguida mandamos una captura de pantalla, una foto, etc. Cuando leemos pensamos en otras personas, les decimos “cuchá esto”, “mirá”. Quizás sea descabellado pensar esto, pero no sé si alguna vez existió una generación de infancias lectoras de filosofía. ¿Cómo sería la adultez de esas infancias? Creo que esta colección abre la posibilidad de empezar a pensar en esa dirección.

Acerca del trabajo conjunto con la ilustradora, Joaquín dice: “Fue hermoso. Tanto Caterina como yo somos de Merlo. Nos conocemos de allá. Ella es muy talentosa. Siempre me gustaron sus ilustraciones. Cuando tuve el texto definitivo fue la primera persona en la que pensé”. Y agrega: “Después, cuando vi las primeras pruebas que me pasó, reconfirmé aquella intuición. Los colores, las texturas y las técnicas que usa hacen de la experiencia de lectura algo único. Me encantó ver cómo tomaba cuerpo el cruce de lenguajes. Me parece también que hay una identidad artística muy notoria en lo que hace Caterina, no tan fácil de encontrar”.

Caterina Barrera, con 24 años, recién recibida de diseñadora industrial y actualmente cursando una certificación de diseño gráfico, dice que siempre le gustó el mundo de la ilustración, pero esta es su primera experiencia con un libro. “De chiquita me la pasaba dibujando y en el secundario me encantaba tener la cartuchera llena de lápices raros y microfibras de diferentes grosores. Hace unos tres años descubrí la acuarela y me parecieron hermosas las transparencias que se podían lograr y la liviandad de la técnica, así que a partir de ahí empecé a interiorizarme más”, narra. “De a poco fui encontrando lo que me gustaba hacer, que principalmente está ligado con las caras y los cuerpos sin perder la mancha y las imperfecciones de la técnica, que para mí quedan bellísimas”.

En ¿Qué es una criatura? se luce esa técnica que explota Caterina. “Cuando Joaquín me llamó para contarme la idea y proponerme hacerlo juntos le dije que sí sin dudarlo. El mundo de la ilustración editorial me parece fascinante. Así es que me envió su cuento escrito, y me dio total libertad de interpretarlo como yo sintiera”.

Y Caterina experimentó con diferentes texturas y materiales, además de la acuarela, para provocar en los pequeños el mayor estímulo visual posible. Incluso sumó la ilustración digital. “Al leer el cuento por primera vez me dio la sensación de que tenía múltiples niveles de interpretación y un grandísimo trasfondo, según cuánto uno quisiera profundizar. Y si hubo algo de lo que estaba segura fue que no quería influir con la ilustración de manera directa con lo que decía el texto, así que decidí que los dibujos acompañen, pero que, a su vez, también tengan libre interpretación”.

La colección en general y este primer título en particular apuntan a que la niñez tenga espacios que habiliten replantearse, cuestionar y seguir descubriendo el mundo con ojos curiosos. Como dice Vazquez: “Hace milenios que merodeamos las mismas cuestiones y, aunque las respuestas cambien, seguimos compartiendo las mismas inquietudes. No necesitamos agregar conceptos, ya todo está ahí, en la infancia. Lo que necesitamos es aprender a escuchar lo que nos dice esa alteridad”.

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Melisa Gnesutta: “Aprendí a leer mientras jugábamos con mi hermana a la maestra”

Melisa Gnesutta recuerda que empezó a leer y a escribir con el impulso de lo lúdico y lo afectivo. “Aprendí a leer mientras jugábamos con mi hermana a la maestra”, dice. Sintió y siente ese aprendizaje como un poder. No lo soltaría jamás. Y su infancia transcurrió haciendo uso de esa potencia, leyendo y escribiendo muy estimulada por sus maestras.

Y los patios de su casa de la infancia, el de su abuela, pero también el de sus amistades fueron escenarios “luminosos” de lectura, juego, deseo. “El patio es un espacio de juego, de contacto con la naturaleza, de disfrute.  A la vez tiene su propio pulso dentro del universo de lo doméstico”, dice. “Eran de nuestra soberanía, en cierta forma un espacio libre del deber y más cerca del goce”.

Su primer libro, un poemario titulado Patios de verano, es como si recuperara un halo de aquel espíritu de la niñez, la naturaleza, el juego. Pero, a la vez, con la pulsión madura de quien ha explorado su decir poético hasta dar con su propia voz.

“La escritura de este libro significó una forma singular de habitar el lenguaje, como ingresar a una conversación más extendida entre ciertas experiencias domésticas, pequeñas, como la del patio, y una pulsión más ligada a lo natural, lo universal y lo ancestral”, reflexiona Gnesutta. “En ese punto los poemas comenzaron a convocar con insistencia a las mujeres, sobre todo, desde la experiencia de ‘las madres’. Creo que ahí se completó el ciclo”.

Liz Mellano la autora de las fotos (en colaboración artística con Gabriela Bellandi)

 

-Cuál es tu recorrido, tu acercamiento a la lectura y la escritura?

-Es muy nítido para mí ese momento y la experiencia completa de encontrarme con la lectura y la escritura. Fue un universo que me alcanzó con su fuerza más lúdica y afectiva porque aprendí a leer mientras jugábamos con mi hermana a la maestra. Yo tenía casi cuatro años y me acuerdo de que comprender, decodificar por primera vez una palabra me abrió a un asombro tan grande que, en cierto modo, sentía que tenía una especie de poder.

En mi infancia era muy lectora, leía todo lo que tenía a mano, gracias al esfuerzo de mis viejos que compraban colecciones de libros en el canillita del barrio. También mis maestras me alentaron mucho a la lectura y la escritura: siempre me veían escribiendo mis cuadernos con historias y poemas a mi gata (que vivió veinte años, así que recibió muchas dedicatorias), así que me animaban a seguir haciéndolo de distintas formas. Cuando tenía ocho años tuvimos que alquilar nuestra casa e irnos a vivir a la casa de mis abuelos, también en barrio Alberdi, pero muy cerca de la Biblioteca Popular Faustino Sarmiento.  La difícil situación económica que atravesábamos y el hecho de haber tenido que dejar mi casa y mis amigos, me llevaron, en cierta forma, a refugiarme en la lectura. Me hice socia de la Biblio y ahí empecé a leer los libros de la colección Robin Hood, que tenían una propuesta editorial bellísima. Louisa May Alcott fue, sin duda, la autora de mi infancia. Me fascinó y me leí sin parar todos sus títulos publicados en esta colección.

En mi adolescencia, y gracias a una profe de Lengua y Literatura, comencé a leer poesía, sobre todo modernismo latinoamericano. En esa época me compré mi primer libro con mis ahorros, que era una selección de poemas de Alfonsina Storni. Después abandoné un poco la poesía y me interesé más por la narrativa argentina, también por la influencia de otra profe. Ya en la Universidad, en el profesorado de Letras, volví a reencontrarme con la poesía, siempre de la mano de mis docentes (como Elena Berruti).

Ahora que voy armando este recorrido como lectora, y también como escritora, descubro con agradecimiento que la literatura me ha salido al cruce a través de grandes maestras, que he sido muy acompañada en este camino. Por eso creo que es clave la mediación, el poder acercar siempre a las niñas y los niños y jóvenes (y no tan jóvenes) a la lectura y acompañar en esas búsquedas.

Liz Mellano la autora de las fotos (en colaboración artística con Gabriela Bellandi)

-¿Cómo vas tramando tu vida profesional, tu familia, la escritura? ¿Podés tenés rutinas para escribir?

-Es bastante complicado porque suelo hacer muchas cosas a la vez y eso no siempre me sale bien. Actualmente, por todo lo que estamos viviendo y esta sobredosis de virtualidad es muy difícil organizarme en lo profesional, con mi familia, en un mismo espacio y tiempo. Es como si los límites se diluyeran porque todo transcurre en el espacio doméstico. A veces, al límite lo pone el propio cuerpo y tengo que bajar. La verdad es que no tengo rutinas para la escritura (a lo mejor debería tenerlas), pero trato siempre de estar conectada con la experiencia del taller para mantener activa la escritura y la lectura por fuera de lo laboral.

-¿Qué valor le das al taller de escritura? Sé que formas parte de uno coordinado por Elena Berruti…

-Sí, participé y participo de Verso Raíz (VR), este taller de lectura y escritura que coordina Elena desde 2017. Antes nos reuníamos en el quincho de su casa y ahora lo hacemos de manera virtual. Pero creo que además de la dinámica del taller, el espacio se ha constituido en una comunidad: leemos y escribimos juntas. Verso Raíz se sostiene desde esta impronta tan valiosa que Elena ha sabido construir, que es lo colectivo. Esta dimensión me parece fundamental porque la palabra nunca es sola, sino que forma parte de una constelación, una red. En ese sentido creo que nunca escribo ni leo sola, sino que lo hago siempre con otras, con otros y con otres. He participado de varios talleres, lo sigo haciendo. Es un espacio que me reconecta con lo lúdico de la escritura, que me desafía en mis formas más naturalizadas del decir poético. Para mí el taller nos permite alimentar la vitalidad de nuestro lenguaje y reconocer la singularidad de cada quien, la propia voz.

-¿Cómo surgió Patios de verano? Tengo entendido que es un trabajo de años…

-Sí, Patios de verano se fue haciendo en etapas, digamos. Nace en unas vacaciones con mi familia en Traslasierras. Ahí se comenzó a gestar, a partir de ingresar a un pulso y a una temperatura, como las del verano, que me llegaban a través de la naturaleza, de la observación sensible de ciertas escenas y de sentirme convocada por un lenguaje más autóctono. En esa oportunidad escribí un puñado de poemas. Luego fueron ingresando otras “fuerzas”, ligadas a lo animal y a los cuerpos, que traían un tono y una atmósfera más cercana a lo ritual. Creo que recién en este momento de la escritura empecé a considerar que esos poemas se atraían y podían llegar a ser un libro, porque hasta ahora nunca lo había hecho.

Para mí escribir siempre había sido una experiencia de redención, digamos, escribía un poema y, si me gustaba, listo, ya “había salvado mi día”, no tenía la intención de publicar. Pero la escritura de este libro significó una forma singular de habitar el lenguaje, como ingresar a una conversación más extendida entre ciertas experiencias domésticas, pequeñas, como la del patio, y una pulsión más ligada a lo natural, lo universal y lo ancestral. En ese punto los poemas comenzaron a convocar con insistencia a las mujeres, sobre todo, desde la experiencia de “las madres”. Creo que ahí se completó el ciclo.

-¿Qué fueron/son los patios para vos? Siento que es una palabra que abre un mundo narrativo y emotivo inmenso…

-Sí, es así, creo que los patios están vinculados a momentos luminosos, como la infancia, y muy íntimos. El patio es un espacio de juego, de contacto con la naturaleza, de disfrute.  A la vez tiene su propio pulso dentro del universo de lo doméstico: la forma en la que percibimos el tiempo, incluso nuestro propio cuerpo, es diferente en el patio. Nos convoca a habitarlo de una manera distinta al resto de los espacios de la casa porque allí creamos nuestras propias reglas; es como que hacemos nuestro propio pacto con el patio. Yo tuve el privilegio de tener varios patios, el de mi casa, el de la casa de mi abuela, también los patios de mis amigas y amigos de la infancia, y eran de nuestra soberanía, en cierta forma un espacio libre del “deber” y más cerca del goce y el deseo.

-¿Qué significa para vos este primer libro? 

Patios de verano llega en el momento menos esperado, por el contexto que estamos viviendo y el gran esfuerzo que deben hacer las editoriales independientes, como Cartografías, para publicar, sobre todo a autores inéditos, como es mi caso. En este sentido lo vivo con mucho agradecimiento y, volviendo a la construcción de lo colectivo que te comentaba recién, creo que el libro está muy apuntalado por una red amorosa que desde ya reciben y hacen circular la voz de estos poemas. Para mí Patios es el inicio de una conversación, es poder decir: “En este momento elijo este lenguaje para hablar de una experiencia”: mi primer lenguaje está en lo minúsculo, pero también en lo universal o lo compartido.

-¿Cómo juega lo intergeneracional en tu voz de narradora?

-Es muy importante porque esa variación hace que el yo poético esté en movimiento, a veces más cerca de la infancia, a veces más cerca de lo materno, o de la marcha histórica de las mujeres. En el proceso de escritura he tenido momentos en los que intenté auscultar ciertas experiencias que me antecedieron, de mujeres que me antecedieron y que me convocan de manera particular, ya sea por el vínculo familiar o por su decir poético. Y también hice lo propio hacia adelante, desde este lugar de acompañar las infancias de mis hijas, que me interpela y me desafía de manera permanente a hacer juntas nuestro propio camino.

-Siento que a tus poemas los cruza la perspectiva de género: ¿trabajaste en particular para que tuvieran esa mirada?

-Sin duda sí hay una perspectiva de género, pero no creo eso haya formado parte de una decisión inicial, sino que la escritura fue encontrando su cauce en la mujer, en una maternidad y un cuerpo que son políticos, y que a la vez están muy cerca de la naturaleza. Como dos linajes, ¿no?: la mujer y la tierra. Son dos genealogías femeninas que se despliegan en casi todos los poemas.

-¿Por qué te interesó traer voces como Glauce Baldovin, Sharon Olds, María Negroni, Mirta Rosenberg, Adelia Prado? 

-Son autoras muy importantes para mí. Sobre todo, en estos últimos siete años me siento convocada de manera especial por su poesía, aunque son poéticas diferentes. A cada una de ellas las fui conociendo en distintos momentos de mi vida y la energía subjetiva de sus poemas me movilizó de una manera arrasadora. Para este libro en particular las he llamado a todas a través de epígrafes y siento que me han acompañado muchísimo en el proceso de comprender a través del lenguaje algunas experiencias. Un hecho curioso que descubrí es que todas ellas publicaron por primera vez después de los treinta años; si bien es algo “anecdótico”, si se quiere, me pareció llamativo para pensar mi propio vínculo con la escritura.

-Son tiempos tristes de quema de bosques en varias provincias del país, en Córdoba en particular: ¿Tenés alguna reflexión sobre esto?

-Gracias por esta pregunta, porque creo que tenemos una gran responsabilidad en acercar el lenguaje al bosque, al monte. No sólo el lenguaje, claro, pero esto es urgente. Nuestro imaginario no puede desapegarse de la naturaleza. Lo que hemos vivido estos días es muy desolador, sobre todo teniendo en cuenta lo sistemático de las quemas y los intereses inmobiliarios que hay detrás. Pero también es esperanzador ver la sensibilidad y el compromiso que toda una generación está asumiendo con el medio ambiente. Cuando comenzaron los incendios en Traslasierras, Maxi Ibáñez, un poeta cordobés, publicó un poema terriblemente hermoso que se viralizó en las redes. El poema se llama “Hablar los bosques” y recupera este llamado a traerlos a nuestra conversación, a nuestro día a día, sustraerlos del olvido a través del lenguaje. Es tiempo, me parece, como dice Ibáñez, de regresar la palabra al follaje.

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Melisa Gnesutta nació en Río Cuarto (Córdoba) en 1984. Es profesora de Lengua y Literatura y trabaja como docente en distintas instituciones públicas de esta ciudad. Algunos de sus poemas fueron publicados en la plaqueta (M)araña de Recortes (UniRío Editora) y en VersoRaíz, hojas de poesía (Elena Berruti y José Luis Ammann editores). Ha participado de diferentes ciclos y festivales de poesía (AltaVoz, Aguante Poesía y Festival Internacional de Poesía de Córdoba).

 

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Pablo Dema: “Lo primero que tengo es una escena, no sé si va a ser prosa o poema”

Pablo Dema

La publicación de su nuevo libro de poemas –“Prendas”- es el punto de partida de una conversación para El Corredor Mediterráneo sobre las pulsiones de la creación, los géneros y los fundamentos éticos sobre los que se edifica un poema

 

Por Antonio Tello

Pablo Dema es una de las personalidades poéticas e intelectuales más sólidas de la joven literatura argentina. Compagina su trabajo como docente universitario y como editor de Cartografías, editorial que fundó en 2005 junto al también poeta José Di Marco. Ha publicado cuatro libros de cuentos – Fotos (Cartografías, Río Cuarto, 2005), Si nada permanece (Ed. Fundación Octubre, Buenos Aires, 2007), Hoteles (Cartografías, 2010) y La canción de las máquinas (Editorial Recovecos, Córdoba, 2014)-, la novela De piedra o de fuego (Editorial de la UNRC, Río Cuarto, 2009) y los libros de poemas Filos (Ediciones Del Dock, Buenos Aires, 2014) y ahora Prendas (Editorial Deacá, Villa Mercedes).

Su imagen es la de un hombre que transmite serenidad ¿debo decir a pesar de su juventud?

Me reconozco en la caracterización de la serenidad que está en la pregunta, diría que desde siempre. Es lo que me dicen a menudo. Y podría decir que si estoy nervioso o ansioso estoy un poco fuera de eje. Intento mantener la serenidad.

La pregunta viene a cuento porque observando su trayectoria literaria parece tener  muy pensado y planificado su camino hacia la poesía. Antes de “Filos”, su primer libro de poemas, publicó tres libros de cuentos y una novela… ¿Es para usted la narrativa una forma de aprendizaje de la expresión poética?

No lo siento así. En el mismo período de los poemas de Prendas escribí cuentos. Y hay un libro de cuentos que está al salir.  Con el tiempo me da la sensación de que la diferencia entre esos géneros se acota. En verdad muchas veces lo primero que tengo en mente es una especie de núcleo, una situación o una imagen que me resulta atractiva, y no sé si va a ser una prosa o un poema. Es común que pruebe en verso y, si veo que por alguna razón necesito desarrollar demasiado, suelo pasar a la prosa. No pienso en principio en historias completas que contar, más bien en escenas, en un momento significativo que está al final del poema. El problema de la composición es cómo preparar ese momento que relumbra por su potencia significativa y emotiva.

Dice usted “no pienso en historias completas” ¿cree que se pueden contar historias completas o todo lo narrable o poetizable es siempre fragmentario?

Es claro que la narración es un dispositivo cultural antiquísimo y con enormes desarrollos en los campos de la historia y la literatura. Y sabemos que la ficción literaria, a partir de finales del siglo XIX, dejó de lado las estructuras narrativas clásicas. La introspección y el monólogo interior, los finales abiertos y el montaje de fragmentos son algunos de los procedimientos que comenzaron a dominar el género narrativo. Lo que a mí me sucede es que lo que me lleva a escribir generalmente es una escena, una situación fija, por decirlo así, que es el punto de llegada de una acción breve: una padre y una hija sembrando las semillas. Lo que hago a nivel de la composición es crear un amplio contexto, una preparación para esa imagen que me gustaría captar y transmitir porque confío en su poder. Y me sucede que pruebo en prosa o en verso. En ese sentido, en el fondo para mí lo que escribo es todo poesía.

Portada de Prendas

“Prendas” representa, respecto de su libro anterior, un gran salto cualitativo tanto en el fondo como en la expresión; tanto en la concepción visual de las metáforas como en la hondura de su viaje interior. ¿Cree que esta es o puede ser su voz?

Bueno, primero, me alegra el juicio de valor, mucho más viniendo de un poeta tan consciente de la forma y del peso de cada palabra en la poesía. Estos son poemas leídos y revisados muchas veces a lo largo de dos o tres años. Darles tiempo y volver a ellos es parte de un proceso que, espero, da buenos resultados. Leer otros poemas, libros que llegan, y volver a los propios a ver si funcionan. Creo que en un momento uno logra crear una distancia, cierta objetividad, y siente que algo está logrado. Siempre desde un gusto propio, desde una idea de la poesía. Y sabiendo también que estos poemas no son para todos los lectores, que pueden no ser del gusto de mucha gente que lee otro tipo de poesía. Pero cuando uno está conforme y convencido los da a leer, intenta llegar a los lectores y a los poemas como una suerte de afirmación: la poesía para mí es esto. Es un modo, sí, de intervenir en la conversación cultural con una voz que se afianza.

Una de las cosas que llaman la atención en este libro es la recurrencia a ciertas películas y también, más allá de las referenciadas, a la lectura de grandes poetas a algunos de los cuales, tal el caso de Bertold Brecht y Juan L. Ortiz, confronta y complementa. De aquí se me ocurren dos preguntas ¿es posible escribir sin adentrarse en la tradición? ¿Cuál fue su propósito al referenciar explícitamente a determinados poetas?

La tradición es el aire que respiramos. Me tengo que contener con las referencias y los epígrafes, con las alusiones, que son casi un vicio. En ese sentido, los poemas son muy engañosos porque parecen referir a una biografía o dar cuenta de vivencias pero en realidad ante todo son expresión de mi diálogo con lo que leo. Lo biográfico, la experiencia y mi cotidianidad son como un bastidor. Me interesa la forma, la música, la posibilidad de captar el momento en que las palabras se integran de una manera inesperada para producir belleza y sorpresa.

Con respecto a Juan L. Ortiz, es una figura que gravita mucho en mi imaginario. Y ese poema que cito siempre me ronda, es un poema utópico, un núcleo de amor fraternal que habita en su mundo. Solo que normalmente lo expresa hacia lo natural, pero es ese mismo amor hacia todas las criaturas, los animales, las plantas, todo lo que su poesía celebra. Y Brecht es un poeta mucho más vitalista, directo, casi rudo diría. Y en él la cuestión de luchar contra la injusticia es un centro más obvio. Estos epígrafes fueron también una forma de afirmarme en un momento político de nuestro país en el que los derechos sociales estaban siendo vapuleados. Entonces invocar las utopías colectivas era una forma de decir que hay cosas absolutamente irrenunciables.

En “Cielo” usted parece intentar una poética cuando dice que “para la poesía el amor  y el trabajo son lo que la luz y el agua para los árboles” ¿o nos habla de otra cosa?

Sí, es una poética y un mensaje a los lectores que se encasillan y encasillan. Cuando publiqué Filos recibí varios comentarios de lectores y de escritores que tienen una identidad muy fuerte en relación con el género narrativo expresando su sorpresa. En general ellos no “se pasan” de un género a otro. Lo que pasa es que yo no me pasé, sino que no fue hasta ese momento que sentí que había material como para un libro que a mí me resultara aceptable. Muchos pos poetas conocidos míos, por su parte, no le prestaron atención, entre otras razones, porque también me tenían en el lugar de los “narradores”. Es entendible. A mí me pasa. A veces conozco un autor que escribe teoría o ensayos y si veo una novela de ese autor es como que no lo registro, como si no fuera la misma persona. Por eso ese poema que menciona dice que no hay que confinarse en una camarilla, no hay por qué entrar en el círculo de los “poetas 100% poetas”, pagar los tributos culturales, conocer todas las contraseñas para pertenecer. La poesía sola, si la hay, si se la cultivó honestamente, llega por su propia fuerza a algunos lectores que la sienten más allá de la etiqueta previa que se le haya asignado al autor.

Pablo Dema, en una charla en Villa Mercedes, donde da clases

“Cultivar honestamente la poesía” ¿significa esto, como decía Camus, que toda escritura prefigura un posicionamiento ético?

Hay modas, tendencias, maneras de hacer que son de cada época. Hoy se habla mucho de la literatura de terror, se premia eso, los lectores quieren terror, distopías, etc. Hay cosas muy bien hechas, por su puesto. Ese auge gravita sobre los que estamos escribiendo. Entonces en función de lo que uno quiere decir y lo que quiere producir opta: o se sube a una tendencia o sigue un camino propio según lo que entiende que es más acorde a un proyecto personal y, por qué no, a una ética. La honestidad de la que hablo es más que nada intelectual. No puedo remedar un tono que no es propio, no puedo asumir un afecto ajeno (por ejemplo, no soy un ironista, ni un nihilista, ni un cínico ni un satírico). Entonces no voy a impostar una voz para concordar con el tono de una época. Lo que me llega como lector en este tiempo tiene que ver con temas clásicos de lo que a veces se llama la literatura sapiencial: ¿cómo hacemos para vivir juntos, para aguantarnos? Es muy difícil soportar a los otros. ¿Cómo actuamos ante la comprensión racional (muchas veces negada y bloqueada emocionalmente) de que todo nos ha sido dado en prenda, es decir, ante el aprendizaje de que, como dijo Borges, “nadie pierde si no lo que no tiene y no ha tenido nunca”? Es el mismo tema del “si nada permanece” pero desde un lugar, el de hoy, menos desesperado y más sosegado.

Ya en “Filos” se anuncia que la poesía no se nutre sólo del dolor sino también del amor, la amistad, la bondad y del gozo tranquilo de la vida…

Es un proceso personal o existencial absolutamente honesto e indisimulable, imposible de impostar. Si ve los cuentos de Si nada permanece, sobre todo verá el sufrimiento y la búsqueda desesperada de sentido. De hecho ese título es un verso de José Emilio Pacheco de un poema que habla de una sombra que nos cava y nos hiere, de cómo afrontar la vida si nada permanece. Son los años de mis lecturas de La náusea de Sartre, del Pessoa de El libro del desasosiego. Fui saliendo de ahí. Hice todo lo que pude por superar la sensación de separación con el mundo y me fui reconectando con algo mucho más vital. Pasé de Pizarnik, a Juan L. Estaba también atrapado en un imaginario del escritor atormentado. Un mito muy infantil y dañino. Ser padre lo pone a uno también en una gran encrucijada. En un poema de Filos anoté que cuando tuve que cuidar a un bebé, cuando sentí el amor ante una criatura tan frágil, acabaron de un saque los problemas existenciales.

El desarrollo de las redes sociales parece haber “democratizado” la poesía, pero ¿la creación poética y la creación artística en general tienen que ver con la política, los derechos sociales o con el talento y la capacidad de cada uno para este cometido?

Es un tema que da para un largo debate. Pienso que todos nos sentimos en algún momento tocados por la poesía y que cualquier lector que la disfrute asiduamente tiene el impulso y el deseo de escribir y mostrar lo que hace. Confío en el libro y en la figura de los editores como agentes eficaces para resguardar lo mejor que una comunidad produce y lega a las generaciones venideras. De ahí la importancia de los espacios de lectura, las bibliotecas públicas, las ferias del libros, las revistas de difusión, una ley del libro, etc, etc.

Quien lea su poesía observará que su escritura es limpia, transparente y, si se quiere, económica, quiero decir sin adjetivos, adverbios ni repeticiones innecesarios: ¿es difícil escribir así en tiempos de tanto ruido, eufemismo y reclamo identitario en la lengua?

La poesía es, como se sabe, el lugar en el que la lengua está sometida a las máximas exigencias porque allí es donde se aprecia todo su  esplendor. Tengamos el oído sutil, dice Juan L., así que tenemos que poner atención a lo que hacemos. Como dije, para mí hacer un poema es jugar el juego (muy serio pero juego al fin) de poner una línea más en una tradición extensa y riquísima. Uno trata de estar a la altura de los maestros. Claro que sé que es muy probable que lo que yo estoy escribiendo no va a resistir el paso del tiempo. Pero andar en ese juego, como diría Gelman, ya es un premio, un gozo enorme.

Para vivir siempre damos algo en prenda: ¿cuál es la prenda que da el poeta para serlo?

Creo que el tiempo y la atención  a la riqueza del lenguaje, a su poder para sostener un mundo común. Hoy, más que nunca, la poesía es un pulso vital con el que necesitamos conectar.

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Eda Nicola: “La mesa de escribir es mi vida profunda”

Eda Nicola, poeta

La poeta Eda Nicola nació en Coronel Moldes, en Córdoba, en 1969. Ella cuenta que la coincidencia de ser una niña asmática y que en su casa de la infancia hubiera muchos libros infantiles, por la profesión de su madre que era maestra jardinera, marcó su acercamiento temprano a los libros. “El tener que estar tranquila, y en lo posible quieta, para cuidar mi respiración vacilante, me hizo pasar mucho tiempo desde pequeña, entre libros y papeles. Antes de aprender a escribir dibujaba mucho. Había en casa muchos libros infantiles con buenas ilustraciones, eso, y vivir en las afueras del pueblo, casi en el campo, es decir en estrecho contacto con el mundo de la naturaleza, siento que fueron factores importantes para que creciera en mí un mundo interior volcado a imaginar, y a vivir como en ensueño”.

Cuenta, también, Eda que de pequeña era muy tímida. Socializar era un problema para ella. “Me sentía más a gusto en mi casa y recuerdo que disfrutaba mucho mis momentos de soledad. Después, en la temprana adolescencia, 13 o 14 años, ya escribía mis primeros poemas y empecé a formarme en un taller literario de mi pueblo. Recuerdo con sincero amor ese tiempo. En el staff estable estaban Marita Echave, Marcela Giovanella, Kika Bovio, Yolanda Fernández, Gloria Pontel, y yo. Leí mucha poesía excelente desde muy joven gracias a estas mujeres que fueron muy importantes en mi formación, y me fueron abriendo el camino”. Las mujeres, primero su madre, luego las talleristas, las primeras poetas que leyó fueron tramando su mundo literario.

-¿Cómo articulaste tu formación académica con tu camino ya iniciado en las letras?

-Estudié el profesorado de Lengua y Literatura en la Universidad Nacional de Río Cuarto. Eso amplió y fortaleció mi campo de lecturas, y sin duda repercutió en mi propia práctica de la escritura. No durante el tiempo en que cursé la carrera. Fueron los únicos años que no pude escribir casi nada mío. Asumí con demasiada intensidad el rol de lectora, supongo, y la mirada crítica hacia las obras. ¿Qué me dejó esa formación? Supongo que poder hacer conciencia de la forma literaria, de las capas y capas que hay en una obra literaria, de la complejidad del lenguaje. Pero, por suerte, cuando tomé distancia de ese abordaje, pude regresar a mi propio modo de escribir, que es más bien un tanteo en la oscuridad. Un dejarme llevar por la palabra, a ver qué sale en el camino, con qué me encuentro. Escribir es para mí, una entrada en el misterio. Cuando ya tengo lo que escribí, puedo mirar, digamos racionalmente, si lo que escribí tiene cierta coherencia interna, si hay redundancias, si hay que agregar, sacar, reformular, pero eso siempre sucede en un segundo momento. No al principio. No escribo desde la razón, mi mente es muy fuerte en general, pienso de más, a veces, y siento que, en mi práctica de la escritura, me limita.

-¿Sentís que tu voz está permeada al sitio desde el cual escribís, un pueblo agropecuario, fabril en el medio de la pampa húmeda?

-Yo te puedo decir lo que me conmueve y lo que no, tanto del sitio donde nací como del lugar donde ahora vivo, que es similar, y de la misma zona, ahora bien, qué aparece, y cómo, en mi escritura, siento que no lo puedo ver de modo más o menos objetivo. Eso lo podrán decir quizá con mayor precisión los lectores…

El mundo natural, en sus pequeños seres y en su inmensidad me habla, me dice, ese es el mundo que miro, al que estoy atenta, la madera, el fuego, el cielo abierto, el campo y el ritmo de las estaciones, lo eterno que percibo en la impermanencia de las criaturas. Un árbol, una piedra, una rama quebrada, seca, los pájaros. Los pájaros volando alto, dibujando el cielo, desde niña me fascinan. En las caminatas por el campo me detengo a ver pasar una bandada de patos o de loras, como cuando era una niña. Todos los animales del campo y su pureza, es una pureza que abruma la que veo en la mirada de las vacas o de los caballos. Me deja sin aire. Las lagunas en el campo, con sus juncos. El silencio del agua quieta en los atardeceres, toda esa maravilla. Ese concierto, esa armonía perfecta. Eso me conmueve profundamente del sitio donde crecí y del lugar donde vivo ahora, que es un pueblo también de la pampa húmeda. En cambio, el ruido de las máquinas, de los tractores, por ejemplo, cuando era una niña y se sembraba o se cosechaba la tierra, o de la fábrica, ahora, donde vivo, que es un pueblo industrial, me resulta totalmente indiferente. Me da igual que esté o no esté. No le dice nada a mi sensibilidad el mundo tecnológico. Está ahí, pero es como si yo no lo viera.

Dibujo de Malena Martinetto

Por supuesto que entiendo perfectamente la configuración social que rige en los pueblos pequeños, tanto en el que nací como en el que ahora vivo. Su sistema de jerarquías, de aceptaciones y rechazos, regulado básicamente por el poder adquisitivo de cada quién. Quiero decir que no soy ingenua, entiendo perfectamente el mundo en el que vivo. Y no me parece muy diferente de lo que sucede hoy en todos lados, es el mundo en que vivimos, así como es, materialista y consumista, donde la vida humana ata su valor a la circulación en el circuito económico (este argumento está trabajado en Círculo de fuego, otro de mis libros, también editado en Cartografías, con el símbolo de los demonios).

Nuestro mundo es así, pero para mí son solamente circunstancias externas a lo que me interesa, que podría explicarlo así, y sin duda no podré decirlo con exactitud, pero me refiero al enigma de la vida y de la muerte, del bien, de la verdad y la belleza, el enigma de ser, al escribir, algo así una conciencia testigo de lo que es. Y me viene a la mente ahora mismo, por esta reflexión, una cita preciosa, con la que Calvino cierra su libro “Las ciudades invisibles”, la voy a buscar para citarla exactamente, es así: “el infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio.”

-Sobre el libro que nos convoca, Mesa de escribir: por algunos comentarios en redes da la sensación de que era un libro esperado por vos y quienes te siguen, ¿por qué?

-Publico bastante en redes sociales, te diría que casi todos los días. Escribo mucho y tengo eso de compartir, de ofrecer libremente lo que escribo a los lectores, y recibo comentarios generosos, siento que lo que escribo de alguna manera resuena en quienes me leen. Con Mesa de escribir, que fue una serie de poemas que escribí relativamente en poco tiempo y de manera muy intensa, se produjo una linda química con los lectores. Seguían las locuras de esa mesa delirante, y yo las seguía con ellos. Preocupada, en mi caso, cuándo terminaría la furia. Cuando dejaría de hablarme y hablarme así. De día, de noche, a la madrugada, sin descanso. Hasta que, por fin, cerró la boca y el libro llegó a su fin. En realidad, no sé si la mesa se calló al fin, o yo dejé de escucharla, y la abandoné, agotada. Ahora lo cuento un poco en broma, pero realmente fue intenso para mí escribir este libro. Algo parecido me sucedió con Círculo de fuego.

-¿Qué es la mesa de escribir para vos? ¿Tal vez la mesa sea la poesía, las palabras esas que te salvan de la locura o de vaya a saber qué?

-La mesa de escribir es mi vida profunda. Y mi vida profunda es escribir, desde la infancia. La escritura es el sitio donde puedo darle un cauce a ese desborde de sensibilidad que me provoca el mundo. Poner en palabras es dar un orden arbitrario, imperfecto, parcial, sesgado, sin duda. Pero es un orden al fin. Y claro que me salva de cierto exceso de sensibilidad. No sé, si no pudiera escribir, sería difícil para mí, no me lo puedo imaginar. Tal vez bailaría, pintaría, cantaría, ubicaría esta sensibilidad dentro de los límites (y en la expansión, también) de una disciplina artística. Lo necesito para vivir con cierto delicado, y frágil, equilibrio.

Dibujo de Malena Martinetto

-Siento que este libro interpela a todo quien escribe: esas sensaciones de querer hachar la mesa, prenderle fuego, la angustia de la “mesa vacía”, la posibilidad de rehacerla luego cuando el trabajo empieza a salir. ¿Allí están los fuegos de la escritura, de la inspiración, de las horas de trabajo, también?

-Todo eso que decís, salvo la mesa vacía, en este libro el problema era más bien el opuesto, estaba excesivamente repleta y todas las criaturas que la habitan me hablaban a la vez. Ahora las criaturas siguen ahí, pero más calmadas. Escribo todos los días, con un ritmo parejo, sin desborde psíquico, y físico, como me sucedió con este libro. Hubo días en que no sentía el cuerpo, ni hambre ni sueño. Estuve exhausta. Esto te lo digo por lo que decís del cuerpo, claro que es así, escribimos con el ser completo que somos. Y digo más, que no conocemos en profundidad. No somos una máquina previsible y programable los seres humanos. Escribo también, por mi caso lo digo, para conocerme, para saber quién soy, en última instancia. Se me va a ir la vida buscado ese saber y no lo encontraré, lo sé, pero no puedo resistirme a ponerme en viaje.

-¿Lo diste a leer a escritoras/es cercanas/os? ¿Qué devoluciones tuviste?

-Sí, por supuesto. Varios amigos escritores lo iban leyendo. Mi preocupación era que estuviera repitiéndome, poniéndome redundante con la mesa de escribir, y era tan intenso mi estado que temía no darme cuenta. La mirada de ellos me ayudó a centrarme, a tomar aire, y poder seguir. Son fundamentales los amigos escritores, son personas que te entienden porque están en un sitio similar al tuyo y con problemas parecidos, aunque cada escritor es un mundo propio, y cada uno es único. Gran parte de la atención que recibo en las redes tiene que ver con dos amigos que me leen y me han ayudado mucho en este último tiempo. Sobre todo, me han ayudado con la confianza en mí misma y en lo que puedo ofrecer en el campo de la poesía. No quiero dejar pasar esta oportunidad sin mencionarlos. Se trata de Lily Chávez y de Alejandro Schmidt.

Dibujo de Malena Martinetto

-¿Sentís que otras mujeres están frente a tu mesa de escribir, tal vez ocupando este lugar que su época les negó cuando escribir era cosa de hombres?

-No, no siento en lo particular que escribir sea para mí algo así como una reivindicación o un sitio ganado con esfuerzo, la verdad que no. Sigo con atención y respeto el colectivo de mujeres que están haciendo el trabajo de concientizar el duro peso del patriarcado en la vida cotidiana de muchas mujeres. Me parece un proceso necesario. Una búsqueda de equilibrio en el reparto de derechos y obligaciones, y noto claramente cómo mis hijas mujeres son ahora muchísimo más libres y dueñas de sí mismas que lo que era yo a su edad. Esto en lo que respecta a la vida social, vincular.

Pero en mi caso particular, y en el caso específico de la escritura, quizá porque las mujeres que me criaron, madre, abuelas, tías, eran mujeres fuertes, que supieron ganar, tanto en la familia como en la vida social, respeto para sus propias vidas, no lo siento así. No siento que yo esté haciendo nada que mi mamá, por ejemplo, si lo hubiera querido, no hubiera podido hacer. Además, hay otra situación particular que se dio en mi caso.

De los libros de mi infancia recuerdo la colección de los libros preciosos de unos señores que se llamaban los hermanos Grimm, Perrault o Andersen, ilustrados por una mujer que se llamaba María Pascual. Debo decir que cuando yo crecí con esos libros, tan importante, o más, que los señores que los habían escrito, era la persona que los dibujaba. Esas ilustraciones son sublimes, eran verdaderos libros-álbum, como se les dice ahora (voy a agregar algunas fotos de los restos de esos libros de mi lejana infancia, algo pudo salvarse de las travesías que hubo en la familia desde ese tiempo hasta hoy) Y también, crecí con toda la obra para niños de María Elena Walsh, mi madre era una apasionada de la literatura para niños, era magnífica contando sus cuentos a sus alumnos, muchos la recuerdan aún hoy y, por supuesto, tenía una biblioteca muy bien nutrida que era mi delicia. Recuerdo también a Laura Devetach y su torre de cubos (y la desobediencia de tener ese libro que estaba “prohibido”, yo no entendía muy bien que sucedía, era una niña en el 76, cuando aprendí a leer, pero mi mamá, a mis ojos, era una persona valiente y osada, un modelo para mí, por ese tipo de detalles) Y otra mujer me viene a la memoria, María Hortensia Lacau, y su burro Ramón, “ay mi burro Ramón, cuatro manchitas blancas y una marrón…”, yo amo al burro Ramón, al burrito Platero no llegué a conocerlo en el momento adecuado, en fin, qué quiero decir con todo esto. Que cuando yo crecía e iba entrando en el mundo de la literatura, lo hice principalmente de la mano de mujeres.

Marita Echave, gran amiga de mi madre, vecina de la casa de mis abuelos, fue la primera persona de mi círculo de conocidos que tenía un libro escrito por ella. Eso para mí fue deslumbrante, un libro precioso de Marita, “Vuelo en cruz”. Mi taller literario, todas mujeres…Yo a esa edad pensaba que la literatura era cosa de mujeres, como tejer o bordar o cocinar. Los hombres, en cambio, trabajaban en el campo de sol a sol, o iban a cazar o a pescar, al bar a jugar al truco, y no les importaba para nada la literatura.

-Respecto de tu estilo, tanto en este libro como en Círculo de fuego, por ejemplo, la poesía y la prosa se tocan, se fusionan. ¿Trabajás con la libertad de que un poema se pueda convertir en prosa poética y viceversa?

-Como te decía antes, el pensamiento acerca de lo escrito por mí llega en un segundo momento. No me preocupa para nada antes. Escribo como viene, a veces breve, lacónico, a veces tan extenso, como un río que no cesa y fluye y fluye, y lo dejo correr. A propósito de la extensión de los poemas, si breves, si extensos, una vez conversando en un encuentro con otro escritor, él me dijo algo así, que cada poema tiene la extensión que necesita para ser él mismo. Quisiera tomar esa reflexión como apropiada también para esta cuestión de los géneros, y responder así, que el poema toma del vasto campo del lenguaje lo que necesita para sí mismo. Porque en última instancia, lo que determina que sea un poema es que pueda tocar la sensibilidad del lector, que haya esa chispa, esa energía, no si responde a la estructura de un soneto o si es un verso libre.

-¿Cómo fue el trabajo con tu hija, que ilustra la tapa? ¿Ya tienen un modo de trabajo conjunto, un diálogo sobre ambas obras, considerando que no es la primera vez que ilustra un libro tuyo?

-El primer libro que me dibujó Malena, tapa e interiores, fue “Bajo la luz de una pequeña lámpara”, que salió en 2015 con Llantodemudo, una editorial de Córdoba. Fue así, cuando estábamos en el proceso y el editor me envió algunas posibilidades para la tapa, ella me dijo que, si yo quería, me dibujaba ella la tapa del libro. Por supuesto le dije que sí y así comenzamos. En ese entonces, iba a la escuela secundaria, hizo una orientación en Artes Visuales, y dibujaba mucho, y lindo para mí, le gusta hacerlo. Y con los años, podría decir que creo que el dibujo ahora es para ella lo que para mí es la escritura. Un sitio donde expresa su sensibilidad. Ella me lee siempre, no sólo a mí, lee mucho y de todo. Las veces que dibujó mis libros, los lee completos y después los dibuja, interpretándolos, como ella los ve.

-Esta pandemia, ¿cómo te impactó en tu ser y tu escritura?

-En mi vida no mucho en realidad, puedo mantenerme serena, no soy una persona temerosa, ni frente a esta situación ni frente a otras, tal vez las pérdidas, de mi madre y mi hermano menor, por enfermedad, me han hecho fuerte, con mayor aceptación de la muerte, no sé, pero no estuve ni estoy asustada. Y soy más bien solitaria, así que no ha afectado mi cotidianeidad. Sí extraño ver a mi familia, que viven todos fuera del pueblo en el que vivo, y no podemos reunirnos. Con la escritura ningún cambio, sigo escribiendo como siempre. Y con respecto a la circulación de los libros, sí, a los anteriores los pude presentar y siempre fueron momentos muy bellos, ese compartir, poder hablar de cada libro con personas a las que les interesa. Eso siempre es bello y por el momento no lo podemos tener. Así que habrá que hacerlos circular más en redes, hasta que se arregle esta situación de la pandemia (porque terminará en algún momento) y volveremos a encontrarnos en persona.

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María Paula Vettorazzi: “La escritura de este libro coincidió con mi despertar político”

La autora de Algo que vuele nació en Sampacho, Córdoba, en 1988; este es su primer libro

María Paula Vettorazzi nació en la localidad cordobesa de Sampacho y se crió allí, “con todos los privilegios que implica la infancia en el pueblo”. Recuerda que, cuando tenía cuatro o cinco años, sus padres, junto con un grupo de amigos, fundaron la Biblioteca Popular Alfonsina Storni, la única del pueblo. “Hay una foto en la que aparezco accidentalmente en el plano, no estoy jugando, estoy mirando lo que pasa. Yo sabía que algo importante estaba sucediendo. En ese lugar, en el que había objetos de mi propia casa, me sentaba a leer poesía”.

María Paula Vettorazzi

En esta entrevista Vettorazzi cuenta que estudió Derecho en la Universidad Nacional de Río Cuarto; vive desde entonces en esa ciudad y allí ejerce como abogada. Dice que mantiene su mundo laboral y la práctica de la escritura de modo “disociado”.

Según comenta, el proceso de escritura de Algo que vuele coincidió con su “despertar político” en este tiempo de la revolución de las mujeres. Y se explaya: “Quizá por eso hay una presencia muy fuerte de ‘lo femenino’ en los relatos”.

 

  • ¿Cuándo empezaste a escribir?

Empecé a escribir en la adolescencia, después hay un período en blanco que coincide con los años que estudié en la Universidad. No leí literatura y tampoco escribí ni una sola palabra durante seis años, hasta que me recibí y empecé un taller de narrativa. Ese primer día de taller sentí que aparecía un nuevo sentido en las cosas, dije: “era ésto” y fue eso hasta hoy.

  • ¿Tuviste o tenés algún maestro o maestra de escritura?

Rubén Padula fue mi primer maestro, pero ese aprendizaje no tuvo nada que ver con estructura y sintaxis. Rubén me enseñó lo que era importante. Después apareció Pablo Ramos, una experiencia muy intensa, pero que me ayudó a encausar esa pulsión, que es el acto creador. Hasta ese momento yo sentía que escribía “correctamente”, pero no lograba encontrar la motivación, o si la encontraba, no podía sostenerla hasta el final. Pude resolverlo y empecé a disfrutar muchísimo del acto de escribir, que es lo que me instala como escritora-para-mí, como dice la Heker. Hoy aprendo de mis compañerxs, los tengo cerca y los tengo siempre. La amistad para nosotrxs es decirle al otrx que lo que escribió es horrible. Ellxs siempre me mejoran.

  • ¿Cómo llegan estos cuentos? ¿Nos contás del proceso de escritura de estos relatos?

Todos, o casi todos, llegaron después de Ramos. El proceso previo a sentarme a escribir es el que más dura; llego a la hoja en blanco cuando tengo algo para decir, aunque no sepa aún del todo cómo voy a resolverlo. Entre medio pasan un montón de cosas: días, muertes, trabajo. Todo eso va influyendo en el texto. A Algo que vuele lo escribí en un período de nueve o diez meses; la idea de libro apareció cuando los cuentos estaban listos y parecían responder –extrañamente- a un todo.

  • ¿Cómo convive tu profesión de abogada con esta voluntad por escribir y publicar?

No conviven. Soy una cosa y la otra, por separado. Tengo que disociarme para poder escribir; me llevó mucho tiempo hacer que eso funcione. Todo es lenguaje, es cierto. Y también es cierto que la ley -como la literatura- es performativa, crea mundos, no sólo los nombra. Pero no existe tal dimensión creativa en la vorágine diaria; las discusiones iusfilosóficas ni siquiera empiezan cuando la prioridad es esa mujer o ese hombre que perdieron el trabajo y necesitan cobrar el mango.

  • ¿Sentís una conversación entre tus relatos y este tiempo revolucionario para las mujeres? ¿En qué sentido?

Algo que vuele se gestómientras las mujeres allá fuera –y acá adentro- estábamos dando grandes batallas. De algún modo, el proceso de escritura de este libro coincidió con mi despertar político, quizás por eso hay una presencia muy fuerte de lo femenino en los relatos, o al menos, esa es mi sensación. 

  • Sé que formás parte de un movimiento de mujeres que se está gestando en Sampacho, tu pueblo. ¿Por qué te parece importante dar esta militancia desde las pequeñas comunidades?

La militancia en el pueblo es algo hermoso. Hace unos meses, una compañera me hizo leer un texto de Laura Escudero que decía algo así como: “hay que saber habitar los tiempos del pueblo”, y eso es el feminismo, no anular el acto político. Con las pibas del pueblo la construcción es horizontal, la palabra circula sin academicismos, no hay voces autorizadas, todas tenemos algo importante para decir. Y nos esperamos, y el amor se gesta en esa espera.

  • ¿En tu rutina cotidiana tenés incorporada la escritura? ¿De qué manera?

Escribo casi todos los días, por la tarde, después del trabajo. Muchas veces sólo me dedico a leer. De a poco voy incursionando en la poesía, es una posibilidad hermosa y mucho más inmediata de vincularme con la escritura. Paso tardes enteras sin escribir, pero pensando en un diálogo o hablando con mis amigxs de tal o cual texto. Todo va a parar al mismo lugar.

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Gastón Malgieri: “La poesía y la fotografía me ayudan a mirar, a preguntarme”

El escritor y fotógrafo habla de los orígenes de Animales poco útiles, que acaba de publicar

-¿Cómo llegaste a la poesía? A la lectura y luego a la escritura…

-Supongo que por necesidad. Creo que la poesía aparece, o me vuelvo permeable a ella, cuando empecé a tomar cierta conciencia del estado de cosas en el mundo. Digamos que fue el modo que encontré para anclar en otro territorio, uno menos hostil, menos doloroso. Casi te diría como si fuera un refugio, un modo de cicatrizar. A esto lo digo pensándome como lectorx.

Mi primer acercamiento a la literatura en tanto alguien que escribe, tuvo que ver con la narrativa, con la necesidad de contar. Cierta pasión temprana por el cine, me llevó a ese intento. Fue instintivo, si es que es posible tal cosa. No provengo de una familia donde se cultivara el placer de la lectura, o donde hubiera una biblioteca frondosa, ni mucho menos.  

Luego, con los años, la escritura. O su tentativa. No sé bien por qué terminé escribiendo. No lo he meditado tanto. Creo que me fue inevitable. Algo que se manifestó sin forma precisa, pero se volvió algo del orden de lo vital, de lo irremediable.

-¿Cómo dirías que se enlaza con tu trabajo como fotógrafo?

-De muchos modos posibles. No creo que las llamadas disciplinas artísticas sean compartimentos estancos, sino dispositivos diversos, con lógicas internas particulares de los que me valgo para acomodar mi estar en el mundo.  A veces, la imagen me ha servido para economizar lenguaje y, otras veces, he necesitado de la palabra para aquello que no logro ver con claridad. Y en ese devenir entre los distintos sistemas expresivos voy encontrando un pulso propio que muta, está siempre en constante cambio. Pero ambos modos, esto es, la poesía y la fotografía, me han ayudado, me siguen ayudando, a mirar, a entender, a preguntarme.

-En la contratapa Eduardo Mattio dice que este libro funciona como un “archivo de sentimientos”. ¿Lo vivís así? ¿Qué es para vos Animales poco útiles?

-A mí me sorprendió gratamente lo que Eduardo Mattio develó en el epílogo. Digo develó, porque no solo siento que lo haya hecho para con lxs posibles lectorxs, en términos de claves de lectura, sino incluso para conmigo. La imagen de ese archivo de sentimientos, o de una cartografía de emociones que nos nombran, estaba ahí, según parece, pero ante mí tomó cuerpo una vez que leí su texto. No antes. Y tengo la intuición de que él supo nombrarlo, no sólo por su condición de Filósofx, sino principalmente, por una narrativa que nos hermana ante ciertos dolores, ante ciertas fugas. Convocarlx a escribir ese texto tiene que ver con esa hermandad.  

En el proceso de escritura de Animales poco útiles me fui tan hacia adentro, tan hacia atrás en la historia, tan a lo primario de mi narración, que cuando volví no pude ver esos signos. O no supe verlos. Supongo que eso sucedió de ese modo, justamente, porque algunos aparecieron ante mí por primera vez. Salieron a la superficie preguntas acerca de quién había sido mi madre, pero también quién era yo, a partir de ellx, o de su ausencia. Animales poco útiles significa un poco volver a nombrarme. Haberme dado ese permiso de habitar lo roto, lo que aún duele. Poder decirme, sí, hay heridas hechas para no cicatrizar nunca. Y salir a buscar también la rotura de esa mujer que muere a los 36 años. No solo su voz, sus aromas, o sus señas, sino, principalmente, su narrativa trunca.

– Este es un tiempo de pensar el género: ¿Qué voz tiene tu madre, que transita todo el libro? ¿Qué creés que viene a decir esta mujer?

-La voz de mi madre en el poemario, pero también en el plano de lo real, es una invención. El gesto primero fue darle forma. Intentar imaginar cómo hablaría, no ya de lo que ve, sino principalmente de lo que siente. De lo que sintió en su tiempo, ante el mandato de la “buena” maternidad, del matrimonio, de la ama de casa, etc. Yo no creo que esa voz venga a poner en palabras más que lo propio.  Una cicatriz personalísima.

Quiero decir, no fue un gesto estético hablar en mi poesía en femenino. Esa voz es, ante todo, un gesto vital, casi íntimo que termina, por error, en un libro que leerá otra gente.

Esa voz tiene mucho de soliloquio. No intenta decir nada a otrxs. Se habla a sí misma. Consciente de su rotura.  Transitándola. Cambiándola de lugar para volver a nombrarla.

Si alguna ilación hay entre esto que digo y el momento actual es, intuyo, esa idea de volver a pensarse como construcción social. Volver a pensar la idea de lo materno, de lo que se espera que transite un cuerpo leído madre. Y también, claro, lo que se espera que transite un cuerpo leído hijx.

-El libro transita la diversidad sexual, hay una voz marica: predominan el amor, el desamor. Da la sensación de que hay un desamparado que busca a aquella madre… ¿Fue pensado ese Segundo movimiento del libro como con un enlace a los poemas del primero?

Hay unx desamparadx que busca saber quién fue su madre. Hasta el presente, hasta el momento de escritura de estos poemas, yo sentía nostalgia por unx que no tenía idea cómo era, más allá del relato de otrxs. Entonces salí a su encuentro. El desamparo no lo genera su ausencia, tal como creí durante años, sino precisamente esa desesperación de que lo poco que recuerdo de ellx finalmente se me escape de las manos.

Respecto al Segundo movimiento, sí, así fue pensado. Una vez que la voz de la madre, de mi madre,  tomó cuerpo, necesité empezar a pensar entonces cuál era mi voz ahora. Y esa voz era una voz inevitablemente marica. Una voz que se enlaza a mi madre desde la rotura o la ausencia, pero también desde esos lugares de pertenencia que habitamos por fuera del predominio patriarcal. Ella, en tanto mujer; yo, en tanto marica. Una voz que, además, mi madre tampoco conoció de mí. Por eso, esa intención de diálogo entre el primer movimiento del libro y el segundo.  Como si el conjuro, poético, vital nos diera el permiso de hablarnos desde quienes somos ahora. Desde quienes pudimos ser, a pesar de todo.

-Acerca de la foto de la tapa del libro: ¿Quiénes son esas mujeres?

-En la foto de tapa está, por supuesto, mi madre, que es quien mira a cámara sonriendo, y unx amigx de la que no tengo más datos que el vínculo que lxs unía. Cuando estábamos pensando en la ilustración con Pablo Dema (editor de este libro), sentí que esa era la imagen que quería que funcionara de preludio para esos dos movimientos poéticos. Las razones son varias. Entre ellas porque tiene algo de selfie, tal como la entendemos en la actualidad, pero además porque temporalmente me la da idea de que esa foto pertenece a un período previo a su matrimonio y la maternidad. Y esa Teresa, así se llamaba mi madre, es un misterio para mí.

-¿Qué creés que la aporta el epílogo al libro?

-Creo que sella un pacto. Entre Eduardo, lxs lectorxs y yo. Un pacto que tiene todos los ingredientes de una complicidad tácita. Creo que, como te decía antes, Eduardo encontró signos, rastros, en los versos, que ni siquiera sabía que estaban allí. Y la apuesta fue que su lectura atravesara el cuerpo, su cuerpo. No desde el profundo conocimiento de ciertos ejes que en el libro aparecen, estos signos que él viene rastreando desde la Filosofía, sino desde una emocionalidad, su emocionalidad. Nombrarnos rotxs o heridxs también tiene que ver con reconocernos en esos tajos. Con reconocernos con otrxs. Y siento, muy profundamente, que el epílogo es eso,  una invitación, no a sanar, si es que es posible tal cosa, sino a inventarnos otras narrativas posibles a partir de las heridas con las que fuimos nombradxs.